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sábado, 15 de enero de 2011

JESÚS Y EL RETO DE LA EVANGELIZACIÓN: SIGLOS III Y IV



 
 


Nuestro Papa actual Benedicto XVI, cuando aún era el cardenal prefecto de la Consagración  para la Doctrina de la Fe, decía lo siguiente a cerca del reto de la nueva evangelización (El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón. Cuarta parte. Ediciones Palabra, S.A., 2010):
"La vida humana no se realiza por sí sola. Nuestra vida es una cuestión abierta, un proyecto todavía inacabado, que es preciso seguir completando y realizando. La pregunta fundamental de todo hombre es: ¿cómo se lleva a cabo este hacerse hombre? ¿Cómo se aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad?
Evangelizar quiere decir mostrar este camino, enseñar el arte de vivir. Jesús dice al inicio de su vida pública: <He venido para evangelizar a los pobres> (Lc 4,18).
Esto significa: Yo tengo la respuesta a vuestra pregunta fundamental; Yo os muestro el camino de la vida, el camino hacia la felicidad; más aún, Yo soy ese camino…"
 
 


Es evidente que nuestro Papa se encontraba desde siempre, muy motivado para abordar, con su vigor característico, la tarea evangelizadora que Jesús le había encomendado, pero también  todos los creyentes en la actualidad, debemos sentirnos radicalmente involucrados, porque el Señor nos llamó a todos a realizar esta terea a través de los siglos y nunca como ahora se da la necesidad de “una nueva evangelización”, en palabras de S.S Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza. Capitulo 18. El reto de la nueva evangelización):
“La nueva evangelización no tiene nada que ver con lo que diversas publicaciones han insinuado, hablando de <restauración>, o lanzando la palabra <proselitismo> en tono de acusación, o echando mano de conceptos como <pluralismo> y <tolerancia>, entendidos unilateralmente y tendenciosamente. Una profunda lectura de la Declaración conciliar <Dignitatis humanae>  sobre la libertad religiosa ayudaría a esclarecer tales problemas, y también a disipar los temores que se intentan despertar, quizá con el fin de arrancar a la iglesia el coraje y el empuje para acometer su misión evangelizadora. Y <esa misión pertenece a la esencia de la Iglesia>” 
 
 


Por ello, debemos recordar cómo nuestros antepasados recorrieron el largo y duro camino de la evangelización, para tomar ejemplo de ellos y apreciar en lo que vale el sacrificio de sus vidas por la defensa de la fe, al someterse incluso al peligro real  de muerte por martirio.
Aunque el cristianismo fue atacado desde un principio, durante los siglos III y IV, se puede decir, que tuvieron lugar algunas de las  persecuciones más terribles, largas y  violentas para la Iglesia de Cristo.

En particular citaremos la de Septimio Severo (193/211), la de Decio (249/251), tan intensa que provocó la huida de muchos cristianos hacia los campos desiertos y los bosques, como le sucedió a San Pablo de Tebas (250), primer eremita, el cual acostumbrado a ésta dura vida prefirió quedarse para siempre, orando al Señor en la soledad más absoluta, aún después de la persecución.



La de Valeriano (253/260) llegó  a las provincias lejanas del imperio, por ejemplo la actual península Ibérica, muriendo a consecuencia de la misma, muchos cristianos como el Obispo San Fructuoso de Tarragona, el cual fue quemado vivo junto a sus diáconos, hacia el año 258 en el anfiteatro.

En la de Maximiano (285/305)  fueron martirizadas entre otros muchos cristianos, las dos hermanas vírgenes sevillanas, santa  Justa y santa Rufina, las cuales fueron sometidas a duras pruebas, como el potro de martirio, los garfios de hierro, el hambre y la sed, en duras condiciones carcelarias, pero ellas se negaron siempre a renunciar a su fe en Cristo.
Ambas murieron a consecuencia de los martirios, primero Justa y más tarde Rufina a la que Dios le hizo el milagro de librarla de las fauces de un león, por lo que el procónsul de turno ordenó que la degollaran y quemaran su cuerpo, hacia el año 287.

Por último la persecución de Diocleciano (284/305)  puede considerarse la más destructora y larga, pues se aniquilaron ciudades enteras, por ser habitadas por una mayoría cristiana.

No obstante, aunque de una manera más encubierta también existieron graves peligros, para los seguidores de Cristo, durante el reinado de otros emperadores romanos de la época, como en el caso de  Galerio (305/311), que fue el instigador de una persecución contra los cristianos y ante el fracaso de la misma,  parece ser que a escasos días de su muerte, promulgó el Edicto de Tolerancia de Nicomedia (311), que autorizaba a los cristianos a reconstruir sus iglesias y reunirse en ellas, pero sin causar alteraciones públicas…
 


Existe información fiable sobre los martirios sufridos por los cristianos acaecidos durante este  largo periodo de la historia antigua. Esto es debido a que los mártires fueron venerados desde un principio, como ejemplos fehacientes de su fe en Cristo y sus sacrificios celebrados y estimados como pruebas del intenso y heroico amor a Dios, que poseían los hombres, mujeres y niños que morían de esta forma, derramando su sangre como testimonio evangelizador.

En el siglo II, el martirio del Padre Apostólico San Policarpo de Esmirna, ya fue relatado detalladamente en el trabajo escrito en forma de carta, a petición de la Iglesia en Filomelio, para que sirviera de estímulo a los cristianos de todos los tiempos y en el siglo III, el Obispo de Cartago, San Cipriano ordenó que se archivara además de los datos referentes a los mártires, las fechas de la muerte de los denominados “confesores”, con el fin de tenerlos también en cuenta como ejemplos a seguir, pues eran aquellas personas que sin llegar al martirio consumado, realizaban la confesión pública de la fe ante un tribunal pagano, acompañada del encarcelamiento, pero sin derramamiento de sangre. Este testimonio se ha dado en llamar “confesión” (de la fe), siendo los que la han realizado santos.
 


A partir del siglo IV se introduce en los calendarios y martirologios cristianos la fecha de la edificación de la Iglesia sobre el sitio en que se suponía había tenido lugar la muerte de nuestro Señor Jesucristo (Calvario), que se convirtió desde el principio en lugar de peregrinación para todos los cristianos del mundo. El descubrimiento del sepulcro y la Vera Cruz o autentica cruz del martirio de Cristo debido a la emperatriz Elena, madre del emperador Constantino, fue descrito por el Obispo Eusebio de Cesarea (Palestina) entre los años 325 a 326.

Del análisis de la bibliografía existente de esta época de la historia  (Siglos III y IV), se deduce que las primeras comunidades cristianas tenían un interés extraordinario en conservar el recuerdo escrito de las muertes de sus mártires y de ahí que muy pronto trataron de recopilar el mayor número posible de las actas oficiales de los procesos seguidos por aquellos injustos tribunales, que condenaban a las personas tan solo por mantener su amor a Cristo y defender su fe en el mensaje de su palabra.
 La escasez de este tipo de documentos  está sin duda relacionada, con el hecho de que el emperador Diocleciano (303) ordenó que la iglesia de los cristianos situada en Nicomedia fuera totalmente destruida y se quemaran   todos sus documentos y libros Sagrados. Este acontecimiento histórico, habría afectado también, a los informes denominados “Acta Martyrum” (Actas de los Martirios), que narraban los procesos y muerte de los mártires , no existiendo por otra parte indicios, de que  fuera posible recuperar algunos documentos posteriormente, debido a los acontecimientos históricos por entonces acaecidos (invasiones germánicas de Occidente), que consumaron estas pérdidas irreparables.
La persecución de los cristianos durante el reinado de Diocleciano (Gran persecución), fue como se ha indicado anteriormente, una de las más sangrientas de la historia del imperio romano. En el año 303, durante la tetrarquía  de los emperadores Diocleciano, Maximiano, Galerio y Constancio, los cristianos fueron cruelmente perseguidos, revocándoseles sus derechos legales y exigiéndoseles que renunciaran a su fe, para adaptarse a las religiones paganas del imperio. Pero no contentos con esto, se decretó  posteriormente el “sacrificio universal”, llegándose a quemar vivos a muchos cristianos. También fueron arrestados y encarcelados todos los Obispos, sacerdotes y diáconos, llenándose las prisiones de todo el imperio, de cristianos  sin otro motivo que el de profesar su fe.
 
 

Son venerados como mártires, durante este periodo de la historia, además de los Apóstoles y sus primeros seguidores, es decir, sus discípulos, los Papas de la era heroica, los Padres Apostólicos y muchos Obispos de los siglos II, III y IV, que también murieron defendiendo sus creencias. Entre estos últimos, se puede citar a San Cipriano de Cartago, nacido según algunos historiadores en el norte de África, que murió martirizado en su propia casa, después de dejar todas sus riquezas a los pobres de Cartago, hacia el año 258 , San Dionisio Obispo de Alejandría que aunque sobrevivió a la terrible persecución de los cristianos durante el reinado del  emperador Decio, fue después encarcelado y posteriormente desterrado a Libia en el año 257 cuando estalló la persecución del emperador Valerio, y  San Saturnino, primer Obispo de Tolosa (la actual Toulouse), que murió mártir por defender su fe ante una multitud de paganos enfurecidos, porque no quiso  hacer el sacrificio de un toro al dios pagano Júpiter, (hacia el año 258).
También murieron por martirio muchos Presbíteros y Diáconos, como San Lorenzo, nacido en Huesca (Aragón) que fue martirizado con escorpiones y luego asado en una parrilla en el año 258, San Gregorio Presbítero que murió mártir en la persecución de Diocleciano, a comienzos del siglo IV, San Vicente de Zaragoza, clérigo español, diácono en Zaragoza, capturado y torturado durante la persecución de Diocleciano (304) y tantos otros, de nombres desconocidos. Además, murieron por martirio, mujeres vírgenes y hasta niños como Justo y Pastor en Alcalá de Henares, los cuales mostraron gran fortaleza de ánima ante los terribles sufrimientos a los que fueron sometidos, constituyendo así un motivo evangelizador admirable para la historia de la Iglesia de Cristo.



Por otra parte, algunos ejemplos de vírgenes mártires, más conocidos, son los de Santa Cecilia, Santa Inés, Santa Lucia y Santa Águeda de Catania que murió en el año 251 por venganza del senador Quintianus, el cual al no conseguir los favores de la santa, mandó que le cortaran los pechos y aunque la tradición de la iglesia asegura que san Pedro hizo un milagro con ella curándola de sus heridas, siguió siendo torturada y finalmente fue arrojada sobre carbones al rojo vivo hasta que espiró.
Murieron por martirio, así mismo, matrimonios y aún familias completas, para ejemplo evangelizador de la cristiandad de todos los tiempos, como Crisanto y Daria un matrimonio cristiano que decidió vivir en castidad para dedicarse plenamente a la evangelización, logrando según cuenta la tradición muchas conversiones entre los paganos, por lo que se les encarceló, pero aún entonces fueron capaces por sus palabras y comportamiento de convertir a parte de los soldados que estaban custodiándolos. Por todo esto fueron condenados a morir lapidados en la Vía Salaria hacia el año 283; Siforosa y su marido y una larga lista, en su mayor parte de personas cuyos nombres no han podido ser  recogidos por la historia.

Los Papas de este periodo de la historia, también sufrieron las consecuencias de las persecuciones, anteriormente citadas, pero además, tuvieron que luchar contra un gran número de herejías, que iban surgiendo en contra de la fe de Cristo, muchas veces en el seno de la propia iglesia. Es significativo el hecho de que todos los Pontífices de la época, desde Ceferino (199/217), Calixto I (217/222) y Urbano (222/230), hasta Felix I (269/274), Eutaquiano (275/283), Cayo (283/296) y Marcelino (296/304),  un total de catorce Papas, hayan sido proclamados santos por la iglesia católica. Esto demuestra la gran labor evangelizadora realizada por el Primado de Pedro durante estos difíciles años, en los que el imperio romano había ya comenzado a desmoronarse, bajo el empuje creciente de los pueblos bárbaros.
 


Hay que destacar una vez más, que con ser terribles todas las persecuciones realizadas por los emperadores romanos, las más dañinas fueron las de Decio en el siglo III y la de Diocleciano en el siglo IV respectivamente, por lo que el número de mártires contabilizados en estos reinados, fue enorme y causó grandes dolores a la Iglesia, atacando incluso a sus Pontífices.

Se sabe, por ejemplo, que el Papa San Fabián (236/250), sufrió la persecución del emperador Decio. Así pasó con  otros Papas, como San Sixto (257/258), que fue mártir  junto a sus diáconos en la persecución de Valerio, cuando se encontraba celebrando misa en las catacumbas (lugar donde los cristianos enterraban a sus mártires).

La persecución de Valerio fue tan violenta, que durante al menos dos años, quedó el Pontificado vacante, hasta que este emperador fue destronado. Otros Papas, sufrieron solamente prisión ó destierro durante un largo periodo de tiempo, hasta que llegó al poder Diocleciano y con él, el terror se instauró de nuevo en la comunidad cristiana. Este emperador romano desde el año 297 excluyó a los cristianos de participar en la vida pública, confiscó sus posesiones y cerró sus cementerios; pero no contento con esto, se propuso exterminar a todos los cristianos, por lo que durante el periodo de tiempo comprendido entre los años 304 a 308, quedó de nuevo vacante la silla de Pedro.
El primer Papa, tras el largo periodo de tiempo durante el cual no fue posible elegir uno nuevo, fue san Marcelo I (308/309), pero aunque el emperador Magencio resultó algo más tolerante que Diocleciano, lo desterró enseguida, muriendo al poco tiempo, como consecuencia de ello. El mismo camino siguió el Papa, San Eusebio (309/310) desterrado rápidamente a Sicilia, donde murió terriblemente apenado. Por su parte el emperador Galerio, según algunos historiadores aceptó a los cristianos, con algunos reparos, por lo que el Papa San Melquiades (311/314), tuvo la suerte de no sufrir martirio, pero sin embargo tuvo el dolor de tener que enfrentarse a una nueva herejía en el seno de la propia iglesia. Esta herejía se denominó “donatismo”, por deberse al Obispo de Cartago, Donato, que pretendía, entre otras cosas, demostrar que la validez de los sacramentos dependía de la santidad de sus ministros.     
 

Las personas que habían tenido un contacto directo con Cristo, sus Apóstoles y los discípulos de estos, habían muerto a finales del siglo II y con ellos había desaparecido el testimonio escrito, más estimable de la época antigua de la Iglesia. Era necesario sin duda que surgieran nuevos evangelizadores que dejaran un testimonio perdurable de su labor.  

Entre estos, destacaremos a los Padres Apologistas que ya habían emprendido su labor evangelizadora en el siglo II, los cuales tenían para realizar su labor además de las Sagradas Escrituras, la Liturgia de la Iglesia y la Tradición mantenida a lo largo de los primeros siglos por cada una de las comunidades cristianas formadas. Estos primeros escritores cristianos también fueron perseguidos y martirizados en algunos casos y se han dado en llamar los Padres Apologistas, por la defensa que tuvieron que hacer de los dogma de fe del cristianismo tantas veces cuestionados por doctrinas equivocadas, que surgían muchas veces entre los mismos  seguidores de Cristo.
Entre este grupo de escritores apologistas destacaremos en primer lugar a Tertuliano, nacido en el África romana en el año 160, convertido al cristianismo alrededor  del 197 y ordenado presbítero en la iglesia de Cartago.

Por esta misma época comenzó a publicar sus escrito más famosos, pero como asegura el Papa Benedicto XVI, en su audiencia general del jueves, 31 de mayo de 2007, una búsqueda de la verdad demasiado individual, junto a su intransigencia, le llevaron poco a poco a abandonar la iglesia de Cristo, uniéndose a la secta del montanismo. Entre otras muchas cosas el Papa nos dice con respecto a la figura de este gran escritor cristiano:
 
 


“Como todo buen apologista, experimenta al mismo tiempo la necesidad de comunicar positivamente la esencia del cristianismo. Por este motivo, adopta el método especulativo para ilustrar los fundamentos racionales del dogma cristiano…
Tertuliano, además, da un paso enorme en el desarrollo del dogma trinitario; nos dejó el lenguaje adecuado en latín para expresar este gran misterio, introduciendo los términos de <<una sustancia>> y <<tres personas>>. También desarrolló mucho el lenguaje correcto para expresar el misterio de Cristo, Hijo de Dios y verdadero Hombre…”

El montanismo fue un movimiento de renovación de la iglesia debido a Montano que terminó en herejía, ya que pretendían llevar a sus seguidores a creencias cada vez más apartadas de la fe de Cristo, como la intolerancia para perdonar a los pecadores arrepentidos, incluso después de realizar penitencia por sus pecados. Este movimiento tuvo en principio, gran aceptación, por parte de muchos creyentes, como por ejemplo el propio Tertuliano. Sin embargo tampoco estas ideas tan intransigentes fueron suficientes para este hombre, que finalmente acabó por crear su propia corriente de pensamiento. Se cree que el Tertulianismo, todavía estaba presente en la iglesia de Cartago en tiempos de San Agustín.


Este santo Padre de la iglesia en su crónica “De Haeresibus, LXXXVI”, nos dice que antes de morir hacia el año 220,Tertuliano  retornó al seno de iglesia católica y, por su parte, el Papa Benedicto XVI asegura también lo siguiente:
“En los escritos del africano, en definitiva, se afrontan numerosos temas que todavía hoy tenemos que afrontar. Nos involucran en una fecunda búsqueda interior, a la que invito a todos los fieles, para que sepan expresar de manera cada vez más convincente la <<Regla de la fe>>, según la cual, como dice Tertuliano, <<nosotros creemos que hay un solo Dios, y no hay otro fuera del Creador del mundo: él lo ha hecho todo de la nada por medio de su Verbo, engendrado antes de todo>>…”

Entre los padres apologistas del siglo III, cabe recordar también  a  San Hipólito de Roma (170/236), escritor prolífico de cuya vida se conocen pocos datos, aunque parece ser que fue seguidor de san Ireneo y presbítero de la iglesia de Roma. Se enfrentó al Papa, San Calixto I (217-222), por creer que había  dañado la disciplina de la iglesia, al perdonar a algunos miembros de la misma, que en un tiempo habían sido apartados de ella por su mal comportamiento y ello dio lugar a un cisma dentro de la comunidad cristiana. San Hipólito se alejó de la iglesia durante un periodo de tiempo bastante largo, pero siempre conservó su fe en Cristo, pudiéndose decir que su obra apologética es muy amplia, aunque sus escritos han llegado hasta nuestros días de forma muy fragmentada e incompleta. Hay que destacar de toda ella, por ejemplo, sus comentarios sobre el Cantar de los Cantares del Antiguo Testamento, así como una serie de obras polémicas en contra de los paganos y en general en contra de todas las herejías de la época. Se cree que finalmente regresó al seno de la iglesia y que incluso murió martirizado durante la persecución del emperador Maximiano (236).
 
 


Por otra parte, Orígenes (185-254) es considerado Padre de la iglesia por su extraordinaria erudición tanto en el campo de la teología como en el de la exégesis (estudio de la Biblia) y un gran escritor, del cual han llegado hasta nuestros días  gran cantidad de obras, en su mayoría incompletas, debido a las circunstancias que rodearon su vida y sus enseñanzas.  Nació en Alejandría y estudió en la llamada “Escuela de Alejandría”, teniendo como profesor al propio San Clemente de Alejandría. Según Javier Sesé, profesor de Teología en la Universidad de Navarra y Director del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de la misma Universidad:
“La enseñanza origeniana es una de las más decisivas en la formación del pensamiento espiritual de los siglos posteriores, sobre todo en el monacato oriental y en algunas corrientes místicas. Sin embargo, su planteamiento resulta algo peligroso frente al problema de la gnosis. Es un intento de diálogo racional, sin una crítica suficiente y sin dejar claros los peligros de fondo, al contrario que san Ireneo” (Historia de la espiritualidad. Capítulo I. Javier Sesé . EUNSA 2005)”

Orígenes vivió siempre profundamente afectado por el martirio de su padre Leónidas, en tiempos del emperador Septimio Severo, el cual después de mantenerlo prisionero un largo periodo de tiempo, ordenó que le cortaran al cabeza. Quizás por este motivo y sobre todo por su gran amor a Jesucristo deseó, a su vez, sufrir el martirio y aunque éste no le llegó de forma rotunda, sí que sufrió prisión y tortura durante la persecución del emperador Decio, pero posteriormente fue excarcelado. Debilitado y enfermo murió a consecuencia de los sufrimientos padecidos en su encarcelamiento cuando no había cumplido aún los setenta años.



El Papa Benedicto XVI en su Audiencia General del 25 de abril de 2007 nos hablaba así de la obra de este gran maestro de la cristiandad:
“El núcleo inspirador de esta obra es, como hemos mencionado, la <<triple lectura>> de las Escrituras desarrollada por Orígenes en el arco de su vida. Con esta expresión intentamos aludir a las tres modalidades más importantes -entre sí no sucesivas, sino más frecuentemente superpuestas- con las que Orígenes se dedicó al estudio de las Escrituras.
Ante todo el leyó la Biblia con la intención de asegurar el texto mejor y de ofrecer de ella la edición más fiable. Éste, por ejemplo, es el primer paso: conocer realmente qué está escrito y conocer lo que esta escritura quería intencional  e inicialmente decir...

Orígenes imprime un <<cambio irreversible>>al desarrollo del pensamiento teológico, basado en la explicación de las Escrituras, para progresar en el conocimiento de Dios. La tradición y el magisterio se configuran como <<Escritura en acción>>. El núcleo central de su obra consiste en la <<triple lectura>> de la Biblia. Sus Comentarios reproducen fielmente las explicaciones que daba tanto en Alejandría como en Cesarea, y sus Homilías retoman los diversos significados de las Escrituras. Desde el sentido literal, a través de la interpretación oral, los fieles deben llegar al significado espiritual más profundo. Promueve eficazmente la <<lectura cristiana>> del Antiguo Testamento, haciendo frente al reto de los herejes que oponían los dos Testamentos hasta rechazar el Antiguo. <<Para nosotros>>, afirma, los dos Testamentos son un nuevo Testamento”

A  Orígenes alguno historiadores le consideran además, precursor en el desarrollo de algunos aspectos de la mística y así es el primero en asociar la vida de las dos hermanas del amigo del Señor (Lázaro), con las dos formas de vida espirituales, activa y contemplativa según actuaban Marta y María Magdalena respectivamente.
 


Entre los principales alumnos de Orígenes hay que citar a San Dionisio de Alejandría que fue maestro y director de la escuela catequética de Alejandría. Sus padres eran paganos, pero él se convirtió al cristianismo tras asistir a las clases impartidas por Orígenes. Sobrevivió a la persecución del emperador Decio en el año 249, pero tuvo que huir de Alejandría y finalmente fue apresado y posteriormente liberado por gentes del campo que se compadecieron de él. Finalmente, murió en Alejandría (264) a causa de su mala salud, consecuencia de una vida tan desgraciada, pero su obra literaria fue muy amplia y provechosa para la cristiandad de todos los tiempos.
San Gregorio Taumaturgo fue otro alumno muy querido de Orígenes y es también considerado Padre de la iglesia, ya que aunque son pocos los escritos que se han conservado de él, se pude decir que estos han contribuido en gran medida a la formación de la doctrina católica. Nació en Neocesarea del Ponto, hacia el año 213 y sus padres también eran paganos como en el caso de San Dionisio,  Durante su estancia en Cesare de Palestina asistió a las clases de Orígenes y ello le conmovió de tal manera que decidió hacerse cristiano.
Años después fue nombrado Obispo de Neocesarea y tuvo ocasión de asistir al Concilio contra Pablo de Samosata (268), Patriarca de Antioquía, el cual demostró, con su vida, no ser un verdadero cristiano, dejándose arrastrar por algunas de las herejías de la época, como el modalismo . Falleció hacia el año 270, dejando tras de sí una imagen de santidad y sabiduría tal, que por ello no es de extrañar el hecho de que  San Basilio (329-330) y otros grandes Padres de la iglesia posteriores, como San Jerónimo de Estridón (342-420), lo hayan recordado como ejemplo a seguir por los cristianos de todas las épocas.  
A la muerte de Diocleciano, tomó el poder uno de sus Augustos, concretamente Constancio Cloro (293), que gobernaba las Galias y la península Ibérica en aquel momento y a la muerte de éste (306) los soldados proclamaron a su hijo Constantino como emperador, sin embargo la confusión en el imperio romano era tal, que llegó a haber hasta seis emperadores al mismo tiempo. Tras largos enfrentamientos, Constantino logró el poder absoluto unificando de nuevo el imperio bajo un solo mando.  
Después de las persecución, martirios y destierros sufridos por los cristianos a lo largo de casi tres siglo, los edictos de Constantino, primer emperador romano que favoreció a los seguidores de Cristo, supusieron una tregua importante para la evangelización de los pueblos, dando lugar a doctores de la Iglesia excelentes, como San Atanasio el Grande, Patriarca de Alejandría (siglo IV), San Gregorio Nacianceno (Siglo IV), San Ambrosio (siglo IV), San Jerónimo(finales del siglo IV) y por supuesto, el gran San Agustín, ya en el Siglo V, entre otros muchos.


De acuerdo con el Papa Juan Pablo II, la actividad desarrollada por los distintos Concilios Ecuménicos que tuvieron lugar a lo largo de estos primeros siglos, también puede considerarse una labor evangelizadora, ya que surgieron de la necesidad de expresar la verdad de la fe revelada con un lenguaje comunicativo y convincente para los hombres que vivían en el ámbito de la civilización helénica.
El primer Concilio Ecuménico fue el de Nicea en el año 325 con objeto de refutar las ideas erróneas del arrianismo. Arrío fue un sacerdote con gran preparación intelectual, pero de una soberbia inaudita, descontento con la Iglesia por no haber sido elegido Patriarca de Alejandría, llego a negar la Divinidad de Jesucristo asegurando que el Hijo no es igual al Padre, sino una criatura, aunque la más perfecta de todas. Esta herejía produjo daños graves a la Iglesia de Cristo pues encontró seguidores entre los fieles y también entre algunos Obispos.
Para combatir estas ideas, el Emperador Constantino, de acuerdo con el Papa San Silvestre (314/335), convocó un Concilio Universal en Nicea, al que acudieron unos 300 Obispos de todo el mundo y que fue presidido por el Obispo español, Osio.
Reunido el Concilio, en el que tomó parte el propio Arrío, se estudió el problema presentado por sus herejías, tratando de condensar el dogma católico en una fórmula, que no se prestara a más errores interpretativos. Rechazadas varias propuestas, por no ser esclarecedoras de la situación creada por Arrío, fue finalmente admitida la proposición que calificaba la relación entre el Padre y el Hijo como “consustancial”.
 


Con ella se consumó el símbolo de Nicea, o “Credo “, de la Misa: “Creo en un Señor Jesucristo, Hijo del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no nacido, consustancial al Padre….”.
De esta forma, se declaró tajantemente, que las enseñanzas de Arrío (256-336), eran contrarias a la fe de Cristo y por supuesto herejías, que revelaban hasta cierto punto la influencia de la cultura helenística sobre este triste personaje de la historia y nos hace comprender mejor la acogida, que sin duda tuvo en muchos sectores de la sociedad de aquellos siglos.
Algunos años después de celebrarse este Concilio, el propio emperador Constantino, ganado de nuevo por las ideas de los arrianos, se empeñó en anularlo y exigió al Papa Liberio (252-366) y a el Obispo Osio de Córdoba, la aceptación de estas herejías. Al no aceptar esta imposición del emperador, el Papa fue objeto de violencia y finalmente desterrado; por su parte,  Osio fue apresado y sometido a edad avanzada (90 años), a privaciones extremas, pero él se mantuvo firme hasta el final de su vida en la fe de Cristo, aunque sus enemigos trataban de engañar al pueblo de Dios diciendo que había claudicado.
Los arrianos, aunque condenados, siguieron intrigando y así el partido filoarriano, dirigido por el Obispo Eusebio de Nicomedia, logró alcanzar gran influencia en la Corte del emperador Constantino , el cual desterró también al Patriarca de Alejandría, San Atanasio y a otros Obispos católicos.
Arrío regresó del destierro al que inicialmente había sido sometido por orden imperial y pretendió tomar posesión de la Silla Patriarcal de Alejandría, donde sus seguidores, le habían preparado un recibimiento apoteósico. Sin embargo, la muerte prematura y terrible del hereje, convenció al emperador de que estaba equivocado respecto de las ideas propagadas por él y de inmediato levantó el destierro de San Atanasio y demás Obispos, combatiendo desde ese momento también él, el arrianismo.
 

Constantino I el Grande, cuando estaba a punto de morir deseó ser bautizado, declarándose finalmente abiertamente cristiano, después de una vida llena de indecisiones en cuanto a sus tendencias religiosas.

Su hijo mayor, que fue emperador con el nombre de Constantino II, se mostró casi desde el principio proclive al paganismo, implicándose en la lucha entre diversas corrientes cristianas. De cualquier forma su mandato fue muy corto (337/340) y su hermano  Constante que fue emperador de Roma  primero junto con Constantino II y a partir del año 340, con su otro hermano Constancio II, demostró una mayor tendencia hacia el cristianismo. Este emperador promulgó un decreto que prohibía los sacrificios paganos y apoyó siempre a los cristianos en su conflicto con los arrianos. Por otra parte, su hermano el emperador Constancio II (337/361), tercer hijo del emperador Constantino I  fue un gran defensor del cristianismo. En el año 354 ordenó cerrar todos los templos paganos y más tarde declaró todos los ritos paganos fuera de la ley.
Sin embargo sus sucesores, cayeron en terribles excesos, dando lugar a persecuciones contra los herejes y paganos que nada tenían que ver con la fe de Cristo. Estos hechos tuvieron siglos después  consecuencias muy poco favorables para el desarrollo del cristianismo.
Juliano el Apóstata (361/363), fue la gran excepción de la dinastía constantiniana, pues durante su brevísimo, pero terrible mandato, restableció el paganismo como religión oficial y aunque no persiguió abiertamente a los cristianos, si que trató de eliminar la religión de Cristo, apartándolos de su labor evangelizadora y prohibiéndoles ocupar cargos públicos.
El emperador Joviano (363/364), se consideraba cristiano, en contraste con su antecesor y por tanto abolió enseguida todos los mandatos del emperador Juliano, respecto al cristianismo. Mandó quemar la biblioteca de Antioquia en el año 364 y no satisfecho con este error, ordenó matar a todos los paganos consumando de esta forma su tremenda equivocación.

Los sucesores del emperador Joviano  estuvieron sumamente ocupados en vigilar y restaurar las fronteras del Imperio romano, constantemente atacadas por los llamados pueblos bárbaros. Así, por ejemplo, Valentiniano I tuvo que luchar en África, Germania y Britania y durante su reinado (364/375) el pueblo romano tuvo que enfrentarse a grandes dificultades por estas causas.
Este emperador aunque se consideraba cristiano, permitió la libertad total en materia religiosa entre sus súbditos. Su hijo y sucesor, Valentiniano II, fue elegido emperador a los cuatro años de edad, junto con su hermano Graciano que se quedó con las provincias Transalpinas, mientras que Italia, parte de Iliria y África quedaron bajo el poder de este emperador niño, manejado por su madre, Justina, que se declaró arriana y que combatió duramente a la Iglesia de Cristo.
 
 
Por suerte, durante este periodo de tiempo de guerras continuas y dificultades para la Iglesia, fue proclamado Obispo de Milán, San Ambrosio, que demostró ser un gran seguidor de los Evangelios y que luchó firmemente contra el paganismo en general y el arrianismo en particular. Este gran doctor de la Iglesia se enfrentó con valentía a la madre del emperador y consiguió que el propio emperador, Valentiniano II, declarara que “los emperadores tenían que estar a las ordenes de Dios al igual que los ciudadanos tenían que estar a las ordenes del emperador como soldados”.

Teodosio I el Grande (379/395) fue emperador de los romanos compartiendo primero el poder con Graciano y Valentiniano II y posteriormente consiguiendo reunir bajo su mando todo el Imperio, siendo el último emperador en alcanzar este mérito. Este emperador se declaró cristiano católico y aunque al principio de su mandato, a causa de su carácter colérico, recibió las reprimendas del Obispo San Ambrosio por su mal comportamiento, después, este le absolvió, no sin antes haber hecho grandes penitencias  y habiendo pedido perdón públicamente por sus pecados.
El segundo Concilio Ecuménico  (381), tuvo lugar bajo el reinado de este emperador cristiano, en Constantinopla, en contra de la herejía de Macedonio, Obispo de esta ciudad, que negaba la Divinidad del Espíritu Santo.
 


En dicho Concilio, iniciado bajo la presidencia del Patriarca Melecio de Antioquia y con la asistencia de unos 150 Obispos orientales, entre los que cabe destacar a Basilio el Grande, Gregorio Niseno y Gregorio Nacianceno, se condenó enérgicamente esta herejía y como resultado de ello, en el Credo aparece la siguiente definición: “Creo…. en el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo…..”. El carácter ecuménico de este transcendental Concilio fue declarado años después en otro Concilio celebrado en Calcedonia  en el siglo V.
Es evidente, que este largo periodo de la historia de la evangelización, estuvo lleno de problemas derivados, de una parte, de las persecuciones ejercida por los emperadores romano contra los cristianos, pero por otra, de la gran cantidad de errores cometidos por el propio pueblo de Cristo al interpretar su mensaje. Entre los deberes filiales que los hombres debemos a Dios destaca como ninguno el de la humillación, ya que cuando estos se olvidan de su Creador, son capaces de cometer las mayores aberraciones en la interpretación de sus mandatos.

No es de extrañar, por tanto, que en el  Antiguo Testamento,  se nos hable con tanta sabiduría sobre este tema (Eclesiástico 3, 20-30):
"Hazte más pequeño cuanto más grande eres, y ante Dios hallarás gracia / pues grandes son las misericordias de Dios y a los humildes descubre sus secretos / Lo que es harto maravilloso para ti no lo indagues, y lo que te está oculto no investigues / Piensa (sólo) en lo que se te ha mandado y no te preocupes por cosas ocultas / En cosas que rebasan tus fuerzas no te obstines; pues se te ha revelado más de lo que puedes (abarcar) / Ciertamente, a muchos ha engañado su pensamiento y las malas cavilaciones engañan / Un corazón obstinado tendrá mal fin y quien ama el peligro sucumbirá a él / El corazón que penetra en dos caminos no tendrá éxito y el corazón depravado tropezará en ellos / A un corazón obstinado se le multiplican las penas, y el pecador añade pecado a pecados / No hay curación para el mal del soberbio porque la planta del mal ha echado en él sus raíces "

 
 
 

JESÚS Y EL RETO DE LA EVANGELIZACION: SIGLOS I Y II




 
 
 
Desde la venida del Espíritu Santo, Pedro,  aceptó el reto de la evangelización con entusiasmo y habló, obró y se mostró como Primado de la Iglesia y Vicario de Cristo. Por ello, haciéndose cargo de la situación salió a predicar a la muchedumbre las enseñanzas de Cristo (30-31 d.C) y fueron muchos los que se convirtieron y bautizaron en esta primera evangelización (Hechos de los Apóstoles 2, 36-41):
-Con toda seguridad, pues, conozca todo Israel que Dios le constituyó Señor y Mesías a este mismo Jesús a quién vosotros crucificasteis
-Al oír esto, sintieron traspasado de dolor su corazón y dijeron a Pedro y a los demás Apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, varones hermanos?
-Pedro a ellos: Arrepentíos, dice, y bautícese cada uno de vosotros en nombre de Jesús-Cristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo
-Pues para vosotros es la promesa, y también para vuestros hijos y para todos los que están lejos, cuantos quiera que llamare a sí el Señor  Dios nuestro
-Y con otras muchas razones dio su testimonio, y los exhortaba diciendo: Salvaros de esa generación perversa
-Ellos, pues, acogiendo su palabra, fueron bautizados; y fueron agregados en aquel día como unas tres mil almas

A partir de ese momento, todos los Apóstoles con Pedro como cabeza de la Iglesia  hicieron prodigios, curaron enfermos y evangelizaron a todos aquellos que se acercaban para escucharles, pero por ello consiguieron ser perseguidos, encarcelados y en ocasiones desterrados, tal como les había anunciado Jesucristo.

No obstante, fueron muchas las vocaciones para evangelizar al pueblo de Israel, y entre todas ellas hay que destacar a San Esteban, uno de los siete diáconos elegidos por los Apóstoles para ayudarles. Esteban era un hombre agraciado por Dios, de gran sabiduría y excelentes dotes para la oratoria y por ello todo el que escuchaba sus palabras se sentía dispuesto a seguir a Cristo.
Corrían tiempos difíciles para el pueblo de Israel  y sobre todo para los seguidores de Jesús, como se había puesto de manifiesto desde mediados del  reinado del emperador Tiberio, heredero del emperador Augusto. A este último, junto con sus  descendientes, los historiadores les han denominado  dinastía Julio-Claudia, en referencia a los cinco primeros emperadores romanos: Octavio-Augusto (sobrino-nieto de Julio-Cesar, 27 a.C /14 d.C), Tiberio (hijastro del emperador Augusto, 14 d.C / 37 d.C), Calígula (hijo adoptivo del emperador Tiberio, 37 d.C /41 d.C), Claudio (tío del emperador Calígula, 41 d.C /54 d.C) y Nerón (sobrino de Claudio, 54 d.C /68 d.C).  

Ningún emperador de esta dinastía fue descendiente sanguíneo directo de su predecesor, aunque en alguna ocasión si existieron,  concretamente en el caso de Tiberio y de Claudio. Esto nos da idea de la situación de corruptela que había en el imperio romano durante esta época de la historia, donde era frecuente el complot para matar a los emperadores y así usurpar el poder, por encima de la línea de sucesión. Se trataba de un mundo peligroso, en el que todos los miembros de una familia, conspiraban e incluso estaban dispuestos a asesinar a los herederos directos para conseguir ellos mismos,  sus familiares inmediatos, o sus amantes, la sucesión del trono.
 


Jesucristo nació durante el reinado de Octavio-Augusto, primer emperador de esta dinastía y murió durante el reinado del emperador Tiberio y la evangelización llevada a cabo por los Apóstoles se desarrolló, prácticamente toda ella, durante esta dinastía, a excepción del apostolado de  San Juan Evangelista, cuya vida se prolongó hasta el reinado del emperador Domiciano (dinastía Flavia).   

Las autoridades judías de la época de San Esteban estaban, por su parte, tan corrompidas como las del resto del imperio y  se sintieron muy alarmadas ante su sapiencia y facilidad de contactar con el pueblo a través de la palabra y por ello le hicieron comparecer ante el Sanhedrín (Hechos de los Apóstoles 6, 8-15):
-Esteban lleno de gracia y revestido de poder, obraba grandes prodigios y señales entre el pueblo
-Pero se levantaron algunos de los que pertenecían a la sinagoga llamada de los Libertinos, de los Cirinenses y de los Alejandrínos y de los de Cilicía y Asía,
-y no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba
-Entonces indujeron bajo mano a unos hombres que dijesen:
Hemos oído a éste proferir palabras de blasfemia contra Moisés y contra Dios
-Y azuzaron al pueblo y a los ancianos y a los escribas, y cayendo sobre él le arrebataron y condujeron al Sanhedrín ;
-y presentaron testigos falsos, que decían: Este hombre no cesa de proferir palabras contra este santo lugar y contra la ley;
-Porque le hemos oído decir que ese Jesús Nazareno destruirá este lugar y cambiará los usos tradicionales que nos dio Moisés
 
 


-Y mirándole todos los que estaban fijamente, todos los que allí estaban, vieron su faz como la faz de un ángel.

A pesar de ello lo mataron,  pero no fue posible para las autoridades de Judea acallar a los cristianos, tal como se demostró, por primera vez, con su martirio y muerte. El diácono San Esteban, fue lapidado por los judíos hacía el año 35 d. C, durante el mandato del emperador Tiberio.  

A  raíz de la muerte de este hombre santo, que ha quedado para la historia señalado como el protomártir, acaeció una terrible persecución de los seguidores de Jesucristo y como consecuencia de ella todos ellos a excepción de los Apóstoles tuvieron que salir de Jerusalén, para predicar en otras zonas  de Israel, pero cuando terminó esta primera persecución, San Pedro recorrió parte de Palestina, visitando las nuevas Iglesias y también fue por primera vez a Antioquía (35/37), donde floreció la fe y  donde los discípulos de Cristo fueron llamados por primera vez cristianos.
Hacia el año 42 y con motivo de la persecución de los cristianos, decretada por Herodes Agripa I, nieto de Herodes El Grande y amigo personal del emperador Claudio, San Pedro fue encarcelado y posteriormente liberado milagrosamente por un ángel  lo que le permitió dirigirse a Roma para proseguir desde allí su tarea evangelizadora (12,11-17):
-Y Pedro, vuelto en sí dijo: “Ahora sé realmente que el Señor envió un ángel y me sacó de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo judío”
-Y después de reflexionar, se dirigió a la casa de María la madre de Juan, apellidado Marcos, donde se hallaban no pocos orando
-Y habiendo golpeado a la puerta de la entrada se acercó para escuchar una muchacha de nombre Rode;
-y reconociendo la voz de Pedro, de pura alegría se olvidó de abrir la puerta, y echando a correr hacia dentro, dio la noticia de que Pedro estaba a la puerta
-Ellos le dijeron: “Estás loca”. Más ella persistía en afirmar que así era. Ellos decían “será su ángel”
-Y Pedro seguía golpeando. Y habiendo abierto, le vieron, y quedaron fuera de sí
-Más él haciéndole señas con las manos que callasen, les enteró de cómo el Señor le había sacado de la cárcel; y dijo: “Dad noticia de esto a Santiago y a los hermanos”
-Y partiéndose de allí se fue a otro lugar
 
 

Antes de este suceso, había tenido lugar la muerte de Santiago el Mayor (hacia el año 43 o 44 d.C); era hijo de Zebedeo, hermano mayor de San Juan Evangelista y pariente de nuestro Señor Jesucristo, porque su madre Salomé era prima hermana de la virgen María.

Fue uno de los apóstoles preferidos del Señor y prueba de ello, es que estuvo presente, junto a su hermano y San Pedro en algunos acontecimientos, muy especiales, de su ministerio, como la “Transfiguración en el monte Tabor” y la “Resurrección de la hija de Jairo”. Según la tradición, habría llegado a Hispania (actuales España y Portugal), para evangelizar la península, e incluso se cree que preparó a algunos discípulos para que continuaran su labor, cuando él regresara a Jerusalén.

Éstos son, los llamados Varones Apostólicos, que según la tradición acompañaban al apóstol cuando se le apareció la Virgen María, en Caesaraugusta (Zaragoza) y que fueron ordenados Obispos, por San Pedro en Roma.  Al poco tiempo de su vuelta a Jerusalén, con motivo de una predicación suya, fue apresado y condenado a morir por orden del rey de Judea, Herodes Agripa (Hc 12, 2- 3 ):
-Por aquel mismo tiempo, Herodes el rey puso manos en el proyecto de vejar a algunos miembros de la Iglesia
-Quitó la vida con la espada a Santiago el hermano de Juan

Durante la persecución de Herodes Agripa, suscitada por el deseo de este rey de congraciarse con ciertos sectores del judaísmo, contrarios a las enseñanzas de Jesús, al mismo tiempo que Pedro marchaba a Roma, los restantes Apóstoles del Señor abandonaron Jerusalén y se dispersaron por todo el mundo en aquella época conocido para realizar la evangelización de todos los hombres tal como Jesucristo les había encomendado, pero en Jerusalén permaneció Santiago el Menor, hijo de Alfeo, pariente de Jesús, como Obispo de aquella ciudad.
 
 


Los primeros cristianos dieron ejemplo con su comportamiento virtuoso al resto de la humanidad. Vivian muy unidos entre sí; utilizaban sus medios económicos comunitariamente, por lo que no había entre ellos, ni pobres, ni ricos y sobre todo oraban mucho, recibían los Sacramentos y escuchaban continuamente la catequesis de labios de los propios Apóstoles y sus discípulos.
Claudio  gobernaba  el imperio cuando San Pedro llegaba a Roma, probablemente en el año 42 ó 43 d. C., que desde ese momento quedó constituida como Sede principal de la Iglesia de Cristo. En los primeros tiempos las autoridades romanas no distinguían el cristianismo del judaísmo, así por ejemplo, el historiador Tácito menciona las revueltas causadas en tiempos del emperador Claudio por los enfrentamientos entre los judíos en la ciudad de Roma hacia el año 44 después de Cristo.
Roma que en un principio tuvo un comportamiento ecuánime, permitiendo en el imperio las religiones de los distintos pueblos que lo constituían, se mostró desde el inicio enemigo del cristianismo. Las posibles causas fueron entre otras, de orden político, pues al predicarse  el amor entre los hombres, se provocaba el fracaso de su economía, basada principalmente en la esclavitud de los seres humanos. La historia cuenta que bajo  el mandato del emperador Claudio fueron expulsados los judíos porque estaban continuamente en litigio entre sí por causa de cierto “Chresto”,  (Suetonío y Dión Casio  (44 d. C.).
 
 


A pesar de todas las dificultades surgidas en el seno del propio pueblo judío y de la inicial hostilidad de los pueblos paganos, S. Pedro después de varios viajes realizados en el exterior, estableció su Sede definitivamente en Roma (49/64), que rigió por espacio de más de veinte años. Por tanto, la Sede principal del mundo cristiano fue desde entonces, centro de irradiación evangelizadora hasta nuestros días.
La evangelización de Europa se desarrolló, no obstante, sobre todo, gracias al Apóstol  San Pablo, nacido en Tarso (Cilicia), de padres judíos, pero con ciudadanía romana. Inicialmente fue enemigo acérrimo del cristianismo, incluso se cuenta en los “Hechos de los Apóstoles “ que estuvo presente en el martirio de San Esteban, pero posteriormente se convirtió, gracias a la llamada de Jesucristo (año 36 d. c.).

Después de ser atendido por Ananías, tal como le había dicho el Señor cuando se le apareció, permaneció en Damasco durante un tiempo y llevó a cabo por primera vez la tarea evangelizadora que Jesús le encomendó.

Sus antiguos amigos y compañeros (pertenecía a la secta de los fariseos) al ver el cambio tan radical que había experimentado, se quedaban admirados cuando predicaba en la sinagoga, asegurando que Jesucristo era realmente el Hijo de Dios (Hechos de los Apóstoles, 9, 19-25):
-Y estuvo con los discípulos que había en Damasco, algunos días
-Y en seguida en las sinagogas predicaba a Jesús…
-Y se asombraban todos los que le oían, y decían: ¿No es éste el que en Jerusalén hizo estragos en los que invocan este nombre, y aquí precisamente había venido para llevarlos atados a los sumos sacerdotes?



-Y Saulo más y más se fortalecía, y confundía a los judíos que habitaban en Damasco…
-Cuando hubieron transcurrido bastantes días, tramaron los judíos el plan de matarlo;
-más llegó al conocimiento de Saulo su plan de asechanzas. Y vigilaban día y noche, las puertas de la ciudad especialmente con el designio de matarle.
-Más tomándole los discípulos durante la noche, lo descolgaron muro abajo en una espuerta
   
No habiendo tenido mucho éxito en esta primera ocasión, que predicaba las enseñanzas de Cristo, se retiró a Arabia a orar y prepararse a conciencia para la difícil tarea que  el Señor le había encomendado. Retornó después de un cierto tiempo a Damasco y más tarde pasó a Jerusalén donde se encontraban los Apóstoles para tratar de ponerse en contacto con ellos y recibir su beneplácito.

Originalmente Pablo, debido a sus antecedentes anticristianos, fue recibido con mucha desconfianza por parte de casi todos los discípulos del Señor, pero sin embargo supo demostrarles que profunda era su fe y por otra parte, tuvo a su favor la ayuda inestimable de Bernabé, un discípulo muy querido de los Apóstoles y de toda la comunidad cristiana, el cual relató a la misma como había tenido lugar la maravillosa conversión de San Pablo.

Enseguida se dedicó a su tarea apostólica con gran éxito aunque desde un principio los judíos más radicales, defensores del cumplimiento riguroso de la ley, se enfrentaron con él,  pues era partidario de abolir el judaísmo, un pensamiento presente en la Iglesia de Cristo desde casi sus inicios y que exigía para salvarse el cumplimiento  riguroso de la ley Mosaica (Hechos de los Apóstoles, 15, 1-3):
-Y bajando algunos de la Judea, enseñaban a los hermanos que “si no os circuncidárais conforme al uso de Moisés, no podéis ser salvos”
-Y habiéndose producido un altercado y no leve discusión de Pablo y Bernabé con ellos, se determinó que Pablo y Bernabé y algunos otros de entre ellos subieran a Jerusalén a los Apóstoles y presbíteros para tratar de estas cuestiones
-Ellos, pues, despedidos por la Iglesia, atravesaban Fenicia y la Samaria refiriendo la conversión de los gentiles y daban materia de gran gozo a todos los hermanos.

El judaísmo dio lugar, sin embargo, al Concilio Apostólico de Jerusalén presidido por el  Apóstol Santiago (el Menor) como jefe de la Iglesia de Jerusalén probablemente hacia el año 50 ó 51 d.C. y donde prácticamente estuvieron presentes todos los Apóstoles del Señor con San Pedro como cabeza de la Iglesia.

En el mismo, en primer lugar los Apóstoles contaron a todos los cristianos allí presentes todos los milagros que había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles y como muchos se habían convertido a la fe de Cristo. El cumplimiento riguroso de la ley Mosaica era sin embargo un obstáculo grande para muchos de ellos e impedía que las conversiones fueran mayores por lo que tras largos debates los Apóstoles acabaron por librar a los gentiles  del cumplimento de ciertos aspectos de esta ley que no eran relevantes para el seguimiento de las enseñanzas de Jesucristo, tal como puso de manifiesto San Pedro con el siguiente discurso (Hechos de los Apóstoles 15, 7-10):


-Habiéndose producido una larga y viva discusión, levantándose Pedro les dijo:
-Varones hermanos, vosotros sabéis que desde antiguos días Dios me escogió en medio de vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la palabra del Evangelio y creyesen
-Y el conocedor de los corazones, Dios, dio testimonio a favor de ellos, dándoles el Espíritu Santo, lo mismo que a nosotros,
-y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando con la fe sus corazones
-Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios con imponer sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar?
-Más por la gracia del Señor Jesús creemos ser salvos de la misma manera que ellos.

Se puede decir que este primer Concilio Apostólico de la Iglesia de Cristo fue tan importante, que en lo sucesivo siempre serviría de referencia válida para los siguientes Concilios Ecuménicos. Terminado el mismo, los Apóstoles y todos los discípulos del Señor se incorporaron de nuevo a sus respectivas tareas evangelizadoras, pero la historia de la Iglesia tiene pocos datos fehacientes de todas ellas.

Sin embargo gracias a “Los hechos de los Apóstoles” escritos por San Lucas y las Epístolas escritas por San Pablo, San Pedro y otros Apóstoles, que han llegado hasta nuestros días, junto con los datos aportados por la Tradición de la Iglesia, han permitido conocer los hechos más  importantes de la labor apostólica realizada en los dos primeros siglos de la historia de la cristiandad por estos hombres.
Del Apóstol que más datos tenemos es sin duda San Pablo, probablemente gracias al evangelista San Lucas que participó junto con él en muchas de sus experiencias evangelizadoras. San Pablo recorrió casi todo el mundo pagano, pues él consideraba que Cristo le había llamado principalmente para realizar su labor apostólica sobre los gentiles, llevando a cabo tres viajes evangelizadores, en los que recorrió más de 6000 kilómetros, por el mundo en aquella época conocido.

 


En su tercer viaje, en el que recorrió la región de Galacia y la Frigia, pasando después a Éfeso, bautizó en nombre de Jesús, a algunos discípulos de San Juan Bautista, pero encontrando de nuevo oposición entre los propios judíos, se apartó de ellos (Hechos de los Apóstoles, 19, 8-10):
-Y entrando en la sinagoga, hablaba con entera libertad por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo en lo tocante al reino de Dios
-Mas como algunos se endureciesen y no se rindiesen, diciendo mal del Camino en presencia de la muchedumbre, apartándose de ellos formó grupo aparte con los discípulos, y razonaba diariamente en la escuela de Tirano
-Y esto continuó por espacio de dos años, de suerte que todos los habitantes de Asía, tantos los judíos como los gentiles, pudieron oír la palabra del Señor.

Permaneció Pablo un largo tiempo en Asía evangelizando y haciendo milagros, pero por causa de los intereses del grupo de los plateros de la diosa Artemis, ya que eran muchos los gentiles que se convertían al cristianismo y dejaban de comprar ofrendas, se produjo un motín contra el Apóstol y sus seguidores.

Estos hechos, precipitaron la salida de Pablo hacia Macedonia. Después de recorrer Grecia y otros países evangelizando se dirigió por fin a Jerusalén donde los seguidores de Cristo, con Santiago (el Menor) a la cabeza, le recibieron con alegría, pero le manifestaron que los problemas con el judaísmo no habían acabado y que muchos hablaban en contra de las enseñanzas de Pablo.

 


Aproximadamente a la semana de estar el Apóstol en Jerusalén se produjo un nuevo motín, debido a los judíos que habían llegado de Asía  diciendo que le habían visto en el templo profanando el santo lugar y a consecuencia de ello fue encarcelado por mandato del tribuno de la cohorte destinada en Jerusalén, que había sido informado de la revuelta de los judíos.
Finalmente, tras apelar a su condición  de ciudadano romano, pasados algunos duros años, llegó a Roma donde prosiguió su labor evangelizadora, aun encontrándose bajo arresto provisional en su casa, pero en la terrible persecución de los cristianos iniciada durante el reinado del emperador Nerón fue decapitado probablemente muy poco antes ó después de que San Pedro fuera así mismo martirizado y muerto en cruz hacia el año 67 d. C.
Los restantes Apóstoles del Señor, después de predicar el Evangelio por  distintas partes del mundo, fueron también martirizados y murieron dando con ello un supremo testimonio de verdad en la doctrina que profesaban. 



San Juan fue el único Apóstol que murió en el siglo II y no por martirio, aunque según San Agustín no faltó Juan al martirio, sino que el martirio le faltó a Juan. San Juan Evangelista fue martirizado, pero no padeció hasta morir, durante la persecución de los cristianos realizada por orden del emperador Domiciano (año 81 d. C).
Domiciano sucedió en el Imperio a su hermano Tito (dinastía de los Flavios) (79/81), el cual había tomado Jerusalén y destruido su templo, por lo que el pueblo israelita se encontraba en una situación desesperada en aquellos momentos.

Por su parte, Domiciano utilizó todo su poder para provocar la destrucción del Reino de Cristo (2ª persecución), siendo su crueldad igual o mayor que la del mismo Nerón (1ª persecución). En aquella época San Juan se encontraba en Éfeso, atendiendo a las necesidades de la Iglesia de Asía, pero también allí llegó la persecución de este emperador, siendo conducido a Roma donde arrojado a una tinaja de aceite hirviendo por mandato del mismo, no murió, porque el aceite se convirtió en agua tibia por milagro de Dios. Entonces Domiciano, asustado por este hecho prodigioso lo desterró a la isla de Patmos, en el mar Egeo.
Hacia el año 70 la palabra de Cristo se había predicado en casi todo el orbe gracias a los Apóstoles, cumpliendo así los deseos de su Maestro. Estos hombres para seguir a Jesús lo dejaron todo; los pescadores abandonaron sus barcas y sus aparejos, como Pedro y Andrés;  este último evangelizó en Oriente y por ello es considerado  cabeza de las Iglesias allí creadas, muriendo por martirio como su hermano, en la cruz:

 


Los Apóstoles (primera generación de evangelizadores), fueron maestros incansables de la doctrina de Cristo y dejaron al morir numerosos discípulos que los siguieron en el camino por ellos emprendido.

Entre los discípulos que recibieron el mensaje del Mesías de los mismos Apóstoles, se encuentran  San Lucas, San Marcos, Felipe (el diácono), Bernabé, Tito y Timoteo que evangelizaron por distintas partes del mundo,  muchas veces,  acompañando a los propios Apóstoles en sus viajes y que también fueron martirizados y murieron por nuestro Señor Jesucristo.

Algunos de estos, en particular San Marcos y San Lucas, junto con el Apóstol San Mateo, pusieron por escrito las enseñanzas y la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, dando lugar a los llamados Evangelios sinópticos, porque siguen una misma tradición, aunque con el estilo propio de cada uno de ellos y fueron recogidos más tarde en el Nuevo Testamento.

El cuarto Evangelio fue escrito bastante más tarde, probablemente durante los últimos años del siglo I, y según la tradición de la Iglesia fue el Apóstol San Juan, hermano del apóstol Santiago el Mayor, su autor. Este evangelista empleó una forma literaria diferente a la de los evangelistas sinópticos, pudiéndose decir que es especial, incluso en la forma de presentar los hechos, utilizando la simbología maravillosamente, para poner de relieve tanto lo que fue la vida de Jesús sobre la tierra, como su mensaje divino.
Tras la desaparición de los Apóstoles, de sus discípulos y de mucha gente que los conocieron, convivieron con ellos y fueron evangelizados por ellos, otras muchas personas prosiguieron con la tarea evangelizadora de la Iglesia, dando lugar  a muchos santos mártires, que murieron por llevar la fe de Cristo a los hombres y mujeres de su época, algunos de los cuales han quedado constatados en las Antiguas Actas de los mártires de la Iglesia (Martirologio Romano). El Martirologio es un catálogo de mártires y santos de la Iglesia Católica ordenados según la fecha de celebración de sus fiestas.
 



La mayoría de los mártires de la época antigua de la Iglesia, se dieron durante las diez persecuciones que sufrieron los cristianos por parte del Imperio romano y en concreto las de Nerón (54/68), Domiciano (81/96), Trajano (98/117), Marco Aurelio (161/169) y Septimio Severo (193/211), durante los siglos I y II.
Entre los  santos mártires debemos destacar a los Papas de los primeros siglos que siguieron a San Pedro como cabezas de la Iglesia y que dieron su vida por combatir las sucesivas herejías que trataron desde un principio, sin conseguirlo, de minar la base sobre la que se asentaba el Reino de Cristo. Citaremos como ejemplos a los Papas siguiente: San Lino (67/76) , San Anacleto (76/88), San Clemente (88/97) y siguientes, todos ellos santos y casi siempre mártires, hasta San Víctor I (189/199).
Por otra parte, entre las numerosas sectas heréticas,  de aquel tiempo, se pueden citar como más conocidas: la gnóstica, la maniquea y la anabaptista, entre otras.  Pero a finales del siglo primero y por toda la mitad del siglo segundo, surgen los llamados Padres Apostólicos, que pueden considerarse junto con los Papas, los primeros maestros de la Iglesia, después de los Apóstoles y los discípulos de estos y que combatieron sin cesar todas las herejías que iban surgiendo sobre el mensaje de Cristo.
Estos Padres Apostólicos fueron oyentes directos, muchos de ellos, de las enseñanzas de los Apóstoles ó de sus discípulos y realizaron su evangelización adaptándola siempre con rigor a las nuevas necesidades de la Iglesia de los primeros siglos. 



Siguiendo a San Agustín podemos decir que estos fueron, los sembradores, los regeneradores, los constructores, los pastores y los alimentadores de la Iglesia, que pudo crecer gracias a su acción vigilante e incansable.
No debemos confundir a los “Padres Apostólicos”, de los primeros siglos con los llamados “Padres de la Iglesia”, de siglos posteriores. En general, en la actualidad, se admite por parte de los historiadores que entre los principales Padres Apostólicos está San Clemente Romano, que según el testimonio de San Ireneo, conoció a los Apóstoles Pedro y Pablo, y que es considerado por la Iglesia católica mártir, pues probablemente fue condenado a morir durante el reinado de Trajano, siendo  el tercer Papa después de San Pedro; además escribió una epístola a los corintios hacia el año 97 d.C, que se ha conservado hasta nuestros días.

Otro Padre Apostólico es un obispo que fue mártir por exposición a fieras carniceras durante el reinado de Trajano, San Ignacio de Antioquía, que también conoció a los Apóstoles y que escribió  epístolas, al estilo de San Pablo, a las comunidades cristianas de Efeso, Trales, Roma, Filadelfía, Esmirna y otras, hacia el año 110 d.C  y  que es considerado un gran místico por la iglesia, por su deseo de morir mártir y su forma maravillosa de proclamar el mensaje de Cristo.

San Policarpo, de quién San Ireneo asegura que conoció al Apóstol San Juan, obispo de la ciudad de Esmirna, es otro Padre Apostólico y de él se tienen muy pocos datos de su vida,  pero  sí se sabe que murió martirizado en la hoguera, durante el reinado de Antonino Pio (138/161), en esta misma ciudad, hacia el año 155 d.C.
 


Mención especial merece también, San Ireneo, obispo de Lyon (189) por su lucha contra el gnosticismo, una terrible herejía que de forma solapada ha llegado hasta nuestros días.

Dice Javier Sesé (Doctor en Teología por la Universidad de Navarra), en su libro “Historia de la espiritualidad”. (Ediciones Universidad de Navarra. S.A. EUNSA, 2005):
"El gnosticismo en sentido amplio, en cuanto a la utilización de la gnosis o pensamiento filosófico para explicar las verdades de la fe, apareció muy pronto en la reflexión cristiana y, rectamente utilizado, no debió presentar problemas. Sin embargo pronto surgieron en el seno del cristianismo corrientes gnósticas heréticas apoyadas en el uso excesivo e indiscriminado de determinadas filosofías, o debido a mezclas con otras tendencias religiosas. El gnosticismo propiamente dicho fue, en efecto, un movimiento ecléctico y complejo: tomó elementos cristianos, del platonismo, de las religiones mistéricas orientales..."
Los seguidores del gnosticismo creen que sus conocimientos emanan de un ser superior, al que llaman Dios, que ha revelado solo a ellos la verdad. Más concretamente, para ellos, fue Jesús el que realizó esta revelación privada a los Apóstoles, siendo por tanto el prototipo del gnosticismo. Ellos son aquellos hombres que han recibido esa revelación privada y los únicos, por tanto, que pueden alcanzar la verdadera santidad. Según estas ideas serian muy pocas las personas que podrían alcanzar la santidad, porque no son poseedoras de la verdadera fe.
San Ireneo fue un gran teólogo que estudió y explicó con gran claridad el mensaje de Jesús y que conocía en profundidad el Antiguo Testamento, por lo que establecía paralelismos entre éste y el Nuevo Testamento. Así, afirmó que el sacrificio de Abel es un símbolo del sacrificio de Jesús y defendió el principio de la tradición en contra del gnosticismo. Para él, sólo las iglesias  fundadas por los Apóstoles pueden servir de apoyo para la enseñanza, de la fe de Cristo. No se tiene certeza sobre la fecha de su muerte ocurrida en Lyon, a raíz de una cruel persecución de los cristianos hacia el año 202, durante el reinado del emperador Septimio Severo (193-211).
A finales del siglo I y principios del II surgen, por otra parte, los Padres Apologistas ó antiguos escritores cristianos que se proponían defender la fe de Cristo de las acusaciones recibidas por parte, principalmente, de los paganos, con objeto de que el cristianismo se pudiera propagar por todo el imperio, sin peligro para aquellas personas que lo profesaban.

Se trataba de hombres de un nivel cultural muy elevado que conocían las leyes romanas y tenían una capacidad de comunicación a través de sus escritos muy alta, aunque quizá desde el punto de vista espiritual eran menos profundos que los Padres Apostólicos.



El Papa Benedicto XVI en su audiencia general de 21 de marzo de 2007 explicaba a este propósito que:
"Los apologistas buscan dos finalidades: una, estrictamente apologética, o sea, defender el cristianismo naciente (apología, en griego, significa precisamente “defensa”), y otra, “misionera”, o sea, proponer, exponer los contenidos de la fe con un lenguaje y con categorías de pensamiento comprensibles para los contemporáneos"

Entre estos Padres destaca, probablemente con la categoría de primer filósofo cristiano, San Justino, que tras una larga búsqueda de la verdad, la encontró en las enseñanzas de Cristo, lo que le hizo convertirse al cristianismo, fundando una escuela en Roma, donde gratuitamente enseñaba los principios de fe cristiana.

Precisamente, por este motivo fue denunciado y decapitado aproximadamente hacia el año 165, durante el reinado de Marco Antonio (Dinastía antonina) (161-180). Este emperador es considerado por algunos historiadores como una gran figura de la filosofía estoica, pero persiguió  a los cristianos con gran ahínco, y entre otras cosas, algunos historiadores aseguran que, <tenía una especial indiferencia hacia las brutalidades en la vida>.
Entre las obras de San Justino son mencionables las Apologías I y II y  sobre todo el Dialogo con Trifón, dónde relata su encuentro con un misterioso personaje, un anciano que se encontró en la playa, el cual le explicó que debía acudir a la lectura de los antiguos profetas para encontrar el camino de Dios, exhortándole al despedirse de él, a que practicase la oración, para que se le abriesen las puertas de la luz.



El Papa Benedicto XVI en la audiencia anteriormente mencionada dice:
"Este relato constituye el episodio crucial de la vida de san Justino: al final de un largo camino filosófico de búsqueda de la verdad, llegó a la fe cristiana"

San Teófilo,  según la tradición fue el sexto obispo de Antioquía de Siria, inicialmente era pagano, pero se convirtió al cristianismo, según el mismo contó, por la lectura de la Escrituras sagradas. Se conserva de él un escrito apologético dirigido a su amigo Autólico, donde demuestra sus conocimientos religiosos. Según algunos autores es el primer escritor cristiano que hace un comentario exegético del Génesis y también es el primero que da una explicación del dogma trinitario en el que aparece la distinción entre el “Verbo inmanente” y el “Verbo proferido o emitido” como instrumento de la creación al comienzo de los tiempos.
Con los Padres Apologistas definen de forma excepcional los conceptos principales de la fe de Cristo, como son: la idea de Dios, la idea de la creación, la concepción del hombre, el lugar del hombre en el mundo... Es por ello, que según Benedicto XVI, pueden considerarse grandes figuras de la Iglesia  primitiva.

La obra evangelizadora de todos estos hombres que, poseían la gracia del  Espíritu Santo, se difundió por todas las provincias romanas de Europa, Asia y África, traspasando incluso las fronteras del  Imperio. A  mediados del siglo II, según los testimonios de políticos y escritores de la época, no había ya un rincón conocido donde no hubiese llegado el evangelio de Cristo y las causas de esta extensa y temprana difusión del cristianismo se pudo deber a varios motivos, entre los que destacaremos en primer lugar la acción del Espíritu Santo




en segundo lugar la buena organización para las comunicaciones, mediante vías, del Imperio romano y en tercer lugar el descrédito que ya sufrían  entonces las religiones paganas que no estaban basadas en la justicia y el amor como ocurría con el cristianismo.
Para terminar este breve repaso sobre la evangelización, en los primeros siglos del cristianismo, recordaremos ahora la oración que Cristo hizo por toda su Iglesia (Jn 17, 20-26):
 



-No ruego por éstos solamente, sino también por los que crean en mí por medio de su palabra
-que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, para que sean uno como nosotros somos uno, para que el mundo sepa que tú me enviaste
-Y yo les he comunicado la gloria que tú me has dado, para que sean uno como nosotros somos uno
-Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad; para que conozca el mundo que tú me enviaste y les amaste a ellos como me amaste a mí
-Padre, lo que has dado, quiero que, donde estoy yo, también ellos estén conmigo, para que contemplen mi gloria que me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo
-Padre justo, y el mundo no te conoció, pero yo te conocí; y éstos también conocieron que tú me enviaste
-Y yo les manifesté tu nombre, y se lo manifestaré, para que el amor con que me amaste sea en ellos, y yo también esté en ellos.