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sábado, 18 de abril de 2020

JESÚS Y LA PARÁBOLA DEL ADMINISTRADOR INFIEL



 
 
 
Como diría el Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret, 1ª Parte>: Las Parábolas son indudablemente el corazón de la predicación de Jesús. San Lucas es uno de los evangelistas que más citaron sus parábolas; concretamente, relató así, la parábola del administrador infiel, propuesta por el Señor en un momento dado de su vida pública (Lc 16, 1-8):


“Era un hombre rico que tenía un mayordomo, el cual fue acusado ante él de que disipaba su hacienda / Y habiéndole llamado, le dijo: ¿Qué es eso que me cuentan de ti? Ríndeme cuentas de tu administración, porque no podrás en adelante seguir de mayordomo / Dijo para sí el mayordomo: ¿Qué voy a hacer, ya que mi amo me quita la mayordomía? ¿Cavar? No puedo ¿Mendigar? Me da vergüenza / Ya sé lo que haré para que cuando sea destituido de mayordomía me reciban en sus casas / Y llamando a cada uno de los deudores de su amo, decía al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? / Él dijo: Cien batas (aproximadamente 40 litros) de aceite. Él le dijo: Toma tu factura  y siéntate al punto y escribe cincuenta / Luego dijo a otro: ¿Y tú cuanto debes? Él dijo cien cargas de trigo. Y le dijo toma tu factura y escribe ochenta / Y alabó el amo al mayordomo infiel, porque había obrado sagazmente; porque los hijos de este siglo, son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz en el trato con sus semejantes”

 
 
Este pasaje de la vida del Señor fue narrado tan solo por el evangelista san Lucas (médico de profesión y amigo de san Pablo), el cual buscó y encontró una fuente de información entre las personas más allegadas a Jesús, especialmente entre aquellas que habían escuchado en directo sus palabras y habían presenciado sus portentosos  milagros.

En principio, para la mentalidad de hoy en día, podría parecer inverosímil que Jesús alabara por medio de esta parábola a una persona que había sido infiel a su amo mediante una artimaña tan poco correcta. Sin embargo hay que acabar de leer por completo lo que dijo el Señor, sobre todo, a continuación de la narración de la parábola para comprender sin equívocos lo que realmente quiso enseñar con ella a sus discípulos y a las gentes que siempre le seguían. En efecto, el Señor continuó diciendo según el evangelio de san Lucas (Lc 16, 9-13):

“Yo también os digo: Granjeaos amigos con esa riqueza de iniquidad para que, cuando  venga a faltar, os reciban en las moradas eternas / Quien es fiel en lo poco es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho / Por tanto, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? ¿Y  si en lo ajeno no fuisteis fieles? ¿Quién os dará lo vuestro? / Nadie puede servir a dos señores, pues o tendrá odio a uno y amor al otro, o prestará su adhesión  al primero y menospreciará al segundo: No podéis servir a Dios y a las riquezas”

Con el primer versículo de este párrafo del evangelio de san Lucas (Lc 1, 9), Jesús da por supuesta la inmoralidad de la actuación del mayordomo, pero lo que realmente quiere enseñar a los que le escuchan es que deben ser sagaces e ingeniosos para practicar la evangelización, es decir para extender el Reino de Dios.

Lo que en principio parece una alabanza a la sagacidad del mayordomo se traduce después en un reproche a la indolencia e ineptitud de los hombres de buena voluntad que en ocasiones no saben obrar adecuadamente para conseguir el bien buscado.En definitiva, la moraleja que se podría sacar de esta parábola del Señor más bien parece que se refiere a la sagacidad del mayordomo, pero en el fondo también alude a su fraude, por cuanto la riqueza se llama <riqueza de iniquidad>.

Por otra parte, habla también el Señor de la fidelidad en lo pequeño que predispone a la fidelidad en lo grande. Esta sentencia de Jesús puede ser un ejemplo de santidad a seguir porque puede prevenir de un futuro comportamiento inicuo y hasta dañoso en algunos casos.

 
 
Hay que recordar de nuevo, que san Lucas probablemente no había conocido a Jesús de forma directa y por eso para escribir su Evangelio, como hemos comentado antes, hubo de recurrir a la investigación entre los más cercanos a Él, aquellos que convivieron con Jesús. De esta forma pudo obtener una visión más próxima a la vida y obra de Cristo.

De acuerdo con la Tradición de la Iglesia, san Lucas llevó a cabo este magno trabajo quizás, considerando que su narración de los acontecimientos que habían tenido lugar, no llegaría a constituir una obra ya hecha y acabada, sino un documento informativo o fuente de una obra más vasta. Es por ello que desde el punto de vista cronológico se diferencia en ciertas ocasiones de los Evangelios de san Marcos y de san Mateo, pero eso sí, recogió algunos hechos de la vida del Señor ignorados por los otros evangelistas, como sucedió en el caso concreto, de la parábola que ahora estamos recordando.

En este sentido, es quizás también conveniente, tener en cuenta las reflexiones del Papa Benedicto XVI a propósito de esta parábola que como el mismo dijo  suscita en nosotros cierta sorpresa porque en ella se habla de un administrador injusto, al que en principio parece que se alaba (Homilía durante la celebración Eucarística en la plaza delante  de la Catedral de Velletri; domingo 23 de septiembre de 2007):

 
 
 
“Analizándola a fondo, el Señor nos da una enseñanza seria y muy saludable. Como siempre, el Señor toma como punto de partida sucesos de la crónica diaria: habla de un administrador que está a punto de ser despedido  por gestión fraudulenta de los negocios de su amo y, para asegurarse su futuro, con astucia trata de negociar con los deudores. Ciertamente es injusto, pero astuto: el evangelio no nos lo presenta como un ejemplo a seguir en su injusticia, sino como ejemplo a imitar por su astucia previsora. En efecto, la breve parábola concluye con estas palabras: <El amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido (Lc 16, 8)> Pero, ¿qué es lo que quiere decirnos Jesús con esta parábola, con esta conclusión sorprendente?”

 
Tras esta pregunta realizada por el Papa debemos recordar, que antes, hemos señalado como el evangelista san Lucas después de narrar la parábola del Señor, nos presenta una serie de dichos y advertencias sobre la relación que debemos tener con el dinero y con los bienes de esta tierra. Son pequeñas frases de Jesús, que nos invitan a una forma de obrar adecuada, estando siempre en guardia para evitar equivocarnos a la hora de aprovechar los bienes que nos ofrece este mundo. Por eso, como sigue diciendo el Papa Benedicto XVI en su Homilía:

 
 
 
“En verdad, la vida  es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre el bien y el mal. Es incisiva y perentoria la conclusión del pasaje evangélico: <Ningún siervo puede servir a dos amos: porque, o bien aborrecerá a uno y amará a otro, o bien  se dedicará al primero y no hará caso del segundo>. En definitiva, dice Jesús, hay que decidirse: <No podéis servir a Dios y al dinero> (Lc 16, 13).

La palabra que usa para decir dinero, mammona, es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo con tal de lograr el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de una persona”

 
Que cercanas nos parecen hoy en día estas acertadas reflexiones del Papa Benedicto XVI. <Mammona>, es lo que se nos enseña como algo necesario para sobresalir en esta paganizada sociedad constantemente, a través de todos los medios a su alcance, y son muchos; el objetivo final es  que, de esta forma, el éxito económico y el éxito en los negocios, nos hagan olvidar  por completo al Dios Trino, al Dios Creador. Ante la grave situación en la que se encuentran actualmente los seres humanos, el Papa aconsejaba con estas palabras (Ibid):

 
 
 
“Por consiguiente, es necesaria una decisión fundamental para elegir entre Dios y <mammona>; es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad. Cuando prevalece la lógica del lucro, aumenta la desproporción entre los pobres y los ricos, así como la explotación dañina del planeta. Por el contrario, cuando prevalece la lógica del compartir y de la solidaridad, se puede corregir la ruta y orientarla hacia el desarrollo equitativo, para el bien común de todos.

En el fondo, se trata de la decisión entre el egoísmo y el amor, entre la justicia y la injusticia; en definitiva, entre Dios y Satanás. Si amar a Cristo y a los hermanos no se considera algo accesorio y superficial, sino más bien la finalidad verdadera y última de toda nuestra vida, es necesario saber hacer opciones fundamentales, estar dispuestos a renuncias radicales, si es preciso hasta el martirio. Hoy como ayer, la vida del cristiano exige valentía para ir contracorriente, para amar como Jesús, que llegó incluso al sacrificio de sí mismo en la cruz”

 
En efecto, dice el Señor  en la parábola que estamos recordando que: <El que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho> (Lc 16, 10), en este sentido, el Papa Benedicto XVI  manifestaba (Ibid):

“La única manera de hacer fructificar para la eternidad nuestras cualidades y capacidades personales, así como las riquezas que poseemos, es compartirlas con nuestros hermanos,  siendo de este modo buenos administradores de lo que Dios nos encomienda…

 
 
De esta opción fundamental, que es preciso realizar cada día, hablaba en su tiempo el profeta Amós. Con palabras fuertes, critica un estilo de vida típico de quienes se dejan absorber por una búsqueda egoísta del lucro de todas las manera posibles y que se traduce en afán de ganancias, en desprecio a los pobres y en explotación de su situación en beneficio propio”

 Sucedió que Amós profetizo a su pueblo probablemente entre los años 760-750, periodo de tiempo durante el cual eran muchos los desamparados por la fortuna, mientras que los ritos religiosos a falsos dioses, así como las malas costumbres eran frecuentes entre  los más ricos. Ante situación tan injusta, Dios llamó a este profeta para que recordara al pueblo que el verdadero culto, la verdadera religión, tenía que traducirse en la práctica  de la justicia y la defensa de los pobres y que en el <día del Señor>  todos sus vicios y malas costumbres  se tendrían muy en cuenta. Profetizó, pues, el profeta Amós por consejo de Dios (Am 2, 6-11):

“Así dice el Señor: <<Por tres delitos de Israel y por cuatro, no le perdonaré: por haber vendido al justo por dinero, y al pobre a cambio de un par de sandalias / Pisotean sobre el polvo  de la tierra la cabeza de los débiles, y retuercen el camino de los indigentes. Hijo y padre van a la misma muchacha, para profanar mi nombre / Se acuestan con ropas tomadas en prenda junto a cualquier altar, y beben el vino de condenados en la casa de Dios / Yo destruí ante ellos al amorreo, que era tan alto como los cedros y tan fuerte como las encinas; destruí por arriba sus frutos y por abajo sus raíces / Yo os hice subir a vosotros de la tierra de Egipto, y os conduje por el desierto cuarenta años, para que poseyerais  la tierra del amorreo / Suscité profetas entre vuestros hijos y nazarenos entre vuestros jóvenes ¿No es esto verdad, hijos de Israel? >> (Oráculo del Señor)”

Y continuaba diciendo (Am 2, 13-16): “<<Pues mirad: Yo os aplastaré como se aplasta  una carreta repleta de gavillas / El ágil no podrá huir, al fuerte le fallará la fuerza, y el héroe  no salvará la vida / El arquero no resistirá, el de pies ligeros no se escapará, ni el jinete salvará la vida / Hasta el soldado más valiente huirá desnudo aquel día>> (Oráculo del Señor)”          

 
 
Son palabras terribles del Dios Creador, a aquellos hombres inicuos e irrespetuosos para con lo sagrado, y la pregunta que surge es ¿Qué diría hoy en día el Señor a los que imitan a estos hombres del pasado con sus costumbres heréticas e irrespetuosas?

A este respecto es interesante recordar las palabras de Cristo en el sermón de despedida a sus discípulos, en el que les asegura (Jn 16, 16): <Dentro de un poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver>.

Los discípulos no entendieron sus palabras, y el Señor recurrió de nuevo a las parábolas para hacerse comprender, pero luego les dijo (Jn 16, 25-28):

“Os he hablado todo esto con comparaciones. Llega la hora en que ya no hablaré con comparaciones, sino que claramente os anunciaré al Padre / Ese día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros / ya que el Padre mismo os ama, porque me habéis amado  y habéis creído que yo salí de Dios / Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre”

Llegados a este punto los discípulos comprendieron perfectamente a Jesús y según san Juan entendieron su mensaje y creyeron que procedía de Dios. Pero el Señor, sabedor de las debilidades del hombre les habló una vez más así ¡tomemos nota de sus palabras!... (Jn 16, 31-33):

 
 
“¿Ahora creéis? (les dijo el Señor): Mirad que llega la hora, y ya llegó, en que os dispersaréis cada uno por su lado, y me dejaréis solo, aunque no estoy solo porque el Padre está conmigo / Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis sufrimientos, pero confiad: yo he vencido, al mundo”

            

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 15 de abril de 2020

LA DINAMICA DE LA FE IMPLICA LA FIDELIDAD A JESÚS Y A SU MENSAJE




 
 
La dinámica de la fe implica la fidelidad a Jesús tal como nos mostró el comportamiento de María Magdalena ante la presencia de Jesús Resucitado. Al escuchar su voz lo reconoció,  y gritó ¡Rabbuni! y quiso abrazarlo, tanta emoción y amor, tanta fe en su Maestro y Señor, mostraban su fidelidad eterna a Él, a Dios. San Juan, el apóstol amado del Señor, aquel que acababa de entrar en el sepulcro, y <vio y creyó>, relató así en su Evangelio la aparición de Jesús a María Magdalena (Jn 20, 11-18):

 
“María estaba de pie  junto al sepulcro, fuera, llorando. Y así llorando, se inclinó para mirar dentro del sepulcro / y ve dos ángeles con vestiduras blancas, uno a la cabecera y otro a los pies del sitio donde había sido puesto el cuerpo de Jesús / Ellos le dicen: Mujer ¿por qué lloras?  Les dice: Porque se llevaron a mi Señor y no sé donde lo pusieron / Como hubo dicho esto, se volvió atrás y ve a Jesús / Le dice Jesús: Mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, imaginando que era el hortelano, le dice: Señor, si tú lo llevaste, dime donde lo pusiste, y yo lo tomaré / Le dice Jesús: ¡María! Ella volviéndose a Él, le dice en hebreo: ¡Rabbuni! que quiere decir ¡Maestro! / Le dice Jesús: Suéltame, que todavía no he subido al Padre, más ve a mis hermanos y diles: <Subo a mi Padre y vuestro Padre, a Dios y vuestro Dios> / Fuesé María Magdalena a dar la nueva a los discípulos: <He visto al Señor, y me ha dicho esto y esto>”

 
Jesús dice: <Sueltame>, a María Magdalena, porque en breve tiene que subir a su Padre, pero desea que antes sus discípulos lo vean para que crean en su Resurrección, al igual que ha hecho ella, y ella corre presurosa para cumplir una vez más con sus deseos, demostrando así de nuevo su fidelidad a Él, a Dios. Éste es un comportamiento muy diferente  al de aquella gente que como nos decía el Papa Francisco en cierta ocasión (Ángelus, 9 de agosto de 2015):

 
 
“Le busca, lo escucha, porque se ha quedado entusiasmada con el milagro (multiplicación de los panes y los peces) y ¡quiere hacerlo rey!  Pero cuando Jesús afirma que el verdadero pan, donado por Dios, es Él mismo, muchos se escandalizan, no comprenden, y comienzan a murmurar entre ellos: <De Él decían: ¿no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo puede decir ahora, <Yo he bajado del cielo>? (Jn 6, 42) Y siguen murmurando...


Entonces Jesús responde: <Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió>, y añade <el que cree, tiene la vida eterna> (Jn 6, 44 y 47).
Nos sorprenden, y nos hacen reflexionar estas palabras del Señor: <Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre>, <el que cree en mí, tiene la vida eterna> Nos hace reflexionar.

Estas palabras introducen en la dinámica de la fe, que es una relación: la relación entre la persona humana (todos nosotros) y la persona de Jesús, donde el Padre juega un papel decisivo, y naturalmente, también el Espíritu Santo, que está implícito aquí.

 
 
No basta encontrar a Jesús para creer en Él, no basta leer la Biblia, el Evangelio, eso es importante ¿eh?, pero no basta. No basta ni siquiera asistir a un milagro, como el de la multiplicación de los panes. Muchas personas estuvieron en estrecho contacto con Jesús y no le creyeron, es más, también lo despreciaron y condenaron…

Y yo me pregunto: ¿por qué, esto? ¿No fueron atraídos por el Padre? No, esto sucedió porque su corazón estaba cerrado a la acción del Espíritu de Dios. Y si tú tienes el corazón cerrado, la fe no entra. Dios Padre siempre nos atrae hacia Jesús. Somos nosotros quienes abrimos nuestro corazón o lo cerramos”


Hermosas y verdaderas las palabras de nuestro actual Papa que se enfrenta ahora, cada día, con la terrible situación mundial a causa de la pandemia y que nos pide a todos los cristianos  la fidelidad en la fe por Nuestro Señor Jesucristo. La cosa no es para menos, porque el sufrimiento de muchas personas en todos los países es enorme y esto puede llevar a algunos, a pesar de haber conocido a Cristo y su Mensaje, a la duda y la desesperación. Por eso es importante en estos momentos, recordar las palabras que hace cinco años pronunciaba el Papa Francisco en este sentido (Ibid):

 
 
“La fe es como una semilla en lo profundo del corazón, florece cuando nos dejamos <atraer> por el Padre hacia Jesús, y <vamos a Él> con ánimo abierto, con el corazón abierto, sin prejuicios; entonces reconocemos en su rostro el rostro de Dios y en sus palabras la palabra de Dios, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de amor y de vida que hay entre Jesús y Dios Padre. Y ahí nosotros recibimos el don, el regalo de la fe.


Entonces con esta actitud de fe, podemos comprender el sentido del <Pan de la Vida> que Jesús nos dona, y que Él expresa así: <Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo (Jn 6, 51).

 
 
En Jesús, en su carne, es decir, en su concreta humanidad, está presente todo el amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Quien se deja atraer por este amor va hacia Jesús, y va con fe, y recibe de Él la vida, la vida eterna”

Con la ayuda de esta fe los cristianos buscamos la santidad en un mundo donde los enemigos del alma son infinitos, sobre todo cuando actúan de forma solapada y sutil, como el gnosticismo y el pelagianismo, dos corrientes heréticas muy antiguas pero que no por eso han perdido actualidad en nuestros días.

El Papa Francisco se refería  a estos sutiles enemigos del alma en su Exhortación apostólica <Gaudete et exsultate>, dada en Roma el 19 de marzo, solemnidad de san José, del año 2018.
En concreto, al referirse al gnosticismo actual, lo hace con estas palabras:

 
 
 
 
“Gracias a Dios, a lo largo de la historia de la iglesia quedó muy claro que lo que mide la perfección de las personas es su grado de caridad, no la cantidad de datos y conocimientos que acumulen. Los <gnósticos> tienen una confusión en este punto, y juzgan a los demás según la capacidad que tengan de comprender la profundidad de determinas doctrinas. Conciben una mente sin encarnación, incapaz de tocar la carne sufriente de Cristo en los otros, encorsetada en una enciclopedia de abstracciones. Al descarnar el misterio finalmente prefieren <un Dios sin Cristo>, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo.


En definitiva, se trata de una superficialidad vanidosa: mucho movimiento en la superficie de la mente, pero no se mueve ni se conmueve la profundidad del pensamiento.
Sin embargo, logra subyugar a algunos con una fascinación engañosa, porque el equilibrio gnóstico es formal y supuestamente aséptico de una cierta armonía o de un orden que lo abarca todo”

 






Desgraciadamente el hombre del siglo XXI se ha encontrado prácticamente inerme ante la pandemia que asola al mundo entero, eso no quiere decir que no lucha y deberá seguir luchando hasta controlarla totalmente, como así sucederá. Pero esta situación quizás le haga reflexionar y tomar más en cuenta su debilidad frente a los misterios de la vida y de la muerte.


En este sentido recordemos de nuevo las palabras del Papa Francisco de hace tan solo dos años (Ibid): “Cuando alguien tiene respuestas a todas las preguntas, demuestra que no está en un sano camino y es posible que sea un falso profeta, que usa la religión en beneficio propio, al servicio de sus elucubraciones psicológicas y mentales.
Dios nos supera infinitamente, siempre es una sorpresa y no somos nosotros los que decidimos en qué circunstancias históricas encontrarlo, ya que no depende de nosotros determinar el tiempo y el lugar del encuentro. Quien lo quiere todo claro y seguro pretende dominar la trascendencia de Dios.

Tampoco se puede pretender definir dónde no está Dios, porque él está misteriosamente en la vida de las personas, está en la vida de cada uno como él quiere, y no podemos negarlo con nuestras supuestas certezas.
 
 
 
 
Aun cuando la existencia de alguien  haya sido un desastre, aún cuando lo veamos destruido por los vicios o las adicciones, Dios está en su vida. Si nos dejamos guiar por el Espíritu más que por nuestros razonamientos, podemos y debemos buscar al Señor en toda vida humana”

 
Gran ejemplo hemos recibidos los cristianos no hace tanto, durante la liturgia del Santo Vía-Crucis celebrado por el Papa Francisco en el Vaticano; durante el mismo escuchamos los testimonios de tantas personas destrozadas por circunstancias adversas de la vida, que se abrieron a fe, porque al fin y a la postre Dios estaba también con ellas.

Una enseñanza de la Iglesia muchas veces olvidada según el Papa Francisco es (Ibid):

 
 
 
“Que no somos justificados por nuestras obras o por nuestros esfuerzos, sino por la gracia de del Señor que toma la iniciativa. Los Padres de la Iglesia, aún antes de san Agustín, expresaban con claridad esta convicción primaria. San Juan Crisóstomo decía que Dios derrama en nosotros la fuente misma de todos los dones antes de que nosotros hayamos entrado en el combate.

San Basilio Magno, por su parte, remarcaba que el fiel se gloria solo en Dios, porque <reconoce estar privado de la verdadera justicia y que es justificado únicamente mediante la fe en Cristo>.
Por otra parte, el  II Sínodo de Orange enseñó con firme autoridad que nada humano puede exigir, merecer o comprar el don de la gracia divina, y que todo lo que pueda cooperar con ella es previamente  don de la misma gracia: Aún el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación  sobre nosotros del Espíritu Santo.
Posteriormente el Concilio de Trento destacó la importancia de nuestra cooperación para el crecimiento espiritual, reafirmó aquella enseñanza dogmatica:

<Se dice que somos justificados gratuitamente, porque nada de lo que precede a la justificación, sea la fe, sean las obras, merece la gracia misma de la justificación; porque si es gracia, ya no es por las obras; de otro modo la gracia ya no sería gracia (Rm 11, 6)>”

 





Ocurre sin embargo que muchos hombres hoy en día se creen poseedores de la verdad por sus propios meritos, como fruto de su inteligencia natural o de su libertad. No están acostumbrados a aceptar que su realidad es una dadiva divina y que su libertad es una gracia otorgada por su Creador.  Pero están en un error porque como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1997 y nº 1998):


“La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como <hijo adoptivo> puede ahora llamar <Padre> a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la caridad y que forma la Iglesia / Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural. Depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios, porque sólo Él puede revelarse y darse a sí mismo. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana, como las de toda creatura (1 Co 2, 7-9)”

Deberíamos tomar ejemplo de Aquella primera persona humana que ha creído en Dios, la Virgen María, acogiendo la carne de Jesús y como dijo el Papa Francisco en el Ángelus del 9 de agosto de 2015:


 
 
“Aprendamos de Ella, nuestra Madre, la alegría y la gratitud por el don de la fe. Un don que no es <privado>, un don que no es <propiedad privada>, sino que es un don para compartir: es un don <para la vida del mundo>”