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sábado, 26 de marzo de 2016

¿LA SABANA SANTA CONTIENE EL TESTIMONIO DE LA PASION, MUERTE Y RESURRECCIÓN DE JESÚS?


 
 
 
 



Es una pregunta que muchos hombres y mujeres, científicos o no, se han hecho, después de novecientos años de silencio sobre su existencia. Este periodo de desaparición o de ocultamiento de la Síndone (Sabana Santa) es la etapa más difícil de entender de la historia de este documento vital que podría confirmar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, el Hijo de Dios. El desconocimiento del paradero de la Síndone durante casi novecientos años se rompió definitivamente probablemente hacia finales del año 1977. Más concretamente, en el año 1978 en Turín se celebró el II Congrego Internacional sobre la Sabana Santa y en él quedaron aclaradas las claves  de una gran parte de este enigma. Además, las investigaciones realizadas por  STURP (Shroud of Turín Research Corporation)  en 1978 demostraron científicamente que la Síndone era autentica y pertenecía al periodo de tiempo en que Jesús murió.




¿Pero cómo se ha manifestado la Iglesia de Cristo frente a esta posible huella material, fotográfica, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús?  

Benedicto XVI después de una visita a Turín (2010), para asistir a la tradicional exposición de la Sabana Santa, dijo  durante las celebraciones del Sábado Santo:

“Se puede decir que la Sábana Santa es el Icono de este misterio, Icono del Sábado Santo. De hecho, es una tela de sepulcro, que ha envuelto el cuerpo de un hombre crucificado, y que corresponde en todo a lo que nos dicen los Evangelios sobre Jesús, quien crucificado hacia medio día, expiró a eso de las tres de la tarde”
Más adelante, el Papa, en esta misma meditación, sigue diciendo:

“Jesús permaneció en el sepulcro hasta el alba del día después del sábado, y la Sabana Santa de Turín nos ofrece una imagen de cómo era su cuerpo en la tumba durante ese tiempo, que cronológicamente fue breve (en torno  un día y medio), pero con un valor y un significado intenso e infinito”.

 


Por su parte, el Papa San Juan Pablo II, en 1989, poco después de que la revista “Nature”, publicara el informe, que tanto revuelo causo en su día, sobre la fecha de origen de la Sabana Santa, utilizando el método del Carbono- 14, dijo lo siguiente:
“Yo creo que es una reliquia. Pero la Iglesia nunca se ha pronunciado en este sentido. Siempre dejó la cuestión abierta a todas aquellos que quieran demostrar su autenticidad”.

 

 
 
Realmente tras el tiempo transcurrido, desde los  estudios llevados a cabo, por científicos, con carbono radiactivo, no se ha podido demostrar que la prueba fuera concluyente, y que pudiera servir para negar la autenticidad de la Sabana Santa, tal como ha sucedido con otros tipos de objetos antiguos, analizados con esta misma técnica, los cuales condujeron, en muchas ocasiones,  a errores increíbles.



Además, en el caso de  la Sindone de Turín, no se tuvieron en cuenta muchas circunstancias adversas a su conservación, como por ejemplo, la posible contaminación del lienzo con sustancias extrañas, después de tantos siglos pasados, en los cuales estuvo sometido a terribles acontecimientos, y contaminaciones, como por ejemplo incendios, lavados con productos corrosivos, largas exposiciones al sol,  y un largo  etc.
De hecho, el propio descubridor del método de análisis con Carbono-14, Libby (Premio Nobel), declaró en su día lo siguiente:

“No puede aplicarse la prueba Carbono-14 a la Síndone de Turín. Los resultados necesariamente serían falsos”

Hay que tener en cuenta que, aunque el Papa San Juan Pablo II solo da el reconocimiento de reliquia a la Sindone, a título personal, esto debería hacernos reflexionar seriamente sobre este tema, ya que él visitó en varias ocasiones Turín para rezar ante la Sabana Santa, prueba inequívoca de que creía estar ante el lienzo, que cubriera el cuerpo del Señor, cuando después de sufrir Pasión y Muerte, Resucito de entre los muertos.




“La huella del cuerpo martirizado del crucificado,  que atestigua la tremenda capacidad del hombre de procurar dolor y muerte a sus semejantes, se alza como el Icono del sufrimiento del Inocente de todos los tiempos” (Juan Pablo II ; Ibid)

Así mismo, el Papa Juan Pablo II, advirtió también, que lo único que realmente debería contar para los creyentes, es que la Sindone es espejo del Evangelio y que todo hombre sensible debe sentirse interiormente afectado y conmovido al contemplarla.

 



Un pensamiento compartido por su sucesor en la silla de Pedro,  Benedicto XVI, el cual  ante la Sábana Santa de Turín se pronunció también en los términos siguientes:
“La Sabana Santa es un icono escrito con sangre.

Sangre de un hombre flagelado, coronado de espinas, crucificado y herido en el costado derecho. La imagen impresa en la Sabana Santa es la de un muerto, pero la sangre habla de vida. Cada trazo de sangre habla de amor y de vida. Especialmente esa gran mancha cercana al costado, hecha de la sangre y el agua manadas copiosamente de una gran herida provocada por una lanza romana, esa sangre y esa agua hablan de vida.
Es como un manantial que murmura en el silencio y nosotros podemos oírlo, podemos escucharlo, en el silencio del Sábado Santo”.

Después de estos bellos testimonios de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, renace en nosotros la creencia absoluta de que Jesús era el Hijo de Dios. Por ello percibimos con dolor el reproche que Jesucristo hizo a los hombres de su tiempo y que por extensión podemos aplicar a los hombres de todos los tiempos, especialmente a aquellos que se han negado a creer  en su Pasión, Muerte y Resurrección  (Jn 10, 37-38):

"Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis /  pero si las hago,  creed en las obras, aunque no me creáis a mí, para que conozcáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre"

 
 

 

Jesús a través de su “Pasión, Muerte y Resurrección”, demostró cuanto nos amaba y por eso su Iglesia celebra con regocijo el día del <Santísimo nombre de Jesús>
Esta es una fiesta que como otras muchas han ido perdiendo relevancia a lo largo de los siglos y que en la actualidad  está algo abandonada.

El nombre <Jesús>,  significa “Salvador”, por ello, la liturgia de su fiesta, pondera la eficacia de este significado y celebra la gloria que va unida a Él.
El dulcísimo  nombre de Jesús esté siempre en nuestros labios y en nuestro corazón porque, Él es nuestro Padre y nuestro Redentor (F. Justo Pérez de Urbel) 





"Nombre verdaderamente divino, que solo Dios puede imponer al Salvador del mundo / Nombre venerable, que hace doblar la rodilla a todas las grandezas de la tierra / Nombre sacrosanto, que pone en fuga a los espíritus diabólicos / Nombre omnipotente, en cuya virtud se han obrado los mejores milagros / Nombre salutífero, de quien reciben en cierto modo toda eficacia los Sacramentos de la   Nueva Ley / Nombre propicio, pues todo lo puede con Dios, y por respeto al nombre Jesús oye benigno nuestras oraciones / Nombre glorioso, extendido por el celo de sus Apóstoles a todos los gentiles y a todos los reyes  de la tierra /


Nombre augusto, cuya confesión los santos mártires (p.j. san Esteban) se glorían en sufrir cruelísimos martirios / Nombre, en fin, incomparable pues no hay otro debajo, del Cielo en cuya virtud podamos Salvarnos / Alabémosle, pues, y bendigámosle en todo tiempo" (Oración obtenida del <Santoral @magnificat. Ca>) 

 

 

 

 

 

viernes, 25 de marzo de 2016

JESÚS Y EL PECADO DEL HOMBRE EN EL SIGLO XXI


 
 
 


En este siglo, dentro ya del tercer milenio, desde la llegada del Mesías a la tierra, la caída del hombre y de la mujer en el pecado  sigue su curso, siguen escuchando a Satanás, siguen siendo embaucados por su oferta aparentemente atractiva  de llegar a ser como Dios, y por ello, es conveniente que  todos recordemos que (C.I.C nº 386 y nº 387):

"El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el <vínculo profundo del hombre con Dios>, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia // La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada etc.
Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle"
 
 

                                                   
Ciertamente el hombre debe estar siempre alerta ante las posibles asechanzas del diablo, porque con frecuencia sucede,  que escucha la voz de su enemigo natural (CIC nº 391):

"Tras la elección desobediente de nuestros primeros padres, se halla una voz seductora, opuesta a Dios (Gn 3, 1-5) que por envidia, los hace caer en la muerte.

La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en éste ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (Jn Ap 12,9).
La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios:

<El diablo y los otros demonios fueron credos por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron así mismos malos>  (Cc, de Letrán IV año 1215; DS 8oo).


"El hombre tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza en el Creador (Gn 3, 1-11), y abusando de su libertad, desobedeció el mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (Rm 5, 19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad // En este pecado, el hombre se prefirió así mismo, en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios; hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura, y por tanto contra el propio bien"

Sin embargo y por la clemencia de Dios, frente a este comportamiento inicuo del hombre hacia su Creador, Él nos mandó a su Hijo unigénito para nuestra salvación:

 


“Por la misericordia de Dios, Padre que reconcilia, el Verbo se encarnó en el vientre purísimo de la santísima Virgen María para <salvar a su pueblo de sus pecados> (Mt 1, 21) y abrirle <el camino de la salvación>. San Juan Bautista confirma esta misión indicando a Jesús como <el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo> (Jn 1, 29).

Toda la obra y predicación del Precursor es una llamada enérgica y ardiente a la penitencia y a la conversión, cuyo signo es el bautismo administrado en las aguas del rio Jordán. El mismo Jesús se somete a este rito penitencial (Mt 3, 13-17), no porque haya pecado, sino porque <se deja contar entre los pecadores>; es ya el <cordero de Dios que quita el pecado del mundo>; anticipa ya el <bautismo de su muerte sangrienta>.



La salvación es pues, y ante todo, redención del pecado como impedimento para la amistad con Dios, y liberación del estado de esclavitud en la que se encuentra el hombre que ha cedido  a la tentación del Maligno y ha perdido la libertad de los hijos de Dios” (Carta Apostólica en forma de Motu proprio <Misericordia Dei>. Papa San Juan Pablo II. Dada en Roma el 7 de abril del año 2002).

Ciertamente las palabras del  Papa San Juan Pablo II nos muestran toda la grandeza y misericordia de Dios hacia los hombres y todo el despropósito y bajeza de estos hacia su Creador. También el Apóstol San Pablo, convencido como estaba del mensaje de Cristo escribía una carta a los habitantes de Roma para estimularles a salir del pecado en el que algunos se encontraban y alcanzar así  una <nueva vida> (Rm 6, 1-4):

-¿Qué diremos pues? ¿Continuaremos en el pecado, para que la gracia abunde?

-De ninguna manera. Los que hemos muerto al pecado ¿Cómo viviremos aún en él?

-¿O ignoráis que cuantos fuisteis bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuisteis bautizados?

-Fuimos, pues, con sepultados con el Bautismo, para participar en su muerte, para que así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos con vida nueva.

 


Esclarecedoras palabras del Apóstol que llenan, sin duda, de esperanza el corazón de los hombres de buena voluntad y que les invitan a desterrar el pecado de sus vidas, porque ¿cómo el hombre que ha conocido a Dios, que incluso ha sido bautizado en la sangre de Cristo, puede seguir pecando? Más aún ¿cómo es posible que en este nuevo milenio se sigan comportando los seres humanos como los paganos de tiempos de San Pablo? Si será como dice el Apóstol en su carta a los romanos que (Rm 1, 21-23):

"Porque habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios, ni le dieron gracias, antes se desvanecieron en sus pensamientos, y se entenebreció su insensato corazón / Alardeando de sabios, se embrutecieron / y trocaron la gloria del Dios inmortal por un simulacro de imagen de hombre corruptible, y de volátiles, y de cuadrúpedos, y de reptiles"

 



Las palabras del Apóstol reflejan el comportamiento de una sociedad que habiendo conocido de cerca al verdadero Dios, sin embargo cometió el pecado capital de negarlo; los hombres entenebrecieron sus corazones, y con ello anularon su inteligencia que ya era incapaz de conocer la verdad (conciencia errónea). Y de todo ello, resultó además la estupidez y el embrutecimiento de sus corazones, siendo conducidos finalmente a la idolatría, a la adoración de <falsos dioses>.

¿Acaso no nos recuerdan estas palabras de San Pablo muchas de las situaciones que hoy en día se presentan en nuestras sociedades? Los Papas de los últimos cien años han venido denunciando cada vez con mayor urgencia, la paganización, el retroceso en la moralidad y el abandono de fe en el mensaje de Cristo.

No tenemos más que seguir recordando la carta de San Pablo a los romanos para comprender la certeza de estas denuncias y constatar que Dios castigó a aquellos  paganos impíos con una corrupción generalizada (Rm 1, 24-32).




Sucedió, en efecto, como señala San Pablo en su carta, que Dios que ha hecho a los hombres libres, <permitió que cayeran en manos  de las concupiscencias de sus corazones>, dejándoles ir tras la torpeza hasta <afrentar entre sí sus propios cuerpos>, y así mismo permitió que éstos se entregaran a <pasiones afrentosas>.

Pues por una parte, <hombres trocaron el uso natural por otro contra naturaleza>…En definitiva, cayeron en una perversión total del sentido moral, algo que en nuestros días no está muy alejado de la realidad de algunos hombres.

Sí, encontramos grandes similitudes entre los paganos de Roma y algunos hombres del nuevo milenio, era algo que también preocupaba enormemente al Papa San Juan Pablo II el cual escribió, ya a las puertas del nuevo siglo, su magnifica Carta Encíclica: <Tertio millennio adveniente>, dada en Roma en el año 1994:
“Un serio examen de conciencia ha sido auspiciado por numerosos Cardenales y Obispos sobre todo para la Iglesia presente. A las puertas del nuevo Milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestros tiempos. La época actual junto a muchas luces presenta igualmente no pocas sombras.
¿Cómo callar por ejemplo, ante la indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios no existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de  la coherencia?"

 
 
 

Reflexionando sobre esta denuncia, del Papa San Juan Pablo II, asusta comprobar la certeza de la misma, basta escuchar o ver  la utilización tan peregrina, por no decir funesta de los seres creados por Dios llamados ángeles.

Se utilizan como herramientas de trabajo, por personas que no tienen la más mínima idea de lo que representan, para crear una especie de religión en torno a ellos, eso sí, olvidando la figura de Dios Creador de todas los seres y de todas las cosas.

Es una especie de gnosticismo encubierto que embota los sentidos de muchas personas, que puede hacer mucho daño incluso en el seno de la Iglesia católica.

Como también denunciaba el Papa en esta misma Carta Encíclica (Ibid):
“A esto hay que añadir, aún, la extendida pérdida del sentido transcendente de la existencia humana y el extravío en el campo ético, incluso en los valores fundamentales del respeto a la vida y a la familia. Se impone además a los hijos de la Iglesia una verificación:

¿en qué medida están también ellos afectados por la atmósfera de secularismo y relativismo ético?

¿Y qué parte de responsabilidad deben reconocer también ellos, frente a la desbordante irreligiosidad, por no haber manifestado el genuino rostro de Dios, <a causa de los defectos de sus vidas religiosa, moral y social?”


De estas palabras se desprende, sin duda, la enorme intranquilidad del Papa San Juan Pablo II a las puertas ya de su abandono de este mundo, por el futuro de los hombres en el nuevo milenio.

Y tenía razones para ello, tal como día a día vamos comprobando después de algunos años. Sería muy conveniente que nos interrogáramos todos, como pedía el Papa, en aras de comprobar, hasta qué punto los defectos de nuestra vida religiosa, moral y social, permiten ver el genuino rostro de nuestro Creador, tal como aseguraba el Papa a finales del siglo pasado (Ibid):



“De hecho, no se puede negar que la vida espiritual atraviesa entre muchos cristianos <momentos de incertidumbre> que afectan no sólo a la vida moral, sino incluso a la oración y a la misma <rectitud teologal de la fe>. Está ya probado, por la confrontación con nuestro tiempo, a veces desorientada por posturas teológicas erróneas, que se difunden también a causa de la crisis de obediencia  al Magisterio de la Iglesia.

Y sobre el testimonio de la Iglesia en nuestro tiempo, ¿Cómo no sentir dolor por la falta de <discernimiento>, que a veces llega a ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la violación de fundamentales derechos humanos por parte de regímenes totalitarios? ¿Y no es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en <graves formas de injusticias y marginaciones sociales>? Hay que preguntarse cuántos entre ellos, conocen a fondo y practican coherentemente las directrices de la doctrina social de la Iglesia…”

 
 
 

El Papa, en esta hermosa Carta Encíclica, a las puertas del Tercer Milenio, nos habla además del ejemplo extraordinario dado por los mártires, santos y santas, conocidos o no, cuyas vidas son testimonios que nunca deberíamos olvidar los cristianos, por eso proponía un programa de actuación que se podría resumir en los términos siguientes:

Una primera fase que tendría un <carácter ante preparatorio>, y debería servir para reavivar en el pueblo cristiano la conciencia del valor del significado que el Jubileo del 2000 supondría para la historia de la humanidad; y una segunda fase que se iniciaría en el año 1997 de carácter preparatorio (la Encíclica fue escrita por el Papa en 1994) , centrado en Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, teológica, y  por tanto <Trinitaria>.

Tras la barrera del año 2000 que podría haber supuesto una vuelta de la cristiandad al camino de la fe y la salvación en Cristo, abandonando la senda del pecado, el Papa San Juan Pablo II, fiel a su idea de reconciliar el mundo con Dios, escribía una Carta Apostólica:  <Novo millennio ineunte>, fechada en Roma el día 6 de enero de 2001; en ella tras, dar las gracias al Señor por todas las cosas conseguidas durante el periodo de tiempo preparatorio transcurrido para la entrada de un nuevo siglo, volvía a recordar a su grey los antiguos y nuevos retos que la Iglesia tenía ante el futuro:

“En efecto, son muchas en nuestros tiempos las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de contradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no solo millones y millones de personas al margen del progreso, sino a vivir en condiciones muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana”

Sí, es la doctrina social de la Iglesia, tantas veces defendida por sus Pontífices, la que hacia hablar así a este anciano santo que se preguntaba, ya a las puertas de la muerte (Ibid):



“¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quien está condenado al analfabetismo; quien carece de asistencia médica más elemental; quien no tiene techo donde cobijarse?”

Son preguntas comprometidas y comprometedoras que el Papa hubiera querido transformar en respuestas positivas de la sociedad, si aún hubiera tenido tiempo para ello, porque él se daba cuenta de la acuciante necesidad de responderlas con hechos positivos y sin engaños,  como el aseguraba en su carta (Ibid):

“El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, el abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social…”

Palabras proféticas del Papa San Juan Pablo II, el cual ya se encontraba gravemente enfermo y sufría con resignación y alegría la cruz de sus achaques y dolores. En realidad le quedaban ya muy pocos años para alcanzar la vida eterna; murió el 2 de abril de 2005, dejando a la Iglesia inmensamente apenada y agradecida por su labor incansable a favor de Cristo y su Mensaje salvador.

Como ejemplo aleccionador recordamos esta carta Apostólica del 2001 en la que también advertía a los católicos y a todos los hombres de buena voluntad que si el corazón de los seres humanos no se abría definitivamente al Mensaje Divino, el mundo tomaría derroteros imprevisibles al recorrer la senda del pecado. Concretamente él preguntaba (Ibid):

“¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitable y enemigas del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada a menudo con la pesadilla de las guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente los niños?”

Preguntas todas esenciales que aún permanecen sin respuestas  por parte de la humanidad, por eso él aseguraba   ya en aquellos años que (Ibid):
“Muchas son las urgencias ante las cuales el espíritu cristiano no puede permanecer insensible…”



 
 

La clave, aseguraba también, para vencer el pecado está en la <contemplación del rostro de Jesús> y en dar <testimonio de los Evangelios>.  Y la contemplación del rostro de Cristo implica el conocimiento profundo de su Palabra, de lo que de Él se dice en las Sagradas Escrituras,  esto es, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento y por supuesto de lo que la Tradición de la Iglesia, a través de los santo Padres, ha llegado hasta nosotros de su celestial Persona. Precisamente como el Papa San Juan Pablo II reconocía,  la gran herencia que la experiencia jubilar dejaba era <la contemplación del rostro de Cristo> (Ibid):
“Contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, comparado como sentido de la historia y luz de nuestro camino...
En realidad los Evangelios no pretenden ser una biografía completa de Jesús, según los cánones de la ciencia histórica moderna. Sin embargo, de ellos <emerge el rostro del Nazareno con un fundamento histórico seguro>, pues los evangelistas se preocuparon de presentarlo, recogiendo testimonios fiables (Lc 1, 3) y trabajando sobre documentos sometidos al atento discernimiento…siempre bajo la iluminación del Espíritu Santo”


Recordaremos por último las reconfortantes  palabras del Papa San  Juan Pablo II a propósito de la acción defensora contra el pecado, del Espíritu Santo (Audiencia general de 24 de mayo 1989):
“Cuando Jesús en el Cenáculo, la vigilia de su Pasión, anuncia la venida del Espíritu Santo, se expresa de la siguiente manera: <El Padre os dará otro Paráclito>. Con estas palabras se pone de relieve que el propio Cristo  es el primer Paráclito, y que la acción del Espíritu Santo será semejante a la que Él ha realizado, constituyendo  casi su prolongación.

Jesucristo, efectivamente, era el <defensor> y continúa siéndolo. El mismo Juan lo dirá en su primera Carta: <Si alguno peca, tenemos a uno que abogue (Parakletos) ante el Padre, a Jesucristo, el Justo> (I Jn 2, 1).
El abogado defensor es aquel que poniéndose de parte de los que son culpables, debido a los pecados cometidos, los defiende del castigo merecido por sus pecados, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es precisamente lo que ha realizado Cristo. Y el Espíritu Santo es llamado <Paráclito>, porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha liberado del pecado y de la muerte eterna”