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domingo, 21 de junio de 2020

LA MULTIPLICACACIÓN DE LOS PANES Y LOS PECES: JESÚS SABIA LO QUE IBA A HACER



 
Sucedió en efecto, que durante su segundo viaje a Jerusalén, según narra el evangelista san Juan, después de realizar el milagro de la curación de un enfermo en la piscina de Befatá, Jesús, tuvo que enfrentarse a un grupo de judíos que le acusaron de hacerlo en sábado, día de riguroso descanso para ellos; según manifestaban, Jesús había obligado al enfermo en cuestión a tomar su camilla y desplazarse hasta una piscina, algo totalmente impensable, por pequeño que fuera el espacio recorrido,  que pudiera hacerse en sábado, según su religión.

Jesús hacía obras como ésta en sábado, nos cuenta san Juan evangelista y por eso le perseguían los judíos (Jn 5, 17): “Pero él justificó su modo de actuar, diciendo: <Mi Padre no cesa nunca de trabajar; por eso yo trabajo también en todo tiempo”
Ante esta manifestación de Jesús los judíos se violentaron de nuevo contra él y querían matarlo, pues aducían que Él, no solo había incumplido la ley de no trabajar en sábado sino que además llamaba a Dios,  padre, haciéndose  su igual.  

Siguió todavía un buen rato Jesús hablando a aquellos, probablemente hombres eruditos, que a pesar de ello se reconocían  increyentes en sus signos y sus palabras, increyentes en el testimonio que el Bautista (Nuevo Testamento), había dado de él con anterioridad a los hechos ocurridos aquel sábado e increyentes en definitiva en las revelaciones de Moisés (Antiguo Testamento); se negaron a tomar en consideración todo lo que les manifestó el Señor, absolutamente revelador de su origen divino, a causa de su obcecación y mala voluntad.

Sin embargo, la multitud que había contemplado el milagro-signo realizado por Jesús le siguió hasta el otro lado del lago de Galilea, sin duda con el deseo de seguir escuchándole y  así poder conocer las maravillas que decía y hacía… Estaba ya cercana la Pascua, fiesta muy importante para  los judíos, cuando Jesús  se sentó para descasar junto con sus discípulos. Las gentes recordando lo que antes había hecho y deseosas de seguir a su lado hicieron lo propio rodeando al grupo formado por el Señor y sus seguidores más allegados. Al ver el Señor la fidelidad de estas gentes y sabedor del tiempo que había pasado sin que hubieran tomado alimento alguno, sintió lastima de ellos, pues era ya muy tarde para decirles que se volvieran a sus casas con los estómagos vacíos.

 


 
Por eso, Jesús pregunto a uno de sus apóstoles, concretamente a Felipe, por la manera de comprar algo para saciar la necesidad de aquella multitud de personas que les habían seguido. El apóstol san Juan, el más joven de todos sus apóstoles, allí presente,  que vio lo sucedido, así lo narró en su Evangelio (Jn 7, 4-13): “Alzando, pues los ojos Jesús y viendo que viene hacia él una muchedumbre dice a Felipe: ¿De dónde vamos a comprar panes para que coman éstos / Esto decía para probarles, que bien sabía Él lo que iba a hacer / Respondió Felipe: Con doscientos denarios no tiene suficientes panes para que cada uno tome un bocado / Le dice uno de sus apóstoles, Andrés, el hermano de Simón Pedro / Hay un muchacho aquí que tiene cinco panes de cebada  y dos pescadillos; pero eso, ¿qué es para tantos? /

 
 
Dijo Jesús: Haced que los hombres se coloque en el suelo. Había mucha hierba en aquel lugar. Se colocaron, pues, los varones en número como unos cinco mil / Tomó, pues, los panes Jesús, y, habiendo dado gracias, los distribuyó entre los que estaban recostados, y asimismo de los pescadillos cuanto querían / Y cuando se hubieron saciado, dice a sus apóstoles: Recoged los pedazos sobrantes para que nada se pierda / Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido / Los hombres, pues, al ver el prodigio que había obrado, decían que: Este es verdaderamente el profeta que ha de venir al mundo”


 
Estos fueron sin duda los hechos acecidos, contados por un testigo presencial de total fiabilidad, como era el apóstol san Juan; hechos que solo Jesús sabía que iban ocurrir. Sólo Él sabía el milagro que iba a realizar para poner al descubierto la universalidad de su destino en este mundo.

Sin embargo, Jesús dándose cuenta de que las personas allí reunidas (unas cinco mil) enfervorecidas con el milagro que habían presenciado y experimentado en sus propios cuerpos al comer los alimentos suministrados por Él, querían hacerle rey de los judíos,  se zafó cómo pudo, alejándose de ellos para orar con el Padre.

 
 
Sus discípulos sin embargo permanecieron en el lugar de los hechos y solo cuando se hizo mas tarde bajaron hacia el mar y subieron a una barca para dirigirse a Cafarnaúm. Sucedió, según sigue narrando el evangelista que Jesús aún no había regresado, y ellos estaban inquietos por su ausencia y el mar cada vez se encrespaba más. Cuando la barca había recorrido unos pocos estadios (cerca de 5 kilómetros), se levantó un fuerte viento y  temieron por sus vidas. En esta tesitura se les apareció el Señor caminando sobre el mar y ellos pensando que se trataba de un fantasma se asustaron muchísimo. Pero Jesús enseguida les habló para sacarles de su error y les dijo: <Soy yo, no tengáis miedo>. Al instante la mar se calmó y ellos trataron de recoger a Jesús del agua, pero no fue necesario, porque Él hizo un nuevo milagro y de repente la barca se encontró junto a la tierra a la que se dirigían.


Al día siguiente de estos extraordinarios y maravillosos acontecimientos como sigue narrando el apóstol san Juan en su Evangelio  (6, 22-24): “La muchedumbre que estaba al otro lado del mar se había dado cuenta de que allí solamente había una barca y sabían que Jesús no había embarcado en ella con sus discípulos, sino que estos habían partido solos / Otras barcas llegaron de Tiberiades, y atracaron cerca del lugar donde la gente había comido el pan, después que el Señor había dado gracias a Dios / cuando se dieron cuenta que ni Jesús ni sus apóstoles estaban allí subieron en las barcas y se dirigieron a Cafarnaúm en busca de Jesús”


 
En realidad esas personas lo siguen por el pan material que el día anterior había saciado su hambre, cuando Jesús había realizado la multiplicación de los panes; no habían comprendido que ese pan, partido para tantos, para muchos, era la expresión del amor de Jesús mismo.
Han dado más valor a ese pan que a su donador. Ante esta ceguera espiritual, Jesús evidencia la necesidad de ir más allá del don y descubrir, conocer, al donador.

Dios mismo es el don y también el donador y así, de ese pan, de ese gesto, la gente puede encontrar a Aquel que lo da, que es Dios mismo. Invita a abrirse a una perspectiva que no es solamente la de las preocupaciones cotidianas del comer, del vestir, del éxito, de la carrera…

 
 
 
Jesús habla de otro alimento, habla de un alimento que no se corrompe y que es necesario buscar y acoger. Él exhorta: <Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre (Jn 6, 27). Es decir, buscad la salvación, el encuentro con Dios”

 
Sí, este milagro-signo de Jesús es muy importante y sin duda Él sabía lo que iba a hacer cuando lo hizo. En este sentido, recordemos que de todos los milagros del Señor narrados por los evangelistas sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), éste de la <multiplicación de los panes y los peces> es el único que también es narrado por san Juan. La razón de este posible enigma, podría haber sido precisamente el simbolismo eucarístico del mismo, pues prepara el discurso de Jesús sobre el Sacramento de la Eucaristía, que Él pronunciará poco después de estos acontecimientos.

Sucedió, en efecto, que aquellos hombres que no acababan de ver lo que quería decirles Jesús le preguntaron: ¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere? A lo que sencillamente Jesús les respondió: <Lo que Dios espera de vosotros es creáis en aquel que Él ha enviado>.

Es la eterna respuesta del Señor a los increyentes de todos los siglos, es la eterna respuesta, y la eterna pregunta de los hombres sin fe, sin esperanza…




¡Esta es la respuesta!... Esta es la respuesta que todo hombre debería dar ante las palabras de Jesús certificadas más tarde por su sacrificio en la cruz, tal como de alguna forma hace ya entrever en el <discurso eucarístico> (Jn 6, 51-59):


 
 
“Yo soy el pan  vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo / Esto suscitó una fuerte discusión entre los judíos, los cuales se preguntaban: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? / Jesús dijo: Yo os aseguro que si no coméis de la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros / El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día / Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida / El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él / el Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por él. Así también el que me coma vivirá por mí / Este es el pan que ha bajado del cielo, no el pan que comieron vuestros antepasados. Ellos murieron; pero el que coma este pan, vivirá para siempre / Todo esto lo expuso Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm”

 

Como también nos recuerda el Papa Francisco, refiriéndose a estas palabras del Señor (Ibid): “Esta es la referencia a la Eucaristía, el don más grande que sacia el alma y el cuerpo, Encontrar y acoger en  nosotros a Jesús, da significado y esperanza al camino a menudo tortuoso de la vida. Pero este <Pan de vida> nos ha sido dado con un cometido, esto es, para que podamos a su vez saciar el hambre espiritual y material de nuestros hermanos, anunciando el Evangelio por todas partes.