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lunes, 16 de diciembre de 2019

ES NAVIDAD: DIOS SE HA MANIFESTADO



 
Nos recordaba el Papa Francisco, en este sentido que (Homilía en la Solemnidad de la Natividad; 24 de diciembre  de 2017): “Por su oficio, los pastores, eran hombres y mujeres que tenían que vivir al margen de la sociedad. Las condiciones de vida que llevaban, los lugares en los cuales eran obligados a estar, les impedían practicar todas las prescripciones rituales de purificación religiosa y, por tanto, eran considerados impuros. Su piel, sus vestimentas, su olor, su manera de hablar, su origen los delataba. Todo en ellos generaba desconfianza. Hombres y mujeres de los cuales había que alejarse, a los cuales  temer; se los consideraba paganos entre los creyentes, pecadores entre los justos, extranjeros entre los ciudadanos. A ellos (paganos, pecadores y extranjeros) el ángel les dice: <No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todos los pueblos (Lc 2, 11): Hoy, en la ciudad de David,  ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor”

 
 
Sucedió, en efecto, según nos narra el evangelista san Lucas, que unos pastores se encontraban en las cercanías del establo donde había nacido el Niño Jesús, y de pronto, se vieron envueltos en una claridad, junto con sus rebaños; era la luz de la gloria del Señor, dice san Lucas en su Evangelio, y de improviso, un ángel se les presentó hablándoles así (Lc 2, 10-12): “No temáis. Mirad que vengo a anunciaros la alegría, que lo será para todo el pueblo / Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor / y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre”

 
Y de pronto, sigue contando san Lucas, apareció junto éste, una multitud de otros ángeles, que alababa a Dios, diciendo: <Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres en los que Él se complace>. Los pastores lógicamente debieron quedar atónitos ante estas palabras del ángel,  y se decían unos a otros (Lc 2, 15): <Vayamos a Belén para ver  esto que ha ocurrido y que el Señor nos ha manifestado>.

Los pastores con su actitud demostraron una gran fe en las palabras del ángel; ellos los marginados de aquella sociedad habían tenido el privilegio de recibir el primer anuncio de la llegada del Mesías a la tierra, tal  como había sido profetizado desde la antigüedad, y por eso se llenaron de alegría.

 
 
 
Dice el Papa Francisco recordando estos versículos (Ibid): “Esa es la alegría que esta noche estamos invitados a compartir, a celebrar y a anunciar. La alegría con la que a nosotros, paganos, pecadores y extranjeros Dios nos abrazó en su infinita misericordia y nos impulsa a hacer lo mismo. La fe esta noche nos mueve a reconocer a Dios presente en todas las situaciones, en las que lo creíamos ausente. Él está en el visitante indiscreto, tantas veces irreconocible, que camina por nuestras ciudades, en nuestros barrios, viajando en nuestros metros, golpeando nuestras puertas"

 
Sí, durante la Navidad, nos sentimos más cercanos a nuestros semejantes, por eso podemos compartir con alegría nuestra propia alegría, porque como sigue diciendo el Papa Francisco (Ibid):
“Esa misma fe nos impulsa a dar espacio a una nueva imaginación social, a no tener miedo a ensayar nuevas formas de relación donde nadie tenga que sentir que  en esta tierra no tiene lugar. Navidad es tiempo para transformar la fuerza del miedo en fuerza de caridad, en fuerza para una nueva imaginación de la caridad. La caridad que no se conforma ni  naturaliza la injusticia, sino que se anima, en medio de tensiones y conflictos, a ser <casa del pan>, tierra de hospitalidad”

 
 
 
Sí, porque como podemos leer en la Carta de san Pablo a su querido discípulo Tito, cuando le hablaba sobre la Encarnación del Hijo de Dios y los fundamentos de la ética y piedad cristiana (Tt 2, 11-15): “Se ha manifestado la gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres / educándonos para que renunciemos a la iniquidad y a las concupiscencias mundanas, y vivamos con prudencia, justicia y piedad en este mundo / Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo / que se entregó a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad, y para purificar para sí un pueblo escogido, celoso por hacer el bien / Di estas cosas, y exhorta y corrige con toda autoridad”


A este propósito, el Papa Benedicto XVI, en la Homilía del 24 de diciembre de 2011, se expresaba en los siguientes términos: “La lectura que acabamos de escuchar, tomada de la Carta de san Pablo  a Tito, comienza solemnemente con la palabra <apparuit>, que también encontramos en la lectura  de la Misa de la aurora: <apparuit> (ha aparecido, se ha manifestado). Esta es una palabra programática, con la cual la Iglesia quiere expresar de manera sintética la esencia de la Navidad.

 
 
Antes, los hombres habían hablado y creado imágenes humanas de Dios de muchas maneras. Dios mismo había hablado a los hombres de diferentes modos. Pero ahora ha sucedido algo más: Él ha aparecido. Se ha mostrado. Ha salido de la luz inaccesible en la que habita. Él mismo ha venido a nosotros. Para la Iglesia antigua, esta era la gran alegría de la Navidad: Dios se ha manifestado. Ya no es solo una idea, algo que se ha de intuir a partir de las palabras”

 
Ciertamente así lo creemos los cristianos, así ha sucedido, pero: ¿Por qué ha aparecido? ¿Quién es realmente? La lectura de la Carta de san Pablo a su discípulo Tito remarca que también ellos (Tt 3, 3-7):  “En otros tiempos eran insensatos, desobedientes, extraviados, esclavos de la concupiscencia y diversos placeres, viviendo inmersos en la malicia y en la envidia, aborrecibles y se odiaban unos a otros / Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres / nos salvó, no por las obras justas que hubiéramos hecho nosotros, sino por su misericordia, mediante el baño de regeneración y de renovación en el Espíritu Santo / que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador / para que justificados por su gracia, fuéramos herederos de la vida eterna que esperamos”
 
 


 
Es una noche de luz: Esa luz que, según la profecía de Isaías (Is 2, 12), iluminará a quien camina en tierras de tiniebla, ha aparecido y ha envuelto a los pastores de Belén. Y los pastores descubren sencillamente que un <un niño nos ha nacido> (Is 9, 5) y comprenden que toda esta gloria, toda esta alegría, toda esta luz se concentra en único punto, en ese signo que el ángel les ha indicado: <Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre> (Lc 2, 12). Este es el signo de siempre para encontrar a Jesús. No sólo entonces, sino también hoy. Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios”

 
 
 
 
Ciertamente es conmovedor el hecho de que Dios se haya tenido que hacer un niño, para que podamos atrevernos  amarlo, y que como niño se haya confiado a nuestros cuidados. El típico Belén que montamos en muchas de nuestras casas los cristianos, nos habla de todo esto. Sobre todo sirve para que los más pequeños de la casa, y porque no también los más ancianos, nos recuerden una vez más que allí está  Jesús, el Señor.

 
No obstante, puede suceder también, en esta noche, lo que sucedió hace ya más de dos mil años; puede suceder lo que contaba san Juan en su Evangelio, cuando escribe (Jn 1, 9-11): “El Verbo era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo / En el mundo estaba, y el mundo se hizo por él, y el mundo no le conoció / Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron”


 
Y después nos percatamos de que, esta noticia aparentemente casual de la falta de sitio en la posada, que lleva a la Sagrada Familia  al establo, es profundizada en su esencia por el evangelista Juan cuando escribe:
                                                     
 <Vino a los suyos , y los suyos no le recibieron>
Así que la gran cuestión moral de lo que sucede entre nosotros a propósito de los prófugos, los refugiados, los emigrantes, alcanza un sentido más fundamental aún: ¿Tenemos un puesto para Dios cuando él trata de entrar en nosotros? ¿Tenemos tiempo y espacio para él? ¿No es precisamente a Dios mismo al que rechazamos?”


 

 

 

        

 

 

 

 

domingo, 8 de diciembre de 2019

LA INMACULADA CONCEPCION: MÁS JOVEN QUE EL PECADO



 
La fiesta de la Inmaculada es un regalo que nos hace la Iglesia para caldear nuestra fe en estos primeros días de diciembre, PARA VIVIR UNA VIDA MÁS LLENA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, para vivir una vida más hermosa siguiendo el ejemplo de la Virgen,  porque como aseguraba nuestro papa Francisco (Ibid): 
“La <llena de gracia> vivió una vida hermosa. ¿Cuál era su secreto? Nos damos cuenta si miramos  la escena de la Anunciación. En muchos cuadros, María está representada sentada ante el ángel con un librito en sus manos. Este libro es la Escritura.

 
 
 
María solía escuchar a Dios y transcurrir su tiempo con Él. Las Palabras de Dios eran su secreto: Cercana a su corazón, se hizo carne luego en su seno. Permaneciendo con Dios, dialogando con Él en toda circunstancia, María hizo bella su vida. No la apariencia, no lo que pasa, sino el corazón tendido hacia Dios hace bella la vida.

 Miremos hoy con alegría a la <llena de gracia>. Pidámosle que nos ayude a permanecer jóvenes, diciendo <no> al pecado, y a  vivir una vida bella diciendo <sí> a Dios”


 
Todos los Papas, a lo largo de los últimos siglos, se han manifestado sobre este dogma de la Iglesia aplicado a la Virgen María y han hecho maravillosas reflexiones sobre el mismo. Así por ejemplo, el Papa san Juan Pablo II, tan devoto de la Virgen María, en su Audiencia General del 29 de mayo de 1996 nos recordaba que:

“En la reflexión doctrinal de la Iglesia de Oriente, la expresión <llena de gracia>, fue interpretada, ya desde el siglo VI, en el sentido de una santidad singular que reina en María, durante toda su existencia. Ella inaugura así la nueva creación.

 
 
Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han considerado el así llamado Proto-Evangelio (Gen 3,15) como una fuente más de la Sagradas Escrituras, sobre la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua versión latina: <Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, mientras tú le herirás en el talón>, ha inspirado muchas representaciones de la Inmaculada que aplasta a la serpiente bajo sus pies”

 
Recordemos que la traducción, a partir de la antigua versión latina anteriormente mencionada, no corresponde realmente con el texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza de la serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente. Esto quiere decir que dicho texto no atribuye a María su victoria sobre Satanás, sino a su Hijo. Por eso sigue diciendo el Papa Juan Pablo II (Ibid):

 
 
 
“Dado que la concepción bíblica establece una profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es coherente con el sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del Hijo.

 
En el mismo texto bíblico, además, se proclama la enemistad entre la mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y su descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresamente establecida por Dios, que cobra un relieve singular si consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virgen.

Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y de su linaje, María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y esto desde el primer momento de su existencia…

La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida.

 
 
El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra redentora”

 Unos años más tarde concretamente en 2004 durante la santa Misa con ocasión del 150 aniversario de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción, el Papa san Juan Pablo II se expresaba en los siguientes términos:
“¡Cuán grande es el misterio de la Inmaculada Concepción, que nos presenta la liturgia de hoy!

Un misterio que no cesa de atraer la <contemplación de los creyentes e inspira la reflexión de los teólogos>. El tema del Congreso que acabo de recordar <María de Nazaret acoge al Hijo de Dios en la historia>, ha favorecido una profundización de la doctrina de la concepción inmaculada de María como presupuesto para la acogida en su seno virginal del Verbo de Dios encarnado, Salvador del género humano…

 
 
El Padre la eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuera santa e inmaculada ante él por el amor, predestinándola como primicia a la adopción filial por obra de Jesucristo (Ef 1, 4-5).

La predestinación de María, como la de cada uno de nosotros, está relacionada con la predestinación del Hijo. Cristo es la <estirpe> que <pisará la cabeza> de la antigua serpiente, según el libro del Génesis (3, 15); es el Cordero <sin mancha> (Ex 12, 5; 1 P 1, 19), inmolado para redimir a la humanidad del pecado. En previsión de la muerte salvífica  de Él, María, su Madre, fue preservada del pecado original y de todo pecado. En la victoria del nuevo Adán está también la de la nueva Eva, madre de los redimidos.
 
 
 
 
Así, la Inmaculada es signo de esperanza para todos los vivientes, que han vencido a Satanás en virtud de la sangre del Cordero (Ap 12, 11)”

 
Sí, la Virgen María es la Madre del Redentor; el sí de esta  joven de Nazaret al anuncio del ángel  san Gabriel, se puede considerar un humilde obsequio a la voluntad divina de salvar a la humanidad, en la historia. Y esto es así, porque preservada de todo pecado se benefició de un modo muy especial de la obra de Cristo. María es la primera redimida por su Hijo, es el icono escatológico de la Iglesia.

Por eso como sigue diciendo el Papa Juan Pablo II (ibid):

 
 
“La Inmaculada, que es <comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de hermosura>, precede siempre al pueblo de Dios en la peregrinación de la fe hacia el reino de los cielos (Lumen Gentium 58; Redemptoris Mater, 2). En la concepción inmaculada de María la Iglesia ve proyectarse, anticipadamente en su miembro más noble, la gracia salvadora de la Pascua”

 
Recordemos por fin que <la Navidad tiene sobre todo un sabor de esperanza porque, a pesar de nuestras tinieblas, la luz de Dios resplandece. Su luz suave no da miedo; Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con ternura, naciendo pobre y frágil en medio de nosotros, como uno de nosotros>, en palabras de nuestro Papa Francisco (Homilía en la solemnidad de la Natividad del Señor; 24 de diciembre de 2016).


 

 

      

 

  

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 1 de diciembre de 2019

EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO NO ES UNA UNION CUALQUIERA ENTRE PERSONAS HUMANAS



 
 
 
 
En el año 2001, el Papa san Juan Pablo II, en el Discurso a la Rota Romana durante la apertura del año Jubilar, dándose cuenta de los  derroteros por los que caminaba la sociedad, en general, respecto al sacramento del matrimonio y en particular el daño que esto estaba produciendo ya en las familias, se expresaba en los términos siguientes:

 
“El sacramento del matrimonio no es una unión cualquiera entre personas humanas, susceptible de configurarse según una pluralidad de modelos culturales. El hombre y la mujer encuentran en sí mismos la inclinación natural a unirse conyugalmente. Pero el sacramento del matrimonio, como precisa muy bien santo Tomás de Aquino, es natural no por ser <causado necesariamente por los principios naturales>, sino por ser una realidad <a la que inclina la naturaleza, pero que se realiza mediante el libre arbitrio> (Summa Theol. Suppl., a. 1, in c.)”

 
 
 
 
Santo Tomás de Aquino (1225-1274), el Doctor Angélico, perteneciente a la Orden de los Predicadores, tenía toda la razón en el tema del sacramento del matrimonio, como en tantas otras cosas. Con razón fue proclamado Doctor de la Iglesia el 11 de abril de 1567 por el Papa san Pio V.   

 Por eso el Papa san Juan Pablo II lo tomó en muchas ocasiones como punto de referencia moral y teológica y  ante el tremendo cariz  que estaba tomando todo lo relacionado con el sacramento del matrimonio y la naturaleza de la familia aseguraba  que (Ibid):

 
 
 
“La ordenación a los fines naturales del matrimonio  (el bien de los esposos y la generación y educación de la prole) está intrínsecamente presente en la masculinidad y en la femineidad. Esta índole teológica es decisiva para comprender la dimensión natural de la unión. En este sentido, la índole natural del matrimonio se comprende mejor cuando no se le separa de la familia.

El matrimonio y la familia son inseparables, porque la masculinidad y la femineidad de las personas casadas están constitutivamente abiertas al don de los hijos. Sin esta apertura ni siquiera podría existir un bien de los esposos digno de este nombre.

 
 
También sus propiedades esenciales, la unidad y la indisolubilidad, se inscriben en el ser mismo del matrimonio, dado que no son de ningún modo leyes extrínsecas a él. Sólo si se lo considera como unión que implica a la persona en la actuación de su estructura relacional natural, que sigue siendo esencialmente la misma durante toda su vida personal, el matrimonio puede situarse por encima de los cambios de la vida, de los esfuerzos e incluso de las crisis que atraviesa a menudo la libertad humana al vivir sus compromisos.

 
En cambio, si la unión matrimonial se considera basada únicamente en cualidades personales, intereses o atracciones, es evidente que ya no se manifiesta como una realidad natural, sino como una situación dependiente de la actual perseverancia de la voluntad en función de la persistencia de hechos y sentimientos contingentes.

Ciertamente, el vínculo nace del consentimiento, es decir, de un acto de voluntad del hombre y de la mujer; pero ese consentimiento actualiza una potencia ya existente en la naturaleza del hombre y la mujer. Así, la misma fuerza indisoluble del vínculo se funda en el ser natural de la unión libremente establecida entre el hombre y la mujer”

 
 
 
El Papa san Juan Pablo II, muy motivado por este tema, un año después, ante este mismo <foro> volvía a insistir sobre el tema de la indisolubilidad del matrimonio (Discurso del Papa san Juan Pablo II a los prelados auditores defensores del vínculo y abogados de la Rota Romana con ocasión de la apertura del año Judicial. Lunes 28 de enero de 2002):

 
“Es importante la presentación positiva de la unión indisoluble, para redescubrir su bien y su belleza. Ante todo, es preciso superar la visión de la indisolubilidad como un límite a la libertad de los contrayentes, y por tanto como un peso, que a veces puede resultar insoportable…

A esto se añade la idea, bastante difundida, según la cual el matrimonio indisoluble sería propio de los creyentes, por lo cual ellos no pueden pretender <imponerlo> a la sociedad civil en su conjunto”

 

 
 
Verdaderamente es incierto que los cristianos católicos pretendamos <imponer> la indisolubilidad del matrimonio a toda la sociedad civil en su conjunto. Sólo Dios tiene el poder de unir en vínculo conyugal al hombre y a la mujer, y esta unión tiene lugar solamente a través del libre consentimiento de los mismos… Pero este consentimiento humano se da por un designio divino.

 
¿Qué quiere decir esto? Según el Papa San Juan Pablo II (Ibid): “Es la dimensión natural de la unión y, más concretamente, la naturaleza del hombre modelada por Dios mismo, lo que proporciona la clave indispensable de lectura de las propiedades esenciales del matrimonio.

Su anterior fortalecimiento en el matrimonio cristiano a través del sacramento se apoya en un fundamento de derecho natural, sin el cual sería incomprensible la misma obra salvífica y la elevación que Cristo realizó una vez para siempre con respecto a la realidad conyugal”

 
 
 
En efecto, Nuestro Señor Jesucristo elevó la unión entre  hombre y  mujer a la categoría de sacramento al asistir junto a su Madre la Virgen María y sus discípulos, a las bodas de Caná de Galilea, relatadas por el apóstol san Juan en su Evangelio; durante las mismas además tuvo lugar el primer signo del Señor al realizar el milagro de la conversión del agua en vino (Jn 2, 1-11)

 
En este sentido, sigue pronunciándose así el Papa san Juan Pablo II (Ibid): “Al designio divino natural, se han conformado innumerables hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, también antes de la venida del Salvador, y se conforman después de su venida muchos otros, incluso sin saberlo. Su libertad se abre al don de Dios, tanto en el momento de casarse como durante toda su vida conyugal.


 
De aquí se desprende que el <peso> de la indisolubilidad y los límites que implica para la libertad humana no son, por decirlo así, más que el reverso de la medalla con respecto al bien y a las potencialidades ínsitas en la institución familiar como tal. Desde esta perspectiva, no tiene sentido hablar de <imposición> por parte de la ley humana, puesto que esta debe reflejar y tutelar la ley natural y divina, que siempre es, verdad liberadora (Jn 8,32)”


 
No se puede explicar más claro, ni mejor que lo hizo en su día Nuestro Señor Jesucristo lo significa la verdadera libertad del hombre, por eso  el Papa san Juan Pablo II , recordando sus palabras, aseguraba que  la ley natural inscrita en el corazón del hombre por su Creador, también se ha ocupado de la unión entre hombre y mujer y así, sin saberlo quizás, muchos han roto la unión indisoluble, por lo que se llama en la Santa Biblia, <dureza de corazón>, pero eso no quiere decir que hayan operado con justicia.
 
 
 
 
Por eso continúa diciendo el Papa (Ibid): “Esta verdad sobre la indisolubilidad del matrimonio, como todo mensaje cristiano, está destinado a los hombres  y a las mujeres de todos los tiempos y lugares. Para que eso se realice, es necesario, que esta verdad sea testimoniada por la Iglesia y, en particular, por cada familia como <Iglesia doméstica>, en la que el esposo y la esposa se reconocen mutuamente unidos para siempre, con un vínculo que exige un amor siempre renovado, generoso y dispuesto al sacrificio”

 
Se deduce claramente de las palabras del Papa san Juan Pablo II  que contra la verdad del <vínculo conyugal>, no es correcto invocar la libertad de los contrayentes, porque al asumirlo libremente, implícitamente se están comprometiendo a respetar las exigencias que derivan de una ley natural inscrita por Dios en el corazón del hombre.

Verdaderamente se trata de una cuestión de conciencia, pero el hombre sigue teniendo <dureza de corazón>, como muy bien definió nuestro Señor Jesucristo, al hablar de estos temas relacionados con la unión entre hombre y mujer (Mc 10, 11-12): “Si uno se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; / y si ella se separa de su marido y se casa con otro, comete adulterio”

 
 
Estas palabras fueron pronunciadas por Jesús en la región de Judea al otro lado del Jordán, a la que le habían seguido grandes multitudes desde Galilea, para responder a la pregunta de unos fariseos (Mt 19, 3): ¿Le es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo? Pero Él  les decía (Mt 19, 4-6): “¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo hombre y mujer / Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? / De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” 

Desafortunadamente, por la llamada <cultura de la muerte>, en los últimos siglos, muchos  hombres y mujeres no pueden aceptar estas palabras de Dios, sin sentirse molestos y hasta críticos con Él…

La pregunta que surge entonces es ¿por qué sucede esto? El Papa san Juan Pablo II se hacía también esta pregunta en su <Carta a las familias>  (2 de febrero de 1994), para responder a continuación: “La razón está en el hecho  de que nuestra sociedad se ha alejado de la plena verdad sobre el hombre, de la verdad sobre lo que el hombre y la mujer son como personas. Por consiguiente, no sabe comprender adecuadamente lo que son verdaderamente la entrega de las personas en el matrimonio, el alma responsable al servicio de la paternidad y la maternidad, la auténtica grandeza de la generación y la educación”

Éste es, pues, el drama según el Papa: Ciertos atributos sociales están sujetos a la tentación de manipular este mensaje, falseando la verdad sobre el hombre. El ser humano no es el que presentan ciertos estudios modernos  de una tan delicada materia... Es mucho más, como unidad psicofísica, como unidad del alma y cuerpo, como persona…

Sí, la verdad plena sobre el hombre ha sido revelada en Jesucristo y sin embargo, el <gran misterio>, el <plan salvador de Dios>, anunciado por san Pablo en su Carta a los Efesios, el racionalismo  lo combate con radicalidad. Para el racionalismo  aceptar que el Dios Creador ha <bendecido al hombre por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales> es impensable.

 
 
No puede aceptar que <con su muerte, el Hijo nos ha obtenido la redención y el perdón de los pecados en virtud de la riqueza de la gracia que Dios derramó abundantemente sobre nosotros en un alarde de sabiduría  e inteligencia>
(Ef 1, 7-8).

 Por eso el Papa San Juan Pablo II sigue diciendo en su <Carta a las familias>: “El racionalismo interpreta la creación y el significado de la existencia humana de manera radicalmente distinta; pero si el hombre pierde la perspectiva de un Dios que lo ama y, mediante Cristo, lo llama a vivir en él y con él; si a la familia no se le dan la posibilidad de participar en el <gran misterio>: ¿qué queda sino la sola dimensión temporal de la vida? Queda la vida temporal como terreno de lucha por la existencia, de búsqueda afanosa de la ganancia, la económica ante todo. El <gran misterio>, el sacramento del amor y de la vida, que tiene su inicio en la creación y en la redención, y del cual es causante Cristo-esposo, ha perdido en la mentalidad moderna sus raíces más profundas. Está amenazado en nosotros y a nuestro alrededor.”
 
 
 
 
Son palabras de gran sabiduría las de este Papa que tanto luchó por el sacramento del matrimonio y de las familias; sí, Cristo es nuestro salvador, sin su verdad, que es la nuestra, es imposible que una pareja y por tanto la familia pueda llegar a estar unida para siempre, en una sociedad como la nuestra. En el Sermón de la montaña ya lo advertía (Mt 5, 27-28): “Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio / Pero yo os digo que todo el que mira con malos deseos a una mujer ya ha cometido adulterio con ella en su corazón”



El Papa San Juan Pablo II reflexionando sobre estos versículos del Evangelio de San Mateo seguía diciendo en su <Cartas a las familias>: Con relación al Decálogo (Diez Mandamientos), que tiende a defender la tradicional solidez del matrimonio y de la familia, estas palabras de Jesús muestran un gran progreso. Él va al origen del pecado del adulterio, el cual está en la intimidad del hombre y se manifiesta en un modo de mirar y pensar que está dominado por la concupiscencia. Mediante ésta, el hombre, tiende a apoderarse de otro ser humano, que no es suyo, sino que pertenece a Dios.

 
 
A la vez que se dirige a sus contemporáneos, Cristo habla a los hombres de todos los tiempos y de todas las generaciones; en particular, habla a nuestra generación, que vive bajo el signo de una civilización consumista y hedonista. ¿Por qué Cristo, en el Sermón de la montaña, habla de manera tan fuerte y exigente?, la respuesta es muy clara: Cristo quiere garantizar la <santidad del matrimonio y de la familia>, quiere defender la plena verdad sobre la persona humana y su dignidad”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 21 de noviembre de 2019

TIEMPO DE ADVIENTO: ¿QUIÉN ES EL QUE VIENE? ¿PARA QUE VIENE?



 Esto lo saben los niños, lo saben también los hombres que participan de la alegría de los niños y parece que se hacen  niños ellos también la noche de Navidad. Sin embargo, muchos son los interrogantes que se plantean. El hombre tiene derecho e incluso el deber de preguntar para saber. Hay asimismo quienes dudan y parecen ajenos a la verdad que encierra la Navidad, aunque participan de su alegría.
Precisamente para esto disponemos del tiempo de Adviento, para que podamos penetrar en esta verdad esencial del cristianismo cada año de nuevo”


 
 
 
 
Cuánta razón tenía este santo Pontífice, muchos hombres y mujeres cristianos o no, participan de la alegría que caracteriza la festividad de la Navidad, eso sí, sin pensar demasiado sobre el profundo significado de esta entrañable época del año. Se piensa sobre todo en el disfrute que supone el reencuentro con los seres queridos, que en ocasiones hace tiempo estaban lejos; se piensa también en las comidas, en los regalos, en tantas cosas maravillosas que hacen felices a los hombres, aunque no todos los hombres puedan disfrutarlas…

Es por eso conveniente que en el tiempo llamado de Adviento reflexionemos  un poco más profundamente sobre la Navidad, sobre el significado de la misma y para ello es sumamente oportuno recordar las enseñanzas de nuestros Papas; así por ejemplo san Juan Pablo II aseguraba  que (Ibid):



“La verdad del cristianismo corresponde a dos realidades fundamentales que no podemos perder de vista. Las dos están estrechamente relacionadas entre sí. Y justamente este vínculo íntimo, hasta el punto que de que una realidad parece explicar la otra, es la nota característica del cristianismo.


Si seguimos considerando los dos términos de la cuestión, jamás se obtendrá una respuesta satisfactoria a esta pregunta. De hecho el cristianismo es antropocéntrico precisamente porque es plenamente teocéntrico; y al mismo tiempo es teocéntrico gracias a su antropocentrismo singular.
Pero es cabalmente el misterio de la Encarnación el que explica por sí mismo esta relación. Y justamente por eso el cristianismo no es solo una <religión de Adviento>, sino el Adviento mismo. El cristianismo vive el misterio de la venida real de Dios hacia el hombre, y de esta realidad palpita y late constantemente.

 
 
 
 
Ésta es sencillamente la vida misma del cristianismo. Se trata de una realidad profunda y sencilla a un tiempo, que resulta cercana a la comprensión y sensibilidad de todos los hombres y, sobre todo, de quien sabe hacerse niño con ocasión de la noche de Navidad. No en vano dijo Jesús una vez: <Si no os volviereis  y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos (Mt 18, 3).

Para comprender hasta el fondo esta doble realidad de la que late y palpita el cristianismo hay que remontarse hasta los comienzos mismos de la Revelación o, mejor, hasta los comienzos casi del pensamiento humano…
El Adviento, en cuanto tiempo litúrgico del año eclesial, nos remonta a los comienzos de la Revelación. Y precisamente en los comienzos nos encontramos enseguida con la vinculación fundamental de estas dos realidades: <Dios> y <el hombre>”

 



 

“El Adviento nos invita a detenernos en silencio, para captar una presencia. Es una invitación a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios dirige, signos de su atención por cada uno de nosotros: ¡Cuan a menudo, Dios, nos hace percibir su amor! …
El Adviento nos invita y nos estimula a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia: ¿No debería ayudarnos a ver el mundo de otra manera? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como <visita>, como modo en que Él puede venir a nosotros y estar cerca de nosotros, en cualquier situación? “

 



 

Sin duda, desde la antigüedad los cristianos querían significar con esta palabra <Adventus> que Dios estaba aquí, que no se había retirado del mundo, que no nos había dejado solos, como ciertos hombres querrían hacernos creer…

Para el creyente católico, en particular, es impensable considerar que Dios, aunque es nuestro Creador, nos abandonó sin más… En una palabra, se despreocupó totalmente del género humano…
Por eso, en este tiempo de Adviento, la certeza de su presencia tiene que ayudarnos a ver el mundo de otra manera, como nos decía el Papa, tiene que ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como <visita>, como un modo en el que Dios puede venir a nosotros a través de su  Hijo unigénito, Nuestro Señor Jesucristo, y ello puede ser causa de nuestra gran esperanza, porque tal como nos recordaba el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: El Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará cumplimiento en el Reino de Dios, reino de justicia y de paz”

Ciertamente el cristianismo se caracteriza por su capacidad para soportar incluso las mayores vicisitudes de la vida, que asumen gracias a su forma de entender la esperanza. Sí, porque como sigue advirtiendo el Papa Benedicto XVI (Ibid):



En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y positivo, entonces la alegría de la espera hace más valioso el presente”

Sí, esta es la alegría de la Navidad que se aproxima para el pueblo de Dios, la llegada del Niño Jesús que ya siempre nos acompañará a lo largo de todo el año próximo y por supuesto de todos los demás, hasta el fin de nuestros días sobre la tierra…
No obstante, no hay que obviar el hecho de que el enemigo común está siempre acechando al hombre y  en este tiempo de preparación a la llegada del Señor, en este tiempo de Adviento, sigue estando cerca de cada uno de nosotros. La lucha contra él y contra sus acólitos debe ser constante por parte del creyente, y esto ha sido así desde siempre y en particular desde aquel mismo momento en el que Cristo fundó su Iglesia.


 
 
 
En este sentido, viene bien recordar las palabras de san Pablo a la Iglesia de Tesalónica cuando en su primera carta oraba así (1Tes 3, 11-13): “Que Dios mismo, nuestro Padre y nuestro Señor Jesús, dirija nuestros caminos para poder veros / y que el Señor os colme y os haga rebosar en la caridad de los unos con los otros y en la caridad de todos hacia todos / para que se confirmen vuestros corazones en una santidad sin tacha ante Dios, nuestro Padre el día de la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos. Amén”

Precisamente el Papa Francisco recordando esta carta de san Pablo a los tesalonicenses, en su Homilía el domingo de Adviento-Sábado 30 de noviembre de 2013 nos ofrecía esta enseñanza tan admirable :

 



“La plenitud de la vida cristiana que Dios realiza en los hombres, está siempre acechada por la tentación de ceder al espíritu mundano. Por eso Dios nos dona su ayuda, con la cual podemos perseverar y preserva los dones que el Espíritu Santo nos ha dado, la vida nueva que Él nos da. Custodiando esta <savia> saludable de nuestra vida, todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, se conserva <irreprensible e intachable>”