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domingo, 23 de abril de 2017

JESÚS Y SUS SACRAMENTOS (III): ORDEN SACERDOTAL


 
 
 
 



La Carta a los Hebreos es uno de los escritos más turbadores e interesantes del Nuevo Testamento, cuyo autor pudiera haber sido el apóstol San Pablo, aunque sobre este tema se sigue discutiendo entre los entendidos en la materia…, la carta iba dirigida a los cristianos de origen judío, con formación helenística, pertenecientes a distintas comunidades que atravesaban un claro debilitamiento de la fe, incluso con peligro real de caer en el pecado de apostasía. Se trata por tanto de una epístola que encaja muy bien en el ambiente religioso que en estos momentos se vive en tantos pueblos y naciones de nuestro entorno y por tanto muy adecuada para recordar las enseñanzas de Cristo a los hombres de todos los tiempos y procedencia.

Concretamente al referirse a los  Sacramentos instituidos por Jesús, y muy particularmente al Sacramento del Orden Sacerdotal, tanto el Papa Benedicto XVI, como otros Papas e incluso algunos autores eclesiásticos mencionan  frecuentemente, la <Carta a los  Hebreos>,  ya  que en ella  se nos habla de Jesucristo, Sacerdote y Pontífice soberano (He 5, 1-10):

-Porque todo pontífice escogido de entre los hombres es constituido en pro de los hombres, cuanto a las cosas que miran a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados,
-capaz de ser indulgente con los ignorantes y extraviados, dado que también él  está cercado de flaqueza;

-razón por la cual debe, por sí mismo no menos que por el pueblo, ofrecer sacrificios por los pecados.
-Y nadie se apropia este honor, sino el que  es llamado por Dios, como  Aarón.



-De igual modo, Cristo no se apropio de la gloria de ser Sumo Sacerdote, sino que se la otorgó el que le dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy
-Como también en otro lugar dice (Sal. 109, 4): <Tú eres Sacerdote para siempre según el orden  de Melquisedec>.

-El cual en los días de su carne, habiendo ofrecido plegarias con poderoso clamor y lágrimas, al que le podía salvar de la muerte, y habiendo sido escuchado por razón de su reverencia,
-aún con ser Hijo, aprendió de las cosas,  que padeció, lo que era obediencia;

-y consumado, vino a ser para todos, los que le obedecen, causa de salud eterna,
-proclamado por Dios sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec.  

 
El Sacramento del Orden, así como los demás Sacramentos instituidos por Cristo, se han venido celebrando desde tiempos de la Iglesia primitiva y  en el Catecismo de la Iglesia Católica refiriéndose al mismo podemos leer su relación con el Sacramento del Matrimonio (C.I.C.  nº 1534 y 1535):

-El Orden y el Matrimonio están ordenados a la salvación de los demás. Contribuyen ciertamente a la propia salvación, pero esto lo hacen mediante el servicio que prestan a los demás. Confieren una misión particular en la Iglesia y sirven a la edificación del pueblo de Dios.

-En estos Sacramentos los que fueron ya consagrados por el Bautismo y la Confirmación (LG <Lumen gentium> 10), para el sacerdocio común de todos los fieles, pueden recibir consagraciones particulares. Los que reciben el Sacramento del Orden son consagrados para <en el nombre de Cristo ser los pastores de la Iglesia con la palabra y con la gracia de Dios> (LG 11). Por su parte, <los cónyuges cristianos, son fortificados y como consagrados para los deberes y dignidad de su estado por este Sacramento especial> (GS <Gaudium et spes> 48,2)

 


Respecto al Sacramento del Orden, también podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1537, el significado concreto de la palabra <Orden>, y en el nº 1538, como se realizaba en la antigüedad y como se lleva a cabo en la actualidad la concesión del Orden:

-La palabra Orden designaba en la antigüedad romana, cuerpos constituidos en sentido civil, sobre todo el cuerpo de los que gobiernan. <Ordinatio> designa la integración en un <ordo>. En la Iglesia hay cuerpos constituidos que la Tradición, no sin fundamento en la Sagrada Escritura, llama desde los tiempos antiguos con el nombre de <taxeis>, (en griego), de <ordines>, (en latín): así la liturgia habla del <ordo episcoporum>, del <ordo presbyterorum> y del <ordo diaconorum>. También reciben este nombre de <ordo> otros grupos, los catecúmenos, las vírgenes, los esposos y las viudas.

-La integración en uno de estos cuerpos de la Iglesia se hacía por un rito llamado <ordinario>, acto religioso y litúrgico que era una consagración, una bendición o un Sacramento. Hoy la palabra <Ordinario> está reservada al acto sacramental que incorpora al orden de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos y que va más allá de una simple elección, designación, delegación o institución por la comunidad, pues confiere un don del Espíritu Santo, que permite ejercer un <poder sagrado>, <sacra potestas>, (Lumen gentium 10), que sólo puede venir de Cristo mismo para su Iglesia. La ordenación también es llamada <consecratio> porque es un <poner a parte> y un <investir> por Cristo mismo para su Iglesia. La <imposición de manos> del obispo, con la oración consecratoria, constituye el signo visible de esta consagración.

 


Los Padres de la Iglesia han  hablado <largo y tendido> sobre este  Sacramento que siempre ha sido causa de controversias dentro del pueblo cristiano, particularmente en los últimos años…

Remitiéndonos a los últimos Pontífices de la Iglesia Católica, comprobamos que: Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco, en todo momento también se han preocupado enormemente por este Sacramento de la Iglesia.

Así por ejemplo, nuestro Papa actual Francisco, en su Audiencia General celebrada en  la plaza de San Pedro, el miércoles 26 de marzo de 2014, daba una <lección magistral> sobre tema tan importante, y lo hacía con la claridad y la sencillez que siempre le caracterizan:

“El Orden, constituido por los tres grados de episcopado, presbiterado y diaconado, es el Sacramento que habilita para el ejercicio del ministerio, confiado por el Señor, Jesús, a los Apóstoles, de apacentar su rebaño, con el poder de su Espíritu y según su corazón.

Apacentar el rebaño de Jesús no con el poder de la fuerza humana o con  el propio poder, sino con el poder del Espíritu y según su corazón, el corazón  de Jesús que es un corazón  de amor. El sacerdote, el obispo, el diácono deben apacentar el rebaño del Señor con amor. Si no lo hacen con amor no sirve. Y en ese sentido, los ministros que son elegidos y consagrados para este servicio prolongan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con  el poder del Espíritu Santo en nombre de Dios y con  amor.

<<Un primer aspecto: aquellos que son ordenados son puestos al <frente de la comunidad>. Están <al frente> sí, pero para Jesús significa poner la propia autoridad <al servicio>, como Él mismo demostró y enseñó a los discípulos con estas palabras: <sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros; el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos> (Mt 20, 25-28 . Mc 10, 42-45). Un obispo que no está al servicio de la comunidad no hace bien; un sacerdote o un presbítero que no está al servicio de su comunidad no hace bien, se equivoca>>.




<<Otra característica: que deriva siempre de esta unión sacramental con Cristo es el amor apasionado por la Iglesia. Pensemos en ese pasaje de la Carta a los Efesios donde San Pablo dice que Cristo <amó a su Iglesia: Él se entregó así mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño de agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin  mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada> (Ef 5, 25-27). En virtud del Orden el ministro se entrega por entero a la propia comunidad y ama con todo el corazón: es su familia; el obispo, el sacerdote aman a la Iglesia en la propia comunidad, la aman fuertemente. ¿Cómo? Como Cristo ama a la Iglesia. Lo mismo dirá San Pablo del matrimonio: el esposo ama a su esposa como Cristo ama a la Iglesia. Es un misterio grande de amor: el misterio sacerdotal y el de matrimonio, dos Sacramentos que son  el camino por el cual las personas van habitualmente al Señor>>

<<Un último aspecto: el apóstol Pablo recomienda al discípulo Timoteo que no descuide, es más, que reavive siempre el don que está en él. El don  que le fue dado por la imposición de las manos (1 Tm 4, 14; 2 Tm 1,6). Cuando no se alimenta el ministerio, el ministerio del obispo, el ministerio del sacerdote, con la oración, con la escucha de la Palabra de Dios y con  la celebración cotidiana de la Eucaristía y también con  una frecuentación al Sacramento de la Penitencia, se termina inevitablemente por perder de vista el sentido auténtico del propio servicio y la alegría que deriva de una profunda comunión con  Jesús.

 



El obispo que no reza, el obispo que no escucha la Palabra de Dios, que no celebra todos los días, que no se confiesa regularmente, y el sacerdote mismo que no hace estas cosas, a la larga pierde la unión  con Jesús y se convierte en una mediocridad que no hace bien a la Iglesia. Por ello debemos ayudar a los obispos y a los sacerdotes a rezar, a escuchar la Palabra de Dios que es el alimento cotidiano, a celebrar cada día la Eucaristía y confesarse habitualmente>>.

Esto es muy importante porque concierne precisamente a la santificación de los obispos y los sacerdotes”

Tres son los aspectos que el santo Padre destaca como características especiales del Sacramento del Orden: <poner la propia autoridad al servicio>, el <amor apasionado por la  Iglesia> y <revitalizar siempre el don divino>. Al hablar de estos tres aspectos importantísimos del Sacramento del Orden, se apoya como es lógico, en las enseñanzas de Cristo durante su <proclamación del Reino> a los hombres, que han quedado reflejadas en los Santos Evangelios, escritos por sus apóstoles Mateo y Juan, y por los evangelistas Marcos y Lucas, discípulos de San Pedro y San Pablo respectivamente, así como en las cartas del apóstol San Pablo.
Al hablarnos del primer aspecto (Poner la propia autoridad al servicio), el Papa Francisco, nos remite a los evangelios de San Mateo y de San Marcos.

Recordaremos en primer lugar el pasaje del evangelio de San Mateo en el que Jesús recrimina a la madre de los hermanos Zebedeos (Santiago y Juan.)

 



el hecho de pedirle que favorezca a sus  hijos frente al resto de sus discípulos, a lo que Jesús les respondió (Mt 20, 22-28):
-No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber? Ellos dijeron: Sí, podemos.

-Jesús les respondió: beberéis mi copa, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quien lo ha reservado mi Padre.

-Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.

-Pero Jesús los llamó y les dijo: sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que los magnates las oprimen.

-No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor,

-y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo.

-De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos.



Observamos como en la petición de la madre de los Zebedeos, Jesús hace mención a dos temas: uno general, que la madre y los hijos daban por supuesto; la otra particular, que ahora precisamente pedían al Maestro: la preeminencia. Respecto a la primera, Jesús les advierte que, para que la promesa de sentarse <uno a la derecha y otro a la izquierda> de Jesús en su gloria se haga efectiva, es necesario que antes pasen por la Pasión que él mismo iba a sufrir. Respecto de la segunda, les quiere hacer comprender  que semejante supremacía no se consiguen mediante ambiciosas intrigas.

Por otra parte, ante la falta de humildad de la madre y de sus hijos, Jesús les asegura que ser una autoridad dentro de su Iglesia, no supone tiranía o abuso, sino servicio para todos. Además concretamente <Él les dice> que el Hijo del hombre ha venido a dar su vida como rescate por muchos, aludiendo a la redención de la humanidad.

La narración del evangelista San Marcos sobre los hechos acaecidos difiere ligeramente de la de San Mateo; aquí sólo se mencionan a Santiago y a Juan, y no a su madre, como los autores de la reclamación de una primacía frente a los otros discípulos (Mc 10, 35-45):




-Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se le acercaron y le dijeron: Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte.

-Jesús les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros?

-Ellos le contestaron: Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.

-Jesús les replicó: no sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?

-Ellos le respondieron: sí, podemos. Jesús entonces les dijo: Beberéis la copa que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado.

-Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

-Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

-Jesús los llamó y les dijo: Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen.

-No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor;

-y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos.

-Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos.



El evangelista Marcos, narra este pasaje de la vida del Señor, justamente después de que Éste haya hecho un  nuevo anuncio de su Pasión (Mc 10, 32-34), y esto parece algo fuera de lo normal, que pudiera producirse, especialmente por parte de aquellos que fueron llamados: <los hermanos Boanergues>, es decir <hijos del trueno>, por su valentía a la hora de defender a Jesús de las acechanzas de sus enemigos.
Da la impresión de que se sienten disminuidos frente al encargo especial que Jesús ha dado a Pedro, como cabeza de su Iglesia. Contra  la ambición que muestran, el Señor les da una lección incomparable frente a los restantes discípulos que se indignaron enormemente y se enojaron con sus compañeros por semejante propuesta; realmente todavía no estaban los futuros apóstoles del Señor preparados adecuadamente para realizar la labor evangelizadora que Jesús les encomendaría en un futuro muy próximo.
Fue necesaria la llegada del Espíritu Santo sobre ellos, enviada por Cristo, para que pudieran afrontar con valentía pero también con humildad la proclamación del Reino, en servicio de los hombres…

La segunda característica del Sacramento del Orden, destacada por el Papa Francisco en su Audiencia, es el amor apasionado que los que siguen esta vocación deben poseer, y pone como ejemplo la Carta a los Efesios, donde San Pablo habla del amor que Jesús tenía por su Iglesia, a semejanza del amor que deben tener el esposo por la esposa en atención a Cristo (Ef 5, 28-30).

San Pablo con este pasaje de su carta asienta el principio fundamental del cual se deriva toda la excelencia natural del matrimonio cristiano: Esto es, el matrimonio debe de ser <una copia fiel> de la unión de Cristo con su Iglesia.



El tercer y último aspecto que destaca el Papa Francisco sobre el Sacramento del Orden, es el hecho de que el don recibido por aquellos que siguen este camino, debe estar siempre vivo o mejor, debe reavivarse constantemente en las personas que lo poseen y pone como ejemplos las dos cartas  que escribió San Pablo a su discípulo Timoteo.

En la primera carta dirigida a su discípulo Timoteo, Pablo le confía algunas misiones importantes, a sabiendas de que está ya próximo su fin sobre la tierra y haciendo hincapié en la buena organización de la vida cristiana en la Iglesia de Éfeso, de la cual el discípulo había quedado encargado durante el viaje del apóstol a Macedonia. Entre otros razonamientos, refiriéndose a aquellos que se dejaban llevar por extrañas doctrinas dice (1Tm 4, 6-7):

“Si estas cosas sugieres a los hermanos serás excelente ministro de Cristo Jesús, nutriéndote con la palabra de la fe y de la buena doctrina que has seguido/ En cambio, esas fábulas profanas y propias de viejas, evítalas”

Se refiere San Pablo a algunos charlatanes y descreídos, que perdían el tiempo sin trabajar y hablaban sin conocimiento de causa de los evangelios, dando interpretaciones erróneas de los mismos, en su propio provecho, de forma que la gente sencilla podría caer en la trampa de perder el interés por la recta doctrina de Jesús y encaminarse hacia derroteros propiamente heréticos. Situación que nos recuerda, como no podía ser de otra forma, a tantas sectas o similares que hoy en día siguen practicando estas técnicas de adoctrinamiento engañoso de las masas y que son tan peligrosas como lo fueron en antaño otras.



La segunda carta de San Pablo dirigida a Timoteo durante la estancia del apóstol en Roma, encarcelado y encadenado por Cristo, pretende arraigar en su discípulo Timoteo su espíritu apostólico, para que se reavive en él el don recibido (Probablemente Timoteo fue el primer Obispo de Éfeso).

Esta carta de San Pablo puede considerarse como un testamento apostólico en el que destaca la constancia e intrepidez a la hora de desenmascarar los errores y guardar fielmente el mensaje de Cristo (2 Tm 1, 1-9):

“Por esta causa te amonesto que reavives la gracia de Dios, que está en ti por la imposición de mis manos / que no nos dio Dios un espíritu de timidez, sino de fortaleza y de caridad, y de templanza/ No te avergüences, pues, del testimonio que debes dar a nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; antes bien, comparte mis padecimientos por la causa del Evangelio, estribando en la fuerza de Dios/ el cual nos salvó y nos llamó con vocación santa, no según nuestras obras, sino según su propia determinación y según la gracia dada a nosotros en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos…”

Como en la primera carta San Pablo está hablando del sacramento del Orden y de las propiedades que este don conlleva: Espíritu de fortaleza, de caridad, de templanza y de moderación, y muchas cosas más…



En este sentido, el Papa Benedicto XVI en la Homilía predicada durante la ordenación presbiteral de los diáconos de la diócesis de Roma, el domingo 20 de junio de 2010, se dirigió así a los sacerdotes recién ordenados:

 “La Iglesia cuenta con vosotros, cuenta muchísimo con vosotros. La Iglesia os necesita a cada uno, consciente como es de los dones que Dios os ofrece y, al mismo tiempo, de la absoluta necesidad del corazón de todos los hombres de encontrarse con Cristo, Salvador único y universal del mundo, para revivir en Él la vida nueva y eterna, la verdadera libertad y la alegría plena.

Así pues, todos nos sentimos invitados a entrar en el <misterio>, en el acontecimiento de gracia que se está realizando en vuestros corazones con la ordenación presbiteral, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios que se ha proclamado…

Solamente quien tiene una relación íntima con el Señor es aferrado por él, puede llevarlo a los demás, puede ser enviado.

Se trata de un <permanecer con Él> que debe acompañar siempre el ejercicio del misterio sacerdotal; debe ser su parte central, también y sobre todo en los momentos difíciles, cuando parece que las cosas que hay que hacer deben tener prioridad. Donde estemos, en cualquier cosa que hagamos, debemos: Permanecer siempre en Él…

El que aspira al sacerdocio para aumentar su prestigio personal y su poder entiende mal en su raíz el sentido del ministerio. Quien quiere sobre todo realizar una ambición propia, alcanzar el éxito personal siempre, será esclavo de sí mismo y de la opinión  pública.

Para ser tenido en consideración deberá adular, deberá decir lo que agrada a la gente; deberá adaptarse al cambio de las modas y de las opiniones y, así, se privará de la relación vital con la verdad, reduciéndose a condenar mañana aquello que había alabado hoy.

Un hombre que plantea así su vida, un sacerdote que ve de esta forma su ministerio, no ama verdaderamente a Dios y a los demás; sólo se ama así mismo y, paradójicamente, termina por perderse así mismo.

El sacerdocio, recordémoslo siempre, se funda en la valentía de decir sí a otra voluntad, con la conciencia, que debe crecer cada día, de que precisamente conformándose a la voluntad de Dios, inmerso en esta voluntad, no sólo será cancelada nuestra originalidad, sino que al contrario, entraremos cada vez más en la verdad de nuestro ser y nuestro misterio”

Hermosas palabras las del Papa Benedicto XVI, dirigidas a los nuevos sacerdotes, que nos han emocionado porque también son aplicables a los laicos y en general a todos los hombres que deseen la verdadera amistad con Jesús. Sí, hay que permanecer en Él, olvidarse de las adulaciones y de los triunfos sociales, si deseamos de verdad alcanzar el reino de Dios; sólo así entraremos cada vez más en la verdad absoluta, en la verdad de nuestro ser y alcanzaremos la salvación de nuestras almas.




Es tarea difícil y por ello necesitamos los laicos la ayuda y el consejo de aquellos hombres que han recibido los distintos grados del Sacramento del Orden. Es este Sacramento una ayuda extraordinaria para el pueblo de Dios, en sus tres grados establecidos por la Iglesia Católica; y en palabras de San Ignacio de Antioquía (Trall 3,1):

“Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, como también al obispo, que es imagen del Padre y de los presbíteros como el senado de Dios y como a la asamblea de los apóstoles y sin ellos no se puede hablar de Iglesia” (C.I.C. nº 1554)

Más concretamente como también nos enseña el Catecismo de la Iglesia católica (nº 1555), y (nº 1558), refiriéndose a la ordenación episcopal (Plenitud del sacramento del Orden):

-Entre los diversos ministerios que existen en la Iglesia, ocupa el primer lugar el ministerio de los obispos que, a través de una sucesión que se remonta hasta el principio, son los trasmisores de la semilla apostólica (LG 20).

-La consagración episcopal confiere, junto con la función de santificar, también las funciones de enseñar y gobernar… En efecto, por la imposición de las manos y por las palabras de la consagración se confiere la gracia del Espíritu Santo y se queda marcado con el carácter sagrado. En consecuencia, los obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces del mismo Cristo, maestro, pastor y sacerdote y actúan en su nombre ( (LG 21). <El Espíritu Santo que han recibido ha hecho de los obispos los verdaderos y auténticos  maestros de la fe, pontífices y pastores> (CD 2).

Por otra parte refiriéndose a la ordenación  de los presbíteros (Cooperadores de los obispos), el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que (números 1562  al  1565):

-Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo, hizo a los obispos partícipes de su misma consagración y misión por medio de los Apóstoles, de los cuales son sucesores. Estos han confiado legítimamente la función de su ministerio en diversos grados a diversos sujetos en la Iglesia” (LG 28). “La función ministerial de los obispos, en grado subordinado, fue encomendada a los presbíteros para que, constituidos en el orden del presbiterado, fueran los colaboradores del orden episcopal para realizar adecuadamente la misión apostólica confiada por Cristo (PO 2).

-El ministerio de los presbíteros, por estar unido al orden episcopal, participa de la autoridad con la que el propio Cristo construye, santifica, y gobierna su Cuerpo. Por eso el sacerdocio de los presbíteros supone ciertamente los Sacramentos de la iniciación cristiana. Se confiere, sin embargo, por aquel sacramento peculiar que, mediante la unción del Espíritu Santo, marca a los sacerdotes con un carácter especial, y así quedan identificados con Cristo Sacerdote, de tal manera que puedan actuar como representantes de Cristo Cabeza (PO 2).

-Los presbíteros, aunque no tenga la plenitud del sacerdocio y dependan de los obispos en el ejercicio de sus poderes, sin embargo están unidos a éstos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del orden, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Hb 5, 1-10; 7, 24; 9, 11-28), para anunciar el Evangelio a los fieles, para apacentarlos y para celebrar el culto divino (LG 28).

-En virtud del sacramento del Orden, los presbíteros participan de la universalidad de la misión confiada por Cristo a los apóstoles. El don espiritual que recibieron en la ordenación los prepara, no para una misión limitada y restringida, <Sino para una misión amplísima y universal de salvación ‘hasta los extremos del mundo’ (Hch 1,8)> (PO 10), “Dispuestos a predicar el Evangelio por todas partes” (OT 20).

Finalmente refiriéndose a la ordenación de los diáconos (En orden al ministerio), el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que (nº 1570 y 1571):

-Los diáconos participan de una manera especial en la misión y en la gracia de Cristo (LG 41). El Sacramento del Orden los marcó con un sello <carácter>), que nadie puede hacer desaparecer y que los configura con Cristo que se hizo “diácono”, es decir, el servidor de todos (Mc 10, 45; Lc 22, 27). Corresponden a los diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el Evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios de la caridad (LG 29; SC 35, 4; AG 16).

-Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia latina ha restablecido el diaconado “como un grado particular dentro de la jerarquía” (LG 29), mientras que las Iglesias de Oriente lo habían mantenido siempre. Este diaconado permanente, que puede ser conferido a hombres casados, constituye un enriquecimiento importante para la misión de la Iglesia. En efecto, es apropiado y útil que hombres que realizan en la Iglesia un ministerio verdaderamente diaconal, ya en la vida litúrgica y pastoral, ya en las obras sociales y caritativas, “sean fortalecidos por la imposición de las manos transmitidas ya desde los Apóstoles y se unan más estrechamente al servicio del altar, para que cumplan con mayor eficacia su ministerio por la gracia sacramental del diaconado” (AG 16).

 


Es  necesario recordar así mismo, que este Sacramento del Orden excluye a las mujeres porque como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Ordinatio Sacerdotalis; Carta Apostólica 22 de mayo de 1994):

“La ordenación sacerdotal, mediante la cual se transmite la función confiada por Cristo a sus apóstoles, de enseñar, santificar y regir a los fieles, desde el principio ha sido reservada siempre en la Iglesia Católica exclusivamente a los hombres. Esta tradición se ha mantenido también fielmente en las Iglesias Orientales.

Cuando en la comunidad anglicana surgió la cuestión de la ordenación de las mujeres, el Sumo Pontífice Pablo VI, fiel a la misión de custodiar la Tradición apostólica, y con el fin también de eliminar un nuevo obstáculo en el camino hacia la unidad de los cristianos, quiso recordar a los hermanos anglicanos cual era la posición de la Iglesia católica: <ella sostiene que no es admisible ordenar mujeres para el sacerdocio, por razones verdaderamente fundamentales. Tales razones comprenden: el ejemplo, consignado en las Sagradas Escrituras de Cristo, que escogió sus apóstoles sólo entre varones; la práctica constante de la Iglesia, que ha imitado a Cristo, escogiendo sólo varones; y su viviente Magisterio, que coherentemente ha establecido que la exclusión de las mujeres del sacerdocio está en armonía con el plan de Dios para su Iglesia”

Los movimientos feministas de los dos últimos siglos, han pretendido y siguen pretendiendo ir en contra de esta disposición de la Iglesia católica, que consiste simplemente en cumplir al pie de la letra lo que Cristo quiso siempre que su Iglesia fuera. No existe discriminación a la mujer por esta praxis de la Iglesia, que fue dada por nuestro Señor Jesucristo del que no se puede decir que se desinteresara por la situación de las mujeres durante su vida pública. Por el contrario Él que era el Verbo, se encarnó en una mujer, la Virgen María y esto ya supone un gran honor para la mujer, el mayor honor para la mujer, ser la Madre de Dios.



Junto a este problema, que no es tal, porque las tesis empleadas por los enemigos de la Iglesia son decadentes y sin soporte científico alguno, además de ir en contra del deseo de Cristo, surge otra lucha en contra del Sacramento del Orden que pretende anular el celibato sacerdotal.

El Papa Pablo VI se interesó mucho por este tema y en su Carta Encíclica, <Sacerdotalis Caelibatus> dada en Roma el 24 de junio de 1967 llegaba a decir cosas como esta:

“El celibato sacerdotal, que la Iglesia custodia desde hace siglos como perla preciosa, conserva todo su valor también en nuestro tiempo, (siglo XX), caracterizado por una profunda transformación de mentalidades y de estructuras. Pero en el clima de los nuevos fermentos, se ha manifestado también la tendencia más aún, la expresa voluntad de solicitar de la Iglesia que reexamine esta institución, cuya característica, cuya observancia, según algunos llegaría a ser ahora problemática y casi imposible en nuestro tiempo y en nuestro mundo”

 


El Papa expone con claridad en su carta las razones que algunos esgrimen para solicitar de la Iglesia que anule esta condición de perfecta castidad en el Sacramento del Orden, y él responde con justeza  que:

“El sacerdocio cristiano, que es nuevo, solamente puede ser comprendido a la luz de esa novedad de Cristo, Pontífice Sumo y eterno Sacerdote, que ha instituido el Sacerdocio ministerial, como real participación de su único sacerdocio. El ministro de Cristo y administrador de los misterios de Dios (1 Cor 4,1), tiene por consiguiente en Él también el modelo directo y supremo ideal (1 Cor 11,1).

El Señor Jesús, Unigénito de Dios, enviado por el Padre al mundo, se hizo hombre para  que la humanidad, sometida al pecado y a la muerte, fuese regenerada y, mediante un nuevo nacimiento (Jn 3,5; Tit 3,5), entrase en el reino de los cielos. Consagrado totalmente a la voluntad del Padre (Jn 4,34; 17,4), Jesús realizó mediante su misterio Pascual esta nueva creación (2 Cor 5,17; Gal 6,15), introduciendo en el tiempo y en el mundo una forma nueva, sublime y divina de vida que  transforma la misma condición terrena de la humanidad (Gal 3,28).

Cristo, Hijo único del Padre, en virtud de su misma Encarnación ha sido constituido mediador entre el cielo y la tierra, entre el Padre y el género humano. En plena armonía con esta misión, Cristo permaneció toda la vida en el estado virginal, que significa su dedicación total al servicio de Dios y de los hombres. Esta profunda conexión entre la virginidad y el Sacerdocio de Cristo se refleja en los que tienen la suerte de participar de la dignidad y de la misión del mediador y Sacerdote eterno, y esta participación será tanto más perfecta cuanto el sagrado ministerio esté más libre de vínculos de carne y de sangre”