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jueves, 24 de septiembre de 2020

LA VIRGEN DE LA MERCED

Sucedió que la Santísima Virgen María se apareció en la misma noche al rey Jaime I, a san Raimundo de Peñafort y a san Pedro de Nolasco, pidiendoles que instituyeran una Orden dedicada a la redención de los cristianos cautivos, con el nombre Nuestra Señora de la Merced. Al día siguiente de estos hechos, el rey asistió a una solemne misa en la catedral de Barcelona y dio un decreto estableciendo la Orden religiosa y militar de los caballeros de Nuestra Señora de la Merced, que no tardó en propagarse por distintos países de la cristiandad. Por su parte el Papa mandó que se pusiera en el Martirologio Romano el elogio de la aparición de María Santísima para la fundación de la Real Orden, disponiendo que se celebrara su fiesta el 24 de septiembre. El rey Jaime I cedió a la Orden una parte de su Palacio de Barcelona y quiso que se llevase sobre el escapulario el escudo de las armas de Aragón y la Cruz blanca que decora la ilustre catedral barcelonesa. Así surgió el primer convento de la Orden de la Merced, tan respetable por su milagrosa institución y célebre por los grandes hombres que en ella se han distinguido en la redención y consuelo de tantas personas que se encontraban cautivas. La ciudad de Barcelona declaró a la Virgen de la Merced su Patrona y se celebra su día con grandes fiestas.ORACIÓN: "Oh Dios, que, por medio de la gloriosa Madre de tu Hijo, te dignaste ampliar tu Iglesia con una nueva prole, para librar a los fieles de Cristo del poder del enemigo común, que, por los meritos y la intercesión de la que veneramos como institutriz de una gran obra, seamos libr -ados de todos los pecados y cautiverio del demonio"

miércoles, 23 de septiembre de 2020

TÚ SEÑOR NOS PROTEGERÁS Y NOS SALVARÁS

"Salvanos, Señor, que ya no quedan hombres de bien, se ha perdido la lealtad entre los hombres / Se engañan unos a otros hablan con labios lisonjeros y doblez de corazón / Que el Señor termine con esos labios lisonjeros, y con sus lenguas engreídas / con los que dicen: Triunfaremos con nuestra lengua, nuestros labios nos defenderán ¿Quién dominará sobre nosotros? / Por la angustia de los humildes, por el grito de los pobres, ahora me alzo yo -dice el Señor- y daré la salvación a quien lo ansía / Las palabras del Señor son palabras sinceras; plata fundida limpia de tierra, siete veces refinada / Tú, oh Señor, nos protegerás, nos librarás siempre de esta generación / pues por todas partes se multiplican los malvados: ¡la maldad ha llegado al colmo entre los hombres!" (Salmo 12/11)

domingo, 20 de septiembre de 2020

LA TAREA EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA (I)

El Papa Pablo VI en su Exhortación -Evangeli Nuntandi- nos definio de forma clara en que consistía la tarea evangelizadora de la Iglesia: "Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, y con su influjo tansformar desde dentro a la misma humanidad. La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y si hubiera que resumirlo en pocas palabras, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando por la sola fuerza divina del mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en que ellos están comprometidos, su vida y ambientes concretos". Según esta definición cabe preguntarse: ¿Si la Iglesia ha tenido tan claras las ideas sobre este tema, por qué aún se da la necesidad de una -Nueva evangelización-? Sin duda la respuesta tiene que ver con los numerosos obstaculos que la Iglesia desde el primer momento de su creación por nuestro Señor Jesucristo, ha soportado. Ahora bien, hay que admitir también que nunca como en estos momentos de la historia de la humanidad la acción del enemigo común parece tener tanto empeño en hacerla desaparecer. Las causas pueden ser variadas y han dado lugar a teorías tan dañinas como el racionalismo, el laicismo absoluto, el relativismo y el materialismo, entre otras, que han impregnado la sociedad de los últimos siglos a lo largo de todo el planeta. Así, a finales del siglo XIX el Papa León XIII escribía en este sentido, en su Carta -Humanum Genus- (1884): "El humano linaje, después que, por envidia del demonio, se hubo, para su mayor desgracia, separado de Dios, creador y orador de los bienes celestiales, quedó dividido en dos bandos diversos y adversos: Uno de ellos combate asiduamente por la verdad y la virtud, y el otro por todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad