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domingo, 19 de febrero de 2017

MENSAJEROS DEL EVANGELIO: LOS PRIMEROS SIGLOS (2ª Parte)


 
 
 
 
 
 
Los últimos años del siglo VI, estuvieron marcados por el desarrollo de terribles guerras, la hambruna de los pueblos y las epidemias que hacían desaparecer a poblaciones enteras. Sin embargo, pese al acumulo de tantas desgracias, siempre brilló la luz de la evangelización en la Iglesia de Cristo, que tuvo como máximo exponente al Papa San Gregorio Magno (590-604), primer Pontífice benedictino, gran asceta de origen noble.

Este santo varón al ser nombrado sucesor de la Silla de Pedro, tras la muerte de Pelagio II a causa de una epidemia, dejó todo su patrimonio a la Iglesia y se hizo llamar: <Siervo de los siervos de Dios>
Se ha escrito mucho sobre esta figura fundamental de la Iglesia católica,  recordaremos tan solo algunas de las cosas que dijo el Papa Benedicto XVI, durante la <Audiencia General> del 28 de mayo de 2008:
 
 
 
 
 
“Reconociendo, en cuanto había sucedido, la voluntad de Dios, el nuevo Pontífice se puso inmediatamente al trabajo con empeño. Desde el principio reveló una visión singularmente lúcida de la realidad con la que debía medirse, una extraordinaria capacidad de trabajo al afrontar los asuntos tanto eclesiales como civiles, un constante equilibrio en las decisiones, también valientes, que su misión le imponían.


Se conserva de su gobierno una amplia documentación gracias al Registro de sus cartas (aproximadamente 800), en las que se refleja su  diario interés por los complejos interrogantes que  llegaban a sus manos. Eran cuestiones que procedían, de los obispos, de los abades, de los clérigos, y también de las autoridades civiles de todo orden y grado.

Entre los problemas que afligían en aquel tiempo a Italia y particularmente a Roma había uno de gran relevancia tanto en el ámbito civil como eclesial: la cuestión lombarda. A ella dedicó el Papa toda energía posible con vistas a una solución verdaderamente pacificadora.

A diferencia del emperador bizantino, que partía del presupuesto de que los lombardos eran sólo individuos burdos y depredadores a quienes había que derrotar o exterminar, San Gregorio veía a esta gente con los ojos del buen pastor.

 
 
 
Preocupado por anunciarles la palabra de salvación, estableció con ellos relaciones de fraternidad orientadas a una futura paz fundada en el respeto recíproco y en la serena convivencia entre italianos, imperiales y lombardos.

Se preocupó de la conversión de los jóvenes pueblos y de la nueva organización civil de Europa: los visigodos de España, los Francos, los Sajones, los inmigrantes  en Bretaña y los lombardos fueron los destinatarios privilegiados de su misión evangelizadora”

 
En griego <Gregorio> significa vigilante, y en verdad que hizo honor a su nombre, tal como nos ha explicado en su magnífica catequesis el Papa Benedicto XVI. Había nacido en Roma en el año 540  en el seno de  una familia particularmente cristiana (sus padres son santos  y algunas de sus tías también) y estudió Derecho, siendo nombrado Prefecto de la urbe en el año 573, pero su espíritu volaba hacia otros derroteros y pronto sufrió una transformación espiritual tan intensa que le llevó a retirarse de la política para abrazar la vida monástica, fundando un monasterio en su propia casa bajo la advocación de san Andrés.
 
 


Posteriormente, en años sucesivos creó otra serie de monasterios en algunas de sus posesiones en la isla de Sicilia, tomando como carisma, en todas ellas, la regla de San Benito.

A la muerte del Papa Pelagio II (579-590), como hemos comentado anteriormente, San Gregorio fue proclamado su sucesor, pasando a ocuparse con ardor, como  ha reconocido el  Papa Benedicto XVI, de todos los asuntos que por su cargo, Cristo le había encomendado.

Se puede decir que durante todo su Pontificado, este Papa, realizó una labor apostólica extraordinaria, y así por ejemplo, envió al monje benedictino Agustín de Canterbury junto con otros cuarenta monjes, en el año 597 a evangelizar Inglaterra, que aunque ya había sido evangelizada, desde el siglo V se encontraba en graves dificultades debido a las invasiones de anglos y sajones, paganos.

 
 
San Agustín tras una dura lucha contra el paganismo reinante consiguió la conversión del rey Ethelberto de Kent  y a partir de este momento sus súbditos siguieron, en gran mayoría, su ejemplo.

Cantérbury fue el lugar elegido finalmente por el santo para fijar su residencia, donde con ayuda real inició la construcción de la Iglesia que sería después la Catedral de Cantérbury. San Agustín siempre tuvo el apoyo incondicional del Papa San Gregorio, el cual le envió a dos sacerdotes para que le ayudaran en su intensa labor evangelizadora, estos fueron Melitón que llegó a ser el primer Obispo de Londres y Justo que fue el primer Obispo de Rochester.

Por otra parte, la  obra evangelizadora del Papa San Gregorio,  quedó reflejada también en sus escritos entre los que cabe destacar además de su extensa obra epistolar, ya mencionada, otras obras, tal como recordaba el Papa Benedicto XVI (Catequesis del 4 de junio de 2008):
“Escritos de carácter exegético, entre los que se distinguen el Comentario moral  a Job, las Homilías sobre Ezequiel y las Homilías sobre los Evangelios. Asimismo existe una importante obra de carácter hagiográfico, <Los Diálogos>, escrita por San Gregorio para edificación de la reina lombarda Teodolinda. Sin embargo, la obra principal y más conocida es sin duda la <Regla pastoral>, que el Papa redactó al comienzo de su Pontificado con finalidad claramente programática”

 
 
 
En cuanto a las enseñanzas teológicas de San Gregorio, el Papa Benedicto XVI  nos recuerda también en la misma catequesis  que: “Haciendo un rápido repaso a sus obras observamos, ante todo, que en sus escritos San Gregorio jamás se muestra preocupado por trazar una doctrina “suya”, una originalidad  propia. Más bien intenta hacerse eco de la enseñanza tradicional de la Iglesia, quiere sencillamente ser la boca de Cristo y de su Iglesia, en el camino que se debe recorrer para llegar a Dios”

Por otra parte, San Gregorio, logró por dos veces la retirada de los lombardos que asediaban Roma y la reina bávara  Teodolinda  creyente cristiana le ayudó  en la conversión de su esposo Leutario, el cual renunció al arrianismo y con él, muchos de sus vasallos. Así mismo, hay que recordar su gran caridad en favor de los más pobres, doce de los cuales, se cuenta que, compartían cotidianamente su mesa y los demás eran atendidos en sus necesidades.  

Por todo esto y mucho más, para que la labor evangelizadora realizada por San Gregorio Magno (590-604) siga siendo un ejemplo vivificador en la Iglesia del siglo XXI, recordaremos la siguiente oración a él dirigida por esta:
 
 
 
“Señor Dios, que cuidas a tu pueblo y lo gobiernas con amor, te pedimos que, por intercesión del Papa San Gregorio Magno, concedas el Espíritu de sabiduría a quienes has establecido como maestros y pastores de la Iglesia”


Sí, porque dando un gran salto en la historia, a mediados del siglo IX tuvo lugar el llamado Cisma de Focio, durante el Papado de Nicolás I (858/867), siendo Patriarca de Constantinopla el Obispo Ignacio. Por cuestiones familiares, el emperador Miguel III y su ministro Bardas, expulsaron de su Sede de Constantinopla a San Ignacio, que constantemente les reprendía por su mal comportamiento y los sustituyeron por Focio. Éste era un hombre erudito pero de condición moral relajada que recibió, en muy poco tiempo, todas las ordenes de la Iglesia de Oriente, y que se sublevó contra el Papa de Roma, declarándose  a continuación Patriarca Universal.

Tras diversos incidentes, se produjo la ruptura  y el rechazo de la Primacía de Roma, lo que provoco la excomunión de Focio por parte del Papa. Tras un largo periodo de desencuentros e incertidumbres, Focio fue aislado finalmente en un monasterio, donde murió en el año 886.

El Patriarca Antonio Kauleas, venerado como santo, estableció en un Sínodo, de nuevo, la unión total con Roma, repuso el nombre del Papa en el Canon y renovó unas relaciones buenas con la Iglesia de Occidente, aunque siempre algo distantes, que dieron lugar a fricciones y que por desgracia terminaron con la escisión total de ambas Iglesias en el año 1054.

En este año el Papa León IX (1049-1054), amenazado por los normandos, trato de encontrar una nueva alianza con Bizancio y mando una embajada a Constantinopla, encabezada por el Cardenal Humberto Silva Candida.

Los legados Papales al llegar a Constantinopla, negaron el titulo de Patriarca a Miguel I Cerulario (1043-1058), poniendo en duda la legitimidad de su elección, debido a su deficiente formación teológica, lo cual, le había llevado al límite de la herejía en algunas ocasiones. Se puede decir  que en esta ocasión la delegación Papal, obro con alguna ligereza, sin sopesar cuales serian las consecuencias posteriores, cuando se marcharon de forma brusca, dejando la Bula conminatoria al Patriarca sobre el Altar Mayor de su Iglesia, sin siquiera  dialogar primero, para tratar de encontrar una solución al problema.

 
 
El 24 de Julio del nefasto año 1054, el Patriarca de Constantinopla, Miguel I Cerulario sumamente ofendido, respondió a todo lo sucedido, excomulgando a su vez, al Cardenal Humberto de Silva y a su sequito, quemando públicamente la Bula romana, con lo que, sé confirmo definitivamente, el llamado gran Cisma de Oriente.

A partir de aquel momento hubo algunos intentos, bien intencionados, de unir de nuevo a las iglesias en conflicto, pero todos ellos fracasaron debido, por una parte a la incomprensión y recelo surgidos a lo largo del tiempo entre ambas y por otro al hecho de que a su vez la Iglesia de Oriente se dividió en tres ramas principales: la iglesia de Constantinopla, la iglesia Griega y la iglesia Rusa.

A la Iglesia de Constantinopla se agregaron aparentemente las Iglesias de Antioquía, de Jerusalén y de Alejandría. De cualquier forma, la Iglesia cismática en su totalidad, conserva aun en día, inalterados, los Dogmas de la fe que tenían antes de separarse y que son prácticamente los mismos que profesa la Iglesia Romana. No por ello deja de existir grandes diferencias, en otros aspectos, entre ambas Iglesias, como el referido al Espíritu Santo:
 
 
 
 
La Iglesia griega sostiene que el Espíritu Santo procede del Padre y no del Hijo y rechazan la palabra “Filioque”. A este respecto recordaremos que el año 589, durante el 3ª Concilio de Toledo, donde tuvo lugar la solemne conversión al catolicismo de los visigodos, se produjo la introducción de esta palabra, en el Credo de la iglesia, por lo que se aceptaba la idea de que el Espíritu Santo procede, no exclusivamente del Padre, a través del Hijo, como decía el Credo proclamado en el Concilio de Nicea, sino del Padre y del Hijo.


Por otra parte, la Iglesia cismática no reconoce la autoridad suprema del Papa y, sus Patriarcas y aunque sus obispos están sometidos a la ley de celibato,  a sus presbíteros les está permitido el matrimonio, siempre que se haya contraído antes de la recepción de las órdenes sagradas.
Otro inconveniente para la resolución definitiva del Cisma de Oriente, es el hecho, de la falta de unidad en la Iglesia Oriental. Los distintos Patriarcas son iguales entre sí e independientes los unos de los otros y cada Patriarca ha formado en su entorno, una Iglesia distinta.

Sin embargo, se puede señalar el hecho de que en 1274, en el 2º Concilio de Lyon y en 1439, en el Concilio de Basilea, ambas Iglesias, Oriental y Occidental, hicieran un gran esfuerzo por limar las desavenencias surgidas en siglos pasados, aunque sin gran éxito.
Más recientemente, algunas Iglesias Orientales decidieron aceptar la Primacía del Papa y se han denominado Iglesias Orientales Católicas.

Recordaremos también, que a partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica Romana, ha iniciado, bajo el influjo de los Papas Pablo VI y Juan Pablo II, así como por  parte del Papa  Benedicto XVI, y en la actualidad el Papa Francisco un programa de acercamiento hacia las Iglesias Orientales y es de esperar que  se puedan apreciar los frutos de esta gran labor con la ayuda del Espíritu Santo.
 

 
De cualquier forma quizás  la Edad Media, tan denostada por algunos, pueda considerarse, desde el punto de vista de la Iglesia de Cristo, como la era de mayor fe por sus enseñanzas y por tanto de un alto grado de evangelización, llevada a cabo por el pueblo cristiano. Esta evangelización, se hizo necesaria desde el primer momento de la invasión de los pueblos barbaros, los cuales inicialmente combatieron a muerte al cristianismo, pero que gracias a la obra de tantos y tantos evangelizadores, que dieron hasta la vida en el empeño, llegaron a aceptar esta nueva religión tan distinta al paganismo que ellos inicialmente defendían.

Recordemos así mismo que en el siglo X, una vez conseguida la conversión de los barbaros, la Iglesia de Cristo comienza a propagarse con gran profusión, que aumenta progresivamente durante los siglos XI y XII, e incluso principios del siglo XIII, donde aparecen lo que se ha dado en llamar, los Grandes Papas (Nicolás I, León IX, Nicolás II, Gregorio VII e Inocencio III) que desde la silla de Pedro, dieron a la Iglesia de Cristo un florecimiento muy considerable.

Se puede decir también, que durante este periodo de la edad Media, a pesar del Cisma de Oriente, con el reconocimiento del poder temporal de los Pontífices, la Iglesia se desarrollo plenamente, llevando sus enseñanzas a las instituciones laicas, renovando y unificando la liturgia de los pueblos cristianos.
 
 
En este sentido el Papa San Juan Pablo II, en su libro “Cruzando el umbral de la esperanza “, aseguraba que: ”Uno de los más grandes acontecimientos en la historia de la evangelización fue sin duda alguna, la misión de dos hermanos provenientes de Tesalónica, San Cirilo monje, y Metodio obispo (869 y 884)”.

 Estos fueron según el Papa, los artífices de la evangelización dentro de las culturas eslavas y lo hicieron a favor de la iglesia de Oriente y de Occidente, a pesar de que ya entonces esa  unidad era muy precaria (Ibid): 

 
 
 
"Estos Santos ejercieron su labor evangelizadora en el imperio de la Gran Moravia (nacido a principios del siglo IX), traduciendo al eslavo las Sagradas Escrituras y otros libros litúrgicos. El <patrimonio de su evangelización  ha permanecido en las vastas regiones de la Europa central y meridional, en tantas naciones eslavas, que aun hoy, reconocen en ellos no solamente a los maestros de la fe, sino también a los padres de la cultura>"

Verdaderamente durante el primer milenio después de la llegada del Mesías, en sus emigraciones los distintos pueblos tuvieron ocasión ponerse en contacto con núcleos cristianizados, aceptando su fe, aunque muchas veces no estuvieran aún en disposición de entender del todo la formulación del Misterio de Cristo…

A mediados del siglo XV, sobre todo de España y Portugal, una nueva oleada de evangelización partirá hacia tierras desconocidas…El afán misionero que se manifestó más allá del océano, llegó a un nuevo continente. Con el descubrimiento de América se produjo una gran obra evangelizadora que dio extraordinarios resultados para el futuro de la humanidad…

Sí, como diría el Papa San Juan Pablo II (Ibid):

 
 
“La Iglesia renueva cada día, contra el espíritu de este mundo, una lucha que no es otra cosa que la <lucha por el alma del mundo>…La lucha por el alma del mundo contemporáneo es enorme allí donde el espíritu de este mundo aparece más poderoso…Mientras pasan las generaciones que se han alejado de Cristo y de la Iglesia, que han aceptado el modelo laicista de pensar y de vivir, o las que ese modelo les ha sido impuesto, la Iglesia mira siempre al futuro; sale, sin detenerse, al encuentro de las nuevas generaciones. Y se muestra con toda claridad que las nuevas generaciones acogen lo que sus padre parecían rechazar”