Translate

Translate

jueves, 8 de octubre de 2015

¿SERÁ CIERTO QUE LOS MUERTOS RESUCITAN?


 
 
 


Se trata de una pregunta que muchos hombres se han realizado en siglos pasados y que también ahora sigue atormentando a muchos seres humanos. El Apóstol San Pablo respondió a esta pregunta acuciante que algunos creyentes ya por entonces se realizaban.

Concretamente  en su primera Carta a los Corintios, ante la errada  negación de la resurrección de los muertos, por parte de algunos miembros de aquella comunidad, abiertamente manifestó que ello era tanto como negar la Resurrección de Cristo, de la cual daban fe sus Apóstoles que la habían presenciado, y que  además  implicaría hacer vana la fe y la predicación  de Cristo como primicia de los que han muerto (I Co 15, 12-20):

-Si se anuncia que Cristo ha Resucitado de entre los muertos ¿Cómo dicen algunos de vosotros que no hay resurrección de los muertos?

-Pues bien: si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo ha Resucitado.

-Pero si Cristo no ha Resucitado, vana es nuestra predicación y vana es también vuestra fe;

-más todavía: resultamos unos falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra Él, diciendo que ha Resucitado a Cristo…

-Pero Cristo ha Resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto  
 
 

 

Como manifestó el Papa Benedicto XVI, sobre este tema tan importante de la fe cristiana (Jesús de Nazaret 2ª Parte):

“La Resurrección de Cristo es un acontecimiento universal o no es nada, como viene a decir  San Pablo. Y sólo si lo entendemos como un acontecimiento universal, como inauguración de una nueva dimensión de la existencia humana, estamos en el camino justo para interpretar el testimonio de la Resurrección  en el Nuevo Testamento”

Sí, después de la muerte, existe vida, y vida eterna porque la <resurrección de la carne> significa que <después de ésta, no habrá vida solamente  del alma inmortal, sino que también nuestros cuerpos mortales volverán a tener vida> (Catecismo de la Iglesia Católica; nº 989):


“Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha Resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán  para siempre con Cristo Resucitado y que Él les resucitará en el último día (Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad”

San Pablo es el Apóstol que más ha recordado en sus Cartas,  esta  doctrina de la Iglesia, para que los hombres, de todos los tiempos, tuviéramos esperanza plena en la misma, y así, en su Carta dirigida a los Romanos, cuando les enseñaba que toda la existencia cristiana debe estar orientada al encuentro definitivo con el Señor, y que ello supondría la participación plena en el gran misterio de la Muerte y  Resurrección de Cristo, se expresaba en los siguientes términos (Rm 8, 8-11):

-Los que están en la carne no pueden agradar a Dios.
 


-Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros; en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo.

-Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia

-Y si el Espíritu del que Resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros

 


Desde el punto de vista histórico, la primera Carta a los moradores de Corinto, es probablemente una de las más interesantes, escritas por san Pablo en el sentido de que en ella, mejor que en otras, se transluce el estado de las Iglesias primitivas, con sus problemas, pero también con sus virtudes. Casi dos años tuvo que emplear el Apóstol para evangelizar a sus gentes, pero no fue tiempo en balde, porque logró fundar una Iglesia pujante que dio grandes frutos, a pesar de la corrupción de las costumbres de algunos sectores de la población, y la oposición de ciertos grupos de judíos no creyentes presentes entre ellos en aquellos tiempos.

Los primeros años de esta Iglesia fueron extraordinarios, pero más tarde, surgieron dificultades a causa de los lamentables abusos de algunos de sus feligreses. Enterado el Apóstol de la situación, les escribió esta carta para  tratar de animar a la comunidad y remediar  los graves problemas surgidos entre sus componentes, y al mismo tiempo asegurarles que igual que Cristo Resucitó, los hombres resucitaríamos por su poder  (I Co 6, 17-20):



- Dios Resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros con su poder…
-Huid de la inmoralidad. Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica peca contra su propio cuerpo.

-¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios? Y no os pertenecéis,
-pues habéis sido comprados a buen precio. Por tanto ¡glorificad a Dios con vuestros cuerpos!   

 
Desde luego el Apóstol se pronuncia con claridad en su Carta, nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, no nos pertenecen, pertenecen a nuestro Creador, tal como les recordaba  a los corintios, y  la fornicación es una grave ofensa a la castidad.

Ya el judaísmo tradicional prohibía las relaciones sexuales fuera del matrimonio, y para los cristianos bautizados la castidad es un tema esencial.  Como decía San Pablo <el cristiano se ha revestido de Dios> (Ga 3, 27), modelo de toda castidad.

 


Por eso, tras la recepción del Sacramento del Bautismo, el cristiano se compromete, por sí mismo, o por sus representantes en el caso de los niños, a dirigir su afectividad en  castidad. Desgraciadamente esta verdad tan esencial ha sido obviada y aún olvidada o desconocida por grandes sectores de la sociedad, en todos los países del mundo, en cualquier momento de la historia de la humanidad.

Estas cosas las sabían los antiguos estupendamente, cuando todavía recordaban las enseñanzas de Cristo y la evangelización de sus Apóstoles, aunque también éstos, como le ocurrió a San Pablo tuvieron graves problemas al realizar la misión que el Señor les había encomendado.

Así por ejemplo, una serie de graves incidentes dentro de la comunidad cristiana de Corinto,  pusieron incluso en <tela de juicio>, la autoridad del Apóstol para proclamar la Palabra de Dios.

San Pablo, justamente ofendido y sobre todo muy preocupado por aquellas gentes tan queridas, y evangelizadas por él en tiempos no tan lejanos, les escribió una nueva Carta, tratando de poner <orden y concierto>;  en ella destaca  su clásico estilo apocalíptico, y finaliza su misiva con una serie de amonestaciones, recordándoles: que él es ministro de Cristo, y que como Cristo fue Resucitado, así también su ministro vive por la fuerza de Dios y posee la fuerza del Señor (II Co 13, 2-4):
 
 


-Repito ahora, ausente, lo que dije en mi segunda visita a los que pecaron antes y a todos en general: que cuando vuelva no tendré miramientos,

-tendréis la prueba que buscáis de que Cristo habla por mí; y él no es débil con vosotros, sino que muestra su fuerza en vosotros.

-Pues es cierto que fue crucificado por causa de su debilidad, pero ahora vive por la fuerza de Dios. Lo mismo que nosotros: somos débiles por él, pero vivimos con él por la fuerza de Dios para vosotros

Son palabras del Apóstol dirigidas a una Iglesia, en cierta medida, muy parecida a la nuestra,  ya en el tercer milenio de la venida del Señor. Sería bueno, por tanto, que como aquellos fieles, también nosotros, escucháramos su testimonio, sus consejos y su anuncio escatológico  (II Co 4, 13-15):

-Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: <Creí, por eso hablé>,  también nosotros creemos y por eso hablamos;



-sabiendo que quién Resucitó al Señor también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante Él.

-Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios

Un cariz completamente distinto tiene la Carta que San Pablo dirigió a los Filipenses, un pueblo que siempre gozó de su afecto y reconocimiento. La Iglesia de Filipos (ciudad de Macedonia), fue la primera Iglesia fundada por San Pablo en el Continente europeo, y quizás  por eso, tuvo siempre gran predilección por la misma, lo que explica también el hecho de que, años después, esta comunidad contribuyera con sus donativos a paliar las necesidades del Apóstol retenido por entonces, en contra de su voluntad, en Roma.

En tales circunstancias les envió una Carta de agradecimiento, mencionándoles cariñosamente algunas de las prácticas religiosas necesarias  para alcanzar la concordia y la caridad  con los semejantes.

Para ello, empieza su misiva con una serie de exhortaciones previniéndoles contra las herejías de la época, recordándoles que la lucha contra el pecado  nunca es en vano y que la esperanza de <resucitar de entre los muertos> siempre debe estar presente en el hombre creyente, en aquel que como él mismo, renunció a todo por Cristo (Fil. 3, 8-11):



-Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús. Por Él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo

-y ser hallado en Él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.

-Todo para conocerlo a Él, y la fuerza de su Resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte,

-con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos.

 


Gran misterio es, que la <corruptibilidad se revista de incorruptibilidad>, y que lo que es <mortal se revista de inmortalidad>, como decía San  Pablo (I Co 15, 50-58), recordando la muerte y Resurrección de Cristo.

No obstante,  ya en la  antigüedad el profeta  Isaías se expresaba en los siguientes términos (Banquete del Señor 25, 6-9):
-Preparará el Señor del Universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos vinos refinados.

-Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre todas las naciones
-Aniquilará la muerte para siempre. Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el oprobio de su pueblo <lo ha hecho el Señor>

-Aquel día se dirá: <Aquí está nuestro Dios. Esperamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación…>

Nadie sabe cuando sucederán estas cosas pero como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica: <Creer en ellas han sido desde el comienzo elementos esenciales de la fe cristiana>, porque como recordábamos antes, San Pablo advertía (I Co 15, 18-19): <Si se predica que Cristo ha Resucitado de entre los muertos ¿Cómo dicen algunos  que no hay resurrección  de los muertos?...> 

En este sentido, recordemos  de nuevo, que la resurrección de la carne es un misterio revelado,  a través de los siglos, por Dios a su pueblo, y que más concretamente en la época en que vivió Jesús algunas sectas como la de los fariseos se encontraban ya esperanzadas en la resurrección de la carne.



Sabemos también, que Jesús habló en numerosas ocasiones sobre este misterio, como pone de relieve el Apóstol San Marcos en su Evangelio, cuando el Señor respondía a una pregunta insidiosa  de los saduceos (no creían en la resurrección), sobre la pertenencia de una mujer que hubiera estado casada sucesivamente con siete hermanos tras la muerte de cada uno de ellos.

En realidad la pregunta de estos saduceos, teóricamente posible desde el punto de vista de la ley del levítico, trataba de ridiculizar las enseñanzas de Jesús sobre la resurrección de los muertos, y por eso, el Señor dándose cuenta enseguida de sus perversas intenciones les respondía así (Mc 12, 24-27):
-Estáis en un error, porque no entendéis la Escrituras ni el poder de Dios

-Porque, en la resurrección, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en los cielos.


-Y acerca de la resurrección de los muertos ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo le dijo Dios: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?
-No es un Dios de muertos, sino de vivos. ¡Estáis en un grande error!

 
Igual de grande es el error de aquellos, que a estas alturas de la historia de la humanidad, siguen aferrándose a la idea de que después de la muerte ya no hay nada…Para ellos el alma del hombre no tiene significación alguna, sólo el cuerpo tiene valor y éste desaparece porque  suelen recordar estas palabras: <polvo eres y en polvo te convertirás>.

Pero no, porque la Resurrección de Cristo es la prenda cierta de la resurrección de los muertos y la <clave de bóveda> del cristianismo, tal como han manifestado en los últimos tiempos los Papas San Juan Pablo II y Benedicto XVI.


Así por ejemplo este último, en la Audiencia General del 26 de marzo de 2008 aseguraba que:

“La muerte del Señor demuestra el inmenso amor con que Él nos ha amado, hasta el sacrificio por nosotros; pero solo su Resurrección es <prueba segura>, es certeza, de que lo que afirma (Mc 12, 24-27), es verdad, que vale también para nosotros, para todos los tiempos.

Al Resucitar, el Padre lo glorificó. San Pablo escribe en su carta a los Romanos: <Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos serás salvo> (Rm 10,9).

Es importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está ampliamente documentada, aunque hoy, como en el pasado, no faltan quienes de formas diversas la ponen en duda o incluso la niegan.

El debilitamiento de la fe en la Resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo Muerto y Resucitado, cambia la vida, e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos”

Hermosas enseñanzas las expresadas por Papa Benedicto XVI, el gran teólogo de la Iglesia, que tanto nos ha ayudado a superar dudas y controversias en los tiempos que corren, pero es verdaderamente doloroso comprobar la certeza de las mismas, porque aún entre los mismos miembros de la Iglesia han surgido dudas y hasta extrañas teorías que tratan de minimizar la importancia de la Resurrección de Cristo y aún la niegan.

Muchas veces da la sensación de que ciertos estudiosos de las Sagradas Escrituras nunca hubieran leído los Evangelios, ni supieran nada de los testimonios dados por sus Apóstoles y posteriormente por los Padres de la Iglesia, respecto a este maravilloso suceso de la historia de la humanidad.

Realmente deberíamos dar gracias a Dios que nos dio la victoria sobre la muerte por nuestro Señor Jesucristo y repetir con San Pablo (I Co 15, 53-57):
 
 


-Porque esto corruptible ha de vestirse de incorruptibilidad, y esto mortal de inmortalidad.
-Cuando esto corruptible se vista de incorruptibilidad y esto mortal de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que dice la Escritura: La muerte ha sido destruida por la victoria.

 -¿Dónde está, ¡Oh muerte! tu victoria? ¿Dónde está ¡Oh muerte tu aguijón!? (Os 13, 14)
-El aguijón de la muerte es el pecado y la fuerza del pecado la ley.

-Pero demos gracias a Dios, que  nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.
-Por esto, queridos hermanos, manteneos firmes, inconmovibles, trabajando más y más en la obra del Señor, sabiendo que el Señor no dejará sin recompensa vuestro trabajo.



Sí, como nos recuerda también el Papa Benedicto XVI  (Ibid):

“¿No es la certeza de que Cristo Resucitó la que la que ha infundido valentía, audacia profética y perseverancia a los mártires de todas las épocas? ¿No es el encuentro con Jesús vivo el que ha convertido y fascinado a tantos hombres y mujeres, que desde los inicios del cristianismo siguen dejándolo todo para seguirlo y poniendo su vida a servicio de los Evangelios?

<Si Cristo no Resucitó, decía San Pablo, es vana nuestra predicación y vana también nuestra fe>.

Pero ¡Resucitó!”

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 6 de octubre de 2015

LOS SIGNOS DEL SEÑOR Y EL EVANGELIO DE SAN JUAN (2ª Parte)



 
 



En cierta ocasión un periodista le preguntó al Papa Benedicto XVI (apoyándose en los razonamientos del filósofo católico alemán del siglo XX, Robert Spaemann) respecto a sus convicciones religiosas, si también como él, seguía confiando el Pontífice en aquello que  creía cuando era niño (*)

(*) (<Luz del mundo. El Papa, la iglesia y los signos de los tiempos>. Una conversación con Peter Seewald. Editorial Ed. Herder 2010).

La respuesta del Papa fue clara y decisiva (Ibid):

“Yo diría: Lo más sencillo es lo verdadero y lo verdadero es lo más sencillo. Nuestra problemática consiste en que <los arboles no nos dejan ver el bosque> (los que están sumergidos en un problema son incapaces de ver en plenitud) y que de tanto saber, no encontramos ya la sabiduría. En este sentido ironizó también Saint-Exupéry (escritor y aviador francés 1900-1994) en su obra <El Principito> sobre la erudición de nuestro tiempo y mostró como con ella se pierde de vista lo esencial, y como el principito, que no entiende nada de  las cosas eruditas, ve, en última instancia, más y mejor…

Es una arrogancia del intelecto que digamos: Esto contiene en sí algo contradictorio, sin sentido, y ya solo por eso no es posible en absoluto. No es asunto nuestro decidir cuantas posibilidades abriga en sí el cosmos, cuantas se esconden en él y por encima de él.

A través del mensaje de Cristo y de la iglesia el saber sobre Dios se nos acerca de forma visible. Dios quiso entrar en este mundo, Dios quiso que no quedáramos limitados a presentirlo solo desde lejos, a través de la física y la matemática. Él quiso mostrársenos. Y así pudo hacer también lo que se narra en los Evangelios…”

 


Precisamente en los Evangelios se narra que Jesús hizo muchos <Signos> durante su vida pública y quizás de entre todos ellos, uno de los más  significativos  fue,  la <multiplicación de los panes y de los peces>; ante este milagro las gentes que lo presenciaron y que comieron del pan que el Señor les daba, y después le buscaban preguntándole: <Maestro ¿Cuándo has llegado aquí? (Jesús una vez más se había retirado a un monte a solas para orar, después de realizar este  milagro, acercándose más tarde a  Cafarnaún). Ante le respuesta del Señor: <Os aseguro que no me buscáis por los signos que habéis visto, sino porque comisteis pan hasta saciaros; esforzaos, no por conseguir alimento transitorio sino el permanente el que da vida eterna>, le preguntaban: ¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?>. A lo que Jesús respondía: <Esta es la obra de Dios: Que creáis a quien Él envió> (Jn 6,28-29).

Ciertamente Cristo desea que todos los hombres creamos en Él, tengamos fe en Él, y por eso a las personas que curaba les decía: < Tu fe te ha salvado>, en este sentido, aseguraba el Papa San Juan Pablo II:

“Jesús quiere despertar en los hombres la fe, desea que respondan a la Palabra del Padre, pero lo quiere respetando siempre la dignidad del hombre, porque en la búsqueda de la misma fe está ya presente una forma de fe, una forma implícita, y por eso queda ya cumplida la condición necesaria para la salvación…

Dios está siempre de parte de los que sufren. Su omnipotencia se manifiesta precisamente en el hecho de haber aceptado libremente el sufrimiento. Hubiera podido no hacerlo. Hubiera podido demostrar la propia omnipotencia incluso en el momento de la Crucifixión; de hecho así se lo proponían: baja de la cruz y te creeremos. Pero no recogió ese desafío… ¡Sí! Dios es Amor y precisamente por eso entregó a su Hijo, para darlo a conocer hasta el fin, como amor…” (Papa San Juan Pablo II <Cruzando el umbral de la esperanza> Círculo de lectores 1994).

 


El siguiente milagro  que hizo Jesús después de la <multiplicación de los panes y los peces  fue < la marcha sobre las aguas>, <quinto Signo> según el Evangelio de San Juan  (Jn 6,16-21):

-Cuando se hizo tarde, bajaron sus discípulos al mar,

-y subiendo a la barca, se iban a la otra orilla del mar de Cafarnaúm. Y se había hecho ya oscuro, y todavía Jesús no había venido a ellos;

-y la mar con el gran viento que soplaba, se iba encrespando.

-Y cuando hubieran avanzado como unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús caminando sobre el mar y acercándose a la barca, y se asustaron.

-Pero Él les dice: Yo soy, no tengáis miedo.

-Querían, pues, recogerle en la barca, y en breve se halló la barca junto a la tierra a la cual iban.

Este hecho milagroso, fue relatado también por San Mateo (14,24-33) y San Marcos (6,47-52), pero en San Juan alcanza la categoría de <Signo> y por eso lo cuenta minimizando los detalles accesorios y poniendo sobre todo de relieve aquellos aspectos que certifican su naturaleza teológica. El simbolismo del agua se encuentra presente en esta ocasión, al igual que en otras muchas situaciones en el Evangelio de este Apóstol, pero ahora tomando como protagonista el mar de Galilea, y ello tiene un sentido importante, respecto del conocimiento que tiene el hombre por la fe en Dios, porque como aseguraba el Papa Benedicto XVI (Jesús de Nazaret. Primera parte):

“Finalmente está el mar como fuerza que causa admiración y que se contempla con asombro en su majestuosidad, pero al que se teme sobre todo como opuesto a la tierra, al espacio vital del hombre… El Creador ha impuesto al mar los límites que no puede traspasar: No puede tragarse la tierra…”

Cabría preguntarse ¿esto qué significa en el relato de San Juan? Significa quizás ¿qué el maligno en su lucha contra la iglesia de Cristo nunca alcanzará la victoria que desea, nunca podrá hacerla desaparecer de la faz de la tierra?

Los discípulos en esta ocasión se encontraban solos, el Señor había subido al monte para orar, como antes hemos recordado, evitando a la multitud que enfervorecida por el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces le buscaban para coronarle como rey; sin embargo realmente no estaban solos como pudieron comprobar cuando el Señor acudió en su ayuda estando ellos en medio de una tormenta en el mar, y además se presenta en su condición divina al pronunciar las palabras < Yo soy, no tengáis miedo>. Este hecho implica una <Teofanía>, o manifestación de Dios en la figura humana de Cristo, esto es, se trata realmente de una <Cristofanía>.  

El mar encrespado representa, en este caso, el mundo donde el diablo ejerce su poder, en contra del hombre en general y muy especialmente en contra de la iglesia católica. Él siempre trata de inferirle daño. No obstante, solamente Jesús, Hijo de Dios, y Dios mismo, puede hacer que su barca (la iglesia) recorra un tan gran espacio  (veinticinco o treinta estadios) en un instante, para encontrarse a salvo en la otra orilla. En efecto como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Ibid):

“La iglesia renueva cada día una lucha que  no es otra cosa que la lucha por el alma de este mundo. Si de hecho, por un lado, en él están presentes el Evangelio y la evangelización, por el otro hay una poderosa anti-evangelización, que dispone de medios y de programas, y se oponen con gran fuerza a la evangelización. La lucha por el alma del mundo contemporáneo es enorme allí donde el espíritu de este mundo parece  más poderoso.

En este sentido, la Carta Encíclica <Redenptoris Missio> habla de los modernos areópagos, es decir de nuevos púlpitos, estos areópagos son hoy el mundo de la ciencia, de la cultura, de los medios de comunicación; son los ambientes  en que se crean las élites intelectuales, los ambientes de los escritores y de los artistas”

 


Menciona San Juan Pablo II los modernos areópagos, en recuerdo de aquel Areópago ateniense donde en la antigüedad se reunían el Tribunal Supremo que también fue denominado Areópago, y ante el cual el Apóstol San Pablo dio su famoso discurso, recordado por San Lucas, en su libro,  <Hechos de los Apóstoles>:

-Pablo de pie, en medio del Areópago dijo:

-Atenienses, veo, que sois extremadamente religiosos.

-Porque, paseando y contemplando vuestros monumentos sagrados, encontré incluso un altar con esta inscripción: “Al Dios desconocido”. Pues ese que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo.

-El Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene, siendo como es  Señor de cielo y tierra no habita en templos construidos por manos humanas,

-ni los sirven manos humanas, como si necesitara de alguien, el que a todos da la vida y el aliento, y todo.

-De uno solo creó el género humano para que habitara la tierra entera, determinando fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares que habían de habitar,

-con el fin de que lo buscasen a Él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no estaba lejos de ninguno de nosotros,

-pues en Él vivimos, nos movemos y existimos; así lo han dicho incluso algunos de vuestros poetas: < Somos extirpe suya>.

-Por tanto, si somos extirpe de Dios, no debemos pensar que la divinidad, se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre.

-Así pues, pasando por alto aquel tiempo de ignorancia, Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan.

-Porque tiene señalado un día en que juzgará el Universo con justicia; y ha dado a todos garantía de esto, resucitándolo de entre los muertos.

- Al oír resurrección de entre los muertos, unos lo tomaban a broma, otros dijeron: De esto te oiremos hablar en otra ocasión.

-Así salió Pablo de en medio de ellos.

-Algunos se le juntaron y creyeron, de entre ellos Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Damáris y algunos más con ellos. (Hechos. San Lucas 17,16-34).

 
 

Vemos como los atenienses escucharon con agrado al Apóstol, al principio, pues les hablaba del Dios desconocido, que ellos también honraban pero cuando aseguró que este Dios había señalado el día en el que el mundo sería juzgado con justicia, por medio de un hombre predestinado por Él, para poner al alcance de todos la fe, por el hecho de haberle Resucitado de entre los muertos, se volvieron contra él. No obstante, relata también San Lucas,  que algunos paganos creyeron sus palabras y le siguieron.

Igual que entonces, en los modernos areópagos, algunos hombres  discuten y se enfrentan a la doctrina de la iglesia, pero la iglesia entera se encuentra siempre en estado de misión y como también aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Ibid):

“Mientras pasan las generaciones que se han alejado de Cristo y de la iglesia, que han aceptado el modelo laicista de pensar y de vivir, o las que ese modelo les ha sido impuesto, la iglesia mira siempre hacia el futuro; sale, sin detenerse nunca, al encuentro de las nuevas generaciones, y se muestra con toda claridad que éstas acogen con entusiasmo lo que sus padres parecían rechazar”.

La pregunta que surge y que el mismo Papa realiza al periodista a continuación es (Ibid): ¿Qué significa esto? .Y responde:

“Significa que Cristo siempre está al lado de su iglesia, Él nos dice < Yo soy, no tengáis miedo>, como les dijo a sus Apóstoles cuando caminaba sobre las aguas…

Cristo es siempre joven y el Espíritu Santo obra incesantemente… ¡Que elocuentes son las palabras de Cristo! ¡Mi Padre obra siempre y yo también obro! El Padre y el Hijo obran en el Espíritu Santo, que es el Espíritu de la verdad, y la verdad no cesa de ser fascinante para el hombre, especialmente para los corazones jóvenes…

La iglesia a pesar de todas las pérdidas que pueda sufrir, no cesa de mirar con esperanza hacia el futuro. Tal esperanza es un signo de la fuerza de Cristo. Y la potencia del Espíritu siempre se mide con el metro de estas Palabras Apostólicas: ¡Ay de mí si no predicase el Evangelio! (I Cor 9,16)”

 


Esta expresión ¡Ay de mí si no predicase el Evangelio! de San Pablo, se comprende que está relacionada con su humilde renuncia a los derechos apostólicos, aún a sabiendas de que tiene derecho a ellos, y ésa es su recompensa (I Cor 9,15), esto es, la que tiene ante el Señor y nace del deber de anunciar su Evangelio. Por eso dice el Apóstol a los Corintios (I Cor 9,16-18): <Nadie me quitará esta gloria>, y después continúa diciendo (I Cor 9, 17-18):

-Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío es que me han encargado este oficio.

-Entonces, ¿Cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio.

Así mismo, refiriéndose al quinto Signo de Jesús, podemos leer en el Catecismo de la Iglesia católica (C.I.C. nº 849):

-La iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser <Sacramento Universal de Salvación>, por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador, se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres: <Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo> (Mt 28,19-20).

Esto es lo que quiso mostrarnos Jesús aquel día que andaba sobre las aguas en un mar revuelto por la tormenta; Él no nos abandonará nunca, Él está siempre al lado de su iglesia, hasta la consumación de los siglos.

 


Jesús estuvo durante bastante tiempo en Galilea, predicando y llevando a cabo milagros como el de la multiplicación de los panes y los peces (4º Signo), o el de la marcha sobre las aguas (5º Signo), evitando siempre a los judíos que le buscaban para matarlo, pero tras la confesión de Pedro (Jn 6,67-69): <Señor ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios>, el Señor realizó un tercer viaje a la ciudad santa de Jerusalén.

 Estaba ya cercana la fiesta de los judíos denominada de los Tabernáculos, o fiesta de las Tiendas, durante la cual las gentes habitaban en chozas de ramaje, para recordar y en cierta manera reproducir el modo como habían vivido sus antepasados bajo tiendas, por espacio de cuarenta años en el desierto. Este viaje lo hizo Jesús de incógnito, porque la secta de los fariseos y las autoridades del pueblo judío le buscaban sin cesar para encarcelarlo, por todos los milagros que hasta ese momento Él había realizado y especialmente por aquellos, como la curación del enfermo de la piscina, llevados a cabo en sábado. Cuando estaba ya la fiesta hacia la mitad, Jesús subió al Templo  de Jerusalén para enseñar a las gentes que allí se encontraba, las cuales se maravillaban ante las cosas que decía y se preguntaban (Jn 7,15): ¿Cómo éste sabe de letras, sin haberlas aprendido? Pero Jesús respondía (Jn 7,16): <Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió>.

Más tarde, algunas sectas de los judíos que no creían en sus palabras, se enfurecían más y más contra Él, y querían averiguar su paradero con la idea fija de matarle. Jesús apareció de nuevo ante las gentes y se enfrentó a ellos preguntándoles (Jn 7,20): < ¿Por qué tratáis de matarme?>, y la turba respondía con doblez (Jn7, 20): <endemoniado estás: ¿Quién trata de matarte?>.

Qué gran hipocresía la de aquella gente que tan mal juzgaba a Jesús por haber hecho milagros en sábado, por eso Él les dijo (Jn 7,22-24): <Una obra hice, y todos os maravillasteis, por eso, Moisés os dio la circuncisión, no porque provenga de Moisés, sino de los Patriarcas, y en sábado circuncidáis a un hombre. Si la circuncisión recibe a un hombre en sábado para que no pierda su vigor la ley de Moisés ¿os encolerizáis conmigo porque en sábado sané totalmente a un hombre? No juzguéis por apariencia, sino juzgad con rectitud>.

Ciertamente, como  aseguraba el Papa Benedicto XVI  <Jesús de Nazaret. 1ª Parte>:
“El núcleo de las disputas sobre el sábado es la cuestión sobre el Hijo del hombre, la cuestión referente a Jesucristo mismo. En efecto, ello se pone de manifiesto especialmente en el Evangelio de San Juan (7, 30-36), cuando los fariseos y saduceos, trataban siempre de apresarle, pero no lo conseguían, porque <aún no había llegado su hora>. Se produjo durante este tiempo una gran división, incluso, entre los miembros del Sanedrín, respecto a la figura y palabras de Jesús, e incluso sus jefes, habían dado órdenes a los alguaciles para que lo apresaran de una vez por todas, y sin embargo, éstos desoyeron sus mandatos, pues decían (Jn 7,46): <Jamás hombre alguno, habló así como éste hombre…>”

 

En este punto, debemos recordar la valiente intervención de Nicodemo, en defensa del Señor, al cual conocía por haber mantenido una larga conversación con Él, en un pasado no muy lejano (Jn 7, 51), diciéndoles a los que querían apresarle para matarle: < ¿Por ventura nuestra ley condena al reo si primero no oye su declaración y viene en conocimiento de lo que hizo?>. A lo que los sacerdotes y fariseos respondieron (Jn 7,52): < ¿Acaso también tú eres Galileo? Investiga, y verás que de Galilea no surge ningún profeta>.
Después de esto, quizás impresionados por la defensa de Nicodemo, rico fariseo, miembro del Sanedrín, dejaron a Jesús tranquilo por un tiempo, y éste de nuevo se apartó, de sus Apóstoles, subiendo al monte de los Olivos para orar; pero al amanecer volvió a bajar de nuevo al Templo a enseñar y todo el pueblo, que estaba impresionado con sus milagros, deseaba escucharle otra vez.

En esta crítica situación, los fariseos y escribas trataron de ponerle una trampa presentándole a una mujer hallada en flagrante  adulterio, situación que Jesús zanjó de forma magistral poniéndoles de nuevo en ridículo  ante la multitud. (Jn 8, 3-11):

-Los escribas y los fariseos le traen a una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio,
-le dijeron: <Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.

-La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿Qué dices?>.

-Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
-Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo, :<El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra>.

-E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
-Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó sólo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.

-Jesús se incorporó y le preguntó: < Mujer, ¿Dónde están tus acusadores?; ¿Ninguno te ha condenado?>.

-Ella contestó: <Ninguno, Señor>.

-Jesús dijo: <Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más>.




A partir de este momento Jesús pudo hablar libremente a las gentes, durante un corto periodo de tiempo, declarándose: <Luz del mundo>; dándoles cuenta de su <origen y destino>, y advirtiéndoles que <la verdad libera al hombre> (Jn 8, 12-20, 31-47). A pesar de todas las explicaciones de Jesús algunos judíos persistían en su incredulidad y le acusaban de nuevo de estar poseído por el demonio por lo que Jesús tuvo que enfrentarse a ellos con estas palabras (Jn 8, 49-51):

-Yo no tengo demonio sino que honro a mi Padre y vosotros me deshonráis a mí

-Yo no busco mi gloria; hay quien la busca y juzga.

-En verdad en verdad os digo: Quién guarda mi palabra no verá la muerte para siempre>.

Finalmente, y tras una  larga discusión sobre el Patriarca Abrahán, en la que Jesús llegó a afirmar (Jn 8, 58) : < En verdad en verdad os digo: Antes de que Abrahán existiera, Yo soy>, los judíos que le odiaban tomaron piedras para tirárselas pero Jesús una vez más se escapó de ellos saliendo del Templo.





Sucedió que, al pasar por una zona, encontró a un hombre ciego de nacimiento, y éste le pidió que le curara de su ceguera, Jesús viendo la fe del hombre, hizo un nuevo milagro–Signo, pero sus discípulos reaccionaron preguntándole ( Jn 9,2-8):
- <Maestro, ¿Quién pecó: Éste o sus padres, para que naciera ciego?>.

-Jesús contestó: <Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios.
-Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: Viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy <la luz del mundo>.
-Dicho esto, escupió en la tierra hizo barro con la saliva, y se lo untó en los ojos al ciego,

-y le dijo: <Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)>. El fue, se lavó, y volvió con vista.
-Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:< ¿No es ese el que se sentaba a pedir?>.

 


Es este uno de los pasajes de los Evangelios que la iglesia suelen utilizar durante las liturgias de los domingos de Cuaresma. Tanto el Papa San Juan Pablo II como Benedicto XVI comentaron los hechos relatados por el Apóstol sobre la curación de un ciego  por el Señor, en sábado. Concretamente, Benedicto XVI  lo analizaba, según su costumbre, desde el punto de vista teológico:
“Los discípulos, según la mentalidad común de aquel tiempo, dan por descontado que la ceguera de aquel hombre era consecuencia de un pecado suyo o de sus padres. Jesús, por el contrario, rechaza este prejuicio y afirma: <Ni éste pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios (Jn 9, 3). ¡Qué consuelo nos proporcionan éstas palabras! Nos hacen escuchar la voz viva de Dios, que es Amor, Amor providencial y sabio.
Ante el hombre marcado por su limitación y por el sufrimiento, Jesús no piensa en posibles culpas, sino en la voluntad de Dios que ha creado al hombre para la vida. Y por eso declara solemnemente: <Tengo que hacer las obras del que me ha enviado, mientras es de día; viene la noche en que nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo> (Jn 9, 4-5)”

 


En efecto, los discípulos dan por supuesto, según las costumbres de la época que el origen de la ceguera de aquel hombre provenía de su pecado personal o del de sus padres, por eso, Jesús quiere sacarles del error en seguida, aunque como también decía, el Papa San Juan Pablo II:

“El ciego de nacimiento representa simbólicamente al hombre marcado por el pecado que desea conocer la verdad por sí mismo y sobre su destino… Sólo Jesús puede curarlo: Él es la luz del mundo. Al confiar en Él, todo ser humano espiritualmente ciego de nacimiento tiene posibilidad de volver a la luz, es decir de nacer a la vida sobrenatural” (Ángelus. Domingo 10 de marzo de 2002)

Conviene tener en cuenta, que la piscina de Siloé, la cual recogía el agua que fluía desde la fuente de Guijón, era un lugar emblemático de Jerusalén, y que de allí partía la procesión de la importante <fiesta de las Tiendas>;  quizás por eso Jesús lo toma como lugar muy apropiado para realizar su sexto Signo, pasando  inmediatamente a la acción,  tras su larga discusión con los fariseos y escribas.

Como nos recordaba el Papa Benedicto XVI (Ibid):


“Con un poco de tierra y de saliva hace barro y los unta en los ojos del ciego. Este gesto alude a la creación del hombre, que la Biblia narra con el símbolo de la tierra modelada y animada por el soplo de Dios (Gn 2,7).De hecho Adán significa suelo, y el cuerpo humano está efectivamente compuesto por elementos de la tierra. Al curar al hombre, Jesús realiza una nueva creación. Pero esa curación suscita una encendida discusión, porque Jesús la realiza en sábado, violando, según los fariseos, el precepto festivo. Así, al final del relato Jesús y el ciego son expulsados por los fariseos: Uno por haber violado la ley; el otro porque a pesar de la curación, sigue siendo considerado pecador de nacimiento”

Los mismos vecinos que habían visto mendigar desde su niñez a este hombre ciego de nacimiento estaban asombrados del milagro realizado por Jesús aunque algunos sin embargo dudaban de que aquel hombre fuera el mismo que ellos a diario veían y conocían (Jn 9,8-9):
-Con esto los vecinos y los que antes le veían mendigar decían:< ¿No es este acaso el que estaba sentado y mendigaba?> Unos decían: Este es.

-Otros decían:< No, sino que es uno que se le parece>. Él decía: Soy Yo

La incredulidad de los hombres ante un hecho milagroso la mayor parte de las veces, es invencible, por falta de fe, aún en un caso como era este, en el que el propio Mesías  es el que lo realiza.

Todavía existen los milagros, todos los días Dios hace milagros a través de sus criaturas, aunque muchas veces estas se niegan a aceptar que el Señor está siempre del lado de los hombres y acude en su ayuda cuando lo solicitan con verdadera fe.
Aquellas gentes también eran incrédulas, a pesar de contemplarlos de forma directa, preguntándole al ciego de nacimiento: < ¿Cómo, pues, te fueron abiertos los ojos?> (Jn 9,10) a lo que él respondía: <Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, y me ungió los ojos y me dijo, ve a Siloé  y lávate; con que fui, y habiéndome lavado recobré la vista>. Sin embargo los fariseos y publicanos no se daban por vencidos y le volvían a preguntar: < ¿Dónde está Él?> y el hombre decía: < No lo sé> (Jn 9,12).

Como era sábado los fariseos no se quedaban satisfechos porque según ellos realizar en ese día un milagro suponía violar el descanso de la ley mosaica, por eso gritaban:< Este hombre no viene de Dios, pues no guarda el sábado> (Jn 9,14). Pero otros miembros de dicha secta más sensatos decían:< ¿Cómo puede ser un hombre pecador si obra semejantes señales?> (Jn 9,14), produciéndose así un enfrentamiento entre ambos bandos.

Es interesante comprobar, al referir este pasaje del Evangelio de San Juan, como los judíos atacaban la verdad del milagro mediante absurdos argumentos como por ejemplo  negando la realidad del hecho, su carácter sobrenatural y sobre todo su carácter de Señal divina. Por otra parte, la actitud ofensiva de algunos fariseos conllevaba también varios cambios de tácticas, con la pretensión de acosar con sus preguntas al que había sido un hombre ciego de nacimiento, y que había experimentado la curación.

Le interrogaban una y otra vez sobre su curación y sobre todo sobre la persona que había realizado el milagro es decir sobre Jesús: < ¿Y tú, qué opinas de Él, de ese que te abrió los ojos?> (Jn 9,17) y el hombre respondía: <Que es un Profeta> (Jn 9,17). Todavía éstos hombres incrédulos hasta lo absurdo llamaron a su presencia a los padres del ciego para tratar así mismo de engañarlos y aturdirlos con sus preguntas, pero ellos, como no podía ser de otro modo, decían: <Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; como ahora ve no lo sabemos quién abrió sus ojos nosotros no lo sabemos; preguntadle a él, edad tiene; él dirá lo que sepa (Jn 9,20-21). Los padres dijeron esto, según San Juan Evangelista, porque temían a los escribas y fariseos (Jn 9,22), ya que se habían concertado para que si alguno lo reconociera por Mesías fuese expulsado de la Sinagoga.




Como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Ibid):
“Para quién encuentra a Jesús, no hay términos medios: O reconoce que lo necesita a Él y su luz, o elige prescindir de Él. En este último caso, tanto a quién se considera justo ante Dios como a quién se considera ateo, la misma presunción les impide abrirse a la conversión auténtica”

Precisamente ésta es la actitud de los fariseos y publicanos ante el portentoso milagro realizado por Jesús, frente a la actitud del ciego que ha elegido el camino de la luz y por ello se extraña, sobre manera, este hombre agradecido, de la actitud de los que no cesan de interrogarle con malas artes sobre los hechos reales acaecidos, lo que le lleva  a exclamar:
<Esto es precisamente lo extraño que vosotros no sabéis de donde es, y, no obstante, me abrió los ojos.
Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que, si uno honra a Dios y cumple su voluntad, a éste escucha. Nunca jamás se oyó decir que uno abriese los ojos de un ciego de nacimiento. Si este no viniera de Dios, no pudiera hacer nada> (Jn 9,30-33).

La respuesta del antiguo ciego de nacimiento es clara y está cargada de una cierta ironía frente aquellos hombres déspotas y testarudos. Hay hombres así, también hoy en día, que por sistema niegan los milagros, y que dirían en este caso concreto que aquel hombre no era el ciego sino otro que lo estaba suplantando…

Y es que no hay peor ciego que el que no quiere ver, pero la excelente respuesta del ciego echa por tierra la malicia de los que le acosan a preguntas, los cuales aburridos ya de no conseguir sus propósitos, sencillamente lo echaron fuera de la Sinagoga.
Al enterarse Jesús de que había sido expulsado de la Sinagoga y habiéndose encontrado con él le dijo: < ¿Tú crees en el hijo de Dios?> (Jn 9,35), a lo que el hombre contestó:< ¿Y quién es, Señor, para que crea en Él? dando pie a Jesús para que revele definitivamente su identidad con estas palabras:
< Le has visto, y el que habla contigo, Él es> (Jn 9,37).

 
 


Estas palabras del Señor representan el colofón final para éste sexto Signo por Él realizado. En efecto, tal como dice el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“Al ciego curado,  Jesús le revela que ha venido al mundo para realizar un juicio, para separar a los ciegos curables de aquellos que no se dejan curar, porque presumen de sanos. Así es, en el hombre es fuerte la tentación de construir un sistema de seguridad ideológico: Incluso la religión puede convertirse en un elemento de este sistema, como el ateísmo o el laicismo, pero de éste modo uno queda cegado por su propio egoísmo”

Recordemos a tal efecto las palabras del Señor (Jn 9,40-42).

-Para juicio vine yo a este mundo: Para los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos.

-Oyeron esto algunos de los fariseos que estaban con Él y le dijeron: ¿Es que también nosotros somos ciegos?

-Dijo Jesús: Si fuerais ciegos, no tuvierais pecado; más ahora decís: Vemos; vuestro pecado subsiste.

Las palabras del Señor nos llevan a proclamar con el Papa San Juan Pablo II (Ibid):

“Nadie debe cerrar su corazón a Cristo. Quién se  acoge a Él, verá  la luz de la fe, una luz capaz de transformar los corazones y, por consiguiente, las mentalidades y las situaciones sociales, políticas y económicas dominadas por el pecado. <Creo Señor> (Jn 9,38). Cada uno de nosotros, como el ciego de nacimiento debe estar dispuesto a profesar humildemente su adhesión a Él”.

Y esta adhesión a Dios y por Él a los hombres la demostró el Papa San Juan Pablo II con creces al perdonar de todo corazón a aquél que había sido el autor del atentado contra su vida el día 13 de mayo de 1981. Ya en septiembre del 1981 el Pontífice empezó a redactar una <carta abierta> a Alí Agka la cual después prefirió no publicar por prudencia a favor de ciertas investigaciones que en aquellos momentos se estaban llevando a cabo.

En el libro: “Por qué es Santo. El verdadero Juan Pablo II”. Cuya autoría se debe al postulador de la causa de su beatificación, Slawomil Oder, en colaboración con Saberio Gaeta (Ediciones B.S.A., 2010), encontramos publicados los dos folios del manuscrito que el Papa San Juan Pablo II escribió refiriéndose al hombre que atentó contra su vida, y del que queremos destacar las siguientes palabras del Pontífice:

“Hoy deseo pronunciar algunas palabras sobre el encuentro al que asistí en relación con el 13 de mayo. Ése día se enfrentaron dos hombres: uno que pretendía acabar con la vida del otro, y ése otro, al que se trataba de privar de la vida. La Providencia divina, sin embargo impidió que esa vida se truncase. Y por ese motivo ese otro hombre puede dirigirse al primero, puede hablarle y ello, teniendo en consideración la naturaleza de lo acaecido, parece particularmente significativo y pertinente. Es importante que ni siquiera un episodio como el que ocurrió el 13 de mayo logre abrir un abismo entre dos hombres, genere un silencio que significa la ruptura de cualquier posible comunicación. Cristo <La Palabra Encarnada> nos enseñó esta verdad que permite en todo momento el contacto entre las personas, pese a la distancia que pueden generar ciertos sucesos que, en ocasiones, acaban enfrentándolas”

Desde un principio el Papa, como hemos comentado antes, perdonó a Alí Agka e incluso se lo comunicó al mundo el 17 de mayo de 1981 desde el policlínico Gemelli (Ibid): <Ruego por el hermano que me ha atacado, a quién he perdonado sinceramente>.

Como demuestran las palabras del Papa su trayectoria vital fue guiada siempre por su plena adhesión a Cristo y la certeza de estar en sus manos, y no querer verse privado, en ningún momento, de su amor.