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sábado, 2 de enero de 2016

MARCOS: DISCIPULO DE SAN PEDRO Y AMIGO DE SAN PABLO


 
 
 




El evangelista San Marcos, habló de Cristo, Hijo Unigénito de Dios, y Dios verdadero, y lo hizo con palabras sencillas y espontaneas, para tratar de reflejar con autenticidad el mensaje oral de nuestro Señor Jesucristo.

San Marcos es uno de los discípulos de los <Doce> más conocido, porque consciente de la importancia del <Testimonio de Cristo>, escribió su Evangelio, que junto con los de San Mateo y San Lucas se han dado en llamar <sinópticos> por el hecho de utilizar como fuente común el Evangelio oral de los Apóstoles, heredado del Mensaje del Mesías, bajo la inspiración del Espíritu Santo.

Juan, apellidado Marcos, era pariente próximo de Bernabé, un hombre que gozaba de gran autoridad entre los Apóstoles y era amigo personal de Saulo (San Pablo), e introductor de este Apóstol ante los <Doce>.

En una carta,  San Pablo  al despedirse de la Iglesia de Colosas  (ciudad de Frigia) dice, (Col 4, 10):
-Os saluda Aristarcos, mi compañero de prisión, y Marcos, el primo de Bernabé, acerca del cual habéis recibido algunos encargos; si fuere a vosotros hacedle buena acogida…

Estas palabras demuestran el grado de amistad existente entre San Marcos y San Pablo; por otra parte, la madre de San Marcos se llamaba María y a su casa se dirigió precisamente San Pedro, después de ser liberado de la cárcel por milagro divino (Hechos de los Apóstoles 12, 11-12):

-Y  Pedro vuelto en sí, dijo: Ahora sé realmente que el Señor me envió un ángel y me sacó de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos.

-Y después de reflexionar, se dirigió a la casa de María la madre de Juan, apellidado Marcos, donde se hallaban no pocos reunidos y orando.

 
 
 

En la casa de la madre de San Marcos, según todos los indicios, podría estar situada la sala llamada <Cenáculo>, donde tuvo lugar la “Ultima Cena” de Jesús con sus Apóstoles (Mc 14, 15), (Lc 22, 12). Por otra parte, también, ésta podría haber sido la casa donde se reunieron los Apóstoles del Señor, junto a la Virgen María y algunos discípulos, para esperar la llegada del Espíritu Santo, que el Señor  había anunciado (Hch 2, 1-4 ):
-Y al cumplirse el día de Pentecostés, estaban  todos juntos en el mismo lugar.
-Y se produjo de súbito desde el cielo un estruendo como de viento que soplaba vehemente, y llenó toda la casa donde se habían sentado.
-Y vieron aparecer lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos.
-Y se llenaron todos de Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en lenguas diferentes, según que el Espíritu Santo les movía expresamente.

Realmente, la casa donde tuvo lugar este hecho extraordinario y sobrenatural, podría decirse que fue la Sede de la primitiva Iglesia de Cristo en Jerusalén. Así mismo, algunos hagiógrafos aseguran que el  joven envuelto en una sabana que  aparece nombrado únicamente en el Evangelio de San Marcos, es el propio evangelista, en cuyo caso habría estado presente durante la Pasión del Señor  (Mc 14, 50).

Desde siempre la Tradición de la Iglesia, ha aceptado la idea de que San Marcos fue discípulo de San Pedro, por otra parte,  siendo amigo de San Pablo, estuvo también mucho tiempo con él, acompañándole incluso en su primer viaje evangelizador, tal como se constata en el libro de San Lucas de los “Hechos de los Apóstoles” (Hch 13, 1-4):
-Había en Antioquia, en la Iglesia allí establecida, profetas y doctores; Bernabé, Simeón llamado el Negro, y Lucio el Cirinense, Manahén, colactáneo de Herodes el Petralca, y Saulo.
-Y estando ellos en el oficio en honor del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: <Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra para la cual los he llamado>
-Entonces después de haber ayunado y orado habiéndole impuesto las manos, los despidieron.
-Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Selencia, y desde allí se hicieron a la vela hasta Chipre,
-y llegados a Salamina, anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Y tenían a Juan (Marcos) como auxiliar.

 



Tal como reflejan estos versículos del Nuevo Testamento, San Juan Marcos acompañó a Saulo y a Bernabé, en los primeros momentos, durante primer viaje apostólico de San Pablo, pero al poco se retiró de ellos y esto no le agradó al Apóstol…Por eso, en la segunda misión apostólica Bernabé quiso llevar otra vez a Marcos, pero Saulo no lo consintió, recordando que había preferido no continuar el viaje con ellos en su primera misión  (Hch  15, 36-41):
-Al cabo de unos días dijo Pablo a Bernabé: Demos una vuelta y visitemos a los hermanos por todas las ciudades en las que anunciamos la Palabra del Señor…
-Bernabé quería resueltamente tomar consigo también a Juan llamado Marcos;
-Pablo, empero, estimaba que a quién se había separado de ellos desde Panfilia y no había ido con ellos al trabajo, a éste no debían tomarle consigo.
-Y se produjo un agudo conflicto, hasta el punto de que se separaron uno del otro, y Bernabé tomando a Marcos, se embarcó para Chipre;
- Pablo, habiéndose escogido a Silas por compañero, partió, entregado a la gracia de Dios por los hermanos;
-y recorrió la Siria y la Cilicia, consolidando la Iglesia.

Los motivos por los que Marcos y  Bernabé  no acompañaron a Pablo en este segundo viaje no deben relacionarse con otro incidente anterior que había tenido lugar entre Pedro y Saulo. Dicho incidente fue relatado por San Pablo en su carta a los Gálatas, un pueblo inicialmente cristianizado por él, que se encontraba sumido en la incertidumbre, por causa de un grupo de israelitas que aceptaban la ley de Moisés, de forma radical, imponiendo la circuncisión a los gentiles como norma indispensable para la salvación.

 



San Pedro, como hombre prudente, quiso evitar en lo posible el enfrentamiento entre los judaizantes y los no judaizantes, lo que le llevó a mantener una buena convivencia con los primeros, en determinadas ocasiones, y su ejemplo había cundido entre otros miembros de la iglesia primitiva de Cristo, como sucedió en el caso de Bernabé, siempre con el deseo de que no se produjera un cisma entre los seguidores del Señor.
En su carta a los Gálatas San Pablo reprochó esta actitud, por creerla ineficaz, como así sucedió a la postre, pero no obstante las relaciones entre Saulo y los restantes Apóstoles siempre fueron buenas, como lo demuestra el propio San Pablo en la  Carta a los Gálatas ya mencionada (Gal.  2, 1-10):
-Después de transcurridos catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé llevando también a Tito.
-Subí como una revelación, y les expuse el Evangelio que predico entre los gentiles, aunque en privado, a los más cualificados, no fuera que caminara en vano.
Sin embargo, ni siquiera obligaron a circuncidase a Tito, que estaba conmigo y es griego.
-Di este paso por motivo de esos intrusos, esos falsos hermanos que se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús y esclavizarnos.
-Pero ni por un momento cedimos a sus imposiciones, a fin de preservar para vosotros la verdad del Evangelio…
-todo lo contrario, vieron que se me ha encomendado anunciar el Evangelio a los incircuncisos, lo mismo que Pedro a los circuncisos,
-pues el mismo que capacita a Pedro para su misión entre los judíos, me capacita a mí para la mía entre los gentiles;
-además, reconociendo la gracia que me ha sido otorgada, Santiago, Pedro y Juan, considerados como columnas, nos dieron la mano en señal de comunión a Bernabé y a mí, de modo que nosotros nos dirigiéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos.
-Solo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo cual he procurado cumplir.

 
 
 


Este reparto de la labor evangelizadora entre los Apóstoles era justo y adecuado, y sin duda dio grandes frutos a la Iglesia de Cristo. Por su parte San Marcos volvió a ser gran amigo de San Pablo como lo demuestra el hecho de haberle acompañado durante su prisión en Roma, tal como se deduce de la Carta que el Apóstol dirigió al pueblo de Colosas (en la península de Anatolia), agobiado por los primeros seguidores del gnosticismo (Col. 4,10): <Os saluda Aristarco, mi compañero de prisión, y Marcos, el primo de Bernabé, acerca del cual recibisteis algunos encargos; si fuese a vosotros, hacedle buena a cogida>.

Así mismo, en su Carta a Filemón, al despedirse del mismo, San Pablo se expresa en los términos siguientes (Fil. 23-24): <Te saluda Epafras, mi compañero de prisión en Cristo Jesús/Marcos, Aristarco, Demas, Lucas, mis colaboradores>.

Según la Tradición de la Iglesia, Marcos acompañó también a San Pedro en sus viajes, permaneciendo  largas temporadas con él en Roma, como su discípulo, colaborando en la labor evangelizadora realizada por éste, como primer Pontífice de la Iglesia de Cristo.  Precisamente, se cree que probablemente fue San Pedro el que encargó a Marcos que pusiera por escrito el Evangelio del Señor, con objeto de disponer de una inigualable ayuda para la tarea apostólica, y sobre todo pudiera llegar a las futuras generaciones la Palabra de Cristo sin alteraciones.

 
 



Marcos al escribir su Evangelio, bajo la inspiración del Espíritu Santo, tuvo muy en cuenta siempre el carácter sumamente humilde de San Pedro, y por ello, no resaltó los elogios que Cristo le dedicó, sino que por el contrario se detuvo en comentar, con largueza, aquello que podía humillarle, como por ejemplo las tres negaciones del Apóstol cuando Jesús fue detenido y ajusticiado, de las que según la Tradición, el propio Pedro hablaba con frecuencia, muy arrepentido.

 
 



Desde la antigüedad, el Evangelio de San Marcos aparece como el segundo de los escritos, ya que aunque el de San Mateo (versión en arameo), desapareció muy pronto,  la versión en griego del mismo, fue considerada por la primitiva Iglesia de Cristo, como el primero de todos. Actualmente, la opinión general, es que en la base de los Evangelios de San Mateo y San Lucas, se encuentran dos documentos anteriores, que podrían ser el propio Evangelio de San Marcos y una fuente escrita, u oral, en la que se habría recogido las palabras de Jesús (Documentos Q).

Recordemos que el Evangelio de San Marcos comienza con el relato del Ministerio de San Juan el Bautista, el Precursor de Cristo (1, 1-4):
-Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
-Como está escrito en el profeta Isaías: Mira, envío mi mensajero delante de tu faz, el cual aparejará tu camino (Mal. 3,1).
-Voz de uno que clama en el desierto, preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas (Is. 40,3).
-Se presentó Juan el Bautista, en el desierto predicando bautismo de penitencia, para remisión de los pecados.

 
 


Es por esta razón, que en la iconografía de San Marcos aparece precisamente un león, porque en su Evangelio se relata en primer lugar esta misión de San Juan, siendo el león considerado el animal rey del desierto.

Por otra parte, San Ireneo de Lyon (189 d. C.), en su obra “Adversus haereses”, criticó con dureza tanto a las comunidades cristianas que hacían uso de un sólo Evangelio (el de San Mateo), como a las que aceptaban incluso algunos de los Evangelios que hoy en día se denominan apócrifos, como en el caso de los seguidoras de la secta herética denominada gnosticismo.

“No es posible que sean ni más ni menos que cuatro”, decía San Ireneo, refiriéndose a los Evangelios de la Iglesia, presentando como lógica la analogía con los cuatro puntos cardinales, o los cuatro vientos. Para ilustrar su punto de vista, utilizó también una imagen tomada del libro de Ezequiel en el que Dios aparece flanqueado por cuatro criaturas con rostros diferentes (hombre, león, toro y águila), que están en el origen de los símbolos iconográficos de los cuatro, evangelista.

Verdaderamente es impresionante, que un profeta de la antigüedad como Ezequiel (S.VI a. C), escribiera en su libro lo siguiente (Ez. 1, 4-):
-Vi un viento huracanado que venía del norte, una gran nube rodeada de resplandores, un fuego resplandeciente, y en el centro del fuego, como un fulgor de un relámpago.
-En medio del fuego vi la figura de cuatro seres, cuyo aspecto era éste:
-parecían hombres, pero cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas;
-sus piernas eran rectas y la planta de sus pies era como la de un buey; brillaban como bronce bruñido;
-debajo de las alas, en los cuatro costados, tenían manos humanas; el aspecto de las cuatro era el mismo,
-y las alas, de iguales dimensiones, se aparejaban unas con otras; al andar no se volvían de espadas, sino que todos ellos caminaban de frente.
-La cabeza de los cuatro era igual: por delante tenían aspecto humano, por la derecha de león, por la izquierda de toro y por detrás de águila.

Ezequiel era hijo de un noble sacerdote que vivía exiliado en la colonia hebrea de Tel-Abid y que hacia el año 593 antes de Cristo, fue llamado por Yahveh a su servicio, mediante la visión que el mismo describe con palabras llenas de admiración, sorpresa y respeto. La misión que le encargaría Dios, era muy importante porque consistía en mantener al pueblo desterrado, fiel a Él, para que en un futuro, del mismo, surgiera un grupo de hombres valerosos destinados a formar en la madre Patria un pueblo leal al Señor. La Iglesia católica ha aceptado en gran medida los vaticinios de Ezequiel, que por otra parte aparece varias veces nombrado en el Nuevo Testamento.
San Marcos, al igual que Ezequiel, fue llamado por Dios, para ayudar a un pueblo sumido en el paganismo, el pueblo romano, que había sido y seguía siendo evangelizado por San Pedro. La aportación del evangelista San Marcos a la labor del primer Pontífice, fue muy importante, y continúa siéndolo en la actualidad, ya que refleja de forma sencilla, no solo el mensaje de Cristo, desde la visión de San Pedro, sino también aquellos aspectos que el Espíritu Santo le fue descubriendo al propio evangelista durante su escritura. Ya los antiguos exégetas observaron la sencillez del Evangelio escrito por San Marcos y al mismo tiempo la claridad con que manifiesta la divina filiación de Jesús, y lo hacía sobre todo ayudándose de la narración de los milagros realizados por el Señor.

Entre los milagros relatados por este evangelista se encuentran entre otros: <Curación del endemoniado de Cafarnaúm> (1, 21-28), <Curación de la suegra de Pedro> (1, 29-31), <Curación de un grupo de enfermos> (1, 29-31), <Curación de un leproso> (1, 40-45), <Curación del paralítico de Cafarnaúm> (2, 1-12), <Curación de la mano paralítica de un hombre> (3, 1-6), <Numerosas curaciones junto al mar de Galilea> (3, 7-12), <Curación del endemoniado gerasano> (5, 1-20), <Curación de la hemorroisa>(5, 25-34), <Resurrección de la hija de Jairo> (5, 35-43), <Curación en Genesaret> (6, 53-56), <Curación de un sordo mudo> (7, 31-37), <Curación del ciego de Betsaida> (8, 22-26), <Curación del niño lunático> (9, 14-29) y <Curación del ciego de Jericó> 810, 46-52).


 



Sin duda San Marcos fue el evangelista que narró más milagros de Jesús y en particular dos de ellos , que no han sido narrados nada más que por él; concretamente la “Curación del ciego de Betsaida” y la “Curación de un sordomudo” ( Mc 7, 31- ):
-De nuevo saliendo de los confines de Tiro, se encaminó por Sidón camino de Galilea, pasando por medio de los términos de la Decápolis,
-y le presentan un sordo y tartamudo, y le ruegan que ponga sobre él su mano.
-Y tomándole aparte lejos de la turba, introdujo sus dedos en las orejas del sordo y con su saliva tocó su lengua;
-y levantando sus ojos al cielo suspiró y le dijo: Effatha (Ábrete).
-Y al punto se abrieron sus oídos, y se soltó la atadura de su lengua, y hablaba correctamente.
-Y les ordenó que a nadie lo dijesen, pero cuanto más se lo ordenaba, tanto más ellos lo divulgaban.

Y se asombraban sobremanera, diciendo: Todo lo ha hecho bien, y hace oír a los sordos, y hablar a los mudos.
Esta última afirmación de las gentes que seguían a Jesús y que presenciaron este milagro, <Todo lo ha hecho bien>, podría ser la síntesis o el resumen de toda la vida de Cristo sobre la tierra. En efecto, Él todo lo hizo bien, pero ¿Por qué nosotros seguimos haciéndolo mal?; esta es la pregunta que deberíamos hacernos al respecto, tras el ejemplo salvador del Mesías.

Ya San Efrén (306-373), doctor de la Iglesia y diácono de Siria al comentar este evangelio de San Marcos se expresaba en los términos siguiente:

“La fuerza divina que el hombre no puede tocar, bajó, se envolvió con un cuerpo palpable para que los pobres pudieran tocarle, y tocando la humanidad de Cristo, percibieran su divinidad. A través de unos dedos de carne, el sordomudo sintió que alguien tocaba sus orejas y su lengua. A través de unos dedos palpables percibió a la divinidad intocable una vez rota la atadura de su lengua y cuando las puertas cerradas de sus orejas se abrieron. Porque el arquitecto y artífice del cuerpo vino hasta él y, con una palabra suave creó sin dolor unos orificios en sus orejas sordas; fue entonces cuando, también su boca cerrada hasta entonces incapaz de hacer surgir una sola palabra, dio al mundo la alabanza a aquel que de esta manera hizo que su esterilidad diera fruto”.

Otros doctores de la iglesia han comentado también este importante pasaje de la vida del Señor, narrado tan solo por San Marcos en su Evangelio. Así San Lorenzo de Bríndisi (1559-1619) nos ha dejado este esclarecedor análisis:

“El Evangelio narra la obra de la Redención y de la Nueva Creación, y dice igualmente que <Todo lo ha hecho bien>…
Indudablemente que por su misma naturaleza, el fuego solo puede dar calor y no puede producir frio; el sol solo puede dar luz, y no puede ser causa de tinieblas. Igualmente Dios solo puede hacer cosas buenas porque Él es la bondad infinita, la luz misma. Es el Sol que esparce una luz infinita, la luz misma…

La Ley dice que todo lo que Dios ha hecho es bueno, el Evangelio dice que <todo lo ha hecho bien>, hacer cosas buenas no significa pura y simplemente  hacerlo todo bien. Es verdad que muchos hacen cosas buenas pero no las hacen bien, como en el caso de los hipócritas que hacen ciertas cosas buenas, pero con un mal espíritu, con una intención perversa y falsa. Dios hace todas las cosas buenas y las hace bien. <El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones…>.

Y si Dios, sabiendo que encontramos nuestro gozo con lo que es bueno, ha hecho para nosotros buenas todas sus obras, y las ha hecho bien ¿Por qué no nos apresuramos a hacer de buena gana obras buenas y hacerlas bien, puesto que sabemos que Dios encuentra en ello su gozo?”

 
 

Jesús es el Hijo Unigénito de Dios, tal como se puso de manifiesto en los numerosos milagros por Él realizados, y en especial por aquellos que implicaban la lucha directa con el maligno. La expulsión de demonios es un tipo de milagros muy significativo que proclama la autenticidad de su filiación divina. San Marcos nos narró algunos de estos milagros y así encontramos, casi al principio de su Evangelio  aquel que tuvo lugar durante su proclamación del Reino en Galilea, más concretamente en Cafarnaúm, donde tuvieron lugar los hechos, y que también fue relatado por el evangelista San Lucas (Mc.1, 21-28):
-Y entran en Cafarnaúm; y luego que fue sábado enseñaba en la sinagoga.
-Y se asombraban de su enseñanza, porque les estaba enseñando como quien tiene autoridad y no como los escribas.
-Y, de pronto, había en su sinagoga un hombre poseído de un espíritu inmundo, y se puso a gritar,
-diciendo: ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús Nazareno? Viniste a perdernos. Te conozco quién eres, el Santo de Dios.
-Y le ordenó Jesús resueltamente: Enmudece y sal del él.
-Y sacudiéndose violentamente y dando alaridos, salió de él el espíritu inmundo.
-Y quedaron todos pasmados, de suerte que se preguntaban unos a otros diciendo: ¿Qué es esto? Un modo nuevo de enseñar… con autoridad…
-A los espíritus inmundos manda… y le obedecen.
-Y se extendió rápidamente su renombre por todas partes, a toda la comarca de Galilea.

 
 



Los poseídos por el demonio, tal como nos muestra este milagro, reconocen en Jesús la filiación divina y las gentes que tuvieron la suerte de presenciarlo se maravillaban preguntándose. ¿Qué es esto? Por eso muchos hombres de buena voluntad se han preguntado desde entonces: ¿Qué significa esta nueva forma de enseñar?

En el siglo XIII, el doctor de la Iglesia, San Buenaventura, en su sermón “Christem  unus ómnium magister”, se expresaba de este modo, cuando se refería a la <nueva forma de enseñar de Jesucristo>:

“Así pues, porque la autoridad pertenece a la palabra poderosa y verídica, y Cristo es la Verdad del Padre, y por eso mismo poder y Sabiduría, en Él está el fundamento y la consumación de toda autoridad…Queda pues, claro que Cristo es el Maestro del conocimiento según la fe; es el camino, según su doble venida, en el espíritu y en la carne”

Por otra parte, casi a continuación de la curación de la suegra de Pedro, San Marcos nos cuenta que muchos poseídos llegaban hasta Jesús, y los sanaba a todos, pero no permitía que los demonios dijeran que lo conocían (Mc. 1, 32-34). Y hacia bien, porque si las autoridades judías hubieran sabido con la certeza, por el testimonio los endemoniados, quién era Jesús, no le habrían dejado ni un minuto más predicar, ni tampoco que los enfermos se acercaran a Él para que les curase, como sucedió poco después, junto al mar de Galilea, donde el Señor realizó numerosos milagros de sanación y donde los espíritus inmundos, cuando le veían, caían a sus pies y gritaban diciendo ¡Tu eres el Hijo de Dios! Pero Él siempre, siempre, les mandaba callar y les prohibía darle a conocer (Mc. 3, 7-12).

Sin embargo, el poder de Jesús se manifestaba en todos estos milagros, e incluso  hubo un milagro donde su filiación divina se manifestó de forma  evidente, ante la furia, impotencia e instinto maligno de Satanás, nos referimos al que tuvo lugar en una región situada frente a Galilea, y que San Marcos narró magistralmente (Mc. 6, 7-10):
-Y abordaron a la otra banda del mar, en la región de los gerasenos.

-Y en saliendo Él de la barca, luego se encontró con Él un hombre salido de los monumentos (tumbas) poseído de espíritu inmundo,
-el cual tenía su habitación en los monumentos, y ni con cadenas podía ya nadie atarle;
-pues si bien había sido muchas veces sujeto con grilletes y cadenas, él había forzado las cadenas y hecho añicos los grillos, y nadie era capaz de domeñarle;
-y continuamente, noche y día, estaba en los monumentos y en los montes, dando gritos y cortándose con piedras.
-Y como vio a Jesús desde lejos, corrió y se postró delante de Él,
-y a grandes gritos decía: ¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios, no me atormentes.
-Es que le decía: Sal, espíritu inmundo, de este hombre.
-Y le preguntaba: ¿Cuál es tu nombre? Y le dice: <Legión> es mi nombre, porque somos muchos.
-Y le rogaban insistentemente que no los mandase fuera de aquella región.

La existencia del mal en el mundo, es un hecho irrefutable, sí, tal como Benedicto XVI  ponía de relieve (Audiencia general del 3 de diciembre de 2008):

“El primer misterio de luz es éste: la fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y otro malo, sino un único principio: Dios Creador, y este principio es bueno, es sólo bueno, sin sombra alguna de mal. Por eso, el ser, no puede ser una mezcla de bien y de mal: el ser, como tal, es bueno, y por ello, pues, es bueno ser, es bueno vivir. Este es el gozoso anuncio de la fe. No hay más que una sola fuente, buena, el Creador…
El mal no proviene de la fuente misma del ser, no es igualmente original. El mal proviene de una libertad creada, de una libertad mal utilizada. ¿Cómo ha sido posible esto? ¿Cómo se produjo?...

El mal no es lógico. Tan sólo Dios y el bien son lógicos, son luz. El mal permanece siempre misterioso…Lo podemos atisbar, pero no explicar; no se puede narrar como un hecho al que sigue otro hecho, porque se trata de una realidad más profunda. Sigue siendo un misterio de oscuridad, de la noche”.

El mal enajenante e incomprensible, se pone de manifiesto de forma brutal, en el endemoniado geraseno, que en un momento de desesperación, pide al Señor que lo envié a habitar en los cuerpos de una piara de cerdos que había por aquella región. Y Jesús se lo concedió, lo cual sería su perdición, porque se despeñaron por las rocas los animales, para caer al mar de Galilea. Los hombres que apacentaban estos cerdos, dieron enseguida cuenta de lo sucedido a sus amos, que vinieron en tropel para comprobar lo sucedido, pero en lugar de dar las gracias al Señor por la curación del poseso, le pidieron que se alejara de allí, poniendo por encima del bien espiritual el bien material, esto es, sus cerdos; demostraron con ello su falta de fe en el milagro realizado por Jesús, y su ingratitud, pues como sigue diciendo Benedicto XVI en la Audiencia anteriormente mencionada:

“…el mal puede ser sobrepasado. Es decir, que la criatura, el hombre, puede curar…De tal manera que, al fin, en última instancia, vemos que no solo puede ser curado, sino que efectivamente es curado. Es Dios quién ha introducido la curación. El mismo en persona entró en la historia. A la fuente permanente del mal, opuso la fuente del bien puro…”

 



La fuente del bien puro, Cristo, el nuevo Adán, vino al mundo para oponerse al mal que se apodera a veces del alma de los hombres. Esto es lo que sucedió también en el caso de la hija de una mujer gentil, en los confines de Tiro y de Sidón y que salió al paso de Jesús para pedirle ayuda. El Señor, quiso no obstante, probar su fe con estas fuertes palabras (Mc. 7,27):
*<Deja que primero se sacien los hijos; que no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos>

Entonces, la mujer que realmente tenía una gran fe en Jesús, y era muy humilde de corazón, supo estar a la altura de las circunstancias y le respondió (Mc. 7, 27-28):

*<Sí, Señor; también los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los niños>

Y Jesús maravillado de la grandeza de corazón de aquella mujer extranjera, le dijo enseguida (Mc.7, 29):

*<Por eso que has dicho, anda, ha salido de tu hija el demonio>

La petición de esta creyente e insistente mujer, hizo que Jesús al realizar este milagro exclamara admirado estas últimas palabras, y ello nos debería hacer reflexionar sobre la constante necesidad que tenemos los hombres de pedir a Dios mediante la oración. Jesucristo nos dio ejemplo con su propio comportamiento, alejándose con frecuencia de los Apóstoles y de la muchedumbre que le seguía, para orar a solas con su Padre. Él mismo, dijo aquello de que la <fe mueve montañas>, y la oración realizada con fe, puede servirnos, como a esta mujer, para lograr que nuestras peticiones sean escuchadas por el Señor, si ellas son justas y necesarias.  

San Marcos según la tradición, evangelizó Alejandría, y a su partida de este país es posible que dejara allí, un pequeño grupo de cristianos, los cuales podrían haber sido el germen de una Iglesia bien consolidada. Se cree asimismo, que pudo haber dejado ya nombrado algún Obispo, como cabeza de aquella incipiente iglesia. Se sabe muy poco más de su vida, después de la muerte de San Pedro y de San Pablo, pero se supone que entregó su alma al Señor, después de haber sido sometido a un cruel martirio, hacia el año 68 d.C.; por su parte la leyenda, nos narra que fue arrastrado por la calles de Alejandría hasta su fallecimiento.

Las reliquias atribuidas a San Marcos fueron llevadas por un grupo de navegantes, hasta Venecia, donde se conservaron en la Basílica que llevaba su nombre, la cual fue construida con tal propósito en el siglo IX, pero que luego fue destruida a consecuencia de un motín en el siglo X. La Basílica actual de San Marcos se empezó a construir en el siglo XI y fue reforzada y mejorada en los siglos XIII, XV y XVII, hasta constituir la maravilla que es hoy,  para dar gloria al Señor a través de un evangelizador tan humilde y eficaz como San Marcos.

La iglesia copta cree que la cabeza de San Marcos, permaneció en Alejandría, y por ello conmemoran todos los años este evento. La catedral copta de San Marcos, sita en El Cairo, es la más importante de Egipto y en ella se conservan parte de los restos del evangelista San Marcos, que fueron donados por el Papa Pablo VI a dicha Iglesia, como muestra de ecumenismo.

 
 


La figura de San Marcos está ligada espiritualmente a la de San Pedro, al que ayudó en su tarea evangelizadora, poniendo por escrito, en su Evangelio, las enseñanzas y las obras de Cristo. De igual forma, otro santo, siglos después, compartió la tarea evangelizadora con otro Pontífice; nos referimos concretamente a San Jerónimo (347-420), doctor de la Iglesia latina, que fue consultor del Papa San Dámaso (366-484), y que a solicitud del Pontífice y de acuerdo con los textos griegos, revisó la versión latina de los Evangelios, los cuales tras las diversas traducciones a lo largo de los años, corrían el peligro de ser mal interpretados. A San Jerónimo se debe una versión latina de la Biblia, que recibió el nombre de Vulgata y que se convirtió muy pronto, en la Biblia por excelencia más consultada en toda Europa, durante más de mil años, teniendo también gran influencia en otros continentes.

Por otra parte, a San Jerónimo, los artistas de todos los tiempos, lo han representado, con frecuencia, junto a un león, que como sabemos es la figura iconográfica de San Marcos, debido a una leyenda que asegura que el santo de Estridón (Dalmacia), San Jerónimo, domesticó a un león, cuando se encontraba haciendo vida ascética en el desierto. Por su parte, San Marcos, no lo olvidemos, dice así, al comienzo de su Evangelio, refiriéndose al Ministerio del Precursor (Mc 1, 1-3):

“Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios/Como está escrito en el profeta Isaías: Mira, envío mi mensajero delante de tu faz, el cual aparejará tu camino/Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”        

  

      

   

      

 

 

 

 

 

 

viernes, 1 de enero de 2016

LA ASCENSIÓN DE JESÚS: JESÚS FUE ELEVADO


 
 
 
 



Sí, Jesús fue elevado, pero  ¿Qué nos quieren comunicar la Santa Biblia y la Liturgia diciendo que Jesús <fue elevado>? La respuesta a esta pregunta que el Papa Benedicto XVI realizaba en su Homilía Eucarística, durante la visita pastoral a Cassino y Montecassino, el domingo 24 de mayo del año 2009, según él era que:

“El sentido de esta expresión no se comprende a partir de un solo texto, ni siquiera de un solo libro del Nuevo Testamento, sino en la escucha atenta de toda la Sagrada Escritura. En efecto, el uso del verbo <elevar> tiene su origen en el Antiguo Testamento, y se refiere a la toma de posesión de la realeza. Por tanto, la Ascensión de Cristo significa, en primer lugar, la toma de posesión del Hijo del hombre, crucificado y resucitado, de la realeza de Dios sobre el mundo.

Pero hay un sentido más profundo, que no se percibe en un primer momento. En la página de los Hechos de los Apóstoles se dice ante todo que Jesús “fue elevado” (Hch 1, 9), y luego se añade que “ha sido llevado” (Hch 1, 11). El acontecimiento no se describe como un viaje hacia lo alto, sino como una acción del poder de Dios, que introduce a Jesús en el espacio de la proximidad divina. La presencia de la nube que “lo ocultó a sus ojos”, hace referencia a una antiquísima imagen de la teología del Antiguo Testamento, e inserta el relato de la Ascensión en la historia de Dios con Israel, desde la nube del Sinaí y sobre la tienda de la Alianza en el desierto, hasta la nube luminosa sobre el monte de la Transfiguración. Presentar al Señor, envuelto en la nube evoca, en definitiva, el mismo misterio expresado por el simbolismo de <sentarse a la derecha del Padre>”.

 
 



San Lucas inicia su libro de los <Hechos de los Apóstoles> dirigiéndose a su discípulo Teófilo, del cual no se tiene información alguna, por lo que se ha llegado a sospechar que pudiera ser un personaje ficticio, utilizado por el evangelista como un medio literario, sin embargo es hermoso pensar que realmente hubiera existido ese personaje seguidor de Cristo cuyo nombre, Teófilo, es muy significativo: Amigo de Dios (Hch. 1, 1-3):

-Mi primer tratado lo hice, ¡Oh Teófilo!, acerca de todas las cosas que Jesús desde un principio hizo y enseñó,

-hasta el día en que, después de dar sus instrucciones por el Espíritu Santo, a los apóstoles que Él se había elegido, fue llevado a lo alto;

-a los cuales también, después de su Pasión, se había presentado vivo, con muchas pruebas evidentes, dejándose ver de ellos dentro del espacio de cuarenta días y hablándoles de las cosas referentes al Reino de Dios.

El Señor, en efecto, se dejó ver por sus seguidores, entre los que se encontraban los apóstoles y con entera seguridad su misma Madre, la Virgen María, después de su Pasión, Muerte y Resurrección, incluso Jesús se sentaba a la mesa con todos ellos para compartir sus alimentos y mientras lo hacía les daba las últimas instrucciones y consejos con el  objetivo  de que la tarea que les encomendaba, de evangelización de los pueblos, tuviera como resultado  los mejores frutos.
 
 
 


Sin embargo, ni aún después de haber visto morir a Jesús en la Cruz y tenerlo entre ellos resucitado, habían comprendido, algunos de sus seguidores, que el Reino de Dios, no era el reino de los hombres. Ellos seguían imbuidos de las ideas del pasado sobre el Mesías, el cual según el Antiguo Testamento, debería venir para restablecer el poderío del pueblo judío, por eso le preguntaron: <Señor, ¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?> (Hch. 1,6), pero Él les respondió: <No es cosa vuestra conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder>, y  les anunció la venida del Espíritu Santo sobre ellos, para ayudarles a ser sus testigos no sólo en Jerusalén, sino en toda Judea, en Samaría, y hasta los confines del mundo.

Dice también San Lucas en su libro que después de estas últimas advertencias, el Señor se elevó sobre sus cabezas y una nube lo cubrió, desapareciendo de inmediato de su vista. Ellos sorprendidos se quedaron un rato mirando hacia el cielo, por si volvería a bajar, pero no, el Señor había subido a los cielos y se encontraba ya a la derecha del Padre en su Reino.

Es emocionante pensar así mismo, que la Elevación de Cristo al cielo, ha permitido, en palabras del Papa Benedicto XVI que <el ser humano haya entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios> (Ibid):

“El hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios. <El cielo>, la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, Aquel  en quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con Él”
 
 
 



Con anterioridad a estos hechos, Jesús se había aparecido a las dos Marías después de su Resurrección, ellas fueron  las primeras personas  a las que se presentó (Mt.28, 1-10):
-Pasado el sábado, al rallar el alba el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro

-De pronto hubo un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la losa del sepulcro y se sentó en ella.

-Su aspecto era como un rayo, y su vestido blanco como la nieve.

-Los guardias temblaron de miedo y se quedaron como muertos.

-Pero el ángel dirigiéndose a las mujeres les dijo: <No temáis, sé que buscáis a Jesús, el crucificado.

-No está aquí. Ha resucitado, como dijo. Venid, ved el sitio donde estaba.

-Id en seguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea. Allí le veréis. Ya os lo he dicho.

-Ellas se alejaron a toda prisa del sepulcro y con miedo y gran alegría corrieron a llevar la noticia a los discípulos.

-De pronto Jesús salió a su encuentro y les dijo: <Dios os guarde>. Ellas se acercaron se agarraron a sus pies y lo adoraron.

-Jesús les dijo <No tengáis miedo y decid a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán>

 
 


Por otra parte, el Papa San Juan Pablo II nos recuerda en varios trabajos suyos, que el anuncio de la Ascensión al Padre fue  realizado por Jesús, en distintas ocasiones, a sus discípulos. Así por ejemplo:
“Lo hizo especialmente durante su Última Cena: <Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre…, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía (Jn, 13,1-3). Jesús tenía sin duda en la mente su muerte ya cercana, y sin embargo miraba más allá y pronunciaba aquellas palabras en la perspectiva de su próxima partida, de su regreso al Padre mediante la Ascensión al cielo: <Me voy a aquel que me ha enviado> (Jn, 16,5); <Me voy al Padre, y ya no me veréis> (Jn, 16,10).

Los discípulos no comprendieron bien entonces, qué tenía Jesús en mente, tanto menos cuanto hablaba de forma misteriosa: <Me voy y volveré a vosotros> e incluso añadía: <Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo> (Jn 14,18). Tras la Resurrección aquellas palabras se hicieron para los discípulos más comprensibles y transparentes, como anuncio de su Ascensión al cielo (Audiencia General del miércoles 5 de abril de 1989)”.

Los apóstoles: San Mateo y San Juan, así como los evangelistas San Marcos, y San Lucas, narraron las apariciones de Jesús después de su Resurrección. Pero es San Lucas el que nos expone de forma más clara y definitiva las últimas instrucciones del Señor a sus apóstoles antes de su Ascensión a los cielos, momentos después de haberles <abierto la inteligencia para que entendieran las Escrituras> (Lc, 24, 44-49):

-Luego les dijo: <De esto os hablé cuanto todavía estaba con vosotros: es necesario que se cumpla, todo lo que está escrito acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos>.

-Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las Escrituras. Y les dijo:

-<Estaba escrito que el Mesías tenía que sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,

-y que hay que predicar en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén>.

-Vosotros sois testigos de estas cosas.

-Sabed que voy a enviar lo que os ha prometido mi Padre. Por vuestra parte quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos por la fuerza de lo alto.

 
 
 



Tras estas últimas instrucciones del Señor a sus apóstoles, San Lucas nos narra así mismo en su evangelio los pormenores de la Ascensión del Señor de una forma más bien breve aunque después en su libro de los Hechos los especifica mejor (Lc 24, 50-52):

-Los sacó hasta cerca de Betania.

-Levantó las manos y los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos y subió a los cielos.

-Ellos lo adoraron y se volvieron a Jerusalén llenos de alegría.

-Estaban continuamente en el Templo bendiciendo a Dios.

Por otra parte, cabe destacar dos aspectos esenciales del relato del evangelista según el Papa Francisco (Audiencia General. Plaza de San Pedro. Miércoles 17de abril de 2013):

“Ante todo, durante la Ascensión, Jesús realiza el gesto sacerdotal de la bendición y con seguridad los discípulos expresan su fe con la postración, se arrodillan inclinando la cabeza. Este es un primer punto importante: Jesús es el único y eterno Sacerdote que, con su Pasión, atravesó la muerte y el sepulcro y resucitó y ascendió al cielo; está junto a Dios Padre, donde intercede para siempre a nuestro favor (Hb 9, 24). Como afirma Juan en su Primera Carta, Él es nuestro abogado: ¡Qué bello es oír esto! Cuando uno es llamado por el juez o tiene un proceso, lo primero que hace es buscar un abogado para que le defienda. Nosotros tenemos uno, que nos defiende siempre, nos defiende de las acechanzas del diablo, nos defiende de nosotros mismos, de nuestros pecados. Queridísimos hermanos y hermanas, contamos con este abogado: No tengamos miedo de ir a Él a pedir perdón, bendición, misericordia. Él nos perdona siempre, Él es nuestro abogado: Nos defiende siempre. No olvidéis esto.
La Ascensión de Jesús al cielo, nos hace conocer esta realidad tan consoladora para nuestro camino. En Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada junto a Dios; Él nos abrió el camino; Él es como un jefe de cordada cuando se escala una montaña, que ha llegado a la cima y nos trae hacia sí, conduciéndonos a Dios; si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar por Él, estamos ciertos de hallarnos en manos seguras, en manos de nuestro salvador, de nuestro abogado.

Tenemos un segundo elemento, San Lucas refiere que los apóstoles después de haber visto a Jesús subir al cielo, regresaron a Jerusalén: <con gran alegría>. Esto nos parece un poco extraño. Generalmente cuando nos separamos de nuestros familiares, de nuestros amigos, por un viaje definitivo y sobre todo con motivo de la muerte, hay en nosotros una tristeza natural, porque no veremos más su rostro, no escucharemos más su voz, ya no podremos gozar de su afecto, ni de su presencia. En cambio, el evangelista subraya la profunda alegría de los apóstoles ¿Cómo es esto? Precisamente porque, con la mirada de la fe, ellos comprenden que, si bien substraídos de su mirada, Jesús permanece para siempre con ellos, no los abandona y, en la Gloria del Padre, los sostiene, los guía e intercede por ellos”.

En efecto, como se nos recuerda también en el Catecismo de la Iglesia Católica, escrito en orden a la publicación del Concilio Ecuménico Vaticano II (C.I.C. nº 668):

-La Ascensión de Cristo al cielo, significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo el poder en el cielo y en la tierra. Él está <por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación> porque el Padre <bajo sus pies sometió todas las cosas> (Ef 1, 20-22) Cristo es el Señor del Cosmos (Ef 4, 10; I Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En Él la historia de la humanidad e incluso toda la creación encuentran su recapitulación (Ef 1,10) su cumplimiento trascendente.

 
 



Santo Tomás de Aquino (Escritos catequísticos de Santo Tomás de Aquino Cp. 6 Artículo 6), aseguraba a este respecto que:

“La Ascensión del Señor a los cielos fue <sublime> porque: <subió por encima de los cielos> (Ef 4, 10) Esto fue Cristo quien primero lo hizo, pues anteriormente ningún cuerpo terreno había salido de la Tierra, hasta el punto de que incluso Adán vivió en un paraíso terrenal.
Subió por encima de todos los cielos espirituales, que son los seres espirituales. <colocando el Padre a Jesús a su derecha en el cielo, por encima de todo Principado, Potestad y Dominación, y sobre todo, cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero; todas las cosas la sometió bajo sus pies” 


Como diría en cierta ocasión  el Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel, con la Ascensión de Jesús a los cielos, ha llegado el día del completo triunfo del Señor (Ed. Aguilar. Madrid.  España 1964):
“La exaltación comenzada con la alegría de la Resurrección, se hace completa en este día. El Señor penetra con su naturaleza humana en la Gloria del Padre, para compartir con Él desde ahora el Imperio sobre los cielos, sobre la tierra, y sobre los infiernos; sobre los espíritus y sobre los corazones.
Le vemos partir y no nos entristecemos. Un gozo profundo penetra en la liturgia de éste día. <Si me amaseis “decía Cristo a los suyos”, estaríais contentos, porque me voy al Padre>. Era necesario que Cristo resucitado de entre los muertos, dejase la tierra y volviese al Padre, con el cual, como Dios, estaba necesaria y eternamente unido. Y nosotros nos alegramos por Él, en primer lugar. Después de su humillación terrena, de sus trabajos y sufrimientos, se sienta, por fin, “A la diestra de la Majestad, en las alturas” y toma posesión de la gloria que le corresponde a Él, Cristo Jesús, Hombre e Hijo de Dios y “Señor de la gloria”, siendo coronado como Rey de reyes, nombrado juez de vivos y muertos y reconocido como “Espíritu vivificante”, según la expresión de San Pablo, pues desde ahora, se sitúa en el centro del ecuménico reino de la Iglesia, “Para llenarlo todo”, para enviar su pulsación divina a todas las partes y a todos los miembros, inundándolo todo de su espíritu y su vida.

Nos alegramos también por nosotros, pues cuando Él se sienta a la diestra de Dios Padre, “los apóstoles se dispersan y empiezan a predicar”, y el Señor coopera a su misión y confirma con milagros sus palabras. Desde su trono Cristo piensa en nosotros; “penetró en los cielos, según frase de San Pablo, para presentarse constantemente por nosotros ante el rostro de Dios y vive, para interceder por nosotros sin descanso. Nuestra causa es su causa; nuestra súplicas, la suya. Si pecamos, dice el discípulo amado: Tenemos ante el Padre un abogado, Jesucristo, el Justo”

Bellas palabras de este hombre santo, Fr. Justo Pérez de Urbel, pronunciadas por él en el siglo XX, con las que no puede estar más de acuerdo nuestro actual Papa, tal como puso de manifiesto el domingo 1 de Junio de 2014 (Regina Coeli. Papa Francisco. Plaza de San Pedro):

“Jesús, cuando vuelve al cielo lleva al Padre un regalo. ¿Cuál es el regalo? Sus llagas. Su cuerpo es bellísimo, sin las señales de los golpes, sin las heridas de la flagelación, pero conserva las llagas. Cuando vuelve al Padre le muestra las llagas y le dice: <Mira Padre, éste es el precio del perdón que tú das>. Cuando el Padre contempla las llagas de Jesús, nos perdona siempre, y no porque seamos buenos, sino porque Jesús ha pagado por nosotros.
Contemplando las llagas de Jesús, el Padre se hace misericordioso. Éste es el gran trabajo de Jesús hoy en el cielo: Mostrar al Padre el precio del perdón, las llagas. Esto es algo hermoso que nos impulsa  a no tener miedo de pedir perdón; el Padre siempre perdona, porque mira las llagas de Jesús, mira nuestro pecado y nos perdona”

 
 



Es cierto, el cuerpo de Jesús cuando vuelve al Padre es bellísimo, como apunta el Papa Francisco, y lleva un regalo para el Padre, sus llagas, y este regalo es sin duda un enorme presente para el hombre como sugieren las palabras del Apóstol Santo Tomás, el único ausente durante la primera aparición del Señor después de muerto y resucitado (Jn 20, 24-29):

“Tomás, uno de los Doce, el llamado Dídimo (Mellizo), no estaba con ellos cuando vino Jesús / Digéronle, pues, los otros discípulos, hemos visto al Señor. Él les dijo <Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creo> / Y ocho días después estaban allí dentro sus discípulos, y Tomás entre ellos. Viene Jesús, cerradas las puertas, y puesto en medio de ellos les dijo, paz con vosotros / luego dice a Tomás: Trae acá tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino creyente / respondió Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! / Dice Jesús: ¡Porque me has visto, has creído! Bienaventurados los que no vieron y creyeron”.

Hermosísimo este relato de San Juan, el único apóstol que incluye en su evangelio la aparición de Jesús a sus discípulos en presencia de Tomás, que había estado ausente en la aparición anterior. Nos preguntamos a este respecto ¿Tiene algún significado especial esta ausencia de Tomás en la primera aparición de Jesús? La respuesta no puede ser otra, que sí, que tiene un gran significado y que seguramente el Señor lo había previsto así al objeto de mover la fe, no sólo del apóstol Tomás, sino de los creyentes de todos los tiempos. Incluso el Señor nos exhorta a ello con sus palabras: <Bienaventurado los que no vieron y creyeron>.

 



La actitud de los hombres ante esta advertencia del Señor, no puede ser otra que la dada por Santo Tomás: La fe absoluta y certera que le llevó a aquella confesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío! Magnífica confesión de la divinidad de Cristo. Una explosión de fe que llena el corazón de los creyentes cuando se acercan al Sacramento de la Eucaristía.

Y es que como aseguraba también otro santo, siglos después, concretamente Santo Tomás de Aquino (1224-1274), el gran teólogo y doctor de la Iglesia, la Ascensión del Señor fue <razonable>, porque fue al cielo por tres motivos:
“Primero porque el cielo era debido a Cristo por su misma naturaleza. Es natural que cada cosa vuelva a su origen, y el principio originario de Cristo está en Dios, que está por encima de todo…

En segundo lugar  correspondía a Cristo el cielo por su victoria. Cristo fue enviado al mundo para luchar con el diablo, y lo venció; por ello merece ser encumbrado por encima de todas las cosas…

En tercer lugar le correspondía por la humildad. No hay humildad tan grande como la de Cristo, quien siendo Dios, quiso hacerse hombre, siendo Señor, quiso tomar condición de esclavo sometiéndose incluso a la muerte…

Por eso, mereció ser ensalzado hasta el cielo, hasta el solio (trono) de Dios,  porque el camino al encumbramiento es la humildad: <el que se humilla será enaltecido> (Lc 14,11); <el que descendió, ese mismo es el que subió por encima de todos los cielos> (Ef. 4,10)”

Dos citas, el evangelio de San Lucas y la  Carta a los Efesios de San Pablo, son los apoyos que le permiten a Santo Tomás de Aquino afirmar que la Ascensión del Señor fue razonable por su humildad. La primera, la del evangelista San Lucas corresponde a aquel pasaje de la vida del Señor en el que sanó a un hidrópico en casa de un jefe de los fariseos. Sucedió que habiendo sido invitado a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, en Jerusalén, y tras haber hecho el milagro de sanar a un hombre hidrópico, que con mal sana intención colocaron frente a Él, pues era sábado, y para los escribas y fariseos curar en dicho día estaba prohibido, Jesús observando cómo los convidados escogían sin reparo los mejores lugares les dio una lección de humildad diciéndoles (Lc 14, 7-11):
-Cuando alguien te invite a una boda,

-no te pongas en el primer asiento, no sea que haya otro invitado más honorable que tú, y

-venga el que te invitó y te diga: cede el sitio a éste, y entonces tengas que ir avergonzado a ocupar el último puesto.

-Por el contrario, cuando seas invitado, ponte en el último puesto y así, cuando venga el que te invitó, te dirá: amigo sube más arriba. Entonces te verás honrado ante todos los comensales.

-Porque quien se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado

 Así es, el Señor con sus palabras, mediante una parábola, nos muestra la moralidad y el buen comportamiento del cristiano, donde siempre debe imperar la humildad, frente a la soberbia y la prepotencia. Él mismo, como aseguraba Santo Tomás de Aquino, nos dio el mayor ejemplo de humildad, pues siendo Hijo de Dios, se hizo esclavo y murió por la salvación de los hombres por lo que era justo y merecido que fuera ensalzado hasta el cielo (Ascensión).

Por último asegura también Santo Tomás que la Ascensión del Señor fue (útil) apoyándose  en otras tres cuestiones. En primer lugar, como <guía>, pues <Ascendió para guiarnos>. Según este doctor de la Iglesia <nosotros ignorábamos el camino> y por eso Él tuvo que enseñarnos, Él tuvo <que subir delante de nosotros para abrirnos el camino> y de esta forma, tenemos la seguridad los hombres de poder llegar así mismo al reino celestial; así lo manifestó Jesús en aquel pasaje de su vida reflejado por San Juan en su evangelio (Jn 14, 1-3).
En segundo lugar, dice Santo Tomás de Aquino, que la Ascensión del Señor fue útil porque tenía que asegurarnos la posesión de una morada en el reino de Dios, subió en definitiva, para interceder por nosotros; por eso, en Jesucristo tenemos siempre ante el Padre el mejor abogado (1 Jn 2,1), como aseguraba Juan en su primera carta a las comunidades cristianas de ciertas regiones en las que él evangelizó, con objeto de desenmascarar a algunos falsos profetas que ya pululaban, con sus falsas doctrinas, por aquellas tierras tratando de impurificar la fe y las costumbres de los seguidores de Cristo. Finalmente y en tercer lugar, dice el gran teólogo Santo Tomás, que la Ascensión del Señor fue <útil> porque <tenía que atraer hacia sí nuestros corazones>


 
 



Tal como podemos leer en el evangelio de San Mateo, el Señor desea que los hombres tengamos confianza en la providencia paternal de Dios (Mt 6,19-21):

-No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroe y donde los ladrones socaban y los roban.

-Amontonad en cambio tesoros en el cielo, donde la polilla y la herrumbre no corroen, y donde los ladrones no socaban y roban.

-Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón

 
Finalmente, como aseguraba el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“El carácter histórico del misterio de la Resurrección y de la Ascensión de Cristo nos ayuda a reconocer y a comprender la condición transcendente de la Iglesia, la cual no ha nacido ni vive para suplir la ausencia de su Señor, sino que, por el contrario, encuentra la razón de su ser y de su misión en la presencia permanente, aunque invisible, de Jesús, una presencia que actúa con la fuerza de su espíritu.
En otras palabras podríamos decir que la Iglesia no desempeña la función de preparar la vuelta de un Jesús <ausente>, sino que, por el contrario, vive actúa para proclamar su <presencia gloriosa> de manera histórica y existencial.
Desde el día de la Ascensión, toda comunidad cristiana avanza en su camino terreno hacia el cumplimiento de las promesas mesiánicas, alimentándose con la Palabra de Dios y con el Cuerpo y la Sangre de su Señor.
Ésta es la condición de la Iglesia –nos lo recuerda el Concilio Vaticano II-, mientras <prosigue su peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la Cruz y la Muerte del Señor hasta que vuelva> (L G, 8)”.