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jueves, 11 de julio de 2019

EN EL DÍA DEL JUICIO



 



Este es el título de la Homilía que el Papa Francisco nos regaló un martes 22 de noviembre de 2016, durante la misa matutina por él celebrada en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.

Recordemos antes de entrar a analizar lo que nos dijo nuestro Papa actual, sobre este día que tendrá lugar en la Parusía, que unos años antes, concretamente en el 2008, el Papa Benedicto XVI nos advertía que cualquier discurso cristiano sobre las realidades últimas (escatología), debe partir siempre del acontecimiento de la Resurrección de Cristo; según este acontecimiento las realidades últimas ya han comenzado y, en cierto sentido, ya están presentes (Audiencia General; miércoles 12 noviembre de 2008):
 
 


“Probablemente en el año 52 san Pablo escribió la primera de sus  cartas, la primera carta a los Tesalonicenses, donde habla de la vuelta de Jesús, llamada Parusía, adviento, nueva y definitiva  manifiesta presencia del Señor ( cf. 1 Ts 4, 13-18).
A los Tesalonicenses, que tienen sus dudas y problemas, el Apóstol escribe así:

<Si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús>
Y continúa:

<Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires, y así estaremos siempre en el Señor>

 

 
San Pablo describe la Parusía de Cristo con acentos muy vivos y con imagines simbólicas, pero que  trasmiten un mensaje sencillo y profundo: al final estaremos siempre con el Señor. Este es, más allá de las imágenes, el mensaje esencial: nuestro futuro es <estar con el Señor>; en cuanto creyentes, en nuestra vida ya estamos con el Señor; nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado”

 En efecto, san Pablo al hablarles a los tesalonicenses en su primera carta del <progreso en la vida cristiana> se detiene, en un momento dado, para insistir sobre el tema de la esperanza. Y lo hace con la certeza de que la esperanza en la resurrección de los muertos es una de las verdades, básicas e imprescindible, de la fe de los cristianos, que ha sido recogida en el <Símbolo de los Apóstoles> y en el Credo de Nicea-Constantinopla (1 Ts 4, 13-18):

“No queremos, hermanos, que ignoréis lo que se refiere a los que han muerto, para que no os entristezcáis como esos otros que no tienen esperanza / Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera también Dios, por medio de Jesús, reunirá  con Él a los que murieron / Así pues, como palabra del Señor, os transmitimos lo siguiente: nosotros, los que vivamos hasta la venida del Señor, no nos anticiparemos a los que hayan muerto / porque, cuando la voz del Arcángel y la trompeta de Dios den la señal, el Señor mismo descenderá del cielo, y resucitarán  en primer lugar los que murieron en Cristo / después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados junto con ellos al encuentro del Señor en los aires, de modo que , en adelante estemos siempre en el Señor / Por tanto, animaos mutuamente con estas palabras”

 



San Pablo no pretendía con estas palabras fijar el día en que tendrá lugar la Parusía, esto es un tema desconocido para los hombres y por tanto también para él, pero sí quería levantar el ánimo de los fieles de aquella comunidad de cristianos entristecida por la suerte que correrían sus pariente y amigos que no habiendo conocido a Jesús ya, habían muerto.

Ante esta situación san Pablo les informa en su carta de  las realidades últimas (Novísimos), del ser humano, y les advierte de que la vida del hombre no termina con la muerte, sino que los cristianos creemos, porque así nos lo ha dicho el Señor, que en la Parusía, los cuerpos volverán a la vida, y quienes hubieran permanecido hasta ese día saldrán junto con sus hermanos difuntos al encuentro del Señor.   

Los Papas de todos los tiempos, los Padres de la Iglesia, y aquellos eruditos interesados sobre este tema del mensaje de Cristo, ya nos han hablado mucho sobre el mismo, sin embargo éste es tan importante, que debería ser tenido en cuenta como primicia en cada época de la historia del hombre. 

Por eso el Papa Francisco, consciente de ello también ha querido aportar sus enseñanzas, en este sentido, para ayudarnos a comprender mejor todas las verdades que encierra.

Sí, han pasado pocos años de aquel momento sublime en que nuestro Papa actual nos hablaba del <día del juicio final>, algo que es verdaderamente imprescindible para alcanzar el camino de la santidad y lo hacía con estas palabras:



“Al mundo <no le gusta pensar> en la últimas realidades o Novísimos (muerte, infierno, gloria, purgatorio, juicio), pero también éstas forman parte de la existencia humana. Y si vivo <en fidelidad al Señor>, después de la muerte corporal <no tendremos miedo> de presentarnos frente a Jesús para su juicio…”

Recordemos, por otra parte, que <El Apocalipsis> de San Juan nos habla también del día del Juicio, de la  Parusía; en realidad el objetivo principal de este libro es poner en guardia a los creyentes respectos de los graves problemas que conlleva la falta de fe y al mismo tiempo confortar a aquellas personas que estaban sufriendo, por entonces, la terrible y larguísima persecución  del emperador romano Domiciano.

Verdaderamente el Apocalipsis de San Juan conduce definitivamente a la esperanza del creyente en la llegada del día del Juicio,  en el  que se producirá el establecimiento definitivo del Reino de Dios.


Pero antes nos habla también el Apóstol de <la siega y la vendimia> (Ap 14, 14-20):

“Y vi, y he aquí una nube blanca, y sobre la nube sentado uno como Hijo del hombre, que tenía sobre la cabeza corona de oro y en su mano una hoz afilada / Y otro ángel salió del templo, gritando a grandes voces al que estaba sentado sobre la nube: <Echa tu hoz y siega, mies de la tierra> / Y el que estaba sobre la nube echó la hoz sobre la tierra, y fue segada la tierra / Y otro ángel salió del templo que está en el cielo, llevando también una hoz afilada/ Y salió del altar otro ángel que tenía potestad sobre el fuego, y clamó con voz poderosa al que llevaba la hoz afilada, diciendo: Entra tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, pues llegaron a sazón sus uvas /


Acercó el ángel su hoz a la tierra, vendimió la viña de la tierra y arrojó las uvas al gran lagar de la ira de Dios/ El lagar fue pisado en las afuera de la ciudad, y salió  de él tanta sangre que alcanzó la altura de los frenos de los caballos en un radio de mil sescientos estadios”

Es evidente que  la imagen de la vendimia nos hace  presentir lo que podría ser el <día del Juicio>, que en Antiguo Testamento fue profetizado por Isaías, recordando la victoria del salvador (Is 63, 3):

"En la cuba he pisado yo solo, ningun pueblo me ayudó. Los pise airado, los aplasté enfurecido, su mosto salpicó mis ropas, y manchó mis vestidos"




Como seguía diciendo el Papa Francisco en su homilía  (Ibid):
“Después del final habrá un juicio. Pero ¿Cómo será ese día en el que estaré delante de Jesús, cuando el Señor me pedirá que le rinda cuentas de los <talentos que me ha dado>? O de <como ha estado mi corazón cuando ha caído la semilla>… ¿Cómo ha recibido la Palabra? ¿La he hecho brotar por el bien de todos o a escondidas?...

Se trata de un examen de conciencia útil y justo porque <todos seremos juzgados> y cada uno se reencontrará <delante de Jesús>. No conocemos la fecha, pero sucederá”
 
 

 
Ciertamente Jesús les informó a sus apóstoles sobre este tema tan importante y misterioso para el hombre. Así, con ocasión de un comentario realizado por estos sobre el Templo de Jerusalén, el Señor les previene de la llegada del <día del juicio>.
No obstante, Él no deseaba inquietarles inútilmente sobre la fecha en que tendría lugar el <día del juicio>, por eso les aconsejó en primer lugar que no se dejasen engañar por falso rumores pero que ocurrirían algunas señales al respecto (Lc 21, 8-9):
“Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán muchos diciendo: <Yo soy>, y <el momento está próximo>. No les sigáis / Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato”


El Señor les estaba hablando, nos está hablando, de la corrupción generalizada que se producirá antes de llegar la Parusía y de la aparición de falsos Mesías, pero después siguió hablándoles de las persecuciones a la que se verían sometidos ellos, y por extensión todos sus seguidores, por predicar el evangelio por todo el mundo (Lc 5, 12-14):
 


“Os echarán manos, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre / esto os sucederá para dar testimonio / Así pues, convenceos de que no debéis tener preparado de antemano cómo os vais a defender”

Realmente los hombres no desean recordar en estos tiempos lo que Jesús dijo sobre el <día del Juicio>, porque les parece algo inútil, porque muchos ni siquiera creen en esto, o porque a otros les produce cierto espanto pensar en ello…

Para unos y otros el Papa Francisco generosamente ha revelado como combatir estos síntomas (Ibid):

“Yo tengo una lista, una agenda donde escribo cuando muere una persona (amiga o pariente) pongo su nombre allí y cada día la repaso, y recuerdo el aniversario de su día y digo: ¡Pero éste murió hace veinte años!  ¡Cómo ha pasado el tiempo!  ¡Este otro hace treinta, cómo ha pasado el tiempo!...
Esta realidad común a todos nos obliga a pensar qué dejamos, cual es la huella que ha dejado nuestra vida…”

 

Y sigue diciendo el Papa Francisco en su preclara homilía:

“Padre esto nos asusta… Sí, es cierto, esto asusta, pero ¿por qué?...

La respuesta del Pontífice entonces es (Ibid):

“Asusta porque tú no cuidas tu corazón, para que el Señor esté contigo y tú vives alejado del Señor siempre; quizás hay un peligro, el peligro de continuar así alejado del Señor por la eternidad… ¡Esto es muy feo!...

Por eso nos hará bien pensar en esto: ¿Cómo será mi final? ¿Cómo será cuando me encuentre delante del Señor?”

 
<Se fiel hasta la muerte> dice el Señor y <te daré la corona de la vida>. Esta sería la solución a nuestros miedos; <la fidelidad  al Señor no decepciona>. De hecho <si cada uno de nosotros es fiel al Señor>, cuando venga el final de nuestras vidas sobre la tierra, podríamos decir como asegura el Papa Francisco: <hermana muerte ven>…

 
 
Y también en el <día del Juicio> podríamos mirar al Señor y decirle: <Señor tengo muchos pecados, pero he tratado de ser fiel>. Y ya que <el Señor es bueno>, no tendríamos miedo porque la identidad cristiana se realiza plena en la <resurrección de los muertos> de la que tanto nos hablaron Jesús y sus apóstoles. Esa resurrección será como volver a la vida, pero a la <vida verdadera> de la que también nos habló el Señor...

A este respecto recordamos las reflexiones del Papa Francisco de hace algunos años, concretamente en la homilía de su misa en la capilla Marthae, un viernes 19 de septiembre de 2014:
“Hay una resistencia fuerte por parte de las personas a aceptar la resurrección de los muertos…

El mismo Pedro, que había contemplado a Jesús en su gloria en el monte Tabor, la mañana de la resurrección fue corriendo al sepulcro, pensando que habían robado el cuerpo del Señor. Porque <no entraba en su cabeza una resurrección real>: su visión teológica se <detenía en el triunfo>. Hasta tal punto que el <el día  de la Ascensión, dirá: <Pero dime Señor, ¿ahora  será la liberación del reino de Israel?...

 
 
Sucede lo mismo cuando Pablo va a Atenas y comienza a hablar de la resurrección: los griegos sabios, los filósofos se asustan. La cuestión es que <la resurrección de  Cristo es un prodigio,  una cosa que quizás asusta; la resurrección de los cristianos, es un escándalo, no pueden comprenderla…

Y por eso Pablo hace este razonamiento tan esclarecedor: <Si Cristo ha resucitado ¿Cómo pueden decir algunos de vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si Cristo ha resucitado también los muertos resucitarán”

Esta tentación de no creer en la resurrección de los muertos estaba  ya presente en la primitiva Iglesia, tal como leemos en el Nuevo Testamento, por eso el apóstol san Pablo se vio obligado a poner en claro este tema en muchas ocasiones.
La causa probablemente sea la <Resistencia a ser trasformados>... Concretamente, como ejemplo de esta resistencia, ahí tenemos la de los atenienses el día que san Pablo hizo su discurso en el Areópago (Hch 17, 30-33):

 
 
“Dios ha permitido los tiempos de la ignorancia y anuncia ahora a los hombres que todos en todas partes deben convertirse / pues que ha fijado el día en que va a juzgar  la tierra con justica, por mediación del hombre que ha designado, presentado a todos un argumento digno de fe al resucitarlo de entre los muertos / Cuando oyeron lo de <resurrección de los muertos>, unos se echaron a reír y otros dijeron: Te escucharemos sobre eso en otra ocasión / Así que Pablo salió de en medio de ellos”

A pesar de este pequeño fracaso inicial en el mundo pagano y no obstante de haber conseguido que al menos Dionisio el Areopagita, su mujer que se llamaba Dámaris y varios más se unieran a él y a sus seguidores, Pablo a lo largo de su misión evangelizadora tuvo ocasión de hablar  de este tema tan controvertido para los hombres en otras ocasiones (1 Co 15, 42-52):

“Así será la resurrección de los muertos: se siembra en corrupción, resucita en incorrupción / se siembra en vileza, resucita en gloria; se siembra en debilidad, resucita en poder / se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual / Porque si hay un cuerpo natural, también lo hay espiritual /

 
 
Así está escrito: El primer hombre, Adán, fue hecho ser vivo; el último Adán (Jesús), espíritu que da vida / Pero no es primero lo espiritual, sino lo natural; después lo espiritual / el primer hombre, sacado de la tierra, es terreno; el segundo hombre es del cielo / Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos, como el celestial, así son los celestiales / Y como hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del hombre celestial / esto os digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios, ni la corrupción heredará la incorrupción / Mirad, os declaro un misterio: no todos moriremos, pero todos seremos transformados / en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al son de la trompeta final; porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados”

Sí, San Pablo aseguró siempre que con la resurrección todos nosotros seríamos transformados y esa transformación dice el Papa Francisco <será el fin de nuestro itinerario cristiano> (Ibid):

“Esta es nuestra identidad cristiana: al final, seremos como Él, estaremos con el Señor…

 
 
Esta afirmación ciertamente no es ninguna novedad. Juan Bautista señala a Jesús como el Cordero de Dios y los dos discípulos (Andrés el hermano de Pedro  y Juan el hermano de Santiago) se van tras el Señor y dice el evangelista que ese día se quedaron con Él… Por tanto la identidad cristiana es una senda, es un camino donde se está con el Señor, como los dos discípulos. Al final toda nuestra vida está llamada a estar con el Señor para quedarse, y estar con el Señor al final (en la Parusía), después del Arcángel, después del sonido de la trompeta”