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miércoles, 22 de junio de 2016

JESÚS MURIÓ REALMENTE EN LA CRUZ PERO LUEGO RESUCITÓ



 
 
 


En el Catecismo de la Iglesia Católica, en la primera parte de la Profesión de fe podemos leer, que Jesús murió pero volverá en gloria para juzgar a los vivos y a los muertos (C.I.C. nº 668):

“Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser el Señor de muertos y vivos (Rm 14,9). La ascensión de Cristo al cielo significa participación en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra.

Él está: <por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación>” porque el Padre <bajo sus pies sometió todas las cosas (Ef 1,20-22).

Cristo es el Señor del Cosmos (Ef 4,10; ICo 15,24. 27-28), y de la historia. En Él, la historia de la humanidad e incluso toda la creación, encuentra su recapitulación (Ef 1,10), su cumplimiento transcente"

Sí, Jesucristo murió como creemos, aquellos que creemos, y somos muchos, y desde entonces:

“Reina desde la Cruz, hacia la cual atrae y desde la cual sustenta todas las cosas: este árbol de dimensiones celestes, se eleva al cielo desde la tierra como sostén de todas las cosas, y apoyo mudo, como soporte de toda la tierra habitada, y como aglutinante del universo, que solidariza la variedad de la naturaleza humana y sujeta con los <clavos del Espíritu Santo>, a fin de que lo divino no vuelva a ser separado de ella” (Antigua Homilía Pascual, según Rmo. P.Fr. Justo Pérez de Urbel).

 


 
Hubo clavos, clavos auténticos, esas piezas metálicas largas y delgadas, con cabeza y punta que sirven para fijar o asegurar una cosa a otra; esos clavos, penetraron en el cuerpo divino y humano de Jesús, para sujetarlo a la cruz donde murió.

Ésta es una verdad históricamente demostrable, sin embargo es sabido que muchas veces:
"Sucede que, en estas cosas, los hombres fácilmente se persuaden, ser falso o dudoso, lo que no quieren, que sea verdadero. Por todo ello, a de defenderse que la revelación divina, es moralmente necesaria, para que, aún en el estado actual del género humano, con facilidad, con firme certeza y sin error, todos puedan conocer las verdades religiosas y morales que de por sí no se hayan fuera del alcance de la razón…

Dando una mirada al mundo moderno, que se halla fuera del redil de Cristo, fácilmente se descubren las principales direcciones que siguen los doctos.
Algunos admiten de hecho, sin discreción y sin prudencia, el sistema evolucionista, aunque ni en el mismo campo de las ciencias naturales ha sido probado como indiscutible, y pretenden que hay que extenderlo al origen de las cosas, y con temeridad sostienen la hipótesis monista y panteísta de un mundo sujeto a perpetua evolución. Hipótesis de las que algunos se valen para defender y propagar un <materialismo didáctico> y arrancar de las almas toda idea de Dios.

Las falsas afirmaciones de semejante evolucionismo, por las que se rechaza todo cuanto es absoluto, firme e inmutable, han abierto el camino a las aberraciones de una moderna filosofía que se ha dado en llamar existencialismo porque rechaza las esencias inmutables de las cosas y sólo se preocupa de la existencia de los seres singulares.
Existe, además un  falso historicismo que, al admitir tan solo los acontecimientos de la vida humana, tanto en el campo de la filosofía, como en el de los dogmas cristianos, destruye los fundamentos de toda verdad y ley absoluta”

(Papa Pío XII. Carta Encíclica <Humani Generis>. Sobre las falsas opiniones contra los fundamentos de la doctrina católica. Dada en Roma el 12 de agosto de 1950)

 


Pío XII (Eugenio Pacelli), fue elegido Sumo Pontífice a la muerte de otro gran Papa, Pío XI, ocupando la silla de Pedro durante el período de tiempo comprendido entre los años 1939-1958. Intervino activamente para tratar de evitar la segunda guerra mundial, aunque sus esfuerzos fueron vanos; ello le produjo gran dolor. Durante el tiempo que duró la guerra hizo cuanto pudo por paliar los horrores de la misma, ayudando para que los más desfavorecidos y perseguidos lograran soportarlos.
La Carta Encíclica <Humani Generis> escrita ya en pleno período de posguerra, levantó grandes críticas, incluso, entre algunos que decían pertenecer al pueblo de Cristo, pero que ya se encontraba implicados en una serie de corrientes filosóficas y teológicas surgidas en contra de la Iglesia Católica.

El objetivo de esta carta encíclica, según los hagiógrafos del Pontifice, era tratar  de llamar la atención de los creyente acerca de ciertas falsas opiniones que amenazaban arruinar los fundamentos del mensaje de Cristo.

Como se suele decir: <de aquellos vientos, estas tempestades>,  en pleno siglo XXI, cuando la Iglesia sostiene y enseña, que la teoría <creacionista> y la teoría <evolucionista>, no están en contradicción, y por tanto son compatibles, siempre que no se atribuya a la <evolucionista>, un alcance que realmente no posee, tal como se ha demostrado científicamente.

Por otra parte, la fe en la Muerte y Resurrección de Jesús, se basa desde los tiempos de la Iglesia primitiva en los testimonios de los que vieron, tras su muerte, al crucificado después de haber resucitado, y fueron muchísimos. San Pablo en su primera Carta a los Corintios habla con claridad sobre las personas que vieron a Jesús resucitado (I Co 15, 3-8):


-Os transmití en primer lugar lo que a mí vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según la Escrituras,

-y que fue sepultado, y que ha resucitado al tercer día, según las Escrituras,

-y fue visto por Cefas, luego por los Doce.

-Después fue visto por más de quinientos hermanos de una vez, de los cuales los más quedan aún ahora, algunos ya murieron.

-Después fue visto por Santiago, luego por todos los apóstoles;

-últimamente, después de todos, siendo como soy el abortivo, fue visto también por mí.

-Porque yo soy el menor de los apóstoles, que no soy digno de ser apellidado apóstol, pues que perseguí la Iglesia de Dios.

Esta narración del apóstol San Pablo sobre la Resurrección de Cristo, dista del hecho en sí,  aproximadamente unos veinticinco años, estando todavía con vida muchos de los hombres y mujeres que lo presenciaron, tal como indica el apóstol en su primera carta a los corintios. Si hubiera mentido seguro que San Pablo habría sido recriminado por los allí presentes, y no fue así. La narración de San Pablo se trata, sin duda, de una prueba testificar contemporánea, al hecho mismo de la Resurrección de Jesús, de enorme valor.

Desde esta perspectiva, no sería tan siquiera necesaria la existencia de pruebas científicas o históricas, porque la fe de los cristianos no las necesita, tras el testimonio de San Pablo,  se trata de una <verdad absoluta> para los seguidores de Cristo.



La muerte de Cristo supuso gran fecundidad para los hombres, porque fue una muerte redentora. El primer signo de fecundidad de la muerte redentora de Cristo, fue evocado, por el Papa san Juan Pablo II, un miércoles 11 de diciembre de 1988 (Audiencia General):

“El evangelista Marcos escribe que, cuando Jesús murió, el centurión que estaba al lado viéndolo expirar de aquella forma, dijo: <verdaderamente este hombre era Hijo de Dios> (Mc 15,39) Esto significa que en aquel momento, el centurión romano tuvo una intuición lúcida de la realidad de Cristo, una percepción inicial de la verdad fundamental de la fe.
El centurión había escuchado los improperios e insultos que habían dirigido a Jesús sus adversarios y, en particular, las mofas sobre el título de Hijo de Dios reivindicado por aquel que ahora no podía descender de la cruz ni hacer nada para salvarse así mismo.



Mirando al crucificado, quizás ya durante la agonía, pero de modo más intenso y penetrante en el momento de su muerte, y quizá, quién sabe, encontrándose con su mirada, siente que Jesús tiene razón. Sí, Jesús es un hombre, y muere de hecho; pero en Él hay más que un hombre; es un hombre que verdaderamente, como Él mismo dijo, es Hijo de Dios.
Este modo de sufrir y de morir, ese poner el espíritu en manos del Padre, es una inmolación evidente por una causa suprema a la que ha dedicado toda su vida, que ejerce un poder misterioso sobre aquel soldado, que quizás ha llegado al Calvario tras una larga aventura militar y espiritual, como ha imaginado algún escritor, y que en ese sentido puede representar a cualquier pagano que busca algún testimonio revelador de Dios.
El hecho es notable también porque en aquella hora los discípulos de Jesús están desconcertados y turbados en su fe (Mc 14,50, Jn 16,32). El centurión, por el contrario, precisamente en esa hora inaugura la serie de paganos que, muy pronto, pedirán ser admitidos entre los discípulos de aquel Hombre en el que, especialmente después de su Resurrección, reconocerán al Hijo de Dios, como lo testifican los <Hechos de los Apóstoles>”

Son numerosísimos los datos acumulados en la historia relatada en dicho libro, totalmente concordantes con los momentos políticos y religiosos del período en que tuvo lugar todo lo allí narrado.
Cualquier aspecto analizado en este sentido, ha sido comprobado como rigurosamente cierto y exacto.
Algunos autores han pretendido sin embargo, lo cual hasta cierto punto es lógico, porque la naturaleza humana así lo requiere, cuando se deja llevar por el maligno, desautorizar incluso la autoría de este libro sagrado, pero con resultados siempre negativos.
El contenido del <Libro de los Hechos>, y las Cartas escritas por algunos Apóstoles, nos van a permitir conocer los primeros pasos de la Iglesia de Cristo, después de la Muerte y Resurrección de Jesús y obtener un testimonio de primera mano sobre los acontecimientos históricos que tuvieron lugar.
Nos muestra por ejemplo, que la Muerte y Resurrección de Jesús, son temas recurrentes, en la predicación de San Pablo, en todo momento y lugar, pero quizás una de las ocasiones más significativas a este respecto, fue aquella que tuvo lugar durante su visita a los habitantes de Antioquía de Pisidia, donde se pronunció en los siguientes términos (Hch 13,26-37):
“Hermanos, hijos de la estirpe de Abrahán, y los que, teméis a Dios, es a vosotros a quiénes se dirige este mensaje de salvación / Ciertamente, los habitantes de Jerusalén y sus jefes no reconocieron a Jesús, y al condenarlo cumplieron las palabras de los profetas que se leen todos los sábados / Sin haber hallado en Él ningún delito que mereciera la muerte, pidieron a Pilatos que lo matase /



Y después de cumplir todo lo que acerca de Él estaba escrito, lo bajaron del madero y lo sepultaron / Pero Dios lo resucitó de entre los muertos / Durante muchos días se apareció a los que habían subido con Él desde Galilea a Jerusalén, los cuáles son ahora sus testigos ante el pueblo / y nosotros os anunciamos la buena noticia: que la promesa hecha a nuestros antepasados / Dios nos la ha cumplido a nosotros, sus descendientes, resucitando a Jesús, como está escrito también en el salmo segundo: <Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy> /

 

Y que lo resucitó de entre los muertos para no volver ya nunca más a la corrupción, bien lo ha dejado dicho: <os cumpliré las firmes promesas que hice a David> / Por eso dice también en otro lugar: <no permitirás que tu fiel experimente la corrupción> / Ahora bien, David, después de cumplir durante su vida la voluntad de Dios, murió, fue a reunirse con sus antepasados, y experimentó la corrupción / Sin embargo, aquel a quien Dios resucitó no ha experimentado corrupción”.

 

El discurso de San Pablo es revelador de los hechos históricos ocurridos, muy pocos años antes, en Jerusalén, donde tuvo lugar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. En el mismo, entre otras cuestiones, también muy interesantes, el apóstol habla de las promesas realizadas al pueblo de Israel, a través de Abrahán y David, las cuales aparecen en el Antiguo Testamento, y corroboran plenamente los testimonios dados por los apóstoles, sobre la muerte y la vuelta a la vida de Jesús. En definitiva, sirven de base para demostrar las palabras de San Pablo, sobre la muerte en la cruz del Mesías.

Por otra parte, existen sin duda pruebas físicas de que Jesús murió en la cruz, nos referimos a la Síndone de Turín, la Sábana Santa, tan analizada, tan estudiada, tan traída y tan llevada, por científicos y seudocientíficos, sin que aún se haya podido esclarecer en su totalidad la grandeza de su mensaje, pero también sin que se haya podido revocar la verdad  física que allí aparece: las marcas dejadas por un hombre crucificado, muerto, y resucitado, en tiempos de Jesús, con los mismos estigmas que deberían haber aparecido en el cuerpo del Señor, y no en otro cualquier  crucificado.


Sin embargo, la Iglesia no ha querido intervenir en este tema de forma dogmática, porque como antes hemos recordado, para los creyentes, la Muerte y Resurrección de Jesús, es una <verdad absoluta>, y no necesita de prueba física alguna.

No obstante, para reafirmar esta <verdad absoluta> de fe, en aquellos que la han perdido o que nunca la tuvieron, existen también las pruebas históricas que son totalmente fiables y esclarecedoras, que  echan por tierra las patrañas, o blasfemias, que se siguen vertiendo sobre este tema que, por otra parte, es la columna vertebral de  la Iglesia.



Como nos ha recordado el Papa Benedicto XVI en su libro: <Jesús de Nazaret. 2ª Parte>:

“Según la narración de los evangelistas, Jesús murió orando en la hora Nona, es decir, a las tres de la tarde. En Lucas, su última plegaria está tomada del salmo 31: <Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu>.
Para Juan, la última palabra de Jesús fue: <Está cumplido>”

 
Da la impresión de que la frase de Jesús: <Padre en tus manos encomiendo mi espíritu>, significa aquello que el Señor había logrado, esto es: consumar su obra de redención de los hombres; satisfaciendo así la divina justicia, el Hijo con filiar confianza deposita en las manos del Padre su último aliento.

Estas postreras  palabras de Jesús, es más que probable, que provinieran de la información suministrada por  la madre de Jesús, la Virgen María, a San Lucas; ella se encontraba en aquellos terribles momentos a los pies de la cruz, según los relatos de todos los evangelistas.

Así es, los estudiosos de la Santa Biblia, han llegado a la conclusión de que Lucas, el médico amigo del apóstol San Pablo, mantuvo largas conversaciones con la Virgen María, y fue ella la fuente principal de información histórica que le ayudó a redactar su Evangelio, por supuesto, bajo la inspiración del Espíritu Santo (Lc 23,46).

Por otra parte, recordemos que en el salmo 31 (30), podemos leer:
“Sácame de la red que me han tendido, pues tú eres mi baluarte / En tus manos encomiendo mi espíritu; Tú Señor, el Dios fiel, me rescatarás”

Jesús que conocía perfectamente <Las Antiguas Escrituras>, pronuncia esta hermosa frase del salmo 31 (30), que tiene el grandioso significado que Él le quiere dar, esto es, convertir a Dios Padre en el protector de la vida y árbitro de la hora oportuna de la muerte.
 
 


Así mismo, en el evangelio de San Juan (19,30), aparece la palabra griega: <Tetelestai>, que significa: <está cumplido>, palabra que según este apóstol del Señor, fue pronunciada por Él, en los últimos momentos de su vida sobre la tierra, y hay que tener en cuenta que Juan se encontraba allí, al pie de la cruz junto a la madre de Jesús y las otras mujeres, en aquellos trágicos momentos, y por tanto no podemos dudar de esta verdad histórica relatada en su evangelio.

Precisamente el Papa Benedicto XVI, refiriéndose a este importante tema aseguraba (Ibid)

“Esta palabra remite hacia atrás, al principio de la Pasión, a la hora del lavatorio de los pies, cuyo relato introduce este evangelista subrayando que Jesús amó a los suyos <hasta el extremo> (Télos) (13,1). Este fin, este extremo cumplimiento del amor, se alcanza ahora, en el momento de la muerte. Él ha ido realmente hasta el final, hasta el límite y más allá del límite. Él ha realizado la totalidad  del amor, se ha dado así mismo”

Sí, se dio hasta el fin por sus discípulos y por extensión por toda la humanidad; su Pasión y Muerte no fueron infecundas, todo lo contrario, abrieron las puertas hacia el camino que lleva a la salvación. Esta fecundidad de la muerte redentora de Cristo, se puso de manifiesto enseguida, a los pocos instantes de suceder tan desgraciado e injusto hecho histórico. Varios signos tuvieron lugar que así lo prueban; uno de ellos fue, en efecto, la conversión del centurión que estaba al lado de la cruz viendo como expiraba en ella aquel hombre inocente. Así lo narraba San Marcos en su evangelio (Mc 15, 38-39):
“La cortina del templo se rasgó en dos de arriba abajo / y el centurión que estaba frente a Jesús, al ver que había expirado de aquella manera, dijo: verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”



Otro signo de la fecundidad de la muerte de Jesús, fue narrado por San Juan en su Evangelio: uno de los soldados con una lanza le abrió el costado, y al punto salió sangre y agua: (Jn 19, 32-37):

“Los soldados rompieron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús / Cuando se acercaron a Jesús, se dieron cuenta de que ya había muerto; por eso no le rompieron las piernas / Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y, al punto, brotó de su costado sangre y agua / El que vio estas cosas da testimonios de ellas, y su testimonio es verdadero. Él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis / Esto sucedió para que se cumpliese la escritura, que dice: No le quebraron ningún hueso / La escritura dice también en otro pasaje: mirarán al que traspasaron”

La lanza del soldado traspasó el costado de Jesús pero también su corazón hacia el cual apuntaba, por eso la Iglesia canta: <Te bulneratum caritas ictus patenti voluit, amoris invisibilis ut beneremus vulnera>.
Sí, de su costado salió sangre y agua, hecho que puede explicarse  fisiológicamente, pero que también encierra un gran valor simbólico:

“Es un signo y anuncio de la fecundidad del sacrificio. Es tan grande la importancia que le atribuye el evangelista San Juan, que, apenas narrado el episodio, añade: <el que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis>.

Se apela por tanto a una constatación directa, realizada por él mismo, para subrayar que se trata de un acontecimiento cargado de valor significativo respecto a los motivos y efectos del sacrificio de Cristo.

De hecho, el evangelista reconoce en el suceso el cumplimiento de lo que había sido predicho en dos textos proféticos. El primero, respecto al cordero pascual de los hebreos, al cual: no se le quebrará hueso alguno (Ex 12,46; Num 9,12; Sal 34,21).

 


Para el evangelista, Cristo crucificado es, pues, el Cordero pascual y el Cordero desangrado, como dice santa Catalina de Siena, el Cordero de la Nueva Alianza, prefigurado en la pascua de la ley antigua y <signo eficaz> de la nueva liberación de la esclavitud del pecado no sólo de Israel sino de toda la humanidad.
La otra cita bíblica que hace Juan, es un texto obscuro atribuido al profeta Zacarías, que dice: <mirarán al que traspasaron> (Zac 12,10) La profecía se refiere a la liberación de Jerusalén y Judá por manos de un rey, por cuya venida la nación reconoce su culpa y se lamenta sobre aquel que ella ha traspasado de la misma manera que se llora por un hijo único que se ha perdido. El evangelista aplica el texto de Jesús traspasado y crucificado, ahora contemplado con amor.

 A las miradas hostiles del enemigo suceden las miradas contemplativas y amorosas de los que se convierten. Esta posible interpretación sirve para comprender la perspectiva teológico-profética en la que el evangelista considera la historia que ve desarrollarse desde el corazón abierto de Jesús” (Papa San Juan Pablo II. Audiencia General. Miércoles 14 de Diciembre de 1988)

La lanza del soldado entró, en efecto, por el costado de Jesús y traspasó su corazón, en curiosa coincidencia con lo que le sucedió al crucificado de la Sábana Santa, y de ese corazón brotó agua y sangre. Para la Iglesia, este hecho trascendental, anticipa la fuente de bendiciones que de ello se deriva.

Según el Papa Benedicto XVI (Ibid), hay que releer la primera carta del apóstol San Juan para comprender mejor lo que este hecho significa. San Juan escribió esta carta con ocasión de la aparición de teorías anticristianas entre los propios discípulos de Cristo, al frente de las cuales estaba  Cerinto, tratando de desprestigiar la figura del Crucificado y Salvador de la humanidad.

Él decía entre otras necedades y blasfemias que: <Cristo había venido en agua, pero no en sangre>. El apóstol San Juan le rebate en esta epístola, afirmando con rotundidad que Cristo es el que: <ha venido por agua y en sangre> (I Jn 5,6).

 
 


En este sentido, el Papa Benedicto XVI se pregunta: ¿Qué quiere decir el autor del cuarto evangelio con la afirmación insistente de que Jesús ha venido no sólo con el agua, sino también con la sangre?

El Papa responde a su propia pregunta de esta forma (Jesús de Nazaret 1ª Parte Papa Benedicto XVI):
“Se puede suponer que haga probablemente alusión a una corriente de pensamiento que daba valor únicamente al Bautismo, pero negaba la Cruz. Y eso significa quizás también que sólo se consideraba importante la palabra, la doctrina, el mensaje, pero no <la carne>, el cuerpo vivo de Cristo, desangrado en la cruz; significa que se trató de crear un cristianismo del pensamiento y de las ideas del que se quería apartar la realidad de la carne: el Sacrificio y el Sacramento.

Los Padres de la Iglesia han visto en este doble flujo de sangre y agua una imagen de los dos Sacramentos fundamentales: la Eucaristía y el Bautismo, que manan del costado traspasado del Señor, de su corazón. Ellos son el nuevo caudal que crea la Iglesia y renueva a los hombres. Pero los Padres, ante el costado abierto del Señor exánime en la Cruz, en el sueño de la muerte, se han referido también a la creación de Eva del costado de Adán dormido, viendo así en el caudal de los Sacramentos también el origen de la Iglesia: han visto la creación de la nueva mujer del costado del nuevo Adán”



Por otra parte, es curiosa la relación existente entre el agua que brota del corazón traspasado de Cristo y los sucesos acaecidos en la vida de Éste, en Jerusalén, durante su asistencia a la fiesta de los Tabernáculos...
En el transcurso de dicha fiesta el Señor llegó a decir esta frase maravillosa: <Si alguno tiene sed, venga a mí; y beba>.
Fue precisamente, durante el último día de la fiesta, el más importante, cuando nos dejaba este sin igual testimonio de su Palabra (Jn 7, 37-38):
"Si alguno tiene sed, venga a mí; y beba / quien cree en mí. Como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán ríos de agua viva"

Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él. Porque todavía no había espíritu, puesto que Jesús no había sido aún glorificado

Algunos de los que estaban allí, sigue diciendo el apóstol, creyeron que Jesús, era verdaderamente un profeta e incluso algunos aseguraban que era el Mesías. Otros en cambio tenían dudas porque se decían: ¿Pero el Mesías puede proceder de Galilea?, porque ignoraban que Jesús era judío, ya que había nacido en Belén de Judea y pertenecía a la estirpe de David, pues José su padre adoptivo,  lo era.
Por otra parte, las palabras que en esta ocasión pronunció Jesús: <quién tenga sed, venga a mí; y beba> estaban en consonancia  con una ceremonia  que tenía lugar durante el transcurso de la fiesta de los Tabernáculos.

Cada mañana un sacerdote, acompañado de una muchedumbre, se dirigía hacia la fuente de Siloé, con una jarra de oro para sacar agua, que luego vertía en el templo delante del altar, y mientras el sacerdote sacaba agua de la fuente, cantaba el coro un verso del profeta Isaías (12,3): <sacaréis agua con gozo de la fuente de la salud>.
Esta agua se consideraba ya por entonces un símbolo de las bendiciones mesiánicas, y por eso Jesús, que era el Mesías gritaba a la gente que ya había llegado esa agua, porque Él era el Hijo de Dios, fuente de la salud divina.



Así sucedió, de forma real, después de la acción del soldado romano al lancear el costado de Jesús, que llegó a traspasar su corazón; dentro del Señor, existía esa agua viva de la que Él había hablado de forma alegórica en la fiesta de los Tabernáculos. Esta fuente de agua viva, es el Espíritu Santo, que todos recibimos del corazón de Cristo ya glorificado, por primera vez, al ser bautizados.

La plena comunicación concedida a los hombres con el Espíritu Santo tendría lugar después de la Resurrección de Cristo, durante la fiesta de Pentecostés, cuando se encontraban reunidos sus discípulos con la Madre de Jesús, la Virgen María, en espera del suceso que tuvo lugar.


Por otra parte, como nos recordaba del Papa San Juan Pablo II (Audiencia General del miércoles 14 de diciembre de 1988):
“Algunos han interpretado la sangre (derramada por el Señor) como símbolo de la remisión de los pecados por el Sacrificio  expiatorio y el agua como símbolo de purificación.
Otros han puesto en relación el agua y la sangre con los Sacramentos del Bautismo y la Eucaristía…

De cualquier forma, el testimonio del discípulo predilecto, asume todo su sentido si pensamos que este discípulo había reclinado su cabeza sobre el pecho de Jesús (junto a su corazón) durante la <Última cena>"


San Juan tiene ante sus ojos, constantemente, el pecho desgarrado del Señor, por eso siente la necesidad de proclamar  la caridad infinita que ha descubierto en su corazón e invita a través de su Evangelio, a todos los hombres, a  contempla ese corazón desgarrado por el amor a ellos:


  
 <¡Tanto había amado a los hombres!... que se entregó en sacrificio por ellos>