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viernes, 11 de mayo de 2012

JESÚS NOS MOSTRÓ QUE EL DON DE LA FE ES UNIVERSAL (I)


 
 



Jesús nos mostró que el don de la fe es universal, es decir, para todos los hombres, pues no vino al mundo para salvar solamente al pueblo judío, al pueblo elegido por Dios del Antiguo Testamento, sino también a los gentiles, esto es, al resto de la humanidad, tal como atestiguó con sus palabras y con sus obras.

Dos condiciones son imprescindibles para conseguir el don inestimable de la fe, por una parte, la <constancia> en pedirlo, y por otra, la <confianza> en recibirlo por la misericordia de nuestro Señor Jesucristo. Dos virtudes que indudablemente Jesús encontró presentes en forma notoria, en aquel centurión del ejército romano, el cual le suplicó que curara a un siervo por el que sentía gran estima. El hecho ocurrió a la entrada de Cafarnaúm, durante el ministerio del Señor en Galilea, tal como nos narran los evangelistas San Mateo y San Lucas.

Así por ejemplo, en el evangelio de San Mateo leemos como sigue (Mt 8, 5-13):

"Y habiendo entrado en Cafarnaúm, se llegó a él un centurión, rogándole y diciendo: Señor, mi muchacho yace en cama paralitico, presa de atroces torturas / Y le dice Jesús: Allá voy, y lo curaré / Y respondiendo el centurión, dijo, Señor no soy digno de que entres debajo de mi techo, más ordénalo con una sola palabra, y quedará sano mi muchacho / Que también yo soy un simple subordinado, que tengo soldados a mi mando, y digo a éste: <Ve>, y va, y a otro: <Ven>, y viene; y a mi esclavo: <Haz esto>, y lo hace / Al oír esto Jesús se maravilló, y dijo a los que le seguían: En verdad digo que en nadie hallé tan grande fe en Israel / Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente y se recostarán en la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos / en cambio, los hijos del reino serán echados a las tinieblas de allá fuera: allí será el llanto y el rechinar de los dientes / Y dijo Jesús al centurión: Anda; como creíste, hágase contigo. Y sanó al muchacho en aquella hora"



La fe del centurión que tanta admiración causó en Jesús es aquella de la que nos habló el doctor de la Iglesia que en el siglo IV lucho incansablemente contra el arrianismo, esto es, San Cirilo de Jerusalén el cual en su catequesis sobre la fe se expresaba en los siguientes términos (Catequesis V. La fe <objetiva> junto con la fe como actitud):

-Por su nombre la fe es única, pero es en realidad de dos clases. Hay una clase de fe que se refiere a los dogmas, que incluye la elevación y la aprobación del alma con respecto a algún asunto. Ello reporta utilidad para el alma, como dice el Señor: <El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio (Jn 5, 24) y, además: <El  que cree en él (en el Hijo), no es juzgado> (Jn 3, 18), <sino que ha pasado de la muerte a la vida> (Jn 5,24). ¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los justos agradarán a Dios con el trabajo de muchos años. Pero lo que ellos consiguieron  esforzándose en su servicio a Dios durante largo tiempo, esto lo concede a ti Jesús en el estrecho margen de una sola hora. Si crees que Jesucristo es Señor (Rm 10,9; Fip 2,11) y que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo (Rm 10, 9; Rm 1,4; I Co 12, 3) y serás llevado al paraíso por quién en él introdujo al buen ladrón (Lc 23, 43). Y no desconfíes de que esto puede hacerse, pues él que salvó en este santo Gólgota al ladrón tras una fe de una sola hora, ese mismo te salvará a ti también con tal de que creas.

Pero hay otra clase de fe, que es dada por Cristo al conceder ciertos dones. <Porque a uno se le da por el Espíritu Santo palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro fe, en el mismo Espíritu…> (I Cor 12, 8, 9). Esta fe dada como una gracia por el Espíritu, no es sólo dogmática, sino que crea posibilidades que exceden las fuerzas humanas”.


Observamos como San Cirilo evoca constantemente a San Pablo cuando enseña a sus catecúmenos sobre el don inestimable de fe, ya, que este Apóstol de los gentiles, como él mismo se calificaba, podría considerarse el <mensajero de la fe en Cristo como bien universal>  para la salvación de todos los hombres, tal como nos muestran las cartas que escribió a los distintos pueblos que había evangelizado. Así, por ejemplo, en la <Epístola a los romanos>  (hacia el año 57 d.C.), cuando se encontraba él probablemente en Corinto, se presenta a ellos utilizando estas palabras (Rm 1, 14-17):



-Tanto a griegos como a bárbaros, tanto a sabios como simples, soy deudor;

-así, cuanto de mi depende, hay ánimo pronto para anunciar el Evangelio también a vosotros los que habitáis en Roma.

-Porque no me avergüenzo del Evangelio. Pues es una fuerza de Dios, ordenada a la salud, para todo el que cree, así para el judío, primeramente, como para el gentil.

-Porque la justicia de Dios en Él se revela de fe en fe; según está escrito: “Más el justo vivirá por la fe” (Hab. 2, 4).

San Pablo cita al profeta Habacuc (608 o 609 antes de Cristo) en tres ocasiones, en la <Epístola a los romanos> que acabamos de recordar, en la <Epístola a los hebreos> y en la <Epístola a los gálatas>, para confirmar su tesis fundamental de la justificación por la fe en Cristo Jesús. Concretamente en el caso de la carta dirigida a los habitantes de Roma recuerda el siguiente pasaje  del libro del profeta Habacuc (Hab. 2, 1-4):

"Sobre mi puesto de guardia me colocaré, y estaré en pie sobre la fortaleza, y me mantendré alerta para ver qué me dice Él y qué responderá a mi querella / Y contestó Yahveh, el dijo: <Escribe la visión y grábala sobre tablas, para que pueda leerse de corrido / pues es todavía visión a largo plazo, más corre al cumplimiento y no fallará; si tarda, espérala, porque ciertamente ha de acontecer, no faltará> / He aquí que el insolente no tiene el alma rectamente dispuesta, más el justo en su fidelidad vivirá"



Como muy bien interpretó San Pablo, estas palabras de Yahveh al profeta, vienen a significar que, el insolente, el injurioso, en definitiva el descreído, no se encontrará dispuesto para recibir el don de la fe, más el justo se salvará por la fe en Cristo Jesús. Por eso, en esta misma carta a los romanos, en la sección propiamente dogmática sigue expresándose el Apóstol en los términos siguientes (Rm 3, 21-26):

"Ahora, empero, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, abonada por el testimonio de la ley y de los profetas / pero una justicia de Dios mediante la fe de Jesucristo, para todos y sobre todos los que creen; pues no hay distinción / Porque todos pecadores, se hallan privados de la gloria de Dios / justificados como son gratuitamente por su gracia, mediante la redención que se da en Cristo Jesús / el cual exhibió Dios como monumento expiatorio, mediante la fe, en su sangre, para demostración de su justicia, a causa de la tolerancia con los pecados precedentes / en el tiempo de la paciencia de Dios; para la demostración de su justicia en el tiempo presente, con el fin de mostrar ser Él justo y quién justifica al que radica en la fe en Jesús"

El laicismo,  la corriente de pensamiento, que se produjo en Francia a finales del siglo XIX, y que luego se ha propagado a otros países y lugares del mundo, ha sido probablemente el responsable, en gran medida, del alejamiento de muchos creyentes del don de la fe. San Pablo en su tiempo, tuvo que luchar contra algo similar cuando después de haber evangelizado a las gentes de Corinto, estas se dejaron embaucar por las ideas de aquellos que denostaban el Evangelio que habían recibido. Por eso, San Pablo en su primera Epístola a los corintios les recuerda el poder de Cristo, Muerto y Resucitado.



Este misterio es <el fundamento de nuestra vida, es el Centro de la fe cristiana>, en palabras del Papa Benedicto XVI y  la Cruz es fuerza de Dios y sabiduría de Dios, tal como  nos advierte el Apóstol San Pablo en su carta (I Co 1, 18-25):

"Porque el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden, pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios / Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé la prudencia de los prudentes / ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el investigador de este mundo? / Porque, como en la sabiduría de Dios el mundo no conoce a Dios por medio de la sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes, por medio de la necedad de la predicación / Porque los judíos piden signos, los griegos buscan sabiduría / nosotros en cambio predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles pero para los llamados, judíos y griegos, predicamos a Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios / Porque lo necio de Dios es mas sabio que los hombres, y lo débil de Dios más fuerte que los hombres" 

Con razón el beato Tomas de Kempis en su libro “Imitación de Cristo”, nos habla de cómo el hombre debe sentirse humilde al sopesar sus capacidades:
“Todo hombre, naturalmente, desea saber. Mas ¿ qué aprovecha la ciencia sin temor de Dios? Por cierto, mejor es el rústico humilde que sirve a Dios que el soberbio filósofo que dejando de conocerse, considera el curso del cielo. El que bien se conoce, se tiene por vil y no se deleita en loores humanos. Si supiese cuanto hay en el mundo, y no estuviese en caridad, ¿ qué me aprovecharía ante Dios, que me juzgará según mis obras?"


Sí, porque la fe sin obras, es una fe muerta y las obras sin fe, no salvan, ya que Cristo nos dio un mandamiento nuevo, que <nos amaramos los unos a los otros, como Él nos había amado> , y en eso conocerán las gentes que somos cristianos y hemos sido llevados hacia Cristo por la fe.

Por tanto, está claro que San Pablo se refiere en sus enseñanzas a  los corintios, a esa fe salvadora por Cristo y en Cristo, no existiendo contradicción alguna en las mismas con respecto a lo predicado por los otros Apóstoles, en referencia a Santiago (El Menor), como algunos han querido ver, ya que la fe de la que nos habla el Apóstol nos lleva hacia Cristo y eso implica la caridad, el amor a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos, demostrado mediante las buenas obras.

En efecto, San Pablo escribió su primera carta a los corintios, en torno al año 57 después de Cristo, encontrándose probablemente en Éfeso, y habiendo sido informado de que la primera comunidad cristianizada por él, había recaído  en  malas costumbres, en la misma les asegura también que la caridad es la mayor de las virtudes, siendo las otras, la fe y la esperanza (I Co 13, 1-13):

"Si hablare las lenguas de los hombres y de los ángeles, más no tuviera caridad, no soy sino un bronce resonante, o un címbalo estruendoso / Y si poseyere la profecía y conociere todos los misterios y toda la ciencia, y si tuviere toda la fe hasta trasladar montañas, más no tuviere caridad, nada soy / Y si repartiere todos mis haberes, y si entregare mi cuerpo para ser abrasado, más no tuviere caridad, ningún provecho saco / La caridad es sufrida, es benigna; la caridad no tiene celos, no se pavonea, no se infla / no traspasa el decoro, no busca lo suyo, no se exaspera, no toma a cuenta el mal / No se goza de la injusticia, antes se goza con la verdad / Todo lo disimula, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera / La caridad jamás decae. Que si profecías, se desvanecerán; que si lenguas, cesarán; que si ciencia, se desvanecerá / Porque parcialmente conocemos y parcialmente profetizamos / mas cuando viniere lo integral, lo parcial se desvanecerá / Cuando era yo niño, hablaba como niño, sentía como niño, razonaba como niño; cuando me he hecho hombre, me he despojado de las niñerías / Porque ahora vemos por medio de espejo en enigma; más entonces, cara a cara. Ahora conozco parcialmente, entonces conoceré plenamente, al modo que yo mismo fui conocido / Ahora subsisten fe, esperanza y caridad, esas tres; más la mayor de ellas es la caridad"


Maravillosa disertación de San Pablo sobre el don de la caridad el cual según el Apóstol está por encima del  carisma, y en la que nos destaca una serie de propiedades que posee este don  que lo hacen eternamente necesario por su eficacia universal. Por otra parte, también nos habla en ella, del conocimiento que tenemos de Dios en esta vida, parcial e imperfecto y lo compara con el que tendremos en la vida futura, total y perfecto, de tal forma que podremos conocer a Dios, aunque no seamos  capaces de comprender el misterio, a la manera que nosotros somos conocidos por Él.

Pero  como  dijo el Papa Beato Juan Pablo II en su Homilía del 30 de enero de 1983, al visitar la Parroquia romana de San Bernabé, respecto de esta carta del Apóstol:
“San Pablo, ante todo, desea resaltar no tanto qué es y qué no es la verdadera caridad, como qué es lo que podemos realizar en la vida si carecemos del verdadero amor. Las expresiones son muy elocuentes.

Tomemos en consideración sólo el versículo <Y si repartiere todos mis haberes, y si entregare mi cuerpo para ser abrasado, más no tuviere caridad, ningún provecho saco>.

Así pues, no debemos juzgar la caridad por las obras externas, sino juzgar con la medida de la caridad todas nuestras obras. Sólo por la virtud de la caridad éstas tienen un valor sobrenatural. Sin la caridad, nuestros actos pueden ser incluso causa de asombro y admiración, pero no tienen valor sobrenatural”

Después de su primera carta a los corintios, San Pablo se vio instado a escribirles una nueva epístola, esta vez, desde Macedonia (hacia el año 57 d. C), la cual les hizo llegar mediante su discípulo Tito. Su objetivo era  poner orden, una vez más, entre los fieles de esta iglesia, ya que se habían infiltrado en la comunidad, enemigos del Apóstol, los cuales pusieron en tela de juicio su poder evangelizador y habían ofendido gravemente su persona.

San Pablo en esta epístola se defiende de las acusaciones vertidas contra él, poniendo al descubierto su noble corazón y el dolor que semejantes acusaciones le habían producido. El proceder del Apóstol, sus fines y sus móviles se expresan en ella mediante la alusión al <tesoro divino en vasos de barro> (II Co 4, 7-15). 
 
 
Como diría el Papa Juan Pablo II en la VIII Jornada mundial de la juventud (14 de agosto de 1993) en la homilía de la misa celebrada en la catedral de la Inmaculada Concepción de Denver, refiriéndose a esta carta del Apóstol San Pablo:

“Sabemos que Cristo no abandona nunca a su Iglesia. En una época como esta, en que muchos están confundidos acerca de las verdades y los valores fundamentales sobre los que deben construir su vida y buscar la salvación eterna; en que muchos católicos corren peligro de perder la fe, la perla de gran valor, en que no hay bastantes sacerdotes, religiosas y religiosos para apoyar y guiar, y tampoco bastantes religiosos de vida contemplativa para presentar a la gente el sentido de la supremacía absoluta de Dios, debemos estar convencidos de que Cristo llama a la puerta de muchos corazones y busca jóvenes como vosotros para enviarlos a la viña, donde les espera una mies abundante.
<Pero-nosotros los seres humanos- llevamos este tesoro en recipientes de barro>. Por eso, a menudo tenemos miedo de las exigencias del amor del Redentor. Podemos tranquilizar nuestras conciencias dándonos a nosotros mismos, pero de modo parcial y limitado, o de algún modo que nos agrade a nosotros, no siempre como el Señor nos sugiere.

Con todo, el hecho de que llevemos ese tesoro en recipientes de barro sirve para hacer patente que <una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros>.

Dondequiera que los jóvenes permiten que la gracia de Dios actúe en ellos y produzca una vida nueva, la fuerza extraordinaria del amor divino se libera dentro de su vida y dentro de la vida de la comunidad. Esa fuerza transforma su actitud y su comportamiento, e impulsa inevitablemente a los demás a seguir el mismo camino aventurado. Esa fuerza viene de Dios y no de nosotros”



Sí, San Pablo siempre puso de manifiesto que la labor evangelizadora de su ministerio apostólico estaba íntimamente relacionada con la muerte de Cristo, porque esta muerte es el principio de nuestra vida divina, y por ello <los ministros del Evangelio deben reproducir en sí mismos la muerte de Cristo para reproducir en los hombres la vida de Cristo> (en palabras del Papa Benedicto XVI).

Sin embargo aunque Dios en su amor infinito hacia los seres inteligentes creados por Él,  haya enviado pruebas tan contundentes y luminosas como la Muerte y Resurrección de su Hijo unigénito, con el fin de hacerlos creyentes, han existido y siempre existirán hombres empeñados en negar la Verdad de Cristo.

Tal como denunció el Papa Pio XII en su carta Encíclica “Humani Generis” (Dado en Roma el 12 de agosto de 1950):


“A  veces la mente humana puede encontrar dificultades hasta para formarse un juicio cierto sobre la credibilidad de la fe católica, no obstante que Dios haya ordenado muchas y admirables señales exteriores, por medio de las cuales, aun con la sola luz de la razón se puede probar con certeza el origen divino de la religión cristiana.

De hecho, el hombre, o guiado por prejuicios o movido por pasiones y la mala voluntad, puede no sólo negar la clara evidencia de esos indicios externos, sino también resistir a las inspiraciones que Dios infunde en nuestras almas”


En efecto, ya en el siglo pasado el Papa Pio XII, en esta carta Encíclica  dándose cuenta de los riesgos que corrían los creyentes frente a la expansión de ciertas teorías engañosas, ponía de manifiesto las doctrinas erróneas que se estaban tratando de imponer por parte de algunos que se consideraban eruditos en materia religiosa, y lo hacía con palabras elocuentes (Carta Encíclica <Humani generis>):

“En las materias de la teología algunos pretenden disminuir lo más posible el significado de los dogmas y librar el dogma mismo de la manera de hablar tradicional ya en la Iglesia y de los conceptos filosóficos usados por los doctores católicos, a fin de volver en la exposición de la doctrina católica, a las expresiones empleadas por las Sagradas Escrituras y por los Santos Padres.

Así esperan que el dogma, despojado de los elementos que llaman extrínsecos a la revelación divina se pueda coordinar fructuosamente con las opiniones dogmáticas de los que se hallan separados de la Iglesia, para que así se llegue poco a poco a la mutua asimilación entre el dogma católico y las opiniones disidentes…

Algunos más audaces afirman que esto se puede hacer, y aún debe hacerse, porque los misterios de la fe -según ellos- nunca se pueden significar con conceptos completamente verdaderos, mas solo con conceptos aproximativos –así los llaman ellos- y siempre mutables, por medio de los cuales de algún modo se manifiesta la verdad, sí, pero necesariamente también se desfigurara…

Estas tendencias no sólo conducen al llamado relativismo dogmático, sino que ya de hecho lo contienen, pues el desprecio de la doctrina tradicional y de su terminología, favorecen demasiado a ese relativismo y lo fomentan…

Por todas estas razones, es de suma imprudencia el abandonar o rechazar o privar de su valor tantas y tan importantes nociones y expresiones que hombres de ingenio y santidad no comunes, bajo la vigilancia del sagrado Magisterio y con la luz y guía del Espíritu Santo, han concebido, expresado y perfeccionado –con un trabajo de siglos- para expresar las verdades de la fe, cada vez con mayor exactitud, y (suma imprudencia es) sustituirlas con nociones hipotéticas o expresiones fluctuantes y vagas de la nueva filosofía, que como las hierbas del campo, hoy existen, y mañana caerían secas, aún más: ello convertiría el mismo dogma en una caña agitada en el viento”

 


Por eso, en total concordancia con su santidad Pio XII, y con los Pontífices de todos los tiempos, en el Catecismo de la Iglesia Católica leemos como sigue (Cat. Iglesia Católica 88, 89 y 90):

-El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irreversible de la fe, verdades contenidas en la Revelación divina, o verdades que tienen con ella un vínculo necesario.

-Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta,  nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe (Jn 8, 31-32).

-Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del Magisterio de Cristo (Cc. Vaticano I : Ds 3016: “nexus mysteriorum”; LG 25)…

Por otra parte, el Mensaje que Cristo confió a sus Apóstoles para que lo dieran a conocer a todos los hombres, judíos o gentiles, fue transmitido mediante la evangelización oral de todos ellos, pero  también en forma escrita en el caso de los cuatro evangelistas y en particular en el caso de Pablo, Pedro, Santiago (el Menor), Juan y Judas Tadeo, mediante las cartas que dirigieron a las comunidades donde habían ejercido su labor apostólica y por extensión a los creyentes de todos los tiempos.



Más concretamente al Apóstol San Pablo, del que se han conservado más cartas, además de una información extra sobre su labor evangelizadora gracias al libro de San Lucas de los Hechos de los Apóstoles, los pueblos gentiles le deben  una gran parte de su cristianización, muchas veces reflejada en sus epístolas, como sucede en el caso de la que dirigió a los gálatas, pueblo oriundo de la Galia que habiendo conquistado una región del Asia Menor se estableció en ella, recibiendo la misma el nombre de Galacia.

A este pueblo llegó San Pablo en su primera misión apostólica, siendo bien recibido por una gran parte de sus habitantes que acogiendo con alegría el mensaje de Cristo, más por desgracia pasado un corto periodo de tiempo recayó de nuevo en sus errores anteriores, debido en gran medida a la infiltración de judíos cristianizados, partidarios sin embargo del rito de la circuncisión como requisito indispensable de salvación.
Estos judíos cristianos al ver que el Apóstol admitía a gentiles en la Iglesia sin someterles a dicho rito, y dándoles todas las prerrogativas que ellos mismos poseían, debieron pensar que la conducta de San Pablo iba en contra de sus propias ideas (Gal 2, 6-10 <Exordio>):
"Me maravillo de que tan de repente os paséis del que os llamó por la gracia de Cristo a un Evangelio diferente / que no es otro Evangelio, sino que hay algunos que os alborotan y pretenden desquiciar el Evangelio de Cristo / Pero, aun cuando nosotros o un ángel bajado del cielo os anuncie un Evangelio fuera del que os hemos anunciado, sea anatema / Como antes lo hemos dicho, ahora también lo digo de nuevo: si alguno os anuncia un Evangelio diferente del que recibisteis, sea anatema / Pues ahora, ¿trato de conciliarme el favor de los hombres? ¿O más bien de Dios? ¿O busco complacer a hombres? Si todavía tratare de complacer a hombres, no sería siervo de Dios"


Y más adelante, en esta misma carta, les asegura que el Evangelio por él transmitido da cumplimiento de la promesa hecha a Abrahán (Gal 3, 1-6):
"¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, ante cuyos ojos fue presentada la figura de Jesucristo clavado en la Cruz? / Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿recibisteis el Espíritu en virtud de las obras de la ley o bien por la fe que habéis oído? / ¿Hasta tal extremo llega vuestra insensatez? Tras la iniciación por el Espíritu, ¿buscáis ahora la  conservación por la carne? / ¿Habréis perdido en vano tantas cosas? Si es que se puede decir en vano / El que os suministró, pues el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿hace eso en virtud de las practicas de la ley o bien por la fe que habéis oído? / Así fue como <Abrahán creyó a Dios y le fue tomado en cuenta de justicia>"



Los reproches que San Pablo hace a los gálatas son semejantes a los que otros muchos enviados de Cristo han lanzado contra generaciones humanas posteriores.

Así, vemos una vez más, el ejemplo dado por el Papa Pio XII, cabeza de la Iglesia de Cristo durante un largo periodo de tiempo en el siglo pasado, el cual advirtiendo el peligro que corría la Iglesia como consecuencia de las nuevas filosofías surgidas al amparo de teorías relativistas, que empujaban a las gentes de buena voluntad, pero manipulables, a comportamientos muy alejados del Evangelio, en su carta Encíclica <Humani Generi> (dada en Roma en el año duodécimo de su mandato, 1950) hablaba sobre las dimensiones y errores del género humano en cuestiones religiosas y morales:
“Ni es de admirar que siempre haya habido disensiones y errores fuera del redil de Cristo. Porque aún aunque la razón humana, hablando absolutamente, procede con sus fuerzas y su luz natural al conocimiento verdadero y cierto de un Dios único y personal, que con su providencia sostiene y gobierna el mundo y, asimismo, al conocimiento de la ley natural, impresa por el Creador en nuestras almas sin embargo, no son pocos los obstáculos que impiden a nuestra razón cumplir eficaz y fructuosamente este su poder natural.


Porque las verdades tocantes a Dios y a las relaciones entre los hombres y Dios se hallan por completo fuera del orden de los seres sensibles; y, cuando se introducen en la práctica de la vida y la determinan, exigen sacrificio y abnegación propia”


Y más adelante, al hablar de las doctrinas erróneas que invadían las mentes de la época y que en la actualidad en lugar de desaparecer, muchas veces, se han acrecentado hasta límites insospechados, acosando a la Iglesia de Cristo, asegura entre otras cosas:

“Los teólogos deben siempre volver a las Revelaciones divinas, pues a ellas toca indicar de qué manera se encuentra explícita o implícitamente en la Sagrada Escritura y en la divina Tradición lo que enseña el Magisterio vivo. Además, las dos fuentes de la doctrina revelada contienen tantos y tan sublimes tesoros de verdad, que nunca realmente se agotan. Por eso, con el estudio de las fuentes sagradas se rejuvenecen continuamente los sagrados cimientos, mientras que por el contrario, una especulación que deja ya de investigar el <depósito de la fe> se hace estéril, como vemos por experiencia…


Pero esto no autoriza a hacer a la teología, aún de la positiva, una ciencia meramente histórica. Porque junto con esas sagradas fuentes, Dios ha dado a la Iglesia el Magisterio vivo, para ilustrar también y declarar lo que en el <depósito de la fe> no se contiene sino oscura y como implícitamente.
Y el divino Redentor no ha confiado la interpretación auténtica de este <depósito> a cada uno de los fieles, ni aún a los teólogos, sino sólo al Magisterio de la Iglesia...  
Nuestro predecesor, de inmortal memoria, Pio IX, al enseñar que es deber nobilísimo de la teología mostrar como una doctrina definida por la Iglesia se contiene en las fuentes, no sin grave motivo añadió aquellas palabras: <con el mismo sentido, con que ha sido definida por la Iglesia>”



El Beato Papa Pio IX (1846-1878) vivió tiempos difíciles en los que la Iglesia de Cristo se vio amenazada en sus propias bases y en el que los errores sobre el Mensaje trasmitido por Cristo a sus discípulos, fueron enormes. Sin embargo este Papa de inmortal memoria, como lo define  Pio XII, convocó el Concilio Vaticano I (1869-70) y en él se condenó muchos de los errores del momento sobre la fe de Cristo, como el panteísmo, el naturalismo, el racionalismo, entre otros muchos.

En particular es de admirar la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción (1854) y el de la infalibilidad de los Papas (Concilio Vaticano I), en materia de fe.

Por otra parte, tuvo muy en cuenta la espiritualidad popular de su tiempo, en especial con respecto a la devoción del pueblo, a ciertos santos de la Iglesia, y sobre todo a la Virgen María y a sus apariciones en Lourdes y La Salette, dando permiso para que se hicieran procesiones y peregrinaciones a los lugares donde la Virgen se había mostrado para rogar a la humanidad que fuera fiel al Mensaje de su Hijo Jesucristo.
 
 


Porque ya los primeros cristianos captaron la idea de que la Virgen, la Madre de Jesús, tenía una importancia capital en la labor salvadora de su Hijo, ella es considerada por la Iglesia verdadera Madre de los hombres, que intercede por ellos, como lo hizo el día en que Jesús realizó el primer milagro durante su vida pública, esto es en las bodas de Cana.
Por eso, los hombres debemos sentirnos agradecidos a su intercesión y cantar sus virtudes como lo hicieron todos los santos, que en el mundo han sido a lo largo de los siglos.
A este respecto recordaremos ahora que el Apóstol San Pablo, el gran defensor de la fe como bien universal, el Apóstol de los gentiles, como él se llamaba, en su primera misión apostólica, navegó desde Seleucia hasta Salamina en la isla de Chipre, y allí anunció el Evangelio de Cristo en las sinagogas de los judíos, tal como nos relató el evangelista San Lucas en su libro de los Hechos de los Apóstoles (Hechos Apóstoles 13,1-5):



-Había en Antioquía, en la Iglesia allí establecida, profetas y doctores: Bernabé, Simeón llamado Negro y Lucio el cirenense, Manahén, colactáneo de Herodes el tetrarca, y Saulo.

-Y estando ellos celebrando el oficio en honor del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: <Separadme a Bernabé y Saulo para la obra para la cual los he llamado>.
-Entonces, después de haber ayunado y orado y habiéndoles impuesto las manos, los despidieron.

-Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia, y desde allí se hicieron a la vela hacia Chipre;
-y llegados a Salamina, anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Y tenían a Juan como auxiliar.

Así pues, San Pablo realizó su primera misión apostólica en la isla de Chipre, entre el pueblo judío, pero seguramente también entre los gentiles allí residentes, ya que la isla en ese momento era una provincia del imperio romano regida por un procónsul. Precisamente este procónsul viendo las señales realizadas por Saulo y escuchando sus palabras acabó por convertirse al cristianismo, tal como relató San Lucas en su libro.

Algunos siglos después, en esta misma isla de Chipre, otro enviado del Espíritu Santo, defendió con ahínco, la fe proclamada por Cristo, nos referimos al que fuera Obispo de Salamina (también llamada Constacia en honor del emperador Constantino II), en el siglo IV.

San Epifanio (315-403 d. C) era judío, y se había educado con el Padre de los monjes de Palestina, San Hilarión. Pronto demostró su enorme capacidad para el estudio de las lenguas y de las ciencias sagradas, además de dar ejemplo por su vida ascética y verdaderamente santa. Fue nombrado Obispo de Salamina hacia el año 367 d. C, cargo que ocupó durante un largo periodo de tiempo y que suponía además el Obispado de toda la isla (metropolitano).

San Epifanio fue, como San Pablo, un gran viajero, motivado por el deseo de combatir las numerosas herejías que ya habían surgido en el seno de la propia Iglesia, y que seguían surgiendo en la misma, en aquella época, tan cercana aún al paso del Señor entre los hombres. Escribió mucho para rebatir las herejías, aunque solo algunos de sus libros han llegado hasta nosotros, como el Haereses (también llamado Panarion) en el que cita 80 herejías y el remedio para las mismas. Fue, por tanto, un gran defensor de los dogmas de la fe cristiana, como el de la Santísima Trinidad y el de la Virginidad de la Virgen María. Para este santo varón,  solo la Iglesia de Cristo era verdaderamente depositaria de las verdades de la fe y por eso amaba entrañablemente a la Virgen, de la que incluso realizó un retrato escrito. A este santo se le atribuye también la hermosa oración con la que queremos acabar esta primera reflexión sobre la fe como bien universal:

“¡Oh puerta del cielo, Virgen santísima, que dejas asombrados a los coros de los Ángeles! porque es un milagro nunca visto en los cielos una mujer que lleva en los brazos la luz…

¡Oh baluarte firmísimo de los cristianos, libro misterioso en el que el mundo entero ha podido leer cómodamente todos los misterios del Verbo Dios humano!... ¿Con que palabras podré yo alabarte?

Por ti fue dado al mundo la paz celestial: por ti la luz del Evangelio se ha extendido hasta los últimos confines de la tierra; por ti los hombres se cambian en ángeles; por ti se elevan de la tierra al cielo purísimas aspiraciones…y todo el mundo ¡Oh Virgen santísima! adora al Unigénito de Dios, que también es Hijo tuyo”.