El reto de la evangelización
siempre ha estado ahí, siempre ha estado presente a lo largo de la historia del
hombre. La lucha de la humanidad por salir del imperio del mal, por vencer al
maligno, ha sido constante, sin embargo ha habido momentos en los que parecía
que realmente esta lucha estaba encaminada a la derrota; es lo que sin duda
ocurrió en el siglo XVIII, aquel que fuera extrañamente llamado por los
eruditos el <siglo de la luz>…
Ocurrió que durante este siglo, más
concretamente hacia el final del mismo (1789), estalló la tristemente célebre
<Revolución francesa>, como consecuencia en gran medida, de la corrupción
que invadió la política y las costumbres francesas de la clase alta durante el
reinado de Luis XVI, mientras que la clase humilde se sentía totalmente
defraudada por sus políticos, lo que llevó a un descontento general y al deseo desenfrenado de justicia.
Para tratar de enmendar la
situación que en el campo ideológico habían introducido los errores cometidos
en siglos anteriores y el avance del filosofismo, que condujeron a los hombres
al desbordamiento y la corrupción de las costumbres, privados como estaban en
una gran mayoría del freno religioso, y del amor a Dios, Luis XVI convocó los
<Estados Generales> (1788), integrados por representantes de las tres
clases sociales del momento, esto es, el clero, la nobleza y el pueblo. Hay que
tener en cuenta que estos <Estados Generales> no se habían reunido desde
principios del siglo XVII y que el pueblo era mayoritario en cuanto a escaños
en la cámara de los diputados, frente al clero y la nobleza.
El pueblo harto de ser mancillado
por las clases altas y soliviantado por los defensores del filosofismo y otros
<ismos>, como Mirabeau y el Abate
Sieyes, se hizo dueño de la situación declarando la <Asamblea
Nacional>, comenzado así probablemente un avance de la terrible
<Revolución francesa>. Esta Asamblea tras renegar de la obediencia al
rey, que fue recluido en Versalles, se transformó en <Asamblea constituyente>, publicando
la <Declaración de los derechos del
hombre>, esto es: la libertad de pensamiento, la libertad de prensa…etc.
Así mismo, se publicó la
<Constitución civil del clero> con la que se subordinaba éste al poder civil y se exigía su
juramento de fidelidad al Estado.
El triunfo de la revolución se produjo sin embargo, entre los años 1790 y
1792, a raíz de la desaparición de los
escasos partidarios de la monarquía, quedando solo los republicanos, divididos
en moderados o girondinos y radicales o la Montaña (ocupaban los escaños
altos). El rey intentó la huida, pero quedó preso de la Asamblea hasta el 10 de
agosto de 1792, momento en que los <sanscuculottes> invadieron las
Tullerias (cárcel del Estado) encerrando al monarca y su familia en el Templo (Notre
Dame).
De esta manera, se produjo de
inmediato el encarcelamiento de todo
aquel que se suponía <sospechoso>, pero ¿sospechoso de qué?; esto
realmente daba igual, las fuerzas del mal se habían apoderado definitivamente
del alma de muchos hombres; se contaron por miles las personas denunciadas que
eran totalmente inocentes de lo que estaba ocurriendo; estas eran las mejores
personas, entre las que se encontraban, por supuesto, aquellos sacerdotes y obispos
que no quisieron firmar la
Constitución civil del clero.
Un paso más de la <Asamblea
Legislativa> se produjo en la
<Convención Nacional> (1792-1794), la cual como primer acto de poder,
declaró la Republica y condenó a muerte al rey. La Montaña, dirigida por Robespirre,
Marat y Dantón, se hizo cargo de la situación comenzando un periodo
verdaderamente terrible para todo ciudadano francés, independientemente de su
categoría social, por el simple hecho de ser denunciado <sospechoso> de
ir en contra de la revolución; el pueblo entero vivió unos momentos angustiosos
<a la sombra de las guillotinas>.
El rey, la reina María Antonieta,
la hermana del rey, Isabel, y muchos monárquicos, religiosos y religiosas,
junto con muchos miembros de la aristocracia fueron guillotinados en Paris y en
otras ciudades francesas.
Fue por entonces implacablemente
perseguida la Iglesia católica,
destruyéndose los templos y saqueándolos, junto con conventos y lugares de
culto; se suprimió las fiestas religiosas, se proscribió el culto público o
privado, y como simbólica profanación, después de derribar la imagen de la
Virgen del altar mayor de Notre Dame, se
entronizó a una mujer desnuda, simbolizando a la diosa Razón.
Finalmente, tras la pavorosa
persecución y matanza, el cruel Robespierre fue también ejecutado por sus
enemigos políticos, en la guillotina, así como poco después los fueron, Dantón
y Saint Just; esto dio paso a la formación de un <Directorio>
(1795-1799), el cual aunque al principio pareció dar muestras de cierta
benignidad y comprensión hacia la Iglesia católica, posteriormente continuó con
saña la persecución religiosa, hasta el
encarcelamiento del Papa Pio VI, proclamándose entonces en Italia la Republica
romana, según el modelo francés.
Guiovanni Angelico Braschi nació
el 27 de diciembre de 1717 en Cesena (Italia) en el seno de una familia noble
pero arruinada que sin embargo le proporcionó una buena educación en el colegio
de los jesuitas de su ciudad, pasando posteriormente a Ferrara (Italia), donde
estudio Leyes. El Papa Clemente XIII, en 1766, lo nombró tesorero de la Iglesia
Romana y más tarde, Clemente XIV lo hizo cardenal en 1775. Hombre humilde e irreprochable en su
conducta moral decidió retirarse a la
Abadía de Subisco, donde llegó a ser Abad
comendador hasta que fue elegido Papa, tomando entonces, el nombre de
Pio VI (en este mismo año).
Una de las primeras cosas que
hizo, fue ayudar a la orden de los jesuitas, cuyos miembros habían sido expulsados
y mancillados durante el Pontificado de su antecesor, que nada pudo hacer al
respecto, pero solo logró la liberación del general Ricci aunque demasiado
tarde porque encontrándose muy enfermo en prisión, murió antes de que pudiera
disfrutar de su libertad.
Este Papa rechazó la
<constitución civil del clero> el 13 de marzo de 1791, suspendiendo a los
sacerdotes y obispos que la habían aceptado, quizás muchos de ellos por temor
al nuevo orden de terror impuesto por los revolucionarios. Pero ayudó a los
miembros de la Iglesia todo lo que le fue posible, dado las circunstancias, como
por ejemplo, al clero que fue confinado en Francia, y así mismo, protestó
contra la ejecución mediante la guillotina, de tantas criaturas inocentes…
El pueblo francés que estaba ya
cansado de las luchas y de la ejecuciones arbitrarias, de los revolucionarios, provocó
finalmente la disolución del
<tribunal de la muerte> en 1795, con la entrada al poder de cinco
hombres encargados del gobierno de la
nación; un Directorio, cuya misión era la administración del país según los
nuevos principios. Lo hicieron durante unos pocos años en un ambiente de gran
inestabilidad, inestabilidad que se rompió cuando tomó las riendas del poder un
joven general llamado Napoleón Bonaparte.
Pero las ideas de la Revolución
francesa se habían difundido más allá de
Francia, despertando el entusiasmo en otros países, como Bélgica y Suiza, los
cuales no tardaron en proclamar sus
respectivas republicas…Tanto el Vaticano como algunas casas reales de Europa
constatando el incremento incesante de las ideas republicanas en todo el
continente, unieron sus fuerzas contra Napoleón, pero éste los derrotó y
tomando el título de Cónsul, invadió gran parte de Italia, cortando así la
resistencia opuesta por los estados Pontificios.
Finalmente los franceses tomaron
Roma el 10 de febrero de 1798, proclamando la Republica Romana, el 15 de ese
mismo mes.
Como el Papa se negó al
rendimiento, fue tomado por la fuerza el 20 de febrero del mismo año y
trasportado a Siena y posteriormente a Florencia. En el año 1799 aunque se
encontraba gravemente enfermo, de nuevo fue traslado a otro lugar en Parma, y
posteriormente se le llevó a Piacenza y seguidamente a Turín. No había acabado
aquí el largo peregrinar de este sufriente Pontífice, porque atravesando los
Alpes y pasando por diversas ciudades, finalmente recaló en Valencia (Francia),
donde sucumbió entregando su alma a Dios, tras semejante maltrato al
representante de Cristo en la tierra.
Sus restos mortales fueron
trasladados a la Basílica de san Pedro en Roma el 17 de de febrero de 1802
durante el Pontificado de Pio VII (1800-1823) y su estatua en posición de
rodillas se situó en dicha Basílica delante de la Cripta del Príncipe de los
Apóstoles.
Aunque existen pocos datos
bibliográficos al respecto, algunos se conocen y entre estos destaca un caso
impresionante que sobrepasó la barrera del silencio de los historiadores. Nos referimos, como no
podía ser de otra forma, a la llamada <Epopeya de La Vandee>.
Recordando este hecho histórico
tan significativo como doloroso deberíamos preguntarnos: ¿Qué podría separarnos del amor
del amor a Cristo?
El apóstol san Pablo daba, en su
día, la siguiente respuesta a esta pregunta que él mismo se formulaba en su
<Carta a los Romanos> (Rm 8, 35-39): “¿Quién nos apartará del amor a
Cristo? ¿Tribulaciones?, ¿angustias?, ¿persecuciones?, ¿hambre?, ¿desnudez?,
¿peligro?, ¿espada? / Según está escrito (Sal 43, 22): Por tu Causa somos matados todo
el día, fuimos contados como ovejas destinadas al degüello / Mas en todas estas
cosas soberanamente vencemos por obra de Aquel que nos amó / Porque seguro
estoy que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados, ni cosas presentes ni
futuras, ni poderíos / ni altura ni profundidad, ni otra alguna criatura será
capaz de apartarnos del amor de Dios que
está en Cristo Jesús Señor nuestro”
Ante estas palabras de san Pablo,
el Papa san Juan Pablo II, durante la Ceremonia de Beatificación de los
Mártires d’Angers (domingo 15 de febrero de 1984) se expresaba en los términos
siguientes:
“Puesto que Dios ha entregado a
su Hijo Único por el mundo, puesto que su Hijo a dado la vida por nosotros, tal
clase de amor no se puede jamás olvidar…Es más fuerte que todo. La vida eterna
aguarda a aquellos que han amado a Dios hasta el punto de dar la vida por Él. Los
regímenes que acosan al hombre pasan,
pero la gloria alcanzada por los mártires nunca desaparece (Rm 8, 37): <Mas
en todas estas cosas soberanamente vencemos por obra de aquel que nos amó>. Esta
es la victoria alcanzada por los mártires que hoy vamos a beatificar”
Sucedió en efecto que durante la
Revolución Francesa, se tomaron medidas realmente dañinas e injuriosas contra
el clero y contra los laicos cristianos. Un claro ejemplo de rechazo del pueblo
contra este comportamiento lo
encontramos en el luctuoso hecho histórico que anteriormente hemos mencionado,
<La Epopeya de La Vandee>.
La gesta llevada a cabo por los
campesinos, de esta región de Francia, cuyo amor a Cristo, les hizo levantarse
en armas contra los revolucionarios, llevando en sus ropas la imagen del Sagrado Corazón de Jesús
siempre será recordada con admiración y cariño por la Iglesia de Cristo.
Esta región de Francia había sido evangelizada por san José María Grignión de Montfort (terciario dominico), y fue tan buena su labor evangelizadora que inmunizó contra el virus de la Revolución a sus habitantes.
Este hombre santo sentía gran
amor por Cristo y por su
Madre, la Virgen María, de forma que
mediante los Sacramento instituidos por el Señor y la oración del santo Rosario,
consiguió enfervorizar a las gentes tanto, que fueron capaces, llegado el
momento, de aceptar la lucha y dar la vida por defender sus creencias.
El Papa san Juan Pablo II durante
la Beatificación, de estos mártires llevada a cabo en la Basílica de san Pedro
llegaba a decir: “Esta Beatificación será una
etapa nueva para toda la Iglesia, y en particular para los Obispos, los padres,
los religiosos y los fieles de esta Diócesis situada en el oeste de Francia, a la que pertenecieron
estas bienaventuradas personas…
Es para todos una gran alegría el
saber cuan cerca de Dios se encuentran estos hombres y mujeres que dieron sus
vidas por su patria y sus creencias; admiramos su fe y el coraje demostrado por
defenderlas…
Estos mártires nos invitan también
a pensar en la multitud de creyentes que han sufrido la persecución y la sufren
hoy en día, en todo el mundo, de una forma encubierta, lacerante y muy grave,
porque conlleva la falta de libertad religiosa, la discriminación, la
imposibilidad de defenderse, la muerte civil…Debemos pedir para todos el coraje
necesario para defender nuestra fe, la fidelidad sin fallos a Jesucristo y a su
Iglesia, tanto en tiempos de prueba, como en la vida cotidiana.
Para nuestro mundo, con
frecuencia excesivamente indiferente o ignorante del Mensaje de Cristo, el
testimonio dado por estos mártires es un magnífico ejemplo: Jesucristo está
vivo, nos regaló el Sacramento de la santísima Eucaristía para vivir su
vida y con la devoción a la Virgen María nos ayuda a cumplir con sus mandatos.
Nuestro amor a la santa madre
Iglesia nos conduce a estar <unidos en la fe>; la unidad fraterna y la paz son el fruto
del Espíritu de Jesús; el ardor misionero toma conciencia de este testimonio;
no podemos guardar cerrada tan luminosa Lámpara”