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miércoles, 11 de marzo de 2020

EL RETO DE LA EVANGELIZACIÓN: SIGLO XVIII- EL SIGLO DE LAS LUCES (4ª Parte)



 
 
 
 
El reto de la evangelización siempre ha estado ahí, siempre ha estado presente a lo largo de la historia del hombre. La lucha de la humanidad por salir del imperio del mal, por vencer al maligno, ha sido constante, sin embargo ha habido momentos en los que parecía que realmente esta lucha estaba encaminada a la derrota; es lo que sin duda ocurrió en el siglo XVIII, aquel que fuera extrañamente llamado por los eruditos el <siglo de la luz>…

 
Ocurrió que durante este siglo, más concretamente hacia el final del mismo (1789), estalló la tristemente célebre <Revolución francesa>, como consecuencia en gran medida, de la corrupción que invadió la política y las costumbres francesas de la clase alta durante el reinado de Luis XVI, mientras que la clase humilde se sentía totalmente defraudada por sus políticos, lo que llevó a un descontento general y  al deseo desenfrenado de justicia.

Para tratar de enmendar la situación que en el campo ideológico habían introducido los errores cometidos en siglos anteriores y el avance del filosofismo, que condujeron a los hombres al desbordamiento y la corrupción de las costumbres, privados como estaban en una gran mayoría del freno religioso, y del amor a Dios, Luis XVI convocó los <Estados Generales> (1788), integrados por representantes de las tres clases sociales del momento, esto es, el clero, la nobleza y el pueblo. Hay que tener en cuenta que estos <Estados Generales> no se habían reunido desde principios del siglo XVII y que el pueblo era mayoritario en cuanto a escaños en la cámara de los diputados, frente al clero y la nobleza.  

El pueblo harto de ser mancillado por las clases altas y soliviantado por los defensores del filosofismo y otros <ismos>, como Mirabeau y el Abate  Sieyes, se hizo dueño de la situación declarando la <Asamblea Nacional>, comenzado así probablemente un avance de la terrible <Revolución francesa>. Esta Asamblea tras renegar de la obediencia al rey, que fue recluido en Versalles, se transformó  en <Asamblea constituyente>, publicando la <Declaración  de los derechos del hombre>, esto es: la libertad de pensamiento, la libertad de prensa…etc.  

Así mismo, se publicó la <Constitución civil del clero> con la que se  subordinaba éste al poder civil y se exigía su juramento de fidelidad al Estado.

 
 
 
El triunfo de la revolución  se produjo sin embargo, entre los años 1790 y 1792, a raíz de la desaparición  de los escasos partidarios de la monarquía, quedando solo los republicanos, divididos en moderados o girondinos y radicales o la Montaña (ocupaban los escaños altos). El rey intentó la huida, pero quedó preso de la Asamblea hasta el 10 de agosto de 1792, momento en que los <sanscuculottes> invadieron las Tullerias (cárcel del Estado) encerrando al monarca y su familia en el Templo (Notre Dame).

 
Comenzó así a recorrer el terror por la calles de Paris; toda la ciudad descontenta por la pobreza y la corrupción de sus políticos se lanzó a buscar a los causantes de sus desgracias de forma indiscriminada.

De esta manera, se produjo de inmediato el encarcelamiento  de todo aquel que se suponía <sospechoso>, pero ¿sospechoso de qué?; esto realmente daba igual, las fuerzas del mal se habían apoderado definitivamente del alma de muchos hombres; se contaron por miles las personas denunciadas que eran totalmente inocentes de lo que estaba ocurriendo; estas eran las mejores personas, entre las que se encontraban, por supuesto, aquellos sacerdotes y  obispos  que no quisieron  firmar la Constitución civil del clero.

 
 
 
Un paso más de la <Asamblea Legislativa> se produjo  en la <Convención Nacional> (1792-1794), la cual como primer acto de poder, declaró la Republica y condenó a muerte al rey. La Montaña, dirigida por Robespirre, Marat y Dantón, se hizo cargo de la situación comenzando un periodo verdaderamente terrible para todo ciudadano francés, independientemente de su categoría social, por el simple hecho de ser denunciado <sospechoso> de ir en contra de la revolución; el pueblo entero vivió unos momentos angustiosos <a la sombra de las guillotinas>.

 
El rey, la reina María Antonieta, la hermana del rey, Isabel, y muchos monárquicos, religiosos y religiosas, junto con muchos miembros de la aristocracia fueron guillotinados en Paris y en otras ciudades francesas.
Fue por entonces implacablemente perseguida  la Iglesia católica, destruyéndose los templos y saqueándolos, junto con conventos y lugares de culto; se suprimió las fiestas religiosas, se proscribió el culto público o privado, y como simbólica profanación, después de derribar la imagen de la Virgen  del altar mayor de Notre Dame, se entronizó a una mujer desnuda, simbolizando a la diosa Razón.

Finalmente, tras la pavorosa persecución y matanza, el cruel Robespierre fue también ejecutado por sus enemigos políticos, en la guillotina, así como poco después los fueron, Dantón y Saint Just; esto dio paso a la formación de un <Directorio> (1795-1799), el cual aunque al principio pareció dar muestras de cierta benignidad y comprensión hacia la Iglesia católica, posteriormente continuó con saña  la persecución religiosa, hasta el encarcelamiento del Papa Pio VI, proclamándose entonces en Italia la Republica romana, según el modelo francés.

 

 
Guiovanni Angelico Braschi nació el 27 de diciembre de 1717 en Cesena (Italia) en el seno de una familia noble pero arruinada que sin embargo le proporcionó una buena educación en el colegio de los jesuitas de su ciudad, pasando posteriormente a Ferrara (Italia), donde estudio Leyes. El Papa Clemente XIII, en 1766, lo nombró tesorero de la Iglesia Romana y más tarde, Clemente XIV lo hizo cardenal  en 1775. Hombre humilde e irreprochable en su conducta moral decidió  retirarse a la Abadía de Subisco, donde llegó a ser Abad  comendador hasta que fue elegido Papa, tomando entonces, el nombre de Pio VI (en este mismo año).

 
Desde el principio de su dificilísimo  Pontificado Pio VI intentó por todos los medios a su alcance de ayudar a la Iglesia de Cristo, pero las ideas de hombres como Voltaire y Rousseau, ya fallecidos, habían tomado, por así decir, <carta de naturaleza>, extendiéndose entre una población empobrecida y falta de justicia…

Una de las primeras cosas que hizo, fue ayudar a la orden de los jesuitas, cuyos miembros habían sido expulsados y mancillados durante el Pontificado de su antecesor, que nada pudo hacer al respecto, pero solo logró la liberación del general Ricci aunque demasiado tarde porque encontrándose muy enfermo en prisión, murió antes de que pudiera disfrutar de su libertad.

Este Papa rechazó la <constitución civil del clero> el 13 de marzo de 1791, suspendiendo a los sacerdotes y obispos que la habían aceptado, quizás muchos de ellos por temor al nuevo orden de terror impuesto por los revolucionarios. Pero ayudó a los miembros de la Iglesia todo lo que le fue posible, dado las circunstancias, como por ejemplo, al clero que fue confinado en Francia, y así mismo, protestó contra la ejecución mediante la guillotina, de tantas criaturas inocentes…

El pueblo francés que estaba ya cansado de las luchas y de la ejecuciones arbitrarias, de los revolucionarios, provocó finalmente la disolución  del <tribunal de la muerte> en 1795, con la entrada al poder de cinco hombres  encargados del gobierno de la nación; un Directorio, cuya misión era la administración del país según los nuevos principios. Lo hicieron durante unos pocos años en un ambiente de gran inestabilidad, inestabilidad que se rompió cuando tomó las riendas del poder un joven general llamado Napoleón Bonaparte.

 
 
Pero las ideas de la Revolución francesa  se habían difundido más allá de Francia, despertando el entusiasmo en otros países, como Bélgica y Suiza, los cuales no tardaron  en proclamar sus respectivas republicas…Tanto el Vaticano como algunas casas reales de Europa constatando el incremento incesante de las ideas republicanas en todo el continente, unieron sus fuerzas contra Napoleón, pero éste los derrotó y tomando el título de Cónsul, invadió gran parte de Italia, cortando así la resistencia opuesta por los estados Pontificios.

 
Concretamente en la <Tregua de Bolgna >, el 25 de Junio de 1796, Napoleón impuso unos términos realmente abusivos, como por ejemplo la ocupación de las tropas francesas de la Romania. Más tarde, en la <Paz de Tolentino>, el 19 de febrero de 1797, el Papa Pio VI se vio obligado a rendir Avignon, Venaissin, Ferrara, Bolonia y la Romania, además de pagar 15 millones de francos y un largo etc.

Finalmente los franceses tomaron Roma el 10 de febrero de 1798, proclamando la Republica Romana, el 15 de ese mismo mes.

Como el Papa se negó al rendimiento, fue tomado por la fuerza el 20 de febrero del mismo año y trasportado a Siena y posteriormente a Florencia. En el año 1799 aunque se encontraba gravemente enfermo, de nuevo fue traslado a otro lugar en Parma, y posteriormente se le llevó a Piacenza y seguidamente a Turín. No había acabado aquí el largo peregrinar de este sufriente Pontífice, porque atravesando los Alpes y pasando por diversas ciudades, finalmente recaló en Valencia (Francia), donde sucumbió entregando su alma a Dios, tras semejante maltrato al representante de Cristo en la tierra.

 
 
Sus restos mortales fueron trasladados a la Basílica de san Pedro en Roma el 17 de de febrero de 1802 durante el Pontificado de Pio VII (1800-1823) y su estatua en posición de rodillas se situó en dicha Basílica delante de la Cripta del Príncipe de los Apóstoles.

 
En tiempos  tan revueltos y peligrosos para las comunidades cristianas parecería imposible la posibilidad de llevar a la práctica el seguimiento de Cristo y el cumplimiento de sus mandatos y sin embargo sucedió todo lo contrario; fueron muchos hombres y mujeres los perseguidos por su fe y también los que dieron la vida por Cristo y su Mensaje.

Aunque existen pocos datos bibliográficos al respecto, algunos se conocen y entre estos destaca un caso impresionante que sobrepasó la barrera del silencio  de los historiadores. Nos referimos, como no podía ser de otra forma, a la llamada <Epopeya de La Vandee>.

 



Recordando este hecho histórico tan significativo como doloroso deberíamos preguntarnos: ¿Qué podría separarnos del amor del amor a Cristo?


El apóstol san Pablo daba, en su día, la siguiente respuesta a esta pregunta que él mismo se formulaba en su <Carta a los Romanos> (Rm 8, 35-39): “¿Quién nos apartará del amor a Cristo? ¿Tribulaciones?, ¿angustias?, ¿persecuciones?, ¿hambre?, ¿desnudez?, ¿peligro?, ¿espada? / Según está escrito (Sal 43, 22): Por tu Causa somos matados todo el día, fuimos contados como ovejas destinadas al degüello / Mas en todas estas cosas soberanamente vencemos por obra de Aquel que nos amó / Porque seguro estoy que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados, ni cosas presentes ni futuras, ni poderíos / ni altura ni profundidad, ni otra alguna criatura será capaz de apartarnos  del amor de Dios que está en Cristo Jesús Señor nuestro”

 



Ante estas palabras de san Pablo, el Papa san Juan Pablo II, durante la Ceremonia de Beatificación de los Mártires d’Angers (domingo 15 de febrero de 1984) se expresaba en los términos siguientes:


“Puesto que Dios ha entregado a su Hijo Único por el mundo, puesto que su Hijo a dado la vida por nosotros, tal clase de amor no se puede jamás olvidar…Es más fuerte que todo. La vida eterna aguarda a aquellos que han amado a Dios hasta el punto de dar la vida por Él. Los regímenes  que acosan al hombre pasan, pero la gloria alcanzada por los mártires nunca desaparece (Rm 8, 37): <Mas en todas estas cosas soberanamente vencemos por obra de aquel que nos amó>. Esta es la victoria alcanzada por los mártires que hoy vamos a beatificar”

Sucedió en efecto que durante la Revolución Francesa, se tomaron medidas realmente dañinas e injuriosas contra el clero y contra los laicos cristianos. Un claro ejemplo de rechazo del pueblo contra  este comportamiento lo encontramos en el luctuoso hecho histórico que anteriormente hemos mencionado, <La Epopeya de La Vandee>.

 
 
 
La gesta llevada a cabo por los campesinos, de esta región de Francia, cuyo amor a Cristo, les hizo levantarse en armas contra los revolucionarios, llevando en sus ropas  la imagen del Sagrado Corazón de Jesús siempre será recordada con admiración y cariño por la Iglesia de Cristo.


Esta región de Francia había sido evangelizada por san José María Grignión de Montfort (terciario dominico), y fue tan buena su labor evangelizadora que inmunizó contra el virus de la Revolución a sus habitantes.

Este hombre santo sentía gran amor por Cristo y  por su Madre,  la Virgen María, de forma que mediante los Sacramento instituidos por el Señor y la oración del santo Rosario, consiguió enfervorizar a las gentes tanto, que fueron capaces, llegado el momento, de aceptar la lucha y dar la vida por defender sus creencias.

 
 
 
 
El Papa san Juan Pablo II durante la Beatificación, de estos mártires llevada a cabo en la Basílica de san Pedro llegaba a decir: “Esta Beatificación será una etapa nueva para toda la Iglesia, y en particular para los Obispos, los padres, los religiosos y los fieles de esta Diócesis situada en el  oeste de Francia, a la que pertenecieron estas bienaventuradas personas…

Es para todos una gran alegría el saber cuan cerca de Dios se encuentran estos hombres y mujeres que dieron sus vidas por su patria y sus creencias; admiramos su fe y el coraje demostrado por defenderlas…
 
 
Estos mártires nos invitan también a pensar en la multitud de creyentes que han sufrido la persecución y la sufren hoy en día, en todo el mundo, de una forma encubierta, lacerante y muy grave, porque conlleva la falta de libertad religiosa, la discriminación, la imposibilidad de defenderse, la muerte civil…Debemos pedir para todos el coraje necesario para defender nuestra fe, la fidelidad sin fallos a Jesucristo y a su Iglesia, tanto en tiempos de prueba, como en la vida cotidiana.

 
Para nuestro mundo, con frecuencia excesivamente indiferente o ignorante del Mensaje de Cristo, el testimonio dado por estos mártires es un magnífico ejemplo: Jesucristo está vivo, nos regaló el Sacramento de la santísima Eucaristía para  vivir su vida y con la devoción a la Virgen María nos ayuda a cumplir con sus mandatos.

 
 
Nuestro amor a la santa madre Iglesia nos conduce a estar <unidos en la fe>; la unidad fraterna y la paz son el fruto del Espíritu de Jesús; el ardor misionero toma conciencia de este testimonio; no podemos guardar cerrada tan luminosa Lámpara”