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lunes, 8 de mayo de 2017

LO INVISIBLE DE DIOS SU ETERNO PODER Y DIVINIDAD



 
 

Según los estudiosos de la Santa Biblia, san Pablo escribió desde Corinto, durante su  tercer viaje misionero, la <Carta a los Romanos>, posiblemente con ocasión de un  próximo viaje a Roma para visitar a los fieles de aquella comunidad cristiana. En dicha Carta, casi al inicio de la misma, el Apóstol habla de la <Ira de Dios>, y lo hace con estas palabras (Rm 1, 18-23):

"La ira de Dios se manifiesta desde el cielo contra toda la impiedad e injusticia de los hombres que detienen la verdad con la injusticia / ya que lo que se puede conocer de Dios, ellos lo tienen a la vista, pues Dios mismo se lo ha manifestado / Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, se pueden descubrir a través de las cosas creadas. Hasta el punto que no tienen excusa / porque, conociendo a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias; por el contrario, sus mentes se dedicaron a razonamientos vanos y sus insensatos corazones se llenaron de oscuridad / Alardeando de sabios, se hicieron necios / y cambiaron la gloria de Dios inmortal por la imagen del hombre mortal, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles"

 
 
 
En esta preclara Epístola, el Apóstol san Pablo enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas, por tanto, al caer estos, en pecados de idolatría y pasiones desordenadas, incurren en acciones totalmente punibles  que la justicia divina no puede obviar; incurren en lo que de forma metafórica se denomina en el Antiguo Testamento la <Ira de Dios> que no es otra cosa que la aplicación de la justicia divina a causa de la maldad de los hombres.

Recordemos a este respecto que aunque Dios es infinitamente misericordioso, también imparte justicia y que el delito habla interiormente al criminal. Estas cosas las saben los hombres desde antiguo, como nos muestra, por ejemplo, el Salmo 36 (35):

-El delito habla interiormente al criminal: <No temo a Dios ni en su propia cara>.

-Se lisonjea de que su delito no será descubierto ni será castigado.

-Los dichos de su boca son iniquidad y engaño, ha perdido el sentido del bien;

-en su lecho planifica el delito; aferrado siempre al mal camino, no se aparta del mal.



-Pero tu amor, Señor, llega hasta el cielo, y tu lealtad hasta las nubes,

-tu justicia es cual los montes más altos, tus juicios como el inmenso abismo.

-Tú, Señor, salvas a los hombres y a las bestias;

-oh Dios, ¡qué precioso es tu amor! Los hombres se cobijan a la sombra de tus alas,

-se sacian de los ricos manjares de tu casa, en el torrente de tus delicias los abrevas.



-Pues en ti está la fuente de la vida y en tu luz vemos la luz.

-Guarda tu amor a los que te reconocen y haz justicia a los hombres honrados.

-No dejes que me pisotee el pie del arrogante, ni que la mano del criminal me alcance.

-Ahí están caídos los agentes del crimen, por tierra, sin poderse levantar.

 
Ciertamente, como leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1954 y nº 1955):
-El hombre participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el dominio de sus actos y la capacidad de gobernarse con miras a la verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original que permite  al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira…

-La Ley divina y natural, muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin. La ley natural contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral…Esta ley  se llama natural no por referencia a los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana…

 

El Papa Pablo VI en su Audiencia general del miércoles 15 de noviembre de 1972 nos hablaba así del pecado y del mal en este mundo:

“Encontramos el pecado, perversión de la libertad humana, y causa profunda de la muerte, porque es separación de Dios fuente de vida (Rm 5, 12); y además, a su vez, ocasión y efecto de una intervención en nosotros y en el mundo de un agente oscuro y enemigo, el demonio.
El mal no es solamente una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y perverso. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa.
Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a reconocer su existencia; o bien quien hace de ella un principio que existe por sí y que no tiene, como cualquier criatura, su origen en Dios; o bien la explica como una pseudo-realidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias.

 
 
El problema del mal, visto en su complejidad y en su absurdidad respecto de nuestra racionalidad unilateral se hace obsesionante: constituye la más fuerte dificultad para nuestra comprensión religiosa del Cosmos. No sin razón sufrió por ello durante años san Agustín: <Quaerebam unde malum, et nom erat exitus>, buscaba de dónde procedía el mal, y no encontraba explicación (Confesiones, VII, 5, 7, 11, etc., PL., 22, 736, 739).

He aquí, la importancia que adquiere el conocimiento del mal para nuestra justa concepción  cristiana del mundo, de la vida, de la salvación. Primero, en el desarrollo de la historia evangélica, ¿quién, no recuerda, al principio de su vida pública, la pagina densísima de significados de la triple tentación de Cristo?
Y después, en los múltiples episodios evangélicos, en los cuales el demonio se cruza en el camino del Señor, y figura en sus enseñanzas (Mt 12, 43). ¿Y cómo no recordar que Cristo, refiriéndose al demonio en tres ocasiones como su adversario, lo denomina <príncipe de este mundo>? (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11).
Y la incumbencia de esta nefasta presencia está señalada en muchísimos pasajes del Nuevo Testamento. San Pablo lo llama el <dios de este mundo> (2 Co 4, 4), y nos pone en guardia sobre la lucha oscura que nosotros cristianos debemos mantener no con un solo demonio, sino con una pluralidad pavorosa:
<Revestíos, dice el apóstol, de la coraza de Dios para poder hacer frente a las asechanzas del diablo, que nuestra lucha no es (solo) contra la sangre y la carne, sino contra los principados y las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos de los aires> (Ef 6, 12)”

 


Se refiere el Papa Benedicto XVI (Ibid), a la <Carta a los efesios>  de San Pablo, precisamente en el momento en el que les habla de las armas de los cristianos para luchar contra el pecado.

El apostol se expresa en los siguientes términos (Ef 6, 10-18):

-En definitiva, cobrad fuerzas en el poder soberano del Señor.

-Revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir las tentaciones del diablo.

-Porque nuestra lucha no el contra la gente de carne y hueso, sino contra los principados, contra los dominadores de este mundo, tenebroso, contra los espíritus del mal, que moran en los espacios celestes.

-Por esto, recibid la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y ser perfectos en todo.

-Manteneos firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia

-y teniendo calzados los pies, prontos para anunciar el evangelio de la paz.

-Empuñad en todas las ocasiones el escudo de la fe, con el cual podáis inutilizar los dardos encendidos del maligno.




-Tomad también el yelmo de la salud y de la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios,

-orando sin cesar bajo la guía del Espíritu con toda clase de oraciones y de suplicas; estad alerta y pedid constantemente por todos los creyentes.

 



El Papa Benedicto XVI, muchos años después de la Audiencia general anteriormente mencionada, durante otra Audiencia General, concretamente  un  13 de abril de 2011, se hacía estas preguntas:

“¿Qué quiere decir ser santos? ¿Quién está llamado a ser santo?” Y luego recordaba: 

“A menudo se piensa todavía que la santidad es una meta reservada a unos pocos elegidos. San Pablo, en cambio, habla del gran designio de Dios y afirma:

< Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuéramos santos e intachables ante Él por el amor>”

 
 
Así es, san Pablo  lo repetía constantemente, recordaba la llamada a los hombres  a la santidad por amor a Dios y así, por ejemplo, en su Carta a los habitantes de Éfeso convoca a la universalidad evitando la tentación de particularismos y más concretamente,  anima a todos los hombres y mujeres, a la unidad en el amor con estas palabras (Ef 4, 2-6):

-Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor.

-Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu. 

-Uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como también  es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados; 

-un solo Señor, una fe, un bautismo; 

-un Dios  que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos

 
 


Ciertamente, <Sólo Jesús, por derecho propio, por representación propia, por méritos propios, es mediador entre Dios y los hombres.

Los santos y singularmente la Virgen María, lo son en cuanto son asociados a la mediación única de Jesucristo.
En efecto, como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 964 y nº 2674):

-El papel de María con relación a la Iglesia, es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella:

“Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el  momento de la Concepción virginal de Cristo hasta la muerte” (LG 57). Se manifiesta particularmente en la hora de su Pasión:
La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios se mantuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima.
Finalmente Jesucristo, agonizando en la Cruz, la dio como madre, al discípulo con estas palabras: <Mujer, ahí tienes a tu Hijo> (Jn 19, 26)” (LG 58)

 
 
 
Desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenidos sin vacilar al pie de la Cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y a las hermanas de su Hijo, “que son peregrinos todavía y están ante los peligros y las miserias” (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre, es pura transparencia de él: María <muestra el Camino> (Hodoghitria), ella es su “signo” según la iconografía tradicional de Oriente y Occidente.



Así mismo, en cuanto a la intersección de los santos la Iglesia Católica afirma que:
“Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad… No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquieren en la tierra… Su solicitud fraternal ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad (LG 49)”


 


Así lo enseñaba el Beato Tomás de Kempis en su obra magistral: <Imitación de Cristo>, que desde la Edad media hasta nuestros días ha servido de guía espiritual a tantas generaciones: 
“Ponte siempre en lo más bajo: que ya te darán lo más alto: porque no está lo muy alto sin lo hondo.

Los grandes santos cerca de Dios, son pequeños cerca de sí, y cuando más gloriosos, tanto en sí más humildes, llenos de verdad y de gloria celestial; no son codiciosos de gloria vana; fundados y confirmados en Dios, en ninguna manera pueden ser soberbios. Y los que atribuyen a Dios todo cuanto reciben, no buscan ser loados unos de otros, sino que buscan la gloria que de sólo Dios viene, y codician que sea Dios glorificado sobre todos en sí mismos y en todos los santos, y siempre tienen esto por fin”

Desgraciadamente,  en los tiempos que corren, estos pensamientos ya no tienen la vigencia que tuvieron en siglos pasados y es que son muchas las personas sometidas al mal, y por eso la Iglesia ha tenido que volver a impulsar el <Ministerio de los exorcistas>, con objeto de prestarles ayuda en sus sufrimientos, y desde luego, esto no es cosa de siquiatras y tampoco de psicólogos, como algunas personas en su ignorancia defienden; no, no es cosa del pasado, porque todos sabemos que ahora  como desde el principio de los siglos, el enemigo del hombre es Satanás y  éste, va acompañado de una inmensa legión de acólitos y simpatizantes... 

Los Pontífices de todos los tiempos se han preocupado por este problema que en realidad siempre ha estado presente en la Iglesia de Cristo, pero que en los últimos siglos parece que se ha agudizado. Concretamente recordando al Papa Pío XII en su Carta <Mediator Dei> del año 1947, podemos asegurar que:


“El Mediador entre Dios y los hombres, el gran Pontífice que penetró hasta lo más alto del cielo, Jesús Hijo de Dios, al encargarse de la obra de misericordia con que enriqueció al género humano, con beneficios sobrenaturales, quiso, sin duda alguna, restablecer entre el hombre y su Criador aquel orden que el pecado había perturbado y volver a conducir al Padre celestial, primer principio y último fin, la mísera descendencia de Adán, manchada por el pecado original”


Se  refiere el Santo Padre Pío XII en su Carta Encíclica, en primer lugar, a la Carta que San Pablo dirigió a su discípulo Timoteo; se trata de una Epístola Pastoral (frecuentemente por este nombre se designa desde mediados del siglo XVIII las dos cartas dirigidas a éste discípulo y la dirigida a  Tito).


Esta Carta está escrita por el apóstol con objeto de dar una serie de instrucciones a Timoteo para que las pusiera en práctica en su comunidad religiosa (Probablemente Éfeso), y sirvieran de ayuda al ministerio pastoral (1 Tim 2, 1-7):

-Te ruego ante todo, que hagan peticiones, oraciones, suplicas, acciones de gracias por todos los hombres,

-por los reyes por todos los que gozan de poder, a fin de que podamos disfrutar de una vida pacífica y tranquila con toda piedad y honestidad.

-Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador,

-el cual quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

-Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, también el hombre,

-que se entregó a sí mismo para liberarnos a todos; testimonio dado a su debido tiempo,

-del que yo he sido nombrado pregonero y apóstol  -digo verdad-no miento –para instruir a los paganos en la fe y en la verdad.
 
 
 


En una sociedad tan paganizada como la actual estos consejos del apóstol san Pablo vienen como se suele decir <cual anillo al dedo>;  hay que recordar estas cosas para sentirnos motivados y operar siguiendo los deseos de Dios y entender que la <Ira y la Misericordia de Dios> como diría el Papa Benedicto XVI en su día:
" <Se confrontan  en una secuencia dramática>, pero  al final <Triunfa el amor>, porque Dios es amor"

(Homilía de Benedicto XVI el IV Domingo de Cuaresma, 26 de marzo de 2006):
Y por otra parte, como sigue diciendo el Pontífice (Ibid):

“¿Cómo no recoger, del recuerdo de hechos lejanos, el mensaje válido para todos los tiempos, incluido el nuestro?
Pensando en los siglos pasados podemos ver cómo Dios sigue amándonos incluso a través de los castigos.
Los designios de Dios, también cuando pasan por la prueba y el castigo, se orientan siempre a un final de misericordia y de perdón”