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sábado, 19 de julio de 2014

JESÚS NOS MOSTRO LA PROCEDENCIA DEL PECADO


 
 
 
 
Jesús nos mostró la procedencia del pecado, Él dijo: Las cosas que salen de la boca, del corazón salen, y éstas son las que contaminan al hombre.Tanto San Mateo, como San Marcos nos recuerdan estas palabras del Señor, que él pronunció con motivo de las acusaciones lanzadas por los  fariseos contra los discípulos de Jesús, aduciendo que algunos transgredían la tradición de sus antepasados, al no lavarse las manos antes de comer el pan.


Este hecho tuvo lugar después de la curación en Genesaret, tras la primera multiplicación de los panes, y de su aparición a los Apóstoles durante una tormenta, sobre las aguas del mar de Galilea. Jesús era, pues, ya muy conocido en la región, tanto por su mensaje como por sus portentosos milagros y las autoridades judías, en particular los escribas, pero  también los fariseos andaban inquietos con todas estas cosas.

Por entonces, algunos llegados  desde Jerusalén, se acercaron al Señor con ánimo de ponerle en un serio aprieto al reclamarle por la actitud irregular de sus discípulos frente a la ley rabínica. La narración de San Marcos, de los hechos acecidos, es esclarecedora (Mc 7, 1-5):

"Y se reúnen los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén, y se presentan a Jesús / Y viendo a algunos de sus discípulos comer sus panes con manos profanas, esto es, no lavadas / porque los fariseos y todos los judíos, si no se lavan las manos a fuerza de paños, no comen, aferrados a la tradición de los ancianos / y al volver de la plaza, si primero no se bañan, no comen; y hay otras cosas cuya observancia recibieron por tradición, lavatorio de copas, jarros, vasijas de cobre y bandejas / y le preguntan los fariseos y los escribas ¿Por qué no actúan tus discípulos conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen su pan con manos profanas?"

Ciertamente, desde antiguo, muchos pueblos han observado reglas, más o menos rigurosas, relacionadas con la higiene y la salud corporal y el pueblo judío era en este sentido muy cuidadoso como podemos apreciar a través de la narración del evangelista.

Jesús no estaba, como buen judío que era, en contra de estas tradiciones rabínicas, pero ante la crítica interesada de los saduceos y fariseos quiso poner de manifiesto que más importantes que éstas normas de salud para el cuerpo son las normas de salud para el alma, las cuales ellos hacía tiempo que habían olvido.

 
 
Frente a las normas o leyes humanas, opone el Señor, según san Marcos, las normas divinas  que realmente dan la salud al hombre en su cuerpo y en su espíritu (Mc 7, 6-13): "Muy bien profetizó Isaías de vosotros, farsantes, según está escrito que: Este pueblo me honra con los labios, más su corazón anda muy lejos de mí / es vano el culto que me rinde, enseñando doctrinas, preceptos de hombres / Dejando a un lado el mandamiento de Dios, para mantener vuestra tradición / Porque Moisés dijo: <Honra a tu padre y a tu madre> y <El que maldijere al padre o a la madre, muera sin remisión> / Vosotros, sin embargo, decís: <Sí un hombre dijere al padre o la madre: Queda declarado Korbán, que es decir: “Ofrenda” todo lo mío que pudieras reclamar en tu provecho / no le dejáis, ya, hacer nada por el padre o por la madre / anulando la palabra de Dios con vuestra tradición que os transmitisteis de unos a otros; y semejantes a éstas en este género hacéis muchas cosas"


En efecto, por entonces sucedía, según denunciaba Jesús, que cuando un hijo desnaturalizado quería quitarse de encima el cuidado de su padre o de su madre, o de ambos en su caso, declaraba que sus bienes nominalmente estaban consagrados a Dios (Korbán) y con ello quedaba exonerado  de cumplir con el cuarto mandamiento del Decálogo: <Honra a tu padre y a tu madre; así se propagarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar>.

Así reza el cuarto mandamiento en la versión del libro del Éxodo (20, 12): < El precepto va dirigido a los hijos y habla de los padres; refuerza, por tanto, las relaciones entre generaciones y la comunión de la familia, como un orden querido y protegido por Dios. Habla del País y de la continuidad de la vida en el País, como espacio vital del pueblo, y el orden fundamental de la familia, y vincula la existencia del pueblo y del País a la comunión de generaciones que se crea en la estructura familiar> (“Jesús de Nazaret. Primera parte. Joseph Ratzinger. Papa Benedicto XVI. Ed. Esfera de los libros 2007)

 
 
 
A través del relato del evangelista San Marcos observamos  que Jesús le da una importancia capital al cuarto mandamiento de la Ley de Dios reprochando a los fariseos su aptitud hipócrita y falsa, al poner la ley de los hombres por encima de ésta. Por otra parte, para que la gente del pueblo, menos instruida que los escribas y fariseos, entendieran el trasfondo de la cuestión promovida por éstos, les propuso una parábola. Mediante este ejemplo trata de acercar el pensamiento de estas gentes sencillas  al de las mentes rebuscadas de los eruditos de la época.

 
 
 
En este sentido, el Papa Benedicto XVI nos recordó que (Ibid): “Cada educador, cada maestro que quiere transmitir nuevos conocimientos a sus oyentes, recurrirá alguna vez al ejemplo, a la parábola. Mediante el ejemplo acerca el pensamiento de aquellos a los que se dirige, a una realidad que hasta entonces, estaba fuera de su alcance”


La parábola, que en esta ocasión narró Jesús es la que trata precisamente de <lo que contamina y de lo que no> (Mc 7, 14-16):

"Y llamando de nuevo a sí a la turba, les decía: Escuchadme todos y entended / Ninguna cosa hay que de fuera del hombre entre en él, que sea capaz de contaminarle, sino que las  que del hombre salen, son las que contaminan al hombre / Quién tenga oídos para oír, escuche"


Se refiere el Señor a la contaminación del alma, que tanto daño produce en el hombre,  muchas veces incluso en su estado físico, además de en su estado anímico; pero, con todo, refiriéndose a esta parábola asegura el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“La profundidad de esta parábola es tal, que puede darse la incapacidad de descubrir su dinámica y de dejarse guiar por ella. Puede incluso, que no haya voluntad de dejarse llevar por el movimiento que la parábola exige”

 
 
No es pues de extrañar, que los fariseos al escucharla, se escandalizaran, porque realmente no tenían ninguna intención de cumplir con la ley divina, según el evangelio de san Mateo (Mt 15, 12-13): "Entonces acercándose los discípulos, le dicen: ¿Sabes que los fariseos al oír tales palabras se escandalizaron? / Él, respondió, dijo: Todo plantío que no plantó mi Padre celestial, será arrancado de raíz / Dejadlos: son ciegos, guías de ciegos; y si un ciego guía a un ciego, ambos a dos caerán en la hoya"


Ciertamente cualquier acción del hombre, que proceda del Maligno, esto es, <todo plantío que no plantó mi Padre celestial>, dice Jesús, <será arrancado de raíz>, que es lo mismo que decir que está condenada al fracaso. Porque el pecador es un ser ciego que muchas veces en su ceguera guía, así mismo y a otros pecadores hacia la perdición.

Los discípulos, a pesar de estas explicaciones del Señor no se quedaron tranquilos sobre el significado de sus palabras y cuando llegaron a un lugar alejado de las gentes volvieron a insistir sobre el tema, pidiéndole más explicaciones sobre el significado de la parábola que les había expuesto. Jesús acongojado les respondió (Mc 18-23):

"¿Así vosotros también estáis faltos de inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra  en el hombre no es capaz de contaminarle? / pues que no entra  en el corazón, sino en el vientre, y de allí va a parar a la letrina / Y decía que: Lo que del hombre sale, esto contamina al hombre / Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, esto es, las fornicaciones, los hurtos, los homicidios /los adulterios, las codicias, las maldades, el dolo, el libertinaje, el mal de ojo, la maledicencia, la soberbia, la privación del sentido moral / todas estas cosas malas salen de dentro y contaminan al hombre"

 
 
Es la larga lista de culpas que han abatido al hombre a lo largo de los siglos, desde el mismo momento de su existencia y que sin lugar a dudas proceden del Maligno. En estos momentos, en el tercer milenio, desde la llegada del Mesías a la tierra, la caída del hombre en el pecado  sigue su curso, el hombre sigue escuchando a Satanás, sigue siendo embaucado por su oferta aparentemente atractiva  de llegar a ser como Dios.


Ciertamente el pecado sale del corazón del hombre como nos dijo el Señor y nos recuerda el catecismo de la Iglesia Católica (nº 386 y nº 387):

"El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres.
Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el <vínculo profundo del hombre con Dios>, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia / La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina.
Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada etc.
Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle"

 
 
 
Análisis profundo del origen del pecado el que nos da el Catecismo de la Iglesia católica, y sobre el que pasamos casi de puntillas sin apenas fijarnos en su gran significado; sin embargo  todo creyente debe tener claro  que el peligro de incumplir la Ley de Dios, procede definitivamente del interior del hombre, de su corazón, tal como enseñaba Jesús con su parábola.


Con razón el Beato Tomás de Kempis (1380-1471) cantaba estás bienaventuranzas en su libro (Imitación de Cristo. Tratado tercero):

“Bienaventuradas las orejas que reciben en sí las sutiles inspiraciones divinas y no se preocupan de las murmuraciones mundanas.

Bienaventurados los ojos que están cerrados a cosas exteriores, y muy atentos a las interiores.

Bienaventurados los que penetran las cosas interiores y estudian con ejercicios continuos de prepararse cada día más, para recibir los secretos celestiales.

Bienaventurados los que se ocupan en sólo Dios, y se sacuden de todo impedimento del mundo”


En efecto, el hombre debe estar alerta a las posibles asechanzas del diablo, porque con frecuencia sucede,  tal como se nos indica también en el Catecismo de la Iglesia Católica que las tentaciones de éste le superan (nº 391):

 
 
Tras la elección desobediente de nuestros primeros padres, se halla una voz seductora, opuesta a Dios (Gn 3, 1-5) que por envidia, los hace caer en la muerte. La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en éste ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (Jn Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios: <El diablo y los otros demonios fueron credos por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron así mismos malos> (Cc, de Letrán IV año 1215; DS 8oo).


Igualmente, como también nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica el ser humano una vez ha caído en las asechanzas del diablo queda a su merced, desaprovechando la gracia divina al desobedecer los mandato de Dios,  encontrándose entonces, en grave peligro de perder su alma para siempre (nº 397 y nº 398):

"El hombre tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza en el Creador (Gn 3, 1-11), y abusando de su libertad, desobedeció el mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (Rm 5, 19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad / En este pecado, el hombre se prefirió así mismo, en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios; hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura, y por tanto contra el propio bien"


Sin embargo y por la clemencia de Dios, frente a este comportamiento inicuo del hombre hacia su Creador, Él nos mandó a su Hijo unigénito para nuestra salvación:

 
 
 
“Por la misericordia de Dios, Padre que reconcilia, el Verbo se encarnó en el vientre purísimo de la santísima Virgen María para <salvar a su pueblo de sus pecados> (Mt 1, 21) y abrirle <el camino de la salvación>. San Juan Bautista confirma esta misión indicando a Jesús como <el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo> (Jn 1, 29).


Toda la obra y predicación del Precursor es una llamada enérgica y ardiente a la penitencia y a la conversión, cuyo signo es el bautismo administrado en las aguas del rio Jordán. El mismo Jesús se somete a este rito penitencial (Mt 3, 13-17), no porque haya pecado, sino porque <se deja contar entre los pecadores>; es ya el <cordero de Dios que quita el pecado del mundo>; anticipa ya el <bautismo de su muerte sangrienta>.

La salvación es pues, y ante todo, redención del pecado como impedimento para la amistad con Dios, y liberación del estado de esclavitud en la que se encuentra el hombre que ha cedido  a la tentación del Maligno y ha perdido la libertad de los hijos de Dios”

(Carta Apostólica en forma de Motu proprio <Misericordia Dei>. Juan Pablo II. Dada en Roma el 7 de abril del año 2002).

 
 
Ciertamente las palabras del  Papa Juan Pablo II nos muestran toda la grandeza y misericordia de Dios hacia los hombres y todo el despropósito y bajeza de estos hacia su Creador. También el Apóstol San Pablo, convencido como estaba del mensaje de Cristo escribía una carta a los habitantes de Roma para estimularles a salir del pecado en el que algunos se encontraban y alcanzar así  una <nueva vida> (Rm 6, 1-4):

"¿Qué diremos pues? ¿Continuaremos en el pecado, para que la gracia abunde? / De ninguna manera. Los que hemos muerto al pecado ¿Cómo viviremos aún en él? / ¿O ignoráis que cuantos fuisteis bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuisteis bautizados? / Fuimos, pues, con sepultados con el Bautismo, para participar en su muerte, para que así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos con vida nueva"


Esclarecedoras palabras del Apóstol que llenan, sin duda, de esperanza el corazón de los hombres de buena voluntad y que les invitan a desterrar el pecado de sus vidas, porque ¿cómo el hombre que ha conocido a Dios, que incluso ha sido bautizado en la sangre de Cristo, puede seguir pecando?

Más aún ¿cómo es posible que en este nuevo milenio se sigan comportando los seres humanos como los paganos de tiempos de San Pablo? Si será como dice el Apóstol en su carta a los romanos que (Rm 1, 21-23):

 
 
"Porque habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios, ni le dieron gracias, antes se desvanecieron en sus pensamientos, y se entenebreció su insensato corazón. / Alardeando de sabios, se embrutecieron / y trocaron la gloria del Dios inmortal por un simulacro de imagen de hombre corruptible, y de volátiles, y de cuadrúpedos, y de reptiles"


Las palabras del Apóstol reflejan el comportamiento de una sociedad que habiendo conocido de cerca al verdadero Dios, sin embargo cometieron el pecado capital de negarlo, entenebreciendo sus corazones, y con ello anulando su inteligencia que ya sería incapaz de conocer la verdad (conciencia errónea).

Y de todo ello, resultó además la estupidez y el embrutecimiento de sus corazones, siendo conducidos finalmente a la idolatría, a la adoración de <falsos dioses>: <hombres corruptibles, volátiles, cuadrúpedos…>, y hasta reptiles que como se sabe son animales siempre asociados a la figura del demonio…

 
¿Acaso no nos recuerdan estas palabras de San Pablo muchas de las situaciones que se han presentado y se presentan en la sociedades? Los Papas de los últimos cien años han venido denunciando cada vez con mayor urgencia, la paganización, el retroceso en la moralidad y el abandono de fe en el mensaje de Cristo. No tenemos más que seguir recordando la carta de San Pablo a los romanos para comprender la certeza de estas denuncias y recordar que Dios castigó a aquellos  paganos impíos con una corrupción generalizada (Rm 1, 24-32).


Sucedió, en efecto, como señala San Pablo en su carta, que Dios que ha hecho a los hombres libres, <permitió que cayeran en manos  de las concupiscencias de sus corazones>, dejándoles ir tras la torpeza hasta <afrentar entre sí sus propios cuerpos>, y así mismo permitió que éstos se entregaran a <pasiones afrentosas>. Pues por una parte, <hombres trocaron el uso natural por otro contra naturaleza>…

En definitiva, cayeron en una perversión total del sentido moral, algo que nuestros días no está tampoco muy alejado de la realidad de algunos hombres.

 
 
 
Sí, encontramos grandes similitudes entre los paganos de Roma y los hombres del nuevo milenio, era algo que preocupaba enormemente al Papa Juan Pablo II el cual escribió, ya a las puertas del nuevo siglo, su carta Encíclica <Tertio millennio adveniente>, en Roma en el año 1994:

“Un serio examen de conciencia ha sido auspiciado por numerosos Cardenales y Obispos sobre todo para la Iglesia presente. A las puertas del nuevo Milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestros tiempos. La época actual junto a muchas luces presenta igualmente no pocas sombras.

¿Cómo callar por ejemplo, ante la indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios no existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de  la coherencia?”


De estas palabras se desprende, sin duda, la enorme intranquilidad del Papa Juan Pablo II por el futuro de los hombres en el nuevo milenio. Y tenía razones para estarlo, tal como día a día vamos comprobando después de sólo trece años desde su advenimiento. Sería muy conveniente que nos interrogáramos todos, como pedía el Papa, en aras de comprobar hasta qué punto los defectos de nuestra vida religiosa, moral y social nos permite, aún, ver el genuino rostro de nuestro Creador. Porque como aseguraba el Papa a finales del siglo pasado (Ibid):

“De hecho, no se puede negar que la vida espiritual atraviesa entre muchos cristianos <momentos de incertidumbre> que afectan no sólo a la vida moral, sino incluso a la oración y a la misma <rectitud teologal de la fe>.

Está ya probado, por la confrontación con nuestro tiempo, a veces desorientada por posturas teológicas erróneas, que se difunden también a causa de la crisis de obediencia  al Magisterio de la Iglesia.

Y sobre el testimonio de la Iglesia en nuestro tiempo, ¿Cómo no sentir dolor por la falta de <discernimiento>, que a veces llega a ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la violación de fundamentales derechos humanos por parte de regímenes totalitarios? ¿Y no es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en <graves formas de injusticias y marginaciones sociales>? Hay que preguntarse cuántos entre ellos, conocen a fondo y practican coherentemente las directrices de la doctrina social de la Iglesia…”

 
 
 
El Papa, en esta hermosa Carta Encíclica, a las puertas del Tercer Milenio, nos habla además del ejemplo extraordinario dado por los mártires, santos y santas, conocidos o no, cuyas vidas son testimonios que nunca deberíamos olvidar los cristianos, por eso proponía un programa de actuación que se podría resumir en los términos siguientes:


"Una primera fase que tendría un <carácter ante preparatorio>, y debería servir para reavivar en el pueblo cristiano la conciencia del valor del significado que el próximo Jubileo del 2000 supondría para la historia de la humanidad; y una segunda fase que se iniciaría en el año 1997 de carácter preparatorio, centrado en Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, teológica, y  por tanto <trinitaria>"


Tras la barrera del año 2000 que podría haber supuesto una vuelta de la cristiandad al camino de la fe y la salvación en Cristo, abandonando la senda del pecado, el Papa Juan Pablo II, fiel a su idea de reconciliar el mundo con Dios, escribía esta vez una Carta Apostólica con el titulo <Novo millennio ineunte> fechada en Roma el día 6 de enero de 2001; en ella tras, como es lógico, dar las gracias al Señor por todas las cosas conseguidas durante el periodo de tiempo preparatorio transcurrido para la entrada de un nuevo siglo, volvía a recordar a su grey los antiguos y nuevos retos que la Iglesia tenía ante el futuro:

“En efecto, son muchas en nuestros tiempos las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de contradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no solo millones y millones de personas al margen del progreso, sino a vivir en condiciones muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana”

Sí, es la doctrina social de la Iglesia, tantas veces defendida por sus Pontífices, la que hacia hablar así a este anciano santo que se preguntaba, ya a las puertas de la muerte (Ibid):

 
 
 
“¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quien está condenado al analfabetismo; quien carece de asistencia médica más elemental; quien no tiene techo donde cobijarse?” Son preguntas comprometidas y comprometedoras que el Papa hubiera querido transformar en respuestas positivas de la sociedad, si aún hubiera tenido tiempo para ello, porque él se daba cuenta de la acuciante necesidad de responderlas con hechos positivos y sin engaños, porque como el aseguraba en su carta (Ibid):

“El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, el abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social…”


Palabras proféticas del Papa Juan Pablo II, el cual ya se encontraba gravemente enfermo y sufría con resignación y alegría la cruz de sus achaques y dolores. En realidad le quedaban ya muy pocos años para alcanzar la vida eterna; murió el 2 de abril de 2005, dejando a la Iglesia inmensamente apenada y agradecida por su labor incansable a favor de Cristo y su Mensaje salvador.

Como ejemplo aleccionador estamos recordando esta carta Apostólica del 2001 en la que también advertía a los católicos y a todos los hombres de buena voluntad que si el corazón de los seres humanos no se abría definitivamente al Mensaje Divino, el mundo tomaría derroteros imprevisibles hasta recorrer la senda del pecado. Concretamente él preguntaba (Ibid):

 
 
“¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitable y enemigas del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada a menudo con la pesadilla de las guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente los niños?” Preguntas todas esenciales que aún permanecen sin respuestas totalmente positivas por parte de la humanidad, por eso él aseguraba   ya en aquellos años que (Ibid):


“Muchas son las urgencias ante las cuales el espíritu cristiano no puede permanecer insensible…”

Su sucesor en la Silla de Pedro, el Papa Benedicto XVI (2005-2013), ha puesto fin a su Pontificado, por voluntad propia, con un balance muy positivo también para la Iglesia católica, abriendo grandes esperanzas al ecumenismo, bien entendido, y a la nueva evangelización.
No obstante los pecados de los hombres denunciados por los Papas de todos los tiempos siguen presentes, y aún acrecentados, en algunos casos, en este siglo XXI.

Las preguntas que surgen al respecto son ¿Cómo cambiar el corazón del hombre? ¿Cómo hacerle comprender que el pecado proviene del alma? Sí, porque todos los males de la humanidad, como nos dijo el Señor, provienen del interior del hombre, de su corazón, y mientras que no cambie éste, las sociedades seguirán cayendo una y otra vez en brazos del maligno.

 
 
 
Hay que llamar a las cosas por su nombre, no debemos olvidar jamás que el mal está instaurado en el mundo desde el mismo momento de la creación de los ángeles por Dios, estos seres puros destinados a dar gloria eterna al Creador y que sin embargo en un acto de soberbia se convirtieron en demonios. Desde entonces el maligno, por envidia al hombre, le instiga, le induce y le empuja hacia el mal, le engaña en definitiva, ocultándole incluso que pueden vencerle, que pueden vencer el pecado.
 
 

La clave para vencer el pecado está en la <contemplación del rostro de Jesús> y en dar <testimonio de los Evangelios>, tal como nos explicaba el Papa Juan Pablo II en su carta Apostólica <Novo Millennio Ineunde>:

“<Queremos ver a Jesús> (Jn 12, 21). Esta petición hecha al Apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este año jubilar.

 
 
Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientes, piden a los creyentes de hoy no solo <que les hablemos de Cristo>, sino  en cierto modo <que se lo hagamos ver> ¿Y no es quizá cometido  de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?


Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuéramos los primeros contempladores de su rostro”

La contemplación del rostro de Cristo implica el conocimiento profundo de su Palabra, de lo que de Él se dice en las Sagradas Escrituras,  esto es, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento y por supuesto de lo que la Tradición de la Iglesia, a través de los santo Padres, ha llegado hasta nosotros de su celestial Persona.

Precisamente como el Papa Juan Pablo II reconocía en su carta, la gran herencia que la experiencia jubilar dejaba era <la contemplación del rostro de Cristo> (Ibid):

“Contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, comparado como sentido de la historia y luz de nuestro camino…”

 
 
 
Y es que como decía San Jerónimo, el gran doctor de la Iglesia (332-420): “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo”


Además hay que tener en cuenta que como nos enseñaba Juan Pablo II (Ibid):

“En realidad los Evangelios no pretenden ser una biografía completa de Jesús, según los cánones de la ciencia histórica moderna. Sin embargo, de ellos <emerge el rostro del Nazareno con un fundamento histórico seguro>, pues los evangelistas se preocuparon de presentarlo, recogiendo testimonios fiables (Lc 1, 3) y trabajando sobre documentos sometidos al atento discernimiento…siempre bajo la iluminación del Espíritu Santo”


Por otra parte, los cristianos de hoy tenemos otra herramienta de trabajo fundamental para llegar a conocer en plenitud el rostro de Cristo y su mensaje, nos referimos al Catecismo de  Iglesia Católica, el cual tan encarecidamente nos ha recomendado el Papa Benedicto XVI que consultemos constantemente para aclarar nuestras dudas en cualquier tema relacionado con  la fe.

 
 
Fue tras el Concilio Vaticano II, más concretamente en el año 1985, cuando se convocó un Sínodo extraordinario de Obispos, en el que, según el Papa Juan Pablo II, se fraguó la iniciativa de presentar un nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, aunque algunos teólogos opinaron que en ese momento no era necesario, pues era una forma caduca de presentar la fe.


Pues bien, el tiempo ha dado la razón a aquellos otros que defendían la idea de que un nuevo Catecismo era una gran necesidad de la Iglesia, tal como manifestaba el Papa Juan Pablo II (Diálogo mantenido con el periodista Vittorio Massori. <Cruzando el umbral de la esperanza>. Círculo de lectores 1995):

“El Catecismo era indispensable para que toda la riqueza del magisterio de la Iglesia, después del Concilio Vaticano II, pudiera recibir una nueva síntesis, y en cierto sentido, una nueva orientación; sin el Catecismo de la Iglesia universal, esto hubiera sido inalcanzable.

Cada ambiente concreto, con base en este texto del magisterio, crearía sus propios catecismos según las necesidades locales.

En tiempo relativamente breve fue realizada esa gran síntesis; en ella, verdaderamente tomó parte toda la Iglesia. Particular merito debe reconocérsele al Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe.

El Catecismo, publicado en 1992, se convirtió en un best- seller  en el mercado mundial del libro, como confirmación de lo grande que era la demanda de este tipo de lectura, que a primera vista pudiera parecer impopular”


Ciertamente esto fue así al principio, la gente estaba deseosa de contar con este Catecismo, esperanzados como estaban de encontrar en él la solución rápida a todas sus dudas y problemas. Durante mucho tiempo el Catecismo se agotó en los puntos  de adquisición y fue necesario editarlo varias veces de nuevo, sin embargo  la sociedad estaba ya impregnada de todos los males de siglos anteriores pero aumentados; el modernismo, el laicismo, el agnosticismo y el gnosticismo, entre otras teorías más o menos heréticas, habían hecho mella en amplios sectores de la humanidad.

La lectura del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica fue perdiendo interés para una gran parte de personas, incluso, entre las que se reconocían creyentes. Parecía como si los mismos católicos estuvieran ya en posesión y conocimiento de toda la doctrina de la Iglesia y no necesitara de Catecismo alguno, y esto llegó a preocupar seriamente al propio Papa Benedicto XVI, que tanto había trabajado en su elaboración. Era una señal más de la crisis de fe que las comunidades cristianas estaban y están padeciendo en los últimos tiempos…

 
 
Ante esta situación, el Papa Benedicto XVI decidió convocar un <año de la fe>, recomendado así mismo la vuelta a la lectura detenida del Catecismo de la Iglesia Católica (Carta Apostólica en forma de <Motu proprio>. Dada en Roma el 10 de octubre de 2011:

“A la pregunta planteada por los que escuchaban al Señor ¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? (Jn 6,28), sabemos que Él respondió: <que creáis en el que Él ha enviado> (Jn 6, 29).

Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación…

A la luz de todo esto, he decidido convocar un <año de la fe>. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Cristo Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013.

En la fecha  del 11 de octubre de de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el Beato Papa Juan Pablo II, con la intención de ilustrar a todos los fieles en la fuerza y la belleza de la fe”


Hasta cinco veces más el Papa Benedicto nos recomienda la lectura del Catecismos de la Iglesia Católica en su Carta Apostólica, asegurando entre otras muchas cosas que:

“El Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe… la enseñanza  del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración…”

 
 
 
En efecto, remitiéndonos en concreto al tema del pecado del hombre y del duro combate que debe realizar, para combatirlo con constancia, podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (C.I.C 407 - 408):

-Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de San Juan: <el pecado mundial> (Jn 1, 29).
Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados del hombre.

-Esta situación dramática del mundo que <todo entero yace en poder del maligno> (I Jn 5, 19; IP 5, 8), hace de la vida del hombre un combate:
A través de toda la historia del hombre se extiende una dura  batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciado ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo (Gs 37, 2)

 
 
 
Recordaremos por último las reconfortantes  palabras del Papa San  Juan Pablo II a propósito de la acción defensora contra el pecado, del Espíritu Santo (Audiencia general de 24 de mayo 1989): “Cuando Jesús en el Cenáculo, la vigilia de su Pasión, anuncia la venida del Espíritu Santo, se expresa de la siguiente manera: <El Padre os dará otro Paráclito>. Con estas palabras se pone de relieve que el propio Cristo  es el primer Paráclito, y que la acción del Espíritu Santo será semejante a la que Él ha realizado, constituyendo  casi su prolongación.


Jesucristo, efectivamente, era el <defensor> y continúa siéndolo. El mismo Juan lo dirá en su primera Carta: <Si alguno peca, tenemos a uno que abogue (Parakletos) ante el Padre, a Jesucristo, el Justo> (I Jn 2, 1).

El abogado defensor es aquel que poniéndose de parte de los que son culpables, debido a los pecados cometidos, los defiende del castigo merecido por sus pecados, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es precisamente lo que ha realizado Cristo. Y el Espíritu Santo es llamado <Paráclito>, porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha liberado del pecado y de la muerte eterna”