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sábado, 28 de octubre de 2017

JESÚS Y LA INDISOLUBILIDAD DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO (II)


 
 
 
 
 
 


Ocurre, sin embargo, que muchos hombres, dando al olvido la divina obra de dicha reconstrucción, o desconocen por completo la santidad excelsa del matrimonio cristiano, o la niegan descaradamente, o la conculcan, apoyándose en falsos principios de una nueva y perversísima moralidad.
Contra estos perniciosos errores y depravadas costumbres, que ya han comenzado a cundir entre los fieles, haciendo esfuerzos solapados por introducirse profundamente, creemos que es Nuestro deber, en función de nuestro oficio de Vicario de Cristo en la tierra y de supremo Pastor y Maestro, levantar la voz, a fin de alejar de los emponzoñados pastos y, en cuanto está de nuestra parte, conservar inmunes a las ovejas que nos han sido encomendadas…”
 
 
 
 
Son las palabras sinceras y condolidas del Papa Pío XI al justificar su Carta Encíclica <Casti Connubii>, sobre el matrimonio cristiano, dada en Roma un 31 de diciembre del año 1930.


Escribiendo esta Encíclica pretendía el Pontífice, como él mismo reconoce en ella, seguir los pasos de su antecesor en la silla de Pedro, el Papa León XIII, tomando como referencia la Carta Encíclica de éste: <Arcanum Divinae Sepientiae> que vio la luz un 10 de febrero de 1880. Habían pasado solamente 50 años y ya se habían cumplido los peores presagios  que este santo varón había anunciado sobre el sacramento del matrimonio de acuerdo con los derroteros tomados por la  la sociedad que le tocó vivir, muy perniciosa y dañina.

Pío XI, así lo declara en su Encíclica <Casti Connubii>: Por requerimiento de circunstancias y exigencias de su tiempo, similares a la de otras épocas, deseaba demostrar que todo lo dicho por su antecesor no había caído en desuso, sino que conservaba plenamente su vigor.
Él por tanto, aseguraba, que sólo trataría de ampliar algunos puntos de aquella carta con idea de concienciar mejor a su grey sobre el hecho irrevocable de la belleza e indisolubilidad del Sacramento del matrimonio.
Y lo logró, en parte, porque ayudó mucho a los matrimonios y a las parejas de jóvenes que pretendían unirse bajo la bendición de la Iglesia de Cristo… pero pasado el tiempo, de nuevo la sociedad recayó en el olvido de Dios y los Papas posteriores a este Pontífice de principios del siglo XX, tuvieron que recordar la dignidad sacramental y la perpetua estabilidad (indisolubilidad), del matrimonio cristiano a los hombres de su tiempo, y ha seguido así hasta nuestros días.
 
 
 
 
Hay tenemos,  por ejemplo, las enseñanzas del Papa Juan XXIII en su discurso a los miembros de la Sagrada Rota Romana. Concretamente nos referimos al año 1960; <el Papa bueno>, se encontraba muy preocupado por la actitud de algunos sectores de la sociedad de su tiempo respecto al Sacramento del matrimonio, por lo que  llegaba a expresarse en los términos siguientes:


“Sin duda, en nuestros días, hay algo que insensiblemente hace peligrar la institución familiar y aumentar asechanzas que la debilitan, y esto de un modo más insistente, seductor e insidioso que en el pasado.
La Iglesia no cesa nunca de dar la voz de alarma fuerte a las peligrosas conclusiones de la conciencia individual y colectiva  en este tan delicado terreno y tan preñado de consecuencias para la vida social.
Las encíclicas, documentos, y discursos de nuestros Predecesores, demuestran la maternal y deferente preocupación de la Iglesia.

Tampoco hoy falta a su misión, que recibió del mismo Cristo. Ella continúa y propaga cada vez mejor y más perfectamente su magisterio, siempre adaptado, aunque severo…
En las familias queda lo más admirable de la estrecha cooperación del hombre con Dios: las dos personas humanas, creadas a imagen y semejanza divina, están llamadas no sólo al gran deber de continuar y profesar la obra creadora, dando la vida física a nuevos seres, a quienes el Espíritu infunde el poderoso principio de la vida inmortal, sino también el más noble oficio, que perfecciona al primero, de la educación civil y cristiana de la prole.
Semejante firme convicción, basada en una verdad tan profunda, es suficiente para asegurar a toda unión matrimonial la estabilidad de su vínculo… y hacer conscientes a los padres de la responsabilidad que asumen ante Dios y los hombres”

 
 
 
 
Pasado el tiempo, en 1961, las cosas apenas habían variado en cuanto a la percepción que la sociedad del siglo XX tenía del Sacramento del matrimonio, por el cual el Papa Juan XXIII seguía estando, lógicamente muy preocupado y esto de nuevo se puede constatar en su discurso durante la <Inauguración del año nupcial de la Rota Romana>.


“Paternales preocupaciones rigen el corazón del Pastor universal. Os las contamos con sencillez y sin ambages…
Al tutelar con preocupación celosa la indisolubilidad del vínculo y la santidad del Sacramento del matrimonio, la Iglesia defiende un derecho, no sólo eclesiástico y civil, sino sobre todo natural y divino…
No se trata, pues de prescripciones y normas que componen las circunstancias, y que el curso de las generaciones puede cambiar, fuera de la voluntad divina, del orden tangible establecido por Dios mismo como salvaguardo del primer núcleo fundamental de la sociedad civil (el formado por el hombre y la mujer en Sagrado matrimonio).

 
 
Se trata de la ley divina primordial, que en la plenitud de los tiempos, la palabra de Cristo (Pero al principio no fue así…) (Mt 19,8), ha llevado en su integridad genuina…Por tanto, es necesario,  que la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio sea conocida y difundida en todas las formas…La razón de todo lo que hemos dicho es una sola. Se trata del motor de toda la acción espiritual de la Iglesia en el tiempo,  de la salvación de las almas.


Su corazón de madre la lleva a actuar y a decidir por el bien de todos sus hijos. Y este es el espíritu que conforma la acción de los tribunales de la Iglesia y, por consiguiente, del juez eclesiástico, del defensor del vínculo matrimonial, como del promotor de la justicia y de los abogados.
Es <ministerium veritatis>, porque tiende primeramente a la salvación del alma de aquel que tiene necesidad de estos tribunales…
Sí, la Iglesia mira siempre por la salvación eterna de todos, también cuando limita el derecho del acusado, y cuando emite una sentencia de culpabilidad; al cónyuge jamás se le sustraen los medios para huir del peligro de la <condenación eterna>…”


Desgraciadamente estas sinceras palabras del <Papa bueno> cayeron como vulgarmente se dice en <saco roto>, para muchas parejas que habían contraído el Sacramento del Matrimonio y desearon, y pusieron en marcha el nefasto divorcio, creyendo que así se rompía el vínculo matrimonial definitivamente, siendo así, que esto es imposible porque el Sacramento instituido por Cristo es indisoluble y sólo es posible romperlo cuando  éste se declare <nulo> por la Iglesia.

El Papa Juan XXIII (Augusto Giuseppe Roncali) (1958-1965), a sus 72 años, era  Patriarca de Venecia, luego de haber ocupado algunos puestos diplomáticos de la Iglesia en Bulgaria y en Turquía, que le aportaron información sobre las Iglesias Orientales y el Islán. Hombre paciente y sobre todo caritativo, se preocupó desde el primer momento por la crisis que abatía  entonces a la sociedad, en particular a las familias, tanto de Oriente como de Occidente.
 
 
 
 
Entre todas las cosas buenas que hizo este Pontífice por la Iglesia queremos destacar el hecho de nombrar Cardenal al arzobispo Montini, que llegaría a ser, a su muerte, el Papa Pablo VI, al cual las familias cristianas también, le deberían estar eternamente agradecidas, por su Carta Encíclica <Humanae Vitae>.
Pablo VI (Giovani Battista Montini) (1963-1978) nada más ocupar la silla de Pedro, se encontró con el deber de continuar las sesiones pendientes del Concilio Vaticano II, en las que se trató de actualizar el Mensaje de la Iglesia al siglo XX, pero sin anular para nada el Mensaje de Cristo...


La cosa no era fácil, porque había cuestiones candentes como la indisolubilidad del Sacramento del matrimonio que habría que tratar con mucho cuidado y respeto a las partes afectadas.
 
 


 Nos preguntamos si esto no es un indicio que, juntamente con otros muchos, puede explicar la postura tan ligera, tan superficial, cuando no de irreverencia manifiesta, con respeto a la institución matrimonial, pacto insoluble, elevado a la dignidad de Sacramento por Cristo, en bien de las familias humanas (al asistir a las bodas de Canaán y realizar allí su primer milagro).

 
 



Es verdad que a la difusión de peligrosas concepciones y posturas erróneas, han contribuido en diversa medida, los estímulos incitantes, y con frecuencia perversos, de cierta literatura, de cierta prensa y de ciertos espectáculos.
También es verdad que estos estímulos encuentran una resistencia más débil, que en otros tiempos, en el santuario de las familias.

También es de considerar que algunos afrontan el matrimonio con mucha ligereza, sin la debida preparación psicológica, espiritual, religiosa, rebajando de esta forma, sustancia tan sagrada, y solemne, a la condición de experiencia humillante, de aventura peligrosa, cuando no de terrible naufragio”

 
 
 
Ciertamente, como advertía este gran teólogo y Pastor de la Iglesia,  el punto central sobre el que se apoya el ataque a la indisolubilidad del Sacramento del matrimonio, se encuentra en la <relajación de la conciencia>, hasta llegar a lo que se ha dado en llamar <Conciencia errónea>, de la que el Papa Benedicto XVI tanto ha hablado a su grey (El elogio de la Conciencia. La Verdad interroga al corazón. Ediciones Palabra. S.A. 2010):


“La identificación de la conciencia con la conciencia superficial (Conciencia errónea), la reducción del hombre a su subjetividad, no libera en absoluto, sino que esclaviza. Nos hace totalmente dependientes de las opiniones dominantes y rebaja también día a día el nivel de estas últimas. Quien equipara la conciencia a las convicciones superficiales, la identifica con una seguridad pseudo-racional, entretejida de antojos, conformismo y pereza…
La conciencia se degrada a la condición de mecanismo exculpatorio, en lugar de representar previamente la transparencia del sujeto para lo divino y, por tanto también la dignidad y la grandeza específica del hombre.
La reducción de la conciencia a la certera subjetiva significa al mismo tiempo la renuncia a la verdad”
 
 
 
 
Si, una conciencia laxa, una conciencia adormecida por  ejemplos vitales perniciosos, puede inducir a la creencia de  que es un error tratar de salvar la indisolubilidad de la Sagrada unión entre hombre y mujer, a pesar de saber que con ello se produce un grave daño a la pareja y en particular a los hijos, frutos de su unión sacramental.

 
 
 
 
 
 
Así lo reconocía con anterioridad, también, el Papa Pablo VI (Ibid): “El punto central de la cuestión está aquí precisamente, en la relajación de la conciencia, que hay que revitalizar con la colaboración juiciosa y eficaz de cuantos pueden aún influir en ella con la palabra y con el ejemplo. Es del todo ineludible, pues, llamar poderosamente la atención sobre la preeminencia de los valores morales, especialmente en las jóvenes generaciones, que han de estar preparadas para formar una familia con una sólida conciencia moral. Deben saber que la formación de la conciencia supone un armonioso equilibrio de naturaleza y de gracia.


En efecto, la conciencia exige rectitud y equilibrio, juicio y claridad de propósitos, fuerza en las decisiones y una pureza diamantina, que ante las grandes y sagradas leyes de la vida, brille limpia de todo compromiso, de toda bajeza y mezquindad.
Estas son las dotes naturales, recursos del hombre para su esfuerzo ascético de perfección, aunque la herida del pecado original lo pueda debilitar en las constantes prácticas del bien.

 
 
 
 
Pero cuando la gracia divina se injerta en la naturaleza, y la virtud redentora de Cristo, por medio de los Sacramentos, transforma profundamente el alma humana, obtenemos nuevos y sólidos fundamentos para la conciencia moral…”


Desde que Pablo VI pronunciara este importante discurso, el tiempo se ha encargado en darle la razón en gran medida, porque muchos  hombres y mujeres  no han querido escuchar sus razonamientos, a pesar de que la Iglesia ha manifestado con mucha frecuencia la conformidad con estas palabras.
No obstante, nuestro actual Pontífice, el Papa Francisco, siguiendo en la misma línea de sus antecesores en la Silla de Pedro, es optimista respecto al futuro de este Sacramento y por tanto respecto al futuro de las familias y ello es consolador para muchas personas que sufren en la actualidad, el resultado de las tendencias sociales  con respecto al sacramento del matrimonio.

 
 
 
 
Ello se puede apreciar claramente en la Exhortación Apostólica Postsinodal, <Amores Laetitia>, dada en Roma el 19 de marzo de 2016 (Cuarto del Pontificado), especialmente cuando el Papa Francisco da gracias al Señor porque muchas familias viven en el amor y siguen adelante, aunque caigan muchas veces  a lo largo del transcurrir de la vida:


“Doy gracias a Dios porque muchas familias, que están lejos de considerarse perfectos, viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante, aunque caigan muchas veces a lo largo del camino. A partir de las reflexiones sinodales no queda un estereotipo de la familia ideal, sino un interpelante formado por tantas realidades diferentes, colmadas de gozos, dramas y sueños. Las realidades que nos preocupan son desafíos. No caigamos en la trampa de despertarnos en lamentos autodefensivos, en lugar de despertar en creatividad misionera. En todas las situaciones
<la Iglesia siente la necesidad de decir una palabra de virtud y esperanza…
Los grandes valores del matrimonio y de la familia cristiana corresponden a la búsqueda que impregna la existencia humana (Conf. Episcopal de Colombia  de febrero de 2003)>”