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sábado, 7 de noviembre de 2015

LO ESENCIAL DEL PODER DE DIOS ES AMOR: NUESTRA ESPERANZA


 
 
 
 
 
 
 
El Papa Benedicto XVI, cuando aún era el Cardenal Joseph Ratzinger, concretamente en el año 1987, pronunció una conferencia a sacerdotes y colaboradores con motivo de un encuentro de católicos en Dresde, en la se pronunció sobre <El poder de Dios>, aquel trabajo le sirvió  posteriormente para desarrollar un estudio muy interesante sobre este importante tema en uno de los capítulos de su libro: “Un canto nuevo para el Señor” (Ed. Sígueme. Salamanca 2011). En dicho libro y, en particular, en el apartado titulado: <El Poder de Dios, Esperanza nuestra>, entre otras muchas cuestiones, asegura sobre el Poder de Dios como esperanza de la Iglesia que: “Se trataría siempre, en definitiva, de interpretar lo que es el amor. Porque lo esencial del poder de Dios es amor; por eso, éste poder siempre es la esperanza de todos nosotros.



Puede ocurrir que el sacerdote y la propia Iglesia interfieran la aparición de este poder y esta esperanza. Es la culpa que confesamos, y debemos pedir al Señor fuerzas para superarla. Pero Dios es el más fuerte. Él no le retira la potestad a la Iglesia. Y esta potestad que llega a nosotros en la Palabra y el Sacramento es también hoy luz que nos ilumina, esperanza que da vida y futuro”

 
 
Sí, lo esencial del poder de Dios es su Amor- Misericordia, los antiguos lo sabían bien y por ello, lo ensalzaban en sus oraciones, por ejemplo, en hermosos Salmos como  el 117 (116); se trata de un cántico en el que se nos invita a alabar al Señor y nos aclara el motivo para hacerlo: “¡Aleluya! /Alabad al Señor todas las naciones /Aclamadlo todos los pueblos/Porque firme es con nosotros su /misericordia, /la fidelidad del Señor permanece para siempre”


Los antiguos no desdeñaban el Poder de Dios, por el contrario sabían que era muy bueno dar gracias al Señor, todo lo contrario de lo que hoy día suele suceder, y así nos va... Ellos en el hermoso  Salmo 92(91), entre otras cosas proclamaban: “¡Qué bueno es dar gracias al Señor, /y cantar en tu honor, Altísimo! /Publicar tu amor por la mañana, /y tu fidelidad en las vigilias de la noche…/Tú me alegras, Señor, con tus acciones / y canto jubiloso por la obra de tu mano” 

 
El amor del Señor es infinito, su misericordia es firme con el hombre y su fidelidad permanece para siempre, por eso, como aseguraba Benedicto XVI, <no le retira la potestad a su Iglesia>, que sigue evangelizando a los hombres, a través de la Palabra y de los Sacramentos que en su día instituyó Jesucristo.
Los cuatro evangelistas nos transmiten estas verdades inequívocas e inestimables, a través del Mensaje de Cristo y de sus milagros-signos, pero es sin duda el Apóstol San Juan, aquel que durante la Última Cena del Señor, reposó sobre su pecho, el que tuvo el privilegio de comprender en toda su extensión, la infinitud del amor que el corazón de Jesús albergaba.

 
 
En la época en la que San Juan realizaba su misión  evangelizadora, entre los mismos discípulos de Cristo había comenzado a surgir  increyentes, y entre ellos y como figura principal por su categoría intelectual, que no moral, se encontraba un personaje tristemente célebre llamado Cerinto. Este hombre rebajaba torpemente la figura de nuestro Salvador, y su doctrina estaba llena de herejías y aberraciones sobre el Mensaje de Cristo. Por esta razón el apóstol San Juan se alzó contra sus patrañas afirmando que esta persona se encontraba en manos de Satanás cuando se atrevía a enseñar tantas mentiras.


La Primera Carta de San Juan es más bien un mensaje y un testimonio de Dios; el evangelista se remonta a las supremas categorías de la verdad, de la vida y del amor. Él en su epístola nos informa de que no menos que la verdad, el amor es luz. Dios es luz, y luz también su revelación y sus mandamientos; quien camina hacia esta luz, se salvará. Precisamente en la tercera parte de su carta, nos dice que <Dios es amor>, que <el amor nace de Dios> (I Jn 4, 7-10): "Carísimos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios; y todo el que ama, de Dios, ha nacido y conoce a Dios / Quien no ama no conoció a Dios, porque Dios es amor / Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo unigénito, para que vivamos por él / En esto está el amor: no que nosotros hubiéramos amado a Dios, sino que Él nos amó a nosotros y envió al Hijo suyo, para librarnos de nuestros pecados"

 
 
 
El Papa Benedicto XVI al comentar el hermoso contenido de esta primera carta del Apóstol San Juan, asegura que <Hemos creído en el amor> y que <El amor se aprende> (Papa Benedicto XVI, Ed. Romana S.L. 2012): “Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él (I Jn 4,16). Esta palabra de la Primera Carta de San Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: <nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él>.


<Hemos creído en el amor de Dios>: así debe expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: <Tanto amó dio Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito para que todos los que creen en Él, tengan vida eterna>.

La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, como bien se sabe, comprenden el núcleo de su existencia: <escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno/ Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas> (Dt 6,4-5).

 
 
 
Jesús haciendo de ambos versículos, un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: <Amarás a tu prójimo como a ti mismo> (Lc 19, 18; Mc 12,29-31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (I Jn 4,10), Ahora el amor no es sólo un mandamiento sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro”
El Papa Benedicto XVI es un gran teólogo, no cabe duda, y sobre todo un pastor que ama a sus ovejas en imitación de Jesús, nos ayuda siempre a comprender los misterios del Mensaje de Cristo, predicado por sus apóstoles, como en este caso, enseñándonos la grandeza del amor de Dios, dando respuesta a la pregunta: ¿Qué es lo esencial del poder de Dios?


La palabra <poder>, como razona el Papa, tiene algo de fascinante para el ser humano, pero también algo de amenazante. El deseo de poder, de disponer de nuestras vidas y de nuestras cosas, que necesitamos para ello, late en el interior de toda persona. Es el deseo, a veces incontenible, de la libertad a ultranza. Muchas veces como nos recuerda el Papa, este poder sale a nuestro encuentro, pero otras veces, en mayor medida, se encuentra en  manos ajenas a nosotros. Este poder puede suponer, algunas veces, una amenaza para el individuo, cuando es mal utilizado, al menos así sucede muchas veces, en nuestros días, llegando a ser totalmente incontrolable.

El siglo XXI, como los anteriores, tras las dos primeras guerras mundiales, no está siendo amable ni acogedor para los seres humanos, son muchos los peligros que les acechan y que provienen siempre de la mano y de la acción del hombre, que se deja embaucar por el poder del príncipe de las tinieblas,  con el grave peligro que esto conlleva. En cambio el poder de Dios no es una amenaza, sino una esperanza, porque el poder de Dios está basado en el Amor-Misericordia (Papa Benedicto XVI, Ibid): “Es un poder basado en el amor, es la potencialidad del amor. Es un poder que nos remite desde lo palpable y visible a lo invisible y verdaderamente real, que es el amor poderoso de Dios. Es un poder que es el camino, que tiene como objetivo llevar al hombre hacia la trascendencia del amor… La Iglesia participa de la potestad de Jesús, y todos sus poderes son participación en esa potestad, que es su medida y esencia”

 
 
 
El apóstol San Juan,  el apóstol que descansó sobre el pecho del Señor, narró en su Evangelio que durante la Última Cena, el Jesús confortó a sus apóstoles, con éstas palabras (Jn 14, 1-4): "No se turbe, vuestro corazón ¿Creéis en Dios? También en mí creed / En la casa de mi Padre, hay muchas moradas: Que si no, os lo hubiera dicho, pues voy a prepararos lugar / Y si me fuera y os preparare lugar otra vez vuelvo y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros / Y a donde yo voy, ya sabéis el camino"


El Señor, una vez más, está pidiendo a sus apóstoles fe, fe en su amor y por tanto, fe en Dios cuando ya se aproximaba el momento de su Pasión, Muerte y Resurrección. Tomás uno de los Doce estaba inquieto, tenía fe en su Maestro, pero quería escuchar de sus propios labios, la respuesta a una duda que se le había presentado, respecto al camino que debían seguir para poder llegar a la morada que Él les había dicho iba a prepararles (Jn 14, 5-11): "Tomás le dijo: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿Cómo podremos saber el camino? / Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Le respondió Jesús. Nadie va al Padre si no es a través de mí / Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto / Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre y nos vasta / Felipe – le contestó Jesús- , ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? / ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí, realiza sus obras"

 
 
 
 
Verdaderamente Jesús tenía razón, el que le conoce a Él, conoce a Dios. Toda la vida de Cristo viene a recordarnos al Padre con sus palabras y sus obras, con su sufrimiento y su muerte en la Cruz por la salvación de los hombres. La respuesta del Señor es muy clara, fuera de Él no hay sino mentira y muerte, no hay camino hacia la salvación. Con razón el Beato Tomás de Kempis, en su libro <Imitación de la vida de Cristo> nos habló de la esperanza y confianza en el amor y misericordia de Dios con éstas palabras: “Donde tú, Señor, estás, allí es el cielo y donde no, es muerte e infierno… Tú eres mi esperanza, tú mi confianza, tú mi consolador y mi amigo fiel en todas las cosas… “


En efecto, Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre, tal como asegura el Papa Francisco en la <Bula de convocatoria del Jubileo Extraordinario de la Misericordia>: “El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, rico de misericordia, después de haber revelado su nombre a Moisés, como <Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y pródigo en amor y fidelidad> (Ex 34, 6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia, su naturaleza divina. En la <plenitud de los tiempos> (Gal 4,4) cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo, nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien le vea a Él, ve al Padre (Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona  reveló la misericordia de Dios”

<El que me ha visto a mí ha visto al Padre> fue la respuesta de Jesús cuando Felipe, uno de sus apóstoles le rogó que les mostrara al Padre, porque así creería en su palabra (Jn 14,9). De esta forma revelaba Jesús su identidad con el Padre cuando ya faltaba poco tiempo para su Pasión y Muerte.

 
 
 
 
También el Papa San Juan Pablo II, recuerda este versículo del Evangelio de San Juan, concretamente en su Carta Encíclica <Dives in Misericordia>, dada en Roma el 30 de noviembre de 1980 asegurando que esta afirmación de Jesús es especialmente importante porque revela el <Poder esencial de Dios>, como <Padre del Amor- Misericordia>: “Revelada en Cristo, la verdad de Dios,  como <Padre de la Misericordia> nos permite verlo especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad. Debido a esto, en la situación actual de la Iglesia y del mundo muchos hombres y muchos ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi espontáneamente, a la misericordia de Dios. Ellos son ciertamente impulsados a hacerlo por Cristo mismo, el cual, mediante su Espíritu, actúa en lo íntimo de los corazones humanos. En efecto revelado por Él el misterio de Dios <Padre de la misericordia> constituye, en el contexto de las actuales amenazas contra el hombre como una llamada singular dirigida a la Iglesia”.

Han pasado más de treinta años desde que este Papa santo escribió la Encíclica que acabamos de recordar, tan importante en su momento, como lo es aún en la actualidad; según dejan translucir sus palabras él la escribió con la intención y el deseo de acoger esta llamada singular de la Iglesia, recurriendo al lenguaje eterno e incomparable por su sencillez y profundidad de la revelación y de la fe, para expresar, precisamente con él, una vez más, ante Dios y ante los hombres, las grandes dificultades de nuestro tiempo.

 
 
 
Han pasado bastantes años y, ya estamos en un nuevo siglo, pero los problemas y peligros mortales para el hombre no han menguado, quizás haya sido todo lo contrario… Sólo tenemos que recordar algunas de las pavorosas noticias sobre confrontaciones armadas vigentes en estos momentos en distintas partes de nuestro sufrido planeta, algunas de las cuáles han dado lugar a la  tumultuosa y humillante emigración de hombres, mujeres y niños, que huyen desde sus Países hacia Occidente, con idea de encontrar allí una vida nueva;  situación sin embargo, a la que no se le acaba de ver una salida factible y humanitaria por parte de las naciones implicadas, para una posible acogida mayoritaria de estos seres humanos tan desgraciados...


Ante situaciones como estas, es inevitable recordar de nuevo las reflexiones del Papa San Juan Pablo II, el cual en su Carta Encíclica aseguraba que la llamada del Amor- Misericordia de Cristo sería como un bálsamo para los hombres de los siglos venideros, que los conduciría por el camino de la verdad y la vida y no por el camino de las luchas armadas, del desamor y de la traición hacia los semejantes...

 
 
 
 
La respuesta a esta reflexión, la tenemos ante la vista, por eso  nuestro actual Papa, Francisco, profundo admirador de sus predecesores en la Silla de Pedro, se ha sentido llamado a concienciar también a los hombres del siglo XXI con estas mismas enseñanzas, destacando una vez más, el hecho de que el mayor Poder de Dios, es su Amor-Misericordia.El Papa Francisco asegura, en la Bula de Convocatoria del Jubileo de la Misericordia, para el año Santo que se abrirá el 8 de diciembre del presente año 2015 (Misericordiae Vultus), coincidiendo con la celebración de la Inmaculada Concepción, que: “Siempre tenemos necesidad de contemplar el Misterio de la Misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad, de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: Es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: Es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro.

En dicha carta, con un tono apocalíptico, tal como la situación requería analizó detenidamente las posibles causas de una confrontación bélica que ya había estallado y que resultó ser verdaderamente terrible para la humanidad. El Papa habla de la conciencia humana que conduce a la lucha de clases, al desprecio de la autoridad divina, al rechazo del Evangelio de Cristo, al alejamiento de la Santa Madre Iglesia y, todo ello, por supuesto, gracias a la manipulación de las personas, especialmente de las más jóvenes... ¿Acaso no nos suena todo esto como muy conocido y posible dentro de nuestro recién estrenado siglo XXI?

El hombre no ha aprendido demasiado de sus pasados errores, tras dos guerras mundiales y otros numerosos conflictos armados que han minado y aún minan las entrañas de todos los pueblos de la tierra, las cosas no han mejorado en el sentido que Jesús hubiera deseado...
Recordemos al respecto que este mismo Papa en su Carta Encíclica <Pacem Dei Munus>, recordaba a todos los creyentes, que el don de la caridad, el don del Amor-Misericordia, es el bien más necesario para conseguir la paz mundial, tal como Jesucristo nos enseñaba con su precepto de la <caridad fraternal>, resumen y consecuencia de todos los restantes preceptos de la Ley de Dios:


 
 
“El mismo Jesucristo lo llamaba nuevo y suyo, y quiso que fuera como el carácter distintivo de los cristianos, que los distinguiese fácilmente de todos los demás hombres, fue este precepto el que, al morir, otorgó a sus discípulos como testamento, pidiéndoles que se amaran mutuamente y con éste amor procuraran imitar aquella inefable unidad que existe entre las divinas Personas, en el seno de la Santísima Trinidad"

 
 
Como años más tarde, diría el Papa Benedicto XVI el  poder Amor-Misericordia de Dios, es el poder de Jesucristo, en definitiva, el poder que emana de la unión de la voluntad entre Jesús y el Padre, y por eso, tiene su anclaje supremo en el Amor. Algunos sin embargo todavía se preguntaran: ¿Tiene Dios poder en el mundo y es este poder una esperanza para el hombre?

 
 
La respuesta al respecto del Papa es clara (Un Canto nuevo para el Señor. Papa Benedicto XVI. Ediciones Sígueme. Salamanca 2011): “Debemos señalar primero que hay un tipo de poder, el más conocido para nosotros, que se enfrenta a Dios, intenta pasar de Él e incluso excluirlo. La esencia de este poder consiste en convertir lo otro y al otro en simple objeto, en mera función y tomarlo al servicio de la propia voluntad. No considera lo otro y al otro como realidades vivas con sus propios derechos, cuyo ser, yo no puede atropellar; los trata como función, como piezas de la máquina, como algo muerto. Tal poder, es en definitiva, poder de muerte y somete también inexorablemente al que lo utiliza a las leyes de la muerte y lo muerto; la ley que impone a los otros pasa a ser ley propia.

Se cumple así la palabra de Dios a Adán: <Si comes de este fruto, morirás> (Gen 2,17) No puede ser de otro modo cuando se entiende el poder como lo contrario de la obediencia, ya que el hombre no es dueño del ser, aunque a nivel macroscópico puede descomponerlo como una máquina y montarlo de nuevo. El ser humano no puede vivir contra el ser, y cuando lo intenta, cae bajo el poder de la mentira, del no –ser-, de la apariencia de ser y, en consecuencia, bajo el poder de la muerte. Este poder puede ser muy tentador y actuar de forma impresionante. Sus éxitos son temporales, pero esta temporalidad puede durar mucho y deslumbrar a la persona que vive al día. Este poder no es el auténtico ni real. El poder que reside en el ser es más fuerte; el que opta por él, tiene más posibilidades.

 
 
 
Pero el poder del ser no es un poder propio; es el poder del Creador. Y del Creador sabemos por la fe que no sólo es la verdad sino también el amor, y que ambas cosas no pueden separarse. El poder que Dios tiene en el mundo es el mismo que tienen la verdad y el amor. Esto podría sonar a frase melancólica si sólo consideramos del mundo lo que podemos divisar en el ámbito de nuestra vida y de nuestras experiencias; pero desde la nueva experiencia que Dios nos brindó en Jesucristo –experiencia consigo mismo y con el mundo- es una frase llena de esperanza. Porque ahora podemos también invertir la frase: La verdad y el amor se identifican con el poder de Dios, porque Él, además de poseer verdad y amor, es ambas cosas.

Verdad y amor son el verdadero y definitivo poder en el mundo. Aquí estriba la esperanza de la Iglesia y aquí descansa la esperanza de los cristianos. O digamos más exactamente que, por eso, la existencia cristiana es esperanza. A la Iglesia se le puede despojar en este mundo; puede sufrir grandes y dolorosos fracasos. Hay siempre en ella muchas cosas que la alejan de lo que ella es auténticamente. De esto auténtico la despojan constantemente; pero ella no se hunde, al contrario, así aparece lo propio en forma nueva y cobra una fuerza renovada. La nave de la Iglesia es la nave de la esperanza. Podemos embarcar en ella confiados. El dueño del mundo la pilota y protege”

 
 
 
 
 
El Papa Francisco es el enviado de Dios que ahora conduce esa nave de la esperanza, bajo el auxilio inestimable del Espíritu Santo, por eso, ante la situación  del siglo XXI, ha convocado el <Jubileo Extraordinario de la Misericordia> que tendrá lugar en la Diócesis de Roma, desde el 8 de diciembre de este año 2015 (Solemnidad de la Inmaculada Concepción), hasta el 20 de noviembre del año 2016 (Solemnidad de Cristo Rey del Universo), instándonos a vivirlo a la luz de la Palabra del Señor: Misericordiosos como el Padre (Lc 6,36). Es un programa de  vida, <tan comprometedor como rico en alegría y paz> Si nos atrevemos a vivirlo así, si nos atrevemos a escuchar la voz de Jesús y su Mensaje, recuperaremos, como asegura. el Papa Francisco, el <valor del silencio para meditar la Palabra que nos dirige Dios. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida>.  

 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 2 de noviembre de 2015

JESÚS Y SUS APÓSTOLES SIMÓN Y JUDAS TADEO



 
 


El 28 de octubre celebra la Iglesia la fiesta de los Santos Apóstoles Simón y Judas Tadeo. Los nombres de estos dos santos tienen el mismo significado (en hebreo uno y en siriaco el otro), esto es: <Confesión>,  y en verdad que ambos discípulos del Señor hicieron honor a su nombre confesando la fe de Cristo hasta las últimas consecuencias con sus muertes por martirio.

Narra el apóstol san Juan, en su Evangelio, que durante la manifestación de Jesús como Mesías e Hijo de Dios, lavó los pies a sus discípulos, anunció la traición de Judas Iscariote, reveló al Padre y la Promesa del Espírito Santo y fue precisamente entonces cuando Judas, no el Iscariote, le dijo a Jesús:

"¿Señor,  y qué ha pasado para que tú te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo? (Jn 14, 22)

Y a esta pregunta Él le contestó (Jn 14, 23-24):

"Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él / El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que escucháis no es mía sino del Padre que me ha enviado" 



El Papa Benedicto XVI que dedicó una Audiencia General a la presentación de los apóstoles, Judas Tadeo y de Simón Cananeo (Ciudad de Vaticano 11 de octubre de 2006), se manifestó en los siguientes términos respecto a la pregunta del primero al Señor (Jn 14, 18-24):  

“Es una pregunta de gran actualidad, que también nosotros le preguntamos al Señor ¿Por qué no se ha manifestado el Resucitado en toda su gloria a los adversarios para mostrar que el vencedor es Dios? ¿Por qué sólo se ha manifestado a sus discípulos? La respuesta del Señor es misteriosa y profunda. El Señor dice <Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él>. Esto quiere decir que el Resucitado tiene que ser visto y percibido en el corazón, de manera que Dios puede hacer morada en nosotros. El Señor no se presenta como una cosa. Él quiere entrar en nuestra vida y por ello su manifestación implica y presupone un corazón abierto. Sólo así vemos al Resucitado”

 
Jesús, en efecto, se manifestó a sus discípulos, no sólo por sus apariciones después de su Resurrección, sino además, porque constantemente estuvo con ellos, en esa experiencia única e intima que todo hombre siente cuando sabe que el Señor está cerca de él. Todos los hombres de buena voluntad pueden experimentar de igual forma que aquellos primeros discípulos que siguieron a Jesús, la presencia del divino Maestro sobre todo cuando evangelizan a los pueblos y con ello se evangelizan así mismos, con la ayuda inestimable del Espíritu Santo y el patrocinio de la Virgen María.


Las vidas y las obras de los Apóstoles Simón el Cananeo y Judas Tadeo, transcurrieron de forma paralela, pero muy cercanas, y por eso entre otros motivos, la Iglesia de Occidente celebra de forma conjunta la festividad de estos dos santos.
Muchos hagiógrafos, incluso llegan a insinuar que Simón Cananeo y Judas Tadeo eran hermanos, pero lo cierto es que no existe una base coherente para aceptar este hecho.
En los Evangelios se les nombra en la lista de los Doce, siempre juntos (Mt 10,4; Mc 3,18; Lc 6,15) y en los Hechos de los Apóstoles, también San Lucas los nombra así (Hech 1,13), esto no quiere decir, sin embargo, que fueran necesariamente hermanos como algunas veces se ha sugerido, pero sin duda ambos eran parientes cercanos del Señor.
 
 



Concretamente, Judas Tadeo se sabe que era hermano de Santiago <el Menor>, el que fuera Obispo de Jerusalén cuando Pedro tuvo que <marchar a otro lugar>, y ambos eran hijos de Alfeo y de María Cleofás (probablemente prima hermana de la Virgen María).

Por su parte Simón es nombrado con el apelativo del <Cananeo>, en los Evangelios de Mateo y Marcos, lo cual hace suponer que era natural de Canaán, y recibe el apodo de <Zelote> por parte del evangelista San Lucas, lo que ha hecho creer a algunos historiadores que su procedencia era la secta de los zelotes, existente en aquellos tiempos.


Según Benedicto XVI (Ibid):

“En realidad, los dos calificativos son equivalentes, pues significan lo mismo: en hebreo, el verbo <qana‘> significa <ser celoso, apasionado> y se puede aplicar tanto a Dios en cuanto que es celoso del pueblo al que ha elegido (Cf. Éxodo 20, 5), como a los hombres, que arden de celo en el servicio al Dios único, con plena entrega, como Elías (Cf. 1 Reyes 19, 10).
Por tanto, es muy probable que este Simón, si no pertenecía propiamente al movimiento nacionalista de los zelotes, quizá se caracterizaba al menos por un celo ardiente por la identidad judía, es decir, por Dios, por su pueblo y por su Ley divina”


Los zelotes, existentes en Israel en tiempos de Jesús y sus Apóstoles, defendían unas ideas que en muchos aspectos eran semejantes a las de la secta de los fariseos, pero se diferenciaban de estos en que ellos apostaban por la acción armada contra los romanos, pues pensaban que esta sería respaldada por Dios. Eran, por tanto, contrarios al pago del tributo a Roma y manifestaban una aversión especial hacia los matrimonios mixtos, entre otras cuestiones de menor importancia.

Esto demuestra, que el Señor eligió a sus doce Apóstoles entre todas las clases sociales, e ideologías, sin hacer exclusión de nadie, porque a Él le interesaban los seres humanos y no las categorías sociales de estos, y lo más interesante de ello es que estas personas procedentes de extractos sociales tan diferentes convivieron juntas al lado de Jesús, superando todas las posibles dificultes que se pudieran presentar por este hecho y, sólo, porque la presencia de Él era más que suficiente para conseguir unirlas en los mismos ideales, en una misma fe. Por eso sigue diciendo el Papa Benedicto en la Audiencia anteriormente citada:
 


“Hay que recordar que el grupo de los Doce es la prefiguración de la Iglesia, en la que tienen que encontrar espacio todos los carismas, pueblos, razas, todas las cualidades, que encuentran su unidad en la comunión con Jesús”

En el momento actual habría que tener en cuenta estas palabras de Benedicto XVI y sobre todo el ejemplo de Jesucristo al crear su Iglesia. En este sentido, recordemos que muchos Papas y teólogos de todos los tiempos se han interesado por lo que se ha venido en llamar <Ecumenismo>.

Así por ejemplo el Papa San Juan Pablo II, que fue una de las personas que más luchó por conseguir la unión de todos los cristianos, escribió una Carta Encíclica muy interesante sobre este tema en la cual viene a decir que  (Ut Unum Sint):


“Junto con todos los discípulos de Cristo, la Iglesia católica basa en el designio de Dios su compromiso ecuménico de congregar a todos en la unidad. En efecto, <la Iglesia no es una realidad replegada sobre sí misma, sino permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica, pues ha sido enviada al mundo para anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión que la constituye: a reunir a todos y a todo en Cristo, a ser para todos> Sacramento inseparable de unidad”

Y termina el Papa su Carta Encíclica con el siguiente ruego, dirigido a los hermanos y hermanas de la Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a todos los fieles católicos:



“Yo, Juan Pablo, humilde <Servus servorum Dei>, me permito hacer mías las palabras del Apóstol Pablo, cuyo martirio, unido al del Apóstol Pedro, ha dado a esta Sede de Roma el esplendor de su testimonio, y os digo a vosotros, <sed perfectos; animaos; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz estará con vosotros> (2 Co 13, 11-13)”

Los Apóstoles son columnas de la Iglesia de Cristo sobre la que se sustenta la fe, dando ejemplo a todos los hombres en el camino de la evangelización a lo largo de todos los siglos y hasta nuestros días, en los que se ha hecho necesario una <nueva evangelización>, en palabras del Papa San Juan Pablo II, para luchar contra las fuerzas del mal que preconizan una anti-evangelización.

 
 


Los Apóstoles Simón Cananeo y Judas Tadeo  nos sirven de estímulo a este propósito, al igual que los restantes Apóstoles y todos los mártires que en el mundo han sido por defender la fe de Cristo.

Ellos fueron fieles seguidores de Jesús  y se dedicaron a evangelizar con todo su amor las distintas regiones del mundo que el Espíritu Santo les había inspirado, pues como asegura el Papa León XIII en su Carta Encíclica <Aeterni Patris Filius>, promulgada en Roma el 4 de agosto de 1879:



“El Hijo Unigénito del Eterno Padre, que apareció en la tierra para salvar el linaje humano e iluminarlo con la divina sabiduría, hizo muy grande y admirable beneficio al mundo cuando, estando para ascender de nuevo al cielo, mandó a sus Apóstoles que fuesen a enseñar a todas las gentes (Mt 28, 19) y dejó a la Iglesia, que él había fundado, para común y suprema maestra de los pueblos.

Pues los hombres, a quienes la verdad había libertado, debían ser conservados por la verdad; no hubieran durado por largo tiempo las celestiales doctrinas por las que se logró la salvación para el hombre, si Cristo Nuestro Señor no hubiese constituido un Magisterio perenne para instruir los entendimientos de la fe”

Por eso la Iglesia desde siempre, y más si cabe, en el momento actual, de total desamor hacia el Altísimo en algunos Países, mantiene una dura lucha que según el Papa San Juan Pablo II, que no es otra cosa que la <lucha por el alma de este mundo>, porque aunque es bien cierto que la obra de las misiones y la evangelización en general sigue totalmente vigente y algunas veces hasta pujante, sin embargo ya se deja notar por desgracia la labor de aquellos que propagan una anti-evangelización.

Los anti-evangelizadores tienen medios muy poderosos para realizar su taimada misión y se encuentran hoy en día en los distintos medios de comunicación, así como dentro de la propia iglesia, disfrazados de fieles seguidores de la doctrina del Señor...



La lucha por el alma del mundo contemporáneo, decía este Pontífice, es enorme <allí donde el espíritu de este mundo parece más poderoso>,  (Cruzando el umbral de la esperanza. Capítulo 18):

“Dios que es fiel a su Alianza. Alianza que selló con la humanidad por Jesucristo. No puede ya volverse atrás, habiendo decidido de una vez por todas que el destino del hombre es la vida eterna y el Reino de los Cielos…
Quizá la humanidad se vaya haciendo poco a poco más sencilla, vaya abriendo de nuevo los oídos para escuchar la palabra, con la que Dios lo ha dicho todo al hombre. Y en esto no habrá nada de humillante; el hombre puede aprender de sus propios errores.

También la humanidad puede hacerlo, en cuanto Dios la conduzca a lo largo de los tortuosos caminos de la historia; y Dios no cesa de obrar de este modo. Su obra esencial seguirá siendo siempre la Cruz y la Resurrección de Cristo”

 


Tras estas consoladoras palabras del Papa san Juan Pablo II, debemos sentirnos con más fuerzas que nunca, para seguir el ejemplo de aquellos  varones y mujeres santos, que a lo largo de la historia dieron su vida por Cristo y su Mensaje.

Los Apóstoles del Señor fueron los pioneros en esta dura empresa, y demostrando todos ellos  gran amor a Cristo y a su Iglesia, por ello recordar sus vidas, puede sernos de gran utilidad, a los <despegados> hombres de este siglo XXI.
Sin embargo, desgraciadamente la vida de estos santos hombres no siempre ha quedado reflejada en las Sagradas Escrituras, siendo excepcionales los casos de San Pedro y San Pablo, cuyos hechos más relevantes fueron contados por el evangelista San Lucas.

La vida de los restantes Apóstoles del Señor son menos conocidas y sólo gracias a la Tradición de la Iglesia,  y los comentarios de sus santos Padres, los hagiógrafos las han podido reconstruir parcialmente, por lo que hay que tener mucho cuidado para no caer en errores graves, al hablar sobre ellos,  evitando además las historias aparecidas en los evangelios apócrifos, no reconocidos al respecto... 
 
 


Lo que es seguro, es que después de la venida del Espíritu Santo, en el caso concreto de Judas Tadeo, fue Mesopotamia el lugar de la Tierra donde le tocó evangelizar, pero también parece que predicó en Libia, en tanto que Simón Cananeo predicaba en Egipto, consiguiendo tanto uno como el otro grandes éxitos al cristianizar estos lugares sumidos en la barbarie religiosa.

Finalmente se cree que ambos Apóstoles se apoyaron mutuamente yendo a evangelizar Persia, País que por aquella época se encontraba en guerra con la India. En este punto, las historias sobre los milagros sorprendentes de ambos Apóstoles son muy abundantes, pero finalmente las fuerzas del mal se impusieron sobre las del bien y ambos evangelizadores fueron martirizados y asesinados.

Se cree que a Simón el Cananeo le mataron cortándole por el tronco con una sierra, mientras que a Judas Tadeo le mataron cortándole la cabeza con un hacha, estos hechos tuvieron lugar hacia el año 62 después de Cristo.
 
 


A San Judas Tadeo se le atribuye la Epístola que lleva su nombre, perteneciente al grupo de las denominadas <Católicas>, porque no estaban dirigidas a una Iglesia local determinada, sino a un círculo mucho más amplio de feligreses.

En realidad, las siete <Epístolas Apostólica>, distintas de las de San Pablo, recibieron en la antigüedad diferentes denominaciones. Así por ejemplo, las denominadas <Canónicas>, por estar incluidas en el Canon de las Sagradas Escrituras, posteriormente se han venido llamando <Católicas>, fundamentalmente porque en su mayor parte, están dirigidas a toda la Iglesia de Cristo, a la manera de las Cartas Encíclicas de los Romanos Pontífices.
La autoría de la Epístola es clara, teniendo en cuenta que el propio Apóstol en su salutación a las gentes a la que va dirigida se manifiesta así:

"Judas, esclavo de Jesucristo y hermano de Santiago, a los llamados, amados en Dios Padre y conservados por Jesucristo / misericordia, paz y caridad sean con vosotros multiplicadas"

A pesar de los juicios erróneos emitidos sobre este tema por algunos <eruditos>, la creencia general, en el momento actual, es que la Epístola fue escrita realmente por Judas Tadeo, hermano de Santiago <el Menor>, Obispo de Jerusalén, quizás poco después, de la muerte de éste por martirio, tal como atestigua el Canon Muratori (Lista más antigua conocida de los libros que han sido considerados canónicos para el Nuevo Testamento) (170 d.C.) y los Padres de la Iglesia de Cristo (Escritores eclesiásticos, en su mayoría Obispos, de los primeros siglos del cristianismo).
 
 


Por su parte, el Papa Benedicto XVI manifiesta  en su Audiencia General del 11 de octubre de 2006:

“A San Judas Tadeo se le ha atribuido la paternidad de una de las Cartas del Nuevo Testamento que son llamadas <Católicas>, pues no están dirigidas a una sola Iglesia local, sino a un círculo mucho más amplio de destinatarios. Se dirige < a los que han sido llamados, amados de Dios Padre y guardados para Jesucristo>”

Como nos recuerda el Santo Padre los destinatarios de esta Carta son aquellos hombres que han escuchado la palabra del Señor y han conservado  su fe con ayuda del Espíritu Santo, aunque temporalmente hayan podido apartarse de ella, por causa del maligno.  

La época en la que fue escrita dicha Carta se caracterizó por la existencia de una serie de herejías que atacaban sin cesar a la Iglesia de Cristo, al igual que sucede en el momento actual, y al igual que ha sucedido en otros momentos de la historia de la humanidad.

Entre estas herejías destacaba una que persiste, a lo largo de los siglos hasta nuestros días, de manera encubierta y que se ha dado en llamar gnosticismo y  que no hay que confundir con el agnosticismo.

El gnosticismo defiende entre otras muchas aberraciones, la idea de que existen dos Dioses, uno de la luz autor de todo lo bueno y otro de las tinieblas, autor de todo lo malo, pero además establece una separación total entre lo material y lo espiritual, sosteniendo que el verdadero ser espiritual no podrá verse tocado ni afectado por nada de lo que derive de la carne.

Dicha herejía pretendía, apoderarse del alma de los seres humanos, con la idea de parcelar los deseos y caprichos de la carne, de la vida espiritual dedicada a Dios. Se ha hablado mucho, y se seguirá hablando de esta peligrosa doctrina, porque a lo largo de los siglos ha ido recogiendo pensamientos de muchas religiones y filosofías, aceptándolas como propias, con la idea de dar gusto a todo el mundo y así conseguir cada vez más adeptos en su propio beneficio.



No puede extrañarnos por tanto  que ya San Judas en su Epístola arremetiera contra esta herejía en los términos siguientes (Judas 3-7):

"Amados míos, poniendo yo toda mi diligencia en escribiros acerca de nuestra común salud, sentí la necesidad de dirigiros esta carta para exhortaros a combatir por la fe, trasmitida a los santos de una vez para siempre / Porque se han filtrado ciertos hombres, ya de antiguo señalados en la Escrituras como destinados a esta condenación, impíos, que truecan en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan al sólo Dominador y Señor Nuestro, Jesucristo / Más quiero recordaros bien, que sepáis todas estas cosas una vez aprendidas, que Jesús, después de haber salvado al pueblo sacándolo de tierra de Egipto, luego exterminó a los que no creyeron / y a los ángeles que no mantuvieron su principado, antes abandonaron su propia morada, los reservó atados con cadenas en el fondo de las tinieblas para el juicio del gran día / como también Sodoma y Gomorra y las ciudades a ellas circunvecinas, habiéndose entregado a todos los excesos de la fornicación lo mismo que éstos, y corrido tras carne ajena, quedaron ahí como ejemplar, sometidas al castigo del fuego eterno

 


En palabras de Benedicto XVI, la inquietud principal del Apóstol en  este escrito estriba en hacer  ver a los hombres la necesidad de apartarse de la depravación generalizada existente, en aquellos momentos, entre los componentes del pueblo elegido por Dios (Audiencia General mencionada anteriormente):

“La preocupación central de esta carta consiste en alertar a los cristianos ante todos los que toman como  excusa la gracia de Dios para disculpar sus costumbres depravadas y para desviar a los hermanos con enseñanzas inaceptables, introduciendo divisiones dentro de la Iglesia <alucinados en sus delitos> (versículo 8), así define Judas a sus doctrinas e ideas particulares.
Los compara incluso con los ángeles caídos, y con términos fuertes dice que <se han ido por el camino de Caín>

Sí, el apóstol en un momento dado llega a decir (Jds 1, 10-11):

"Éstos blasfeman contra todo lo que desconocen, y en lo que conocen por el instinto natural como las bestias irracionales, en eso se corrompen / ¡Ay de ellos!, porque se metieron por el camino de Caín, y se precipitaron  por afán de lucro en la aberración de Balaán, y perecieron en la rebelión de Coré"  


Las exhortaciones a los fieles, del apóstol san Judas, son claras y conviene recordarlas ahora, en este nuevo siglo, en el que parece que las fuerzas del mal han tomado carta de naturaleza, para apartar a los hombres de Cristo y de sus enseñanzas y dirigirlos por el camino de Balaán (Jds 1, 17- 21):
"Más vosotros amados míos, acordaos de las palabras  anteriormente dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo / En que os decían: En el último tiempo habrá burladores que vivirán según sus propias concupiscencias, atizadas por su impiedad / Estos son los que introducen divisiones, hombres meramente naturales, que no tienen el Espíritu / Más vosotros, amados míos, edificándoos sobre el cimiento de vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo / conservaos en la caridad de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, que os llevará a la vida eterna"

Sin duda, a la vista de las consecuencias que acarrean los vicios y la mala vida en general, los cristianos deberíamos recordar siempre el ejemplo evangelizador de los Apóstoles, tal  como nos pide en su carta San Judas Tadeo, permaneciendo <firmes en la fe>, en la <caridad>, en la oración y en la <esperanza> de la salud última (nuestra salvación).
 
 



Deberíamos, así mismo, olvidarnos de los falsos doctores y los impostores eruditos, pues como muy bien decía el Beato Tomás de Kempis en su libro “Imitación de la vida de Cristo”, el Señor nos habla al oído con estas palabras:

“Hijo, no te muevan los hermosos y sutiles dichos de los hombres, porque no está el reino de Dios en palabras, sino en virtud (I Corintios 4,20). Mira mis palabras que encienden los corazones y alumbran las ánimas, provocan a contrición y traen muchas consolaciones.

Nunca leas cosas para mostrarte más letrado, más estudia en mortificar los vicios, porque más te aprovechará que saber muchas cuestiones dificultosas…
Yo soy el que enseñó al hombre la ciencia y doy más claro entendimiento a los pequeños, que ningún hombre puede enseñar. Al que hablo, luego es sabio y aprovecha en el espíritu”

 



En efecto, sólo Dios es el que enseña al hombre la ciencia, sin embargo en un mundo en el que muchas criaturas niegan la existencia del mismo, el diálogo se hace difícil...

No obstante la Iglesia de Cristo, depositaria de su Evangelio, tiene el deber y la necesidad de transmitirlo a todas las generaciones, tal como ya nos advertía el Papa Pablo VI, en su Carta Encíclica <Ecclesiam Suam>, en el mes de agosto del año 1964, al principio de su Pontificado, lo que demuestra la preocupación de su Santidad por esta tarea fundamental de la Iglesia:

“Sí, verdaderamente la Iglesia, tiene conciencia de lo que el Señor quiere que ella sea, surge en ella una singular plenitud y una necesidad de efusión, con la clara advertencia de una misión que la trasciende y de un anuncio que debe difundir. Es deber de la evangelización. Es el mandato del misionero. Es ministerio apostólico.



No es suficiente una actitud fielmente conservadora. Cierto es que hemos de guardar el tesoro de la verdad y de la gracia que la tradición cristiana nos ha legado en herencia; más aún: tendremos que defenderlo.

Guardar el depósito, amonesta San Pablo (I Tim 6, 20). Pero ni la custodia, ni la defensa rellenan todo el deber de la Iglesia respecto a los dones que posee.

El deber congénito al patrimonio recibido de Cristo es la difusión, es el ofrecimiento, es el anuncio, bien lo sabemos: Id, pues, enseñad a todas las gentes (Mat 28, 12), es el supremo mandato de Cristo a sus Apóstoles. Estos con el nombre mismo de Apóstoles defienden su propia indeclinable misión”

Y así fue como actuaron Judas Tadeo y Simón Cananeo, entregando incluso su vida por la causa del Evangelio, y por eso la Iglesia los honra como santos mártires y son ejemplos a seguir para toda la cristiandad.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que en los primeros siglos de la era cristiana, los mártires de la Iglesia fueron un ejemplo y una ayuda inestimable para la consolidación y el progreso de la fe, ayudando a comprender el valor del sufrimiento en la búsqueda de la santidad, unida al propio sufrimiento de Cristo crucificado, lo que le da un claro sentido de salvación redentora.

Así mismo, para los mártires de todos los tiempos, aún en el siglo que vivimos, donde muchos hombres se encuentran ya instalados, por desgracia, en la <conciencia errónea>, la entrega de la vida por el Evangelio ha supuesto y sigue suponiendo un triunfo sobre el maligno y no una derrota, como mentes equivocadas han querido ver; en definitiva el martirio por el Evangelio es un triunfo de la caridad de Dios.


Se puede decir, por tanto, que el inmenso sacrificio que supone el martirio como fuente de gracia salvadora, ha sido y será siempre un ejemplo aleccionador para todas las generaciones, conducente en muchas ocasiones al deseo de realizar con más fuerza y voluntad la tarea de la evangelización a la que los hombre de buena voluntad han sido llamados.

Porque todos estamos llamados al sacrificio para nuestra salvación, sino al corporal, sí al sacrificio del entendimiento, pues como decía el Papa León XIII la inteligencia humana debe entregarse totalmente a la autoridad divina para vivir cristianamente (Carta Encíclica “Tametsi futura prospicientibus” dada en Roma en noviembre de 1900):

“Téngase, pues, por cosa cierta que ha de entregarse totalmente la inteligencia humana, para vivir la vida de cristiano, a la autoridad divina. Y si por aquello de que la razón ceda a la autoridad, aquel orgullo íntimo que tanta fuerza tiene en nosotros, se revela y lamenta con dolor, se comprende que es más necesario todavía al cristiano el sacrificio del entendimiento que el de la voluntad.

Y por esto queremos recordar que aquellos que se forjan en su mente una ley y manera de sentir y obrar más ancha y muelle en la vida cristiana, de preceptos más suaves y conforme con su floja inclinación y más benigna con la humana naturaleza, no han de ser jamás tolerados ni oídos con benevolencia. No comprenden los tales la fuerza de la fe y las instituciones cristianas, no ven que a cada paso la Cruz nos sale al encuentro, como estandarte perpetuo y ejemplar para todos aquellos que real y verdaderamente, y no sólo de nombre, quieren seguir a Cristo”

 
No se pueden expresar con más claridad y fortuna los principios sobre los que se deben basar la vida del cristiano auténtico. Este Papa elegido en el año 1878, tuvo que soportar con prudencia y moderación los desacuerdos entre la Iglesia católica y el Estado liberal y fue uno de los más grandes defensores de la paz mundial, pero sobre todo tuvo que enfrentarse al racionalismo y el modernismo de su época que tanto daño, hicieron a la Iglesia.

Se le conoce como el Papa de las Cartas Encíclicas, porque en su largo Pontificado escribió muchas, llevando con ellas a todos los rincones del mundo su magnífica labor evangelizadora, todas ellas de una profundidad teológica y moral extraordinarias, al igual que  la que estamos recordando ahora donde sigue diciendo, entre otras muchas cosas:

“La verdad que se deriva del magisterio de Cristo, pone de manifiesto lo que vale y en lo que debe estimarse cada cosa, y el hombre, instruido en tal conocimiento, si obedeciere a la verdad que percibe, en lugar de hacer servir su razón a la concupiscencia, haría que ésta sirviese a aquella, y, apartada de sí la pésima servidumbre del error y del pecado, se regeneraría entre la más excelente de todas las libertades” 

 


Las palabras del Papa León XIII recuerdan, una vez más, las de San Judas Tadeo (Jds 1, 8):
"También éstos, a pesar de todo, en su delirio manchan sus cuerpos, desprecian la autoridad del Señor y blasfeman contra los seres gloriosos / El arcángel Miguel, cuando, altercando con el diablo, le disputaba el cuerpo de Moisés, no osó pronunciar sentencia contumeliosa, sino dijo: <Mándate callar el Señor> /


 Pero éstos blasfeman contra todo lo que desconocen..."

Todas estas desgracias de las que habla el Apóstol son consecuencia del pecado de concupiscencia, que conlleva  la ambición,  la avidez,  la codicia,  la incontinencia,  la liviandad, etc., cosas todas por desgracia actualmente muy presentes en nuestra sociedad del desarrollo, totalmente apartada la más de las veces de Dios, pues como nos recuerda el Papa Benedicto XVI en su Carta Encíclica “Spe Salvi”, dada en Roma en noviembre de 2007:

“El hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza…
Un reino de Dios instaurado sin Dios, un reino, pues, sólo del hombre, desemboca inevitablemente <en el final perverso> de todas las cosas descritas por Kant. Pero tampoco cabe dudar que Dios entre realmente en las cosas humanas a condición de que no sólo lo pensemos nosotros, sino que Él mismo salga a nuestro encuentro y nos hable. Por eso la razón necesita de la fe para llegar a ser totalmente ella misma: razón y fe se encuentran mutuamente para realizar su verdadera naturaleza y su misión…

La parte central del Credo de la Iglesia, que trata del misterio de Cristo desde su nacimiento eterno del Padre y el nacimiento temporal de la Virgen María, para seguir con la Cruz y a Resurrección y llegar hasta su retorno, se concluye con las palabras: <de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos>. Ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos, como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de Dios”

 

Los Apóstoles Judas Tadeo y Simón  Cananeo, murieron en esta esperanza, dando ejemplo sublime a toda la cristiandad, por eso, sólo nos queda rogar al Señor que nosotros seamos árboles que dan fruto, por supuesto vivos en la fe y la esperanza y bien unidos a la tierra de la salvación; lo hacemos con la siguiente oración que se suele leer en la misa que celebra a estos dos santos de la Iglesia:

“Oh Dios, que por medio  de los santos Apóstoles Simón y Judas nos concedisteis llegar al conocimiento de vuestro nombre; dadnos celebrar su gloria eterna progresando en la virtud, y santificarnos celebrándola”