El Papa Benedicto XVI, cuando aún
era el Cardenal Joseph Ratzinger, concretamente en el año 1987, pronunció una
conferencia a sacerdotes y colaboradores con motivo de un encuentro de
católicos en Dresde, en la se pronunció sobre <El poder de Dios>, aquel
trabajo le sirvió posteriormente para
desarrollar un estudio muy interesante sobre este importante tema en uno de los
capítulos de su libro: “Un canto nuevo para el Señor” (Ed. Sígueme. Salamanca
2011). En dicho libro y, en particular, en el apartado titulado: <El Poder
de Dios, Esperanza nuestra>, entre otras muchas cuestiones, asegura sobre el
Poder de Dios como esperanza de la Iglesia que: “Se trataría siempre, en
definitiva, de interpretar lo que es el amor. Porque lo esencial del poder de
Dios es amor; por eso, éste poder siempre es la esperanza de todos nosotros.
Puede ocurrir que el sacerdote y la propia Iglesia interfieran la aparición de este poder y esta esperanza. Es la culpa que confesamos, y debemos pedir al Señor fuerzas para superarla. Pero Dios es el más fuerte. Él no le retira la potestad a la Iglesia. Y esta potestad que llega a nosotros en la Palabra y el Sacramento es también hoy luz que nos ilumina, esperanza que da vida y futuro”
Sí, lo esencial del poder de Dios
es su Amor- Misericordia, los antiguos lo sabían bien y por ello, lo ensalzaban
en sus oraciones, por ejemplo, en hermosos Salmos como el 117 (116); se trata de un cántico en el que
se nos invita a alabar al Señor y nos aclara el motivo para hacerlo: “¡Aleluya! /Alabad al Señor todas
las naciones /Aclamadlo todos los pueblos/Porque firme es con nosotros su /misericordia,
/la fidelidad del Señor permanece para siempre”
Los antiguos no desdeñaban el Poder de Dios, por el contrario sabían que era muy bueno dar gracias al Señor, todo lo contrario de lo que hoy día suele suceder, y así nos va... Ellos en el hermoso Salmo 92(91), entre otras cosas proclamaban: “¡Qué bueno es dar gracias al Señor, /y cantar en tu honor, Altísimo! /Publicar tu amor por la mañana, /y tu fidelidad en las vigilias de la noche…/Tú me alegras, Señor, con tus acciones / y canto jubiloso por la obra de tu mano”
En la época en la que San Juan
realizaba su misión evangelizadora,
entre los mismos discípulos de Cristo había comenzado a surgir increyentes, y entre ellos y como figura
principal por su categoría intelectual, que no moral, se encontraba un
personaje tristemente célebre llamado Cerinto. Este hombre rebajaba torpemente
la figura de nuestro Salvador, y su doctrina estaba llena de herejías y
aberraciones sobre el Mensaje de Cristo. Por esta razón el apóstol San Juan se
alzó contra sus patrañas afirmando que esta persona se encontraba en manos de
Satanás cuando se atrevía a enseñar tantas mentiras.
La Primera Carta de San Juan es más bien un mensaje y un testimonio de Dios; el evangelista se remonta a las supremas categorías de la verdad, de la vida y del amor. Él en su epístola nos informa de que no menos que la verdad, el amor es luz. Dios es luz, y luz también su revelación y sus mandamientos; quien camina hacia esta luz, se salvará. Precisamente en la tercera parte de su carta, nos dice que <Dios es amor>, que <el amor nace de Dios> (I Jn 4, 7-10): "Carísimos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios; y todo el que ama, de Dios, ha nacido y conoce a Dios / Quien no ama no conoció a Dios, porque Dios es amor / Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo unigénito, para que vivamos por él / En esto está el amor: no que nosotros hubiéramos amado a Dios, sino que Él nos amó a nosotros y envió al Hijo suyo, para librarnos de nuestros pecados"
El Papa Benedicto XVI al comentar
el hermoso contenido de esta primera carta del Apóstol San Juan, asegura que
<Hemos creído en el amor> y que <El amor se aprende> (Papa
Benedicto XVI, Ed. Romana S.L. 2012): “Dios es amor y quien permanece
en el amor permanece en Dios, y Dios en él (I Jn 4,16). Esta palabra de la Primera
Carta de San Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe
cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del
hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por
así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: <nosotros
hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él>.
<Hemos creído en el amor de Dios>: así debe expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: <Tanto amó dio Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito para que todos los que creen en Él, tengan vida eterna>.
La fe cristiana, poniendo el amor
en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al
mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente
reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, como bien se
sabe, comprenden el núcleo de su existencia: <escucha, Israel: El Señor es
nuestro Dios, el Señor es uno/ Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma, con todas tus fuerzas> (Dt 6,4-5).
Jesús haciendo de ambos
versículos, un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el
amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: <Amarás a tu prójimo
como a ti mismo> (Lc 19, 18; Mc 12,29-31). Y, puesto que es Dios quien nos
ha amado primero (I Jn 4,10), Ahora el amor no es sólo un mandamiento sino la
respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro”
El Papa Benedicto XVI es un gran
teólogo, no cabe duda, y sobre todo un pastor que ama a sus ovejas en imitación
de Jesús, nos ayuda siempre a comprender los misterios del Mensaje de Cristo,
predicado por sus apóstoles, como en este caso, enseñándonos la grandeza del
amor de Dios, dando respuesta a la pregunta: ¿Qué es lo esencial del poder de
Dios?
La palabra <poder>, como razona el Papa, tiene algo de fascinante para el ser humano, pero también algo de amenazante. El deseo de poder, de disponer de nuestras vidas y de nuestras cosas, que necesitamos para ello, late en el interior de toda persona. Es el deseo, a veces incontenible, de la libertad a ultranza. Muchas veces como nos recuerda el Papa, este poder sale a nuestro encuentro, pero otras veces, en mayor medida, se encuentra en manos ajenas a nosotros. Este poder puede suponer, algunas veces, una amenaza para el individuo, cuando es mal utilizado, al menos así sucede muchas veces, en nuestros días, llegando a ser totalmente incontrolable.
El siglo XXI, como los
anteriores, tras las dos primeras guerras mundiales, no está siendo amable ni
acogedor para los seres humanos, son muchos los peligros que les acechan y que
provienen siempre de la mano y de la acción del hombre, que se deja embaucar
por el poder del príncipe de las tinieblas,
con el grave peligro que esto conlleva. En cambio el poder de Dios no es
una amenaza, sino una esperanza, porque el poder de Dios está basado en el Amor-Misericordia
(Papa Benedicto XVI, Ibid): “Es un poder basado en el amor,
es la potencialidad del amor. Es un poder que nos remite desde lo palpable y
visible a lo invisible y verdaderamente real, que es el amor poderoso de Dios.
Es un poder que es el camino, que tiene como objetivo llevar al hombre hacia la
trascendencia del amor… La Iglesia participa de la potestad de Jesús, y todos
sus poderes son participación en esa potestad, que es su medida y esencia”
El apóstol San Juan, el apóstol que descansó sobre el pecho del Señor, narró en su
Evangelio que durante la Última Cena, el Jesús confortó a sus apóstoles, con
éstas palabras (Jn 14, 1-4): "No se turbe, vuestro corazón
¿Creéis en Dios? También en mí creed / En la casa de mi Padre, hay
muchas moradas: Que si no, os lo hubiera dicho, pues voy a prepararos lugar / Y si me fuera y os preparare
lugar otra vez vuelvo y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis
también vosotros / Y a donde yo voy, ya sabéis el
camino"
El Señor, una vez más, está pidiendo a sus apóstoles fe, fe en su amor y por tanto, fe en Dios cuando ya se aproximaba el momento de su Pasión, Muerte y Resurrección. Tomás uno de los Doce estaba inquieto, tenía fe en su Maestro, pero quería escuchar de sus propios labios, la respuesta a una duda que se le había presentado, respecto al camino que debían seguir para poder llegar a la morada que Él les había dicho iba a prepararles (Jn 14, 5-11): "Tomás le dijo: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿Cómo podremos saber el camino? / Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Le respondió Jesús. Nadie va al Padre si no es a través de mí / Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto / Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre y nos vasta / Felipe – le contestó Jesús- , ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? / ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí, realiza sus obras"
Verdaderamente Jesús tenía razón,
el que le conoce a Él, conoce a Dios. Toda la vida de Cristo viene a
recordarnos al Padre con sus palabras y sus obras, con su sufrimiento y su
muerte en la Cruz por la salvación de los hombres. La respuesta del Señor es
muy clara, fuera de Él no hay sino mentira y muerte, no hay camino hacia la
salvación. Con razón el Beato Tomás de Kempis, en su libro <Imitación de la
vida de Cristo> nos habló de la esperanza y confianza en el amor y
misericordia de Dios con éstas palabras: “Donde tú, Señor, estás, allí es
el cielo y donde no, es muerte e infierno… Tú eres mi esperanza, tú mi
confianza, tú mi consolador y mi amigo fiel en todas las cosas… “
En efecto, Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre, tal como asegura el Papa Francisco en la <Bula de convocatoria del Jubileo Extraordinario de la Misericordia>: “El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, rico de misericordia, después de haber revelado su nombre a Moisés, como <Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y pródigo en amor y fidelidad> (Ex 34, 6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia, su naturaleza divina. En la <plenitud de los tiempos> (Gal 4,4) cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo, nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien le vea a Él, ve al Padre (Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona reveló la misericordia de Dios”
<El que me ha visto a mí ha
visto al Padre> fue la respuesta de Jesús cuando Felipe, uno de sus
apóstoles le rogó que les mostrara al Padre, porque así creería en su palabra
(Jn 14,9). De esta forma revelaba Jesús su identidad con el Padre cuando ya
faltaba poco tiempo para su Pasión y Muerte.
También el Papa San Juan Pablo II,
recuerda este versículo del Evangelio de San Juan, concretamente en su Carta Encíclica
<Dives in Misericordia>, dada en Roma el 30 de noviembre de 1980
asegurando que esta afirmación de Jesús es especialmente importante porque
revela el <Poder esencial de Dios>, como <Padre del Amor-
Misericordia>: “Revelada en Cristo, la verdad de
Dios, como <Padre de la
Misericordia> nos permite verlo especialmente cercano al hombre, sobre todo
cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su
dignidad. Debido a esto, en la situación actual de la Iglesia y del mundo
muchos hombres y muchos ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen,
yo diría casi espontáneamente, a la misericordia de Dios. Ellos son ciertamente
impulsados a hacerlo por Cristo mismo, el cual, mediante su Espíritu, actúa en
lo íntimo de los corazones humanos. En efecto revelado por Él el misterio de
Dios <Padre de la misericordia> constituye, en el contexto de las
actuales amenazas contra el hombre como una llamada singular dirigida a la
Iglesia”.
Han pasado más de treinta años
desde que este Papa santo escribió la Encíclica que acabamos de recordar, tan
importante en su momento, como lo es aún en la actualidad; según dejan translucir sus
palabras él la escribió con la intención y el deseo de acoger esta llamada
singular de la Iglesia, recurriendo al lenguaje eterno e incomparable por su
sencillez y profundidad de la revelación y de la fe, para expresar,
precisamente con él, una vez más, ante Dios y ante los hombres, las grandes
dificultades de nuestro tiempo.
Han pasado bastantes años y, ya
estamos en un nuevo siglo, pero los problemas y peligros mortales para el
hombre no han menguado, quizás haya sido todo lo contrario… Sólo tenemos que
recordar algunas de las pavorosas noticias sobre confrontaciones armadas
vigentes en estos momentos en distintas partes de nuestro sufrido planeta,
algunas de las cuáles han dado lugar a la
tumultuosa y humillante emigración de hombres, mujeres y niños, que
huyen desde sus Países hacia Occidente, con idea de encontrar allí una vida
nueva; situación sin embargo, a la que
no se le acaba de ver una salida factible y humanitaria por parte de las
naciones implicadas, para una posible acogida mayoritaria de estos seres
humanos tan desgraciados...
Ante situaciones como estas, es inevitable recordar de nuevo las reflexiones del Papa San Juan Pablo II, el cual en su Carta Encíclica aseguraba que la llamada del Amor- Misericordia de Cristo sería como un bálsamo para los hombres de los siglos venideros, que los conduciría por el camino de la verdad y la vida y no por el camino de las luchas armadas, del desamor y de la traición hacia los semejantes...
La respuesta a esta reflexión, la
tenemos ante la vista, por eso nuestro
actual Papa, Francisco, profundo admirador de sus predecesores en la Silla de
Pedro, se ha sentido llamado a concienciar también a los hombres del siglo XXI
con estas mismas enseñanzas, destacando una vez más, el hecho de que el mayor Poder
de Dios, es su Amor-Misericordia.El Papa Francisco asegura, en la
Bula de Convocatoria del Jubileo de la Misericordia, para el año Santo que se
abrirá el 8 de diciembre del presente año 2015 (Misericordiae Vultus),
coincidiendo con la celebración de la Inmaculada Concepción, que: “Siempre tenemos necesidad de
contemplar el Misterio de la Misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad,
de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: Es la palabra que
revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: Es el acto último y
supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro.
Misericordia: Es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona, cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: Es la vida que une Dios al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados nos obstante el límite de nuestro pecado”
En dicha carta, con un tono apocalíptico, tal como la situación requería analizó detenidamente las posibles causas de una confrontación bélica que ya había estallado y que resultó ser verdaderamente terrible para la humanidad. El Papa habla de la conciencia humana que conduce a la lucha de clases, al desprecio de la autoridad divina, al rechazo del Evangelio de Cristo, al alejamiento de la Santa Madre Iglesia y, todo ello, por supuesto, gracias a la manipulación de las personas, especialmente de las más jóvenes... ¿Acaso no nos suena todo esto como muy conocido y posible dentro de nuestro recién estrenado siglo XXI?
El hombre no ha aprendido
demasiado de sus pasados errores, tras dos guerras mundiales y otros numerosos
conflictos armados que han minado y aún minan las entrañas de todos los pueblos
de la tierra, las cosas no han mejorado en el sentido que Jesús hubiera
deseado...
Recordemos al respecto que este mismo Papa en
su Carta Encíclica <Pacem Dei Munus>, recordaba a todos los creyentes,
que el don de la caridad, el don del Amor-Misericordia, es el bien más
necesario para conseguir la paz mundial, tal como Jesucristo nos enseñaba con
su precepto de la <caridad fraternal>, resumen y consecuencia de todos
los restantes preceptos de la Ley de Dios:
“El mismo Jesucristo lo llamaba
nuevo y suyo, y quiso que fuera como el carácter distintivo de los cristianos,
que los distinguiese fácilmente de todos los demás hombres, fue este precepto
el que, al morir, otorgó a sus discípulos como testamento, pidiéndoles que se
amaran mutuamente y con éste amor procuraran imitar aquella inefable unidad que
existe entre las divinas Personas, en el seno de la Santísima Trinidad"
Como años más tarde, diría el
Papa Benedicto XVI el poder Amor-Misericordia
de Dios, es el poder de Jesucristo, en definitiva, el poder que emana de la
unión de la voluntad entre Jesús y el Padre, y por eso, tiene su anclaje
supremo en el Amor. Algunos sin embargo todavía se preguntaran: ¿Tiene Dios poder en el mundo y es este poder
una esperanza para el hombre?
La respuesta al respecto del Papa
es clara (Un Canto nuevo para el Señor. Papa Benedicto XVI. Ediciones Sígueme.
Salamanca 2011): “Debemos señalar primero que hay
un tipo de poder, el más conocido para nosotros, que se enfrenta a Dios,
intenta pasar de Él e incluso excluirlo. La esencia de este poder consiste en
convertir lo otro y al otro en simple objeto, en mera función y tomarlo al
servicio de la propia voluntad. No considera lo otro y al otro como realidades
vivas con sus propios derechos, cuyo ser, yo no puede atropellar; los trata
como función, como piezas de la máquina, como algo muerto. Tal poder, es en definitiva,
poder de muerte y somete también inexorablemente al que lo utiliza a las leyes
de la muerte y lo muerto; la ley que impone a los otros pasa a ser ley propia.
Se cumple así la palabra de Dios
a Adán: <Si comes de este fruto, morirás> (Gen 2,17) No puede ser de otro
modo cuando se entiende el poder como lo contrario de la obediencia, ya que el
hombre no es dueño del ser, aunque a nivel macroscópico puede descomponerlo
como una máquina y montarlo de nuevo. El ser humano no puede vivir contra el
ser, y cuando lo intenta, cae bajo el poder de la mentira, del no –ser-, de la
apariencia de ser y, en consecuencia, bajo el poder de la muerte. Este poder puede ser muy tentador
y actuar de forma impresionante. Sus éxitos son temporales, pero esta
temporalidad puede durar mucho y deslumbrar a la persona que vive al día. Este
poder no es el auténtico ni real. El poder que reside en el ser es más fuerte;
el que opta por él, tiene más posibilidades.
Pero el poder del ser no es un
poder propio; es el poder del Creador. Y del Creador sabemos por la fe que no
sólo es la verdad sino también el amor, y que ambas cosas no pueden separarse.
El poder que Dios tiene en el mundo es el mismo que tienen la verdad y el amor.
Esto podría sonar a frase
melancólica si sólo consideramos del mundo lo que podemos divisar en el ámbito
de nuestra vida y de nuestras experiencias; pero desde la nueva experiencia que
Dios nos brindó en Jesucristo –experiencia consigo mismo y con el mundo- es una
frase llena de esperanza. Porque ahora podemos también invertir la frase: La
verdad y el amor se identifican con el poder de Dios, porque Él, además de
poseer verdad y amor, es ambas cosas.
Verdad y amor son el verdadero y
definitivo poder en el mundo. Aquí estriba la esperanza de la Iglesia y aquí
descansa la esperanza de los cristianos. O digamos más exactamente que, por
eso, la existencia cristiana es esperanza. A la Iglesia se le puede despojar en
este mundo; puede sufrir grandes y dolorosos fracasos. Hay siempre en ella
muchas cosas que la alejan de lo que ella es auténticamente. De esto auténtico
la despojan constantemente; pero ella no se hunde, al contrario, así aparece lo
propio en forma nueva y cobra una fuerza renovada. La nave de la Iglesia es la nave
de la esperanza. Podemos embarcar en ella confiados. El dueño del mundo la
pilota y protege”
El Papa Francisco es el enviado
de Dios que ahora conduce esa nave de la esperanza, bajo el auxilio inestimable
del Espíritu Santo, por eso, ante la situación del siglo XXI, ha
convocado el <Jubileo Extraordinario de la Misericordia> que tendrá lugar
en la Diócesis de Roma, desde el 8 de diciembre de este año 2015 (Solemnidad de
la Inmaculada Concepción), hasta el 20 de noviembre del año 2016 (Solemnidad de
Cristo Rey del Universo), instándonos a vivirlo a la luz de la Palabra del
Señor: Misericordiosos como el Padre (Lc 6,36). Es un programa de vida, <tan comprometedor como rico en
alegría y paz> Si nos atrevemos a vivirlo así,
si nos atrevemos a escuchar la voz de Jesús y su Mensaje, recuperaremos, como
asegura. el Papa Francisco, el <valor del silencio para meditar la Palabra
que nos dirige Dios. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios
y asumirla como propio estilo de vida>.