El evangelista San Lucas no conociendo de forma directa la vida de Jesús tuvo que apoyarse en el testimonio de otros, sin embargo realizó un trabajo de investigación tal, que le permitió aportar nuevos datos a los ya conocidos por los dos Evangelios anteriores al suyo (el de San Mateo y el de San Marcos), y en ciertos casos de importancia trascendental (Lc 9, 57-62):
Sabias palabras
del Señor que muchos hombres han comprendido, pues como escribió el Beato Tomás
de Kempis en su libro <Imitación de la vida de Cristo. Capítulo XI>, es
muy dulce cosa despreciar el mundo por seguir a Cristo:
“¿Qué te daré
yo, Señor, por tantos millares de bienes? ¡Oh si pudiera yo servirte todos los
días de mi vida! ¡Oh si pudiera solamente siquiera un solo día hacerte algún
digno servicio! Verdaderamente tú solo eres digno de todo servicio y de toda
honra y alabanza eterna. Verdaderamente tú eres mi Señor, y yo pobre siervo
tuyo, que soy yo obligado a servirte con todas mis fuerzas y nuca debo cansar
de loarte: así lo quiero, así lo deseo, y lo que me falta, te ruego, Señor, que
lo cumplas.
Grande honra y
gloria es servirte y despreciar todas las cosas por ti. Por cierto, grande
gracia tendrán los que de voluntad se sujetaren a tu santo servicio, y hallarán
suavísima consolación del Espíritu Santo los que por amor tuyo desecharen todo
deleite carnal, y alcanzarán grande libertad de corazón los que toman estrecho
camino por tu nombre y por él desechan todo cuidado mundano”.
Dice también
San Lucas en su Evangelio que después de los incidentes anteriores, Jesús
designó nuevos discípulos, hasta setenta y dos, y los envió a todas las
ciudades y lugares por los que Él tenía
que pasar después, como primicia anunciadora de su llegada. Incluso les pidió a
estos mismos que oraran al Padre para que se produjeran nuevas vocaciones,
porque el trabajo a realizar era enorme e indispensable. Y lo hizo con aquellas
palabras tan bellas y elocuentes: <La mies es mucha, pero los obreros pocos…>
(Lc 10, 1-3):
"Y tras esto
designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí
a toda ciudad y lugar donde Él había de ir / Y les decía:
La mies es mucha y los obreros pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que
mande obreros a su mies / Id; mirad que
os envío como corderos en medio de lobos"
Son las
palabras que Jesús dijo, cuando ya estaba próxima su Pasión y Muerte, a sus
discípulos, animándoles a realizar su encargo y avisándoles de las
contingencias a las que deberían enfrentarse; son palabras proféticas del Señor
que se siguen cumpliendo desde entonces y a lo largo de los siglos, pues los elegidos
por Dios para el arduo trabajo de la evangelización deberán enfrentarse siempre
a las fuerzas del mal, que tratan de impedir su misión engañándoles como el
lobo engaña al cordero.
El gran teólogo
ateniense Clemente de Alejandría (150-215 ó 217), tomando como punto de
referencia la tradición de la Iglesia aseguró que el Apóstol San Matías fue uno
de los 72 discípulos que Jesús envió por delante de Él, en su camino hacia
Jerusalén, con las siguientes recomendaciones (Lc 10, 4-12):
"No llevéis
bolsa, ni alforja, ni zapatos y a nadie saludéis por el camino / Y en la casa
que entrareis, primero decid: <Paz a esta casa> / Y si allí
hubiere un hijo de paz, reposará sobre él vuestra paz; si no, retornará sobre
vosotros / Y en esa misma
casa quedaos, comiendo y bebiendo de lo que allí hubiere, porque digno es el
obrero de su salario. No paséis de una
casa a otra / Y en
cualquiera ciudad en que entrareis y os recibiesen, comed lo que os presenten""curad a los enfermos que hubiere en ella, y decidles: <Está ya cerca de vosotros el reino de Dios> / Y en la ciudad en que entrareis y no os recibieren, saliendo de sus plazas, decid: / <Hasta el polvo que se nos ha pegado de vuestra ciudad a nuestros pies lo sacudimos sobre vosotros; sabed, empero, que está cerca el reino de Dios> / Os aseguro que en aquel día se usará menos rigor con Sodoma que con aquella ciudad"
El Señor nos
demuestra el amor y la preocupación que
tenia por sus 72 discípulos pues sabia el riesgo que iban a correr, el mismo,
que a lo largo de los siglos han sufrido los enviados de Cristo, el mismo, que
generación tras generación han soportado los portadores de su palabra,
enfrentándose incluso a la muerte por martirio en muchas ocasiones, como le
sucediera años más tarde a San Matías y a los otros Apóstoles y discípulos de Jesús.
Y sigue ocurriendo cada día, allí donde están los sacerdotes, allí donde están los
evangelizadores, allí donde se encuentran los futuros mártires por defensa del
Mensaje de Cristo. Como ejemplo, solo tenemos que recordar lo que ha sucedido y
sigue sucediendo en países como la India
o China, donde la propagación de la fe de Cristo tanto sacrificio y esfuerzo
está necesitando, para comprender que el riesgo sigue existiendo y va en
aumento. Por eso el corazón de Jesús se sintió jubiloso cuando regresaron sus
discípulos sanos y salvos y con excelentes noticias sobre la labor que habían
realizado (Lc 10, 21-24):
"En aquella
hora se estremeció de gozo en el Espíritu Santo y dijo: Te bendigo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque encubriste esas cosas a los sabios y
prudentes y las descubriste a los pequeñuelos. Bien, Padre, que así ha parecido
bien en tu acatamiento / Todas las
cosas me fueron entregadas por mi Padre, y ninguno conoce quién es el Hijo sino
el Padre, y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien quisiere el Hijo
revelarlo / Y vuelto a los
discípulos en particular, les dijo: Dichosos los ojos que ven lo que veis / Porque os digo
que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que veis, y no lo vieron, y oír lo
que oís, y no lo oyeron"
El júbilo de
Jesús es tan grande que se estremece de gozo en el Espíritu Santo y a
continuación <alaba al Padre>, es decir, alaba a Dios (doxología) con esa
frase corta, pero tan emotiva: <Te bendigo Padre, Señor del cielo y de la
tierra>, y después hace una revelación teológica transcendental respecto a
la potestad soberana y universal del Hijo, y manifiesta el conocimiento mutuo
entre el Padre y del Hijo. Por otra parte, les hace ver a sus discípulos el
inmenso privilegio del que son objeto al poder conocer todas estas cosas que
fueron negadas a otros más poderosos en el pasado. Finalmente hace un elogio de
aquellos que tienen la ventura de conocerle y de escucharle.
Sin embargo, la
misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse,
en palabras del Papa San Juan Pablo II (Carta Encíclica <Redemptoris
missio>):
“A finales del
segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad
demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos
comprometernos con todas nuestras energías en su servicio. Es el Espíritu Santo
quién impulsa a anunciar las grandes obras de Dios: <Predicar el Evangelio
no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y
¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!> (I Cor 9, 16)”
Ciertamente es
el Espíritu Santo el que impulsa a los hombres para que realicen la labor
evangelizadora y por eso Jesús les pidió a sus discípulos que no se ausentaran
de Jerusalén después de su Muerte y
Resurrección hasta que el Padre cumpliera su Palabra. Pero antes, los
discípulos quisieron nombrar un nuevo Apóstol en sustitución de aquel que había
traicionado a Jesús, hasta completar los Doce, como el Señor había hecho.
Por tanto, después que el Mesías diera las últimas recomendaciones a sus discípulos y subiera al cielo, éstos regresaron a Jerusalén, para recogerse en oración, en el alojamiento donde tenían por costumbre reunirse con su Maestro.
Por tanto, después que el Mesías diera las últimas recomendaciones a sus discípulos y subiera al cielo, éstos regresaron a Jerusalén, para recogerse en oración, en el alojamiento donde tenían por costumbre reunirse con su Maestro.
Congregados los
discípulos con la Virgen María y los parientes más cercanos del Señor en el
Cenáculo, Pedro tomando la palabra propuso la elección de un nuevo Apóstol para
cubrir el lugar dejado por el infiel Judas Iscariote. En el libro de <Los
Hechos de los Apóstoles>, escrito por San Lucas, se narra así este
acontecimiento (Hech I, 15-26):
"Durante estos
días, levantándose Pedro en medio de los hermanos-y era la muchedumbre de
personas allí reunidas como de ciento veinte-, dijo: / <<Varones
hermanos, tenía que cumplirse la Escritura, que el Espíritu Santo había
anunciado de antemano por boca de David a cerca de Judas, que se hizo guía de
los que prendieron a Jesús;
/por cuanto era contado como uno de nosotros, y le cupo en suerte este misterio / Éste, pues, adquirió un campo con el salario de la iniquidad y habiendo caído de cabeza, reventó por medio y se le salieron todas sus entrañas / Y se hizo notorio a todos los habitantes de Jerusalén, de suerte que aquel campo fue llamado en su propia lengua Hakeldamakh, esto es, Campo de sangre / Porque escrito está en el libro de los Salmos (Sal. 68, 26; 108, 8): Hágase desierta su majada, y no haya quien habite en ella; y su intendencia tómela otro / Urge, pues, que de los varones que anduvieron con nosotros durante todo el tiempo en que entró y salió entre nosotros el Señor Jesús / a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue quitado y llevado allá arriba, que uno de éstos se asocie a nosotros como testigo de su resurrección>> / Y presentaron dos: José llamado Barsabás, que fue apellidado Justo y Matías / Y orando dijeron: <<Tú, Señor, conocedor de los corazones de todos, muestra a cuál de éstos te escogiste, uno de los dos / para ocupar el puesto de este ministerio y apostolado, del cual prevaricó Judas para irse por las suyas >>/
Y les repartieron suertes, y recayó la suerte sobre Matías, y fue declarado Apóstol y asociado a los Once"
Completar el
número de los Apóstoles hasta un total de doce parece que pudiera estar
relacionado sobre todo con el hecho de que Jesús eligió a los Doce Apóstoles
entre sus discípulos y también con el hecho de que fueron doce los Patriarcas
de Israel. Estos Doce Apóstoles:
“Son los primeros agentes de la misión universal: constituyen un <sujeto colegial> de la misión, al haber sido escogidos por Jesús para estar con él y ser enviados <a las ovejas perdidas de la casa de Israel> (Mt 10,6)”, en palabras del Papa San Juan Pablo II (Carta Encíclica Redemptoris missio 1990 12.07).
“Son los primeros agentes de la misión universal: constituyen un <sujeto colegial> de la misión, al haber sido escogidos por Jesús para estar con él y ser enviados <a las ovejas perdidas de la casa de Israel> (Mt 10,6)”, en palabras del Papa San Juan Pablo II (Carta Encíclica Redemptoris missio 1990 12.07).
La elección del
Apóstol Matías no fue casual, ni debida a la suerte, entendida en el sentido
humano, sólo el Señor a través del Espíritu Santo podía elegir la persona que debía sustituir al traidor,
porque el Espíritu Santo es protagonista esencial de la misión evangelizadora,
y como nos indicaba el Papa Juan Pablo II en su Carta Encíclica anteriormente
mencionada (Redemptoris missio. Capítulo III):
“El Espíritu ofrece al hombre <su luz y su fuerza… a fin de que pueda responder a su máxima vocación>; mediante el Espíritu <el hombre llega por la fe a contemplar y saborear el misterio del plan divino>; más aún, <debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma que solo Dios conoce, se asocien a este misterio pascual> (Concilio Ecuménico Vaticano II). En todo caso, la Iglesia <sabe también que el hombre, atraído sin cesar por el Espíritu de Dios, nunca jamás será del todo indiferente ante el problema religioso> y <siempre deseará…saber, al menos confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de su muerte> (Concilio Vaticano II)>”.
De la historia
de San Matías se sabe muy poco, ni siquiera se conoce con seguridad el lugar de
su nacimiento, pero algunos hagiógrafos antiguos aseguran que fue Belén, la
ciudad donde nació el Mesías, de cualquier forma lo más importante, es el hecho de que desde el
inicio participó en la vida comunitaria de Jesús y de sus más cercano seguidores, tal
como se relata en los Hechos de los Apóstoles, formando parte, probablemente,
del grupo de los setenta y dos, y que después de ser elegido Apóstol para ocupar la plaza vacante de Judas
Iscariote, esperó en el Cenáculo la llegada del Espíritu Santo junto a la
Virgen y los otros discípulo, para finalmente, una vez recibida su gracia
dedicarse con ahínco a la tarea evangelizadora que se le había encomendado.
Más concretamente, en la distribución de los países que hicieron los Apóstoles, por inspiración divina, para llevar a cabo la tarea apostólica, a San Matías le correspondió, según la tradición de la Iglesia recogida por hagiógrafos de Oriente como Simeón Metafrastes (Synaxarion S.X), ó de Occidente como Jacobo de la Vorágine (Leyenda dorada S. XIII), los territorios de Etiopia y Judea.
En este sentido, existen sin embargo opiniones contradictorias y así, mientras que unos defienden la idea de que visitó primero Etiopía y que allí mismo murió por martirio, después de hacer muchos milagros y predicar la palabra de Cristo, otros aseguran que posteriormente a su estancia en Etiopía evangelizó en Judea durante un periodo largo de tiempo, luchando contra las viejas tradiciones de sus habitantes que impedían el progreso del Mensaje del Señor (62-63 d. C).
Más concretamente, en la distribución de los países que hicieron los Apóstoles, por inspiración divina, para llevar a cabo la tarea apostólica, a San Matías le correspondió, según la tradición de la Iglesia recogida por hagiógrafos de Oriente como Simeón Metafrastes (Synaxarion S.X), ó de Occidente como Jacobo de la Vorágine (Leyenda dorada S. XIII), los territorios de Etiopia y Judea.
En este sentido, existen sin embargo opiniones contradictorias y así, mientras que unos defienden la idea de que visitó primero Etiopía y que allí mismo murió por martirio, después de hacer muchos milagros y predicar la palabra de Cristo, otros aseguran que posteriormente a su estancia en Etiopía evangelizó en Judea durante un periodo largo de tiempo, luchando contra las viejas tradiciones de sus habitantes que impedían el progreso del Mensaje del Señor (62-63 d. C).
La situación
del pueblo judío en aquel periodo de la
historia era muy difícil, ya que se encontraba sometido a la tiranía del imperio
romano y a la opresión de sus propios jefes religiosos. Así, durante el mandato
del procónsul romano Albino, el sumo sacerdote era Annas, el cual había mandado ejecutar al Obispo de Jerusalén,
Santiago el Menor, hermano de San Judas
Tadeo, pero no satisfecho con el resultado conseguido, ya que los cristianos
iban en aumento, ordenó una persecución constante de los mismos.
Por otra parte su ansia de poder y riqueza era tal que mediante sus íntimos colaboradores procedió a expoliar de forma sistemática a los sacerdotes de la secta de los fariseos, empobreciéndolos de tal suerte que la situación llegó a ser limite, provocando con ello el descontento de los mismos, al mismo tiempo que entre el pueblo llano crecía el odio a los usurpadores romanos.
Estaba ya muy próxima la rebelión de los judíos contra el poder de Roma (66 d.C) por lo que si fuera cierta la estancia de San Matías en aquellos momentos en la ciudad santa, éste se vería abocado a grandes dificultades y peligros, los cuales sin duda abordaría con gran presencia de ánimo y total entrega. Según algunas biografías de este Apóstol fue acusado injustamente por las autoridades judías, al igual que le sucediera al Señor en su día, de alborotar al pueblo en contra de la Ley, por lo que fue condenado por éstas a la lapidación, e incluso posteriormente se le cortó la cabeza cuando aún permanecía con vida por considerar más adecuada esta ejecución por las autoridades de Roma (hacia el 63 d.C).
Extraordinario
el ejemplo dado por San Matías del cual se ha dicho que fue el <Apóstol gris>
ó un <discípulo del montón>, nada más lejos de la realidad, porque fue
capaz de sufrir el martirio, cosa por otra parte muy difícil de lograr por
cualquier hombre. Por otra parte su ansia de poder y riqueza era tal que mediante sus íntimos colaboradores procedió a expoliar de forma sistemática a los sacerdotes de la secta de los fariseos, empobreciéndolos de tal suerte que la situación llegó a ser limite, provocando con ello el descontento de los mismos, al mismo tiempo que entre el pueblo llano crecía el odio a los usurpadores romanos.
Estaba ya muy próxima la rebelión de los judíos contra el poder de Roma (66 d.C) por lo que si fuera cierta la estancia de San Matías en aquellos momentos en la ciudad santa, éste se vería abocado a grandes dificultades y peligros, los cuales sin duda abordaría con gran presencia de ánimo y total entrega. Según algunas biografías de este Apóstol fue acusado injustamente por las autoridades judías, al igual que le sucediera al Señor en su día, de alborotar al pueblo en contra de la Ley, por lo que fue condenado por éstas a la lapidación, e incluso posteriormente se le cortó la cabeza cuando aún permanecía con vida por considerar más adecuada esta ejecución por las autoridades de Roma (hacia el 63 d.C).
Sólo los elegidos de Dios pueden llegar a tan alto nivel de santidad, y San Matías sin duda fue uno de ellos y además no debemos olvidar que conoció a Jesucristo, que convivió con él y que tuvo la suerte de ser elegido para formar parte de los Doce.
Y es que como San Matías ó los otros Once Apóstoles, la Iglesia, ha necesitado, y sigue necesitando personas que actúen como mediadores entre Dios y los hombres, sacerdotes consagrados en cuerpo y alma a la predicación y desarrollo de la palabra divina, en definitiva, a enseñar a las gentes la forma de alcanzar la verdadera santidad.
A este respecto es imprescindible recordar la Carta Encíclica del Papa Pio XI “Ad Catholici sacerdotii” (20/12/1935), cuando recuerda los poderes del sacerdocio en el Antiguo y en el Nuevo Testamento:
“El sacerdote,
según la magnífica definición que de él da el mismo Pablo, es, sí, un hombre
tomado de entre los hombres, pero constituido en bien de los hombres cerca de
las cosas de Dios (Heb 5,1), su misión no tiene por objeto las cosas humanas y
transitorias, por altas e importantes que parezcan, sino las cosas divinas y
eternas; cosas que por ignorancia pueden ser objeto de desprecio y de burla, y
hasta pueden a veces ser combatidas con malicia y furor diabólico, como una
triste experiencia lo ha demostrado muchas veces y lo sigue demostrando, pero
que ocupan siempre el primer lugar en las aspiraciones individuales y sociales
de la humanidad, de esa humanidad que irresistiblemente siente en sí cómo ha
sido creada para Dios y que no puede descansar sino en Él”.
Estas palabras
del Papa Pio XI correspondientes a su Carta Encíclica anteriormente mencionada,
dada en Roma en el año 1935, parecen hechas a propósito para los tiempos
presentes, donde el Sacramento del Sacerdocio ha sido manchado, en ocasiones,
por aquellos llamados específicamente al servicio de Dios y los hombres, como
consecuencia de la acción siempre presente del demonio.
Es sin duda Satanás el que a veces entra en el corazón de estos hombres elegidos y especialmente queridos por el Señor, para llevarlos engañosamente hasta situaciones gravemente peligrosas. Por este motivo, ellos y nosotros los laicos debemos recordar siempre que ya en las Sagradas Escrituras y más concretamente en el Antiguo Testamento, el Sacerdocio, era una institución por disposición divina promulgada por Moisés bajo la inspiración de Dios, en palabras del Papa Pio XI (Carta Encíclica <Ad catholici sacerdotii>):
Es sin duda Satanás el que a veces entra en el corazón de estos hombres elegidos y especialmente queridos por el Señor, para llevarlos engañosamente hasta situaciones gravemente peligrosas. Por este motivo, ellos y nosotros los laicos debemos recordar siempre que ya en las Sagradas Escrituras y más concretamente en el Antiguo Testamento, el Sacerdocio, era una institución por disposición divina promulgada por Moisés bajo la inspiración de Dios, en palabras del Papa Pio XI (Carta Encíclica <Ad catholici sacerdotii>):
“Parece como si
Dios, en su solicitud, quisiera imprimir en la mente, primitiva aún, del pueblo
hebreo una gran idea central, que en la historia del pueblo elegido irradiase
su luz sobre todos los acontecimientos, leyes, dignidades, oficios; la idea del
Sacrificio y del Sacerdocio, para que por la fe en el Mesías venidero (Heb cap
11) fueran fuente de esperanza, de gloria, de fuerza, de liberación espiritual…
Y sin embargo, la majestad y gloria del Sacerdocio antiguo no procedía sino de ser una prefiguración del Sacerdocio cristiano, del Sacerdocio del Testamento Nuevo y Eterno, confirmado con la sangre del Redentor del mundo, de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre”.
El Papa romano
Pio XI (Ambrogio Damiano Achille Ratti), bajo cuyo Pontificado (1922-1939) se dio
definitiva solución a la llamada <cuestión romana>, es decir, al
reconocimiento del Vaticano como estado independiente dentro del entonces reino
de Italia, tenía las ideas muy claras y fue un hombre santo, aunque la Iglesia
no se haya manifestado aún en este sentido.
Fueron muchísimas las Cartas Encíclicas y Apostólicas, las Exhortaciones Apostólicas, las Homilías, etc., por él escritas al pueblo de Dios con el deseo de demostrarle cuáles eran sus grandes preocupaciones y deseos, como en el caso que ahora estamos recordando a favor del Sacramento del Sacerdocio y podemos deducir de sus palabras:
Fueron muchísimas las Cartas Encíclicas y Apostólicas, las Exhortaciones Apostólicas, las Homilías, etc., por él escritas al pueblo de Dios con el deseo de demostrarle cuáles eran sus grandes preocupaciones y deseos, como en el caso que ahora estamos recordando a favor del Sacramento del Sacerdocio y podemos deducir de sus palabras:
“En la Última Cena, aquella noche en la que iba a ser entregado (I Cor 11, 23 ss), declarándose estar constituido sacerdote eterno según la orden de Melquisedec (Sal 109, 4), ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y vino, lo dio bajo las mismas especies a los Apóstoles, a quienes ordenó Sacerdotes del Nuevo Testamento, para que lo recibiesen, y a ellos y a sus sucesores en el Sacerdocio mandó que lo ofreciesen, diciendo: <Haced esto en memoria mía> (Lc 22, 19; I Cor 11, 24).
Y desde entonces, los Apóstoles y sucesores en el Sacerdocio comenzaron a elevar al cielo la ofrenda pura profetizada por Malaquías, por la cual el nombre de Dios es grande entre las gentes; y que, ofrecida ya en todas las partes de la tierra, y a todas las horas del día y de la noche, seguirá ofreciéndose sin cesar hasta el fin del mundo”.
Se refiere el
Papa Pio XI a la primera parte de la profecía de Malaquías (el Ángel o
Mensajero de Yahveh), el cual vivió en tiempos de la sumisión del pueblo hebreo
a los persas, hacia la mitad del siglo V antes de Cristo. Cronológicamente es
el último profeta del Antiguo Testamento y su objetivo principal es la denuncia
de los pecados de los sacerdotes y de todo el pueblo, y por otra parte el
anuncio del juicio de Dios en la edad mesiánica. Desde el punto de vista
teológico los versículos correspondientes a la primera parte de la profecía se
refieren, tal como nos indica el Papa, al Sacrificio universal de la Nueva
Alianza, es decir, el sacrificio eucarístico (Mal 1, 6-11):
-Un hijo honra al padre y el siervo a su señor; si, pues, padre soy yo, ¿dónde está la honra que me corresponde? Y si soy señor, ¿dónde está el temor que me es debido? Dice Yahveh Sebaot (Señor del Universo), a vosotros, sacerdotes, menospreciadores de mi nombre. Más diréis: ¿En que hemos menospreciado tu nombre?
-Ofreciendo
sobre mí altar comida mancillada. Y diréis: ¿Cómo lo hemos mancillado? Al
pensar que la mesa de Yahveh es despreciable;
-Y ofrecéis una
res ciega para inmolarla ¿no es cosa mala? Y cuando ofrecéis una res coja y enferma, ¿no está mal? Ofrécelo, pues, a tu
gobernador, a ver si le agradas o te acoge benignamente, dice Yahveh Sebaot.
-Ahora bien,
aplacad, pues, a Dios para que se apiade de nosotros (pues de vuestra mano ha
procedido esto), acaso os conceda su benevolencia, dice Yahveh Sebaot.
-¡Oh, quién,
además, entre vosotros cerrara las puertas para que no encendierais mi altar en
vano! No tengo en vosotros complacencia, dice Yahveh Sebaot, y la oblación no
me agrada venida de vuestras manos.
-Pues desde el
levante del sol hasta el ocaso, grande es mi nombre entre los pueblos, y en
todo lugar ha de sacrificarse, ha de ofrendarse a mi nombre entre los pueblos,
dice Yahveh Sebaot.
Por desgracia también
en nuestro tiempo sé mancilla el nombre de Dios, recordemos que están todavía
muy recientes los desgraciados hechos que implicaban a algunos sacerdotes en el
abuso de niños, algo abominable y que solo el maligno puede haber inculcado en
los corazones de los mismos, y esto ha dado en gran medida una imagen
equivocada del Sacramento del Sacerdocio, por ello, el Papa Benedicto XVI, se
dirigía a los seminaristas en la fiesta
de San Lucas, el 18 de octubre de 2010, en los términos siguiente (Carta del
Santo Padre Benedicto XVI a los seminaristas):
“Quien quiera ser sacerdote debe ser sobre todo un <hombre de Dios>, como lo describe San Pablo (I Tm 6,11). Para nosotros, Dios no es una hipótesis lejana, no es un desconocido que se ha retirado después del <big bang>.
Dios se ha manifestado en Jesucristo. En el rostro de Jesucristo vemos el rostro de Dios. En sus palabras escuchamos al mismo Dios que nos habla. Por eso, lo más importante en el camino hacia el sacerdocio, y durante toda la vida sacerdotal, es la relación personal con Dios en Jesucristo…
Y esto es así porque <Jesús anticipó en la última Cena la ofrenda libre de su vida> (Catecismo de la Iglesia católica 610, 611):
-Jesús expresó
de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los Doce
Apóstoles, en la noche en que fue entregado. En la víspera de su Pasión, estando
todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus Apóstoles el memorial de
su ofrenda voluntaria al Padre, por la salvación de los hombres: “Este es mi
Cuerpo que va a ser entregado por
vosotros” (Lc 22,19). “Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada
por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26,28).
-La Eucaristía
que instituyó en este momento será el “memorial” (I Co 11, 25) de su
sacrificio. Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les manda
perpetuarla. Así Jesús instituye a sus Apóstoles sacerdotes de la Nueva
Alianza. “Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también
consagrados en la verdad (Jn 17, 19).
Y es que todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza han encontrado cumplimiento en Cristo Jesús (Catecismo de la Iglesia católica 1545):
-El sacrificio
redentor de Cristo es único, realizado una vez por todas. Y por esto se hace
presente en el Sacrificio Eucarístico de la Iglesia. Lo mismo acontece con el
único Sacerdocio de Cristo: se hace presente por el sacerdocio ministerial sin
que con ello se quebrante la unicidad del Sacerdocio de Cristo: “Et ideo solus
Christu est verus sacerdos, alii autem ministri eius” (“Y por eso sólo Cristo
es el verdadero sacerdote; los demás son ministros suyos”, S. Tomás de A.,
Hebr. 7,4).
Por eso Cristo
es sumamente exigente con aquellos que llama
para que sean sus sucesores en el ministerio del Orden, como lo fue en
su día con aquellos discípulos que deseaban seguirle, pero le ponían condiciones.
A este respecto hay que recordar también las palabras del Papa Pio XII en su Carta Encíclica <Mediator Dei>, dada junto a Roma en el año 1947, sobre la Sagrada Liturgia:
A este respecto hay que recordar también las palabras del Papa Pio XII en su Carta Encíclica <Mediator Dei>, dada junto a Roma en el año 1947, sobre la Sagrada Liturgia:
“La Iglesia es una sociedad, y por eso exige autoridad y jerarquías propias. Si bien todos los miembros del Cuerpo místico participan de los mismos bienes y tienden a los mismos fines, no todos gozan del mismo poder ni están capacitados para realizar las mismas acciones.
De hecho el
Divino Redentor ha establecido su reino sobre los fundamentos del Orden
sagrado, que es un reflejo de la jerarquía celestial.
Sólo a los
Apóstoles y a los que, después de ellos, han recibido de sus sucesores la
imposición de las manos, se ha conferido la potestad sacerdotal, y en virtud de
ella, así como representan ante el pueblo a ellos confiados, la persona de
Jesucristo, así también representan al pueblo ante Dios.
Este sacerdocio
no se transmite ni por herencia ni por descendencia carnal, ni nace de la
comunidad cristiana ni es delegación del pueblo. Antes de representar al pueblo
ante Dios, el sacerdote tiene la representación del divino Redentor, y, dado
que Jesucristo es la Cabeza de aquel cuerpo del que los cristianos son
miembros, representa también a Dios ante su pueblo.
Por consiguiente, la potestad que se le ha conferido nada tiene de humano en su naturaleza; es sobrenatural y viene de Dios: <<Como mi Padre me envió, así os envío también a vosotros…; el que os escucha a vosotros, me escucha a mí…; Id por todo el mundo: predicad el Evangelio a todas las criaturas; el que creyere y se bautizare, se salvará>>”.
Por consiguiente, la potestad que se le ha conferido nada tiene de humano en su naturaleza; es sobrenatural y viene de Dios: <<Como mi Padre me envió, así os envío también a vosotros…; el que os escucha a vosotros, me escucha a mí…; Id por todo el mundo: predicad el Evangelio a todas las criaturas; el que creyere y se bautizare, se salvará>>”.
Gran responsabilidad la de los Apóstoles y sus sucesores, que dieron ejemplo a seguir como el dado por San Matías, el cual aceptando la misión que Jesús le había encomendado, evangelizó a las gentes hasta las últimas consecuencias…, poniendo incluso su vida en peligro, y por eso también desde los inicios de la Iglesia los cristianos tomaron como modelo su comportamiento y quisieron guardar sus reliquias.
Se cree que las reliquias de este Apóstol fueron rescatadas por Santa Elena, la madre del emperador Constantino el Grade, en su viaje a Tierra Santa y trasportadas a Roma donde actualmente se encuentran, parte de ellas, en la Basílica de Santa María la Mayor. Otra parte de estas reliquias se encuentran en la ciudad alemana de (Tréveris) ubicada en la ribera derecha del rio Mosela, la más antigua del país, en la Abadía que lleva su nombre, así como en la ciudad italiana de Padua en la Iglesia de Santa Justina.
Recordemos finalmente que el
Papa Pio XII (Eugenio María Giuseppe Pacelli; 1876-1958) instituyó la <Obra
Pontificia para las Vocaciones Sacerdotales> (1941) y a partir de este
momento fueron muchas las obras de carácter similar fundadas por los Obispos de
todo el mundo, como recordatorio de las palabras de Jesucristo: <La mies es
mucha, pero los obreros pocos…>.
Por eso, todos los
creyentes tenemos que tener siempre presentes estas palabras del Señor pues la
misión de los sacerdotes en el mundo de hoy no es menos difícil de realizar que
en tiempo de los Apóstoles y también ahora son pocos los preparados para
aceptar la llamada del Señor.A este respecto, el Papa Benedicto XVI lanzaba el siguiente mensaje al mundo entero con motivo de la XLVIII Jornada Mundial de oración por las vocaciones (15 de Mayo de 2011. IV Domingo de Pascua):
“También hoy,
el seguimiento de Cristo es arduo; significa aprender a tener la mirada de
Jesús, a conocerlo íntimamente; quiere decir aprender a conformar la propia
voluntad con la suya. Se trata de una verdadera y propia escuela de formación
para cuantos se preparan para el ministerio sacerdotal y para la vida
consagrada, bajo la guía de las autoridades eclesiásticas competentes.
El Señor no deja de llamar, en todas las edades de la vida, para compartir su misión y servir a la Iglesia en el ministerio ordenado y en la vida consagrada, y la Iglesia
<<está llamada a custodiar este don, a estimularlo y amarlo. Ella es responsable del nacimiento y de la maduración de las vocaciones sacerdotales (Juan Pablo II. Exhortación Apostólica postsinodal Pastores dabo bobis)>>.
Especialmente en nuestro tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por <otras voces> y la propuesta de seguirlo, entregando la propia vida, puede parecer demasiado difícil…
Toda comunidad cristiana, todo fiel, deberá asumir conscientemente el compromiso de promover las vocaciones”
El Señor no deja de llamar, en todas las edades de la vida, para compartir su misión y servir a la Iglesia en el ministerio ordenado y en la vida consagrada, y la Iglesia
<<está llamada a custodiar este don, a estimularlo y amarlo. Ella es responsable del nacimiento y de la maduración de las vocaciones sacerdotales (Juan Pablo II. Exhortación Apostólica postsinodal Pastores dabo bobis)>>.
Especialmente en nuestro tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por <otras voces> y la propuesta de seguirlo, entregando la propia vida, puede parecer demasiado difícil…
Toda comunidad cristiana, todo fiel, deberá asumir conscientemente el compromiso de promover las vocaciones”
“Cuando en una
familia los padres, siguiendo el ejemplo de Tobías y Sara, piden numerosa
descendencia que bendiga el nombre del Señor por lo siglos de los siglos (Tob
8,9) y la reciben con acción de gracias como don del cielo y depósito precioso,
y se esfuerzan por infundir en sus hijos desde los primeros años el Santo Temor
de Dios, la piedad cristiana, la tierna devoción a Jesús en la Eucaristía, y a la
Santísima Virgen, el respeto y veneración a los lugares y personas consagrados
a Dios; cuando los hijos tienen en sus padres el modelo de una vida honrada,
laboriosa y piadosa; cuando los ven amarse santamente en el Señor, recibir con
frecuencia los santos sacramentos…cuando los ven rezar aún en el mismo
hogar…cuando observan que se compadecen de las miserias ajenas y reparten a los
pobres de lo poco o mucho que poseen, será bien difícil que tratando todos de
emular los ejemplos de sus padres, alguno de ellos a lo menos no sienta en su
interior la voz del divino Maestro que le diga: <<Ven, sígueme, y haré
que seas pescador de hombres>>.
¡Dichosos los padres cristianos, que ya que no hagan objeto de sus más fervorosas oraciones estas visitas divinas, estos mandamientos de Dios dirigidos a sus hijos, siquiera no los teman, sino que vean en ellos una grande honra, una gracia de predilección y elección por parte del Señor para con su familia!”
¡Dichosos los padres cristianos, que ya que no hagan objeto de sus más fervorosas oraciones estas visitas divinas, estos mandamientos de Dios dirigidos a sus hijos, siquiera no los teman, sino que vean en ellos una grande honra, una gracia de predilección y elección por parte del Señor para con su familia!”