Así se expresaba, allá por el
siglo pasado, el Papa san Pablo VI, y tenía realmente razón, la Paz no es solo
cosa de los dirigentes de las naciones; la Paz depende de todos los seres
humanos, de ti y de mí…
¿Pero, por qué?, la respuesta podría ser algo tan sencillo como porque <la Paz es posible>, tal como aseguraba en su día este santo Pontífice. Basándose en este referente, en su Mensaje para la celebración de la VII Jornada de la Paz (1 de enero de 1974), el Papa hacía este llamamiento a los hombres y mujeres de su época:
“Hombres hermanos, hombres de
buena voluntad, hombres de prudencia, hombres que sufrís: Creed en nuestro
grito incansable.La Paz es el ideal de la
humanidad. La Paz es necesaria. La Paz es un deber. La Paz es una ventaja. No
se trata de una idea fija e ilógica nuestra; no es una obsesión, una ilusión…
Es una certeza; sí, una esperanza; tiene en su favor el porvenir de la civilización, el destino del mundo; sí, la Paz.
Estamos tan convencidos de que la Paz constituye la meta de la humanidad en vías de alcanzar conciencia de sí misma y en vías hacia un desarrollo civil sobre la faz de la tierra, que hoy, como ya lo hicimos el año pasado, nos atrevemos a proclamar para el año nuevo y los años futuros: <La Paz es posible>.
Porque, en el fondo, lo que
compromete la solidez de la Paz y el favorable desenvolvimiento de la historia,
es la secreta y escéptica convicción de que es prácticamente irrealizable.
Bellísimo concepto, se piensa,
sin decirlo, optima síntesis de las aspiraciones humanas; pero un sueño poético
y una utopía falaz. Una droga embriagante, pero que debilita. Hasta renace en
los ánimos como una lógica inevitable: lo que cuenta es la fuerza; el hombre, a
lo sumo, reducirá el conjunto de las fuerzas al equilibrio de su confrontación,
pero la organización no puede prescindir de la fuerza”
Llega aquí el gran Pontífice a
una de las claves del tema sobre la Paz; debemos reconocerlo, en general, la
historia de los hombres así lo denuncia, se piensa que la Paz total es
prácticamente imposible, es impracticable, porque es <un sueño, una utopía
una droga embriagante que puede debilitar a la humanidad>…
Por desgracia, esto ha sido considerado
por los hombres así, a lo largo de los siglos, salvo en raras ocasiones, sin
embargo algún hombre lucido ha manifestado francamente su opinión en contra de
esta idea.
Entre estos hombres preclaros se
encuentra sin duda nuestro Papa actual el cual en cierta ocasión manifestaba
que la paz se basa en el respeto a cada persona, en el respeto del derecho y
del bien común, con estas palabras (Papa Francisco; 52 Jornada mundial de la
Paz; 1 enero de 2019):
“Cien años después del fin de la
Primera Guerra Mundial, y con el recuerdo de los hombres caídos durante
aquellos combates y las poblaciones civiles devastadas, conocemos mejor que
nunca la terrible enseñanza de las guerras fratricidas, es decir que la paz
jamás puede reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el miedo.
Mantener al otro bajo la amenaza significa reducirlo al estado de objeto y negarle la dignidad. Es la razón por la que reafirmamos que el incremento de la intimidación, así como la proliferación incontrolada de armas son contrarias a la moral y a la búsqueda de una verdadera concordia.
El terror ejercido sobre las
personas más vulnerables contribuye al exilio de poblaciones enteras en busca
de una tierra de paz. No son aceptables los discursos políticos que tienden a
culpabilizar a los emigrantes de todos los males y a privar a los pobres de
esperanza.
En cambio, cabe subrayar que la
paz se basa en el respeto de cada persona, independientemente de su historia,
en el respeto del derecho y del bien común, de la creación que nos ha sido
confiada y de la riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas”
Sí, la indiferencia ante Dios supera la esfera intima de cada persona y alcanza a la esfera pública y social olvidando todas estas cosas que muy bien nos ha recordado el Papa Francisco recientemente, pero que son sabidas del hombre desde siempre, a pesar de su actual indiferencia…
Conviene por ello, al menos a los
cristianos, rememorar aquellas enseñanzas que hemos recibido por parte de los
Pontífices de la Iglesia de Cristo, a lo largo de los siglos, empezando por los
más cercanos a nuestro momento histórico.
Concretamente nos viene a la
memoria aquel Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la
Santa Sede, pronunciado por el Papa Benedicto XVI un 7 de enero del año 2013:
“El evangelio de san Lucas nos
narra que los pastores, en la noche de Navidad, escucharon los coros angélicos
que glorificaban a Dios e invocaban la paz sobre la humanidad.
El evangelista subraya así la estrecha relación entre Dios y el deseo ardiente del hombre de cualquier época de conocer la verdad, de predicar la justicia y vivir en paz.
A veces hoy se nos hace creer que
la verdad, la justicia son una utopía y que se excluyen mutuamente.
Parece imposible conocer la
verdad y los esfuerzos por afirmarla parece que desembocan con frecuencia en la violencia. Por otra
parte, y de acuerdo con una concepción muy difundida, el empeño por la paz
consistiría en una búsqueda de los compromisos que garantizan la convivencia
entre los pueblos o entre los ciudadanos dentro de una nación.
Desde el punto de vista cristiano, por el contrario, existe un vinculo intimo entre la glorificación a Dios y la paz de los hombres sobre la tierra, de modo que la paz no es fruto de un simple efecto humano sino que participa del mismo amor de Dios.
Y precisamente este olvido de
Dios, en lugar de su glorificación, es lo que engendra la violencia. En efecto,
¿Cómo se puede llevar a cabo un diálogo autentico cuando ya no hay una
referencia a una verdad objetiva y trascendente?
En este caso, ¿Cómo se puede impedir el que la violencia, explicita u oculta, no se convierta en la norma última de las relaciones humanas?
En realidad, sin una apertura a
la trascendencia, el hombre cae fácilmente presa del relativismo, resultando
difícil actuar de acuerdo con la justicia y trabajar por la paz”
En efecto, <sin una apertura a
la trascendencia, el hombre cae fácilmente presa del relativismo, resultándole
muy difícil actuar de acuerdo con la justicia y trabajar por la Paz. Por eso
como aseguraba el Papa Francisco:
“El olvido y la negación de Dios, llevan al hombre a no reconocer alguna norma por encima de sí y a tomar solamente a sí mismo como norma y ha producido crueldad y violencia sin medida.
En el plano individual y
comunitario, la indiferencia hacia el prójimo, hija de la indiferencia hacia
Dios, asume el aspecto de inercia y despreocupación, alimenta el persistir de
situaciones de injusticia y en grave desequilibrio social, los cuales a su vez,
pueden conducir a conflictos o, en todo caso, general un clima de
insatisfacción que corre el riesgo de terminar, antes o después, en violencia e
inseguridad.
En este sentido la indiferencia,
la despreocupación que se deriva, constituyen una grave falta al deber que
tiene cada persona de contribuir, en la medida de sus capacidades y del papel
que desempeña en la sociedad, al bien común, de modo particular a la paz, que
es uno de los bienes más preciosos de la humanidad (Exhortación apostólica <Evangelii
gaudium>; Papa Francisco, 24 de noviembre de 2013)”
Ciertamente, debemos siempre pedir al Señor para que nos libre del tormento de las guerras y de la estrategia del miedo porque como muy bien nos enseñaba el Papa Pablo VI en el siglo pasado:
“La paz debe ser <hecha>,
debe ser engendrada y producida continuamente; es el resultado de un equilibrio
inestable que sólo el movimiento puede asegurar. Las mismas instituciones que
en el orden jurídico y en el concierto internacional tienen la función y el
merito de proclamar y de conservar la paz alcanzan su providencial finalidad
cuando están continuamente en acción, cuando en todo momento saben engendrar la
paz, hacer la paz.
Esta necesidad brota
principalmente del devenir humano, del incesante proceso evolutivo de la
humanidad. Los hombres suceden a los hombres, las generaciones a las
generaciones. Aunque no se verificase ningún cambio en las situaciones
jurídicas e históricas existentes, seria en todo caso necesaria una obra <in
fieri> para educar a la humanidad a permanecer fiel a los derechos
fundamentales de la sociedad: éstos tienen que permanecer y guiaran la historia
un tiempo indefinido, a condición de que
los hombres que cambian, y los jóvenes que vienen a ocupar el puesto de los
ancianos que desaparecen, sean educados sin cesar en la disciplina del orden
que tutela el bien común y en el ideal de la paz.
En este sentido, hacer la paz significa educar para la paz. Y no es una empresa pequeña ni tampoco fácil”
No, no es una empresa fácil mantener
la paz, si lo fuera, ya haría tiempo que las confrontaciones entre los hombres
habrían desaparecido de la faz de la tierra. Todo lo contrario, en este nuevo
siglo observamos un recrudecimiento de las mismas entre pueblos y aún entre
hermanos…
¿Qué es necesario hacer a este
respecto? El Papa san Pablo VI lo tenía muy claro <Mensaje de su santidad
Pablo VI para la celebración de la IX Jornada de la Paz, celebrada el 1 de
enero de 1976>: “Aquí entramos en el campo
futurible de la humanidad ideal, de la humanidad nueva que hay que crear y
educar; de la humanidad despojada de sus potentísimas y mortíferas armaduras
militares, pero mucho más revestida y reforzada con connaturales principios
morales. Son principios ya existentes,
en estado teórico e infantiles prácticamente, débiles y delicados todavía, casi
al principio de su inserción en la conciencia profunda y eficaz de los
pueblos”