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jueves, 6 de junio de 2013

JESÚS DIJO: HOY SE CUMPLE ENTRE VOSOTROS ESTA ESCRITURA



 
 


El Señor vino a salvar a todos los hombres, el don de la fe es universal. Desde los primeros momentos de su vida pública, Jesús lo manifestó así, aún a costa de ser rechazado por los suyos, por el pueblo de Israel, como le sucedió,  cuenta San Lucas en su Evangelio, tras el ayuno y tentaciones del diablo en el desierto, cuando trataba de evangelizar a las gentes de Galilea.

Habiendo llegado a Nazaret de Galilea, ciudad en la que se había criado, se dirigió a la Sinagoga, donde los judíos tenían costumbre de orar y leer los Escritos Sagrados. Era sábado, por tanto, sería mucha la gente que allí estaba y cuando le correspondió su turno se levantó y leyó en el volumen correspondiente aquella parte de la historia del pueblo israelita que recordaba la llegada del Mesías, y después les dijo:



“Hoy se cumple entre vosotros esta escritura”. Y nadie se extrañó por sus palabras, al contrario, asentían y se admiraban, porque eran palabras de gracia.

Algunos, sin embargo, le reconocieron como el hijo de José, carpintero de Nazaret, y entonces Él les dijo: “Seguramente me aplicareis este proverbio, <médico, cuídate a tí mismo; cuanto oímos realizado en Cafarnaúm, hazlo también aquí, en tu patria>. Ellos callaban, pero empezaban a estar inquietos y quizás hasta un poco atemorizados, porque Jesús había leído sus pensamientos. Entonces el Señor les habló de nuevo y les dijo algo que les soliviantó y les llenó de ira (Lc 4, 24-27):

-En verdad os digo que ningún profeta es acepto en su patria.

-De verdad os digo, muchas viudas había por los días de Elías en Israel, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, con que vino grande hambre sobre toda la tierra.

-Y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a Serepta, ciudad de Sidonia a una mujer viuda.

-Y muchos leprosos había en Israel al tiempo de Eliseo profeta, y ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio.

 


Entonces estallaron en gritos e imprecaciones, porque con sus palabras, Jesús estaba mostrando que el mensaje salvador era universal, porque Dios ama a todos sus hijos, en especial a aquellos que le escuchan y siguen sus mandatos, y no le importa la nacionalidad, la raza o de la clase que sean.
Pero a los judíos aquella idea les llenó de cólera y arrojaron a Jesús fuera de la ciudad y poco faltó para que lo despeñaran colina abajo.

Entonces, sí, el Señor hizo el milagro que antes ellos le habían solicitado, pues pasó entre ellos y nadie fue capaz de tocar un solo pelo de su cabeza. Los había derrotado moralmente y el milagro se había producido dejándolos inermes ante su presencia, y Él marchó tranquilamente, dirigiéndose a otro lugar para seguir evangelizando.



Este episodio de la vida pública de Cristo fue narrado por los tres evangelista sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), pero la novedad del Evangelio de San Lucas está en el hecho de haberlo colocado casi al principio de su vida pública, en concreto después del ayuno y tentaciones del Señor, cuando realmente luego reconoce en el texto que los judíos de Nazaret conocían sobradamente las maravillas y  milagros realizadas en Cafarnaúm por Jesús. La intención del evangelista podría haber sido, según algunos exegetas, destacar este evento en el que se observa una aptitud salvadora hacia todos los hombres, la cual se repetiría a lo largo de todo su Mensaje.

Es significativo, por otra parte, el hecho de que a Jesús le tocara leer en el volumen sagrado, aquella parte del Antiguo Testamento en que se anuncia de forma clara y rotunda la llegada del Mesías entre el pueblo de Israel, cuando se levantó  en la Sinagoga de Nazaret.

Se trataba del texto en que el gran profeta Isaías anunciaba de forma expeditiva la <Buena Nueva de Sión> (Is 61, 1-2). Nuestro Señor Jesucristo estaba hablando de sí mismo, al descifrar este oráculo en Nazaret, tal como recuerda el evangelista San Lucas (Lc 4, 16-21):



-Y fue a Nazaret, donde se había criado, y entró, según su costumbre, el día de sábado en la sinagoga, y se levantó a leer

"Y le fue entregado el libro del profeta Isaías, y abriendo el libro, halló el lugar en que estaba escrito / El espíritu del Señor, Yahveh, está sobre mí, por cuanto me ungió; para evangelizar a los pobres  me ha enviado, para pregonar a los cautivos remisión, y a los ciegos, vista; para enviar con libertad a los oprimidos / para pregonar un año de gracia del Señor / Y habiendo arrollado el volumen, lo entregó al ministro y se sentó. Y los ojos de todos en la sinagoga estaban clavados en Él / Y comenzó a decirles que <Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír"

Cuando Jesús dice el <El espíritu de Yahveh, está sobre mí, por cuanto me ungió>, en forma metafórica está avisando al pueblo de Israel y al mundo entero, a través de los siglos, del hecho de que el Creador le ha mandado a los hombres con una misión sagrada, esto es, para evangelizarlos y


conducirlos por su Pasión Muerte y Resurrección hacia la salvación.

Por otra parte, antes de su Ascensión al cielo, encargó a sus discípulos, y muy especialmente a sus Apóstoles, que siguieran con esta labor evangelizadora, pero les pidió, así mismo, que antes de iniciarla esperaran la llegada del Espíritu Santo que les iba a enviar, como así fue durante la fiesta de Pentecostés (Primitivamente se denominaba fiesta de las semanas; tenía lugar después de la recolección de la cebada, y antes de comenzar la del trigo).

Jesucristo llamó también al Apóstol San Pablo de manera muy especial, con la misión principal de evangelizar a los paganos, esto es, los que no pertenecían al pueblo judío o pueblo de las promesas, precisamente porque quería que todos los hombres tuvieran la oportunidad de conocer su Mensaje Salvador.

San Pablo comprendió enseguida lo que el Señor esperaba de él y se esforzó al máximo para cumplir con tan dura misión, eligiendo a su vez entre sus seguidores algunos discípulos especiales como Timoteo, para que prosiguieran su labor allí donde él no podía permanecer y aún cuando él hubiera muerto, avisándoles de las enormes dificultades que se les presentarían, debidas, en gran parte, a las numerosas herejías que estaban ya surgiendo y que en el futuro aumentarían (I Tim -Primera parte- 4, 1-3):


"Mas el Espíritu abiertamente dice que en tiempos posteriores apostatarán algunos de la Fe, dando oídos a espíritus seductores y a doctrinas de demonios / inducidos por la hipocresía de algunos impostores, que llevan marcado con fuego en su conciencia el estigma de su ignominia / que proscribirán el matrimonio y el uso de manjares, que Dios crió para que los tomasen con hacimiento de gracias los fieles, que son los que han conocido plenamente la verdad / Porque toda criatura de Dios es buena, y nada hay que merezca repudiarse, como se tome con hacimiento de gracias / pues santificase por la palabra de Dios y por la oración"
 
 


Sí, porque la palabra de Dios es la que santifica los alimentos, nos explica la verdadera naturaleza de los mismos, como obra que son de Él, y prescribe su recta utilización para su mayor gloria.

Por otra parte, cuánta razón tenía San Pablo; después de más de veinte siglos desde que escribiera estas palabras proféticas, las mismas siguen cumpliéndose, y tal como sucede en el momento actual de la historia del hombre, han conducido a una situación extrema de crisis de fe, denunciada por el Papa Benedicto XVI en su Carta Apostólica, en forma de motu proprio “Porta Fidei” (Dada en Roma el 11 de octubre de 1911):
“Desde el comienzo de mi ministerio como sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo…

Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de sus compromisos, al mismo tiempo que siguen considerando  la fe como un presupuesto obvio de la vida común.

De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirada por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas…


Debemos, de nuevo, encontrar el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (Jn 6, 51).

En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: <Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna> (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que le escuchaban es también hoy la misma para nosotros: ¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? (Jn 6, 28). Sabemos  la respuesta de Jesús: <La obra de Dios es ésta: que creáis en él que ha venido> (Jn 6, 29).
Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación…"


Sí, porque Jesucristo como Dios-Hombre tiene todo el poder y el derecho a intervenir, a legislar, a juzgar, a ser obedecido, en todos los órdenes de la vida humana, como nos recuerda el Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel y la respuesta que dio Jesús a Pilatos cuando éste le preguntó ¿Eres Tú el Rey de los judíos?:
 
 


<Sí, yo soy rey, para eso he nacido y venido a este mundo, para dar testimonio de la verdad>, es concluyente. Pero su reino no es de este mundo, es decir, no es un reino temporal; es el reino de la verdad y de la vida, el reino de la gracia y de la santidad, el reino de la justicia, del amor y de la paz.

El Papa Benedicto XVI en su Carta  <Porta Fidei>, nos recuerda también a todos los fieles que para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe  debemos recurrir siempre al Catecismo de la Iglesia Católica:
“Precisamente en este horizonte, el <Año de la Fe>, deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemáticamente y orgánicamente, en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia.

Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes de su vida de fe”

Gran elogio del Papa Benedicto XVI, el cual nos recuerda así mismo en su Carta Apostólica que este Catecismo de la Iglesia Católica es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II; surgido del deseo de los Padres del sínodo de Obispos convocado por el Papa Juan Pablo II el 25 de enero de 1985 (vigésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II), los cuales  manifestaron a su Santidad el Papa que deseaban <fuese redactado un Catecismo o compendio de toda la doctrina católica tanto sobre la fe, como sobre la moral, el cual pudiera ser considerado como un texto de referencia para los Catecismos o compendios que se redactaban en los diversos países>.
 
 


Por su parte el Papa Juan Pablo II tomó muy en cuenta las consideraciones de los Padres Sinodales, y  comprendiendo que este proyecto respondía a una verdadera necesidad de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares, lo apoyó desde el primer momento. Como resultado de los incansables trabajos llevados a cabo por una Comisión de Cardenales y Obispos, presidida por el Cardenal Joseph Ratzinger y junto a ella de un Comité de redacción formado por siete Obispos de diócesis expertos en teología y catequesis, vio la luz este ambicioso deseo.

El trabajo fue objeto de una amplia consulta a todos los Obispos católicos, a sus Conferencias Episcopales o Sinodales, a institutos de teología e institutos de catequesis, y en conjunto, se puede decir que, recibió una excelente acogida de todos ellos. La conclusión de todo esto es que este Catecismo <refleja la naturaleza colegial del Episcopado y atestigua la catolicidad de la Iglesia>.

El prólogo de este magnífico Catecismo nos muestra en boca del mismo Jesucristo y de sus enviados, aquello que vamos a encontrar dentro como fruto de los trabajos realizados en el Concilio Vaticano II ((Prólogo del Catecismo de la Iglesia Católica. Versión oficial en español preparado por un grupo de teólogos y catequistas, presidido por el Arzobispo Karlic <Paraná- Argentina> y el Obispo Medina <Rancagua- Chile> 1992)):

“Padre, ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo (Jn 17, 3). <Dios, nuestro Salvador…quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad> (I Tim 2, 3-4). <No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos (Hch 4, 12) sino el nombre de JESÚS>”
 
 
 


Como asegura el Papa Benedicto XVI, el cual tuvo una participación importantísima en el alumbramiento del actual Catecismo de la Iglesia Católica, <a través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta en él no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia>.

En su día,  otros Pontífices de la Iglesia comprendieron  que la evangelización de los pueblos, requerían del apoyo inestimable del Catecismo. Uno de estos Pontífices fue San Pio X (Giuseppe Sarto; 1903-1914), el cual en su Carta Encíclica <Acerbo nimis>, motivada por los males que aquejaban a la sociedad de su época, destacó  la ignorancia de la religión por parte de un gran número de sus feligreses, la indiferencia a las verdades de la religión de los mismos, incluso de aquellos que se consideraban católicos, y por supuesto, las malas pasiones y la mala vida, que engendraba esta ignorancia.

Como consecuencia de todo esto, el Papa Pio X, defendió la <Necesidad de la instrucción religiosa y sus beneficios>. Es interesante recordar también, aunque no sea más que brevemente, algunas de las cosas que a este propósito dijera  éste Papa santo, porque si nos detenemos a pensarlo, las ideas y juicios de la sociedad que a él le tocó vivir, son  “embriones” de los que ahora se defienden en este siglo (Acerbo Nimis; Pio X. Dada en Roma el 15 de abril de 1905):
 
 


“Los secretos designios de Dios Nos han levantado de Nuestra pequeñez al cargo de Supremo Pastor de toda la grey de Cristo en días bien críticos y amargos, pues el enemigo de antiguo anda alrededor de este rebaño y le tiende lazos con tan pérfida astucia, que ahora, principalmente, parece haberse cumplido aquella profecía del Apóstol a los ancianos de la Iglesia de Éfeso: Sé que os han asaltado lobos feroces que destrozan el rebaño (Hechos 20, 29).

De este mal que padece la religión no hay nadie, animado del celo de la gloria divina, que no investigue las causas y razones, sucediendo que, como cada cual las habla diferentes, propone diferentes medios, con forme a su personal opinión, para defender y restaurar el Reino de Dios en la tierra.

No prescribimos, Venerables Hermanos, los otros juicios, más estamos con los que piensan que la actual depresión y debilidad de las almas, de que resultan los mayores males, provienen, principalmente, de la ignorancia de las cosas divinas.

Esta opinión concuerda enteramente con lo que Dios mismo declaró por su profeta Oseas: No hay conocimiento de Dios en la tierra. La maldición, y la mentira, y el homicidio, y el robo, y el adulterio lo han inundado todo; la sangre se añade a la sangre por cuya causa se cubrirá de luto la tierra y desfallecerán todos los moradores (Os 4, 1 ss)”

Son las palabras del Papa Pio X, con las que expresa la <dolorosa comprobación> del mal estado de la sociedad en la que se debatía su grey. Sin querer ser agoreros nos preguntamos ¿acaso no nos suenan de algo las denuncias de este santo Papa?

Sí, la sociedad de este recién estrenado siglo XXI, ha heredado, por desgracia, los vicios y malas costumbres de los siglos anteriores, propagados a raíz de un modernismo mal entendido, en el cual han confluido casi todas las herejías de la historia del hombre, y si seguimos así los males de otras épocas, serán superados con creces.

 
 


Es por eso, que el Papa Benedicto XVI ha querido  recordarnos a todos los cristianos la necesidad de volver a los orígenes de la Iglesia, esto es, la vuelta a Cristo, tal como hicieron otros Papas anteriores, y para ello es necesario, principalmente, que los niños y jóvenes de las nuevas generaciones, pero también los adultos y los ancianos, recuerden o aprendan por primera vez, los fundamentos de la religión católica.

El Papa en su Carta <Porta Fidei>, asegura que para conocer de forma sistemática el contenido de la fe, es necesario leer el Catecismo de la Iglesia Católica y asegura finalmente que éste será un instrumento de apoyo a la fe extraordinario.

A este respecto, es interesante recordar que en el periodo de tiempo comprendido entre los años finales del siglo XVII y principios del siglo XX surgieron distintas corrientes de opinión muy críticas con el Mensaje Divino, de las que fueron protagonistas tanto exégetas, como teólogos, filósofos y eruditos en general que apostaban por la <modernización de la Iglesia Católica>, como si ello tuviera algún sentido, siendo la Iglesia Católica, como es, una institución creada por Nuestro Señor Jesucristo, totalmente atemporal y única por todos los siglos.

Ya el Papa San Pio X encontrándose con un ambiente social tan negativo, supo enfrentarse con gran valor y cordura a la situación, con objeto de que los errores que, algunos grupos, trataban de propagar en el seno de la Iglesia, fueran erradicados; para ello, escribió varias Cartas Encíclicas condenando claramente el agnosticismo del que hacían gala aquellos que habían adoptado los ideales del <modernismo>.

El Pontificado de Pio X se caracterizó por tanto, por la renovación de la vida cristiana y la insistente necesidad de alentar y reformar la enseñanza de la fe y para esto, además de su predicación orar, decidió elaborar un Catecismo nuevo que tuvo gran influencia sobre los creyente durante un largo periodo de tiempo, al igual que tuvo su Carta Encíclica < Acerbo Nimis> mencionada anteriormente, en la cual hacia defensa de la enseñanza del Catecismo:
 


“Acaso no falten sacerdotes que, deseosos de ahorrarse trabajo, creen que las homilías satisfacen la obligación de enseñar el Catecismo. Quienquiera que reflexione, descubrirá lo erróneo de esta opinión, porque la predicación del Evangelio está destinada a los que ya poseen los elementos de la fe. Es el pan, que debe darse a los adultos.

Más por el contrario, la enseñanza del Catecismo es aquella leche, que el Apóstol San Pedro quería que todos los fieles desearan sinceramente, como los niños recién nacidos. El oficio, pues, de catequista consiste en elegir alguna verdad relativa a la fe y a las costumbres cristianas, y explicarla en todos  sus aspectos.

Y como el fin de la enseñanza es la perfección de la vida, el catequista ha de comparar lo que Dios manda obrar y lo que los hombres hacen realmente; después de lo cual, y sacando oportunamente algún ejemplo de la Sagrada Escritura, de la historia de la Iglesia o de la vida de los Santos, ha de aconsejar a sus oyentes, como si les enseñara con el dedo, la norma a la que deben ajustar la vida, y terminará exhortando a los presentes a huir de los vicios y practicar las virtudes”  

Virtud y claridad son los dones empleados por el santo Papa en su análisis del trabajo del catequista, y todavía sigue explicando el Pontífice, en esta misma Carta, que el oficio del buen catequista, no es tarea grata para aquellas personas que se encuentran sometidas a las pasiones, y denuncia los males que se derivan de la <dejadez en la enseñanza de la Doctrina cristiana>; porque si es cosecha vana esperar cosecha en tierra no sembrada ¿Cómo esperar generaciones adornadas de buenas obras, si oportunamente no fueron instruidas en la doctrina cristiana?

Es la pregunta que también se hacia el Papa Benedicto XVI, el cual como sus antecesores ha comprendido que la sociedad de hoy, al igual que sucediera en épocas anteriores, está falta de fe; como dijo San Pablo a los romanos refiriéndose a los judíos que rehusaban creer en el Evangelio (Rom 10, 14-17):



"¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quién no creyeron? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no oyeron? ¿Y cómo oirán sin predicador? / ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Según está escrito: ¡Cuan hermosos los pies de los que anuncian el bien! / Pero no todos obedecieron el Evangelio. Pues Isaías dice: Señor, ¿quién creyó a nuestra predicación? / Así pues, la fe por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo"

Sí, la fe es universal y todos los seguidores de Cristo estamos obligados a dar a conocer el mensaje del Mesías, cada uno en la medida de sus posibilidades, con las herramientas que el Espíritu Santo pone en sus manos, porque  nos lo  pidió Nuestro Señor Jesucristo (Papa Benedicto XVI ;Jornadas mundial de las Misiones. Vaticano 29 de abril de 2006):

“¿No es esta la misión de la Iglesia en todos los tiempos? Entonces no es difícil comprender que el auténtico celo misionero, compromiso primario de la comunidad eclesial, va unido a la fidelidad al amor divino, y esto vale para todos los cristianos, para toda comunidad local, para las Iglesias particulares y para todo el pueblo de Dios…
Así pues, ser misionero significa amar a Dios con todo nuestro ser, hasta dar, si es necesario, incluso la vida por Él. ¡Cuántos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, también en nuestros días, han dado el supremo testimonio de amor con el martirio! Ser misionero es entender, como el buen samaritano, las necesidades de todos, especialmente de los más pobres y necesitados, porque quién ama con el corazón de Cristo no busca su propio interés, sino únicamente la gloria del Padre y el bien del prójimo.



Aquí reside el secreto de la fecundidad apostólica de la acción misionera, que supera las fronteras y las culturas, llega a los pueblos y se difunde hasta los extremos confines del mundo”

 

   

 

martes, 4 de junio de 2013

JESÚS PREGUNTÓ: ¿HABRÁ FE AL FINAL DE LOS SIGLOS?


 
 
 



Cuenta el evangelista San Lucas  que los fariseos, asustados como estaban al escuchar ciertas palabras de Jesús y ver los portentosos milagros que hacía, le acosaban preguntándole con impaciencia cuando sería el advenimiento del reino de Dios y el Señor les respondió como merecían, recordándoles que el Hijo del hombre, el Mesías, volvería al final de los tiempos, en la Parusía, para hacer justicia.

Después de esto, el Apóstol narró en su Evangelio la parábola del <Juez inicuo>, que el Señor propuso a aquellos fariseos que le oían con curiosidad y desasosiego, la cual trata del caso de una mujer viuda y de un juez injusto que no atendía a sus requerimientos (Lc 18, 2-5):
"Había un juez en cierta ciudad, que no temía a Dios ni respetaba a  hombre / Había también en aquella ciudad una viuda, que venía a él y le decía: <Hazme justicia de mi contrario> / Y por algún tiempo no quería. Pero luego se dijo para sí: <Verdad es que ni temo a Dios ni respeto a hombre / con todo, porque esa viuda me importuna, le haré justicia, no sea que al final venga y me abofetee>"

Éste sería  probablemente  el comportamiento de un hombre injusto, cuyo oficio fuera el de juez, ante una vindicación incomoda para él.
Pero Jesús quiere mostrarnos con esta parábola que esa no es la forma en que actuaría Dios, esto es, Él mismo, tal como muestra  el razonamiento del Señor frente a la actitud del jurista ignominioso (Lc 18, 6-8):  



"Y dijo el Señor: Oíd lo que dice el juez inicuo / ¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a Él día y noche, y se mostrará remiso en su causa? / Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero el Hijo del hombre al venir, ¿por ventura hallará la fe sobre la tierra"


¡Qué interrogación tan misteriosa la del Señor!, que nos hace preguntarnos  a los creyentes en este siglo: ¿Por ventura hallará  fe el Hijo del hombre al venir por segunda vez sobre la tierra?...Es pregunta también  apocalíptica e inquietante si tenemos en cuenta la falta de fe en estos días, de una gran mayoría de la humanidad, habiéndose  llegado ya al tercer milenio desde la primera venida del Mesías…

Y es que sin duda el Señor conocía y conoce bien al género humano, Él  lo ha creado, sabe de su inconstancia en la verdad y su tendencia al mal, después del pecado original, y también sabe de la envidia del diablo hacia  los hombres, a los que trata de  incitarles hacia el mal, la perversión y la injusticia, por eso no debería extrañarnos la pregunta de Cristo: ¿Por ventura hallará la fe el Hijo del hombre en su venida?…

Porque ciertamente vendrá al final de los tiempos para hacer justicia, para  castigar el mal…
No obstante, Jesús nos aseguró también que en la Parusía, Dios, Él mismo, no será reacio a la causa de sus escogidos,  y hará la justicia que día y noche le reclaman. Y es que el Señor es <justo y misericordioso>, Él quiere que todas sus criaturas se salven y por eso en su primera venida al mundo, nos habló de la gloria de su Padre, nos avisó de su segunda venida al mundo y nos aseguró  que impartiría justicia entre los hombres… (Mt 16, 24-28):
-Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome a cuestas su cruz y sígame.


-Pues quién quisiere poner a salvo su vida, la perderá; más quién perdiere su vida por causa de mí, la hallará.
-Pues ¿Qué provecho sacara un hombre si ganare el mundo entero, pero malograre su alma?

-Porque ha de venir el Hijo del hombre en la gloria de su Padre; acompañado de sus ángeles, y entonces dará un pago a cada cual conforme sus actos

Sin duda el tema del infierno y de la gloria siempre ha perturbado a los grandes pensadores de la Iglesia. También es cierto que  los antiguos Concilios rechazaron la teoría de la llamada <apocatástasis final>, según la cual el mundo sería regenerado después de la destrucción, y toda criatura humana se salvaría; una teoría que indirectamente abolía el infierno.
Sin embargo, las palabras de Cristo son muy claras al hablar sobre los novísimos, por ejemplo en el libro del Apocalipsis de san Juan y así mismo en el llamado <Apocalipsis Sinóptico> que aparece en el evangelio de san Mateo. Concretamente refiriéndonos a este último recordemos que las palabras de Jesús son inequívocas  (Mt 25, 31-36):
-Y cuando viniere el Hijo del hombre en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará en el trono de la gloria,

-y serán congregados en su presencia todas las gentes, y los separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos;
-y colocará a las ovejas a la derecha y los cabritos a la izquierda.




-Entonces dirá el Rey a los de la derecha: Venid, vosotros los benditos de mi Padre, y entrad en posesión del reino que os está preparado desde la creación del mundo…
-Entonces dirá también a los de su izquierda: Apartaos de mí, vosotros los malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y para sus ángeles…

-E irán éstos al tormento eterno; pero los justos, a la vida eterna.

 
El Papa Francisco en su <Audiencia general> del día 24  de abril de este mismo año, refiriéndose  a estos versículos del <juicio final> anunciado por Jesús según el Evangelio de San Mateo ha dicho lo siguiente:

“La imagen utilizada por el evangelista es la del pastor que  separa  las ovejas de las cabras. A la derecha se coloca a quienes actuaron según la voluntad de Dios, socorriendo al prójimo hambriento, sediento, extranjero, enfermo, encarcelado…; mientras que a la izquierda van los que no ayudaron al prójimo. Estos nos dice que serán juzgados por Dios según la caridad, según como la hayan practicado con sus hermanos, especialmente con los más débiles y necesitados” 

Sin duda este pasaje del Nuevo Testamento siempre ha inquietado, a los hombres en la antigüedad, pero también en cualquier momento de la historia de la humanidad  y  con mayor razón en estos últimos tiempos si tenemos en cuenta su evidente alejamiento de Dios, tal como nos advierte  el Papa Benedicto XVI"  (Luz del mundo. Benedicto XVI; 2110):
 


“Se trata de un juicio real el que tendrá lugar  sin embargo se podría decir que se avecina al hombre, siempre, ya en la muerte. El gran escenario que se esboza en el Evangelio de San Mateo, con las ovejas y los cabritos, es una parábola propuesta por el Señor de lo inimaginable.
Nosotros los hombres no podemos imaginarnos ese proceso inaudito en el que todo el Cosmos se halla ante el Señor y la historia entera ante Él…
Como será esto visualmente escapa a nuestra capacidad de imaginación...
Pero que Él es el juez, que tendrá lugar un juicio real, que la humanidad será separada y que, entonces, existe también la posibilidad de la perdición, y que las cosas no son indiferentes, son datos muy importantes.

Hoy la gente tiende a decir: <bueno, tan malas no serán las cosas. Al fin y al cabo, es muy difícil que Dios obre así>. Pero no, Él toma en serio las cosas de los hombres. Está además, el hecho de la existencia del mal, que permanece y tiene que ser condenado. En tal sentido, aún con la alegre gratitud por el hecho de que Dios es tan bueno y nos da su gracia, deberíamos percibir también e inscribir en nuestro programa de vida la seriedad del mal…”
 


Por otra parte, lo que está claro es que Jesús nos ha hablado no solo de la eternidad de la sanción del  pecado, sino también de la eternidad del suplicio que esta implica, de esto nadie puede dudar por más que nos engañemos diciendo que como Dios es infinitamente bueno perdonará a todos los hombres incluso a los que no se arrepientan sinceramente de sus pecados, y ¡ojo! con <dolor de corazón>…

A este respecto es interesante también recordar las palabras del Papa Juan Pablo II (“Cruzando el umbral de la esperanza” Juan Pablo II. Círculo de lectores):

“Hay algo en la misma conciencia moral del hombre que reacciona ante una tal perspectiva: ¿El Dios que es Amor, no es también Justicia infinita? ¿Puede Él admitir que los terribles crímenes puedan quedar impunes? ¿La pena definitiva no es en cierto modo necesaria para obtener el equilibrio moral en tan intrincada historia de la humanidad? ¿El infierno, no es en cierto sentido <la última tabla de salvación> para la conciencia moral humana?”

 
Con estas palabras del Papa nos adentramos ya en el tema trascendental denominado  conciencia errónea, porque cuando el pecador ha perdido incluso el discernimiento para aceptar  que hace el mal, porque  ve en un comportamiento perverso algo  normal y hasta lógico, las posibilidades que tiene de salvación han sido destruidas, al impedir el posible arrepentimiento, de algo que no acepta como pecado, siéndolo en sí mismo.

Esta es una situación terrible que aqueja a una gran parte de la sociedad actual, que forma parte del día a día de los seres humanos en los últimos siglos. Y aún más, si tenemos en cuenta que algunos hombres se empeñan en tratar de demostrar que la <conciencia errónea> protegería al ser humano de la <onerosa exigencia de conocer la verdad>, y así alcanzaría la salvación de una manera más cómoda.
Sin embargo, como nos aseguró Benedicto XVI, cuando aún era el Cardenal Ratzinger (“El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón….):                             
“Parece más bien que esta <conciencia errónea>, es la cáscara de la subjetividad, bajo la cual el hombre puede huir de la realidad, ocultándola”

Esta aptitud ante la vida, la podemos observar en el comportamiento de muchas de las personas que conocemos y tratamos a diario con mayor o menor intimidad, y así en aras de un cierto bienestar temporal, estas criaturas se ven abocadas a los mayores errores sin darse cuenta de que se encuentran instaladas en la mentira que dispensa al ser humano de conocer la verdad de sus actos y por tanto de arrepentirse de sus malas acciones, tal como denunciaba el Papa Benedicto XVI (Ibid):


“…la <conciencia errónea> se transforma, así, en la justificación de la subjetividad del conformismo social, el cual, en cuanto mínimo común denominador  de las diferentes subjetividades, desempeña el cometido de hacer posible la vida en sociedad.
Se viene abajo el deber de buscar la verdad, al igual que se desvanecen las dudas sobre las tendencias generales predominantes en la sociedad o sobre cuanto en ellas se ha hecho costumbre. Basta con estar convencido de las propias opiniones y adaptarse a la de los demás.
El hombre queda reducido, así, a sus convicciones superficiales y cuanto menos profundas sean, tanto mejor para él…”

Panorama muy triste el que nos muestra el Papa, reflejo, sin duda de una <civilización> basada en el materialismo, ajena a Dios, hundida en el relativismo, que se atreve a hacer preguntas como las siguientes:
¿Cómo es posible que de la fe brote la alegría? ¿Para qué trasmitir la fe a los demás? ¿Por qué no nos ahorramos este esfuerzo? ¿No será mejor olvidarnos de la fe?...

Estas preguntas merecen una respuesta como la dada por el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“En los últimos años, preguntas como estas han paralizado visiblemente el impulso evangelizador, quien entiende la fe como un pesado fardo, como una imposición de exigencias morales, no puede invitar a los demás a creer, sino que prefiere dejarlos en la presunta libertad de su buena fe”


De cualquier forma para todos los llamados a evangelizar,  lo primero y principal es dar ejemplo de vida, porque se necesita, ante todo, el testimonio de la santidad; porque si la Palabra es desmentida por la conducta, difícilmente, será bien recibida.
No podemos, sin embargo, cerrar los ojos a la evidencia, todos conocemos personas imbuidas de la llamada <conciencia errónea>; la cuestión sin embargo no es nueva recordemos como el Mesías se preguntaba:



¿Por ventura encontrará fe el Hijo del hombre en su segundo advenimiento a la Tierra?

Por otra parte, también en el Antiguo Testamento encontramos ejemplos claros de este problema, tal como también recordaba el Papa Benedicto XVI (Ibid). Así,  en concreto, en el libro de los Salmos podemos leer (Salmos 19, 13):
“¿Quién advierte sus propios errores? ¡Libradme de las culpas que no veo!”

Oraciones dirigidas a Dios, por hombres temerosos de la <mala conciencia> y que sabían el riesgo que corrían con el alejamiento de la verdad. El Papa  Benedicto XVI refiriéndose a estas palabras del Salmo  aseguraba (Ibid):
“Esto no es objetivismo vetero-testamentario, sino la más honda sabiduría humana: dejar de ver las culpas, el enmudecimiento de la voz de la conciencia en tantos ámbitos de la vida, es una enfermedad espiritual mucho más peligrosa que la culpa, sí aún se está en condiciones de reconocerla como tal.
Quién ya es incapaz de percibir que matar es pecado, ha caído más bajo que quién todavía puede reconocer la malicia de su propio comportamiento, pues se halla mucho más alejado de la verdad y de la conversión”


En efecto, según esto, el propio juez inicuo de la parábola del Señor podría encontrarse más cerca de una conversión  futura, al admitir  su falta de respeto a Dios y al hombre, que aquel fariseo que no reconocía sus culpas y se ponía como ejemplo ante el Señor frente al  publicano que humildemente pedía perdón diciendo < ¡Oh Dios, compadécete de mí pecador! > (Lc  18, 9-14).
 
 


Esto es lo que hacían los fariseos y saduceos en tiempos de nuestro Señor Jesucristo, por eso dolido lanzó aquellos <siete ayes> del Evangelio de San Mateo, recordándoles a ellos y a todos los hombres, de todos los tiempos  el <juicio final>, el <juicio de la gehena o infierno>  (Mt 23, 13-36):

-< ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren>.

-< ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo conseguís lo hacéis digno de la gehena el doble que vosotros!>

-< ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno!>

-¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro y así quedará limpia también por fuera.

< ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcro blanqueados!> Por fuera buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre;

-lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crueldad.

¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo escaparéis del juicio de la gehena?

-Mirad yo os envío profetas y sabios y escribas. A unos los mataréis y crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad.
Así recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el santuario y el altar.

 
 
 

Son palabras fuertes del Señor que nos recuerdan a todos la responsabilidad que tenemos en la búsqueda de la verdad, en la búsqueda de la salvación, cuando Él  pidió al Padre que consagrara en la verdad a sus discípulos (Jn 17, 15-19):

"No pido que los saques del mundo, sino que los preserves del maligno / No son del mundo, como ni yo soy del mundo / Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad / Como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo / Y por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad"

<Conságralos en la verdad> o lo que es igual <Santifícalos en la verdad>, es lo que Jesús pide para sus discípulos al Padre; ello se realiza en el <Espíritu Santo>, en el <Espíritu de la verdad>, así quedarán preparados para anunciar la Palabra de Dios, que es la <Verdad> con mayúsculas.

Por otra parte Nuestro Señor Jesucristo, con suma humildad, se <consagró así mismo por ellos y por nosotros>, ofreciéndose como víctima de reconciliación que es la santificación por excelencia.

 


Cristo, el Santo Sacerdote, se consagró con su inmolación, para a su vez consagrar a sus enviados con la santidad de la verdad; no obstante en la actualidad tal como nos recordó el Papa Benedicto XVI en su magnífico libro <El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón>:
“La apertura necesaria a la verdad está amenazada, desde dos frentes, de un lado, por un positivismo fideista que teme  perder a Dios al exponerse a la verdad de las criaturas; de otro lado, por un positivismo agnóstico que se siente amenazado por la grandeza de Dios…”

Son  dos aspectos distintos de un temor que conduce al mismo resultado, esto es, a la negación de la verdad y por tanto al alejamiento del camino de la salvación, en definitiva, al alejamiento de Cristo que es la verdad pura.

Por ello, los cristianos deberíamos tener  clara esta idea: <Tenemos que persistir sin fatiga y con convicción en la búsqueda de la verdad durante toda nuestra existencia, si queremos llegar al final de la misma, con las garantías necesarias para afrontar el juicio divino>.

No responderíamos, por otra parte, con gratitud a la llamada de Cristo, si quisiéramos obviar la verdad, a favor de la <conciencia errónea>, porque como así mismo nos recordaba el Papa Benedicto XVI (Ibid):



“Con la luz de Jesús se manifiesta también el esplendor de la verdad en las criaturas. Cristo nos abre al mensaje de las criaturas, las criaturas nos guían al Señor. Amar la verdad y amar a Cristo es una cosa indivisible en la figura espiritual de Santo Tomás: amando a Cristo, has amado la verdad; creando una relación cada vez más honda con Cristo, has recibido la fuerza consagrante de la verdad…
<Bien has escrito de mi Tomás ¿Qué deseas?> Dijo el Señor crucificado, según la leyenda, al doctor Angélico. <Nada más que a Ti Señor>, respondió Tomás. <Nada más que a Ti>: esa es la síntesis del pensamiento y de la vida del gran doctor de la Iglesia. Su vida era deseo de Cristo, deseo de Dios, deseo de la verdad”

 


Gran ejemplo el que nos dio Santo Tomás y gran ejemplo el que hemos recibido del Papa Benedicto XVI que nos ha exaltado  tantas veces su figura, y con razón, porque verdaderamente este santo doctor, sí respondió con gratitud a la gran promesa de Jesús cuando dijo <me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados en la verdad>; sin Cristo, sin la verdad absoluta, no hay salvación y la <conciencia errónea> nos aleja del <camino, la verdad y la vida>, que es nuestro Salvador.
La salvación, por tanto, se ve favorecida al tener presente la naturaleza escatológica del Mensaje de Jesús y por supuesto, por la oración por todas las almas, tal como recomendaba el Apóstol San Pablo a través de su discípulo Tito, a las Iglesias a él confiadas, para el ejercicio de la misión pastoral (I Tim 2, 1-6).

Recordemos, por otra parte, que la verdadera evangelización es el anuncio del Reino de Dios, del Dios que entra en la historia para hacer justicia y por ello es también el anuncio del juicio final y el anuncio de nuestra responsabilidad ante el mismo (Benedicto XVI. El elogio de la conciencia…):



“Cuando tomemos en serio el juicio y la grave responsabilidad que de él brota para nosotros, comprendemos bien el otro aspecto de este anuncio, esto es, la Redención, el hecho de que Jesús en la Cruz asume nuestro pecado.

En la Pasión de su Hijo, Dios mismo aboga por nosotros, pecadores, y hace así posible la penitencia, la esperanza para el pecador arrepentido, esperanza que expresa de modo admirable la palabra de San Juan: <Dios es mayor que nuestro corazón y conoce todo> (Jn 3, 20): ante Dios sosegaremos nuestro corazón, por mucho que sea lo que nos reproche.

La bondad de Dios es infinita, pero no debemos reducirla a un melindre empalagoso sin verdad. Solo creyendo en el <justo juicio> de Dios, solo teniendo <hambre y sed de justicia> (Mt 5,6) abrimos nuestro corazón, nuestra vida, a la misericordia divina”

Sin embargo , en una sociedad como la actual tan mediática, se está corriendo el riesgo de la insidia en las palabras, por eso viene bien también recordar las sentencias del Señor que leemos en el Evangelio del Apóstol San Mateo (Mt 12, 35-37):

-El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas, y el hombre malo, del tesoro malo saca cosas malas.
-Os certifico que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, darán razón en el día del juicio.

-Porque por tus palabras serás absuelto como justo y por tus palabras serás condenado.

Son sentencias de Jesús pronunciadas por el mal comportamiento de los fariseos contra él, que siempre  le levantaban falsas calumnias.



Con razón San Pablo recomendaba a su vez a los pobladores de Éfeso que evitaran la mentira, la ira, y las palabras malas; que no salieran de sus bocas palabras que pudieran hacer daño a un tercero, sino que por el contrario utilizasen aquellas palabras que fueran más convenientes para favorecer el bien entre las personas que les escucharán (Ef 4, 25-30):
-No salga de vuestra boca palabra alguna dañosa, sino que sea buena por la oportuna edificación, para que comunique gracia a los que la oyen.

-Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis marcados para el día del rescate.

Tomemos sobre todo ejemplo de Cristo que pasó por el mundo como buen <comunicador> del Padre>:

En efecto: “En la historia de la salvación, Cristo se nos ha presentado como <comunicador del Padre>, <Dios en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo> (Heb 1, 2).
Él, Palabra eterna hecha carne, al comunicarse, manifiesta siempre respeto hacia aquellos que le escuchan, les enseña a comprender su situación y sus necesidades, impulsa a la compasión por su sufrimiento y a la firme resolución de decirles lo que tienen necesidad de escuchar, sin imposiciones ni compromisos, engaño o manipulación.

Jesús enseña que la comunicación es un acto moral: <El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas y el hombre malo, del mal tesoro saca cosas malas>. <Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del juicio>. <Porque por sus palabras serán declarados justos  y por sus palabras serán condenados>.

(Carta Apostólica del Sumo Pontífice Juan Pablo II a los responsables de las comunicaciones sociales. Dada en el Vaticano el 24 de enero del año 2005, en memoria de San Francisco de Sales, Patrono de los periodistas)