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sábado, 3 de agosto de 2013

JESÚS Y EL SERMÓN DE LA MONTAÑA


 
 



El Sermón llamado de la “Montaña”, ha tenido una gran influencia en el pensamiento de los hombres de todos los tiempos, también de aquellos que no han aceptado la doctrina de Cristo, pero que sin embargo no han podido negar tampoco la importancia, de la misma, para lograr aquello que el ser humano siempre se ha esforzado en alcanzar: la felicidad; un concepto difícil de definir, si tenemos en cuenta, que en realidad, pocas veces el hombre sabe lo que su alma ansía.

Antes de comentar el Sermón y sus enseñanzas, quizás convendría indicar primero, las circunstancias históricas de la vida pública del Señor, en que se produjo éste. Según el Evangelio de San Mateo, Jesús llegó desde Galilea al Jordán, donde San Juan Bautista, el último profeta, bautizaba a las gentes de Israel diciendo (Mt 3,11):

-Yo os bautizo en agua para penitencia; más el que viene tras de mí es más fuerte que yo, cuyo calzado no soy digno de llevar en mis manos; el os bautizará en Espíritu Santo y fuego”

 

Esto decía el profeta, porque su bautismo no daba el perdón de los pecados, mientras que el bautismo que instituyó, más tarde Cristo, borra el pecado “original” y da la “gracia” al hombre para poder afrontar los peligros derivados de las asechanzas del maligno.

Juan se sorprendió de la llegada de Jesús por eso le dijo (Mt 3, 14): "Yo tengo necesidad de ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?"

Entonces, Jesús humildemente, le contestó (Mt 3, 15): "Deja hacer ahora, pues así nos cumple realizar plenamente la justicia"

Se produjo, por tanto, el bautismo de Jesús, que ya poseía desde su nacimiento la plenitud del Espíritu Santo, pues como Él mismo dijo, era justo a los ojos de Dios; para corroborar esto, en ese mismo instante, descendió de nuevo el Espíritu Santo sobre Él y una voz desde los Cielos decía (Teofanía) (Mt 9,17): <Éste es mi Hijo amado, en quien me agradé>

Al iniciar de esta forma, Jesús, su vida pública, no cabe duda que el Espíritu Santo, que estaba con Él, iniciaba también su acción mesiánica, tan necesaria a la hora de contrarrestar la labor del enemigo común, sobre la humanidad.


Después de estos acontecimientos, Jesús, se sometió a un ayuno voluntario, y movido por el Espíritu Santo, se sometió así mismo, a las tentaciones del diablo, saliendo triunfante de todas estas pruebas.

El camino que tenía que recorrer Jesús, para salvar a los hombres, era largo y lleno de peligros, pero todas las adversidades las soportó con gran paciencia y amor, por los seres humanos.

Jesús caminaba enseñando a las gentes su doctrina, haciendo milagros, recorriendo a pie muchos kilómetros a través de Galilea y eligiendo algunos hombres, los Apóstoles, que serían los encargados de propagar su palabra por todo el mundo, después de su Pasión, muerte y Resurrección.

En este panorama histórico, Jesús proclama el Sermón, que unos llaman de la “Montaña”, porque San Mateo nos dice en su Evangelio, que tuvo lugar en un monte y otros llaman del “Llano”, porque San Lucas lo sitúa en una explanada.

Independientemente del lugar ó de si fueron dos los sermones, de contenido similar, dados por Cristo, a las multitudes, que siempre le seguían, lo más importante es la doctrina que Jesús nos manifiesta y que no tiene otro objetivo que enseñar a los hombres la aptitud que tienen que tener y el comportamiento que deben seguir si desean salvar su alma, porque como se nos dice en el Antiguo Testamento, (Gs 13,1):

"El hombre persuadido por el maligno abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia"



Y como se nos dice en el Catecismo de la Iglesia Católica, (C.I.C. 1ª Sección Cap.1º):

"Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto al error"

Por tanto, debemos sentirnos enormemente agradecidos a Jesucristo, el cual por la “gracia” restaura en nosotros lo que el pecado haya deteriorado. Sin embargo, para conseguirla debemos aceptar su mensaje, cumpliendo la ley de Dios (Diez Mandamientos), pues como el mismo Señor nos dijo, no había venido a cambiarla, sino a ayudarnos a seguirla, instaurando un puente entre la Antigua y la Nueva Alianza del Altísimo con su Pueblo a lo largo de los siglos y hasta la Parusía.

Desoyendo sus consejos, a lo largo de más de 2000 años de cristianismo, los hombres han llegado a postular las ideas más extrañas y sobre todo más heréticas que se pueda imaginar, sobre el Sermón de la Montaña ; seguramente debido a la gran incapacidad del ser humano de afrontar con valentía  la exigente doctrina que contiene.

Así por ejemplo, Leo Tolstoy (1828-1910), el famoso escritor ruso llegó a decir, que existían innumerables posibilidades de entender e interpretar el Sermón de la Montaña, idea  totalmente errónea, porque lo que Jesucristo quería decir solo tiene una interpretación posible y basta leer detenidamente el mismo para darse cuenta de ello.

Incluso Jesús, al final del Sermón nos da la explicación de éste, mediante la utilización de una parábola, que se refiere a un varón prudente que edifica su casa sobre la peña pero no sobre un promontorio de arena.



La imagen lograda con esta parábola resulta especialmente clara: el hombre prudente, es el que escucha la palabra del Señor con seriedad, tomándola como norma de conducta, con el firme propósito de cumplirla. Esto es lo que  hicieron tantos hombres y mujeres santos, a lo largo de la historia de la humanidad, hasta nuestros días. Por el contrario, un hombre necio, o si se quiere, simplemente  pasota, por decirlo con palabras vulgares de este tiempo en que vivimos, es aquel, que oyendo las palabras de Dios y aún admitiendo muchas veces la bonanza de sus enseñanzas, las altera  o las cumple parcialmente, o definitivamente, las niega,  como algo que solo en un futuro muy, muy lejano, serían necesarias cumplir, llegando incluso a negar la existencia de Dios.

San Mateo, después de narrar en su Evangelio, la parábola del Sermón de la Montaña, nos cuenta la impresión, que el mismo causó, en las gentes que lo estaban escuchando en directo, de la propia boca del Señor (Mt 7,28-29):
"Y aconteció que, cuando Jesús dio fin a estos razonamientos, se pasmaban las turbas de su enseñanza / porque les enseñaba como quién tiene autoridad, y no como sus escribas"

Los que escucharon el Sermón, en directo, eran las gentes venidas de Decápolis, Galilea, Judea... y los propios discípulos de Cristo, entre los cuales, estaban por supuesto, los Apóstoles, que fueron los primeros que recogieron su mensaje y después lo utilizaron, para la evangelización, no solo del pueblo judío, sino también del resto del mundo, por entonces conocido, tal como su Maestro les había pedido antes de su ascensión a los Cielos.



Los evangelistas San Mateo y San Lucas son los únicos, que expusieron por escrito, las palabras del Señor, durante este Sermón fundamental y maravilloso, el cual nos recuerda a los hombres de todos los tiempos la doctrina de Dios, de una forma que podríamos llamar literal, ya que sabido es el método nemotécnico, especial de los judíos, para recordar la palabra orar y por tanto, su capacidad para llevarla textualmente a un documento escrito, como son los Evangelios, los cuales por otra parte, no podemos olvidar están inspirados por el Espíritu Santo.

Precisamente el Papa Juan Pablo II refiriéndose al Evangelio de las ocho Bienaventuranzas se expresaba en los términos siguientes (La biblia de Juan Pablo II, Ed. La esfera de los libros S.L.  ,  pg.158, 2008):

“El Evangelio de las ocho Bienaventuranzas (Lc 6,20-26) no es otra cosa sino una defensa de aquello que es más fundamentalmente humano, más bello en el hombre, de aquello que es santo en el hombre: <Bienaventurados los pobres de espíritu…Bienaventurados los mansos…Bienaventurados los que lloran…>
El Evangelio de las ocho Bienaventuranzas es una afirmación constante de aquello que en el hombre es más profundamente humano, más heroico. El Evangelio de las ocho Bienaventuranzas está sólidamente unido a la Cruz y a la Resurrección de Cristo. Y sólo a la  luz de la Cruz y de la Resurrección puede encontrar toda su fuerza y su poder cuanto es más humano, más heroico en el hombre. Ninguna forma del materialismo histórico le da una base ni  garantías. El materialismo sólo puede poner en duda, disminuir, pisotear, destruir, partir en dos cuanto existe de más profundamente humano en el hombre”

El tema fundamental del Sermón, es la búsqueda del reino de Dios por eso,  tras un precioso “Prólogo” con las Bienaventuranzas, (Mt 5, 1-12), Jesús anuncia a sus discípulos la misión evangelizadora que tendrán sobre la tierra, (Mt 5, 13-16), terminando con estos buenos deseos:



<Que alumbre así vuestra luz delante de los hombres, de suerte que sean vuestras obras buenas, y den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos>.

A continuación se desarrollan los principios fundamentales de la justicia mesiánica, que Jesús deseaba poner de relieve frente a la masa de gente que le escuchaba, para su provecho  y el de todos los hombres a lo largo de los siglos (Mt 5, 17-20).
En concreto, los versículos (5, 21-26) del Evangelio de San Mateo, pueden considerarse, según algunos autores, el verdadero comienzo del Sermón de la Montaña y en ellos Jesús compara la  antigua y la nueva justicia, aplicándolas al tema del homicidio y la ira. Seguidamente, en los versículos (5, 27-30), se abordan los temas del  adulterio y de los malos pensamientos, pues para Jesús ambas cuestiones están íntimamente relacionadas. Así mismo, en los siguientes versículos de este mismo Evangelio (5, 31-32), el Señor condena el divorcio y llama adúlteros a aquellos que lo practican. Sigue después Jesús, hablándonos del perjurio y el juramento, (5, 33-37), criticándolos y condenándolos abiertamente y llegando a decir: <“Sí” por sí, “No” por no; y lo que de esto pasa proviene del malvado>.



Un tema muy importante atacado también en esta primera parte del Sermón de la Montaña, es la <ley del talión>, terrible <ley de los hombres> en la era antigua, que Jesús sustituye por la <ley de Dios> del amor hacia los hombres, aunque estos sean nuestros propios enemigos, de acuerdo con el ideal de la mansedumbre cristiana, (5, 38-42). Precisamente en los siguientes versículos (5, 43-48), habla de forma contundente sobre la aptitud que debe tomar el hombre nuevo, el hombre que cumple realmente los mandatos de Dios. Por eso, nos dice que  <debemos ser perfectos como nuestro Padre es perfecto>, practicando la caridad fraterna, que a  su vez conduce al cumplimiento de toda la <ley de Dios>.

Terminada esta primera parte del Sermón, dedicada en su totalidad desde el punto de vista teológico a la justicia mesiánica, en los siguientes versículos se trata de la rectitud de intenciones con que se debe practicar dicha justicia, (6,1-18) y sobre la preponderancia de la misma, (6,19-34). También nos habla  sobre la buena voluntad al practicar la limosna, de la necesidad de la oración, enseñándonos la oración dominical (El Padrenuestro) y de la necesidad del ayuno y confianza en la providencia, utilizando dos ejemplos maravillosos, como son el “tesoro celeste” y el “ojo, lámpara del cuerpo”. Pero sobre todo nos reclama total confianza en Dios, al que debemos servir únicamente, ya que el maligno,  siempre acecha al hombre para hacerle su vasallo. Por ello deberemos tener presentes estas palabras del Señor (Mt 6, 33-34):
"Buscad primero el reino de Dios y su justicia; Y esas cosas todas se os darán por añadidura / No os preocupéis, pues, por el día de mañana; Que el día de mañana se preocupará de sí mismo; Bástele a cada día su propia malicia"


Por último aparecen, a modo  de epílogo, varios avisos muy prácticos para los creyentes ( 7, 1-27), referentes a los juicios temerarios, pidiéndonos que no juzguemos al prójimo; a las correcciones indiscretas, para que seamos humildes y reconozcamos primero nuestros propios errores; al error de dar las cosas santas a personas que las desprecian, para evitar peligros mayores; a la confianza absoluta en la práctica de la oración, pues el Padre siempre escucha a sus hijos cuando estos le hablan con el corazón; a la regla de oro de la caridad fraterna, para que nos comportemos con nuestros semejantes como quisiéramos que estos se comportaran con nosotros; al discernimiento entre el bien y el mal, para que seamos capaces de entrar por la “puerta estrecha” que es la que conduce a la salvación del alma; al cuidado que debemos tener con los falsos profetas, que corrompen el alma de los seres humanos; a la necesidad  de practicar las buenas obras, para obrar con el ejemplo y finalmente nos explica mediante una parábola el objetivo de su Sermón, tal como hemos comentado anteriormente.



Algunos hombres que conocen poco o nada los Evangelios, han llegado a confundir el Sermón de la “Montaña” o del “Llano”, con las “Bienaventuranzas”. Esto es un error, porque las Bienaventuranzas son tan solo una parte mínima del Sermón, aunque quizás la más bella, pero únicamente comprende unos pocos versículos del la totalidad del mismo.

Jesucristo, en su Sermón de la Montaña, en algún sentido, solamente perfecciona la comprensión de los diez Mandamientos de la ley de Dios y así, por ejemplo, el Papa Juan Pablo II, en su homilía a los jóvenes, en la Santa Misa, celebrada el 24 de marzo del año 2000, en el monte de las Bienaventuranzas, decía al respecto:

“Los diez mandamientos del Sinaí pueden parecer negativos: No habrá para ti otros dioses delante de mi… No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso…

Pero de hecho, son sumamente positivos. Yendo más allá del mal que mencionan, señalando el camino hacia la ley del amor, que es el primero y mayor de los mandamientos:

<Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente…Amarás a tu prójimo como a ti mismo…>

Jesús mismo dice que no vino a abolir la ley, sino a cumplirla. Su mensaje es nuevo, pero no cancela lo que había antes, sino que desarrolla al máximo sus potencialidades”

 



Por otra parte, para el Santo Padre, el Evangelio de las ocho Bienaventuranzas está en su raíz misma ligado al misterio  de la salvación del hombre; a la realidad de la Redención del mundo y por eso asegura (Homilía del 20 de septiembre de 1984):

“Sí, sólo la realidad de la Resurrección del mundo constituye el fundamento de las Bienaventuranzas, y de estas, dos Bienaventuranzas, realmente importantes en esta época de amenazas: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia….Bienaventurados los que trabajan por la paz…”

Podríamos preguntarnos quienes son realmente estos hombres bienaventurados. Para el Papa, San Pio X, tienen hambre y sed de la justicia, los que ardientemente desean crecer de continuo en la divina gracia y en el ejercicio de las buenas obras.

 
 


Por otra parte, para este mismo Papa, los pacíficos son los que conservan la paz con el prójimo y consigo mismo y procuran poner paz entre los enemistados.

Después  de estas reflexiones de los Papas, es difícil  decir algo más bello sobre lo que significan las Bienaventuranzas para los hombres de todos los tiempos. Si acaso, solo añadiremos que los diversos premios que promete el Señor en las mismas, significan todos, con diversos nombres, la gloria eterna del cielo y que si las cumplimos al pie de la letra, no solo conseguiremos algo tan difícil, sino que de alguna manera llevaremos aquí, en la tierra, una vida tranquila, gozando de una paz y contentamiento interior, que nos puede conducir a la eterna felicidad en la presencia de Dios al final de los siglos.
Sin embargo, las “Bienaventuranzas” constituyen solo, parte de un Prólogo, que prepara el terreno al contexto central del Sermón de la Montaña, el cual tiene una importancia capital en el Nuevo Testamento.

Recordaremos, una vez más, que éste ha provocado una impresión imborrable en todos aquellos que lo han leído, a lo largo de los siglos y así por ejemplo, Martín Lutero (1483-1546), afirmó que era imposible vivirlo y que fue dado por Dios solamente para mostrarnos nuestra extrema necesidad de gracia.

Por otra parte, también Gandhi (1869-1948), un hombre preocupado por los derechos del hombre, se sintió impresionado por las palabras de Jesús, pero por desgracia nunca aceptó su divinidad y por eso dijo que el contenido de este Sermón eran las palabras mayores de  toda la literatura e incluso trató de hacerlas suyas, bajo un programa de acción política.

Ni estos, ni otros muchos hombres, han encontrado el camino que conduce a entender el verdadero significado del Sermón de la Montaña, a pesar de que, como hemos recordado al principio, el mismo Jesucristo, explicó el significado de sus palabras mediante una bella parábola. Y es que muchas veces nos falta caridad, como el beato Tomas Kempis dijo, (Imitación de Cristo):

¡Oh quien tuviera una centella de verdadera caridad!



El Apóstol San Pablo, en su carta a los gálatas, al hablarles de las consecuencias morales de la libertad del hombre, decía lo siguiente sobre los dos frenos principales de la misma, esto es, la caridad y el espíritu cristiano, (Gálatas 5, 13-15):

"Pues vosotros fuisteis llamados a la libertad, hermanos; sólo que no toméis esa libertad como pretexto para soltar las riendas a la carne, sino que por la caridad haceos esclavos los unos de los otros / Porque la ley entera condensa su plenitud en una sola palabra, en aquella de: <Amarás a tu prójimo como a ti mismo> / Más si los uno a los otros os mordéis y devoráis, mirad no os aniquiléis los unos a los otros"

Las palabras de San Pablo parecen adecuadas y dichas para los hombres de todos los tiempos, porque el ser humano, desde su creación, está empeñado en su propia destrucción. Los gálatas pertenecían a un pueblo recién convertido al cristianismo, pero ya entonces algunos  veían con malos ojos a aquellos hermanos que no aceptaban la circuncisión como requisito indispensable para salvarse.

A lo largo de los siglos, los hombres han guerreado los unos contra los otros y no siempre por causas justas, es por ello que Jesús en su Sermón de la Montaña incide una y otra vez sobre la enseñanza de la caridad, tan obvia, pero al mismo tiempo tan difícil de seguir para los seres humanos.

 


A este respecto, recordaremos como los antiguos, tenían la creencia de que podían odiar a sus enemigos, sin embargo Jesús en su Sermón nos dijo, a todos, que hay que amarlos. Es una exigencia radical, que debe distinguir al cristiano, del hombre que no cree en la palabra de Dios.

El Sermón de la Montaña contiene las disciplinas principales del cristianismo y para darse cuenta de la excelencia del mismo basta con que consideremos simplemente algunas de las doctrinas allí recogidas.

Por ejemplo, con respecto a la ley del talión Jesús decía, (Mt 5, 38-39; 43-45):

"Oísteis que se dijo (Lev. 24, 19-20)  <Ojo por ojo y diente por diente> / Más yo os digo que no hagáis frente al malvado; antes si uno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra / y al que quiera ponerte pleito y quitarte la túnica, entrégale también el manto; / y si uno te forzare a caminar una milla, anda con él dos; / y a quien te pidiere, da; y a quien quisiere tomarte dinero prestado, no lo esquives"

El Papa Juan Pablo II recordando estas palabras del Señor reflexiona de la forma siguiente (Homilía del 1 de septiembre de 1999):

“La única vía que conduce a la paz es el perdón. Aceptar y dar el perdón hace posible una nueva cualidad en las relaciones entre los hombres, interrumpe la espiral del odio y venganza y rompe en pedazos las cadenas del mal, que mantienen apresados los corazones de los contendientes. Para las naciones en busca de la reconciliación y para cuantos auspician una coexistencia pacífica entre individuos y pueblos no hay otra salida que no sea ésta: el perdón recibido y ofrecido”

 
Por eso, la Iglesia Católica nos recuerda en la tercera parte del Catecismo (Capitulo tercero, Articulo 1, II .La ley antigua) :

“Dios nuestro Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le reveló su ley (los diez Mandamientos), preparando así la venida de Cristo, pero la ley nueva o ley Evangélica es la perfección aquí debajo de la ley Divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en el Sermón de la Montaña”

Más aun, sigue diciendo el Catecismo de la Iglesia Católica (Tercera parte, Capitulo tercero, Articulo 1, III (La ley nueva o ley evangélica):

“La ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del Monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella sus virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana.
No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro, donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes.
El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación del Padre celestial, mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina”.

El corazón del hombre tiende, sin embargo,  a buscar la felicidad en las satisfacciones terrenas inmediatas,  y por ello Jesucristo en su sermón establece  que la verdadera felicidad está en  Dios Padre que se revela a través de sus palabras, impresas por otra parte, desde siempre en el alma de los seres humanos, aunque muchas veces lo ignoren.

De aquí, la necesidad imperiosa de que los hombres, de todos los tiempos, lean y traten de practicar las virtudes que se nos demandan en este Sermón del Señor.

Como hemos comentado anteriormente el Capítulo 5, del Evangelio de San Mateo, incluye las ocho Bienaventuranzas, pero además también contiene la alabanza que el Señor hizo de sus discípulos, la eficacia de la <sal de la tierra> y  el poder de la <luz del mundo> (Mt 5, 13-16):
"Vosotros sois la sal de la tierra. Más si la sal se volviera sosa, ¿con qué se la salará? / Para nada vale ya sino para ser tirada a fuera y ser hollada de los hombres / Vosotros sois la luz del mundo. No puede esconderse una ciudad puesta sobre la cima de un monte / Ni encienden una lámpara y la colocan debajo del celemín, sino encima del candelero, y alumbra a todos los que están en una casa"

El Papa Juan Pablo II se pregunta, a propósito de este pasaje de la Biblia, lo siguiente, (Homilía del 8 de febrero de 1981):


“¿Por qué el Señor Jesús ha llamado a sus discípulos <la sal de la tierra>? Él mismo nos da la respuesta si consideramos, por una parte, las circunstancias en las que pronunció estas palabras y, por otra, el significado inmediato de la imagen de la sal (…) Se podría decir que sin excluir, obviamente, el concepto de deber, designa una condición normal y estable del discípulo: no se es verdadero discípulo suyo si no se es la <sal de la tierra>.

Resulta fácil, por otro lado, interpretar la imagen: la sal es una sustancia que se usa para dar sabor a los alimentos y, además, evitar que se corrompan. El discípulo de Cristo, por lo tanto, será la sal en la medida en la que ofrezca realmente a los otros hombres, a la sociedad entera, algo que sirva como fermento moral, algo que dé sabor y tonifique”


El Señor, según el Evangelio de San Mateo, sigue  instruyendo a los hombres con los principios fundamentales de su ley (Mt 5, 17-20):
"No penséis que vine a destruir la Ley o los profetas: no vine a destruir, sino a dar cumplimiento. / porque en verdad os digo: antes pasará el cielo y la tierra que pase una sola jota o una tilde de la Ley / El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos / Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos"

 
El homicidio y la ira son temas tratados por Jesús a continuación (5, 21-26):
 


-Oísteis que se dijo a los antiguos: “No matarás; y quién matare, será sometido al juicio del tribunal

-Más yo os digo que todo el que se encolerizare con su hermano será reo delante del tribunal; y si uno llama a su hermano <imbécil>, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama <necio>, merece la condena de gehenna del fuego.

-Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene queja sobre ti,

-deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.

-Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel.

-En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo 

 


Jesús en su sermón, se declara legislador, no como lo hiciera Moisés, el cual fue un simple transmisor de las disposiciones de Dios, sino como autor soberano de la ley; por eso dice aquello de : <Más yo os digo>...

Es la declaración de su divinidad, como Hijo del Padre y Dios mismo.

Después del  perfeccionamiento del quinto Mandamiento de la Ley de Dios, continúa con el sexto Mandamiento, que trata del adulterio y los malos pensamientos (Mt 6, 27-29):
"Oísteis que se dijo: <No cometerás adulterio> / Más yo os digo que todo el que mira a una mujer para codiciarla, ya en su corazón cometió adulterio con ella / Que si tu ojo derecho te es ocasión de tropiezo, arráncatelo y échalo lejos de ti, porque más te conviene que perezca uno solo de tus miembros, y no sea echado todo tu cuerpo en la gehena"

Son palabras muy duras del Señor, pero que nos dan idea de la necesidad del cumplimiento riguroso de este Mandamiento de la Ley de Dios.

En el Capitulo 6 de este mismo Evangelio, prosigue Jesús su Sermón de la Montaña, enseñándonos  que las buenas obras (limosna, oración, ayuno) deben hacerse con buena voluntad e intenciones rectas, por eso nos advierte en estos términos (Mt 6, 1-2):
"Mirad no obréis vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de lo contrario no tenéis derecho a la paga cerca de vuestro Padre que está en los cielos / Por eso, cuando hicieres limosna, no mandes tocar la trompeta delante de ti, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para ser honrados de los hombres: en verdad os digo, firman el recibo de su paga"

 

Más tarde el Señor sigue hablándonos de la rectitud de intenciones al orar (6, 5-8) y de la mejor  oración para dirigirnos al Padre, (6, 9-15):

"Vosotros, pues, habéis de orar así: “Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea el tu nombre/ Venga a nosotros tu reino, y hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo…>

Esta es, la plegaria fundamental del pueblo cristiano, porque fue el mismo Cristo el que nos la enseñó y se ha llamado también oración dominical no porque la rezamos siempre en la misa de los domingos, sino porque fue revelada por el mismo Señor y Dios verdadero.
Es, se puede decir, una oración muy especial, “única”, y la más importante, que los hombres debemos utilizar al hablar con Dios.

Por otra parte, el Sermón, sigue a continuación, con una serie de recomendaciones referentes al ayuno (Mt 6, 16-18):

"Y cuando ayunéis, no os pongáis ceñudos como los hipócritas, pues desfiguran sus rostros para figurar entre los hombres como ayunadores.En verdad os digo, firman el recibo de su paga / Más tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu cara / para que no parezcas a los hombres como quien ayuna, sino a tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que mira a lo escondido, te dará la paga"

Después de esta serie de recomendaciones, del Señor, que deberíamos tener muy en cuenta para el buen aprovechamiento de nuestra vida espiritual, sigue una parte del Sermón muy hermosa y significativa, en la que aparecen cuatro secciones que se podrían denominar de La forma siguiente:

El tesoro celeste; el ojo, lámpara del cuerpo; servir a sólo Dios; Confianza en la providencia de Dios.



En la primera, Jesucristo, nos habla de la importancia de los valores espirituales frente a los valores terrenos (Mt 6, 19-21):
"No atesoréis tesoros sobre la tierra, donde la polilla y el orín los hace desaparecer y donde los ladrones perforan las paredes  y roban / atesoraos más bien tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los hacen desaparecer y donde los ladrones no perforan paredes y roban / Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón"

 
El ojo, lámpara del cuerpo, es una comparación entre la vida espiritual iluminada por la lámpara del alma y la vida corporal, iluminada por los ojos del cuerpo humano; ambas lámparas, deberán estar siempre en consonancia, para lograr la paz del espíritu (Mt 6, 22-23):

"La lámpara del cuerpo es el ojo. Si, pues, tu ojo estuviera bueno, todo tu cuerpo estará iluminado /  más si tu ojo estuviera malo, todo tu cuerpo estará entenebrecido. Si, pues, la luz que hay en ti es oscuridad, ¿la oscuridad cuánta será?"

 


A continuación, viene un versículo importantísimo (Mt 6, 24), que nos advierte de que no es posible servir a dos Señores al mismo tiempo: Dios el Señor del Cielo y el dinero, dueño del mundo. Estos dos señores son rivales, desde la creación del Universo, pues aquellos hombres que se dejan arrastrar por el segundo nunca encontrará la salvación de su alma (imposibilidad moral):

"Nadie puede ser esclavo de dos señores, porque o bien aborrecerá al uno y tendrá amor al otro, o bien se adherirá al primero, y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero"

La última Sección del Capítulo 6 del Evangelio de San Mateo, tiene un ritmo poético que la hace muy hermosa y al mismo tiempo establece de una forma clara la confianza absoluta que los creyentes debemos tener en la providencia divina (6, 25-34):
"Por eso os digo: no os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis / ¿Por ventura la vida no vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? / Poned los ojos en las aves del cielo, que ni siembran, ni siegan, ni recogen en granero, y vuestro Padre celestial las alimenta ¿Acaso vosotros no valéis más que ellos?..."

 


El Capítulo 7 de este mismo Evangelio corresponde también al Sermón de la Montaña de Jesús, y se inicia con los versículos que nos advierten del error de realizar “juicios temerarios”, pues nosotros mismos seremos juzgados por Dios con la misma vara de medir que utilicemos al juzgar a nuestros semejantes y continuación conectando con la idea anterior nos habla de las “correcciones indiscretas” (Mt 7, 1-5):
"No juzguéis, para que no seáis juzgados / Porque seréis juzgados, como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usaran con vosotros / ¿Y a qué miras la brizna que está en el ojo de tu hermano, y no adviertes la viga que está en tu propio ojo? / ¿Cómo puedes decirle a tu hermano <Déjame que te saque la mota del ojo>, teniendo una viga en el tuyo? / Farsante, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás claro para sacar la brizna del ojo de tu hermano"

El versículo siguiente es sumamente interesante, pues nos indica que no deben profanarse las cosas santas” (7, 6):

<No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pateen con sus pies y revolviéndose contra vosotros os hagan trizas>

Este versículo es una advertencia del Señor para que nos cuidemos de no entregar, sus cosas, a personas poseídas por el diablo, ya que estas siempre trataran de hacer un mal uso de ellas.


De nuevo Jesucristo, en los versículos (7, 7-11), nos manifiesta las bonanzas que el ser humano puede recibir a través de la oración. Él mismo, con su ejemplo de oración continua al Padre, nos enseña la necesidad, que tenemos los hombres de comunicarnos con Dios, a través de la plegaria y la confianza que debemos tener en su eficacia.



La vida del cristiano debe estar presidida por la oración hacia el Creador, con la confianza absoluta, de que Él siempre escucha a sus hijos, cuando le rezan con verdadera devoción (Mt 7, 7-11):
"Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad, y se os abrirá: / porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá…"

Sigamos, pues el consejo del Señor y hagamos de nuestras vidas un camino de oración, tanto de día como de noche, despiertos ó incluso dormidos, como tantos santos han hecho, dándonos ejemplos magníficos.

El versículo del Evangelio de San Mateo (7,12), es llamado la “regla de oro de la caridad fraterna”:

<Así, pues, todo cuanto quisiereis que hagan los hombres con vosotros, así también vosotros hacedlo con ellos. Porque ésta es la Ley y los profetas>

Al reflexionar sobre estas palabras del Señor, podemos apreciar como a la doble medida del egoísmo, Jesús  responde con la “ley única”  del amor y la justicia.




El discernimiento entre el bien y el mal, son objeto de las recomendaciones de Jesús a los hombres en los siguientes versículos, (7, 13-14):
"¡Entrad por la puerta angosta! ¡Cuán ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición! ¡Y son muchos los que entran por ella! / ¡Cuan angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la vida! ¡Y son pocos los que dan con ella!"

Son dos sentencias muy sentidas del Señor, que nos pueden, servir sin duda, de acicate, para elegir la puerta que nos conduzca al camino de nuestra propia salvación.

Así mismo, los versículos del Evangelio de San Mateo (7, 15-20), son un toque de atención que Jesucristo, da a los seres humanos, para que se alerten frente a los falsos profetas. Vienen a decirnos, entre otras cosas, que para desenmascararlos, es suficiente con que miremos sus obras y desoigamos sus palabras:

-Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas; más de dentro son lobos rapaces

-Por sus frutos los conoceréis ¿Por ventura se cosechan uvas de los espinos o higos de los abrojos?...



-Todo árbol que no produce fruto bueno es cortado y arrojado al fuego

-Así que por sus frutos los reconoceréis

Son consoladoras, a la vez que terribles las palabras del Señor, porque por una parte, nos asegura que seremos capaces de reconocer el mal para evitarlo, pero al mismo tiempo nos advierte de las consecuencias terribles de no esquivarlo, esto es, el fuego eterno.

Por eso, para alcanzar la salvación del alma, no es suficiente con saber, creer, hablar y poseer carisma; es necesario, sobretodo, hacer lo que el Señor nos ha mandado, tal como nos dice Jesús en los siguientes versículos del Evangelio de San Mateo, (7, 21-23):
"No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en reino de los cielos; más el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, éste entrará en el reino de los cielos / Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu nombre y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre obramos muchos prodigios? / Y entonces les declararé que “Nunca jamás os conocí; apartaos de mí los que obráis la iniquidad”

En definitiva, “obras son amores y no buenas razones”, un refrán, de sobra conocido, por los seres humanos de todos los tiempos, aunque no siempre les haya servido, por desgracia, tampoco de testimonio de vida.


Finalmente, el Sermón de la montaña se cierra con la <Conclusión> que Jesús quiere que saquemos de él, y para exponerla utiliza el género literario de la parábola, con la historia de la casa construida sobre peña y la casa construida sobre arena, que ya hemos comentado al principio de esta reflexión sobre el Sermón del Señor.

Es evidente, que no es necesario tener grandes conocimientos de filosofía o de teología, para entender lo que Jesucristo nos quiso decir con sus palabras, solo hace falta buena voluntad, mucha humildad y amor a Dios.

Por eso, si queremos comprender de alguna manera, toda la ley evangélica contenida en el Sermón de la “Montaña” o del “Llano”, bastará con que recordemos las palabras de Cristo en el Sermón de la Cena (Jn 13, 34-35):


"Un nuevo mandamiento os doy: que os améis unos a otros; que como yo os he amado, también vosotros os améis mutuamente / En eso conocerán todos que sois discípulos míos, si os tuviereis amor unos a otros"

Es por esto, que la ley Nueva, es llamada por la Iglesia, la ley del Amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo; ley de Gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los Sacramentos; ley de Libertad, porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la ley Antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición de “siervo”, a la de “amigo” de Cristo, ó mejor a la de “hijo de Dios”, tal como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica.



En una palabra, ¿qué proclama el Sermón de la Montaña? El  Papa Juan Pablo II responde con autoridad a este interrogante, en los siguientes términos, en su homilía del 20 de septiembre de 1984:

“¡Dice que los pobres de espíritu, los mansos, los misericordiosos, los que tienen hambre y sed de justicia, los que trabajan por la paz, son invisibles! ¡Dice que la victoria final es suya y que de ellos es el reino de la verdad, de la justicia, del amor y de la paz! Que sus debilidades, sus dificultades a la hora de superar lo que les divide y enfrenta no les desanime. Las fuerzas humanas no son suficientes para aplicar el Evangelio, pero el poder de Cristo hace posible la purificación y la conversión de los corazones ¡porque él se ha ofrendado a sí mismo para que la humanidad pudiese tener su paz!”

 Para terminar esta meditación sobre el Sermón de la “Montaña”  recordaremos la hermosa oración del Papa Juan Pablo II, durante su encuentro con los jóvenes precisamente en el monte de las Bienaventuranzas:

“Oh, Señor Jesucristo, en este lugar que conocisteis y amasteis tanto, escucha a estos corazones jóvenes y generosos. Haz que sean testigos gozosos de tu verdad y apóstoles convencidos de tu reino. Permanece siempre junto a ellos, especialmente cuando seguirte a ti y a tu Evangelio sea difícil y exigente. Tú serás su fuerza, tú serás su victoria”.