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lunes, 20 de noviembre de 2017

LA LENGUA EN LA QUE PREDICABA JESÚS ERA EL ARAMEO


 
 
 
 
 
Según los exegetas, expertos en el análisis y crítica de la Sagradas Escrituras, Jesús hablaría de ordinario en arameo, ya que era la lengua más utilizada entre los judíos de Galilea, aunque como es lógico pudiera conocer cualquier otro idioma (no olvidemos que además de hombre era Dios)…Una prueba bastante evidente de esta teoría se basa en el hecho de que en el texto griego del Nuevo Testamento, concretamente en el Evangelio de San Mateo y sobre todo en el Evangelio de San Marcos, aparecen una serie de palabras o frases sueltas, en arameo, en boca de Jesús…

El arameo es un lenguaje noroccidental, al igual que el hebreo, el fenicio, el moabita, el ammonita, el edonita o el ugaritíco; un idioma que  se habló desde tiempos remotos, anterior a la venida de Cristo, concretamente entre el año 1100 a. C y el año 200 d. C, en países tan importantes como: Siria, Mesopotamia y Palestina.

En momentos verdaderamente dramáticos de la vida pública de Jesús, el evangelista San Marcos recuerda las palabras o frases utilizadas por el Señor en la lengua en la que Él predicaba…Esto tiene un sentido lógico y muy interesante, porque los estudios acerca del trasfondo lingüístico  de estos Evangelios parecen indicar una fuerza expresiva contenida en estas palabras y frases (en arameo) superior a la que tendrían en griego o cualquier otro idioma.
Por otra parte, se sabe que hay palabras en arameo que pueden tener una carga semántica superior que las correspondientes traducciones al griego o en cualquier otra lengua antigua.
 
 
 
Sin duda uno de los momentos más duros y por otra parte más significativos de la vida pública de Jesús, fue aquel en el que entregaba su vida por la salvación de todos los hombres,  y es que Dios siempre está de parte de los que sufren, como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza; editado por Vittorio Messori; Licencia editorial para Círculo de Lectores, S. A. Depósito legal: B, 796-1995):


“Su omnipotencia se manifiesta precisamente en el hecho de haber aceptado libremente  el sufrimiento. Hubiera podido no hacerlo. Hubiera podido demostrar la propia omnipotencia incluso en el momento de la Crucifixión; de hecho, así se lo proponían: <Baja de la cruz y te creeremos> (Mc 15, 32).

 
 
Pero no recogió el desafío. El hecho de que haya permanecido sobre la cruz hasta el final, el hecho de que sobre la cruz haya podido decir como todos los que sufren: <Eloí, Eloí, lamá sabakthaní> (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?) (Mc 15, 34), este hecho, ha quedado  para la historia del hombre como el argumento más fuerte, si no hubiera existido esa agonía en la cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar”

Esta expresión de Jesús en el momento de su terrible agonía ha sido motivo de encontradas interpretaciones y no siempre halagüeñas para nuestro Salvador. Muchos han querido ver en sus palabas un estado de depresión total. Pero nada más alegado de la realidad; los que así piensan y así se expresan, han perdido sin duda el sentido de lo que significa la Verdad absoluta, la Verdad de Jesús, el cual era Dios, pero también era hombre; este misterio que los hombres de buena voluntad, aunque  no podemos comprender, aceptamos por la fe, resulta imposible de sobrellevar para aquellos que han perdido ya, el concepto sobre la verdad de sus propias vidas…
 
 
 
En este sentido, son esclarecedores los razonamientos y enseñanzas del Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret; Segunda Parte>: “Mateo y Marcos concuerdan en decir que, a la hora nona, Jesús exclamó con voz potente: <Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?> (Mt 27, 46; Mc 15, 34).

Transmiten el grito de Jesús en una mezcla de hebreo y arameo y lo traducen después  al griego. Esta plegaria de Jesús ha llevado una y otra vez a los cristianos a preguntarse y a reflexionar: ¿Cómo pudo el Hijo de Dios ser abandonado por Dios? ¿Qué significa este grito?...

Ante todo hay que considerar el hecho de que, según el relato de ambos evangelistas, los que pasaban por allí no comprendieron la exclamación de Jesús, pero la interpretaron como un grito dirigido a Elías. En estudios eruditos se ha tratado de reconstruir precisamente la exclamación de Jesús de modo que, por un lado, pudiera ser malentendida como un grito hacia Elías y, por otro, fuera la exclamación de abandono del Salmo 22…

Como quiera que sea, solo la comunidad creyente ha comprendido la exclamación de Jesús – que lo que estaban allí no entendieron o malentendieron – como el inicio del Salmo 22 y, sobre esta base, la ha podido comprender como un grito verdaderamente mesiánico.

No es un grito cualquiera de abandono. Jesús recita el gran Salmo de Israel afligido y asume de este modo en sí todo el tormento, no solo de Israel, sino de todos los hombres que sufren en este mundo por el ocultamiento de Dios.
 
 
 
 
Lleva ante el corazón de Dios mismo el grito de angustia del mundo atormentado por la ausencia de Dios. Se identifica con el Israel dolorido, con la humanidad que sufre a causa de la <oscuridad de Dios>, asume en sí su clamor, su tormento, todo su desamparo y, con ello, al mismo tiempo los transforma…El grito en el extremo tormento es al mismo tiempo certeza de la respuesta divina, certeza de la salvación, no solamente para Jesús mismo, sino para <muchos>…


Ya para los orantes del Antiguo Testamento las palabras de los Salmos no corresponden a un sujeto individual cerrado en sí mismo. Ciertamente, son palabras muy personales, que han ido surgiendo en el forcejeo con Dios, pero palabras a las que, sin embargo, están asociados a la vez en la oración todos los justos que sufren, todo Israel, más aún, la humanidad entera que lucha; por eso estos Salmos abrazan siempre el pasado, el presente y el futuro. Están en el presente del dolor y, sin embargo, llevan ya en sí el don de ser escuchados, de la transformación…”

Llegados a este punto podríamos hacernos la repetida pregunta: ¿Por qué la historia de la salvación, es tan complicada?

El Papa San Juan Pablo II sorprendido ante esta pregunta supo contestarla de una forma rápida y creíble:

“¡En realidad tenemos que decir que la historia de la salvación es muy sencilla! Podemos demostrar de una manera muy directa su profunda sencillez partiendo de las palabras que Jesucristo dirigió a Nicodemo…
 
 
 
 
Cristo dijo a Nicodemo que: <Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que el hombre no muera> (Jn 3, 16). De este modo Jesús da a entender que el mundo no es la fuente de la definitiva felicidad del hombre. Es más, puede convertirse en fuente de perdición. Este mundo, que parece como un gran taller de conocimientos elaborados por el hombre, como progreso y civilización, este mundo, que se presenta como moderno sistema de medios de comunicación, como el ordenamiento de las libertades democráticas sin limitación alguna, este mundo no es capaz, sin embargo, de hacer al hombre feliz” (Cruzando el umbral de la esperanza. Ibid)


Sencillamente, este gran Pontífice estaba en la verdad y, eso se  está comprobando, cada día, en nuestra sociedad actual, la cual cada vez más nos lleva a  dar la razón a aquellos que dicen que se ha implantado en el mundo una <cultura de la muerte>…
Aumentan las personas con depresiones, aumentan por lo tanto los suicidios, y aumentan así mismo, por desgracia, los crímenes pasionales y los crimines dentro de las propias familias…

¿Cómo se puede asegurar, entonces, que el hombre de los últimos siglos ha alcanzado la felicidad?...

Por supuesto que el hombre de hoy sabe que no la ha alcanzado, por eso, la sigue buscando aunque muchas veces escoja para ello el camino equivocado, el camino de la <cultura de la muerte> que se presenta ante sus ojos revestido de un ropaje atractivo de comodidades, de inventos dispuestos a su servicio cada día, tan sofisticados y ambiciosos, que  veces le hacen pensar que ya no necesita de su Creador…

 
 
Pero no, como aseguraba también el Papa San Juan Pablo II (Ibid): “El mundo no es capaz de liberar al hombre del sufrimiento, en concreto, no es capaz de liberarlo de la muerte. El mundo entero está sometido a la <precariedad>, como dice San Pablo en su <Carta a los Romanos>; está sometido a la corrupción y a la mortalidad.

En su dimensión corpórea lo  está también el hombre. La inmortalidad no pertenece a este mundo; exclusivamente puede venir de Dios. Por eso Cristo habla del amor de Dios que se expresa en esa invitación del Hijo unigénito, para que el hombre <no muera>, sino que tenga la <vida eterna> (Jn 3, 16).

La <vida eterna> puede ser dada al hombre <solamente por Dios>, solo puede ser <Don Suyo>. No puede ser dada al hombre por el mundo creado; la creación – y el hombre con ella – ha sido sometida a la <caducidad> (Rm 8, 20)”
 
 
 
 
Ciertamente, así lo manifestaba, en su día, San Pablo a los romanos en su epístola cuando les hablaba de la <expectación de la creación inanimada> (Rm 8, 16-22):

-El Espíritu mismo testifica a una con nuestro espíritu que somos hijos de Dios.
-Y si hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; si es que juntamente padecemos, para ser juntamente glorificados.

-Porque entiendo que los padecimientos del tiempo presente no guardan proporción con la gloria que se ha de manifestar en torno a nosotros.
-Pues la expectación ansiosa de la creación está aguardando la revelación de los hijos de Dios.

-Porque la creación fue sometida a la vanidad no de grado, sino en atención al que la sometió, con esperanza
-de que también la creación misma será liberada de la servidumbre de la corrupción, pasando a la libertad de la gloria de los hijos de Dios.

-Porque sabemos que la creación entera lanza un gemido universal y anda toda ella con dolores de parto hasta el momento presente.
 
 
 
 
San Pablo se muestra en estos versículos muy sensible a los sufrimientos de la creación visible, la cual tantas veces ha sido maltratada por el mismo hombre, debido a su naturaleza pecadora y, vincula la rehabilitación de la naturaleza, a la <Gloria> que se ha de manifestar, y a la <Libertad de la Gloria> de los hijos de Dios. Sin embargo debemos recordar que el mundo que el Mesías encontró, estaba dominado por el pecado, al igual que en estos tiempos…


El pecado ha dominado, hay que reconocerlo, la historia de la humanidad desde el comienzo y a pesar de ello, el Hijo del hombre, el Mesías, <ha venido al mundo no para juzgarlo, sino para salvarlo>, en palabras de Él mismo (Jn  3, 14).
Como se preguntaba el Papa San Juan Pablo II cuando trataba, antes de condenar a su  grey, convencerla de que era necesario abandonar el pecado  (Ibid):

“¿Qué otra cosa puede hacer la Iglesia? Pero convencer del pecado no equivale a condenar…Convencer del pecado quiere decir crear las condiciones para la salvación. La primera condición de la salvación es el conocimiento de la propia pecaminosidad, también de la hereditaria; luego la confesión ante Dios, que no espera más que recibir esta confesión para salvar al hombre…”

 
Sucede, sin embargo, que el hombre se ha hecho duro de corazón y demás tiene una conciencia errónea muy conveniente para justificar su manera de pensar y de obrar, y se suele escudar en aquella sentencia tan conocida de que <Dios es infinitamente misericordioso>…

 
 
 
Y es cierto, <Dios es infinitamente misericordioso> y perdona al hombre sus pecados, pero antes está, como muy bien nos recordaba San Juan Pablo II, el reconocimiento de la propia pecaminosidad, y la confesión de nuestras faltas ante nuestro Creador…

Entonces, sí, entonces Dios nos espera para (San Juan Pablo II. (Ibid)):

“Salvar, abrazar y consolar con amor redentor, con amor que siempre es más grande que cualquier pecado. La parábola del hijo prodigo sigue siendo en este propósito un paradigma insuperable”

Sí, dirán algunos, pero ¿Cómo ha podido Dios permitir tantos sufrimientos al hombre?, tantas catástrofes naturales (huracanes, terremotos, erupciones volcánicas...), tantas personas desahuciadas…en definitiva ¿por qué hay tanto mal? San Juan Pablo incluso va más allá en la pregunta, para después responderla (Ibid):

“¿El Dios que permite todo esto es todavía de verdad Amor, como proclama San Juan en su Primera Carta?
Más aún, ¿es acaso justo con su creación? ¿No carga en exceso la espalda de cada uno de los hombres? ¿No deja al hombre solo con este peso, condenándolo a una vida sin esperanza?

Tantos enfermos incurables en los hospitales, tantos niños disminuidos, tantas vidas humanas a quienes les es totalmente negada la felicidad humana corriente sobre la tierra, la felicidad que proviene del amor, del matrimonio, de la familia.

Todo esto junto crea un cuadro sombrío, que ha encontrado su expresión en la literatura antigua y moderna. Baste recordar a Fiodor Dostoiesvki, Franz Kafka o Albert Camus.
Dios ha creado al hombre racional y libre, por eso mismo, se ha sometido a su juicio. La historia de la salvación es también la historia del juicio constante del hombre sobre Dios. No se trata solo de interrogaciones, de dudas, sino de un verdadero juicio…
A esto se une, se añade, la intervención del espíritu maligno que, con perspicacia aún mayor, está dispuesto a juzgar no sólo al hombre, sino también la acción de Dios en la historia del hombre…

 
 
 
<Scandalum Crucis>, es el escándalo de la Cruz… ¿Era necesario para la salvación del hombre que Dios entregase a su Hijo a la muerte en la Cruz?...El escándalo de la Cruz sigue siendo la clave para la interpretación del gran misterio del sufrimiento, que pertenece de modo tan integral a la historia del hombre.

En eso concuerdan incluso los críticos contemporáneos del cristianismo. Incluso ésos ven que Cristo crucificado es, una prueba de la solidaridad de Dios con el hombre que sufre. Dios se pone de parte del hombre. Lo hace de manera radical: <Se humilló a sí mismo asumiendo la condición de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz> (Fil 2, 7-8)”

 
Así es, Cristo en su agonía gritó: <Eloí, Eloí, lamá sabakhtani> y <lanzando una gran voz, expiró> (Mc 15, 37), pero antes, en el huerto de Getsemaní al comenzar a sentir espanto y abatimiento, le dijo a sus apóstoles (Pedro, Santiago y Juan): <Triste en gran manera  está mi alma hasta la muerte; quedad aquí y velad> (Mc 14, 34)…

Y después se adelantó a ellos, cayendo a tierra orando al Padre de esta manera. <Abba (Padre), todas las cosas te son posibles: traspasa de mí este cáliz; más no lo que yo quiero, sino lo que tú>…
 
 
 
Jesús siente como hombre, la repugnancia lógica al sufrimiento terrible que debía padecer, pero por encima de ésta siente la necesidad imperiosa y predominante de cumplir la voluntad del Padre, y ésta, no era otra, que se humillara a sí mismo, asumiendo la condición de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz…


Como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Ibid):
“Todo está contenido en esto: todos los sufrimientos individuales y los sufrimientos colectivos, los causados por las fuerzas de la naturaleza y los provocados por la libre voluntad humana, las guerras, los gulag y los holocaustos…

El Varón de dolores es la revelación de aquel Amor que <lo soporta todo> (I Co 13,7), de  aquel Amor que es <el más grande> (I Co 13, 13). Es la revelación de que Dios no solo es amor, sino que además <derrama amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo> (Rm 5, 5).

En definitiva, ante el Crucificado, cobra en nosotros preeminencia el hombre que se hace partícipe de la Redención frente al hombre que pretende ser encarnizado juez de las sentencias divinas, en la propia vida y en la de la humanidad…”

Así pues, vemos como  una palabra en arameo, <Abba>, y  una frase pronunciada,  en parte, en este idioma, <Eloí, Eloí, lamá sabakhthani>, contiene todo el misterio de la salvación del hombre, de la liberación del mal de la humanidad. No hay en el mundo una fuerza mayor que la derramada por nuestro Salvador que al Morir en la cruz y después Resucitar nos dio la vida. Como aseguraba el Papa San Juan Pablo II Ibid):
 
 
 
“El mundo no tiene un poder semejante. El mundo, que puede perfeccionar sus técnicas terapéuticas en tantos ámbitos, no tiene el poder de liberar al hombre de la muerte. Y por eso el mundo no puede ser fuente de salvación para el hombre. Solamente Dios salva, y salva a toda la humanidad en Cristo. El mismo nombre de Jesús, <Jeshua> (Dios que salva), habla de esta salvación. En la historia llevaron este nombre muchos israelitas, pero se puede decir que solo pertenecía a este Hijo de Israel, que tenía que confirmar Su verdad: < ¿No soy yo el Señor?> Fuera de mí no hay otro Dios; un Dios justo y salvador no lo hay fuera de mí>”


Nos recuerda el santo Pontífice, con esta última cita, el libro de <Las Consolaciones> de  Isaías, el cual es considerado como el más ilustre de los profetas por sus méritos literarios y sobre todo por sus vaticinios mesiánicos. Concretamente el versículo citado pertenece al grupo de vaticinios que tratan sobre el rescate de la cautividad babilónica del pueblo de Israel (Is 45, 20-22):

-¡Congregaos, venid, reunidos a una, escapados de los gentiles! No tienen inteligencia los que llevan sus ídolos de madera e imploran a un dios, que no puede salvar.

-Manifestad y aducid (vuestras pruebas), deliberad unos con otros. ¿Quién ha hecho oír esto desde antiguo, o lo ha predicho desde antiguo?  ¿No fui yo, Yahveh? Pues no existe, más dios  fuera de mí, Dios justo y salvador; no hay otro alguno a excepción de mí.

-Volveos a mí y seréis salvos, todos los confines de la tierra, porque yo soy Yahveh y no hay otro alguno.

Esta verdad que proclama Yahveh, es la verdad de Jesús, de Jeshua, el Dios que salva al hombre, tal como mencionaba el Papa San Juan Pablo II, el cual nos recordaba también que (Ibid):

“Como plenitud del Bien, <Dios es plenitud de la vida>. La vida es en Él y es por Él. Esta es la vida que no tiene límites de tiempo y de espacio. Es <vida eterna>, participación en la vida de Dios mismo, y se realiza en la eterna comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. El dogma de la Santísima Trinidad expresa la verdad sobre la vida íntima de Dios, e invita a que se la acoja. En Jesucristo el hombre es llamado a semejante participación y es llevado hacia ella”    


Verdaderamente por la misericordia de Dios, a pesar del comportamiento inicuo de muchos hombres, Él quiso mandarnos a su  Hijo unigénito, para nuestra salvación, para que participáramos de su propia vida. Sí, en Jesucristo todos hemos sido llamados a  participar en eterna comunión  con el Hijo y el Espíritu Santo, de la gloria de Dios, porque como nos recordaba el Papa san Juan Pablo II en su Carta Apostólica en forma Motu proprio, <Misericordia Dei>, dada en Roma el 7 de abril del año 2002:

 “Por la misericordia de Dios Padre que reconcilia, el Verbo se encarnó en el vientre  purísimo de la Virgen María para <salvar a su pueblo de sus pecados> (Mt 1,21) y abrirle el camino de la salvación.

San Juan Bautista confirma esta misión indicando a Jesús como <el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo> (Jn 1, 29). Toda la obra y predicación del Precursor es una llamada enérgica y ardiente a la penitencia y a la conversión, cuyo signo es el bautismo suministrado en las aguas del rio Jordán.

El mismo Jesús se somete a este rito penitencial (Mt 3,13-17), no porque haya pecado, sino porque <se deja contar entre los pecadores del mundo>; es ya el Cordero de Dios <que quita el pecado del mundo>; anticipa ya el <bautismo de su muerte sangrienta>.

La salvación es pues, y ante todo, redención del pecado como impedimento para la amistad con Dios, y liberación del estado de esclavitud a la que se encuentra el hombre que ha cedido a la tentación del maligno”

Algunos años antes, este santo Pontífice, ya había hablado del precio que tuvo que pagar Jesús por la reconciliación de los hombres, expresada de una forma sintética, pero maravillosa, al final de su vida sobre la tierra, con esta exclamación: <Eloí, Eloí, lamá sabakhtani>,  y también al principio de su vida pública, en Galilea, tal como se nos recuerda en el evangelio de san Marcos (Mc 1, 14-15):



-Y después que Juan hubo sido entregado, vino Jesús a Galilea, y allí predicaba el Evangelio de Dios,
-y decía que <Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios: arrepentíos y creed en el Evangelio> 

 Precisamente, el Papa San Juan Pablo II recordando esta primera <Exhortación de Cristo> se expresaba en los términos siguiente  en su <Exhortación Apóstolica>, Post-Sinodal,  <Reconciliatio et Paenitentia>, en el año 1984:

“Hablar de reconciliación y penitencia es, para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, una invitación a volver a encontrar - traducidas al propio lenguaje – las misma palabras con las que Nuestro Salvador y Maestro Jesucristo quiso inaugurar su predicación: <Convertíos y creed en el Evangelio>, esto es, acoged la Buena Nueva del amor, de la adopción como hijos de Dios y, en consecuencia de la fraternidad”

Estas palabras del Señor fueron tomadas por su Iglesia a finales del siglo pasado como lema, para invitar a todos los católicos a la reconciliación y la penitencia; pero se preguntaba el Papa ¿Por qué? La respuesta que él mismo da, la podemos encontrar en la  <Exhortación Apostólica>, anteriormente mencionada:
 
 
 
 
“El pastor vislumbra, por desgracia, entre otras características del mundo y de la humanidad de nuestro tiempo, la existencia de numerosas, profundas y dolorosas divisiones.

Estas divisiones se manifiestan en las relaciones entre las personas y los grupos, pero también a nivel de colectividades más amplias: Naciones y bloques de Países enfrentados en una afanosa búsqueda de hegemonía. En la raíz de la ruptura no es difícil individuar conflictos que en lugar de resolverse a través del diálogo, se agudizan en la confrontación y el contraste.

Indagando sobre los elementos generadores de división, observadores atentos, detectan los más variados: desde la creciente desigualdad entre grupos, clases sociales y Países, a los antagonismos ideológicos todavía no apagados; desde la contraposición de interés económicos, a las polarizaciones políticas; desde las divergencias tribales a las discriminaciones por motivos socio religiosos.

Por lo demás, algunas realidades que están ante los ojos de todos, vienen a ser como el rostro lamentable de la división de la que son fruto, a la vez que ponen de manifiesto su gravedad con irrefutable concreción”

 
 
Después de pasados más de treinta años, las palabras de este Pontífice santo siguen estando vigentes, y aún de forma más irrefutable, porque ahora ya no se trata de <algunas realidades>, sino de muchísimos casos que están ante nuestros ojos atónitos, los cuales, ya no saben dónde mirar para no encontrarse con conflictos y calamidades creadas por el propio hombre, que hasta ahora, no parece que se haya enterado del enorme sacrificio realizado por Cristo para salvarle de sí mismo y de su enemigo mortal.

La necesidad de reconciliación y penitencia sigue siendo por tanto indispensable, para llegar a eliminar totalmente todas las divisiones entre los seres humanos,  que hunden sus raíces en el pecado, comenzando, como nos enseña la Iglesia, por el pecado original que cada hombre lleva desde su nacimiento como una herida recibida de sus progenitores, y que luego aumentará con los años a consecuencia del abuso constante de la libertad que su Creador le dio. 

No obstante, el hombre  a pesar de toda la carga negativa que en estos tiempos, tiene que soportar, en la que se ha dado llamar <cultura de la muerte>, sigue teniendo nostalgia  de la reconciliación con Dios…

Son muchos, sin embargo, los hombres que andan hoy en día dando tumbos por el mundo, sin saber que pensar respecto al papel primordial que Jesús jugó y sigue jugando en la vida de los seres humanos…
Él se sacrificó por nosotros llegan a decir algunos, pero luego se preguntan ¿para qué?..., porque se vive en el momento de la cotidianidad, de lo absurdo, de lo aburrido y no deseado, de las propias vidas, y se ha perdido en gran parte el deseo de lo espiritual, frente a lo puramente carnal, presente a cada minuto en el entorno en que se mueve…
 
 
 
 
Y desgraciadamente la cosa viene de lejos, recordemos a este respecto algunas reflexiones del Papa Pio XI a principios del siglo pasado (Carta Encíclica <Caritate Christi Compulsi> dada en Roma el 3 de mayo de 1932):

“Si recorremos con el pensamiento la larga y dolorosa serie de males que, triste herencia del pecado, han señalado al hombre caído las etapas de su peregrinación terrenal, desde el diluvio en adelante, difícilmente nos encontraremos con un malestar espiritual y material tan profundo, tan universal, como el que sufrimos en la hora actual; hasta los flagelos más grandes, que han dejado ciertamente en la vida y en la memoria de los pueblos huellas indelebles, cayeron ora sobre una nación ora sobre otra.

En cambio, ahora la humanidad entera se encuentra tan tenazmente agobiada por la crisis financiera y económica, que cuanto más se agita, tanto más indisolubles parecen sus lazos…

Los mismos, escasos por cierto en número, que parecen tener en sus manos, los destinos  del mundo; hasta aquellos poquísimos, que han sido en gran parte la causa de tantos males, son ellos mismos con frecuencia sus primeras más dolorosas víctimas, que arrastran al abismo las fortunas de innumerables otros; verificándose así en modo terrible y en todo el mundo, lo que el Espíritu Santo proclamara para cada uno de los pecadores: Cada cual es atormentado por las mismas cosas con las que ha pecado”

El santo Padre nos recuerda con su última frase aquello que le ocurrió a los egipcios en la antigüedad, por esclavizar al pueblo de Israel.


El Señor castigó a los egipcios con una serie de plagas porque desoyeron sus consejos, las advertencias de Padre (Sb 11, 10-16):

-Porque Tú probaste a unos como un padre que amonesta, pero a los otros, como rey severo que condena, los interrogaste con tormentos.-Ausentes y presentes se consumían por igual;

-pues les invadía una tristeza redoblada y el lamento por los recuerdos del pasado.
-Cuando oían que sus propios padecimientos beneficiaban a otros, advirtieron que era cosa del Señor;

-y al que antes habían expuesto, y luego rechazado con burla, al final del desenlace lo miraban con asombro, al sufrir una sed muy distinta de la de los justos.
-Por los necios pensamientos de su iniquidad, que los engañaban y les hacían adorar serpientes irracionales y bestias viles, les enviaste por castigo multitud de animales sin razón,

-para que supieran que en el pecado está el tormento.

 
 
 
Todas estas cosas pasaron en unos tiempos muy lejanos para los hombres de hoy, por eso se han olvidado en gran medida de que ocurrieron, pero después,  han vuelto a ocurrir una y otra vez a lo largo de la historia de la humanidad, y parece como si el hombre no aprendiera de sus propios errores…

Sin embargo, hay que insistir en esta idea, los seres humanos siguen teniendo nostalgia de la reconciliación con Dios, ésta es cosa probada aunque el príncipe del mundo trabaja siempre en contra de que  este evento suceda…

¿Qué podemos hacer para conseguir que al fin el sacrificio de Cristo en la cruz alcance a salvar a todos los hombres? ¿Qué podemos hacer para que aquella <No renuncia de Cristo> al padecimiento terrible expresado en sus últimas palabras: <Eloí, Eloí, lemá sabacthaní>, den su fruto?

 
 
El Papa Pio XI aconsejó utilizar, al igual que otros santos Padres de la Iglesia, una receta inagotable y magnifica a la larga, la oración; sí, al igual que Jesús, Hijo de Dios, pasó su vida en oración, el hombre necesita orar para acercarse a su Creador que es justo y misericordiosos (Papa Pio XI Ibid):

“Teniendo presente, pues, nuestra condición de seres esencialmente limitados y absolutamente dependientes del Ser Supremo, recurramos, antes que nada, a la oración. Sabemos por la fe cuál sea el poder de la oración humilde, confiada, perseverante; a ninguna otra obra piadosa fueron jamás acordadas por el Omnipotente Señor tan amplias, tan universales, tan solemnes promesas como a la oración:
<<Pedid y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad y os abrirán. Porque todo aquel que pide recibe; y el que busca halla; y al que llama se le abrirá. En verdad en verdad os digo, que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá>> (Mt 7, 7-8)”