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miércoles, 6 de septiembre de 2017

RECORDANDO LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA


 
 
 
 


Como diría el Papa Benedicto XVI en su día: <Sin Dios, el hombre no sabe dónde ir ni tampoco logra entender quién es>. Ésta es, una frase que aparece en la Carta Encíclica <Caritas in Veritate> de este Pontífice, que al igual que muchos de sus predecesores se interesó enormemente por el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad.
Así, da inicio esta interesante y magistral Carta de Benedicto XVI que a todo aquel que ha tenido la suerte de leer le admira y le motiva en el camino hacia la santidad (Caritas in Veritate; dada en Roma el 29 de Junio de 2009; festividad de San Pedro y San Pablo):

“La caridad en  la Verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El amor –caritas – es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (Jn 8, 22). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad…”

 
 


 <Caritas in Veritate>, es éste un principio, como aseguraba el Papa Benedicto XVI <que adquiere forma operativa en criterios orientadores de la acción moral>, cuestión ésta, que ha sido defendida por todos los Papas de los últimos siglos.
 
 
 
Así, nos encontramos en el siglo XIX con la obra maestra del Pontífice León XIII, sobre lo que él llamó <cuestión obrera> y que no era otra cosa que el resultado de su inmensa caridad hacia los hombres del mundo del trabajo, que quedó plasmada en su célebre Carta Encíclica <Rerum Novarum>, dada en Roma el 15 de mayo de 1891, año decimocuarto de su Papado.
Desde entonces, toda la Iglesia, y el mundo laboral en general, ha tomado las enseñanzas de León XIII como punto de referencia, y los Papas posteriores han declarado  respeto y admiración por las mismas.

Éste es el caso, del Papa Pio XI (1922-1939), el cual en su Carta Encíclica <Quadragesimo anno> quiso dar curso a la conmemoración  del cuarenta aniversario de la <Rerum Novarum>, con las siguientes palabras llenas de agradecimiento y consideración:

“En el cuadragésimo aniversario de la publicación de la egregia Encíclica <Rerum novarum>, debida a León XIII, de feliz recordación, todo el orbe católico se siente conmovido por tan grato recuerdo y se dispone a conmemorar dicha carta con la solemnidad que se merece…

Pues a finales del siglo XIX, el planteamiento de un nuevo sistema económico y el desarrollo de la industria, habían llegado, en la mayor parte de las naciones, al punto de que viera a la sociedad humana cada vez más dividida en dos clases: una, ciertamente poco numerosa, que disfrutaba de casi la totalidad de los bienes que tan copiosamente proporcionaban los inventos modernos, mientras la otra, integrada por la ingente multitud de los trabajadores, oprimida por angustiosa miseria, pugnaba en vano por liberarse del agobio en que vivía…

El prudentísimo Pontífice León XIII, meditó largamente acerca de ello, ante la presencia de Dios, solicitó el asesoramiento de los más doctos, examinó atentamente la importancia del problema en todos sus aspectos y, por fin, urgiéndole <la conciencia de su apostólico oficio>, para que no pareciera que permaneciendo en silencio, faltaba a su deber, resolvió dirigirse, con la autoridad del divino magisterio a él confiado, a toda la Iglesia de Cristo y a todo el género humano…

Resonó, pues, el día del 15 de mayo de 1891, aquella tan deseada voz, sin aterrarse por las dificultades del tema, ni debilitada por la vejez, enseñando con renovada energía a toda la humana familia a emprender nuevos caminos en materia social”

 


Posteriormente, otros Papas, como por ejemplo Pablo VI, también han tenido en cuenta el avance social enorme que supuso esta Carta Encíclica de León XIII, y así, en mayo del año 1971, con motivo del ochenta aniversario de la publicación de la <Rerum Novarum>, escribió, a su vez, una Carta Encíclica, la <Octogesima Adveniens>, donde expresaba sus sentimientos al respecto:

“El LXXX, aniversario de la publicación de la Encíclica <Rerum Novarum>, cuyo mensaje sigue inspirando la acción a favor de la justicia social, nos anima a continuar y cumplir las enseñanzas de nuestros predecesores para dar respuesta a las necesidades nuevas de un mundo transformado. La Iglesia, en efecto, camina unida a la humanidad y se solidariza con su suerte en el seno de la historia. Anunciando la Buena Nueva del amor de Dios y de la salvación en Cristo, a los hombres y mujeres, les ilumina en sus actividades a la luz del Evangelio y les ayuda de ese modo a corresponder al designio de amor de Dios, y a realizar la plenitud de sus aspiraciones…

Hoy los hombres y mujeres desean sobremanera liberarse de la necesidad y del poder ajeno. Pero esta liberación comienza por la libertad interior, que cada quien debe recuperar, de cara a sus bienes  y a sus poderes. No llegarán a ella si no es por medio de un amor que trasciende a la persona y, en consecuencia, cultive dentro de sí el hábito del servicio. De otro modo, como es evidente, aún las ideologías más revolucionarias no desembocarán más que un simple cambio de amos; instalados a su vez en el poder, estos nuevos amos se rodean de privilegios, limitan las libertades, y consienten que se instauren otras formas de justicias. Muchos llegan también a plantearse el problema, del modelo mismo de sociedad civil. La ambición de numerosas naciones en la competencia que las opone y las arrastra, es la de llegar al predominio tecnológico, económico, y militar. Esta ambición se opone a la creación de estructuras, en las cuales el ritmo de progreso sería regulado en función de una justicia mayor, en vez de acentuar las diferencias y de crear un clima de desconfianza y de lucha que compromete continuamente la paz.

¿No es aquí donde aparecen los límites radicales de la economía? La actividad económica, que ciertamente es necesaria, puede, si está al servicio de la persona, <ser fuente de fraternidad y signo de la Providencia divina>,  (ver C. Encíclica, Populorum Progressio), es ella la que da ocasión, a los intercambios concretos entre las gentes, al reconocimiento de derechos, a la prestación de servicios y a la afirmación de la dignidad en el trabajo”

En la Carta Encíclica anteriormente mencionada el Papa Pablo VI, recuerda en distintas ocasiones, otra carta suya anterior, la <Populorum Progressio>, que escribió y publicó el 26 de Marzo del año 1967,  en la que analizaba con gran profundidad <la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos>. En dicha carta, el Pontífice se refiere a problemas importantísimos, como son por ejemplo <el desarrollo integral del hombre> y <el desarrollo solidario de la humanidad>.



La <Populorum Progressio>, ha sido, sin duda, un nuevo <hito>, en la <doctrina social de la Iglesia>, como lo fuera en su día la de León XIII, según han corroborado  los Papas posteriores, y especialmente Benedicto XVI, para el que la Carta Encíclica de Pablo VI merece ser considerada la <Rerum Novarum> de la época contemporánea, colaborando a iluminar los caminos de la humanidad en vías de unificación (Carta Encíclica de Benedicto XVI “Caritas in Veritate”:

“Al publicar en 1967 la Carta Encíclica <Populorum Progressio>, mi venerado predecesor Pablo VI, ha iluminado el gran tema del desarrollo de los pueblos, con el esplendor de la verdad y la luz suave de la caridad de Cristo. Ha afirmado que el anuncio de Cristo es el primero y principal factor de desarrollo y nos ha dejado la consigna de caminar por la vía del desarrollo con todo nuestro corazón y con toda nuestra inteligencia, es decir, con el ardor de la caridad y la sabiduría de la verdad. La verdad originaria del amor de Dios, que se nos ha dado gratuitamente, es lo que abre nuestra vida al don  y hace posible esperar en un <desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres>, en el transito <de condiciones menos humanas a condiciones más humanas> (ver Popolorum Progressio), que se obtiene venciendo dificultades que inevitablemente se encuentran a lo largo del camino”

Sin duda la Carta Encíclica de Pablo VI marcó un antes y un después en la doctrina social de la Iglesia, como ha quedado reflejado en la Encíclica de Benedicto XVI <Caritas in Veritate>, pero además, esta última, aporta  nuevas ideas para ajustarse a los <nuevos tiempos>, en un mundo <en progresión y expansiva globalización>.  

Benedicto XVI aseguraba en la misma que el riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hechos entre los hombres y los pueblos, no se corresponde con la interacción ética de la conciencia y el intelecto <de la que puede resultar un desarrollo realmente humano, y solo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible objetivos de desarrollo con un carácter humano y humanitario: El compartir los bienes y recursos, de lo que proviene el auténtico desarrollo, no se asegura sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, sino con la fuerza del amor, que vence el mal con el bien (Rm 12, 21) y abre la conciencia del ser humano a relaciones reciprocas de la libertad y de la responsabilidad>  ( Benedicto XVI; Ibid).

 


Los Papas de todos los tiempos y particularmente Benedicto XVI, como representantes de Cristo en la Tierra, han dejado siempre claro, que la primera ley de Dios es el compendio de la caridad sobre el que se apoya la <doctrina social> de la Iglesia y sobre la que  debe descansar y gravitar toda la <obra social> de la misma:

“La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende <de ninguna manera mezclarse con la política de los estados> (Populorum Progressio. Pablo VI). No obstante tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia a favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación…

Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable. Su doctrina social es una dimensión singular de este anuncio: está al servicio de la verdad que libera” (Benedicto XVI; Ibid).  

 ¿Cuál es esa verdad que libera? Podrían preguntar algunos, poco al corriente de las cosas de la Iglesia católica; esa verdad que libera es Cristo que es la Verdad absoluta que nos recordó en todo momento que el primer mandamiento de la ley de Dios es el amor a Éste y por Él  a nuestros semejantes:


“Fiel a las enseñanzas y al ejemplo de su divino Fundador, que como señal de su misión dio al mundo el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (Lc 7, 22), la Iglesia nunca ha dejado de promover la elevación humana de los pueblos, a los cuales llevaba la fe en Jesucristo. Al mismo tiempo que templos, sus misioneros han construido centros asistenciales y hospitales, escuelas y universidades. Enseñando a los indígenas el modo de sacar el mayor provecho de los recursos naturales y los han protegido frecuentemente contra la codicia de los extranjeros.

Son las alabanzas del Pontífice Pablo VI a la labor desempeñada por los hombres dedicados a la evangelización, siempre y en todo lugar, desde que Cristo fundó su Iglesia. En la actualidad en todos los continentes siguen ejerciendo su labor callada pero imprescindible tantos misioneros y misioneras, casi siempre poniendo en riesgo sus vidas, por las persecuciones, por el posible contagio con terribles enfermedades, lejos de sus países de origen y de sus familiares más próximos, pero con alegría y un amor insuperable hacia los pueblos indígenas en los que desarrollan su labor. Son los nuevos enviados  de Cristo, que reparten caridad a manos llenas, sin miedo de convertirse en los nuevos mártires de la Iglesia, como suele suceder con demasiada frecuencia. Ellos son los verdaderos protagonistas y testigos de la doctrina social de la Iglesia, fundada en la caridad, esto es, en el amor a Dios y por Éste al prójimo.



A pesar de todo, en un mundo en el que el hambre, las injusticias sociales y las guerras azotan aún, muchas zonas del planeta, las iniciativas locales o individuales no son suficientes para ahogar las necesidades de aquellos pueblos que las sufren (Pablo VI Ibid):

“La presente situación del mundo exige una acción conjunta, que tenga como punto de partida una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales. Con la experiencia que tiene la humanidad, la Iglesia, sin pretender de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados <solo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la Verdad, para purificar y no juzgar, para servir y no para ser servido> (Gaudium et Spes n.3, 1. c 1026)”

Como podemos juzgar por estas palabras del Papa Pablo VI, la problemática que se presentaba, ya en aquellos momentos, en los países subdesarrollados o en vías de desarrollo, era inmensa y de alguna manera estaba necesitada de la colaboración por parte de todos los hombres de buena voluntad. En este sentido, el Papa Benedicto XVI, reconociendo la certera visión del problema por parte de su venerado antecesor se expresaba en los términos siguientes en su Carta Encíclica <Caritas in Veritate>:

“Pablo VI tenía una visión articulada del desarrollo. Con el término <desarrollo> quiere indicar, ante todo, el objetivo de que los pueblos salieran del hambre, la miseria, las enfermedades endémicas y el analfabetismo. Desde el punto de vista económico, eso significa su participación activa y en condiciones de igualdad en el proceso económico internacional; desde el punto de vista social, su evolución hacia las sociedades solidarias y con buen nivel de formación; desde el punto de vista político, la consolidación de regímenes democráticos capaces de asegurar la libertad y la paz”

Objetivos todos muy deseables, pero que hasta el momento actual, dentro ya de un nuevo milenio, el ser humano no ha sido capaz de conseguir,  ni siquiera en una mínima parte de lo requerido, a pesar del interés mostrado en esta materia por la Iglesia y por todos los Papas a su cabeza, los cuales han querido seguir  el ejemplo dado por León XIII y han conmemorado siempre la publicación de su célebre Encíclica <Rerum Novarum>.

 
 


Así, por ejemplo, en el centésimo aniversario de la misma, Juan Pablo II recordaba con estas palabras los beneficios aportados por ella a la sociedad (Papa san Juan Pablo II. Carta Encíclica <Centesimus annus>):

“La presente Encíclica se sitúa en el marco de esta celebración, para dar gracias a Dios, del cual <desciende todo don excelente y toda donación perfecta> (St 1, 17) porque se ha valido de un documento, emanado hace ahora cien años por la Sede de Pedro, el cual había de dar tantos beneficios a la Iglesia y al mundo, y difundir tanta luz. La conmemoración que aquí se hace se refiere a la Encíclica leonina y también a las Encíclicas y demás escritos de mi predecesores, que han contribuido a hacerla actual y operante en el tiempo, constituyendo así la que había de ser llamada  <doctrina social> o también <magisterio social> de la Iglesia"


 

 Todavía habría que destacar una cuestión más sobre la <doctrina social> de la Iglesia, que no es otra, sino el hecho de que ésta será tanto más creíble, cuanto mayor sea <su testimonio de las obras>. En efecto, el mensaje social presente siempre en el Evangelio, no es en absoluto una mera teoría, porque Cristo siempre estimula con su Mensaje a la acción en favor de los pobres. Recordemos por ejemplo la Bienaventuranza del Señor en su Sermón de la llanura, refiriéndose a aquellos estados de carencia real (Lc 6, 20): <Bienaventurados los pobres, porque  vuestro es el reino de Dios>.

Recordemos, también, las palabras del Señor refiriéndose a la obligación de practicar la justicia (Mt 6, 2 a 4): <Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa-Tu, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda, lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará>

¿Que querría decir Jesús con estas palabras? Seguramente como advierte el Papa san Juan Pablo II: 

“Pretendía inquietar a los hombres, hasta lograr que ni siquiera durante un minuto puedan volverse ciegos por la avaricia y el ansia de riqueza (P. san Juan Pablo II; 2 de julio de 1980)”.

Sí, Él dice a todos los hombres que sean moderados, que no ansíen en extremo el poder y el dinero y que: “Si posees muchos bienes, recuerdes que debes dar mucho a los necesitados (Ibid)”

 Por otra parte, si eres muy inteligente y has conseguido llegar a un puesto elevado en la escala social, ni siquiera un instante debes olvidar que tu obligación es servir a los demás,  y en particular a los más necesitados.

Recordemos además que el Señor decía a sus discípulos, al hablarles del <juicio final>, al ponerse en evidencia la <justicia Divina>: “Cuantas veces hagáis estas cosas a uno de mis hermanos más pequeños, lo habréis hecho a mí” (Mt 25, 31-46).

Por todo esto y por mucho más: Hoy como ayer, la Iglesia es consciente de que su <doctrina social> se hará creíble  por el testimonio de las obras, antes que por cuestiones puramente teóricas.  Como decía el Papa san Juan Pablo II (Carta Encíclica <Centesimus annus>):

“El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la <promoción de la justicia>. Ésta nunca podrá realizarse plenamente si los hombres no reconocen en el necesitado, que pide ayuda para su vida, no a alguien inoportuno, o como si fuera una carga, sino la ocasión de un bien en sí, la posibilidad de una riqueza mayor…”