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martes, 4 de junio de 2013

JESÚS PREGUNTÓ: ¿HABRÁ FE AL FINAL DE LOS SIGLOS?


 
 
 



Cuenta el evangelista San Lucas  que los fariseos, asustados como estaban al escuchar ciertas palabras de Jesús y ver los portentosos milagros que hacía, le acosaban preguntándole con impaciencia cuando sería el advenimiento del reino de Dios y el Señor les respondió como merecían, recordándoles que el Hijo del hombre, el Mesías, volvería al final de los tiempos, en la Parusía, para hacer justicia.

Después de esto, el Apóstol narró en su Evangelio la parábola del <Juez inicuo>, que el Señor propuso a aquellos fariseos que le oían con curiosidad y desasosiego, la cual trata del caso de una mujer viuda y de un juez injusto que no atendía a sus requerimientos (Lc 18, 2-5):
"Había un juez en cierta ciudad, que no temía a Dios ni respetaba a  hombre / Había también en aquella ciudad una viuda, que venía a él y le decía: <Hazme justicia de mi contrario> / Y por algún tiempo no quería. Pero luego se dijo para sí: <Verdad es que ni temo a Dios ni respeto a hombre / con todo, porque esa viuda me importuna, le haré justicia, no sea que al final venga y me abofetee>"

Éste sería  probablemente  el comportamiento de un hombre injusto, cuyo oficio fuera el de juez, ante una vindicación incomoda para él.
Pero Jesús quiere mostrarnos con esta parábola que esa no es la forma en que actuaría Dios, esto es, Él mismo, tal como muestra  el razonamiento del Señor frente a la actitud del jurista ignominioso (Lc 18, 6-8):  



"Y dijo el Señor: Oíd lo que dice el juez inicuo / ¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a Él día y noche, y se mostrará remiso en su causa? / Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero el Hijo del hombre al venir, ¿por ventura hallará la fe sobre la tierra"


¡Qué interrogación tan misteriosa la del Señor!, que nos hace preguntarnos  a los creyentes en este siglo: ¿Por ventura hallará  fe el Hijo del hombre al venir por segunda vez sobre la tierra?...Es pregunta también  apocalíptica e inquietante si tenemos en cuenta la falta de fe en estos días, de una gran mayoría de la humanidad, habiéndose  llegado ya al tercer milenio desde la primera venida del Mesías…

Y es que sin duda el Señor conocía y conoce bien al género humano, Él  lo ha creado, sabe de su inconstancia en la verdad y su tendencia al mal, después del pecado original, y también sabe de la envidia del diablo hacia  los hombres, a los que trata de  incitarles hacia el mal, la perversión y la injusticia, por eso no debería extrañarnos la pregunta de Cristo: ¿Por ventura hallará la fe el Hijo del hombre en su venida?…

Porque ciertamente vendrá al final de los tiempos para hacer justicia, para  castigar el mal…
No obstante, Jesús nos aseguró también que en la Parusía, Dios, Él mismo, no será reacio a la causa de sus escogidos,  y hará la justicia que día y noche le reclaman. Y es que el Señor es <justo y misericordioso>, Él quiere que todas sus criaturas se salven y por eso en su primera venida al mundo, nos habló de la gloria de su Padre, nos avisó de su segunda venida al mundo y nos aseguró  que impartiría justicia entre los hombres… (Mt 16, 24-28):
-Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome a cuestas su cruz y sígame.


-Pues quién quisiere poner a salvo su vida, la perderá; más quién perdiere su vida por causa de mí, la hallará.
-Pues ¿Qué provecho sacara un hombre si ganare el mundo entero, pero malograre su alma?

-Porque ha de venir el Hijo del hombre en la gloria de su Padre; acompañado de sus ángeles, y entonces dará un pago a cada cual conforme sus actos

Sin duda el tema del infierno y de la gloria siempre ha perturbado a los grandes pensadores de la Iglesia. También es cierto que  los antiguos Concilios rechazaron la teoría de la llamada <apocatástasis final>, según la cual el mundo sería regenerado después de la destrucción, y toda criatura humana se salvaría; una teoría que indirectamente abolía el infierno.
Sin embargo, las palabras de Cristo son muy claras al hablar sobre los novísimos, por ejemplo en el libro del Apocalipsis de san Juan y así mismo en el llamado <Apocalipsis Sinóptico> que aparece en el evangelio de san Mateo. Concretamente refiriéndonos a este último recordemos que las palabras de Jesús son inequívocas  (Mt 25, 31-36):
-Y cuando viniere el Hijo del hombre en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará en el trono de la gloria,

-y serán congregados en su presencia todas las gentes, y los separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos;
-y colocará a las ovejas a la derecha y los cabritos a la izquierda.




-Entonces dirá el Rey a los de la derecha: Venid, vosotros los benditos de mi Padre, y entrad en posesión del reino que os está preparado desde la creación del mundo…
-Entonces dirá también a los de su izquierda: Apartaos de mí, vosotros los malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y para sus ángeles…

-E irán éstos al tormento eterno; pero los justos, a la vida eterna.

 
El Papa Francisco en su <Audiencia general> del día 24  de abril de este mismo año, refiriéndose  a estos versículos del <juicio final> anunciado por Jesús según el Evangelio de San Mateo ha dicho lo siguiente:

“La imagen utilizada por el evangelista es la del pastor que  separa  las ovejas de las cabras. A la derecha se coloca a quienes actuaron según la voluntad de Dios, socorriendo al prójimo hambriento, sediento, extranjero, enfermo, encarcelado…; mientras que a la izquierda van los que no ayudaron al prójimo. Estos nos dice que serán juzgados por Dios según la caridad, según como la hayan practicado con sus hermanos, especialmente con los más débiles y necesitados” 

Sin duda este pasaje del Nuevo Testamento siempre ha inquietado, a los hombres en la antigüedad, pero también en cualquier momento de la historia de la humanidad  y  con mayor razón en estos últimos tiempos si tenemos en cuenta su evidente alejamiento de Dios, tal como nos advierte  el Papa Benedicto XVI"  (Luz del mundo. Benedicto XVI; 2110):
 


“Se trata de un juicio real el que tendrá lugar  sin embargo se podría decir que se avecina al hombre, siempre, ya en la muerte. El gran escenario que se esboza en el Evangelio de San Mateo, con las ovejas y los cabritos, es una parábola propuesta por el Señor de lo inimaginable.
Nosotros los hombres no podemos imaginarnos ese proceso inaudito en el que todo el Cosmos se halla ante el Señor y la historia entera ante Él…
Como será esto visualmente escapa a nuestra capacidad de imaginación...
Pero que Él es el juez, que tendrá lugar un juicio real, que la humanidad será separada y que, entonces, existe también la posibilidad de la perdición, y que las cosas no son indiferentes, son datos muy importantes.

Hoy la gente tiende a decir: <bueno, tan malas no serán las cosas. Al fin y al cabo, es muy difícil que Dios obre así>. Pero no, Él toma en serio las cosas de los hombres. Está además, el hecho de la existencia del mal, que permanece y tiene que ser condenado. En tal sentido, aún con la alegre gratitud por el hecho de que Dios es tan bueno y nos da su gracia, deberíamos percibir también e inscribir en nuestro programa de vida la seriedad del mal…”
 


Por otra parte, lo que está claro es que Jesús nos ha hablado no solo de la eternidad de la sanción del  pecado, sino también de la eternidad del suplicio que esta implica, de esto nadie puede dudar por más que nos engañemos diciendo que como Dios es infinitamente bueno perdonará a todos los hombres incluso a los que no se arrepientan sinceramente de sus pecados, y ¡ojo! con <dolor de corazón>…

A este respecto es interesante también recordar las palabras del Papa Juan Pablo II (“Cruzando el umbral de la esperanza” Juan Pablo II. Círculo de lectores):

“Hay algo en la misma conciencia moral del hombre que reacciona ante una tal perspectiva: ¿El Dios que es Amor, no es también Justicia infinita? ¿Puede Él admitir que los terribles crímenes puedan quedar impunes? ¿La pena definitiva no es en cierto modo necesaria para obtener el equilibrio moral en tan intrincada historia de la humanidad? ¿El infierno, no es en cierto sentido <la última tabla de salvación> para la conciencia moral humana?”

 
Con estas palabras del Papa nos adentramos ya en el tema trascendental denominado  conciencia errónea, porque cuando el pecador ha perdido incluso el discernimiento para aceptar  que hace el mal, porque  ve en un comportamiento perverso algo  normal y hasta lógico, las posibilidades que tiene de salvación han sido destruidas, al impedir el posible arrepentimiento, de algo que no acepta como pecado, siéndolo en sí mismo.

Esta es una situación terrible que aqueja a una gran parte de la sociedad actual, que forma parte del día a día de los seres humanos en los últimos siglos. Y aún más, si tenemos en cuenta que algunos hombres se empeñan en tratar de demostrar que la <conciencia errónea> protegería al ser humano de la <onerosa exigencia de conocer la verdad>, y así alcanzaría la salvación de una manera más cómoda.
Sin embargo, como nos aseguró Benedicto XVI, cuando aún era el Cardenal Ratzinger (“El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón….):                             
“Parece más bien que esta <conciencia errónea>, es la cáscara de la subjetividad, bajo la cual el hombre puede huir de la realidad, ocultándola”

Esta aptitud ante la vida, la podemos observar en el comportamiento de muchas de las personas que conocemos y tratamos a diario con mayor o menor intimidad, y así en aras de un cierto bienestar temporal, estas criaturas se ven abocadas a los mayores errores sin darse cuenta de que se encuentran instaladas en la mentira que dispensa al ser humano de conocer la verdad de sus actos y por tanto de arrepentirse de sus malas acciones, tal como denunciaba el Papa Benedicto XVI (Ibid):


“…la <conciencia errónea> se transforma, así, en la justificación de la subjetividad del conformismo social, el cual, en cuanto mínimo común denominador  de las diferentes subjetividades, desempeña el cometido de hacer posible la vida en sociedad.
Se viene abajo el deber de buscar la verdad, al igual que se desvanecen las dudas sobre las tendencias generales predominantes en la sociedad o sobre cuanto en ellas se ha hecho costumbre. Basta con estar convencido de las propias opiniones y adaptarse a la de los demás.
El hombre queda reducido, así, a sus convicciones superficiales y cuanto menos profundas sean, tanto mejor para él…”

Panorama muy triste el que nos muestra el Papa, reflejo, sin duda de una <civilización> basada en el materialismo, ajena a Dios, hundida en el relativismo, que se atreve a hacer preguntas como las siguientes:
¿Cómo es posible que de la fe brote la alegría? ¿Para qué trasmitir la fe a los demás? ¿Por qué no nos ahorramos este esfuerzo? ¿No será mejor olvidarnos de la fe?...

Estas preguntas merecen una respuesta como la dada por el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“En los últimos años, preguntas como estas han paralizado visiblemente el impulso evangelizador, quien entiende la fe como un pesado fardo, como una imposición de exigencias morales, no puede invitar a los demás a creer, sino que prefiere dejarlos en la presunta libertad de su buena fe”


De cualquier forma para todos los llamados a evangelizar,  lo primero y principal es dar ejemplo de vida, porque se necesita, ante todo, el testimonio de la santidad; porque si la Palabra es desmentida por la conducta, difícilmente, será bien recibida.
No podemos, sin embargo, cerrar los ojos a la evidencia, todos conocemos personas imbuidas de la llamada <conciencia errónea>; la cuestión sin embargo no es nueva recordemos como el Mesías se preguntaba:



¿Por ventura encontrará fe el Hijo del hombre en su segundo advenimiento a la Tierra?

Por otra parte, también en el Antiguo Testamento encontramos ejemplos claros de este problema, tal como también recordaba el Papa Benedicto XVI (Ibid). Así,  en concreto, en el libro de los Salmos podemos leer (Salmos 19, 13):
“¿Quién advierte sus propios errores? ¡Libradme de las culpas que no veo!”

Oraciones dirigidas a Dios, por hombres temerosos de la <mala conciencia> y que sabían el riesgo que corrían con el alejamiento de la verdad. El Papa  Benedicto XVI refiriéndose a estas palabras del Salmo  aseguraba (Ibid):
“Esto no es objetivismo vetero-testamentario, sino la más honda sabiduría humana: dejar de ver las culpas, el enmudecimiento de la voz de la conciencia en tantos ámbitos de la vida, es una enfermedad espiritual mucho más peligrosa que la culpa, sí aún se está en condiciones de reconocerla como tal.
Quién ya es incapaz de percibir que matar es pecado, ha caído más bajo que quién todavía puede reconocer la malicia de su propio comportamiento, pues se halla mucho más alejado de la verdad y de la conversión”


En efecto, según esto, el propio juez inicuo de la parábola del Señor podría encontrarse más cerca de una conversión  futura, al admitir  su falta de respeto a Dios y al hombre, que aquel fariseo que no reconocía sus culpas y se ponía como ejemplo ante el Señor frente al  publicano que humildemente pedía perdón diciendo < ¡Oh Dios, compadécete de mí pecador! > (Lc  18, 9-14).
 
 


Esto es lo que hacían los fariseos y saduceos en tiempos de nuestro Señor Jesucristo, por eso dolido lanzó aquellos <siete ayes> del Evangelio de San Mateo, recordándoles a ellos y a todos los hombres, de todos los tiempos  el <juicio final>, el <juicio de la gehena o infierno>  (Mt 23, 13-36):

-< ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren>.

-< ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo conseguís lo hacéis digno de la gehena el doble que vosotros!>

-< ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno!>

-¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro y así quedará limpia también por fuera.

< ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcro blanqueados!> Por fuera buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre;

-lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crueldad.

¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo escaparéis del juicio de la gehena?

-Mirad yo os envío profetas y sabios y escribas. A unos los mataréis y crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad.
Así recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el santuario y el altar.

 
 
 

Son palabras fuertes del Señor que nos recuerdan a todos la responsabilidad que tenemos en la búsqueda de la verdad, en la búsqueda de la salvación, cuando Él  pidió al Padre que consagrara en la verdad a sus discípulos (Jn 17, 15-19):

"No pido que los saques del mundo, sino que los preserves del maligno / No son del mundo, como ni yo soy del mundo / Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad / Como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo / Y por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad"

<Conságralos en la verdad> o lo que es igual <Santifícalos en la verdad>, es lo que Jesús pide para sus discípulos al Padre; ello se realiza en el <Espíritu Santo>, en el <Espíritu de la verdad>, así quedarán preparados para anunciar la Palabra de Dios, que es la <Verdad> con mayúsculas.

Por otra parte Nuestro Señor Jesucristo, con suma humildad, se <consagró así mismo por ellos y por nosotros>, ofreciéndose como víctima de reconciliación que es la santificación por excelencia.

 


Cristo, el Santo Sacerdote, se consagró con su inmolación, para a su vez consagrar a sus enviados con la santidad de la verdad; no obstante en la actualidad tal como nos recordó el Papa Benedicto XVI en su magnífico libro <El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón>:
“La apertura necesaria a la verdad está amenazada, desde dos frentes, de un lado, por un positivismo fideista que teme  perder a Dios al exponerse a la verdad de las criaturas; de otro lado, por un positivismo agnóstico que se siente amenazado por la grandeza de Dios…”

Son  dos aspectos distintos de un temor que conduce al mismo resultado, esto es, a la negación de la verdad y por tanto al alejamiento del camino de la salvación, en definitiva, al alejamiento de Cristo que es la verdad pura.

Por ello, los cristianos deberíamos tener  clara esta idea: <Tenemos que persistir sin fatiga y con convicción en la búsqueda de la verdad durante toda nuestra existencia, si queremos llegar al final de la misma, con las garantías necesarias para afrontar el juicio divino>.

No responderíamos, por otra parte, con gratitud a la llamada de Cristo, si quisiéramos obviar la verdad, a favor de la <conciencia errónea>, porque como así mismo nos recordaba el Papa Benedicto XVI (Ibid):



“Con la luz de Jesús se manifiesta también el esplendor de la verdad en las criaturas. Cristo nos abre al mensaje de las criaturas, las criaturas nos guían al Señor. Amar la verdad y amar a Cristo es una cosa indivisible en la figura espiritual de Santo Tomás: amando a Cristo, has amado la verdad; creando una relación cada vez más honda con Cristo, has recibido la fuerza consagrante de la verdad…
<Bien has escrito de mi Tomás ¿Qué deseas?> Dijo el Señor crucificado, según la leyenda, al doctor Angélico. <Nada más que a Ti Señor>, respondió Tomás. <Nada más que a Ti>: esa es la síntesis del pensamiento y de la vida del gran doctor de la Iglesia. Su vida era deseo de Cristo, deseo de Dios, deseo de la verdad”

 


Gran ejemplo el que nos dio Santo Tomás y gran ejemplo el que hemos recibido del Papa Benedicto XVI que nos ha exaltado  tantas veces su figura, y con razón, porque verdaderamente este santo doctor, sí respondió con gratitud a la gran promesa de Jesús cuando dijo <me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados en la verdad>; sin Cristo, sin la verdad absoluta, no hay salvación y la <conciencia errónea> nos aleja del <camino, la verdad y la vida>, que es nuestro Salvador.
La salvación, por tanto, se ve favorecida al tener presente la naturaleza escatológica del Mensaje de Jesús y por supuesto, por la oración por todas las almas, tal como recomendaba el Apóstol San Pablo a través de su discípulo Tito, a las Iglesias a él confiadas, para el ejercicio de la misión pastoral (I Tim 2, 1-6).

Recordemos, por otra parte, que la verdadera evangelización es el anuncio del Reino de Dios, del Dios que entra en la historia para hacer justicia y por ello es también el anuncio del juicio final y el anuncio de nuestra responsabilidad ante el mismo (Benedicto XVI. El elogio de la conciencia…):



“Cuando tomemos en serio el juicio y la grave responsabilidad que de él brota para nosotros, comprendemos bien el otro aspecto de este anuncio, esto es, la Redención, el hecho de que Jesús en la Cruz asume nuestro pecado.

En la Pasión de su Hijo, Dios mismo aboga por nosotros, pecadores, y hace así posible la penitencia, la esperanza para el pecador arrepentido, esperanza que expresa de modo admirable la palabra de San Juan: <Dios es mayor que nuestro corazón y conoce todo> (Jn 3, 20): ante Dios sosegaremos nuestro corazón, por mucho que sea lo que nos reproche.

La bondad de Dios es infinita, pero no debemos reducirla a un melindre empalagoso sin verdad. Solo creyendo en el <justo juicio> de Dios, solo teniendo <hambre y sed de justicia> (Mt 5,6) abrimos nuestro corazón, nuestra vida, a la misericordia divina”

Sin embargo , en una sociedad como la actual tan mediática, se está corriendo el riesgo de la insidia en las palabras, por eso viene bien también recordar las sentencias del Señor que leemos en el Evangelio del Apóstol San Mateo (Mt 12, 35-37):

-El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas, y el hombre malo, del tesoro malo saca cosas malas.
-Os certifico que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, darán razón en el día del juicio.

-Porque por tus palabras serás absuelto como justo y por tus palabras serás condenado.

Son sentencias de Jesús pronunciadas por el mal comportamiento de los fariseos contra él, que siempre  le levantaban falsas calumnias.



Con razón San Pablo recomendaba a su vez a los pobladores de Éfeso que evitaran la mentira, la ira, y las palabras malas; que no salieran de sus bocas palabras que pudieran hacer daño a un tercero, sino que por el contrario utilizasen aquellas palabras que fueran más convenientes para favorecer el bien entre las personas que les escucharán (Ef 4, 25-30):
-No salga de vuestra boca palabra alguna dañosa, sino que sea buena por la oportuna edificación, para que comunique gracia a los que la oyen.

-Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis marcados para el día del rescate.

Tomemos sobre todo ejemplo de Cristo que pasó por el mundo como buen <comunicador> del Padre>:

En efecto: “En la historia de la salvación, Cristo se nos ha presentado como <comunicador del Padre>, <Dios en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo> (Heb 1, 2).
Él, Palabra eterna hecha carne, al comunicarse, manifiesta siempre respeto hacia aquellos que le escuchan, les enseña a comprender su situación y sus necesidades, impulsa a la compasión por su sufrimiento y a la firme resolución de decirles lo que tienen necesidad de escuchar, sin imposiciones ni compromisos, engaño o manipulación.

Jesús enseña que la comunicación es un acto moral: <El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas y el hombre malo, del mal tesoro saca cosas malas>. <Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del juicio>. <Porque por sus palabras serán declarados justos  y por sus palabras serán condenados>.

(Carta Apostólica del Sumo Pontífice Juan Pablo II a los responsables de las comunicaciones sociales. Dada en el Vaticano el 24 de enero del año 2005, en memoria de San Francisco de Sales, Patrono de los periodistas)

 

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