Con razón Jesús en su discurso eucaristico aseguraba (Jn 6, 51):
<Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come este pan, vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo>
Ciertamente, como muy bien dijo el Papa Pio XII (1876-1958) en su Carta Encíclica <Mediator Dei>
(20 de noviembre de 1947):
“Cristo nuestro Señor, <Sacerdote
sempiterno, según el orden de Melquisedec> (Sal109, 4), <como hubiera
amado a los suyos que vivían en el mundo> ( Jn 13, 1), < en la última
cena, en la noche en que se le traicionaba, para dejar a la Iglesia su amada Esposa un sacrificio visible, como la
naturaleza de los hombres pide, que fuese representación del sacrificio cruento que había de llevarse
a efecto en la cruz, y para que permaneciese su recuerdo hasta el fin de los
siglos y se aplicase su virtud salvadora para remisión de nuestros pecados
cotidianos…
ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre, bajo la presencia del pan y del vino, y los dio a los Apóstoles, constituidos entonces sacerdotes del Nuevo Testamento, a fin de que, bajo estas mismas especies, lo recibiesen, al mismo tiempo que les ordenaba, a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, que lo ofreciesen> (Conc. Tridentino, ses. 22 c.l.).
El augusto sacrificio del Altar
no es, pues, una pura y simple conmemoración de la Pasión y Muerte de
Jesucristo, sino que es un sacrificio propio y verdadero, por el que el Sumo
Sacerdote, mediante una inmolación incruenta, repite lo que una vez Jesús hizo
en la Cruz, ofreciéndose enteramente al Padre, victima gratísima”ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre, bajo la presencia del pan y del vino, y los dio a los Apóstoles, constituidos entonces sacerdotes del Nuevo Testamento, a fin de que, bajo estas mismas especies, lo recibiesen, al mismo tiempo que les ordenaba, a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, que lo ofreciesen> (Conc. Tridentino, ses. 22 c.l.).
En efecto, como recordábamos al principio, Jesús anunció la presencia real de su carne y su sangre en la Eucaristía, durante su discurso en Cafarnaúm, concretamente después del milagro de su marcha sobre las aguas (Jn 6, 51).
Por entonces, las gentes le buscaban sin cesar, porque habían quedado impresionadas desde que hiciera el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, lo que hizo que el Señor exclamara (Jn 6, 26):
<Os aseguro que no me buscáis por los signos que habéis visto, sino porque comisteis pan hasta saciaros>.
Y más tarde pronuncio estas sentidas palabras (Jn 6, 27):
<Esforzaos, no por conseguir el alimento transitorio, sino el permanente, el que da vida eterna. Este alimento os lo dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, lo ha acreditado con su sello>.
Aquella muchedumbre asombrada y
quizás sobrecogida con sus palabras, le preguntaban entonces a Jesús que tenían que hacer
para actuar según el deseo de Dios. Y es entonces cuando el Señor, entre otros
mensajes, les aseveró de nuevo que Él era el <pan de vida>, aquel que al
comerlo el hombre no volvería a tener hambre, ni sed, en una clara alusión al
Sacramento de la Eucaristía, que más tarde instituiría.
Las palabras de Jesús causaron gran escándalo entre muchos de los que las habían escuchado, incluso dentro del grupo de sus discípulos, especialmente cuando además de reconocerse el <pan de vida>, aseguró también (Jn 6, 52):
<Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo>
Aquellos que no entendieron sus
palabras, se alborotaban, murmurando a sus espaldas diciendo (Jn 6, 60): ¿Quién puede aceptarlas?
Incluso algunos se alejaban de él, sin reparar en que estas misteriosas
palabras, quizás más tarde tendrían un significado cierto, como así fue, tras
la Pasión y Muerte de Cristo, viniendo a ser el
<compendio y suma de la fe cristiana>.
Ciertamente, como se nos recuerda en el Catecismo de la Iglesia católica (nº 1323):
“Durante la <Última Cena>, la misma noche en que fue entregado, Jesús instituyó el Sacramento Eucarístico de su Cuerpo y su Sangre, para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y confiar a su esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección. Sacramento de piedad, Signo de unidad, Vinculo de amor, Banquete Pascual, en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura”
Ciertamente, como se nos recuerda en el Catecismo de la Iglesia católica (nº 1323):
“Durante la <Última Cena>, la misma noche en que fue entregado, Jesús instituyó el Sacramento Eucarístico de su Cuerpo y su Sangre, para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y confiar a su esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección. Sacramento de piedad, Signo de unidad, Vinculo de amor, Banquete Pascual, en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura”
“En la Eucaristía, Jesús no da
<algo>, sino a sí mismo, ofrece su
cuerpo y derrama su sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente
originaria de este amor divino. Él es el Hijo eterno que el Padre ha entregado
por nosotros.
En el Evangelio escuchamos también a Jesús que, después de haber dado de comer a la multitud con la multiplicación de los panes y de los peces, dice a sus interlocutores que lo habían seguido hasta la sinagoga de Cafarnaúm: <Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo> (Jn 6, 32-33)…
En la Eucaristía se revela el
designio de amor que guía toda la historia de la salvación. En ella, el Deus
Trinitas, que en sí mismo es amor (I Jn 4, 7-8), se une permanentemente a
nuestra condición humana”En el Evangelio escuchamos también a Jesús que, después de haber dado de comer a la multitud con la multiplicación de los panes y de los peces, dice a sus interlocutores que lo habían seguido hasta la sinagoga de Cafarnaúm: <Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo> (Jn 6, 32-33)…
Ante estas palabras del Papa
Benedicto XVI, todos los creyentes, y también los no creyentes, deberían
reflexionar sobre el significado real de este gran Misterio que es Sacramento
de la Eucaristía, instituido por Cristo poco antes de su Pasión, Muerte y
Resurrección.
Es realmente el <Cuerpo de Cristo>, tal como nos recuerda
el sacerdote al entregarnos la Santa Hostia, son la <carne y la sangre de
Cristo>, los que recibimos y comemos durante la celebración del Banquete Pascual, rememorado en la Santa Misa.
“Puesto que la liturgia de la Eucaristía es esencialmente <actio Dei> que nos une a Jesús a través del espíritu, su fundamento no está sometido a nuestro arbitrio, ni puede ceder a la presión de la moda del momento…
A partir de la experiencia del Resucitado y de la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia celebra el Sacrificio Eucarístico obedeciendo el mandato de Cristo”
Recordemos a este respecto que, ya en tiempo de las primeras comunidades cristianas, algunos fieles celebraban la <Cena eucarística>, sin llegar apreciar del todo su enorme significado. El Apóstol San Pablo al enterarse de esta aptitud poco definida, tuvo que recriminarla con energía, concretamente mediante la carta dirigida a la Iglesia de Corinto, fundada por él a principios de los años cincuenta d. C, durante su segundo viaje apostólico.
Se cree, que el Apóstol tuvo que emplear dos años, al menos, para fundar esta Iglesia, la cual al principio dio frutos extraordinarios, tras la corrección de numerosas costumbres execrables y eliminación las corruptelas que minaban aquella sociedad de tantos contrastes, donde unos pocos vivían en la opulencia, mientras otros muchos eran muy pobres.
La comunidad judía presente en la ciudad opuso gran resistencia a la predicación del Evangelio, pero finalmente éste enraizó, especialmente entre los paganos y los pobres de la ciudad, produciéndose numerosas conversiones. No obstante quizás hacia el año 56 o 57, durante la estancia de San Pablo en Éfeso, como recordábamos anteriormente, éste recibió noticias alarmantes sobre algunos desmanes y abusos llevados a cabo durante la celebración de las <Cenas eucarísticas>, y ello motivó la carta, en la que el Apóstol afeaba el mal comportamiento de algunos corintios durante la celebración de aquellos <ágapes>.
Los ágapes eran, desde el primer
momento, cenas fraternales y sobrias de gran tradición entre el pueblo judío,
pero que a partir de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor se celebraban
en las comunidades cristianas, en memoria
de su <Última cena>, y precedía a la
celebración de los Sagrados Misterios. Todos los fieles participaban en ellos,
suministrando los alimentos necesarios, y ayudando los más desahogados
económicamente a aquellos que menos poseían. Pero las costumbres se fueron
deteriorando y a oídos del Apóstol llegaron noticias verdaderamente alarmantes
que indicaban cierta corrupción en
algunos casos, por eso él se expresaba en los fuertes términos siguientes (I
Cor 11-22):
"Al recomendaros esto, no os
alabo, porque no os reunís para vuestro bien espiritual, sino para vuestro
daño / En primer lugar oigo que, cuando
os reunís en asamblea litúrgica, hay divisiones entre vosotros, y en parte lo
creo / pues conviene que haya entre
vosotros disensiones, para que se descubra entre vosotros los de virtud
probada / Pues, cuando os reunís, no es ya
para tomar la cena del Señor / porque al comer, cada uno se
adelanta a tomar su propia cena, y mientras unos pasan hambre, otros se
embriagan / ¿Pues qué? ¿No tenéis casas para
comer y beber? ¿O es que menospreciáis a la Iglesia de Dios y avergonzáis a los
que no tienen? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo"Y es que Jesús en la Última Cena dio un sentido nuevo a aquellas celebraciones, instituyendo el Sacramento de la Eucaristía, y dando una nueva dimensión a la bendición del pan y del vino. Ya no era aquel un ágape cualquiera, sino el recordatorio de lo que sería su Pasión, y Muerte. No es de extrañar, por tanto, el disgusto del Apóstol San Pablo cuando recriminaba a los corintios por haber olvidado los principios fundamentales sobre los que la Iglesia celebra esta liturgia.
También ahora Jesús nos pide fe en el Santísimo Sacramento del Altar; nos pide que al comulgar tengamos la creencia absoluta de que es su Carne y su Sangre las que recibimos, porque como se dice en la oración de Santo Tomás de Aquino, en el Sacramento de la Eucaristía,<se equivocan nuestros sentidos, pues no vemos con los ojos a Cristo, tampoco lo gustamos y el tacto no lo encuentra en absoluto, pero sin embargo creemos con toda seguridad lo que el oído nos dice, pues el Hijo de Dios nos ha hablado de su presencia en la Santa Hostia, y nada hay más veraz que Él, que es la Palabra de la Verdad >
Una hermosa oración del santo que fue proclamado por la Iglesia <Angelicus Doctor>. Era
natural de una población de Nápoles e hijo de una familia noble, que por desgracia, se opuso desde un
principio a su vocación religiosa. Finalmente después de sufrir cruel
confinamiento, y habiendo pasado por duras pruebas contra su virtud probada,
pudo ingresar en la orden de los dominicos y dedicó toda su vida a estudiar y a
enseñar con sus libros y sus catequesis las verdades de la fe cristiana,
siempre inspirado por el Espíritu Santo. Era un gran amante del Sacramento de
la Eucaristía y sus hagiógrafos cuentan que con frecuencia, sobre todo cuando
ya estaba próxima su muerte experimentaba el fenómeno de la levitación, y
sucedió que habiendo terminado su <Tratado sobre la Eucaristía> (en el
año 1273), durante una de ellas, algunos hermanos le escucharon hablar con el
crucifijo que había en el Altar. El Señor le dijo estas palabras:
<Has escrito bien de mí, Tomás, que recompensa deseas>, a lo que el santo se dice que respondió: <Nada más que a Ti, Señor>.
<Has escrito bien de mí, Tomás, que recompensa deseas>, a lo que el santo se dice que respondió: <Nada más que a Ti, Señor>.
En aquel tiempo, el Papa Urbano
IV (1195-1264) instituyó la fiesta del Santísimo Corpus Christi, para rendir
homenaje al Sacramento y Sacrificio de la Sagrada Eucaristía y encargó la
liturgia de esta celebración al Doctor de la Iglesia Santo Tomás de Aquino,
liturgia que según el Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel: “Es un modelo de
oración, una de las más perfectas composiciones en todo el Breviario y en todo
el Misal” (Misal y devocionario del hombre católico. Ed. Aguilar 1959).
Por eso es conveniente que pongamos en valor, aquellas amonestaciones de la carta de San Pablo a la comunidad de Corinto, en la que también les explicaba, una vez más, lo que El Señor le había trasmitido acerca del Sacramento de la Eucaristía (I Co 11, 23-32):
Desde siempre los Papas nos han hablado con amor y respeto de este Sacramento que implica el Sacrificio de la Cruz y la victoria de la Resurrección de Jesús. Benedicto XVI dejaba testimonio de ello (Ibid):
“La misión para la que Jesús ha
venido entre nosotros llega a su cumplimiento en el Misterio Pascual. Desde lo
alto de la Cruz, donde atrae todo hacia sí (Jn 12, 32), antes de entregar el
espíritu de su obediencia hasta la muerte, y una muerte en Cruz (Flp 2, 8), se
ha cumplido la nueva y eterna Alianza…
En la institución de la Eucaristía, Jesús mismo habló de la <nueva y eterna Alianza>, estipulada en su sangre derramada (Mt 26, 28; Mc 14, 24; Lc 22, 20)...
Al instituir el Sacramento de la Eucaristía, anticipa e implica el sacrificio de la Cruz y la victoria de la Resurrección. Al mismo tiempo, se revela como el verdadero cordero inmolado, previsto en el designio del Padre desde la fundación del mundo, como se lee en la primera Carta de San Pedro (I Ped 1, 3-12)”
En la institución de la Eucaristía, Jesús mismo habló de la <nueva y eterna Alianza>, estipulada en su sangre derramada (Mt 26, 28; Mc 14, 24; Lc 22, 20)...
Al instituir el Sacramento de la Eucaristía, anticipa e implica el sacrificio de la Cruz y la victoria de la Resurrección. Al mismo tiempo, se revela como el verdadero cordero inmolado, previsto en el designio del Padre desde la fundación del mundo, como se lee en la primera Carta de San Pedro (I Ped 1, 3-12)”
Alude aquí el Papa al primer
Pontífice la Iglesia, el Apóstol San
Pedro, el cual entre los años 64 a 67 escribió esta primera carta dirigida a la
Iglesia de Asia Menor, fundada y evangelizada por San Pablo, por
entonces ausente, y que en aquellos momentos se encontraba con graves
dificultades debido a las constantes persecuciones y atropellos, por parte de
las comunidades gentiles no creyentes.
En esta carta San Pedro exhorta a su grey, poniendo especial atención a los más jóvenes, para que sean constantes en la fe y la esperanza recibidas, asegurándoles que padecer como cristianos, no es un deshonor, sino la gloria más suprema (I Ped 1, 3-12):
"Bendito sea Dios, Padre de
nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la
Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado, para una
esperanza viva... / Por ello os alegráis, aunque
ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas / así la autenticidad de vuestra
fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata al fuego,
merece premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo / sin haberlo visto lo amáis y,
sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y
radiante / alcanzando así la meta de
vuestra fe: la salvación de vuestras almas.Sobre esta salvación estuvieron
explorando e indagando los profetas que profetizaron sobre la gracia destinada
a vosotros / tratando de averiguar a quién y
a qué momento apuntaba el Espíritu de Cristo que había en ellos, cuando
atestiguaban por anticipado la pasión del Mesías y su consiguiente
glorificación / Y se les reveló que no era en
beneficio propio, sino en el vuestro por lo que administraban estas cosas que
ahora os anuncian quienes os proclaman el Evangelio con la fuerza del Espíritu
Santo enviado desde el cielo. Son cosas que los mismos ángeles desean contemplar"En esta carta San Pedro exhorta a su grey, poniendo especial atención a los más jóvenes, para que sean constantes en la fe y la esperanza recibidas, asegurándoles que padecer como cristianos, no es un deshonor, sino la gloria más suprema (I Ped 1, 3-12):
Por otra parte, también, el Papa
Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica <Sacramentum Caritatis>,
recordaba las palabras de San Pedro referidas a la santidad de vida (I Ped 1,
17-21):
"Y si llamáis Padre al que sin
hacer acepción de personas juzga a cada uno según sus obras, comportaos con
temor durante el tiempo de vuestra peregrinación / sabiendo que habéis sido
rescatados de vuestra conducta vana, heredada de vuestros mayores, no con
bienes corruptibles, plata u oro / sino con la Sangre preciosa de Cristo, como cordero
sin defecto ni mancha / predestinado ya antes de la
creación del mundo y manifestado al final de los tiempos para vuestro bien / para quienes por medio de él
creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le glorificó, de modo
que vuestra fe y vuestra esperanza se dirijan a Dios"
Así es, el hombre ha sido
rescatado del pecado por Cristo,
mediante su sacrificio en la Cruz, como <cordero sin defecto ni mancha>,
de ahí que el Sacramento de la Eucaristía reciba también el nombre de <Santo
Sacrificio> (C.I.C. nº 1330):
“Porque actualiza el <Único sacrificio>, de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia”
“Porque actualiza el <Único sacrificio>, de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia”
En efecto, por el Sacramento de
la Eucaristía, Jesús incorpora a los fieles a su propia <hora>; de esta
forma quiere mostrarnos en todo su esplendor, la unión indeleble que existe entre Él y su
Iglesia (E. Apostólica <Sacramentum Caritatis>. Benedicto XVI):
“Cristo mismo, en su sacrificio
de la Cruz, ha engendrado a la Iglesia como su esposa y su Cuerpo. Los Padres
de la Iglesia han meditado mucho sobre la relación entre el origen de Eva del
costado de Adán mientras dormía (Gen 2, 21-23) y de la nueva Eva, la Iglesia,
del costado abierto de Cristo, sumido en el sueño de la muerte: del costado traspasado, dice Juan, salió sangre y agua (Jn 19, 34), símbolo de los Sacramentos…Por ellos, la Iglesia <vive de la Eucaristía>”
Los Padres de la Iglesia y los Pontífices de todos los tiempos han hablado a los creyentes y no creyentes del Santísimo Sacramento del Altar, del Sacramento de la caridad, en el que Jesucristo de forma admirable se ha donado a los hombres para ayudarles en su camino hacia la salvación con esperanza.
Sí, la Iglesia vive de la Eucaristía tal como también nos recordaba el Papa Juan Pablo II (Carta Encíclica <Ecclesia Eucharistia> (17 de abril de 2003):
“La Iglesia vive de la Eucaristía.
Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que
encierra en síntesis el <núcleo del misterio de la Iglesia>. Ésta
experimenta con alegría como se realiza continuamente, en múltiples formas, la
promesa del Señor: <He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta
el fin del mundo> (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la
transformación del pan y del vino, en la carne
y la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad
única.
Desde Pentecostés, la iglesia, pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la Patria celestial; este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.
Desde Pentecostés, la iglesia, pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la Patria celestial; este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.
Con razón el Concilio Vaticano II, ha proclamado que el
Sacrificio Eucarístico es <fuente y cima de toda la vida cristiana>
(Cons. Dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11). <la Sagrada Eucaristía,
en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo
mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del
espíritu Santo (Conc. Ecuménico Vaticano II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre
el ministerio y vida de los presbíteros, 5).
Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del Altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor”
Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del Altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor”
El Papa Juan Pablo II, en su
vigésimo quinto año de Pontificado, escribió esta Carta Encíclica con la
intención, por él mismo reconocida, de involucrar más plenamente a toda la
Iglesia en la liturgia y adoración del Santísimo Sacramento del Altar, y
reflexionar sobre este gran misterio de fe, así como dar gracias a Dios por el
don Eucarístico y por el del sacerdocio (Ibid):
“La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia. Así se explica la marcada atención que le ha prestado siempre al Ministerio Eucarístico. Una atención que se manifiesta autorizadamente en la acción de los Concilios y de los Sumos Pontífices ¿Cómo no admirar la exposición doctrinal de los Decretos sobre la Santísima Eucaristía y sobre el Sacrosanto Sacrificio de la Misa promulgados por el Concilio de Trento (1545-1563)?
Aquellas páginas han guiado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía. Ya en tiempos más cercanos a nosotros, se han de mencionar tres Cartas Encíclicas: <Mirae Caritatis> de León XIII (28 de mayo de 1902), <Mediator Dei> de Pio XII (20 de noviembre de 1947) y la <Mysterium Fidei> de Pablo VI (3 de septiembre de 1965).
Como consecuencia de ello, vio la luz la Instrucción <Redemptionis Sacramentum>, con ocasión de la solemnidad de la Anunciación del Señor, el 25 de marzo de 2004.
En este interesantísimo documento
se denunciaban, entre otras cuestiones, los abusos muchas veces importantes,
que han cuestionado la celebración de la liturgia de la Misa y de los
Sacramentos, así como se oponían a la tradición de la Iglesia, con graves daños
en no pocas ocasiones. A todo esto se
tenía que sumar por desgracia, el hecho de que dichos abusos, han podido
convertirse en costumbres difíciles de erradicar, que pudieran hacer olvidar el
sentido real de la liturgia, y oscurecer en alguna medida, la recta fe de la
doctrina católica sobre el admirable Sacramento de la Eucaristía. Ya en la
Introducción de este documento se menciona la importancia de la observancia de
las normas promulgadas por la Iglesia sobre la Sagrada Liturgia y las profundas
consideraciones sobre las que han sido basadas (Introducción Redemptionnis Sacramentum.
Congregación para el Culto y la Disciplina de los Sacramentos. Roma 25 de marzo
de 2004):
“La observancia de las normas que
han sido promulgadas por la autoridad de la Iglesia exige que concuerden la
mente y la voz, las acciones externas y la intención del corazón. La mera
observancia externa de las normas, como resulta evidente, es contraria a la
esencia de la Sagrada Liturgia, con la que Cristo quiere congregar a la
Iglesia, y con ella <formar un solo cuerpo y un solo espíritu>.
Por esto la acción externa debe estar iluminada por la fe y la caridad, que nos une con Cristo y los unos con los otros, y suscitan en nosotros la caridad hacia los pobres y necesitados. Las palabras y los ritos litúrgicos son expresión fiel, madurada a lo largo de los siglos, de los sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que Él; conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón. Cuanto se dice en esta Introducción, intenta conducir a esta conformación de nuestros sentimientos con los sentimientos de Cristo, expresados en las palabras y ritos de la Liturgia”
Por esto la acción externa debe estar iluminada por la fe y la caridad, que nos une con Cristo y los unos con los otros, y suscitan en nosotros la caridad hacia los pobres y necesitados. Las palabras y los ritos litúrgicos son expresión fiel, madurada a lo largo de los siglos, de los sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que Él; conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón. Cuanto se dice en esta Introducción, intenta conducir a esta conformación de nuestros sentimientos con los sentimientos de Cristo, expresados en las palabras y ritos de la Liturgia”
Ciertamente como se suele decir
<con pocas palabras basta>, entendemos pues, desde el principio, la importancia de un documento como este, y
lo que ha supuesto para la Iglesia, ante la violación esporádica de los
Decretos sobre la Liturgia de la Iglesia. Por otra parte, el mismo Papa Juan
Pablo II nos advirtió también que <el hombre siempre está tentado de
reducir a su propia medida el Sacramento
de la Eucaristía, mientras que es él quien debe abrirse a las dimensiones de
tal Misterio. La Eucaristía es un don demasiado grande como para someterlo a ambigüedades o reducciones> (Carta
Encíclica Ecclesia de Eucharistia. 17 de abril de 2003).
Sí, porque el hombre desea
conseguir la felicidad, aunque casi nunca sabe cómo debe alcanzarla, absorto en
los bienes terrenales, olvidado completamente de los bienes eternos. Pues bien,
como nos aseguraba el Papa Juan Pablo II y tantos otros Pontífices de la
Iglesia, el Banquete eterno en la Jerusalén celeste, solo se puede pregustar en
el Santísimo Sacramento del Altar. Así lo recordaba en su día, las bellas palabras del Papa León XIII, en su Carta Encíclica <Mirae Caritatis> (28 de mayo de 1902):
“Como quiera que esta que llamamos vida celestial y divina tiene manifiesta semejanza con la vida natural del hombre, así como ésta se sostiene y robustece con el alimento, así aquella conviene que tenga también un alimento o comida que la sustente y fortalezca. Oportuno es recordar aquí en que tiempo y forma Cristo movió y preparó el ánimo del hombre para que recibiese convenientemente y fructuosamente el <pan vivo> que había de darle…
Para establecer en los espíritus
el vigor y el fervor de la fe, nada más apropósito, que el misterio
Eucarístico, llamado con toda propiedad <Misterio de Fe>; pues
ciertamente, cuánto hay de admirable y singular en los milagros y obras
sobrenaturales se contiene en éste: El Señor misericordioso hizo compendio de todas
sus admirables obras, dio comida a los que acogen su palabra”
Por otra parte, el Papa Pablo VI, muy comprometido también con el Mensaje de
Cristo, quiso poner de manifiesto algunas denuncias respecto a este Sacrosanto Misterio:
“Sabemos ciertamente que entre los que hablan y escriben de este Sacrosanto Misterio, hay algunos que divulgan ciertas opiniones de las misas privadas, del Dogma de la Transustanciación y del culto eucarístico, que perturban las almas de los fieles, causándoles no poca confusión en las verdades de la fe, como si a cualquiera le fuera licito olvidar la doctrina, una vez definida por la Iglesia, o interpretarla de modo que el genuino significado de la palabra o la reconocida fuerza de los conceptos, queden enervados (faltos de fuerza o argumentos)”
“Sabemos ciertamente que entre los que hablan y escriben de este Sacrosanto Misterio, hay algunos que divulgan ciertas opiniones de las misas privadas, del Dogma de la Transustanciación y del culto eucarístico, que perturban las almas de los fieles, causándoles no poca confusión en las verdades de la fe, como si a cualquiera le fuera licito olvidar la doctrina, una vez definida por la Iglesia, o interpretarla de modo que el genuino significado de la palabra o la reconocida fuerza de los conceptos, queden enervados (faltos de fuerza o argumentos)”
El Papa Pablo VI, con esta Carta Encíclica, pretendía poner las ideas claras, aunque ya estaban clarísimas desde los primeros siglos entre las comunidades cristianas católicas, tal como los Padres de la Iglesia han enseñado, con respecto al Misterio de la Santísima Eucaristía (Ibid):
“Es lógico que al investigar este
Misterio sigamos como una estrella el magisterio de la Iglesia, a la cual el
Divino Redentor ha confiado la palabra de Dios, escrita o transmitida
oralmente, para que la custodie y la interprete, convencidos de que aunque no
se indague con la razón, aunque no se explique con la palabra, es verdad, sin
embargo, lo que desde la antigua edad con fe católica veraz se predica y se
cree en toda la Iglesia”
A él se deben, por ejemplo, las siguientes palabras (De Civ. Dei 10, 23 PL 41, 300):“Los filósofos escriben, hablan libremente, y en las cosas más difíciles de entender, no temen herir los oídos religiosos. Nosotros, en cambio, debemos hablar según una regla determinada, no sea que el abuso de las palabras engendre alguna opinión impía, aún sobre las cosas allí significadas”
”De hecho el Divino Redentor ha
establecido su reino sobre los fundamentos del orden sagrado, que es un reflejo
de la jerarquía celestial.
Sólo a los Apóstoles y a los que,
después de ellos, han recibido de sus sucesores la imposición de las manos, se
ha confiado la potestad sacerdotal, y en virtud de ella, así como representan
al pueblo a ellos confiado la persona de Jesucristo, así también representan al
pueblo ante Dios…
Aquella inmolación incruenta con
la cual, por medio de las palabras de la consagración, el mismo Cristo se hace
presente en el estado de victima sobre el Altar, la realiza solo el sacerdote,
en cuanto representa la persona de Cristo, no en cuanto tiene representación de
todos los fieles.
Más al poner el sacerdote sobre el Altar la Divina Victima, la ofrece a Dios Padre como una oblación, a gloria de la Santísima Trinidad y para bien de la Iglesia. En esta oblación, en sentido estricto, participan los fieles a su manera y bajo un doble aspecto; pues no solo por manos, sino en cierto modo, junto con él, ofrecen el Sacrificio; con la cual participación también la oblación del pueblo pertenece al culto litúrgico.
Que los fieles ofrezcan el
Sacrificio por las manos del sacerdote es cosa manifiesta, porque el ministro
del Altar representa la persona de Cristo que ofrece en nombre de todos los
miembros; por lo cual puede decirse con razón que toda la Iglesia universal
ofrece la Victima por medio de Cristo”
El Papa Pio XII sigue desgranando
en esta carta la doctrina de la Iglesia en materia de la Sagrada liturgia,
siendo un modelo y guía extraordinario para el buen desarrollo de las
ceremonias del Sacrificio del Altar y que aclara perfectamente cualquier duda
que pueda surgirle al creyente, evitando de esta forma posibles errores que sobre la práctica de la Santa Misa y de la Comunión, pudieran surgir. Verdaderamente todos los Santo
Padres de los últimos siglos se preocuparon de manera muy especial por el buen
desarrollo del rito Eucarístico, como ha quedado reflejado muchas veces en sus
escritos en forma de Homilías, Encíclicas, Exhortaciones etc.
Debemos dar por ello gracias a Dios que ha guiado por el Espíritu Santo a su Iglesia y recordar con alegría todas las ocasiones en las que nos ha protegido a lo largo de los siglos, también en el tema litúrgico que ahora estamos recordando.
Ciertamente los creyentes debemos
tener muy presentes todas las enseñanzas
de los Santos Padres y de los Papas,
sobre el Misterio del Sacramento de la Eucaristía y recordar que nuestra
actitud durante su liturgia debe ser tal que nunca por <nuestras palabras,
silencios, o gestos, quede desvaída en nosotros o en nuestro entorno la fe en
Cristo Resucitado presente en la Eucaristía>.
Recordemos el ejemplo dado en este sentido por tantos hombres y mujeres mártires de la Iglesia por amor al santísimo sacramento del Altar; el Papa Benedicto nos hablaba en su Exhortación Apostólica (Ibid) del caso concreto de unos mártires del siglo IV en el norte de África, en Abitinia (Túnez) donde el culto cristiano estaba prohibido por las autoridades imperiales en tiempos del emperador Diocleciano (hacia el año 304).
Saturnino (Presbítero) y todos sus fieles, entre los que se encontraban varias mujeres y un niño de corta edad, fueron apresados mientras se celebraba la Eucaristía y murieron en prisión por efecto de los malos tratos recibidos, mientras declaraban que no podían vivir sin recibir la Sagrada Hostia:
“Que estos mártires de Abitinia,
junto con muchos santos y beatos que han hecho de la Eucaristía el centro de su
vida, intercedan por nosotros y nos enseñen la fidelidad al encuentro con
Cristo Resucitado. Recordemos el ejemplo dado en este sentido por tantos hombres y mujeres mártires de la Iglesia por amor al santísimo sacramento del Altar; el Papa Benedicto nos hablaba en su Exhortación Apostólica (Ibid) del caso concreto de unos mártires del siglo IV en el norte de África, en Abitinia (Túnez) donde el culto cristiano estaba prohibido por las autoridades imperiales en tiempos del emperador Diocleciano (hacia el año 304).
Saturnino (Presbítero) y todos sus fieles, entre los que se encontraban varias mujeres y un niño de corta edad, fueron apresados mientras se celebraba la Eucaristía y murieron en prisión por efecto de los malos tratos recibidos, mientras declaraban que no podían vivir sin recibir la Sagrada Hostia:
Nosotros tampoco podemos vivir sin participar en este Sacramento de nuestra salvación y deseamos ser <iuxta dominicam viventes>, es decir, llevar a la vida lo que celebramos en el día del Señor. En efecto, este es el día de nuestra liberación definitiva ¿Qué tiene de extraño que deseemos vivir cada día según la novedad introducida por Cristo con el Misterio de la Eucaristía? (<Sacramentum Caritatis>)”
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