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miércoles, 10 de junio de 2015

JESÚS REVELÓ EL AMOR Y LA MISERICORDIA DEL PADRE



 
 
 
 
Jesús nos reveló el amor y la misericordia del Padre, nos pidió incluso que fuéramos perfectos como Éste es perfecto, amando no sólo a los que son nuestros amigos, sino también a nuestros enemigos (Mt 5, 44-48):"Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen / para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos / Porque si amáis a los que os aman, ¿Qué mérito tendréis? ¿No hace eso mismo los publicanos? / Y si saludáis solamente a vuestros hermanos ¿Qué hacéis de especial? ¿No hacen eso también los pagano? / Vosotros sed perfectos, cómo vuestro Padre celestial es perfecto"


En la época en que vivió Jesús, desde antiguo, se tenía la creencia de que se podía odiar a los enemigos y a los pecadores. Así se puede deducir al leer, por ejemplo, el libro del Antiguo Testamento llamado <Eclesiástico> o  <Sirácida>, también denominado en los manuscritos griegos <Sabiduría de Jesús, hijo de Sirá>. Se trata del único libro del Antiguo Testamento firmado por su autor. En efecto, en (Ecl. 12,1-7) leemos:
“Si haces el bien, mira a quién lo haces, y tus favores no habrán sido perdidos / Haz bien al hombre bueno, y tendrás recompensa; si no de él al menos del Altísimo / No prosperará el que incita al  mal y no ejercita la caridad / Da al justo, y no acojas al pecador / Haz el bien al humilde, y no des al malvado; niégale el pan y no le des, porque se tornará más fuerte que tú y te pagaría con doble mal todo el bien que le hagas / Porque también el Altísimo odia a los pecadores y castiga a los criminales / Da al bueno y no ayudes al malvado”.

La Iglesia de Cristo siempre ha interpretado estos versículos en el sentido de que: < Dios odia el pecado, pero no al pecador>, tal como nos pidió el Señor y nos recordaron los evangelistas San Mateo  y San Lucas.



Concretamente, en el Evangelio de éste último podemos leer (Lc 6, 27-29):

"Yo os digo a vosotros que me escucháis. Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian / bendecid a los que os maldicen; orad por los que os calumnian"

Sí, al llegar el Mesías, éste nos enseña, que debemos amar incluso a los enemigos si queremos ser auténticos cristianos, auténticos discípulos suyos.

Cómo aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Carta Encíclica <Dives in Misericordia>. Dada en Roma el 30 de noviembre de 1980):

“Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a los hombres que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje mesiánico y constituye la esencia del <ethos evangélico>.

El Maestro lo expresa bien sea a través del mandamiento definido por Él, cómo <el más grande>, o bien en forma de bendición, cuando en el discurso de la montaña proclama: <Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia>”
 

 
Así es, Jesucristo inició y terminó su mensaje mesiánico, tal como recordaba el Papa San Juan Pablo II, revelando el amor-misericordia del Padre, pero también recordando a los hombres la correspondencia que este amor infinito exigía por parte del mismo.

En el inicio lo hizo mediante una Bienaventuranza, y más tarde, reafirmando el mandamiento más importante de la Ley de Dios.

Tanto San Mateo en el <Sermón de la montaña>, cómo San Lucas en el llamado <Sermón de la llanura>, mencionan las <Bienaventuranzas> de Jesús, que no son otra cosa que una serie de solemnes manifestaciones del Señor, respecto a las virtudes morales, que deben adornar a los hombres que anhelan alcanzar la salvación.

Concretamente, San Mateo expone en su Evangelio que Jesús dijo: <Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia> (Mt 5,7). En cambio, según  el Evangelio de  San Lucas, Jesús expresa la misma idea no cómo una Bienaventuranza sino cómo una advertencia para significar la necesidad del perdón y la misericordia (Lc 6, 36-38):
"Sed misericordiosos cómo vuestro Padre es misericordioso / no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados / dad, y se os dará: os verterán una medida generosa colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con la que midiereis se os medirá a vosotros"

 



La conclusión final a la que se llega tanto en el Evangelio de San Mateo cómo según el de San Lucas, es que las palabras de Jesús deben ser escuchadas y sus consejos deben ser puestos en práctica, ya que el que no lo haga así <se parece al hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento> y <arremetió contra ella el río>, y <enseguida se derrumbó desplomándose>, y <fue grande la ruina de aquella casa>… ¡La cuestión no puede estar más clara!.

Por otra parte, el Señor casi al final de su vida pública, nos recuerda de nuevo, cual es el <Mandamiento definitivo>, cual es el <Mandamiento más grande> de la Ley de Dios. Los tres evangelistas sinópticos relatan en sus respectivos Evangelios este momento crucial del Mensaje de Cristo, situándolo durante su último ministerio en Jerusalén, después de su entrada triunfal en la ciudad Santa. Precisamente, San Marcos lo ubica tras la discusión de Jesús con un grupo de judíos pertenecientes a la secta de los saduceos, sobre el tema de la resurrección de los muertos, cuando un maestro de la Ley, allí presente, habiendo comprobado que Jesús había contestado bien a las preguntas que le hicieron estas personas, le quiso hacer a su vez una nueva pregunta (Mc 12,28-34):

"¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? /  Jesús respondió: El primero es: <Escucha Israel al Señor: Dios nuestro, es el único Señor / y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas / El segundo, es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamientos mayor que éstos>"

Entonces el escriba asintió a la respuesta del Señor con estas palabras (Mc 12, 32-33):

"<Muy bien, Maestro; con razón has dicho que Él es uno sólo y que no hay otro fuera de Él, / y amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo cómo así mismo vale mucho más que todos los holocaustos y sacrificios>"



Y el Señor, al ver que había respondido con tanta sabiduría, a su vez le dijo (Mc 12, 34):

"<No estás lejos del reino de Dios>. A partir de este momento nadie se atrevió a hacerle a Jesús más preguntas"

Sin duda, la respuesta del escriba asegurando que el mandamiento del amor a Dios y a nuestros semejantes, valía más que cualquier holocausto y sacrificio, es coherente con la proclamación que hizo el Señor, en una ocasión anterior, cuando reprochó a los fariseos su actitud hipócrita al juzgarle mal.

Sucedió tras la vocación de Mateo, durante la asistencia de Jesús a una comida que el nuevo apóstol celebró en compañía de unos amigos, para agasajar al Señor. Aquellos hombres pertenecientes a la secta de los fariseos se sintieron molestos por la fraternidad de Jesús con hombres, que ellos consideraban pecadores, y por eso, preguntaron a los discípulos (Mt 9,11):

"¿Por qué vuestro Maestro come con publicanos y pecadores?"

Jesús que había escuchado sus palabras replicó, antes de que lo pudieran hacer sus discípulos, (Mt 9,12-13):
“No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos / Id y aprended lo que significa: <Misericordia quiero y no sacrificios>; pues no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”




Jesucristo conocedor cómo nadie de las Sagradas Escrituras acudía con frecuencia a éstas para llevar a cabo su misión, específicamente, en este caso, utilizó una verdad revelada por el Padre al profeta Oseas, cómo contra censura a aquellos fariseos mal intencionados, y al mismo tiempo, puso de manifiesto la soberbia y la falta de justicia de los mismos mediante la frase: < Andad y aprended que quiere decir <misericordia quiero que no sacrificios>.

Oseas fue un profeta de Israel, cuando existía el reino del Norte. Su magisterio tuvo lugar durante los reinados de distintos monarcas en el siglo VII a.C. Hombre justo y atribulado por las desgracias de su pueblo trató de corregir las desviaciones del mismo, proclamando el amor al prójimo y la buena disposición del alma para conseguir los designios de Dios que, por otra parte, habla a través de su boca cuando dice (Os 6,4-6):
"Esforcémonos en conocer al Señor. Es cierta cómo la aurora su venida: vendrá a nosotros cómo viene la lluvia, cómo la lluvia de primavera que fecunda la tierra / ¿Cómo he de tratarte, Efraín? ¿Cómo he de tratarte Judá? Vuestro amor, es una nubecilla matinal, cómo el rocío que se esfuma presto / Por eso te hice pedazos; por medio de los profetas te he matado con las palabras de mi boca, y mi justicia brota cómo la luz / Porque yo quiero misericordia, no sacrificios; conocimiento de Dios, y no holocaustos"


Sí, <misericordia quiero que no sacrificios> dijo Dios al pueblo elegido, por medio de Oseas  en la antigüedad, antes de la venida del Mesías; palabras recogidas por Éste, tras su venida, en dos ocasiones, según el evangelio de San Mateo (Mt 9,13; 12,17). Para el Señor, los sacrificios sólo tienen valor y le son gratos, cuando van acompañados de una disposición del alma hacia la misericordia, esto es, el amor a Dios y por Él a nuestros semejantes, tal cómo les quiso dar a entender a los fariseos hipócritas que se atrevieron a criticar su fraternal comportamiento con Mateo y sus amigos.


Por otra parte, fue después de la última Cena cuando, según el evangelista San Juan, Jesús dio un nuevo mandamiento a sus discípulos, el mandamiento del <amor mutuo entre los hombres> y, más tarde, tras la promesa del Espíritu Santo les habló de la <Ley del amor> (Jn 15,9-17):

"Cómo el Padre me ama a mí, así os he amado yo; permaneced en mi amor / Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, cómo yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor / Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría esa completa / <Éste es mi mandamiento: amaos unos a otros cómo yo os he amado> / Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos / Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os he mandado / Ya no os llamo siervos, pues el siervo no sabe que hace su señor; yo os he llamado amigos porque os he dado a conocer todas las cosas que he oído a mi Padre"


 

Sólo el Señor puede lograr que un ambiente como el actual tan secularizado, se vuelva, por así decir, <del revés>, cuestión ésta que ya logró en otras ocasiones a lo largo de la historia de la humanidad.



Por eso, el Papa Francisco ha proclamado el <Año Santo de la Misericordia> el año santo del <Amor incondicional>; es necesario concienciarse en ello, es necesario que todos los creyentes respondamos a los deseos del Pontífice (Cabeza de la Iglesia), representante de Cristo sobre la tierra, con objeto de que el paganismo se vuelva caridad, la impiedad se vuelva conmiseración, y siempre tengamos presente los hombres, que nuestro Dios, nuestro Creador, es un Dios misericordioso con todos, que se ha hecho personalmente visible y operante en su Hijo unigénito.


A este propósito  recordó el Papa San Juan Pablo II (<Cruzando el umbral de la esperanza>. Editado por Vittorio Messori. Círculo de lectores 1994):

 


“Dios está siempre de parte de los que sufren. Su omnipotencia se manifiesta precisamente en el hecho de haber aceptado libremente el sufrimiento… ¡Sí! Dios es amor y precisamente por eso entregó a su Hijo, para darlo a conocer hasta el fin, cómo amor…”

Por su parte, el Papa Francisco en su <Bula de convocatoria del Jubileo Extraordinario de la Misericordia>, nos ha recordado también de forma amplia y muy conveniente cómo el hombre siempre ha tenido presente la <Misericordia divina>.

Este hecho se refleja especialmente en los Salmos del Antiguo Testamento, <antología de poemas religiosos>, que hacían y hacen el papel de <devocionario manual> entre el pueblo de Dios, para orar con Él, teniendo siempre presente su misericordia, junto con su justicia, porque como muy bien recuerda también el Santo Padre no hay misericordia, sin justicia:

“Es notable cómo el ansia de <justicia>. (Sin restringir el contenido de este término a la justicia aristotélica, sino tomado en una aceptación más amplia), invade todo el Salterio  (O libro de los Salmos) y la Biblia en general…”

 

Aquellos hombres piadosos deseaban que se realizara en sus propias vidas el plan de misericordia con justicia, el plan de Dios. Deseaban que la maldad y la injusticia desaparecieran de la faz de la tierra dando paso a la <misericordia infinita del Señor>.
Como aseguraba el Papa Francisco en la <Bula de convocatoria de jubileo de la Misericordia>:

“No será inútil en este contexto recordar la relación existente entre justicia y misericordia. No son dos momentos contrastantes entre sí, sino un solo momento que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor.

La justicia es un concepto fundamental para la sociedad civil cuando, normalmente, se hace referencia a un orden jurídico a través del cual se aplica la ley. Con la justicia se entiende también que a cada uno debe ser dado lo que le es debido. En la Biblia, muchas veces se hace referencia a la justicia divina y a Dios cómo juez…”

Y es que los hombres, desde siempre, han clamado a Dios por la liberación de cualquier tipo de males que les pudiera acechar, así como por la impartición de justica, tal cómo podemos comprobar en el Salterio. Concretamente en el Salmo 25(24) 1-6, podemos leer:

" De David. A ti, Señor, levanto mi alma /  en ti espero, Dios mío, no quede defraudado; que no triunfen de mí mis enemigos / No quede defraudado el que en ti espera, que lo quede el que traiciona sin sentido / Muéstrame tus caminos, Señor, enséñame tus sendas / guíame en tu verdad, enséñame; tú eres mi Dios y mi salvador, yo siempre espero en ti / Acuérdate, Señor, de tu misericordia y tu bondad, que son eternas"

 


Otro Salmo también muy hermoso y significativo que nos recuerda la misericordia divina, es el 31 (30), del que recogemos los siguientes versículos:

"Al maestro de Coro. Salmo de David /  A ti, Señor, me acojo, que jamás quede yo defraudado; libérame, pues tu eres justo; / atiéndeme, ven corriendo a liberarme; se tú mi roca, de refugio, la fortaleza de mi salvación; / ya que eres tú mi roca y mi fortaleza, por el honor de tú nombre, condúceme tú y guíame; / sácame de la red que me han tendido, pues tú eres mi refugio. / En tus manos encomiendo mi espíritu; y tú me rescatarás, Señor, Dios verdadero"

Así oraban los hombres en la antigüedad, pidiendo a Dios justicia y misericordia, pero ¿cómo deberían orar los seres humanos hoy en día?

Para San Juan Pablo II esta cuestión estaba muy clara; según él, el siglo XXI supondría una especie de desafío, y por eso llegaba a expresarse en los términos siguientes:

“Hay que mirar la inmensidad del bien que ha brotado del misterio de la Encarnación del Verbo y, al mismo tiempo, no permitir que se nos desdibuje el misterio del pecado, que se expande continuamente. San Pablo escribe que <allí donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia> (Rm 5, 20).

Esta profunda verdad remueve de forma permanente el desafío de la oración. Muestra lo necesaria que es para el mundo y para la Iglesia, porque en definitiva supone la manera más simple de hacer presente a Dios y su amor salvífico en el mundo” (San Juan Pablo II. <Cruzando el umbral de la esperanza> Editado por Vittorio Massori. Círculo de lectores S.A, 1994)”
 


Sí, el Papa San Juan Pablo II comprendió muy bien la problemática de este nuevo siglo, por eso, nos aseguró que la oración seguía siendo, de cualquier forma, el mejor método de acercarnos a Dios, y sin duda el libro de los Salmos es muy recomendable en este sentido, tal como nos han asegurado los Padres de la Iglesia y algunos Pontífices.

Por su parte, el Papa Benedicto XVI nos recuerda refiriéndose a él, que:
“Hay que tener presente el puesto que tiene este libro en el Canon bíblico para enjuiciar correctamente su significado. Dentro del Antiguo Testamento, el Salterio viene a ser el puente entre la Ley y los Profetas. Nació de las exigencias prácticas del culto y de la Ley; pero al asimilar la Ley mediante el canto y la oración, va descubriendo su núcleo profético y conduce, más allá del rito y sus reglamentos, al <sacrificio de alabanza>, al <sacrificio verbal> con que el hombre se abre al Logos y adora con él.

De este modo, el Salterio pasó a ser el puente de enlace de los dos Testamentos. Si sus cantos fueron considerados en el Antiguo Testamento, cantos de David, los cristianos entendieron que estos cantos habían brotado del corazón del verdadero David, Cristo. La Iglesia primitiva oró con los Salmos y los cantó como himnos de Cristo.


Cristo mismo se convierte así en director de Coro que nos enseña el canto nuevo, que da a la Iglesia el tono  y le enseña el modo de alabar a Dios correctamente y de unirse a la liturgia celestial”   

 
Y cómo también aseguraba el Papa San Juan Pablo II en su catequesis del 23 marzo del año 2000, durante su visita a Jerusalén:

“Los Salmos, y toda la Biblia, aunque sean conscientes de la capacidad humana para realizar el mal, proclaman que no será el mal el que tenga la última palabra…Desde los abismos del sufrimiento y el dolor, el corazón del creyente grita: <En ti confío Señor>
Construyamos un nuevo futuro en el que ya no existan sentimientos antisemitas entre los cristianos o sentimientos anticristianos entre los hebreos, sino el recíproco respeto que cabe pedirle a quiénes adoran al único Creador y Señor, y ven en Abrahán al Padre común de la fe…

Aquí, en Yad Vashem, la memoria persiste y arde en nuestros corazones. Nos hace gritar: <Escucha las calumnias de muchos, ¡El terror me circunda!...Pero confío en ti, Señor. Y digo <Tú eres mi Dios> (Salmo 31, 13-15)”   

 Sí, el Papa  San Juan Pablo II rezó fervorosamente en Yad Vashem, lugar de solemne memoria por la terrible tragedia, que en su día sufrió el pueblo judío en el siglo XX. Este Pontífice siempre fue un gran promotor del ecumenismo; quizás en un el tiempo no muy lejano, llegue a lograrse la unión de todos los creyentes como era su deseo y  tantas veces nos manifestó (Cruzando el umbral de la esperanza. Papa Juan Pablo II; Ibid):


“Al acercarnos al término del segundo milenio, los cristianos han advertido con mayor viveza que las divisiones que existen entre ellos son contrarias a la oración de Cristo en el Cenáculo: <Padre, haz que todos sean una sola cosa, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti…Para que  el mundo crea que tú me has enviado> (Jn 17, 21)”

Es triste comprobar, no obstante, al observar los hechos cotidianos que aquejan a nuestra sociedad del siglo XXI, como  estos han logrado, que personas faltas de criterio, se alejen, cada vez más, de la oración a su Creador y por tanto,  de su amor-misericordia hacia los semejantes.

Hasta llegar a este situación han tenido que pasar muchos años, pero la semilla, ya estaba presente en siglos pasados. El Papa Pio XI así lo denunció e hizo un análisis muy interesante, en este sentido, que quedo reflejado en su primera Carta Encíclica, <Ubi arcano>  (Dada en Roma en el año 1922):

“Se ha querido prescindir de Dios y de su Cristo en la educación de la juventud, pero necesariamente se ha seguido, no ya que la religión fuese excluida de las escuelas, sino que en ellas fuese de una manera oculta o patente, combatida, y que los niños se llegaran a persuadir que para vivir son de ninguna o de poca importancia las verdades religiosas, de las que nunca oyen hablar, o si oyen, es con palabras de desprecio. Pero así, excluidos de la enseñanza de Dios y de su Ley no se ve ya el modo cómo puede educarse la conciencia de los jóvenes en orden a evitar el mal y a llevar una vida honesta y virtuosa; ni tampoco pueden irse formando para la familia y para la sociedad hombres templados, amantes del orden y de la paz, actos y útiles para la común prosperidad”
 
 

 
El Papa Pío XI (1922-1939) tan denostado por los enemigos de la Iglesia de Cristo, estaba lleno del Espíritu Santo cuando de esta forma adivinaba o preveía lo que en un futuro iba a suceder y ha sucedido, como consecuencia de un deliberado proyecto en contra de la familia y en especial en contra de la juventud, al apartarlos de Dios y de su Hijo unigénito, despreciando así mismo su mensaje de amor y misericordia.

Desde luego, el orden, la paz de las naciones, se encuentran en <peligro eminente> en manos de hombres no templados, no amantes del <orden y la paz> y no actos y útiles para la común prosperidad; pero todavía, y por encima de todo esto se cierne un hecho peor, que no es otro que la falta de caridad con Dios y con el prójimo, de muchos de nuestros jóvenes, y por supuesto, de muchos adultos, lo cual ha llevado a nuestro Papa actual, Francisco, a convocar como ya hemos indicado anteriormente el <Jubileo de la Misericordia> el <Año santo> el cual se inaugurará el 8 de diciembre de este mismo año, 2015, coincidiendo con la solemnidad de la Inmaculada Concepción, con la idea de que el pueblo de Dios tenga <la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre> (Bula <Misericordiai Vultus>. Papa Francisco)


El obrar del Padre, el poder de su misericordia, lo conocían los antiguos desde siempre y lo proclamaban, por ejemplo, en el libro de la Sabiduría de Salomón, escrito a comienzo del siglo I a.C., por lo que es  el libro más reciente del Antiguo Testamento (Sab 11,23-26; 12,1-2):

“Tienes (Señor) misericordia de todos porque todo lo puedes, y pasas por alto los pecados de los hombres para llevarlos al arrepentimiento / Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que hiciste, pues si algo aborrecieras no lo hubieses creado / Y ¿Cómo subsistiría nadie si tú no lo quisieras? ó  ¿Cómo podría conservarse si no hubiese sido llamado por ti? / Pero Tú perdonas a todos, porque todo es tuyo, Señor, que amas cuanto existe / Porque tu Espíritu incorruptible está en todas las cosas / Por eso corriges poco a poco a los que pecan y los amonestas recordándoles su pecado para que se aparten de la maldad y crean en ti, Señor”.
 
 

 
En este sentido, el Papa San Juan Pablo II, respondió en una ocasión a cierta pregunta de un periodista, en los siguientes términos:

“Su pregunta se refiere, a fin de cuentas, a la distinción <pascaliana> entre el <Absoluto>, es decir, el Dios de los filósofos, y el Dios Trino de Jesucristo y, antes, el Dios de los Patriarcas, desde Abraham a Moisés.
Solamente este segundo es el <Dios vivo>. El primero es solo fruto del pensamiento humano, de las especulaciones humanas, que, sin embargo, está en condiciones de decir algo válido e importante sobre Él, como  la <Constitución conciliar sobre la Divina Revelación,  la <Dei Verbum>, ha recordado.

Todos los argumentos racionales, a fin de cuentas, siguen el camino indicado por el <Libro de la Sabiduría>, y por la <Carta a los romanos>: Van del mundo visible al <Absoluto visible>”
(Papa San Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza. Editado por Vittorio Messori. Círculo de lectores 1994).


Sin duda el Papa San Juan Pablo II era un gran filosofo y lo demuestra con creces en el libro arriba mencionado donde hace un análisis profundo de cómo el hombre actual, el hombre de nuestro siglo, puede llegar fácilmente al conocimiento del <Dios vivo>, del Dios del Amor –Misericordia, a través de la lectura de la Santa Biblia, no solo con el Nuevo Testamento, sino también considerando toda la sabiduría que impregna el Antiguo Testamento, como queda probado, concretamente, en el caso del libro de la Sabiduría de Salomón, del que hemos recordado algunos versículos.

Asegura también este Pontífice, proclamado por la Iglesia santo (Ibid):

“Nuestra fe es profundamente antropológica, está enraizada constitutivamente en la coexistencia, en la comunidad del pueblo de Dios, en la comunión con ese eterno TÚ. Una coexistencia así es esencial para nuestra tradición judeocristiana, y proviene de la iniciativa del mismo Dios. Está en la línea de la Creación, de la que es su prolongación, y al mismo tiempo es –como enseña San Pablo- <la eterna elección del hombre en el Verbo que es el Hijo> (Ef 1, 4)”
 
 


Se refiere en este caso el santo Padre a la Carta que San Pablo dirigió a los pobladores de Éfeso, junto a los que permaneció a lo largo de casi tres años, durante su tercer viaje evangelizador, dejando tras de sí una Iglesia pujante, pero que tras su partida se vio de nuevo involucrada en tristes sucesos bajo la acción de espíritus impíos, <lobos rapaces>, como él les llega a denominar, procedentes de las últimas generaciones de los judaizantes cristianos y los primeros representantes del naciente gnosticismo.

Esta epístola encierra, una gran belleza y con ella el Apóstol desea mostrar a los efesios el misterio por excelencia de los consejos divinos, el plan magnifico de la redención y en definitiva el designio misericordioso de Dios hacia toda la creación y en particular hacia los hombres.

El Papa San Juan Pablo II nos recuerda los primeros versículos de esta carta donde el Apóstol habla de la filiación y predestinación del hombre que fueros reveladas por Jesús en virtud del Amor-Misericordia del Padre (Ef 1,3-6):

“Bendito sea Dios y el Padre del Señor nuestro Señor Jesucristo, quien nos bendijo con toda bendición en los cielos en Cristo/según que nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, a impulsos del amor/predestinándonos a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad/para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos agració el Amado”  



      

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