"El día siguiente al sábado, todavía muy de mañana, llegaron al sepulcro (las mujeres que habían venido con Jesús desde Galilea) llevando los aromas que habían preparado / y se encontraron con que la piedra había sido removida del sepulcro / Pero al entrar, no encontraron el cuerpo de Jesús / Estaban desconcertadas por este motivo, cuando se les presentaron dos varones con vestiduras refulgentes / Como estaban llenas de temor y con los rostros inclinados hacia tierra, ellos dijeron: ¿Po qué buscáis entre los muertos al que está vivo? / No está aquí, sino que ha resucitado..." (Lc 24, 1-6)
En este recién estrenado siglo XXI, es más necesario que nunca hablar del <Signo de Jonás>, pero ¿Qué es, o en qué consiste este signo?, se preguntarán muchos que no conocen, o en su caso, no recuerdan, las Sagradas Escrituras. Tenemos que remontarnos a los tiempos antiguos, en concreto aquellos en los cuales aún no había venido a este mundo Jesús, nuestro Salvador (Libro de Jonás 786-746 a.C.).
Muchos estudiosos del Antiguo
Testamento han creído ver en la figura de Jonás, del libro que lleva este
nombre, al hijo de Amittay, natural de Gad ha-Jéfer (próximo a Nazaret). Podría
tratarse de un profeta así llamado, que se menciona en el libro <Segundo de
los Reyes>, con motivo de la subida
al trono en Samaria de Joroboán II (2 Re 14,25), al que vaticinó sus éxitos
contra los arameos. Según parece este hombre debería trasladarse a Nínive, por
mandato de Yahveh, para prevenir a su pueblo, respecto a un próximo castigo
divino, por el mal comportamiento de éste. Sin embargo, Jonás siente miedo y no
escucha la Palabra de Dios, sino que intenta huir a Tarsis en un barco que
hacia allí se dirigía. Pero Yahveh desencadenó una terrible tormenta, de forma
que la embarcación estuvo a punto de
hundirse. Los marineros enterados de la culpabilidad del profeta le preguntaron
llenos de desesperación: ¿Qué debemos hacer contigo para que la mar se nos aplaque? A lo que Jonás
respondió: Coged y arrojadme al mar, y este se aplacará…
Y así sucedió, y un gran pez
destinado por Yahveh se tragó al profeta, el cual desde el vientre del animal
pidió socorro a Dios, arrepentido de su mal comportamiento, y Éste se lo
concedió (después que permaneció tres días con sus tres noches en el vientre de
la bestia). Jonás finalmente cumplió con el encargo que el Señor le había ordenado, dirigiéndose al pueblo de
Nínive para avisarle del peligro que corría. El pueblo se arrepintió y Dios
compadecido perdonó y no envió daño alguno. La reacción de Jonás es de
disgusto y asombro ante la bondad, para él inexplicable, de Dios, el cual
finalmente da una lección definitiva al profeta sobre el grado de bondad divina,
que considera que todos los hombres son dignos de ser perdonados si de corazón
se arrepienten y piden perdón al Altísimo…
Las palabras de Jesús darán
similitud a esta historia relatada en el Antiguo Testamento, y también significado teológico, tal como se constata en el Nuevo Testamento, concretamente, en el
Evangelio de San Mateo (Mt 12, 39-41). Jesús relacionará su Resurrección de entre los muertos
con el <Signo de Jonás>.
Cristo resucitó, y éste es el misterio clave para entender la fe y la esperanza del mensaje mesiánico.
Como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica, escrito en orden a la aplicación del Concilio Ecuménico Vaticano II:
(nº 994) Pero hay más: Jesús liga la fe en la resurrección
a la fe en su propia persona: <Yo soy la resurrección y la vida> (Jn
11,25).
Jesús resucitará en el último día
a quienes hayan creído en Él, y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre. En
su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección, devolviendo
la vida a algunos muertos; entre estos, destacaremos el caso de su querido amigo Lázaro (Jn 11, 38-44)
Ante todo,Jesús predicaba el advenimiento del Reino por toda Galilea, evangelizando en las sinagogas, pero también, en ocasiones, subiéndose a cualquier monte, y la gente le seguía sedienta de sus palabras; usaba con frecuencia las parábolas, cuya utilización era muy frecuente en su época por parte de los profetas, salmistas o rabinos.
Pero además de todo esto hacía milagros, como el de la resurrección de Lázaro, milagros increíbles, que dejaban a la muchedumbre asombrada; con estos milagros, quería demostrarles que él era el <Hijo del hombre>, esto es, el Mesías, el esperado por el pueblo de Israel.
Había, sin embargo, algunos judíos
que no creían, o mejor dicho que no querían creer en Él, al igual que sucede en
la actualidad entre algunos hombres de este paganizado siglo XXI ¿Estaban impregnados de una <conciencia
errónea>?, en el mejor de los casos, sí, ó ¿estaban más bien corrompidos,
por la soberbia y la maldad que caracteriza a los acólitos del demonio? Son
preguntas difíciles de contestar, pero que en definitiva conducen al mismo
resultado final: la incapacidad para comprender y aceptar la llegada del Mesías
por primera vez a este mundo.
Dos sectas religiosas eran las
que más destacaban en aquellos tiempos. Por una parte, la de los fariseos, la
más popular y considerada entre las gentes del pueblo, porque predicaban la <venida
del Mesías>, de un Dios-hombre, que impondría al mundo el imperio de la Ley
mosaica y daría, el lugar que le correspondía al pueblo de Israel,
entre todas las naciones del mundo.
Los fariseos, aunque
interpretaban de forma sebera la Ley mosaica, lo hacían desde un punto de vista
muy materialista, y además estaban llenos de todos los defectos
que ellos prohibían a sus seguidores, tales como: la avaricia, la vanagloria y
la ostentación; en definitiva, de todos aquellos pecados hijos de la soberbia,
propia del padre de la mentira, Satanás. Jesús los desenmascaró en distintas
ocasiones y por eso le odiaban a muerte, y le provocaban con sus preguntas
insidiosas con objeto de encontrar en sus respuestas algún error que les
permitieran condenarle y finalmente provocar su muerte, como en definitiva
ocurrió.
Otro grupo de personas, los llamados saduceos, compartía los honores de los despropósitos y
vicios de la época, con los fariseos. A esta secta
pertenecían aristócratas y sacerdotes en su gran mayoría, pero también acogía algunos
adictos al fariseísmo. Estos hombres guardaban su severidad para sancionar
penalmente a aquellas personas que ellos pensaban habían incumplido la Ley
mosaica, por eso gozaban de menos popularidad que la secta de los fariseos,
entre sus conciudadanos, por eso, y porque además eran amigos de los gentiles
romanos, es decir, de aquellos hombres que por entonces mandaban y explotaban
al pueblo judío, sometido a Roma.
En este contexto podemos
entender, con semejantes cataduras de hombres, que fueran capaces de exigirle a
Jesús una <señal del cielo> que demostrara que los milagros que hacía no
provenían del demonio, como ellos aseguraban, y querían hacer creer al resto del
pueblo judío.
El apóstol San Mateo y el evangelista San Marcos, relataron en sus respectivos Evangelios los hechos acaecidos, pero el primero lo hace con mas lujo de detalles, y ello proporciona un mayor significado teológico a su testimonio y por otra parte, hay que tener en cuenta que fue testigo presencial de los sucesos ocurridos, ya que era uno de los <Doce>, elegidos por Jesús, que le acompañaban, con seguridad, en el momento del evento que tuvo lugar después de la segunda multiplicación de los panes y los peces (Mt 16, 1-4):
-Se acercaron los fariseos y los saduceos y, para tentarle le rogaron que les hiciera ver una señal del cielo.
-Él le respondió: <al atardecer decís que va hacer buen tiempo, porque está el cielo arrebolado;
-y por la mañana, que hoy habrá tormenta porque el cielo está rojizo y sombrío. ¿Así que sabéis descubrir el aspecto del cielo y no podéis descubrir los signos de los tiempos?
-Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la de <Jonás>. Y los dejó y se marchó.
El evangelista San Marcos por su parte asegura en su Evangelio, refiriéndose a este mismo episodio de la vida del Señor, que subió a una barca con sus discípulos y se alejó de allí dirigiéndose a la ribera opuesta del mar de Galilea, pero los apostoles se olvidaron de llevar el pan suficiente para alimentarse todos; sólo tenían un pan (Mc 16, 13-15):
-Y dejándolos, subió de nuevo a
la barca y se marchó a la otra orilla.
-Se olvidaron de llevar panes y
no tenían consigo en la barca más que un pan.
-Y les advertía diciendo:
<estad alertas y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de
Herodes>.
También San Mateo hace mención de
las circunstancias que tuvieron lugar después del enfrentamiento de Jesús, con los
fariseos y los saduceos (Mt 16, 5-12):
-Al pasar los discípulos a la
otra orilla se olvidaron de llevar panes.
-Jesús les dijo: <estad
alertas y guardaos de la levadura de los fariseos y los saduceos>.
-Pero ellos comentaban entre sí,
no hemos traído panes.
-Al darse cuenta Jesús dijo: <hombres
de poca fe>. ¿Por qué vais comentando entre vosotros que no tenéis panes?
-¿Todavía no entendéis? ¿No os
acordáis de los cinco panes para los cinco mil hombres y de cuántos cestos
recogisteis?
-¿Ni de los siete panes para los
cuatro mil hombres y de cuántas espuertas recogisteis?
-¿Cómo no entendéis que no me
refería a los panes? Guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos.
-Entonces comprendieron que no se
refería a que tuvieran cuidado con la levadura del pan, sino con las enseñanzas
de los fariseos y los saduceos.
Jesús realmente habla siempre muy
claro, y todo hombre de buena voluntad forzosamente le tiene que entender,
sucede sin embargo, como en esta ocasión, que los hombres se enredan en
historias y pormenores que pueden aturdir y cambiar el sentido de una idea o de
un razonamiento, pero el Señor nos pide a todos que tengamos fe en Él, y en su
Mensaje, y por eso les reprocha a sus discípulos la falta de fe, porque en
principio pensaron que la levadura que él les mencionaba, era la utilizada en
la fabricación del pan, y no la levadura
de los malos pensamientos, y las actitudes, de las sectas de los fariseos y de
los saduceos, que constantemente le importunaban con preguntas mal
intencionadas y provocadoras.
Por otra parte, el Papa Benedicto
XVI recordando las palabra de Jesús: Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la señal de <Jonás> ;nos advierte , de que
Jesús hizo muy bien en no querer dar una señal inmediata a aquellos hombres depravados porque
aunque hubiera dicho o hecho cosa alguna, y ya había hecho muchos milagros y
enseñado muchas verdades, estos no le hubieran creído.
Como manifestó Jesús, con una parábola, los malvados: <se dejan llevar del maligno y no quieren creer en Dios>. La parábola a la que nos referimos es la de <Rico Epulón y el pobre Lázaro>, relatada únicamente por el evangelista San Lucas (Lc 16, 22-31).
En esta parábola, Jesús refiere
que un hombre pobre llamado Lázaro pedía ayuda a las puertas de un hombre rico
cuyo nombre era Epulón, y no recibía ninguna limosna, y cómo después, al morir
este hombre acomodado y ser condenado, por sus malos hechos, al infierno, pedía
ayuda a Lázaro que ya se encontraba en la gloria, al lado del Patriarca
Abrahán.
El Papa Benedicto XVI recordando esta parábola del Señor, nos enseña que (Jesús de Nazaret. 1ª parte Benedicto XVI. Ed. <La esfera de los libros> S.L. 2008):
La respuesta de Abrahán, así como, al margen de la parábola, la que da Jesús a la petición de pruebas por parte de sus contemporáneos, es clara: Quién no crea en la palabra de la Escritura tampoco creerá a uno que venga del más allá. Las verdades supremas no pueden someterse a la misma evidencia empírica que, por definición, es propia solo de las cosas materiales…
Así pues, si en la historia de
Lázaro vemos la respuesta de Jesús a la petición de los signos por parte de sus
contemporáneos, estamos de acuerdo con la respuesta central que Jesús da a esta
exigencia. En Mateo se dice <Esta generación perversa y adúltera exige una
señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres
noches estuvo Jonás en el vientre de un cetáceo, pues tres días y tres noches
estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra> (Mt 12, 39 s). En Lucas
leemos <Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no
se le dará más signo, que el signo de
Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el
Hijo del hombre para esta generación (Lc 11, 29 s).
No necesitamos analizar las
diferencias entre estas dos versiones. Una cosa está clara: La señal de Dios
para los hombres es el Hijo del hombre, Jesús mismo. Y lo es de manera profunda
en su Misterio Pascual, en el Misterio de su muerte y Resurrección. Él mismo es
el <signo de Jonás>. El crucificado y resucitado, es el verdadero Lázaro:
Creer en Él y seguirlo, es el gran signo de Dios, es la invitación de la parábola,
que es más que una parábola. Ella habla de la realidad, de la realidad decisiva
de la historia por excelencia”La <señal o el signo de los tiempos> para los hombres creyentes ha sido siempre el Hijo del hombre, el Mesías, porque Él murió y resucitó por la salvación del género humano. De alguna forma Él lo reconoció así al anunciar la destrucción de su cuerpo y la reconstrucción del mismo en sólo tres días con éstas palabras (Jn 2, 19): <Destruid este santuario, y en tres días lo levantaré>.
Son palabras del
Señor en respuesta a los judíos que asombrados por su comportamiento con los
compradores y vendedores a las puertas del templo en Jerusalén le habían
interrogado pidiéndole también una señal. (Jn 2, 13-21):
"Como ya estaba próxima la fiesta
judía de la Pascua, Jesús fue a Jerusalén / En el templo se encontró con los
vendedores de bueyes, ovejas y palomas; también estaban allí, sentados detrás
de sus mesas, los cambistas de dinero / Jesús, al ver aquello, hizo un
látigo de cuerdas y echó fuera del templo a todos, con sus ovejas y bueyes;
tiró al suelo las monedas de los cambistas y volcó sus mesas / y a los vendedores de palomas
les dijo: Quitad esto de aquí. No convirtáis la casa de mi Padre en un mercado / Sus discípulos recordaron las
palabras de la escritura: <El celo por mi casa me consumirá> / Los judíos le salieron al paso y
le preguntaron: ¿Qué señal nos ofreces como prueba de tu autoridad para hacer
esto? / Jesús replicó: <Destruid este
templo, y en tres días yo lo levantaré
de nuevo> / Los judíos le contestaron: Han
sido necesarios cuarenta y seis años para edificar este templo, ¿Y piensas tú
reconstruirlo en tres días? / El templo del que hablaba Jesús
era su propio cuerpo / Por eso, cuando Jesús resucitó
de entre los muertos, los discípulos recordaron lo que había dicho, y creyeron
en la Escritura y en las palabras que Él había pronunciado"
El Papa Benedicto XVI en su libro
<Jesús de Nazaret. 2ª parte> se refiere a este pasaje de la vida del
Señor, asegurando que: “En Juan, la verdadera palabra de
Jesús se presenta así: <destruid este templo y yo en tres días lo
levantaré>. Con esto Jesús responde a la petición de la autoridad judía de
una señal que probara su legitimidad para un acto como la purificación el
templo. Su <señal> es la Cruz y la Resurrección. La Cruz y la Resurrección
lo legitiman como Aquel que establece el culto verdadero. Jesús se justifica a
través de su Pasión; este es el signo de Jonás, que él ofrece a Israel y al
mundo.
Pero la palabra va todavía más al
fondo. Con razón dice Juan que los discípulos solo comprendieron esa palabra en
toda su profundidad al recordarla después de la Resurrección, rememorándola a
la luz del Espíritu Santo como comunidad de los discípulos, como Iglesia.
El rechazo a Jesús, su
crucifixión, significa al mismo tiempo el fin de este templo. La época del
templo ha pasado llega un nuevo culto en un templo no construido por el hombre.
Este templo es su Cuerpo, el Resucitado que congrega a los pueblos y los une en
el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. Él mismo es el nuevo templo de la
humanidad. La crucifixión de Jesús es al mismo tiempo la destrucción del
antiguo templo. Con su Resurrección comienza un modo nuevo de venerar a Dios,
no ya en un monte o en otro, sino en <Espíritu y verdad>”
Nos habla aquí Benedicto XVI de
aquello que está refrendado por el Catecismo de la Iglesia Católica
(I.C.I. nº 586):
“Lejos de haber sido hostil al
Templo, donde expuso lo esencial de su enseñanza, Jesús quiso pagar el impuesto
del templo asociándose con Pedro (Mt 17, 24-27), a quien acababa de poner como
fundamento de su futura Iglesia (Mt 16, 18). Aún más, se identificó con el
templo representándose como morada definitiva de Dios entre los hombres (Jn
2,21; Mt 12,6). Por eso su muerte corporal (Jn 2,18-22) anuncia la destrucción
del templo que señalará la entrada de una nueva edad de la historia de la
salvación: <llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén
adoraréis al Padre> (Jn, 4,21; Jn 4,23-24; Mt 27,5, Hb, 9,11, Ap 22,22)
"Dice la mujer: Señor veo que tú
eres profeta / Nuestros padres adoraron a Dios
en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar donde hay que
adorarle / Créeme, mujer, está llegando la
hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que para dar culto al Padre no tendréis
que subir a este monte ni ir a Jerusalén / Vosotros, los samaritanos, no
sabéis lo que adoráis; nosotros sabemos lo que adoramos, porque la salvación
viene de los judíos / Ha llagado la hora en que los que rinden
verdadero culto al Padre, lo harán en espíritu y en verdad. El Padre quiere ser
adorado así / Dios es espíritu, y los que lo adoran deben
hacerlo en espíritu y en verdad"
El Apóstol San Pablo en su carta
a los hebreos tras una introducción muy amplia en la que explica como era el Santuario
y los ritos del Antiguo Testamento, aclara que después de la venida del Mesías
con su Pasión Muerte y Resurrección, éste ha conseguido penetrar en el
tabernáculo más amplio y perfecto de un templo que ya no ha sido hecho por
manos de los hombres y donde los sacrificios no se realizan por la sangre de
los machos cabríos o por los becerros sino a través de un nuevo sacrificio de
eficacia perfecta, esto es el sacrificio de Cristo (Hb 9 11-15)
-Cristo, se presentó como Sumo sacerdote
de los bienes venideros, a través de un tabernáculo más santo y más perfecto, no
hecho por mano de hombre, es decir, no de esta creación,
-y entró de una vez para siempre
en el santuario, no con sangre de machos cabríos y de becerros, sino con su
propia sangre, adquiriéndonos una liberación eterna.
-Pues si la sangre de los machos
cabríos y de los becerros y la ceniza de la vaca, con las que se asperja a
aquellos que están manchados, los santifica procurándoles la pureza del cuerpo,
-¿Cuánto más la sangre de Cristo
que por virtud del espíritu eterno se ofreció a sí mismo a Dios como víctima
inmaculada purificará nuestra conciencia de sus obras muertas, para servir al
Dios vivo?
-Por eso es el mediador de una
nueva alianza, a fin de que, consiguiendo con su muerte el perdón de los
delitos cometidos en el tiempo de la primera alianza, aquellos que son llamados
reciban la herencia eterna prometida.
Y por eso el <signo de Jonás> siempre
estará vinculado a la Resurrección de Cristo; a los hombres sólo les toca
interpretarlo bien y obrar en consecuencia, teniendo siempre presente que el
enemigo mortal del género humano es Satanás, el Ángel caído, aquel que por
soberbia se quiso imponer a Dios y fue condenado por el Altísimo junto con sus
secuaces, los ángeles disidentes que le arropaban en sus deseos y maldades, a
permanecer en el mundo de las tinieblas…
En cambio Dios es fiel a su Alianza con el hombre que selló mediante Pasión, Muerte y Resurrección de su Unigénito Hijo. Es más, como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza Ed. Círculo de lectores 1995):
“No puede ya volverse atrás habiendo decidido de una vez por todas que el destino del hombre es la vida eterna y el Reino de los cielos ¿Cederá el hombre al amor de Dios, reconocerá su trágico error? ¿Cederá al príncipe de las tinieblas, que es el padre de la mentira (Jn 8,44), que continuamente acusa a los hijos de los hombres como en otro tiempo acusó a Job? (Job 1,9ss) probablemente no cederá, pero quizá sus argumentos pierdan fuerza. Quizá la humanidad se vaya haciendo poco a apoco más sencilla, vaya abriendo los oídos para escuchar la palabra con la que Dios lo ha dicho todo al hombre”
El Papa San Juan Pablo II es optimista al evaluar el comportamiento
humano en un futuro, futuro que ya es hoy presente en nuestro siglo, pero
aunque es cierto que la esperanza siempre existirá y la Palabra de Dios será
escuchada y respetada por la humanidad entera, lo cierto es que las primeras
experiencias en este sentido, al comienzo de esta nueva etapa de la historia de
los seres humanos, todo parece indicar
que marcha en el sentido contrario, pero el Espíritu Santo siempre ayuda al
hombre en su camino de la búsqueda de la santidad, no lo olvidemos.
El pueblo de Dios, está llamado
inevitablemente a analizar los acontecimientos históricos o <signo de los
tiempos> a la luz de la Palabra de Dios y a interpretarlos según sus
designios. Más concretamente los católicos por la fe, debemos identificar el <signo
de los tiempos> con el <signo de Jonás>, en función del amor
Trinitario de Dios, revalidado por Cristo con su Pasión, Muerte y Resurrección.
En particular la Resurrección de Cristo es un punto decisivo para la historia
de la humanidad (Jesús de Nazaret 2ª Parte. Papa Benedicto XVI. Ed. Encuentros)
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