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jueves, 17 de diciembre de 2015

NATANAEL: UNO DE LOS DOCE APOSTOLES DEL SEÑOR



 
 


Natanael, tradicionalmente, es identificado con el Apóstol del Señor llamado Bartolomé, seguramente porque en el Evangelio  del Apóstol San Juan (Jn 1, 43-51), es asociado a la figura del Apóstol Felipe y también  en los Evangelios sinópticos  es nombrado después  de Felipe. Así, por ejemplo, leemos en el Evangelio de Mateo (Mt 10, 1-4):
Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias.

-Los nombres de los doce Apóstoles son: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; luego Santiago el hijo de Zebedeo y su hermano Juan;

-Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo;

-Simón el cananeo, y Judas Iscariote, el que le entregó.

 Es lógico, por tanto, considerar que Bartolomé (Bar-Tôlmay ó hijo de Tôlmay), era el apellido patronímico del que llevaba el nombre propio de Natanael. Sea como fuere, desde el momento en que este hombre se acercó a Cristo, ya no se separó de Él, ni de sus discípulos, porque como nos dice el Papa Benedicto XVI (“Cuando Dios llama”. Antología. Alberto García Ruiz. Ed. Rialp. S.A. 2010):
“Los hombres han experimentado siempre que abandonándose a la voluntad del Padre, no se pierden, sino que de este modo encuentran el camino hacia una profunda identidad y libertad interior. En Jesús han descubierto que quien se entrega, se encuentra a sí mismo; y quien se vincula con la obediencia fundamentada en Dios y animada por la búsqueda de Dios, llega a ser libre. Escuchar a Dios y obedecerle no tiene nada que ver con una constricción desde el exterior y con una pérdida de sí mismo. Sólo entrando en la voluntad de Dios alcanzamos nuestra verdadera identidad”.

 Por otra parte, es muy interesante el pasaje de la vida de Jesús en el que se encuentra con Natanael (Jn 1, 43-51), porque en él están contenidas muchas ideas importantes respecto a su Mensaje.
Con razón, Benedicto XVI dice que Natanael planteó a Jesús un prejuicio de mucho peso, al realizar a Felipe la pregunta: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Según las expectativas de los judíos, el Mesías no podía proceder de una ciudad de tan poca importancia (Audiencia general. Miércoles 4 de octubre de 2006):
“Esta expresión es importante para nosotros. Nos permite ver que, según las expectativas judías, el Mesías no podría proceder de un pueblo tan oscuro, como era el caso de Nazaret. Al mismo tiempo, sin embargo, muestra la libertad de Dios, que sorprende nuestras expectativas, manifestándose allí donde no nos lo esperamos”

Y es que si tomáramos en cuenta solamente el punto de vista político, la ciudad de Nazaret, en los tiempos de Jesús, era según los historiadores una pequeña aldea, cuyos habitantes estarían ocupados en tareas agrícolas, en su mayoría, y agobiados por los impuestos tanto del Imperio Romano, como del propio tetrarca, Herodes Antipas, que gobernaba por entonces toda Galilea. Su población según parece era muy pequeña, de unos 500 habitantes, y ocuparía un territorio dentro de Galilea de unas 17 hectáreas, estando muy próxima a otras ciudades mucho más importantes, como Seforis y Jafia.

 


Sin embargo, Jesús realmente nació en Belén, ciudad  perteneciente a la provincia romana de Judea y por tanto la objeción de Natanael no tenía fundamento histórico, ya que se basaba en el desconocimiento de la verdad, que por otra parte, había sido revelada por Dios  a los profetas. La ciudad de Belén, no es que fuera mucho más importante que Nazaret desde el punto de vista de su tamaño o por el número de sus habitantes, pero como sabemos habría de ser la cuna del Salvador (Miqueas 5, 2-3):
-Más tu Belén Efratá, la más pequeña entre las regiones  de Judá, de ti me saldrá quien ha de ser dominador de Israel, cuyos orígenes vienen de antiguo, desde los días de la eternidad.

-Por eso  el Señor los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar luz. Entonces el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel.

El profeta Miqueas, era un hombre de campo, que se lamentaba, con dolor, del futuro que aguardaba  al pueblo de Israel, por haber abandonado los mandatos de Dios. Vivió durante el reinado de Jotan (742-735 a. C), Acaz (735-715 a. C) y Ezaquias (715-687 a. C), profetizando en la misma línea de los profetas Amós, Oseas, e Isaías, y defendiendo un ideal religioso basado en la justicia de Yahveh, que no podía tolerar la maldad del pueblo elegido. Se le conoce sobre todo porque vaticinó el nacimiento de Jesús, el Mesías esperado por el pueblo de Israel, en Belén de Judá. San Mateo en su Evangelio recuerda esta profecía cuando narra la adoración de los Magos (Mt 2, 1-12):
-Nació Jesús en Belén de la Judea en los días de Herodes el rey, he aquí que unos Magos venidos de las regiones orientales llegaron a Jerusalén,

-diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que nació? Pues vimos una estrella en el oriente, y vinimos a adorarle.
-Oído esto, el rey Herodes se turbó y toda Jerusalén con él.

-Y convocados todos los jefes de los sacerdotes y los escribas del pueblo, se informó de ellos sobre donde había de nacer el Mesías.

-Y ellos le dijeron: En Belén de la Judea, pues así está escrito por el profeta (Miq. 5,2).

 
 


El Papa San Juan Pablo II en una Homilía realizada en enero del año 1980, nos habló así, refiriéndose  a los  magos de Oriente, que aparecen en el Evangelio de San Mateo:
“La historia de Israel les había dado la orden de detenerse en Jerusalén y de plantear –ante Herodes- la pregunta ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?

Las vías de la historia de Israel habían sido trazadas por Dios, y por lo tanto era necesario buscarlas en los libros de los profetas: de aquellos que le habían hablado al pueblo, en nombre de Dios de su vocación particular. Y la vocación del pueblo de la Alianza era precisamente aquella a que conducía la vía de los Reyes Magos de Oriente…
Así pues, la vía de los Reyes Magos conduce al Mesías: <Aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo (Jn 10,36). Su vía  es también la vía del Espíritu. Es, sobre todo, la vía en el Espíritu Santo. Recorriendo esta vía –no tanto sobre los caminos de la geografía de Oriente Medio, sino a través de los misteriosos caminos del alma- el hombre es conducido por la luz espiritual que proviene de Dios, representada por la estrella que siguieron los tres Reyes Magos” 

 



Por otra parte, la vocación  Natanael  nos ofrece la posibilidad de reflexionar profundamente sobre el conocimiento de Dios, si tenemos en cuenta la respuesta de Felipe a la pregunta de éste sobre el origen de Jesús: “Ven y lo verás”. Nuestro conocimiento de Jesús tiene necesidad sobre todo de una experiencia viva. Como  asegura el Papa Benedicto XVI en su <Audiencia general>,  del 4 de octubre de 2006), más aún, de un testimonio, pero no de cualquier persona, sino de alguien muy importante para nosotros y ese alguien no puede ser nadie más que Jesús, nuestro Salvador, pero nosotros, a cambio, tenemos que quedar comprometidos personalmente con Él, en una relación íntima y verdadera. Por consiguiente, si nos paramos a pensar en la respuesta de Felipe: <Ven y lo veras>, tenemos que aceptar que ésta fue contundente y muy adecuada para la pregunta provocativa de su amigo.
Con todo, la cuestión más interesante en este relato de San Juan, quizás sea, la confesión de fe, pronunciada por Natanael, al reconocer en Jesús al Mesías esperado: <Rabí. Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel>.




Su confesión se basa tan sólo en la observación  de esta respuesta de Jesucristo a su pregunta ¿De dónde me conoces?: “Antes de que Felipe te llamase, cuando estabas debajo de la higuera, yo te vi”

Indudablemente que algo muy personal, desconocido para cualquiera que no fuera Dios, tendría que ser aquello que sucedió a Natanael debajo de la higuera y, algo digno del elogio del Señor, que le había recibido con aquellas palabras tan significativas: “Ahí viene verdaderamente un israelita, en quien no hay dolo”

Por tanto, aquello que ciertamente debemos destacar de este pasaje de la vida de Jesús, es la respuesta positiva de Natanael  a su llamada. Tal como nos manifiesta el Papa Benedicto XVI  (Ibid):
“De todos modos, lo que más cuenta en la narración de los hechos acaecidos, es la confesión de fe que al final profesa Natanael de manera límpida (Juan 1,49). Si bien no alcanza la intensidad de la confesión de Tomás con la que concluye su Evangelio San  Juan: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20,28). La confesión de Natanael tiene la función de abrir el terreno al cuarto Evangelio. En ésta se ofrece un primer e importante paso en el camino de la adhesión a Cristo. Las palabras de Natanael presentan un doble y complementario aspecto de la identidad de Jesús: es reconocido tanto por su relación  especial con el Padre, del que es Hijo Unigénito, como por su relación con el pueblo de Israel, de quien es llamado Rey, atribución propia del Mesías esperado”

 
 


Como podemos comprobar por sus palabras, el Papa Benedicto XVI piensa que la respuesta de Natanael a Jesús, abre camino a los hombres para solidarizarse con Cristo, proclamando la doble naturaleza del mismo, divina y humana, pero teniendo mucho cuidado en las interpretaciones, tal como sigue diciéndonos:
“Nunca tenemos que perder de vista ninguno de estos dos elementos, pues si proclamamos sólo la dimensión celestial de Jesús corremos el riesgo de hacer de Él un ser etéreo y evanescente, mientras que si sólo reconocemos su papel concreto en la historia, corremos el riesgo de descuidar su dimensión divina, que constituye su calificativo propio”

Precisamente la investigación de algunos especialista en el estudio de las Sagradas  Escrituras, sobre el <Jesús histórico>, ha sido objeto de gran interés en los siglos pasados y aún en lo que llevamos del presente, siendo muchos los análisis realizados, centrados fundamentalmente, en  la observación meticuloso y detallada de los Evangelios o en los restos arqueológicos de la época en que vivió  Jesús; desgraciadamente no todo ha llevado  a conclusiones respetuosas con el carácter divino de la figura de Cristo. Como ejemplo podemos recordar las preguntas provocativas de un periodista, al Papa San Juan Pablo II: ¿Por qué Jesús no podría ser solamente un sabio, como Sócrates, o un profeta, como Mahoma, o un iluminado, como Buda? ¿Cómo mantener esa inaudita certeza de que este hebreo condenado a muerte en una oscura provincia es el Hijo de Dios, de la misma naturaleza que el Padre?
La respuesta del Papa San Juan Pablo II, fue inmediata y rigurosa (Cruzando el umbral de la Esperanza. Capítulo 7):

“Si fuese solamente un sabio, como Sócrates, si fuese un profeta, como Mahoma, si fuese un iluminado, como Buda, no sería sin duda lo que es. Y es el único mediador entre Dios y los hombres. Es Mediador por el hecho de ser Dios-hombre. Lleva en Sí mismo todo el mundo íntimo de la divinidad, todo el Ministerio trinitario y a la vez el misterio de la vida en el tiempo y en la inmortalidad. Es hombre verdadero. En Él lo divino no se cofunde con lo humano. Sigue siendo algo esencialmente divino”

 


Y sigue diciendo  este Papa, con toda la razón de su magisterio (Ibid):
“¡Cristo es irrepetible! No habla solamente, como Mahoma, promulgando principios de disciplina religiosa, a los que deben atenerse todos los adoradores  de Dios. Cristo tampoco es simplemente un sabio en el sentido en que lo fue Sócrates, cuya libre aceptación de la muerte en nombre de la verdad tiene, sin embargo, rasgos que se asemejan al sacrificio de la Cruz.

Menos aún es semejante a Buda, con su negación de todo lo creado. Buda tiene razón cuando no ve la posibilidad de la salvación del hombre en la creación, pero se equivoca cuando por ese motivo niega a todo lo creado cualquier valor para el hombre.
Cristo no hace esto ni puede hacerlo, porque es testigo eterno del Padre y de ese amor que el Padre tiene por sus criaturas, desde el comienzo, ve un múltiple bien en lo creado, lo ve especialmente en el hombre formado a su imagen y semejanza. Lo ve como una tarea para su Hijo y para todas las criaturas racionales. Esforzándonos hasta el límite de la visión divina, podremos decir que Dios ve este bien de modo especial a través de la Pasión y Muerte del Hijo.
Este bien será confirmado por la Resurrección que, realmente, es el principio de una creación nueva, del reencuentro en Dios de todo lo creado, del definitivo destino de todas las criaturas. Y tal destino se expresa en el hecho de que Dios será <todo en todos> (I Corintios 15, 18)”

 
 
 



En efecto, las palabras de Jesús al replicar a Natanael cuando éste le dijo: “Rabí, tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel”, confirman la catequesis del Papa:
“¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera, crees? Mayores cosas que estas verás…En verdad, en verdad te digo, veréis el cielo abierto y a los ángeles del cielo que suben y bajan sobre el Hijo del hombre (Jn 1, 50-51)”

Estas palabras del Jesús,  en el sentido literal, sólo puede significar que Él resucitará y ascenderá a los cielos, es más, en un sentido espiritual más amplio, se verificó durante toda su vida, en la cual fue una realidad aquella comunicación del cielo con la tierra, que Jacob vio en sueños bajo la imagen de la escala por la cual los ángeles subían y bajaban, cuando Yahveh  prometió la tierra, sobre la que descansaba, a él y a sus descendientes  (Gen 28, 10-13):
-Jacob, salió de Bersabee y marchó a Jarán

-Como llegase a cierto lugar, se dispuso  a pasar allí la noche, porque el sol se había ya puesto. Para ello tomó una de las piedras del lugar, se la coloco como cabezal y se tendió en aquel sitio.

-Luego tuvo un sueño: era una escala que se apoyaba en la tierra y cuyo remate llagaba al cielo, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella

-Yahveh estaba sentado por encima de ella y dijo: <Yo soy Yahveh, Dios de tu padre Abrahán y Dios de Isaac. Te daré la tierra sobre la que yaces a ti y a tu descendencia

 
 
 


Por otra parte, el Papa Benedicto XVI, al hablar del simbolismo del agua en los Evangelios dice lo siguiente (Jesús de Nazaret. Primera Parte. Ed. Esfera de los libros. 2007):
“El simbolismo del agua recorre el cuarto Evangelio del principio hasta el fin…, en el capítulo cuarto, encontramos a Jesús junto al pozo de Jacob: el Señor promete a la samaritana un agua que será, para quien beba de ella, fuente que salta para la vida eterna (Jn 4,14), de tal manera que quien la beba no volverá a tener sed.
Aquí el simbolismo del pozo está relacionado con la historia salvífica de Israel.
Ya cuando llama a Natanael, Jesús se da a conocer como el nuevo y más grande Jacob: Jacob habría visto, durante una visión nocturna, como por encima de una piedra que utilizaba como almohada para dormir  subían y bajaban los ángeles de Dios. Jesús anuncia a Natanael que sus discípulos verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre él (Jn 1, 51).
Aquí junto al pozo, encontramos a Jacob como el agua patriarcal que, precisamente con el pozo, ha dado el agua, el elemento esencial para la vida.
Pero el hombre tiene una sed mucho mayor aún, una sed que va más allá del agua del pozo, pues busca una vida que sobrepase el ámbito biológico”

El Santo Padre utiliza magistralmente la historia de Jacob relatada en las Antiguas Escrituras para explicar el papel salvífico de la Resurrección de Jesucristo relatada en los Evangelios. Con razón Tomas de Kempis en su libro <Imitación de Cristo> nos dice:
“En las Santas Escrituras se debe buscar la verdad y no la elocuencia. Cualquier Escritura se debe leer con el espíritu que se hizo, y más debemos en ellas buscar el provecho que no la sutileza”

El Apóstol del Señor, Bartolomé (Natanael), recibió el don de las lenguas en la Pascua de Pentecostés, junto a los otros Apóstoles y a partir de este momento no se le vuelve a nombrar en el Nuevo Testamento. Sin embargo la Tradición de la Iglesia ha recogido algunos datos interesantes sobre su vida, después de aquel acontecimiento; según sus hagiógrafos, evangelizó en la Licoania, en Albania, en las Indias Orientales y en Armenia.
Fue por tanto un Apóstol viajero, como la mayoría de ellos, teniendo que soportar grandes calamidades debido a la incomprensión y brutalidad de los habitantes de algunos de esto países visitados.
De cualquier forma y a pesar de la escasa información existente sobre la labor apostólica de Natanael, es interesante recordar que algunos historiadores de la antigüedad como por ejemplo, Eusebio de Cesarea (Siglo IV), hacen referencia a que cierto Panteno habría encontrado en la India los signos, de la presencia de Bartolomé (Historia Eclesiástica V, 10, 3). Concretamente es aceptado el hecho de que este Apóstol llevó consigo un ejemplar del Evangelio de San Mateo, escrito en arameo, dejando una copia en dicho país. 

Existen también muchas  leyendas recogidas por los hagiógrafos, cuya veracidad no ha sido contrastada, pero que la tradición de la Iglesia ha conservado por la riqueza de su ejemplo evangelizador. Se cuenta, entre otras muchas cosas, que al llegar el Apóstol a Armenia, tuvo lugar un gran prodigio, pues sucedió que el rey de aquel país se encontraba en el templo con toda su corte escuchando los oráculos que desvelaba el demonio por boca de un ídolo llamado Astarot, y apenas el Apóstol entró en el templo el maligno enmudeció. Los idólatras acudieron a otro oráculo para informarse de las causas de este enmudecimiento, a lo que el demonio respondió por boca del mismo, que la causa era sin duda la presencia del hombre santo recién llegado.
El rey se encontraba no obstante, muy preocupado por otro motivo, concretamente por la enfermedad de una hija suya muy querida, sin duda poseída por el diablo, y al conocer los poderes de Bartolomé le rogó que sanara a su hija, y éste así lo hizo con gran júbilo del monarca y de toda la corte. Gracias a esta feliz circunstancia el Apóstol pudo realizar su labor evangelizadora con relativa tranquilidad, incluso se dice que el rey llamado Polemón, se convirtió y con él casi toda su  corte, pero la envidia pronto hizo su aparición entre los no conversos, como por ejemplo en el propio hermano del rey, causante finalmente de la muerte por martirio del Apóstol.


 


Se cuenta, así mismo, que la muerte de Bartolomé tuvo lugar muy probablemente por despellejamiento, terrible martirio si se tiene en cuenta que el fallecimiento, en tal caso, no se produce de forma inmediata sino después de terribles dolores por agotamiento.


Miguel Ángel representó al Apóstol Natanael (Bartolomé) en el mural del juicio final en la Capilla Sixtina, y lo hizo mediante un autorretrato con la piel en la mano, aceptando el hecho del terrible martirio al que fue sometido el santo.
Aunque se conoce muy poco sobre la vida del Apóstol Natanael (Bartolomé), al que el Señor vio debajo de una higuera, podemos sin embargo asegurar, con  el Papa Benedicto XVI  que, lo poco que sabemos de él, nos demuestra que:

<La adhesión a Jesús puede ser vivida y testimoniada incluso sin realizar obras sensacionales>

Porque con ser extraordinarias las obras realizadas por este Apóstol, que  según la tradición murió por martirio, lo importante y extraordinario es que Jesús:

<Le vio debajo del árbol y le llamó para que fuera su testigo sobre la tierra>

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