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lunes, 4 de abril de 2016

VI APARECER UNA GRAN MUCHEDUMBRE QUE NADIE PODÍA CONTAR



 
 
 
 
 
 
"Vi aparecer una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua. Estaban de pie delante del trono de Dios y delante del cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos. Gritaban con voz potente: La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del cordero (Apocalipsis 7, 9-10)
 
Los hombres santos y las mujeres santas que en este mundo han sido entendieron a la perfección la labor que podían realizar por la gracia recibida del Espíritu Santo;  ellos son mediadores entre Dios y los hombres, en cuanto están asociados al único Mediador que es Jesús, el  Unigénito Hijo de Dios.

Para muchos hombres de hoy en día, esta idea es algo sin sentido y la niegan rotundamente, sin pararse a pensar que los designios de Dios son inescrutables y los seres humanos no tiene inteligencia suficiente para entender estos misterios;  por mucho que se empeñe en ello, siempre llegarán a la misma conclusión: Sólo Dios todopoderoso está en posesión de la Verdad y a Él se debe todo consuelo.

Así lo enseñaba el Beato Tomás de Kempis, en su obra magistral <Imitación de Cristo>, que desde la Edad Media hasta nuestros días ha servido de guía espiritual a tantas generaciones, aunque en la actualidad muchos ni siquiera han escuchado hablar de este libro y mucho menos de este hombre santo. No obstante, por suerte, todavía hay creyentes que siguen leyéndolo y recibiendo sus sabios consejos:

“Ponte siempre en lo más bajo que ya te darán lo más alto: porque no está lo muy alto sin lo hondo.Los grandes santos cerca de Dios son pequeños cerca de sí y cuanto más gloriosos tanto en sí más humildes, llenos de verdad y de gloria celestial; no son codiciosos de la gloria vana; fundados y certificados en Dios, en ninguna manera pueden ser soberbios. Y los que atribuyen a Dios todo cuanto reciben, no buscan ser loados unos de otros, sino que buscan la gloria que  sólo de Dios viene, y codician que sea Dios glorificado sobre todos en sí mismos y en todos los santos, y siempre tienen esto por fin”.

Si reflexionamos mínimamente sobre estas palabras comprenderemos ciertamente, cuánta razón encierran. Sin embargo el hombre de este siglo, recogiendo todas las ideologías y malas doctrinas de sus más cercanos antepasados (Siglo XIX y Siglo XX), se encuentra metido en un pozo sin fondo, en manos del maligno y sus acólitos, porque el mal está institucionalizado.  

No hablamos de memoria en este sentido, porque son muchas las personas  sometidas al diablo en la actualidad, y por eso la Iglesia ha tenido que volver a impulsar el <Ministerio de los Exorcistas> para prestarles ayuda en sus sufrimientos y desde luego sus padecimientos no son cosas de siquiatras y mucho menos de psicólogos, como algunos en su ignorancia defienden; tampoco son cosas del pasado, porque el mal existe y como hemos mencionado antes, está institucionalizado.

Los Pontífices de todos los tiempos se han preocupado de este problema que siempre ha existido, pero que en los últimos siglos parece que se ha agudizado. Por eso, ya en el siglo pasado el Papa Pío XII aseguraba, refiriéndose a este grave problema (Mediator Dei. Carta Encíclica. Noviembre de 1947):

“El Mediador entre Dios y los hombres (I Tim 2,5) el gran Pontífice, que penetró hasta los más alto del cielo, Jesús, hijo de Dios (Heb 4,14), al encargarse de la obra de misericordia con que enriqueció al género humano con beneficios sobrenaturales, quiso sin duda alguna, restablecer entre el hombre y su Criador aquel orden que el pecado había perturbado, y volver a conducir al Padre celestial, primer principio y último fin, la mísera descendencia de Adán, manchada por el pecado original”

 



Se refiere el Santo Padre Pío XII en su Encíclica, en primer lugar, a la Carta de San Pablo dirigida a su discípulo Timoteo; se trata de una epístola Pastoral (Frecuentemente con este título se designan, desde mediados del siglo XVIII, las epístolas dirigidas, por este apóstol, a sus discípulos Timoteo y Tito), en concreto, ésta tiene por objeto  dar una serie de instrucciones a Timoteo, para que las lleve a la práctica en su comunidad religiosa (probablemente Éfeso) como ayuda a su ministerio evangelizador (I Tim 2, 1-6):

-Recomiendo, pues, lo primero de todo, que se hagan plegarias, oraciones, intercesiones, acciones de gracia por todos los hombres,

-por los reyes y por todos los que ocupan altos puestos, con el fin de que pasemos una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad.

-Esto es bueno y acepto a los ojos de Dios nuestro salvador,

-el cual quiere que todos los hombres sean salvados y vengan al pleno conocimiento de la verdad.

-Porque uno es Dios, uno también el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús,

-que se dio, a sí mismo, como precio de rescate por todos; divino testimonio dado en el tiempo oportuno.

La venida de Cristo se produjo, como asegura el apóstol San Pablo, en el <tiempo oportuno>. Él es el único Mediador entre Dios y los hombres, es el testigo de Dios, la Verdad absoluta.
La voluntad salvífica universal de Dios, se pone de manifiesto en estos versículos de la Carta de San Pablo, donde el apóstol recomienda a su discípulo Timoteo que predique entre sus seguidores la necesidad de orar, tanto para aquellos que ocupan altos puestos, como para el pueblo llano, porque esto es grato a los ojos de Dios.
Por otra parte, el Papa Pío XII cita también en la Carta Encíclica anteriormente mencionada (Mediator Dei), otra Carta de San Pablo, nos referimos a la <Epístola a los Hebreos>, la cual aunque algunos exegetas consideran que no pertenece a San Pablo,  sin embargo conserva en esencia todo el pensamiento y la doctrina del apóstol.

Él motivo de dicha misiva parece muy claro; los hebreos eran aquellos judíos que habían escuchado la Palabra de Jesús, pero que por problemas nacionalistas de aquel momento histórico, se encontraban perseguido y anonadados por otra parte de su propio pueblo, que mayoritariamente no aceptaba que Jesús hubiera sido el Mesías esperado por el pueblo de Israel. En esta epístola se trata de dar consuelo y aliento a los seguidores de Jesús, desvaneciendo sus preocupaciones y temores, haciéndoles ver la gran diferencia y dignidad de la santidad cristiana frente a otras religiones, recordándoles finalmente que Jesús es el Hijo de Dios (Hb 4, 14-15):

-Teniendo, pues, un Pontífice grande, que ha penetrado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengamos firme la fe que procesamos.

-Pues no tenemos un Pontífice incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, antes bien probado en todo a semejanza nuestra, excluido el pecado.
 
 

Como también aseguraba el Papa Benedicto XVI (<Dios está cerca>; Ed. Crhonica S.L. 2011):
“El Dios vivo y personal, está en el centro de la fe auténtica. Su presencia es eficaz y salvífica; el Señor no es una realidad inmóvil ni ausente, sino una persona viva que gobierna a sus fieles, se compadece de ellos, y los sostiene con su poder y su amor. Contra puesto a Él, está la idolatría, manifestación de una religiosidad desviada y engañosa”

 

 

 


Jesucristo mientras vivió en la tierra anunció su Resurrección y el Reino de Dios, se consagró para procurar la salvación de las almas, con el ejercicio de la oración y el sacrificio, como podemos leer en el Nuevo Testamento, hasta que finalmente se ofreció en la Cruz como víctima inmaculada para limpiar la conciencia de los hombres y para que tributásemos un verdadero culto al Dios vivo. Cristo en efecto, se ofreció en la Cruz como víctima inmaculada para limpiar nuestras conciencias y sellar con su sangre para siempre la Nueva Alianza entre Dios y los hombres, abriéndonos las puertas del Cielo (Hb 9, 11-14):

-Más Cristo, habiéndose presentado como Sumo Sacerdote de los bienes venideros, penetrando en el tabernáculo más amplio y más perfecto, no echó de manos, esto es,  no de esta creación,

-y no mediante sangre de machos cabríos y de becerros, sino mediante su propia sangre, entró de una vez para siempre en el santuario, consiguiendo una redención eterna.

-Porque si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de la becerra santifican con su aspersión a los contaminados en orden a la purificación de la carne,

-¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno, se ofreció así mismo inmaculado a Dios, purificará vuestra conciencia de obras muertas, para que rindáis culto al Dios viviente
 
 

 Jesucristo quiso que la vida sacerdotal por Él iniciada en su cuerpo mortal, en el transcurso de los siglos, no cesara en su cuerpo místico, que es la Iglesia, instituyendo un sacerdocio visible para ofrecer en cualquier lugar del mundo la <oblación pura> y que de este modo sirviese, liberados del pecado, a Dios por deber de conciencia (Pío XII Ibid).

Como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1544 – 1545 y 1584):

-Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, “Único Mediador entre Dios y los hombres” (I Tm, 2,5). Melquisedec, “Sacerdote del Altísimo” (Gn 14,18), es considerado por la Tradición cristiana como una prefiguración del sacerdocio de Cristo, único “Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec” (Hb 5,10; 6,20), “Santo, inocente, inmaculado” (Hb 7,26),  que, “Mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados” (Hb 10,14), es decir, mediante el único Sacrificio de su Cruz.




*El Sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez por todas. Y por esto se hace presente en el Sacrificio Eucarístico de la Iglesia. Lo mismo sucede con el único sacerdocio de Cristo: Se hace presente por el Sacerdocio Ministerial sin que con ello se quebrante la unidad del Sacerdocio de Cristo: “Et ideo solus Christus est verus sacerdos, alii autem ministri eius” (“Y por eso sólo Cristo es el verdadero Sacerdote; los demás son ministros suyos”, S.Tomás de Aquino, Hebr. 7;4).
*Puesto que en último término es Cristo quien actúa y realiza la salvación a través del ministro ordenado, la indignidad de éste, no impide a Cristo  actuar (Concilio Ecuménico de Trento: DS 1612; 1154).

 




San Agustín predicaba con firmeza:

“En cuanto al ministro orgulloso, hay que colocarlo con el diablo. Sin embargo, el don de Cristo no por ello es profanado: lo que llega a través de Él, conserva su pureza, lo que pasa por Él, permanece limpio y llega a tierra fértil… En efecto, la virtud espiritual del Sacramento es semejante a la luz: los que deben ser iluminados la reciben en su pureza y si atraviesa seres manchados, no se mancha”

 A pesar de todas estas enseñanzas y razonamientos de la Iglesia, muchos cristianos de hoy en día dicen: <no voy a misa porque no creo en los sacerdotes>, o <no me confieso porque el sacerdote incumple las leyes de Dios, igual que cualquier otro hombre>, y llegado el caso,  lo que es peor: <no creo en la Santa Hostia, ni que Cristo está presente en ella, en su Cuerpo y en su Sangre>.

Los cristianos y en particular los católicos tenemos que pensar y actuar de otra forma, recordando la Palabra del Señor, la cual se encuentra perfectamente sintetizada en el Catecismo de la Iglesia Católica.

 El Papa Benedicto XVI cuando proclamó el <Año de la fe>, en su Carta Encíclica <Porta fidei> (Dada en Roma el 11 de octubre del 2011), nos pidió en varias ocasiones que leyéramos el Catecismo de la Iglesia Católica con más frecuencia, pues de esta forma estaríamos mejor informados de los Dogmas de la Iglesia, fiel reflejo del Mensaje de Jesús y podríamos actuar en consecuencia, sin caer en malos entendidos, y a ser posible trataríamos igualmente de enseñarlos a aquellos cristianos que los desconocen. Si lo hiciéramos así estaríamos realizando una labor evangelizadora silenciosa pero muy eficaz para todos los creyentes.




Recordemos que la Iglesia continua el oficio sacerdotal de Jesucristo sobre todo mediante la Sagrada Liturgia (Carta Encíclica <Mediator Dei> del Papa Pío XII (Dada en Roma en noviembre del 1947):
“Esto lo hace, en primer lugar, en el altar, donde se representa perpetuamente el Sacrificio de la Cruz (cf. Concilio Tridentino, sas. 22 C.1) y se renueva, con la sola diferencia del modo de ser ofrecido (Ibid., C.2); en segundo lugar, mediante los Sacramentos, que son instrumentos peculiares, por medio de los cuales los hombres participan de la vida sobrenatural; y por último, con el cotidiano tributo de alabanzas ofrecido a Dios…

¡Qué espectáculo más hermoso para el cielo y para la tierra que la Iglesia en oración!, decía nuestro predecesor Pío XI, de feliz memoria:

<Siglos hace que, sin interrupción alguna, desde una media noche a la otra, se repite sobre la tierra la divina Salmodia de los cánticos inspirados, y no hay hora del día que no sea santificada por su liturgia especial; no hay período alguno en la vida, grande o pequeño, que no tenga lugar en la acción de gracias, en la alabanza, en la oración, en la reparación de las preces comunes del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia> (Carta Encíclica Papa Pío XI <Caritate Christi>) …”

La Iglesia tiene la obligación y la función de enseñar a todas las gentes el Mensaje de Cristo, así como, ofrecer a Dios el Sacrificio de la Eucaristía, restableciendo de este modo la unión cierta entre el hombre y nuestro Señor Jesucristo; pero además la Iglesia busca y encuentra su razón de ser fundamental en la relación con Dios. Y la expresión de esta relación forma esa enciclopedia del espíritu humano que llamamos oración. La descubrimos en el silencio del alma, en ese silencio interior en el que la Palabra de Dios se hace oír primero, y se formula en temas fundamentales, que hacen dudar de los lugares comunes de nuestra mentalidad superficial: <suscita la auto crítica, a la que podemos denominar, despertar de la conciencia, presencia y acción de Dios en nuestro espíritu> ( c.f. A. G. Pablo VI 1978).

Sin embargo injustamente muchos hombres siguen preguntándose ¿Cuál es el papel de la Iglesia? O bien ¿Qué hace la Iglesia?, ¿Para qué sirve la Iglesia? El Papa Pablo VI en su Audiencia General del 14 de junio de 1972 se expresaba en los siguientes términos con respecto a estas dudas:

“Cuando las preguntas se hacen duras y radicales, e incluso materialistas, a reglón seguido: no hay ya sitio para la religión en la mentalidad moderna, invadida toda ella por la realidad sensible y científica, e inclinada siempre a la utilidad de lo que ocupa la atención y la actividad humana. Es una postura que se repite.
La Iglesia, atemorizada en un primer momento por la brutalidad de las preguntas, parece algunas veces vacilar a la hora de responder; pero luego confortada, por la propia conciencia y la propia fe, una vez más responde sencillamente: ¡La Iglesia Ora!”

 


La primera imagen que la Iglesia debe dar es la de una comunidad que ora y crece, que se levanta en vuelo sobre la tierra, donde la Palabra de Cristo nos exhorta casi como para tranquilizarnos de que no estamos en esto lejos de la verdad, asegurándonos que: Es preciso orar en todo momento y no desfallecer (Lc 18, 1) y esto es así, después de habernos enseñado a orar con la <plegaria fundamental>, el <Padre Nuestro>  (Mt 6, 9 - ss).

Como aseguraba también el Papa Pablo VI (Ibid):

“¡Qué panorama  se abre a nuestro alrededor! ¡Qué realismo cobra nuestra oración! ¡Qué confianza trepidante asume nuestro lenguaje! Sí, ¡Qué hace la Iglesia! ¡No lo olvidéis nunca!: La Iglesia – y nosotros somos la Iglesia - ora y ora de este modo”

 

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