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miércoles, 1 de febrero de 2017

LA TRINIDAD ES UN MISTERIO DE FE EN SENTIDO ESTRICTO


 
 
 
 
 



El Padre envió a su Hijo a la tierra. Fue el Padre también el que nos llamó a la fe. Por otra parte, el Hijo se hizo hombre y murió por todos nosotros, de esta forma conseguía salvarnos y hacernos hijos adoptivos de Dios, y desde que subió al lado de su Padre envió el Espíritu Santo para habitar en nosotros, para conducirnos por el camino recto hacia su Reino, estimulándonos en la labor de la evangelización hasta la parusía.

La Santísima Trinidad es un gran misterio de fe que el hombre no puede abarcar  tan sólo con sus propias fuerzas, porque se trata de un misterio que no admite excepciones, ni concesiones; es riguroso, es estricto  (Catecismo de la Iglesia Católica escrito en orden a la aplicación del Concilio Vaticano II; nº 237):

“La Trinidad es un misterio de fe en el sentido estricto, uno de los <misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto> (C c. Vaticano I: DS 3015). Dios ciertamente, ha dejado huellas de su Ser Trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu del Santo”

 
Los cristianos católicos somos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, tal como mandó nuestro Señor Jesucristo a sus Apóstoles, después de su Muerte y Resurrección:

<Id, pues, y amaestrad a todas las gentes, bautizándolas en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo> (Mt 28, 19)

El Señor utilizó el verbo ir en un tiempo imperativo, al dirigirse a sus Apóstoles, pues de este modo les adjudicó la misión evangelizadora que les tenía reservada, y al mismo tiempo les pidió que bautizasen a los creyentes en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Así quedó prescrita la formula Sacramental del Bautismo, condensando la fe cristiana en el Misterio de la Santísima Trinidad.

Por otra parte, al referir la prescripción en singular, <en el nombre…>, está expresando la <Unidad de Naturaleza> del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, pero sin detrimento de que la Unidad son tres Personas divinas, tal como así mismo,  podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (Dogma de la Santísima Trinidad; nº253 y nº255):

“La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres Personas: <La Trinidad Consubstancial” (C c. Constantinopla II. Año 553: DS 421)…

Las Personas divinas son realmente distintas entre sí…<Padre>, <Hijo>, <Espíritu Santo>, no son simplemente nombres, que designan modalidades del Ser divino, pues son realmente distintas entre sí…

Son distintas entre sí por sus relaciones de origen: <El Padre es quién engendra, el Hijo quién es engendrado, y el Espíritu Santo es quién procede> (C c Letrán IV. Año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina.



Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción es real de las Personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: <En los nombres relativos de las Personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo es referido al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos, sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia> (Cc. de Toledo XI. Año 675: DS 528).

En efecto, <Todo es uno (en ellos) donde no existe oposición de relación (Cc. de Florencia. Año 1442. DS 1330>. A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo único (Cc. de Florencia. Año 1442: DS 1331)”.

 

Así pues, como asegura el Papa León XIII en su Carta Encíclica <Divinum illud munus. Año 1897>:

“Quién escriba o hable sobre la Trinidad siempre deberá tener ante la vista lo que prudentemente amonesta el Angélico: <Cuando se habla de la Trinidad, conviene hacerlo con prudencia y humildad>, pues como sigue  diciendo San Agustín:

<En ningún otro misterio intelectual es mayor o el trabajo, o el peligro de equivocarse, o el fruto una vez logrado>.

Peligro que procede de confundir entre sí, en la fe o la piedad, a las divinas Personas, o de multiplicar su única naturaleza; pues la fe católica nos enseña a venerar un solo Dios en la Trinidad y la Trinidad en un solo Dios”

Tanto es así, que durante mucho tiempo, los Papas no accedieron a realizar fiestas en honor del Padre, o Verbo Encarnado, según su divina naturaleza, con objeto de evitar la multiplicidad de la divina esencia, al distinguir las Personas.


Tal como recuerda  el Papa León XIII (Ibid):
“La Iglesia, a fin de mantener en sus hijos la pureza de la fe, quiso instituir la fiesta de la Santísima Trinidad, que luego Juan XXII, mandó celebrar en todas partes; permitió que se dedicasen a este Misterio, Templos y Altares, y después de celestial visión, aprobó una Orden religiosa para la redención de cautivos (durante el Pontificado de Inocencio III), en honor de la Santísima Trinidad, cuyo nombre la distingue”

Se refiere el Papa León XIII, en su Carta Encíclica, a la Orden de la Santísima Trinidad y la Redención de cautivos (Trinitarios), cuyos fundadores fueron San Juan de la Mata (1150-1213) y San Felix de Valois (+1212); es ésta una de las principales Órdenes religiosas que se extendieron por Europa en la Edad Media. De gran poder evangelizador, tenía como misión principal, en la época en que se creó, la redención de cautivos, esto es, la liberación de los cristianos que habían sido capturados en el mar Mediterráneo por  piratas, muy frecuentes en aquellas aguas. 

Se puede asegurar que el papel que tuvo esta Orden  en el siglo XIII y ha tenido en siglos posteriores hasta nuestros días, ha sido primordial para la Iglesia de Cristo y le ha proporcionado numerosos santos, entre los que cabe destacar a sus dos fundadores y a su reformador, San Juan  Bautista de la Concepción.  En la actualidad la única rama que persiste  es la fundada por este último santo  desde 1599 y que recibió el nombre de Trinitarios Descalzos. La familia Trinitaria está integrada por religiosos, religiosas y laicos que participan en el carisma  Trinitario -Redentor dando  gloria con él, al Misterio de la Santísima Trinidad.

 
 



Por otra parte, el Apóstol San Pablo  en su <Carta a los Romanos>, al final de la primera parte y como Conclusión de la <Profundidad de los juicios de Dios>, exclamó (Rom 11, 33-36):

-¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios!

! Que insolubles son sus juicios e inescrutables sus caminos!

 -Pues: ¿ Quién conoció los pensamientos del Señor?, o ¿ Quién se hizo consejero suyo? ( Is 40,13), o ¿ Quién le dio primero algo, para poder recibir a cambio una recompensa? (Jb 41, 33).

-Porque de Él, por Él y para Él, son todas las cosas: a Él la gloria por los siglos. Amén




Dice San Pablo, refiriéndose a la riqueza, sabiduría, ciencia y en definitiva a los pensamientos y caminos del Dios Trinitario cuyos juicios son  insolubles: ¿ Quién conoció los pensamientos del Señor? y ¿ Quién se hizo consejero suyo?, recordando lo que en el Antiguo Testamento había dicho el profeta Isaías, cuando hablaba a su pueblo de las promesas de la liberación (Is 40, 10-14):

-Mira, el Señor Yahveh viene como fuerte, y su brazo domina a favor suyo; he aquí que su recompensa viene con Él, y ante Él en paga.

-Como un pastor apacienta a su rebaño, con su brazo lo reúne, a los corderillos lleva en su seno, a las paridas conduce cuidadosamente.

-¿Quién ha medido las aguas con el cuenco de mano y ha determinado la medida del cielo con el palmo? ¿Y quién con el tercio ha medido toda la tierra, y en la balanza ha pesado las montañas y las colinas en platillos?




-¿Quién ha determinado el espíritu de Yahveh, y quién como consejero le ha enseñado?

-¿Con quién tomó consejo para que le enseñara, y adoctrinara acerca del sendero de la justicia, y le enseñara saber, y le mostrara el camino de la prudencia?

Son preguntas sencillas y lógicas las que hacia el Profeta Isaías a su pueblo, allá por el año 738 antes de Cristo, con un objetivo doble, esto es, mantener viva la Alianza dada por Moisés y por otra parte prepararlo para la Nueva Alianza de Cristo. La pregunta que nos podemos hacer ante la aptitud del profeta  es: ¿Por qué en la sociedad actual no calan como en la antigüedad las enseñanzas sobre la omnipotencia de Dios?

Y otra no menos importante es: ¿Por qué se ha obviado, en parte, el concepto del Dios Trino, Creador de todas las cosas?

Parece como si el hombre hubiera perdido, con el tiempo, la capacidad de aceptar los misterios divinos, sin cuestionarlos:

 ¿A caso la humanidad de hoy no puede entender y aceptar con humildad la grandeza de Dios, como sus antepasados? ¿Será que la humanidad está afectada de una gravísima enfermedad?



El Papa Benedicto XVI cree que sí, que la humanidad está afecta por una peligrosa enfermedad que afecta a su alma y  nos ha hablado de ella, comparándola con una temible enfermedad del cuerpo, que azota la vida de algunos seres humanos, en nuestros días (Un canto nuevo para el Señor. Cardenal Joseph Ratzinger. Ed Salamanca, 2011):
“La inteligencia positivista no ofrece al aparato mental fuerzas de inmunidad ética: esa inteligencia viene a ser la disgregación  del sistema síquico inmune y, en consecuencia, el abandono sin resistencia a las promesas falaces de la muerte que se presentan  con la máscara de más vida.

La investigación médica busca, movilizando todas sus posibilidades, las sustancias inyectables para sanar el sida corporal, y es su deber, pero a pesar de ello (hasta ahora), solo ha conseguido desplazar el campo de las destrucciones, sin detener la campaña triunfal de la anticultura de la muerte”

Ante una situación tan asoladora y desventurada, los cristianos católicos debemos reaccionar con espíritu de lucha en nombre del Dios Trinitario, con la ayuda del Espíritu Santo y el Mensaje salvador de Cristo siempre presente.

Debemos, así mismo, estar precavidos para adjurar de esa idea de la modernidad que recrea un Dios extranjero que no puede interesarse, ni siquiera relacionarse, con los mortales porque son  seres muy inferiores



(Joseph Ratzinger <Papa Benedicto XVI>. La unidad de las naciones. Una visión de los Padres de la Iglesia. Ediciones Cristiandad, S.A. Madrid 2011):
“Ha sido mérito de H. Jonas (filosofo alemán del siglo XX) haber hecho comprensible que la esencia de la gnosis es una revolución radical.


 


Al ponerse de parte de la serpiente, de Caín, de Judas, de los grandes proscritos de la humanidad, expresaba su más verdadera intención: rechaza el cosmos en su totalidad junto con su Dios, al que desvela como oscuro tirano y carcelero, y ve en Dios y las religiones el sello de la clausura definitiva de la prisión que es el cosmos.

Su evangelio del <Dios extranjero> es la manera más radical de protestar contra todo lo que hasta entonces había aparecido como santo, bueno y justo, desenmascarado ahora como prisión, de la que la gnosis promete mostrar la vía de salida…”  




Por otra parte, como también aseguraba el Papa Benedicto XVI, en este sentido (Un canto nuevo para el Señor.  Papa Benedicto XVI. Ibid):

“El hombre quiere ser un Dios de este género, alguien que lo acapara todo y no da nada;  por eso el Dios real es el auténtico enemigo, el rival del hombre atacado de ceguera interna. Tal es el verdadero núcleo de la enfermedad del alma, porque el hombre se instala en la mentira y se aleja del amor, que en la Trinidad es una auto-donación, incondicional sin límites.

Por eso, el Cristo crucificado es la verdadera imagen del Dios Trinitario. En Él se hace visible esta esencia Trinitaria: el amor total y la entrega total…



Sólo en el contexto de la fe en Dios, el Dios Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sólo en el contexto de la fe en el Hijo humano, encuentra su lugar justo las grandes preguntas morales de nuestro tiempo, que apremian precisamente a los jóvenes.

En este contexto queda patente que la Redención es más importante que la lucha por las utopías políticas y más que la simple psicoterapia. Porque la responsabilidad que los desafíos éticos de nuestra vida nos imponen, no podemos soportarlos si no es sostenidos por el amor misericordioso de Dios que nos sale al encuentro en la Cruz”



Según esto, sin embargo, dirán todavía algunos: Si el Dios Trinitario es Amor con mayúsculas entonces ¿por qué no ha eliminado desde un principio y sigue sin eliminar el sufrimiento del mundo que Él ha creado?

Ésta es según el Papa San Juan Pablo II la típica pregunta de un tribunal usurpador que también le sigue preguntando al Dios Trinitario de forma provocativa ¿Es verdad que eres el rey? ¿Es verdad que todo lo que sucede en el mundo, depende de ti? al igual que Pilatos hacía con Jesús, pero Él respondió: Para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad (Jn 18, 17). Y también como entonces, muchos hombres siguen gritando: ¡Crucifícalo, Crucifícalo! (Cruzando el umbral de la esperanza. Ed. Círculo de lectores. Editado por Vittorio Messori):



“La condena de Dios por parte de los hombres no se basa en la verdad, sino en la prepotencia, en una engañosa conjura…

En cierto sentido, se puede decir que frente a la libertad humana Dios ha querido hacerse <impotente>…

Pero Dios está siempre de parte de los que sufren. Su omnipotencia se manifiesta precisamente en el hecho de haber aceptado libremente el sufrimiento. Hubiera podido no hacerlo. Hubiera podido demostrar la propia omnipotencia en el momento de la crucifixión, de hecho así se lo proponían: <Baja de la Cruz y te creeremos>. Pero no recogió el desafío.

El hecho de que haya permanecido en la Cruz hasta el final, el hecho de que sobre la Cruz como todos los que sufren  haya podido decir: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? Estos hechos, han quedado en la historia del hombre como los argumentos más fuertes.



Si no hubiera existido esa agonía y muerte en la Cruz, la verdad de Dios es Amor estaría por demostrar…
En el <Varón de dolores> se encuentra la revelación del <Amor más grande>, del <Amor que todo lo soporta>, que <derrama amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo> (Rm 5,5)”


En total consonancia con esta idea del Papa San Juan Pablo II, el Papa León XIII proclamaba en su día (Carta Encíclica <Divinum illud munus>):



“El Redentor mismo no cesa de invitar con suma dulzura a todos los hombres de toda nación y lengua para que vengan al seno de su Iglesia: <Venid a mi todos; Yo soy la vida; Yo soy el buen pastor>.

Más según sus altísimos decretos, no quiso Él por sí solo completar incesantemente en la tierra dicha misión, sino que, como Él  mismo lo había recibido del Padre, así entregó a sus discípulos al Espíritu Santo para que  llevaran la misión a perfecto término.

Place, en efecto, recordar las consoladoras frases que Cristo, poco antes de abandonar el mundo, pronunció ante los Apóstoles: <Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendría vuestro abogado; en cambio, si me voy, os lo enviaré>”



Por eso, la Iglesia acostumbra, con gran acierto,  atribuir al Padre las obras de poder; al Hijo, las de la sabiduría y al Espíritu Santo las del Amor, tal como nos recuerda el Papa León XIII en su Carta Encíclica (Ibid): 
“No porque todas las perfecciones y todas las obras <ad extra> no sean comunes a las tres divinas Personas, pues indivisibles son las obras de la Trinidad, como indivisible es su esencia, porque así como las tres Personas son inseparables, así obran inseparablemente; sino por una cierta relación y como afinidad que existe entre las obras externas y el <carácter propio> de cada Persona, se atribuye a una más bien que a las otras, esto es <se apropian>.

De esta manera, el Padre, que es principio de toda la Trinidad, es la causa eficiente de todas las cosas, de la Encarnación del Verbo y de la santificación de las almas: <de Dios son todas las cosas>; <de Dios>, por relación al Padre/ el Hijo, Verbo e Imagen de Dios, es el camino, la verdad y la vida, ha reconciliado al hombre con Dios; <por Dios>, por relación al Hijo/  finalmente, el Espíritu Santo es la causa última de todas las cosas, puesto que, así como la voluntad y aún toda cosa descansa en su fin, así Él, que es la bondad y el amor del Padre y del Hijo, da impulso fuerte y suave y como última mano al misterioso trabajo de nuestra eterna salvación en Dios...”  




En definitiva, como podemos también leer en el catecismo de la Iglesia Católica (nº 266 y nº267):

-La fe católica es ésta: que veneramos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las Personas, ni separando las substancias; una es la Persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad (Symbolum –Quicumque-).

-Las Personas divinas, inseparables en su ser, son también inseparables en sus obras. Pero en la única operación divina cada una manifiesta lo que es propio de la Trinidad, sobre todo en las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo

 
 
 
 
Por otra parte, el Señor pronuncio Palabras misteriosas para ponernos en alerta sobre lo que podría ocurrir si nos alejábamos  del Dios Trino, y le ofendíamos con esta actitud, lo cual es un pecado de blasfemia. Precisamente el Papa  Pio XII (1939-1958), tuvo que enfrentarse, durante la segunda guerra mundial, a este pecado,  cuando una situación gravemente peligrosa había tomado carta de naturaleza entre los mismos católicos; nos referimos a la costumbre diabólica de proferir palabras injuriosas contra Dios, la Virgen, la Eucaristía o los Santos...

Preocupado por su grey, hizo una bella oración, para pedir al Dios Trino  por la conversión de los blasfemos, que dice así:


“¡Oh, Augusta Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu  Santo! que aún siendo infinitamente feliz en Ti y por Ti, por toda la eternidad, te dignas aceptar benignamente el homenaje que de toda la Creación  se alza hasta tu trono celestial.

Entorna tus ojos, te rogamos, y cierra tus ojos divinos ante aquellos desventurados que, o cegados por la pasión, o arrastrados por un impulso diabólico, blasfeman inicuamente contra tu nombre y los de la purísima Virgen María y los Santos.

Detén, ¡Oh Dios!, el brazo de la justicia, que podría reducir a la nada a quienes se atreven a hacerse reos  de tanta iniquidad. Acepta el himno de gloria que incesantemente se eleva desde toda la naturaleza, desde el agua de la fuente que corre limpia y silenciosa, hasta los astros que brillan  y recorren una órbita inmensa, en lo alto del cielo, movidos por tu amor…”  

 



 

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