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martes, 27 de noviembre de 2018

¡JESÚS Y LA LUCHA CONSTANTE CONTRA EL MAL!



 
 
 
 
 
Cuenta san Mateo en su evangelio (10, 34-39) que poco después de que Jesús  eligiera a sus Doce Apóstoles  y les diera instrucciones para que realizaran la misión evangelizadora de los hombres, por todo el mundo, les advertía sobre el hecho de que Él no había venido a traer paz a la tierra. ¿Pero que quería decir el Señor con estas extrañas palabras?

El Papa Benedicto XVI en su Ángelus del domingo 19 de agosto de 2007, comentando esta advertencia del Señor a sus discípulos, también recogida en el evangelio de san Lucas, aunque en un tiempo ya próximo a su Pasión y Muerte, se expresaba en los siguientes términos:

“Mientras va camino de Jerusalén, donde le espera la muerte en la cruz, Cristo dice a sus discípulos: < ¿Pensáis que he venido a traer al mundo la paz? No, sino división>.

Y añade: <En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija, y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra (Lc 12, 51-53).

Quien conozca, aunque sea mínimamente, el evangelio de Cristo, sabe que es un mensaje de paz por excelencia; Jesús mismo, como escribe san Pablo, <es nuestra paz> (Ef 2, 14) muerto y resucitado para derribar el muro de la enemistad e inaugurar el reino de Dios, que es amor, alegría y paz.

¿Cómo se explica, entonces, esas palabras suyas? ¿A qué se refiere el Señor cuando dice – según el evangelio de san Lucas – que ha venido a traer división, o  -según el evangelio de san Mateo – la <espada>?.

Esta expresión de Cristo significa que la paz que ha venido a traer no es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Al contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha constante contra el mal.

 
 
 
 
El combate que Jesús está decidido a librar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra Satanás. Quien quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios y al bien, debe afrontar necesariamente incomprensiones y a veces auténticas persecuciones”

Ciertamente como nos hace ver el Papa Benedicto XVI, quien desea resistir y resiste hasta el fin frente al acoso constante del enemigo común, suele acabar muy mal, primero cerca de los propios familiares, que en ocasiones no se encuentran ya en el camino de Dios, y luego por el rechazo de una mayoría poderosa que quiere dominar el mundo desde el inicio…

Así les sucedió a dos santos mártires de siglo III (d.C), Crisanto y Daría, un matrimonio  que hacia el año 283 fue enterrado vivo en Roma, al ser acusado de hacer proselitismo en favor del Mensaje de Cristo.

La tradición cuenta que Crisanto era el hijo único de un senador romano de Alejandría, aunque él vivió y creció en Roma donde se convirtió al cristianismo, aún en contra de su propio padre, el cual le obligó a casarse con una sacerdotisa pagana de nombre Daría con la idea de que entrara en razón y abandonara sus creencias.

No fue así, por el contrario fue Daría la que abandonó el paganismo para hacerse cristiana y junto a su esposo se dedicó a la evangelización, logrando miles de seguidores, y esto como era de esperar exaspero a las autoridades del imperio que veían en el cristianismo un peligro inminente para sus intereses…

Así suele suceder y ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad, aquellas personas que han escuchado el Mensaje de Cristo y lo han seguido con todas sus consecuencias, en muchas ocasiones, han llegado a perder hasta la vida por amor a Dios y a sus semejantes.

 
 
 
Como advertía el Papa Benedicto XVI (Ibid): “Por eso, todos los que quieran seguir a Jesús y comprometerse sin componendas en favor de la verdad, deben saber que encontrarán oposiciones y se convertirán, sin buscarlo, en signo de división  entre las personas, incluso en el seno de sus mismas familias.

En efecto, el amor a los padres es un mandamiento sagrado, pero para vivirlo de modo auténtico no debe anteponerse jamás al amor a Dios y a Cristo. De este modo, siguiendo los pasos del Señor Jesús, los cristianos se convierten  en <instrumentos de paz>, según la célebre expresión de san Francisco de Asís.

No de una paz inconsistente  y aparente, sino real, buscada con valentía y tenacidad en el esfuerzo diario por vencer el mal con el bien (Rm 12, 21) y pagando personalmente el precio que esto implique”

 
 
 
Sí, porque la actitud de los cristianos frente a su prójimo, debe cumplir según el Mensaje de Cristo, recordada por san Pablo,  con una caridad libre de hipocresía, abominando el mal y adhiriéndonos al bien. Se lo decía así a los romanos, con el fin de preparar su llegada a la capital del Imperio, en el invierno-primavera del año 57-58, desde Corinto mediante una Epístola en la quería dejar claro que la <justicia de Dios>, es una gracia divina, un don, que no depende del cumplimiento de las obras prescritas por la Ley de Moisés , más aún que no es posible cumplirla toda, sino interviene la gracia divina, porque la justificación y salvación vienen por la fe, que Dios mismo otorga de modo gratuito. 

El apóstol del Señor entre otras muchas recomendaciones escribía así, a los romanos (Rm 12, 17-21):

“No devolváis a nadie mal por mal: buscad hacer el bien delante de todos los hombres / Si es posible, en lo que está de vuestra parte, vivid en paz con todos los hombres / No os venguéis, queridísimos, sino dejad el castigo en manos de Dios, porque está escrito: <Mía es la venganza, yo redistribuiré lo merecido, dice el Señor> / Por el contrario, si tu enemigo tuviese hambre, dale de comer; si tuviese sed, dale de beber; al hacer esto, amontonarás ascuas de fuego sobre su cabeza / No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien”

 
 
 
El Papa Benedicto XVI terminaba su reflexión sobre las palabras del Señor en favor de la lucha constante contra el mal, con estas sentidas palabras (Ibid): “La Virgen María, Reina de la paz, compartió hasta el martirio del alma la lucha de su Hijo Jesús contra el Maligno, y sigue compartiéndola hasta el fin de los tiempos.

Invoquemos su intercesión materna para que nos ayude a ser siempre testigos de la paz de Cristo, sin llegar jamás a componendas con el mal”

 


  

  

 

 

  

 

 

  

 

 

 

 

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