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viernes, 7 de diciembre de 2018

JESÚS ES EL BUEN PASTOR QUE VA EN BUSCA DE LAS OVEJAS PERDIDAS


 
 
 
 
 
 
En Jesús se concentra toda la fuerza evocadora del Salmo 23 (22), encontrando su pleno significado. En efecto, en este Salmo de David se pone en evidencia la gozosa confianza en Dios, como el Pastor solícito, que todos los hombres necesitamos, y hallamos, si le buscamos y le escuchamos.


Sí, Jesús es el <Buen Pastor> que va en busca de las ovejas perdidas, porque  conoce y ama a cada una de ellas. Ciertamente, como dice esta bella oración del Salterio (23, 1-4):

“El Señor es mi pastor, nada me falta/ En verdes prados me hace reposar/ hacia aguas tranquilas me guía/ reconforta mi alma/ me conduce por sendas rectas/ por honor de su Nombre/ Aunque camine por valles obscuros/ no temo ningún mal, porque Tú/ estás conmigo/ tu vara y tu cayado me sosiegan

 


 
 
Nuestro Señor Jesucristo, recordando esta hermosa oración les ponía un ejemplo a sus discípulos para mostrarles que en el Reino de los Cielos, los mayores son los más pequeños, que es tanto como decir: aquellos que conservan el espíritu de humildad de la infancia (Mt 18,1-5):


-En aquella ocasión, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Quién, en fin, es el mayor en el Reino de los Cielos?

-Entonces llamó a un niño, lo puso en medio de ellos,

-y les dijo: En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos.

-Pues todo el que se humille como este niño, ese es el mayor en el Reino de los Cielos;

-y el que recibe a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe.

 


 
 
Estas sentidas palabras de Jesús demuestran, bien a las claras, cuanto amaba a los niños, cosa muy notable para los tiempos en los que le  tocó vivir sobre la tierra. Sí, sin duda amaba a los niños y apreciaba en ellos su humildad, cuestión ésta que muchas veces no es tenida en cuenta  en nuestra época, por desgracia.


Pero el Señor deseaba protegerlos del pecado de los hombres y por eso podemos leer también estas palabras suyas en el Evangelio de san Mateo (Mt 18, 6):

<Al que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar>

 Y más adelante, Jesús sigue diciendo (Mt 18, 10-14):

-Guardaos de despreciar a uno de estos  pequeñuelos. Porque yo os digo que sus ángeles en los cielos están continuamente en presencia de mi Padre celestial.

-Porque el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido.

 
 
"¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará en los montes a las noventa y nueve e irá a buscar a la extraviada? / De la misma manera, vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de  esos pequeñuelos"


Son frases pronunciadas por Cristo que constituyen, en sí mismas, un programa evangélico dedicado a los niños, por eso estamos todos llamados a reflexionar sobre este mensaje que está íntimamente unido a la idea del <Buen Pastor> que va en busca de sus ovejas perdidas, porque el Padre celestial no quiere que se pierda ninguna, empezando por las más indefensas, los niños a los que tanto ama Jesús…
La advertencia que hace Cristo a los hombres respecto de los niños, es sin duda, muy dura, pero hay que tener en cuenta que el escándalo es un mal muy grande, en cualquier caso, pero especialmente cuando atañe a un ser humano tan inocente. Ciertamente, causa un gran daño entre los niños y los jóvenes, porque inocula el mal precisamente allí donde debe estar presente solo la verdad, la confianza y el amor. Por eso, aseguraba el Papa San Juan Pablo II en su Audiencia General del miércoles 29 de agosto de 1979:

“Sólo Aquel que personalmente ha amado mucho el alma inocente de los niños y el alma juvenil, podía expresarse sobre el escándalo tal como lo ha hecho Cristo. Sólo Él podía amenazar con estas palabras tremendas a quienes dan escándalo”



A este respecto, podemos encontrar muchos testimonios de la solicitud de los ángeles por el hombre y su salvación, en el Nuevo Testamento y particularmente en el libro de los <Hechos de los apóstoles> del evangelista san Lucas.

 
 
Concretamente, es interesante recorrer la vida del apóstol san Pedro contada por san Lucas en su libro, después de la venida del Espíritu Santo, para comprobar que los ángeles mandados por Dios en su auxilio, jugaron un papel muy importante en todo momento de peligro (5, 18-20; 12, 5-10), y que también le ayudaron en momentos fundamentales de su misión apostólica (10, 3-8; 11, 12-13).


Por eso, no puede extrañarnos cuando, refiriéndose a los niños, Jesús aconsejaba a sus discípulos y por extensión a todos los hombres con estas palabras: <Guardaos de despreciar a uno de estos pequeñuelos, porque os digo que sus ángeles en los cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre>.
Y es que los ángeles del Señor tienen la misión específica de ayudar a los hombres para encontrar y seguir el camino de la salvación, tal como podemos leer en la carta a los Hebreos (Heb 1, 4): < ¿No son todos ellos espíritus encargados de un ministerio, enviados al servicio de aquéllos que deben heredar la salvación?

 
 
Verdaderamente Jesús nos habló muy claro durante su ministerio en la tierra, Él es el <Pastor Divino>, que cuida de su rebaño y que siempre va a buscar la oveja perdida, al hombre que se aparta del camino de la salvación y por eso también nos decía: <Yo os aseguro que si no os convertís  y os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos>. Estas palabras suyas quizás podrían sonar en nuestros oídos  como algo raro dentro de la  parábola del buen pastor y sin embargo como aseguraba el Papa Benedicto XVI:

 
“Jesús con sus parábolas, no quiere transmitir unos conocimientos abstractos que nada tendrían que ver con nosotros en lo más hondo…Para hacerlas más accesibles, nos muestra cómo refleja la luz divina en las cosas de este mundo y en las realidades de nuestra vida diaria. A través de lo cotidiano quiere indicarnos el verdadero fundamento de todas las cosas y así la verdadera dirección que hemos de tomar en la vida de cada día para seguir el recto camino (Jesús de Nazaret. 1ª Parte; Ed. Esfera de los libros 2007)”

 


 
 
En definitiva, Jesús es el <Pastor Divino> que nos toma de la mano para llevarnos a través  de la verdad, al justo camino que nos conduce a la vida, que es Él mismo, tal como podemos deducir de la respuesta de Jesús ante la pregunta de su apóstol Tomás: ¿Cómo podremos saber el camino para seguirte? (Jn 14, 6-7):


-Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino  por mí

-Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis, pues ya lo habéis visto

Todavía otro de sus apóstoles,  Felipe, insistió sobre el mismo tema, y le hizo una sugerencia al respecto: Señor muéstranos al Padre, eso nos basta.

Seguramente Jesús, entristecido por la cerrazón de sus apóstoles respondió (Jn 14, 9-11):

-Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre ¿Cómo me pides que os muestre al Padre?

-¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra.

-Debéis creerme cuando afirmo que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no creéis en mis palabras, creed al menos en las obras que hago.    

 
 
Jesús cuando pronunciaba estas palabras, se estaba ya  empezando a despedir de sus apóstoles pues  estaba muy próxima su Pasión y Muerte en la Cruz por la salvación de los hombres.  Pide fe, a sus apóstoles, para que reconozcan la unidad de acción de Él con el Padre y se apoya para ello, no solo en su palabra, que debería de ser suficiente precisamente por la fe, sino también, y al menos, por las obras que hacía. Verdaderamente Jesús era el <Buen Pastor>, estas palabras los demuestran una vez más. ¡Cuánta humildad! ¡Cuánto amor! Sin duda sus obras son las de Dios porque  es su Unigénito Hijo.


Quizás se podría decir que la propuesta de Felipe al Señor fue un tanto desafortunada, pero hasta cierto punto nos sirve para comprender el estado mental de los Apóstoles en aquellos terribles momentos de incertidumbre, en la que se encontraban, ante la ya inminente separación de su Maestro, el único que les conducía por<el Camino, la Verdad y la Vida>. Tenían miedo de perderle y por eso le interrogaban con insistencia, porque cuando un hombre no está cerca de Jesús, su vida puede entrar en crisis, su corazón puede quedar desprotegido frente al mal, por así decir, porque tal como nos recordaba en su día el gran Pontífice León XIII (Carta Encíclica <Divinum Illud Munus>; Roma, 9 de Mayo de 1897):

 
 
“Aquella divina misión que, recibida del Padre en beneficio del género humano, tan santísimamente desempeñó Jesucristo, tiene como último fin hacer que los hombres lleguen a participar de una vida bienaventurada en la gloria eterna; y como fin inmediato, que durante la vida mortal, vivan la vida de la gracia divina, que al final se abre florida a la vida celestial.


Por ello el Redentor mismo no cesa de invitar con suma dulzura a todos los hombres, de toda nación y lengua, para que vengan al seno de la Iglesia: <Venid a mí todos, yo soy la vida, yo soy el <Buen Pastor>…

Y Nos, que constantemente hemos procurado, con auxilio de Cristo Salvador, el príncipe de los pastores, y obispos de nuestras almas, imitar sus ejemplos, hemos continuado religiosamente su misión, encomendada a los Apóstoles, principalmente a Pedro, cuya dignidad también se transmite a un heredero menos digno. Guiados por esa intención, en todos los actos de nuestro Pontificado a dos cosas principalmente hemos atendido y sin cesar atendemos. Primero, a restaurar la vida cristiana así en la sociedad pública, como familiar, tanto en los gobernantes, como en los pueblos; porque de Cristo puede derivar la Vida para todos. Segundo, a fomentar la reconciliación con la Iglesia de los que, o en la fe, o por la obediencia, están separados de ella; porque la voluntad de Cristo es que haya sólo un rebaño bajo un solo Pastor”

Por eso todos los sucesores de Pedro se han esmerado en proseguir la tarea iniciada por Jesús con aquellas hermosas palabras: “Yo soy el <Buen Pastor>; y conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí>”:

“Este conocimiento, es un conocimiento singular. Nace de una solicitud salvadora. Es conocimiento no solo de la mente, sino también del corazón; conocimiento del que ama y, recíprocamente, es amado; de quien es fiel y, al fiarse, entrega su confianza. La confianza y la sensación de seguridad, garantizadas por Dios Buen Pastor, no faltan ni siquiera en la hora de la prueba y de las experiencias más difíciles: <Aunque ande yo por valle tenebroso/ no temo ningún mal> (Salmo 22, 4).

Es la puerta de las ovejas. En todo momento en la buena y la mala suerte, el sacerdote sabe que su alma, y las almas confiadas a su cuidado, conforman el objeto de una singular solicitud por parte del <Buen Pastor>.
 
 
 
 
Por eso afronta su misión  con confianza. Sabe que para todos está abierto el paso hacia la vida eterna a través de esa puerta viviente, única y universal, que es Cristo, nuestra Pascua” (Papa San Juan Pablo II; 28 de abril de 1996). Sí, el Señor es el <Buen Pastor>, incluso en el desierto, lugar de ausencia y de muerte, tal como aseguraba el Papa Benedicto XVI refiriéndose al Salmo 23 (22):


“También nosotros como el salmista, si caminamos detrás del <Pastor divino>, aunque los caminos de nuestra vida resulten difíciles,  tortuosos o largos, con frecuencia incluso por zonas espiritualmente desérticas, sin agua y con el sol del racionalismo ardiente, bajo la guía del  Pastor bueno, Cristo, debemos  estar seguros de ir por los senderos <justos>, y que el Señor nos guía, está presente cerca de nosotros y no nos faltará nada. <Aunque que camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tú vara y tu cayado me sostienen”
(Audiencia General del 5 de octubre de 2011)

 Con estas sentidas palabras termina la primera parte del Salmo 23 (22) al que venimos refiriéndonos, porque el Señor lo puso de ejemplo a sus apóstoles, dando paso a un  escenario en el que el salmista nos transporta a un nuevo lugar, nos transporta a un paraje, todavía en el desierto, en el que el <Pastor divino> prepara un jardín para aquel que le escucha y sigue su camino (Sal (23) 5):
“Preparas una mesa para mi frente a mis adversarios, unges con oleo mi cabeza, mi copa rebosa”


 
 
Se presenta ahora el Señor como Aquel que acoge al orante, con signos de una hospitalidad generosa…Alimento, aceite, vino: son los dones que dan vida y alegría porque van más allá de lo que es estrictamente necesario y expresa la gratuidad y la abundancia del amor (Benedicto XVI; Ibid)

 Por último, recordemos  que así cantaba, el salmista, la magnanimidad y caridad de Dios (Sal (23, 6):

“Tu bondad y misericordia me acompañan todos los días de mi vida; y habitaré en la casa del Señor por dilatados días”

Así es, <la bondad y la fidelidad de Dios> son la escolta que acompaña al orante que sale en camino. Un camino que ahora tiene un nuevo sentido, porque el Hijo de Dios, que ha llegado al mundo, nos ha traído un Mensaje con un nuevo mandamiento: <amaros los unos a los otros como yo os he amado>. Es, pues, evidente que el seguir el camino del <Pastor divino> implica la llegada a su casa, es la meta de este sendero; este es el oasis deseado en el desierto del  laicismo, del modernismo y de otros <ismos>… lugar de refugio para el que huye del mortal enemigo, lugar de paz, donde se experimenta la bondad y misericordia de Dios…

 
 
Como nos decía el Papa Benedicto XVI al terminar la Audiencia general que venimos recordando  del año 2011: “El Salmo 23(22) nos invita a renovar nuestra confianza en Dios, abandonándonos totalmente en sus manos. Por lo tanto, pidamos con fe que el Señor nos conceda, incluso en los caminos difíciles de nuestro tiempo, caminar siempre por sus senderos como rebaño dócil y obediente, nos acoja en su casa, a su mesa, y nos conduzca hacia <fuentes tranquilas>, para que, en la acogida del don de su Espíritu, podamos beber en sus manantiales, fuentes de aquella agua viva <que salta hasta la vida eterna> (Jn 4, 1-14)”

Y también, tengamos siempre presente, como nos sugiere el Papa Francisco, que el <Buen Pastor>:

“Ve, llama, habla, toca y sana; pensemos en el Padre que se hace carne en su Hijo, por compasión…

 
 
Es una gracia para el pueblo tener buenos pastores, pastores como Jesús, que no se avergüenzan de tocar la carne herida, que saben que sobre esto, no solo ellos, sino nosotros, seremos juzgados (Mt 25, 31-46):  “Tuve hambre…, tuve sed…, era forastero…, estaba desnudo…, enfermo…, en la cárcel…) (Misa Matutina en la Capilla de la Domus Sanctae Marthae; lunes 30 de octubre d 2017)

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

 

 

 

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