María solía escuchar a Dios y transcurrir su tiempo con Él. Las
Palabras de Dios eran su secreto: Cercana a su corazón, se hizo carne luego en
su seno. Permaneciendo con Dios, dialogando con Él en toda circunstancia, María
hizo bella su vida. No la apariencia, no lo que pasa, sino el corazón tendido
hacia Dios hace bella la vida.
“En la reflexión doctrinal de la Iglesia de Oriente, la expresión
<llena de gracia>, fue interpretada, ya desde el siglo VI, en el sentido
de una santidad singular que reina en María, durante toda su existencia. Ella
inaugura así la nueva creación.
Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el
Magisterio han considerado el así llamado Proto-Evangelio (Gen 3,15) como una
fuente más de la Sagradas Escrituras, sobre la verdad de la Inmaculada
Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua versión latina:
<Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te
herirá en la cabeza, mientras tú le herirás en el talón>, ha inspirado
muchas representaciones de la Inmaculada que aplasta a la serpiente bajo sus
pies”
“Dado que la concepción bíblica establece una profunda solidaridad
entre el progenitor y la descendencia, es coherente con el sentido original del
pasaje la representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, no por
virtud propia sino de la gracia del Hijo.
Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y de su linaje,
María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y esto desde el primer
momento de su existencia…
La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio
exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia
total de pecado, ya desde el inicio de su vida.
El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo
beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Como
consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando
así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra
redentora”
Un misterio que no cesa de atraer la <contemplación de los creyentes
e inspira la reflexión de los teólogos>. El tema del Congreso que acabo de
recordar <María de Nazaret acoge al Hijo de Dios en la historia>, ha
favorecido una profundización de la doctrina de la concepción inmaculada de
María como presupuesto para la acogida en su seno virginal del Verbo de Dios encarnado,
Salvador del género humano…
El Padre la eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que
fuera santa e inmaculada ante él por el amor, predestinándola como primicia a
la adopción filial por obra de Jesucristo (Ef 1, 4-5).
La predestinación de María, como la de cada uno de nosotros, está
relacionada con la predestinación del Hijo. Cristo es la <estirpe> que
<pisará la cabeza> de la antigua serpiente, según el libro del Génesis
(3, 15); es el Cordero <sin mancha> (Ex 12, 5; 1 P 1, 19), inmolado para
redimir a la humanidad del pecado. En previsión de la muerte salvífica
de Él, María, su Madre, fue preservada del pecado original y de todo
pecado. En la victoria del nuevo Adán está también la de la nueva Eva, madre de
los redimidos.
Así, la Inmaculada es signo de esperanza para todos los
vivientes, que han vencido a Satanás en virtud de la sangre del Cordero (Ap 12,
11)”
Por eso como sigue diciendo el Papa Juan Pablo II (ibid):
“La Inmaculada, que es <comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de
Cristo, llena de juventud y de hermosura>, precede siempre al pueblo de Dios
en la peregrinación de la fe hacia el reino de los cielos (Lumen Gentium 58;
Redemptoris Mater, 2). En la concepción inmaculada de María la Iglesia ve
proyectarse, anticipadamente en su miembro más noble, la gracia salvadora de la
Pascua”
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