Aquellas páginas han guiado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía. Ya en tiempos más cercanos a nosotros, se han de mencionar tres Cartas Encíclicas: <Mirae Caritatis> de León XIII (28 de mayo de 1902), <Mediator Dei> de Pio XII (20 de noviembre de 1947) y la <Mysterium Fidei> de Pablo VI (3 de septiembre de 1965).
Como consecuencia de ello, vio la luz la Instrucción <Redemptionis Sacramentum>, con ocasión de la solemnidad de la Anunciación del Señor, el 25 de marzo de 2004. Ya en la Introducción de este documento se menciona la importancia de la observancia de las normas promulgadas por la Iglesia sobre la Sagrada Liturgia y las profundas consideraciones sobre las que han sido basadas (Introducción Redemptionnis Sacramentum. Congregación para el Culto y la Disciplina de los Sacramentos. Roma 25 de marzo de 2004):
“La observancia de las normas que
han sido promulgadas por la autoridad de la Iglesia exige que concuerden la mente
y la voz, las acciones externas y la intención del corazón. La mera observancia
externa de las normas, como resulta evidente, es contraria a la esencia de la
Sagrada Liturgia, con la que Cristo quiere congregar a la Iglesia, y con ella
<formar un solo cuerpo y un solo espíritu>. Por esto la acción externa
debe estar iluminada por la fe y la caridad, que nos une con Cristo y los unos
con los otros, y suscitan en nosotros la caridad hacia los pobres y
necesitados.
Las palabras y los ritos litúrgicos son expresión fiel, madurada a lo largo de los siglos, de los sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que Él; conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón. Cuanto se dice en esta Introducción, intenta conducir a esta conformación de nuestros sentimientos con los sentimientos de Cristo, expresados en las palabras y ritos de la Liturgia”
Por supuesto, la <Fracción del Pan> o Eucaristía, ha sido y sigue siendo el centro de la vida de la Iglesia, tal como también recordaba el Papa Juan Pablo II con motivo del <año de la Eucaristía>, correspondiente al periodo de tiempo <octubre 2004-octubre 2005>: “En ella se recibe a Jesucristo en persona, como <pan vivo que ha bajado del cielo> (Jn 6, 51), y con Él se nos da la prenda de la vida eterna, merced a la cual se pregusta el Banquete eterno en la Jerusalén celeste”
Sí, porque el hombre desea conseguir la felicidad, aunque casi nunca sabe cómo debe alcanzarla, absorto en los bienes terrenales, olvidado completamente de los bienes eternos. Pues bien, como nos aseguraba el Papa Juan Pablo II y tantos otros Pontífices de la Iglesia, el Banquete eterno en la Jerusalén celeste, solo se puede pregustar en el Santísimo Sacramento del Altar.
Así lo pone de manifiesto, por ejemplo, las bellas palabras del Papa León XIII, en su Carta Encíclica <Mirae Caritatis> Dada en Roma el 28 de mayo de 1902, un Pontífice que vivió durante una época verdaderamente peligrosa para la humanidad, donde se fraguaron errores teológicos y hábitos ciertamente inmorales, los cuales aún hoy en día persisten, pero aumentados:
“Como quiera que esta que
llamamos vida celestial y divina tiene manifiesta semejanza con la vida natural
del hombre, así como ésta se sostiene y robustece con el alimento, así aquella
conviene que tenga también un alimento o comida que la sustente y fortalezca.
Oportuno es recordar aquí en que tiempo y forma Cristo movió y preparó el ánimo
del hombre para que recibiese convenientemente y fructuosamente el <pan
vivo> que había de darle…Para establecer en los espíritus
el vigor y el fervor de la fe, nada más apropósito, que el misterio
Eucarístico, llamado con toda propiedad <Misterio de Fe>; pues ciertamente,
cuánto hay de admirable y singular en los milagros y obras sobrenaturales se
contiene en éste: El Señor misericordioso hizo compendio de todas sus
admirables obras, dio comida a los que acogen su palabra”
El Papa Pablo VI,
muy comprometido con el Mensaje de Cristo, quiso también con esta misiva poner
de manifiesto algunas denuncias a tal respecto, algunas de las cuales, quizás
convendrían recordar en estos momentos:
“Sabemos ciertamente que entre
los que hablan y escriben de este Sacrosanto Misterio, hay algunos que divulgan
ciertas opiniones de las misas privadas, del Dogma de la Transustanciación y
del culto eucarístico, que perturban las almas de los fieles, causándoles no
poca confusión en las verdades de la fe, como si a cualquiera le fuera
licito olvidar la doctrina, una vez
definida por la Iglesia, o interpretarla de modo que el genuino significado de
la palabra o la reconocida fuerza de los conceptos, queden enervados (faltos de
fuerza o argumentos)”
El Papa Pablo VI, con esta Carta Encíclica, pretendía poner las ideas claras, aunque ya estaban clarísimas desde los primeros siglos entre las comunidades cristianas católicas, tal como los Padres de la Iglesia han enseñado, con respecto al Misterio de la Santísima Eucaristía (Ibid):
“Es lógico que al investigar este
Misterio sigamos como una estrella el magisterio de la Iglesia, a la cual el
Divino Redentor ha confiado la palabra de Dios, escrita o transmitida
oralmente, para que la custodie y la interprete, convencidos de que aunque no
se indague con la razón, aunque no se explique con la palabra, es verdad, sin
embargo, lo que desde la antigua edad con fe católica veraz se predica y se
cree en toda la Iglesia”
Recuerda el Papa Pablo VI, en su
Encíclica, al gran doctor de la Iglesia San Agustín, nacido
en Tagaste, en la provincia de Numidia, en el África romana, en el año
354; gran luchador contra herejías de su
época, tales como el montanismo, el donatismo, el pelagianismo o el arrianismo;
San Agustín es, uno de los sabios de la Iglesia más prolijos, ya que escribió
muchas obras y abarcó todos los ámbitos de pensamiento. A él se deben, por
ejemplo, las siguientes palabras (De Civ. Dei 10, 23 PL 41, 300):
“Los filósofos escriben, hablan libremente, y en las cosas más difíciles de entender, no temen herir los oídos religiosos. Nosotros, en cambio, debemos hablar según una regla determinada, no sea que el abuso de las palabras engendre alguna opinión impía, aún sobre las cosas allí significadas”
“Los filósofos escriben, hablan libremente, y en las cosas más difíciles de entender, no temen herir los oídos religiosos. Nosotros, en cambio, debemos hablar según una regla determinada, no sea que el abuso de las palabras engendre alguna opinión impía, aún sobre las cosas allí significadas”
Excelente y sensato consejo del
Santo Doctor de la Iglesia que fue Obispo de Hipona (hoy Anaba, en la costa de
Argelia) desde el año 396 hasta el año 430 en que murió, durante el asedio de
los vándalos a dicha ciudad, que debería
ser un ejemplo a seguir por los hombres de todos los tiempos.
Dice Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica <Sacramentum Caritatis> en el apartado dedicado a la <Celebración de la Eucaristía como obra del Christus Totus>, que el Padre más grande de la Iglesia latina, San Agustín, se expresaba en los términos siguientes:
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