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lunes, 31 de agosto de 2020

EL AUGUSTO SACRAMENTO DEL ALTAR: LA EUCARISTIA (4ª Parte)





Aquellas páginas han guiado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía. Ya en tiempos más cercanos a nosotros, se han de mencionar tres Cartas Encíclicas: <Mirae Caritatis> de León XIII (28 de mayo de 1902), <Mediator Dei> de Pio XII (20 de noviembre de 1947) y la <Mysterium Fidei> de Pablo  VI (3 de septiembre de 1965).
El Concilio Vaticano II, aunque no ha publicado un documento específico sobre el Misterio Eucarístico, ha ilustrado también sus diversos aspectos a lo largo del conjunto de sus documentos, y en especial en la Constitución dogmática sobre la Iglesia <Lumen Gentium> y en la Constitución  sobre la sagrada Liturgia <Sacrosantum Concilium>”




Como consecuencia de ello, vio la luz la Instrucción <Redemptionis Sacramentum>, con ocasión de la solemnidad de la Anunciación del Señor, el 25 de marzo de 2004. Ya en la Introducción de este documento se menciona la importancia de la observancia de las normas promulgadas por la Iglesia sobre la Sagrada Liturgia y las profundas consideraciones sobre las que han sido basadas (Introducción Redemptionnis Sacramentum. Congregación para el Culto y la Disciplina de los Sacramentos. Roma 25 de marzo de 2004):

 
 
 
 
“La observancia de las normas que han sido promulgadas por la autoridad de la Iglesia exige que concuerden la mente y la voz, las acciones externas y la intención del corazón. La mera observancia externa de las normas, como resulta evidente, es contraria a la esencia de la Sagrada Liturgia, con la que Cristo quiere congregar a la Iglesia, y con ella <formar un solo cuerpo y un solo espíritu>. Por esto la acción externa debe estar iluminada por la fe y la caridad, que nos une con Cristo y los unos con los otros, y suscitan en nosotros la caridad hacia los pobres y necesitados.




Las palabras y los ritos litúrgicos son expresión fiel, madurada a lo largo de los siglos, de los sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que Él; conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón. Cuanto se dice en esta Introducción, intenta conducir a esta conformación de nuestros sentimientos con los sentimientos  de Cristo, expresados en las palabras y ritos de la Liturgia”             




Por supuesto, la <Fracción del Pan> o Eucaristía, ha sido y sigue siendo el centro de la vida de la Iglesia, tal como también recordaba el Papa Juan Pablo II con motivo del <año de la Eucaristía>, correspondiente al periodo de tiempo <octubre 2004-octubre 2005>: “En ella se recibe a Jesucristo en persona, como <pan vivo que ha bajado del cielo> (Jn 6, 51), y con Él se nos da la prenda de la vida eterna, merced a la cual se pregusta el Banquete eterno en la Jerusalén celeste”


Sí, porque el hombre desea conseguir la felicidad, aunque casi nunca sabe cómo debe alcanzarla, absorto en los bienes terrenales, olvidado completamente de los bienes eternos. Pues bien, como nos aseguraba el Papa Juan Pablo II y tantos otros Pontífices de la Iglesia, el Banquete eterno en la Jerusalén celeste, solo se puede pregustar en el Santísimo Sacramento del Altar.
Así lo pone de manifiesto, por ejemplo, las bellas palabras del Papa León XIII, en su Carta Encíclica <Mirae Caritatis> Dada en Roma el 28 de mayo de 1902,  un Pontífice que vivió durante una época verdaderamente peligrosa para la humanidad, donde se fraguaron errores teológicos y hábitos ciertamente inmorales, los cuales aún hoy en día persisten, pero aumentados:


 
 
“Como quiera que esta que llamamos vida celestial y divina tiene manifiesta semejanza con la vida natural del hombre, así como ésta se sostiene y robustece con el alimento, así aquella conviene que tenga también un alimento o comida que la sustente y fortalezca. Oportuno es recordar aquí en que tiempo y forma Cristo movió y preparó el ánimo del hombre para que recibiese convenientemente y fructuosamente el <pan vivo> que había de darle…Para establecer en los espíritus el vigor y el fervor de la fe, nada más apropósito, que el misterio Eucarístico, llamado con toda propiedad <Misterio de Fe>; pues ciertamente, cuánto hay de admirable y singular en los milagros y obras sobrenaturales se contiene en éste: El Señor misericordioso hizo compendio de todas sus admirables obras, dio comida a los que acogen su palabra”

 
Recordemos que precisamente <Mysterium Fidei> (3 septiembre de 1965) es el título dado por el Papa Pablo VI , bastante años después de estas palabras de León XIII, a una Carta   por él escrita para tratar principalmente sobre  la doctrina y el culto de la Sagrada Eucaristía, con la clara intención de restaurar la Sagrada Liturgia, que por entonces había sufrido algunos malos entendidos, y de esta forma lograr <copiosos frutos de piedad eucarística>, como él mismo manifestaba en su Encíclica.

El Papa Pablo VI, muy comprometido con el Mensaje de Cristo, quiso también con esta misiva poner de manifiesto algunas denuncias a tal respecto, algunas de las cuales, quizás convendrían recordar en estos momentos:


 
 
“Sabemos ciertamente que entre los que hablan y escriben de este Sacrosanto Misterio, hay algunos que divulgan ciertas opiniones de las misas privadas, del Dogma de la Transustanciación y del culto eucarístico, que perturban las almas de los fieles, causándoles no poca confusión en las verdades de la fe, como si a cualquiera le fuera licito  olvidar la doctrina, una vez definida por la Iglesia, o interpretarla de modo que el genuino significado de la palabra o la reconocida fuerza de los conceptos, queden enervados (faltos de fuerza o argumentos)”

 
Entre las ideas peregrinas que en tiempos de este magnífico Pontífice, ocupaban las mentes de algunos, se encontraba la de que la Sagrada Hostia quedaba después de la celebración de la Misa, exenta de la presencia viva y real de Nuestro Señor Jesucristo. Cuestiones parecidas a estas en contra del Mensaje de Cristo se divulgaban por entonces entre  distintos miembros de la sociedad, contribuyendo con ello a una relajación en el culto de la Eucaristía.


El Papa Pablo VI, con esta Carta Encíclica, pretendía poner las ideas claras, aunque ya estaban clarísimas desde los primeros siglos entre las comunidades cristianas católicas, tal como los Padres de la Iglesia han enseñado, con respecto al Misterio de la Santísima Eucaristía (Ibid):

 
 
 
 
“Es lógico que al investigar este Misterio sigamos como una estrella el magisterio de la Iglesia, a la cual el Divino Redentor ha confiado la palabra de Dios, escrita o transmitida oralmente, para que la custodie y la interprete, convencidos de que aunque no se indague con la razón, aunque no se explique con la palabra, es verdad, sin embargo, lo que desde la antigua edad con fe católica veraz se predica y se cree en toda la Iglesia”

 

Recuerda el Papa Pablo VI, en su Encíclica, al gran doctor de la Iglesia San Agustín,  nacido  en Tagaste, en la provincia de Numidia, en el África romana, en el año 354; gran luchador contra  herejías de su época, tales como el montanismo, el donatismo, el pelagianismo o el arrianismo; San Agustín es, uno de los sabios de la Iglesia más prolijos, ya que escribió muchas obras y abarcó todos los ámbitos de pensamiento. A él se deben, por ejemplo, las siguientes palabras (De Civ. Dei 10, 23 PL 41, 300):
“Los filósofos escriben, hablan libremente, y en las cosas más difíciles de entender, no temen herir los oídos religiosos. Nosotros, en cambio, debemos hablar según una regla determinada, no sea que el abuso de las palabras engendre alguna opinión impía, aún sobre las cosas allí significadas”

 
 
 
Excelente y sensato consejo del Santo Doctor de la Iglesia que fue Obispo de Hipona (hoy Anaba, en la costa de Argelia) desde el año 396 hasta el año 430 en que murió, durante el asedio de los vándalos a dicha ciudad,  que debería ser un ejemplo a seguir por los hombres de todos los tiempos.



Dice Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica <Sacramentum Caritatis> en el apartado dedicado a la <Celebración de la Eucaristía como obra del Christus Totus>, que el Padre más grande de la Iglesia latina, San Agustín, se expresaba en los términos siguientes:


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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