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miércoles, 5 de noviembre de 2014

JESÚS DIJO: TU FE TE HA SALVADO



 
 



Recordemos que Jesús solía decir <tu fe te ha salvado>, cuando curaba milagrosamente de los males del cuerpo y del alma. Así sucedió por ejemplo en el caso de los leprosos, curados camino de Jerusalén, cuando ingratamente sólo uno de ellos regresó para darle las gracias al Señor (Lc 17, 11-19):

"Acaeció que, al dirigirse Él a Jerusalén, pasaba  entre los confines de Samaria y de Galilea / Y al entrar Él en cierta aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales, manteniéndose a distancia / levantaron la voz diciendo <Jesús Rabino, compadécete de nosotros> / Luego que los vio, les dijo: Id y mostraros a los sacerdotes. Y sucedió que mientras iban quedaron limpios / Uno de ellos, viendo que había sido curado, volvió atrás, glorificando a Dios a grandes voces / y cayendo sobre su rostro a los pies de Jesús, le dio las gracias. Era samaritano / Tomando Jesús la palabra, dijo: ¿No quedaron limpios los diez? ¿Y los otros nueve donde están? / ¿No se hallaron quienes volviesen a dar gloria a Dios, sino ese extranjero? / Y dijo: Levántate y vete, <tu fe te ha salvado>"

 


Así sucedió también en otros casos, como el del ciego de Jericó (Mc 10, 46-52):

"Y llegan a Jericó. Y al salir de él con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timoteo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna / Y cuando oyó decir que era Jesús el Nazareno, comenzó a dar gritos y decía: Hijo de David, ten compasión de mí / Y le increpaban mucho para que se callase. Pero el gritaba mucho más <Hijo de David, ten compasión de mí> / Y deteniéndose Jesús, dijo: Llamadle y llaman al ciego, diciéndole: <Buen ánimo, levántate, te llama> / Él, tirando de la capa, levantándose de un  salto, se vino a Jesús /Y dirigiéndose a él, dijo Jesús: ¿Qué quieres que haga contigo? Él le dijo: Rabino, que yo recobre la vista / Y Jesús le dijo: Anda <tu fe te ha salvado>, Y al instante recobró la vista y le seguía en el camino"

Sí, Cristo busca la fe en las personas que cura de sus males como sucedió en el  caso especialmente emotivo de la hija de una mujer cananea.
En esta ocasión hasta parece, en principio, que Jesús no quiere escuchar las súplicas de la extranjera, aunque en realidad pretende provocar un estallido de su fe conmovedora. La mujer dijo ante lo que parecía reticencia del Señor a su petición (Mt 15, 27): 

<también los perrillos comen las migajas de las mesas de sus dueños> . Por eso, tras de la prueba, Jesús le dice ( Mt 15, 28):

                                       < ¡Grande es tu fe! Hágase como deseas>
 
 


Ciertamente, Jesús quiere despertar en los hombres la fe:

“Desea que respondan a la palabra del Padre, pero lo quiere siempre respetando la dignidad del hombre, porque en la búsqueda misma de fe está ya presente una forma de fe, una forma implícita, y por eso queda ya cumplida la condición necesaria para la salvación”

 (Cruzando el umbral de la esperanza. Juan Pablo II. Círculo de lectores. Editado por Vittorio Messori 2009)
Estas palabras del Papa Juan Pablo II están totalmente en consonancia con lo que  nos enseña  el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 160):

“El hombre al creer debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de la fe es voluntario por su propia naturaleza.
Ciertamente Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en la verdad. Por ello quedan vinculados por su conciencia, pero no coaccionados…Esto se hizo patente sobre todo en Cristo Jesús.

En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión. Él no forzó jamás a nadie. Dio testimonio de la verdad, pero no quiso  imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino crece por el amor con que Cristo exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él”
 
 

 
Sí, el acto de  fe es voluntario y la Iglesia no cesa de recordarlo a los hombres de todos los  tiempos, porque la <verdadera libertad del individuo proviene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios>. Por ello se puede asegurar que la educación cristiana está  fundada sobre la libertad, pero no sobre las malas costumbres, que algunos han pretendido imponer, llevados del olvido de Cristo y el consejo del maligno.

Por eso, el repudio del Señor  es una gran desgracia como aseguraba el Papa León XIII (Carta Encíclica <Tametsi Futura>; dada en Roma el 1 de noviembre de 1990): 

 



“El no haber conocido nunca a Jesucristo es una gran desgracia, pero desgracia, al fin, que no envuelve ingratitud ni maldad; mas el repudiarlo u olvidarlo, ya conocido, es un crimen, tan nefando y aborrecible, que parece no puede darse en el hombre, pues Cristo es el origen y el principio de todos los bienes, y el género humano, así como no pudo ser redimido sin su preciosísima sangre, así tampoco puede ser conservado sin su divino poder.
<En ningún otro hay salud; pues ningún otro nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos>”

Sin embargo, en una sociedad como la actual en la que parece que todo está dispuesto por el hombre y para el hombre, se corre el riesgo de que la exaltación de la libertad del individuo llegue a alcanzar cotas inaceptables, pero también insostenibles, porque al presentarse el hombre totalmente autónomo, al margen de Dios, las sociedades tienden a caer en aquellas herejías que en su día defendieron Arrío y sus seguidores, y que tanto daño hicieron a la Iglesia.

Deberíamos recordar las palabras y consejos de Papas como León XIII para evitar estos peligros (Ibid):
“No se crea que el hombre no puede entender y discernir cosas naturales con la luz de su razón; pero aún cuando entendiese con ella todas las cosas, y sin ningún tropiezo guardarse todo precepto en su vida, lo que no puede ser, sin la gracia del Redentor por auxilio, nadie habrá que pudiese confiar en su eterna salvación destituido de la fe:

 
 


<Si alguien no permaneciera en Mí, será echado fuera como una rama, y se secará, y lo recogerán, y lo echarán al fuego y arderá> (Jn 15, 6); < El que no crea será condenado> (Mc 16, 16).

Y por último, demasiadas pruebas y documentos tenemos ante nosotros, de los frutos que acarrea el menosprecio de la fe”  

 
Y es que sin fe no hay salvación, por eso cuando un periodista le hizo  al Papa San Juan  Pablo II, la consabidas preguntas que muchos cristianos católicos se han hecho o están a punto de hacerse, ante la constante llamada de la Iglesia a una <nueva evangelización>:

¿Para qué sirve creer? ¿Acaso no es posible vivir una vida honesta, recta, sin tener que molestarse en tomar el Evangelio en serio?

El  Pontífice respondió con sabías palabras (Ibid):



“A  preguntas semejantes se podría responder muy brevemente: la utilidad de la fe no es comparable con bien alguno, ni siquiera con los bienes de naturaleza moral…

Se puede decir que  la fundamental utilidad de la fe está en el hecho mismo de haber creído, y de haber confiado…
Creyendo y confiando, damos una respuesta a la palabra de Dios: esa palabra no cae en vacío, vuelve con su fruto a aquel que la había pronunciado, como está dicho de modo tan eficaz en el libro del profeta Isaías.

Sin embargo Dios no quiere obligarnos en absoluto a una tal respuesta”

 
El Papa se refiere, al libro de Isaías en el que el Profeta exhortaba al pueblo de Israel en la espera de  recibir la futura Redención (Is. 55, 6-11):

"Buscad a Yahveh, (ahora) que puede ser hallado; clamad a Él, (ahora) que está cerca / Apártese el impío de su camino y el ruin de su designio y conviértase a Yahveh para que se apiade de él, pues ampliamente perdona / Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestras sendas las mías, afirma Yahveh / mas, como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más elevados que vuestros caminos, y mis pensamientos que vuestros pensamientos / Pues así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y allá no vuelven, sino que empapan la tierra y la fecundan y hacen germinar, de suerte que otorga sementera al sembrador y pan al que come / tal, será mi palabra, que ha salido de mi boca: no tornará a mí de vacío, sin que haya producido lo que yo quería, y llevado a efecto felizmente aquello para lo que la envié"
 
 

 
Bellas y significativas las enseñanzas de Dios a través de su Profeta Isaías, que incumben no solo al antiguo pueblo de Israel sino a toda la humanidad a través de los siglos como nos hace ver el Papa San Juan Pablo II en su respuesta a un periodista.

Precisamente en esta misma ocasión el Papa nos recuerda también que el Concilio Vaticano II se ocupó del problema de la libertad del hombre y de su dignidad como ser humano ante la fe salvadora.  En concreto en la <Dignitatis humanae>, se asegura  que (Ibid):

“Por razón de su dignidad todos los seres humanos, en cuanto son personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre y, por eso, investidos de personal responsabilidad, están por su misma naturaleza y por deber moral obligados a buscar la verdad, en primer lugar la concerniente a la religión.

Están obligados también a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según sus exigencias”

Verdaderamente se puede comprende que el Concilio Vaticano II ha tratado la <libertad del hombre> en profundidad, muy seriamente, y ha mostrado como la respuesta dada por el ser humano a Dios y a su Palabra, mediante la fe, está estrechamente unida a la dignidad personal del hombre.



Por eso a la luz de las enseñanzas aportadas por el Concilio podemos exclamar con el Papa San  Juan Pablo II (Ibid):

“La esencial utilidad de la fe cristiana consiste en el hecho de que, a través de ella, el hombre realiza el bien en su naturaleza racional. Y lo realiza dando respuesta a Dios, como es su deber. Un deber no sólo hacia Dios, sino también hacia sí mismo.

Cristo lo ha hecho todo para convencernos de la importancia de esta respuesta que el hombre está llamado a dar en condiciones de libertad interna, para que en ella refulja aquel <Splendor Veritatis> tan esencial a la dignidad humana.

Él ha comprometido a la Iglesia para que actúe del mismo modo: por eso son tan habituales en la historia las protestas contra todos los que han intentado constreñir la fe <convirtiendo con la espada>”



Recordemos también que Jesús se mostró exigente con sus Apósteles cuando estos le piden que les aumente la fe, al igual que lo sigue haciendo con todos nosotros (Lc 17, 5-10):

"Dijeron los Apóstoles al Señor: Auméntanos la fe / Dijo el Señor: <Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a este moral –Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería> / <Si uno de vosotros tiene un esclavo ocupado en la labranza o en el pastoreo, cuando llega a casa a su vuelta del campo, ¿acaso le dirá: Presto, ven a acá, ponte a la mesa? / ¿No le dirá más bien: <Prepárame de cenar, y ciñéndote sírveme, hasta que yo coma y beba, y después comerás y beberás tú? / ¿Por ventura queda reconocido el esclavo por que cumplió lo que le ha ordenado? / Así también vosotros, cuando hubiereis hecho todo lo que se os ha ordenado, decid: <Siervos somos sin provecho; lo que debíamos hacer hemos hecho>"

En efecto, siervos somos de Dios y a Él le debemos dar la respuesta de fe que  nos pide, porque su Hijo unigénito lo dio todo por nosotros, hasta la propia vida, y por Muerte en  Cruz (Jn 12, 44-49):
"Quién cree en mí  no cree en mí, sino en aquel que me envió / Y quién me ve, ve al que me envió / Yo vine como la luz al mundo, para que todo el que crea en mí no quede en las tinieblas / Y quien oyere mis palabras y nos la guardare, yo no le juzgo, porque no vine para juzgar al mundo sino para salvar al mundo / Quién me desecha y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgará en el último día / Que yo no hablé por mi iniciativa, sino el Padre, que me envió. Él me dio la orden de qué había de decir y qué había de hablar / Y sé que su mandato es vida eterna. Lo que yo hablo, pues, así lo hablo conforme me lo ha encargado el Padre"

 



Estaba ya muy próxima la Pasión y Muerte de Jesús cuando,  éste pronunció las sentidas palabras de estos versículos, frente a aquellos fariseos incrédulos que cuestionaban todo lo que hacía y decía, casi igual que hacen algunos hombres en la actualidad...

No puede extrañar por ello que incluso en contra de lo que creían en la antigüedad los santos Padres y toda la comunidad cristiana, más tarde, se haya cuestionado el hecho mismo de que estas palabras fueron dichas por Jesús,  atribuyéndoselas al propio evangelista, cosa imposible si tenemos en cuenta que éste comienza los versículos diciendo:   <Más Jesús levantó la voz y dijo…>.

Por otra parte, el Papa San Juan Pablo II refiriéndose a la pregunta realizada por un periodista sobre la posibilidad de ignorar los Evangelios sin que por ello fuera imposible su salvación, mencionada anteriormente, puntualizaba  (Ibid):

“En su pregunta se habla de una vida honesta, recta, pero sin el Evangelio. Respondería que si una vida es verdaderamente recta es porque el Evangelio, no conocido o no recibido a nivel consciente, en realidad desarrolla ya su acción en lo profundo de la persona  que busca con honesto empeño la verdad y está dispuesto a aceptarla, a penas la conozca.

Una  tal disponibilidad es manifestación de la gracia que obra en el alma…<La libertad del Espíritu encuentra la libertad del hombre y la confirma hasta el fondo>"

 


Tengamos en cuenta que, defender ideas contrarias a las manifestadas por este santo Papa podría suponer aceptar, por ejemplo,  las herejías de Palagio, monje británico que vivió entre los siglos IV y V, el cual sostenía heréticamente, que sin la gracia divina el hombre es realmente llamado a la salvación y que una vida honesta ya es suficiente para alcanzarla.


Nada más lejos de lo que defiende la Iglesia católica, de acuerdo con la doctrina de Cristo, esto es: que el hombre es llamado antes o después a buscar su salvación, que una vida honesta es condición sine qua non  para alcanzarla, pero que esta salvación no se puede alcanzar sin el aporte de la gracia. Esto significa, por tanto, que el hombre solo puede ser salvado por Dios, eso sí, teniendo en cuenta su colaboración.

Sin embargo el hombre no puede pretender, sin fe salvarse, el hombre nunca alcanzaría la redención sin Cristo, sin Él no hay salvación, nos recuerda el Papa León XIII (Carta Encíclica <Tametsi Futura> ):



“En Cristo todos serán vivificados (ICor. 15, 22)…Y su reino no tendrá fin (Lc 1, 33), por voluntad eterna de Dios, está en Jesucristo puesta toda la salvación, no solamente de algunos, sino de todos los mortales, pues aquellos que de él se alejan asimismo por esto se condenan a su propia ruina, guiados por un cierto furor; al mismo tiempo cuanto es de su parte hacen porque la sociedad humana, como arrebatada por gran ímpetu, caiga en aquellos males e infortunios de que nos libró el Redentor por su misericordia y piedad.
Incurren en un error harto inconsistente, que los aparta muy lejos del fin deseado, quienes toman caminos extraviados; del mismo modo, si se rechaza la clara luz de la verdad, es porque los ánimos están ofuscados y como infatuados de la miserable perversidad de las opiniones.

¿Qué esperanza de salud puede haber para aquellos que abandonan el principio y fuente de vida? Cristo es únicamente el camino, la verdad y la vida”

 <Yo soy el camino, la verdad y la vida>, es la repuesta de Jesús a su Apóstol Tomás cuando éste le preguntó por el camino que debían seguir para alcanzar la morada que les tenía prepara,  a él y sus compañeros (Jn 14, 5-7). Y esta respuesta es sumamente clara y vigente desde que la pronunció nuestro Salvador, hasta nuestros días, porque fuera de Él, no hay sino descamino, mentira y muerte.

Podría parecer que las palabras de un Papa como León XIII, de siglos pasados, son demasiado rotundas y hasta fuera de lugar en un mundo tan avanzado tecnológicamente hablando... en el que el hombre desearía erróneamente  estar capacitado para alcanzar la salvación de su alma sin necesidad de la ayuda divina, de la cual desea prescindir.

Pero el día a día nos demuestra lo erróneo de esta idea, pues a cada paso las palabras de León XIII se muestran más ajustadas a verdad y razón, adivinando de alguna manera también el futuro de una humanidad como la actual  en la que los valores morales y espirituales están en retroceso e incluso muchas veces olvidados en las mentes de aquellos que en otros días los conocieron y practicaron.



Leyes en contra de la familia, como aquellas que favorecen el divorcio rápido,  las uniones entre homosexuales y el aborto libre, entre otras muchas, nos reafirman en esta idea; nos obstante la esperanza en un futuro mejor no faltará nunca en la Iglesia de Cristo, que sigue manteniéndose en pie, en contra de las fuerzas del mal, y que sigue proclamando la necesidad de la vuelta a Cristo de toda la sociedad. Mensaje que por otra parte fue proclamado por todos los santos Padres  y los Papas a lo largo de los siglos.

Concretamente el Papa Benedicto XV (1914-1922) en su Carta Encíclica <Spiritus Paraclitus>, recuerda que San Jerónimo (347-420), el llamado <Doctor Maxímo>, decía que:

 <Como no puede estar la cabeza separada del cuerpo místico, así con el amor a la Iglesia tiene que ir necesariamente unido el amor a Cristo, que debe ser considerado como el principal y más sabroso fruto de la  Ciencia de las Escrituras>.



Y decía más, porque estaba tan convencido San Jerónimo de que el conocimiento de las Sagradas Escrituras, era el mejor camino para llegar al conocimiento profundo y al amor de la figura de Jesús que no dudaba en afirmar que <Ignorar las Escrituras es ignorar  a Cristo>.

Nos narra también Benedicto XV en su Carta Encíclica, que San Jerónimo, tratando de explicar el Apocalipsis de San Juan, se manifestaba así: <Un sólo rio sale del trono de Dios, a saber, la gracia del Espíritu Santo, y esta gracia del Espíritu Santo está en las Santas Escrituras. Pero este rio tiene dos riberas, que son el Antiguo y el Nuevo Testamento, y en ambas riberas está plantado el árbol, que es Cristo>

Por eso, sigue diciendo Benedicto XV que no es de extrañar que en sus piadosas meditaciones acostumbrase, San Jerónimo, a referirse a Cristo en cada momento de la lectura de los Sagrados Textos, y que asegurara al leer los Evangelios que veía en los mismos los testimonios sacados de la Ley de los Profetas. Más aún, él llegaba a expresarse en los términos siguientes:

“Considero sólo a Cristo; si he visto a Moisés y los Profetas, ha sido sólo para entender lo que me decían de Cristo. Cuando por fin he llegado a los esplendores de Cristo y he contemplado la luz resplandeciente del claro Sol, no puedo ver la luz de la linterna ¿Puede una linterna iluminar si la enciendes de día? Si luce el Sol, la linterna se desvanece; de igual manera la Ley y los Profetas se desvanecen ante la presencia de Cristo. Nada quito a la Ley y los Profetas, antes bien, los alabo porque anuncian a Cristo. Pero de tal manera leo la Ley y los Profetas, que no me quedo con ellos, sino que a través de la Ley y de los Profetas trato de llegar a Cristo”

 


 

 

 

 

 

 

 

 

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