Translate

Translate

domingo, 2 de noviembre de 2014

JESÚS Y EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO



 
 



Dice San Jerónimo (347-420) al comentar el Evangelio de San Marcos que <antes de acercarnos a los Sacramentos, se debe remover todo obstáculo, de modo que no quede ninguno en el alma de quienes van a recibirlos, y más concretamente, refiriéndose al Sacramento del Bautismo asegura que <los que van a recibirlo deben creer en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo>.

Este compromiso de fe en el caso del Bautismo de los niños (el Sacramento se empezó a suministrar a los niños hacia el siglo IV d.C.) tendría que  estar avalado por los padres de los mismos, los cuales, como creyentes, deberían tener muy claro el significado del acto litúrgico y del Sacramento por el que sus hijos entran a formar parte del pueblo de Dios.


En efecto, como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia católica (nº 1223) (Vaticano II): “Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública, tras hacerse bautizar por San Juan Bautista en el Jordán, y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: <Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar, lo que yo os he mandado> (Mt 28, 19)”.

Y añadió: <Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo> (Mt 28, 20). Es evidente, pues, que Jesús en su última aparición a los Apóstoles, les indicó la fórmula sacramental mediante la cual deberían suministrar el Sacramento del Bautismo a los hombres, el cual no era ya el bautismo penitencial que suministrara San Juan Bautista a orillas del rio Jordán, al que también el Señor, se quiso someter como prefiguración, al comienzo de su vida pública. En este sentido, el Papa San  Juan Pablo II aclara que:


“Es, de hecho, la primera manifestación de Jesús como Hijo de Dios, mandado por el Padre a cargar consigo y quitar el pecado del mundo (Jn 1, 29). Nada más ser bautizado en el rio Jordán, se abrieron los cielos y descendió sobre Él el Espíritu Santo como una paloma, mientras que desde lo alto resonó un anuncio misterioso: <Este es mi Hijo amado, en quien me complazco>.

El Señor se manifestó así como <el Cristo>, consagrado por Dios en el Espíritu Santo, enviado por Él a anunciar a los pobres el gozoso mensaje de la salvación (Is 61, 1-2). El objetivo de su misión es bautizar a los hombres en el Espíritu Santo (Mt 3, 11; Jn 1, 33), es decir, comunicarles el <fuego> de su vida divina (Lc 12, 49-50. Es lo que se realizará completamente con su Muerte y Resurrección, misterio del que participan  quienes han recibido precisamente el Sacramento del Bautismo (Juan Pablo II. Ángelus 13 enero de 2002)”

Por otra parte, Jesús se sometió voluntariamente al bautismo penitencial, destinado a los pecadores, aunque él no tenía pecado alguno, para como Él mismo dijo <cumplir toda justicia> (Mt 3, 15). Este gesto de Jesús es una manifestación clara de su <anonadamiento>,  por eso,  recomendaba el Apóstol San Pablo a los filipenses, durante su cautividad en Roma, tomando como ejemplo el  <vaciamiento de Jesús a favor de los hombres>   (Flp 2, 5-8):

"Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús / El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios / al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia / se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de Cruz"


Admirable el consejo de San Pablo a los filipense, muy difícil de conseguir para los hombres, pero no imposible; muy difícil de conseguir, sobre todo en nuestros días en los que verdaderamente está de moda, el prescindir del Dios creador del Universo, a favor de unos nuevos dioses insignificantes pero, eso sí, sumamente malignos.
La cultura de un paganismo profundo ha tomado carta de naturaleza, especialmente en el llamado viejo Continente, donde las gentes se dejan arrastrar por ideologías  verdaderamente demoniacas y depredadoras.

Sí, porque éstas,  no son propiamente una religión, sino que se han apropiado de diversos conocimientos provenientes de las ciencias humanas, tales como la literatura, la física, las matemáticas, la química, etc., y también de los idearios de varias religiones,  consiguiendo formar una mezcolanza de ideas y prácticas con la que se pretende dar respuestas  a las preguntas existenciales que desde siempre se ha formulado el ser humano, sin saber a ciencia cierta a donde puede conducir, tamañas galimatías…

Solo hay que tener en cuenta a este respecto el hecho de que para aquellos eruditos, o no, que practican esta forma de ver las cosas de la vida, <todo es Dios>, la naturaleza es dios, las cosas son dios, y sobre todo el hombre es dios, y por eso la perfección de su existencia está en amarse así mismo, sobre todas las cosas…
Pero siguiendo con el tema del Sacramento del Bautismo que ahora nos ocupa, recordemos de nuevo, que en el momento del Bautismo del Señor, el Espíritu Santo se cernió sobre Él, como preludio de la nueva creación, y el Padre presentó a Jesús como su Hijo amado, y por tanto, se produjo una Teofanía, esto es, la manifestación visible del Dios Trino.



Sin embargo, fue en su Pascua cuando Jesús mediante el Sacramento del Bautismo, abrió las fuentes de la salvación a todos los hombres. En efecto, como advierte Benedicto XVI a las personas que perteneciendo a la Iglesia católica, por haber recibido el Sacramento del Bautismo, les atrae los temas relacionados con las ciencias ocultas,  creyendo sinceramente que una cosa no excluye la otra:

“Pensemos en el ritual del Bautismo, donde tenemos por una parte el <sí > hacia el Señor y a su ley, y por la otra el <no> hacia Satanás. En tiempos pasados había que mirar hacia Oriente para decir que <sí> al Señor y hacia Occidente para decir que <no> a las seducciones del diablo. Con estos rituales, la Iglesia se defendía de las prácticas ocultas, como también lo hace ahora y nos hace entender el carácter inconciliable de las dos posturas. Yo digo que <sí> al camino del Señor y esto implica <no> hacia las prácticas mágicas. Debemos renovar de una manera más concreta y realista esta dúplice decisión.

Decir que sí a Cristo implica que no puedo <servir a la vez a dos dueños>; además, como dice el Señor, si digo que <sí >  al Señor, en el mismo momento no puedo decir que <sí> a uno de esos poderes escondidos, debo decir: <no, no acepto la seducción del diablo>. Y, a lo mejor, con ocasión de renovar los votos del Bautismo antes de Pascua, se debería explicar que lo que pronunciamos no es un antiguo ritual, sino una importante elección para nuestra vida de hoy, un acto concreto y realista”  (Benedicto XVI. <Nadar contra corriente> Ed. Planeta, S.A., 2011. Colección: Planeta testimonio. Dirección: José Pedro Manglano).

Jesús antes de instituir este Sacramento había ya hablado de la Pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un <Bautismo con que debía ser bautizado> (Mc 10, 38;  Lc 12, 50). Por otra parte, la sangre y el agua que brotaron del costado traspasado  de Jesús crucificado (Jn 19, 34), son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, Sacramentos de vida nueva (I Jn 5, 6-8): desde entonces, es posible <nacer del agua y del Espíritu> para entrar en el Reino de Dios (Jn 3, 5) (C.I.C: nº 1223-1224 y 1225).
 


Como nos dice el  eximio doctor de la Iglesia San Ambrosio (340-397), refiriéndose  al origen e institución del Sacramento del Bautismo por nuestro Señor Jesucristo (Sacr. 2, 6):
“Considera donde eres bautizado, de donde viene el Bautismo: de la Cruz, de la muerte de Cristo. Ahí está  todo el misterio. Él padeció por ti. En él eres rescatado, en él eres salvado”


Así es y como también podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica, que recoge  las enseñanzas del Concilio Ecuménico Vaticano II, este Sacramento se denomina <Bautismo> en virtud de la palabra griega <baptizein>, cuyo significado viene a ser <sumergir> dentro del agua, pero según el Apóstol San Pablo, el Bautismo instituido por el Señor equivale, no ya a la entrada del catecúmeno en el agua, sino a la <inmersión> de éste en la muerte de Cristo, de donde sale por resurrección con Él, como <nueva criatura>.

Porque <así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron instituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos> (Rom 5, 19). Por eso <Los que hemos muerto en el pecado, ¿Cómo vamos a seguir viviendo en el pecado?> (Rom 6, 2).

Sí, porque cuantos  fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte (Rom 6, 4): <Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva>.

 
Ciertamente, por el Bautismo el hombre es sepultado con Jesús en la muerte, para después resucitar con Él de entre los muertos por la gloria de Dios Padre, en definitiva, hemos sido revestidos de Cristo (Ga 3, 27), y por ello, somos todos en Cristo y por tanto descendientes de Abrahán y herederos según la promesa (Ga 3, 28).

Como advertía San Pablo a los corintios, teniendo en cuenta el efecto del Sacramento del Bautismo sobre los que lo habían recibido (I Co 6, 9-11):
"¿No sabéis que ningún malhechor heredará el reino de Dios? No os hagáis ilusiones: los inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos / ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores, o estafadores no heredarán el reino de Dios. Así erais algunos antes / Pero fuisteis lavados, justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios"

 
Por otra parte, Jesús en la entrevista que mantuvo con el fariseo Nicodemo, magistrado de los judíos, durante la cual éste le preguntó ¿por qué nadie podía hacer las señales que Él hacía, si no es que Dios estuviera con Él? el Señor le respondió con una frase misteriosa, pero muy significativa (Jn 3, 3): <En verdad, en verdad te digo, el que no nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios>


Como es natural, no se quedó tranquilo Nicodemo con la respuesta del Señor y quizás con un poco de inquietud le preguntó al Maestro (Jn 3, 4): ¿Cómo puede un hombre nacer si ya es viejo?

Y luego siguió preguntando (Jn 3, 4): ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre?

Preguntas inocentes y hasta cierto punto atrevidas en boca de un hombre de su cultura. Pero Jesús contestó impertérrito, sin inmutarse por preguntas que nada tenían que ver con el tema del que Él hablaba (Jn 3, 5): <En verdad, en verdad te digo, que quien no naciere de agua y Espíritu no puede entrar en el reino de Dios>

Enseña el Papa Benedicto XVI en su libro, <Jesús de Nazaret 1ª Parte>, que el simbolismo del agua recorre el cuarto Evangelio, de principio a fin, y que es precisamente durante esta conversación con Nicodemo, del Señor, cuando Éste  recurre al simbolismo del agua por primera vez, para asegurar la necesidad del Sacramento del Bautismo, si el hombre quiere nacer de nuevo, convertirse en otro, y entrar en el reino de Dios. El Papa Benedicto se expresa en concreto en los siguientes términos:

" Para renacer se requiere la fuerza creadora del Espíritu de Dios, pero con el Sacramento se necesita también el seno materno de la Iglesia que acoge y acepta…En el Sacramento del Bautismo, el agua simboliza la tierra materna, la Santa Iglesia, que acoge en sí la creación y la representa”


Y como también podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica nº 1213:

“El Santo Bautismo es el fundamento de toda vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros Sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado (el pecado original y todos los pecados personales, así como todas las penas del pecado) y regenerados como hijos adoptivos de Dios, llegados a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos participes de su misión (Concilio de Florencia DS 1314)”

Dice  San Jerónimo, aquel doctor de la Iglesia  que tuvo como centro y ejemplo de su vida la Santa Biblia y en particular el Nuevo Testamento, refiriéndose a los versículos del Evangelio de San Mateo en los que Jesús se expresa en los siguientes términos (Mt 28, 18-20):

<Se me ha dado todo poder en el cielo y la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado>

que los Apóstoles, en efecto, por mandato de Jesús: <En primer lugar enseñaron a todas las gentes, y una vez enseñadas las bañaban con el agua. Porque no es posible que el cuerpo reciba el Sacramento del Bautismo, si antes no ha recibido el alma  la verdad>. 

Una exacta y hermosa interpretación de las palabras de Cristo, debidas a San Jerónimo, el santo doctor de la Iglesia, del que el Papa Benedicto XVI decía (Catequesis del 7 de noviembre de 2007):


“Para San Jerónimo, un criterio metodológico fundamental en la interpretación de la Escrituras es la sintonía con el magisterio de la Iglesia. Nunca podemos leer nosotros solos las Sagradas Escrituras. Encontramos demasiadas puertas cerradas y caemos fácilmente en el error.

La Biblia fue escrita por el pueblo de Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Solo en esta comunión con el pueblo de Dios podemos entrar realmente con el <nosotros> en el núcleo de la verdad que Dios mismo nos quiere comunicar.

Para él una auténtica interpretación de la Biblia tendría que estar siempre en armonía con la fe de la Iglesia Católica”

Precisamente en este sentido,  en el decreto del Concilio Vaticano II, <Ad Gentes>, podemos leer:
“<Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que fuere bautizado se salvará, más el que no creyere se condenará> (Mc 16, 15-16). Por ello incumbe a la Iglesia el deber de propagar la fe y la salvación de Cristo, tanto en virtud de mandato expreso, que de los Apóstoles heredó el orden de los Obispos, con la cooperación de los Presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro, Sumo Pastor de la Iglesia, como en virtud de la vida que Cristo, Cabeza de la Iglesia, infundió en sus miembros <de quien todo el cuerpo-compacto y unido por todas las articulaciones que lo sostienen según la energía correspondiente a la función de cada miembro- va consiguiendo su crecimiento para su edificación en la caridad> (Ef 4, 16).


La misión de la Iglesia, pues, se realiza mediante la actividad por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe, la libertad y la paz de Cristo, por el ejemplo de vida y de la predicación, por los Sacramentos y demás medios de la gracia, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo”

 
Por su parte el Papa Francisco, el 8 de enero de este mismo año (2014), inició una serie de Catequesis sobre los Sacramentos, empezando por el Bautismo, ya que este es la puerta por la que entramos a ser miembros vivos de Cristo dentro  de la Iglesia y en concreto refiriéndose a la actividad misionera de la Iglesia ha asegurado que:

 “En virtud del Bautismo nos convertimos en discípulos y misioneros, llamados a llevar el Evangelio al mundo (Exhortación Apostólica <Evangelii Gaudium>).
El pueblo de Dios es un pueblo discípulo porque recibe la fe misionera y porque transmite la fe. Es  lo que hace el Bautismo en nosotros: Nos dona la gracia y transmite la fe.

Todos en la Iglesia somos discípulos, y lo somos siempre, para toda la vida; y todos somos misioneros, cada uno en el sitio que el Señor le ha asignado. Todos.

 El más pequeño, es también misionero, y quien parece más grande es discípulo. Pero alguno de vosotros dirá: <Los Obispos no son discípulos, los Obispos lo saben todo; el Papa lo sabe todo, no es discípulo>….



 No, todos los cristianos somos misionero (Audiencia general 15 enero 2014)”


Las causas y la necesidad de la actividad misionera de la Iglesia se basa, pues, en la voluntad de Dios, tal como puso de manifiesto su Hijo Unigénito, Jesucristo, porque:

"Éste inculcando expresamente por su palabra la necesidad de la fe y del Bautismo, confirmó, al mismo tiempo, esta necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por la puerta del Sacramento. Por lo cual no podrían salvarse aquellos que, no ignorando que Dios fundó, por medio de Cristo, la Iglesia católica, como necesaria, con todo no hayan querido entrar o perseverar en ella.
Pues aunque el Señor puede conducir por caminos que Él sabe a los hombres, que ignoran el Evangelio inculpablemente, a la fe, sin la cual es imposible agradarle, la Iglesia tiene el deber, a la par que el derecho sagrado de evangelizar, y, por tanto, la actividad misional conserva integra, hoy como siempre, su eficacia y su necesidad"  (Decreto <Ad Gentes> Concilio Vaticano II).


De igual forma, en este mismo importante Decreto del Concilio Vaticano II, podemos leer refiriéndose a la necesidad misionera de la Iglesia de Cristo, es decir, a la actividad evangelizadora de los hombres que han recibido el Sacramento del Bautismo:

“La razón de esta actividad misional se basa en la  voluntad de Dios que <quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque uno es Dios, uno también el Mediador entre Dios y los hombres, el Hombre, Cristo Jesús, que se entregó, a sí mismo, para redención de todos>, y <en ningún otro hay salvación>. Es, pues, necesario que todos se conviertan a Él, una vez conocido por la predicación del Evangelio…


Así se realiza el designio de Dios, al que sirvió Jesucristo con obediencia y amor para gloria del Padre que lo envió, para que todo el género humano forme un solo pueblo de Dios, se constituya el Cuerpo de Cristo, se estructure en un Templo del Espíritu Santo; lo cual, como expresión de la concordia fraternal, responde, ciertamente, al anhelo íntimo de todos los hombres”  

 
Después del Concilio Vaticano II, todos los Pontífices de la Iglesia de Cristo se han apresurado a seguir la magnífica guía que sus Dogmas suponían, y así, el Papa San Juan Pablo II, se tomó muy en serio la tarea que se ha dado en llamar <Nueva Evangelización>.

Para este Papa santo, esta misión evangelizadora de la Iglesia era esencial, particularmente en los albores de un nuevo siglo, donde ya podía observarse, una clara pérdida de la fe por parte de aquellos pueblos que hacían siglos que fueron evangelizados y donde el Mensaje de Cristo fue aceptado por primera vez por los paganos. Por eso, la llamada <Nueva Evangelización>, fue uno de los principales objetivos de su Pontificado, y por eso, se manifestaba en los siguientes términos al hablarnos del Sacramento del Bautismo:


“La misión del cristiano <comienza con el Bautismo>…El redescubrimiento  del Bautismo, a través de oportunos itinerarios de catequesis en la edad adulta, es por tanto, un aspecto importante de la <Nueva Evangelización>…De este modo, los que hayan sido bautizados, harán de su vida una oblación constante a Dios en el ejercicio diario del mandamiento del amor, ejerciendo así la misión evangelizadora propia de todo bautizado” (Juan Pablo II. Ángelus 9 de enero 2005).

Hermosa reflexión del Papa Juan Pablo II, cuando ya le quedaba poco tiempo para ir al encuentro con el Señor. Él murió tres meses después, concretamente el 2 de abril de 2005, tras una larga y penosa despedida de este mundo, que no le impidió sin embargo seguir trabajando hasta el último instante de su vida, por esa evangelización que tanto deseaba y proclamaba como solución a los males del presente y del futuro del hombre. No es de extrañar por tanto que la Iglesia, agradecida a toda la inmensa labor realizada por este Papa, así como por el ejemplo de vida dado a tantas generaciones humanas, lo haya proclamado santo.

Remitiéndonos de nuevo al tema del Sacramento del Bautismo y su íntima relación con la misión evangelizadora de la Iglesia, Juan Pablo II, fue muy prolífero, como demuestran sus numerosas cartas, catequesis, homilías,  y demás documentos, sobre el mismo.

Como es natural este tema está íntimamente relacionado también con la acción del Espíritu Santo, y por ello el Santo Padre dedicó un número no despreciable de catequesis a hablarnos de la Tercera Persona del Dios Trino. Recordaremos en primer lugar la titulada <El Espíritu Santo en el Nuevo Evangelio>, dada en Roma el 20 de mayo de 1998:

“San Lucas en su Evangelio, quiere mostrar que Jesús es el único que posee en plenitud el Espíritu Santo. Ciertamente, el Espíritu Santo actúa también en Isabel, Zacarías, Juan Bautista y, especialmente en la Virgen María, pero solo Jesús, a lo largo de toda su existencia terrena, posee plenamente el Espíritu de Dios. Es concebido por obra del Espíritu Santo (Lc 1, 35). De Él dirá el Bautista: <Yo bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo…Él os bautizará en Espíritu  Santo y fuego> (Lc 3, 16).


Jesús mismo, antes de bautizar en Espíritu y fuego, es bautizado en el Jordán, cuando baja <sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma> (Lc 3, 22)…Este mismo Espíritu sostendrá la misión evangelizadora de la Iglesia, según la promesa del Resucitado a sus discípulos: <Voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder desde lo alto> (Lc 24, 49)…

La vida de los creyentes, ya no es una vida de esclavos, bajo la ley, sino una vida de hijos, pues han recibido en su corazón, al Espíritu del Hijo y pueden exclamar: < ¡Abbá, Padre!> (Ga 4, 5-7; Rm 8, 14-16). Es una vida en Cristo, es decir, de pertenencia exclusiva en Él y de incorporación a la Iglesia: <En un solo Espíritu hemos sido bautizados, para no formar más que un Cuerpo> (1 Co 12, 13)…”

Un mes después de esta catequesis, el 3 de junio de este mismo año, 1998, dedicó una nueva catequesis al Espíritu Santo, con el título: <El Espíritu Santo en el Bautismo y en la vida> y en la que entre otras cuestiones manifestaba:

“Según el concorde testimonio evangélico, el acontecimiento del Jordán, constituye el comienzo de la misión pública de Jesús,  y de su revelación como Mesías, Hijo de Dios.

Juan predicaba un <bautismo de conversión para el perdón  de los pecados> (Lc 3, 31). Jesús se presenta en medio de la multitud de pecadores que acuden para que Juan los bautice. Éste lo reconoce y lo proclama como cordero inocente que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29), para guiar a toda la humanidad a la comunión con Dios. El Padre expresa su complacencia en el Hijo amado, que se hace siervo obediente hasta la muerte, y le comunica la fuerza del Espíritu para que pueda cumplir su misión de Mesías Salvador”
 

Ciertamente, Jesús posee el Espíritu ya desde su concepción (Mt 1, 20), (Lc 1, 35), pero en el bautismo de Juan recibe una nueva efusión del Espíritu, una unción con el Espíritu Santo, como testimonia San Pedro en su discurso en la casa de Cornelio, centurión  de la cohorte llamada Itálica que recibió el anuncio del Señor de que debía enviar a buscar a San Pedro para escuchar lo que tenía que comunicarle a él y a su familia y el Apóstol se manifestó así ante ellos (Hch 10, 37-40):
"Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan / Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él / Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero / Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse"

Sí, como nos recuerda el Papa San Juan Pablo II, refiriéndose a esta unción del Señor por el Espíritu Santo:
“Ésta  es una elevación de Jesús ante Israel como Mesías, es decir, la unción por el Espíritu, es una verdadera exaltación de Jesús en cuanto Cristo y Salvador (Carta Encíclica de Juan Pablo II dada en Roma el 18 de mayo de 1986; < Dominum et vivificantem>).

Mientras Jesús vivió en Nazaret, María y José pudieron experimentar su progreso en sabiduría, estatura y gracia (Lc 2, 40; 2, 51) bajo la guía del Espíritu Santo, que actuaba en Él. Ahora en cambio, se inauguran los tiempos mesiánicos: comienza una nueva fase en la existencia histórica de Jesús. El bautismo en el Jordán es como un <preludio> de cuanto sucederá a continuación. Jesús empieza a acercarse a los pecadores para revelarles el rostro misericordioso del Padre.

La inmersión en el rio Jordán prefigura y anticipa el <Bautismo> en las aguas de la muerte, mientras que la voz del Padre, que lo proclama Hijo amado, anuncia la gloria de su Resurrección” (Catequesis del Papa Juan Pablo II sobre el Espíritu Santo del 3 de junio de 1998)
 


Ciertamente, como aseguraba el Papa Juan Pablo II, el bautismo suministrado por San Juan Bautista, era un preludio del Bautismo que instituiría más tarde el Señor, por su <Muerte y Resurrección>. El Apóstol San Pablo lo puso de manifiesto en muchas ocasiones durante su evangelización del mundo pagano, en la época en que vivió, y sus palabras nos sirven de guía y ejemplo, en la actual.

Más concretamente, en el libro de <Los Hechos de los Apóstoles> escrito por San Lucas, pero no lo olvidemos, inspirado por el Espíritu Santo, hay un pasaje especialmente revelador al respecto. Nos referimos aquel que narra el bautismo de unos discípulos de San Juan Bautista, por el Apóstol San Pablo, durante su tercer viaje, cuando recaló en Éfeso, que ya había sido previamente evangelizada por un judío llamado Apolo, natural de Alejandría, cuya elocuencia y conocimiento de las Escrituras era grande, pero que solo conocía el bautismo que había suministrado San Juan Bautista (Hechos 19, 1-7):
"Y aconteció que, mientras que Apolo andaba en Corinto, Pablo, recorriendo las regiones superiores, bajo a Éfeso y halló algunos discípulos / Y les dio: ¿Recibisteis, al creer, al Espíritu Santo? Ellos respondieron: Es que ni siquiera nos enteramos de que haya Espíritu Santo / Él dijo: ¿Con que bautismo, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: Con el bautismo de Juan / Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de penitencia, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir tras de él, es decir, en Jesús / Oído esto, fueron Bautizados en el nombre del Señor Jesús / Y habiéndoles Pablo impuestos las manos, vino el Espíritu Santo sobre ellos y hablaban en lenguas y profetizaban / Eran entre todos como unos doce hombres"

 
Por estos hechos y todos los demás expuestos en las Sagradas Escrituras <la Iglesia profesa su fe en el Espíritu Santo> que es <Señor y dador de vida> como se ratifica en el <símbolo Niceno-Constantinopolitano), esto es, el Credo promulgado en el Concilio Ecuménico de Nicea (año 325), y más tarde completado en el Concilio Ecuménico de Constantinopla (año 381), en el cual se establece todo lo que un hombre bautizado debe creer.
Igualmente como podemos leer en el Evangelio de San Juan, el Espíritu Santo, nos es dado con la nueva vida, como anunció y prometió el Señor el día de la fiesta judía de los Tabernáculos, en Jerusalén (Jn 7, 37-39):


-El último día, el mayor de la fiesta, estaba allí Jesús y daba voces diciendo: Quien tiene sed, venga a mí y beba.

-Quien cree en mí; como dice la Escritura: (Is 44, 3; Ez 47, 1 y ss) “manarán de sus entrañas ríos de agua viva”
-Esto dijo del Espíritu que habían  de recibir los que creyeran  en Él. Porque todavía no se había dado el Espíritu, puesto que Jesús no había sido aún glorificado.


El Papa Benedicto XVI ha analizado con santidad y sabiduría este acontecimiento de la vida de Cristo, narrado por San Juan en su Evangelio y entre otras muchas enseñanzas suyas destacaremos algunas de las expuestas en su libro <Jesús de Nazaret 1ª Parte>:

“En las palabras sobre los <ríos de agua viva>, del Señor, podemos percibir una alusión al Nuevo Templo…Existe ya esa corriente de vida prometida que purifica la tierra salina, que hace madurar una vida abundante y que da frutos. Él es quien, con un amor <hasta el extremo>, ha pasado por la Cruz y ahora vive en una vida que ya no puede ser amenazada por muerte alguna. Es Cristo vivo.

Así, la frase pronunciada durante la fiesta de los Tabernáculos (fiesta de las Tiendas), no solo anticipa la nueva Jerusalén, en la que Dios mismo habita y es fuente de vida, sino que inmediatamente indica con antelación el Cuerpo del Crucificado, del que brota sangre y agua (Jn 19, 34).Lo muestra como verdadero Templo, que no está hecho de piedra, ni construido por mano de hombre y, precisamente, por eso, porque significa la presencia viva de Dios en el mundo, es y será también <fuente de vida> para todos los tiempos.

Quien mire con atención la historia de la humanidad puede llegar a ver este rio que, desde el Gólgota, desde Jesús Crucificado y Resucitado, discurre a través de los tiempos. Puede ver cómo allí donde llega este rio, la tierra se purifica, crecen arboles llenos de frutos; cómo de esta fuente de amor que nos ha dado y se nos da, fluye la vida, la vida verdadera”



(Benedicto XVI. <Jesús de Nazaret> 1ª Parte. Capitulo 8. Grandes imágenes del Evangelio de San Juan. Ed. La Esfera de los libros. S.L. 2007)       

 

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario