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domingo, 8 de febrero de 2015

JESÚS Y SUS SIGNOS (I)



-Habiendo obrado grandes signos en presencia de ellos, no creían en Él,

-para que se cumpliesen la palabra del profeta Isaías, cuando dijo: Señor ¿Quién dio fe a nuestro mensaje? ¿Y a quién ha sido revelado el Brazo del Señor?

-Por esto eran incapaces de creer, porque también dijo Isaías:

-Cegó sus ojos y endureció su corazón, para que no vean con los ojos ni entiendan con el corazón y se vuelvan a mí, y yo los sane.

-Esto dijo Isaías, cuando vio su gloria y habló de Él.

Es verdaderamente extraordinario el hecho de que Isaías en el siglo VIII antes de Cristo, después de una visión en la que Yahveh le concediera la grave misión de conducir al pueblo de Judá a la obediencia, en el curso de su actuación profética, vaticinara con tanta precisión la Pasión y Muerte del Señor, así como también las consecuencias salvadoras de las mismas sobre la humanidad. Isaías es por ello el Profeta Cristológico por excelencia (Is 33,3-7):
-Fue despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento le despreciamos y no le estimamos

-mas nuestros sufrimientos él los ha llevado, nuestros dolores él los cargó sobre sí mientras nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.



-Fue traspasado por causa de nuestros pecados, molido por causa de nuestras  iniquidades; el castigo  de nuestra paz cayó sobre él y por sus verdugones se nos curó.

-Todos nosotros como ovejas errábamos cada uno a su camino, nos volvíamos mientras Yahveh hizo que le alcanzara la culpa de todos nosotros

-Fue maltratado, mas él se doblegó y no abre su boca; como cordero llevado al matadero y cual oveja, ante sus esquiladores enmudecida, y no abre su boca.


Tanto San Juan como San Pablo aseguran que las preguntas del profeta Isaías: ¿Quién dio fe a nuestro mensaje? ¿Y a quién ha sido revelado el Brazo  del Señor?, anticipan la incredulidad de parte del pueblo de Israel porque oyeron la predicación de Jesús, pero no creyeron (Rm 10,14-21) y vieron a Jesús realizar muchos signos y no aceptaron que era el Mesías, el Hijo del hombre. No puede extrañarnos pues, la actitud de algunos hombres de la sociedad de hoy en día, los cuales habiendo conocido a Jesús a través de sus Sacramentos y habiendo oído sus palabras a través de los Evangelios se han apartado del Él a consecuencia del maligno.
 
 
 
 
El Papa Benedicto XVI nos propone como modelo a seguir el comportamiento del Apóstol Tomás, el cual, al principio fue incrédulo respecto a la Resurrección de Cristo, pero luego creyó al tener contacto sensible con Jesús, el mismo que nosotros los cristianos de hoy tenemos a través de sus Sacramentos y en particular con el de la Eucaristía.


En el Evangelio se nos describe la experiencia de fe del Apóstol Tomás cuando acoge el Misterio de la Cruz y de  la Resurrección de Cristo. Tomás, uno de los doce apóstoles, siguió a Jesús, fue testigo directo de sus curaciones y milagros -signos, escuchó sus palabras, y  vivió el desconcierto ante su muerte. En la tarde de Pascua el Señor se aparece a los discípulos, pero Tomás no está presente, y cuando le cuentan que Jesús está vivo y que se les ha aparecido, dice: < Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado  no creo> (Jn 20,25):
“También nosotros quisiéramos poder ver a Jesús, poder hablar con él, sentir más intensamente su presencia. A muchos se les hace hoy difícil el acceso a Jesús. Muchas de las imágenes que circulan de Jesús, y que se hacen pasar por científicas, le quitan su grandeza y la singularidad de su persona. Por ello, a lo largo de mis años de estudio y cavilación, fui meditando la idea de transmitir en un libro algo de mi encuentro personal con Jesús, para ayudar de alguna forma a ver, escuchar y tocar al Señor, en quien Dios nos ha salido al encuentro para darse a conocer.

 
 
 
 
De hecho, Jesús mismo apareciéndose de nuevo a los discípulos después de ocho días, dice a Tomás:< Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente (Jn 20-27). También para nosotros es posible tener un contacto sensible con Jesús, meter, por así decir, la mano en las señales de su Pasión, las señales de su amor. En los Sacramentos, Él se nos acerca en modo particular, se nos entrega…” (Benedicto XVI. El amor se aprende. Las etapas de las familias. Romana editorial S.L. 2012).

 
Siete son los Sacramentos instituidos por Jesucristo: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Confesión, Unción, Orden Sacerdotal y Matrimonio, y siete los signos de Jesús narrados por el apóstol San Juan en su Evangelio. Dice el Papa Benedicto XVI que en el Evangelio de San Juan <la divinidad de Jesús aparece sin tapujos>, en él <la verdadera pretensión es la de haber transmitido correctamente el contenido de las palabras, el testimonio personal de Jesús mismo con respecto a los grandes acontecimientos vividos en Jerusalén, de manera que el lector reciba realmente los contenidos decisivos de este mensaje y encuentren en ellos la figura auténtica de Jesús> (Jesús de Nazaret. 1ª parte. Benedicto XVI. Ed. La esfera de los libros S.L. 2007).

El evangelio de San Juan es sorprendente y muy distinto en su estructura a los tres sinópticos, aunque como aquellos pone así mismo de manifiesto el compromiso total de Jesús con el hombre, pero por otra parte también pone una especial atención en esclarecer la existencia de Jesús desde siempre junto a Dios y su igualdad con Él. Este evangelio puede dividirse, según los últimos análisis de los exégetas en dos grandes libros: Libro de los Signos y Libro de la Pasión y Gloria. Nos referimos a continuación al primero porque es justamente el que nos habla, como su título indica, de los Signos realizados por Jesús durante su vida pública.

 
 
 
 
El Evangelista San Juan llama a los siete milagros que en él se narran <Signos> y elige solo siete de los muchísimos milagros realizados por Jesús y narrados por los otros Evangelistas Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). El número siete tiene un significado especial en las Sagradas Escrituras, viene a relacionarse con conceptos tales como: superioridad, sublimidad, esplendor, perfección… Hemos recordado antes que Cristo instituyó siete Sacramentos, al igual que son siete los dones del Espíritu Santo, por eso, no es de extrañar que San Juan eligiera siete milagros que él denominó <Signos> con la intención de enseñarnos algo respecto de Jesús. Podríamos preguntarnos: ¿Pero qué es ello?   ¿Por qué éstos milagros  y no otros?…

El primero de los Signos relatados por San Juan y realizado por Jesús fue el anteriormente mencionado de la conversión del agua en vino en las bodas de Caná; un milagro que tuvo lugar casi al inicio de la vida pública de Jesús  en el que estuvieron presente su Madre, la Virgen María, que por cierto,  jugó un papel primordial en el mismo, y sus discípulos. San Juan es el único evangelista que narra este milagro-signo  (Jn 2,1-11):

"Y al día tercero se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús / Fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos / Y como faltaba el vino, la Madre de Jesús le dijo:<no tienen vino> / Y le dice Jesús: ¿Qué tenemos que ver tú y yo mujer? ¿Todavía no ha llegado mi hora? / dice su Madre a los que servían: todo cuanto Él os diga hacedlo / Había allí seis tinajas de piedra destinadas a la purificación de los judíos, cada una de las cuales podía contener de dos a tres metretas (38,88 litros) / Dice Jesús: llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta arriba / Y les dice: sacad ahora y llevarlo al maestre sala. Y lo llevaron / 

 
 
Más cuando gustó el maestre sala el agua hecha vino y no sabía de donde era, pero sabiéndolo los que servían, que habían sacado el agua, llama al esposo el maestre sala / y le dice: Todo hombre pone primero el buen vino, y cuando estén ya bebidos, pone el peor, tú has reservado el vino bueno hasta ahora / Este primer signo hizo Jesús en Caná de Galilea y manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos"

 Como nos recuerda muy bien el Papa Benedicto XVI en su libro mencionado anteriormente, mientras que el agua es un elemento fundamental para la vida de todas las criaturas de la tierra, el vino es más bien un regalo derivado de la agricultura y en especial de la zona mediterránea. Por otra parte, si observamos con detenimiento este milagro-signo, que Juan toma como primera señal de Jesús, nos da la sensación de que es un poco distinto a los restantes milagros del Señor que aparecen también en el Evangelio de San Juan. Casi siempre, la primera pregunta que nos solemos hacer al releerlo una y otra vez, es ¿Qué sentido habría que dar al hecho de la considerable cantidad de vino que Jesús proporcionó a los invitados de aquellas bodas?.

Nadie mejor que el Papa Benedicto XVI nos puede aclarar este misterio y desde luego lo ha hecho tal como podemos comprobar en su libro <Jesús de Nazaret. 1ª parte. Las grandes imágenes del Evangelio de San Juan>, en el que el  Papa  nos dice   que  la señal  que quiere dar Jesús con este milagro narrado por el Evangelista San Juan, es la sobreabundancia:
“La sobreabundancia de Caná es el Signo que indica  que ha comenzado la fiesta de Dios con la humanidad, su entregarse así mismo por los hombres. El marco del episodio, las bodas, se convierte así en la imagen que, más allá de sí misma, señala la hora mesiánica: La hora de las nupcias de Dios con su pueblo ha comenzado con la venida de Jesús. La promesa escatológica irrumpe en el presente…
Jesús se presenta aquí como el (novio) de las nupcias prometidas de Dios con su pueblo, introduciendo así misteriosamente su existencia, Él mismo, en el misterio de Dios. En Jesús, de manera insospechada, Dios y el hombre se hacen uno, se celebran las <bodas>, las cuales, sin embargo, y esto es lo que Jesús subraya en su respuesta, pasan por la Cruz, por el momento en el que el novio <será arrebatado>”


 
Sí, Jesús le dice a su madre < Mujer no ha llegado mi hora> pero sin embargo se pliega a los deseos de María y ella sin vacilar ni por un momento, sabiendo que su hijo aceptará su ruego, dice a los encargados de servir el vino < haced lo que El os diga…> Por eso asegura Benedicto XVI (Ibid):

“¿Cómo podríamos olvidar que este conmovedor misterio de la anticipación de la hora se sigue produciendo todavía? Así como Jesús, ante el ruego de su Madre, anticipa simbólicamente su hora y, al mismo tiempo, se remite a ella, lo mismo ocurre siempre de nuevo en el Sacramento de la Eucaristía: Ante la oración de la iglesia, el Señor anticipa en ella su segunda venida, viene ya, celebra ahora la boda con nosotros, nos hace salir de nuestro tiempo lanzándonos hacia aquella hora”
 
 
 
Muchos otros aspectos interesantes serian necesarios destacar en este milagro de las bodas de Caná y entre otros conviene señalar el hecho de que la asistencia del Señor a las mismas ha elevado la alianza matrimonial a la dignidad de Sacramento entre los bautizados (Catecismo de la iglesia católica nº 1601): “ La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituye entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo nuestro Señor a la dignidad de Sacramento entre bautizados”


Como también dice el santo padre Benedicto XVI refiriéndose a la auto-revelación de Jesús y su gloria (Ibid):
“El agua, que sirve para la purificación virtual se convierte en vino, en signo y don de la alegría nupcial. Aquí aparece algo del cumplimiento de la ley, que llega a su culminación en el ser y actuar de Jesús… El agua se convierte en vino. El don de Dios, que se entrega así mismo viene ahora en ayuda de los esfuerzos del hombre, y con ello crea la fiesta de la alegría, una fiesta que solamente la presencia de Dios y de su don pueden instituir”

 
Al volver Jesús de Judea y Galilea, según narra el evangelista San Juan hizo su segundo Signo en esta región, donde ya había realizado el primero, durante las bodas de Caná, tal como hemos comentado. Este segundo Signo está ligado íntimamente al don de la fe y a la necesidad de la fe para que el signo-milagro se produzca, aún realizándose a gran distancia del lugar donde tendrá lugar.


 
 
Se trata de la curación del hijo de un oficial o funcionario real, cuya identidad queda en el anonimato de la narración que también fue abordada por los evangelistas sinópticos Mateo y Lucas: (Mt 8,5-13); (Lc 7,1-10), aunque Juan le da una mayor relevancia al considerar que era  un Signo dado por el Señor a todos los hombres (Jn 4,46-54):

-Llegó, pues, Jesús a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y estaba allí un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm.
-Éste, habiendo oído que Jesús llegaba de Judea a Galilea, se fue a Él y le rogaba que bajase y sanase a su hijo, porque estaba para morir.

-Dijo, pues, Jesús: Si no viereis señales y prodigios no queréis creer.
-Dice el funcionario: Señor, baja antes que se muera mi hijo.

-Dice Jesús: Anda, tu hijo vive. Creyó el hombre la palabra que le había dicho Jesús y se marchó
-Y cuando él ya bajaba, le encontraron sus criados, que le notificaron que su hijo vivía.

-Se informó,  pues, de ellos sobre la hora en la que había sentido la mejoría. Dijéronle: Ayer a las siete le dejo la calentura.
-Conoció pues, el padre que aquella fue la hora en que le dijo Jesús: Tu hijo vive. Y creyó él y toda su familia

-Este segundo signo lo hizo Jesús al volver de Judea a Galilea.

En este milagro-signo realizado por Jesús  a gran distancia del lugar de los hechos, se pone a prueba la fe del funcionario, que ya creía en el poder curador del Señor, pues aunque Jesús hace un reproche a su petición de sanación del hijo: Si no veis señales y prodigios no creéis, él no se inmuta y sigue diciéndole: Señor baja antes de que se muera mi hijo. Pero esta fe inicial crece en el funcionario al asegurarle el Señor: Anda tu hijo vive. El funcionario creyó inmediatamente en la Palabra de Jesús, y se marchó sin replicar palabra. Por último cuando comprueba la información por sus criados de que la curación del hijo se realizó a las siete, hora en que Jesús le aseguraba  que su hijo vivía, creyó que  era el Mesías esperado y con él toda su familia.


Es interesante observar que de nuevo aparece el número siete, como indicativo de la hora en la que Jesús realizó su señal cuando  quiere mostrar una vez más que < la fe mueve montañas> y además en este caso concreto que su <Palabra es vida>,  y que < la fe procura primordialmente la vida del cuerpo y del alma>.

 
 
El tercer signo dado por Jesús se produjo, según el evangelio de San Juan, inmediatamente después del segundo, que acabamos de recordar (Jn 5,1-9): "Después de esto, Jesús volvió a Jerusalén para celebrar una de las fiestas judías / Hay en Jerusalén, cerca de la puerta llamada de las ovejas, un estanque conocido con el nombre Betesda, que tiene cinco pórticos / En estos soportales había muchos enfermos recostados en el suelo, ciegos, cojos y paralíticos, que aguardaban la agitación del agua / Porque creían que de tiempo en tiempo, un ángel del Señor bajaba al estanque y removía el agua. El primero, pues, que después de la agitación del agua entrara en ella, quedaba sano de cualquier enfermedad que le aquejase / Estaba allí, un hombre que llevaba treinta y ocho años en su enfermedad / A éste, como lo viese Jesús tendido en el suelo y conociese que llevaba ya mucho  tiempo, le dice ¿Quieres ponerte sano? m/ Le respondió el enfermo: Señor no tengo un hombre que, cuando se remueva el agua, me eche en el estanque, y en tanto que yo llego, otro baja antes que yo / Dijo le Jesús: Levántate coge tu camilla y anda / Y al instante quedó sano aquel hombre, y tomó su camilla y andaba. Era sábado aquel día"

El hecho de que fuera en sábado cuando Jesús realizara este milagro-signo preocupó y enfureció a los judíos que por éste y otros hechos semejantes le buscaban incesantemente con el deseo de matarlo. En esta ocasión interrogaron al enfermo curado, por la identidad de Jesús, y éste que apenas había podido hablar con él, pues el Señor había desaparecido entre la muchedumbre, no pudo darles ninguna referencia a tal propósito. Sin embargo cuenta San Juan que más tarde Jesús se hizo el encontradizo con el paralítico y le advirtió con estas palabras:< Has sido curado, no vuelvas a pecar más, pues podría sucederte algo peor>.

Sin embargo el hombre fue a informar a los judíos de quién era Jesús y cuando éstos le interrogaron por el milagro realizado en sábado, Jesús les criticó diciendo:< Mi Padre no cesa nunca de trabajar, por eso yo trabajo también en todo tiempo>. Respuesta que enfureció más a aquellos hombres pues decían:< No sólo no respeta el sábado sino que además asegura que Dios es su propio padre>
Jesús muestra con este signo todo su poder como Hijo de Dios, él no lo niega ante los judíos que le persiguen, todo lo contrario, lo pone más en evidencia e incluso un poco más tarde, en la fiesta de las Tiendas tal como también relata San Juan en el capítulo siete de su evangelio.

 
 
 
 
Parece extraño que el Señor vuelva más tarde a dar nuevas explicaciones a los judíos sobre este signo- milagro, sin embargo, según nos aclara el Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret. 1ª parte> existe una hipótesis de los exégetas modernos bastante convincente, según la cual el capítulo siete del evangelio de San Juan iba a continuación del quinto lo cual aclararía bastante esta tardanza en la explicación y nueva justificación de Jesús respecto a este signo (Jn 7, 11-29):

"Así que los judíos lo buscaban durante la fiesta y decían: ¿Dónde estará ese hombre? / Y había sobre él muchas murmuraciones entre las turbas. Unos decían: Es bueno. Más otros decían: No, sino que embauca a la multitud / Nadie, sin embargo, hablaba de él públicamente por miedo a los judíos / Cuando ya la fiesta estaba a la mitad, subió Jesús al templo y enseñaba / Se maravillaban los judíos diciendo: ¿Cómo éste sabe de letras, sin haberlas aprendido? / Le respondió, pues, Jesús: Mi doctrina no es mía, sino de aquél que me envió / Quién quisiere cumplir su voluntad, conocerá si mi doctrina es de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta / El que habla por su propia cuenta, busca su propia gloria; más quién busca la gloria del que le envió, éste es veraz y no hay en él injusticia / ¿Por ventura no tenéis la ley que os dio Moisés; y nadie de vosotros cumple la ley? / ¿Por qué tratáis de matarme? Respondió la turba: Endemoniado estás ¿Quién trata de matarte? / Respondió Jesús y les dijo: Una obra hice y todos os maravillasteis / Por eso Moisés os dio la circuncisión, no que provenga de Moisés sino de los Patriarcas, y en sábado circuncidáis a un hombre / Si la circuncisión recibe  un hombre en sábado, para que no pierda su vigor la ley de Moisés ¿Os encolerizáis conmigo porque en sábado a un hombre curé totalmente? / No juzguéis por apariencia sino juzgar con rectitud"

En estos versículos observamos que Jesús habla claramente a los judíos que le perseguían sobre su identidad divina, ya que Él está por encima de las leyes de los hombres. Las gentes que le oían, se extrañaban incluso de que no le apresaran en aquel momento y se preguntaban ¿Es que por fin habrán conocido de veras los jefes que éste es el Mesías? Y más tarde seguían diciendo < pero éste sabemos de donde es; más el Mesías, cuando venga, nadie sabe de donde es>.

Ante este comportamiento del pueblo, Jesús tomando de nuevo la palabra, en el templo, proclamaba (Jn 7,28-29): "¿Me conocéis a mí y sabéis de donde soy?... Pues no he venido de mí mismo, sino que otro es real y verdadero, quien me envió, a quién vosotros no conocéis / Yo le conozco, porque de Él precede mi existencia y Él me envió"

No se puede hablar con más claridad que lo hizo Jesucristo, sin embargo hay todavía algunos eruditos que aseguran que Jesús no se reconoció Dios.



El cuarto signo de Jesús contenido en el evangelio de San Juan es el de la multiplicación de los panes y de los peces (Jn 6,2-15): "Le seguía  la muchedumbre, porque veían los prodigios que lograba con los enfermos / Subió al monte Jesús, y allí se sentó con sus discípulos / Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos / Alzando, pues, los ojos  Jesús y viendo que viene a Él gran muchedumbre, dice a Felipe: ¿ De dónde vamos a comprar panes para que coman éstos / Esto decía para probarle, que bien sabía Él lo que iba a hacer / Le respondió Felipe: Con doscientos denarios no tienen suficientes panes para que cada uno tome un bocado / Dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: / Hay un muchacho aquí que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; pero eso ¿Qué es para tantos? / Dijo Jesús: Haced que los hombres se coloquen en el suelo. Había mucha hierba en aquel lugar. Se colocaron, pues, los varones en número cómo de unos cinco mil / Tomó, pues, los panes Jesús, y habiendo dado gracias, los distribuyó entre los que estaban recostados, y así mismo de los pececillos cuanto querían / Y cuando se hubieron saciado, dice a sus discípulos. Recoged los pedazos sobrantes, para que nada se pierda / Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido / Los hombres, pues, al ver el prodigio que había obrado decían: Éste es verdaderamente el profeta que ha de venir al mundo / Jesús, pues, conociendo que iban a venir a arrebatarle para hacerle rey, se retiró de nuevo al monte, él solo"


En este cuarto signo dado por Jesús aparece la <imagen> del pan tal como nos dice Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret. 1ª parte”. En efecto, el Santo Padre asegura, refiriéndose al capítulo seis del evangelio de San Juan, donde se relata la < multiplicación de los panes y los peces>  y los correspondientes sermones de Jesús para explicar el significado de este milagro- signo a las gentes que lo presenciaron, que el < contexto fundamental en el que se sitúa todo el capítulo es la comparación entre Moisés y Jesús. Jesús es el Moisés definitivo y más grande, el profeta que Moisés anunció a las puertas de la Tierra Santa  y del que dijo Dios: < Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo les mandé > (Dt 18,18)

Sin embargo según el Papa Benedicto XVI para entender de forma decisiva la personalidad de Jesús  deberíamos remitirnos a la afirmación concluyente del Prólogo del evangelio del apóstol San Juan: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre  es quien lo ha dado a conocer. Por eso el Pontífice Benedicto XVI asegura que Jesús:<habla realmente a partir de la visión del Padre… Si Moisés nos ha mostrado sólo la espalda de Dios (Ex 33, 18-22s), Jesús en cambio es la Palabra que procede de Dios, de la contemplación viva, de la unidad con Él”.

Por otra parte, para entender mejor el comportamiento del pueblo judío de aquellos tiempos frente a la contemplación del hecho maravilloso de la multiplicación de los panes y los peces, es necesario tener en cuenta que para éste pueblo el verdadero pan del cielo que alimentó y alimenta a Israel es la Palabra de Dios (Torah).

Según el Santo Padre dada esta perspectiva hemos de entender el debate de Jesús con los judíos reunidos en la sinagoga de Cafarnaúm. En efecto, dice San Juan en su evangelio que después de este milagro la muchedumbre buscaba a Jesús en Cafarnaúm seguramente con la esperanza de volver a ver otro signo semejante, por eso cuando le encontraron allí el Señor les habló en éstos términos (Jn 6,26): <En verdad, en verdad os digo: Me buscáis no porque visteis señales maravillosas, sino porque comisteis de los panes y os hartasteis>

 
 
Con estas palabras Jesús llama la atención a los hombres de todos los tiempos, sobre el hecho crucial de que hay que entender  el milagro de la multiplicación de los panes y los peces con el significado teológico que Él pretendía. No desde el punto de vista puramente material  sino desde el punto de vista de la salvación del género humano. El  <pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo>  (Papa Benedicto XVI (Ibid)
Hace referencia aquí el Santo Padre al versículo (6,33) del evangelio de San Juan donde Jesús da respuesta a los judíos que le perseguían y le pedían otra nueva señal… Ellos decían (6, 30-33):

"¿Qué señal, pues, haces tú para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra ? / Nuestros padres comieron del maná en el desierto, según está escrito: <Pan venido del cielo les dio a comer> (Sal 77,24) / Les dijo, pues Jesús: En verdad, en verdad os digo, no fue Moisés quien os dio el pan bajado del cielo, sino mi Padre es quien os da el pan verdadero, que viene del cielo / porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da vida al mundo"

A pesar de esta explicación los judíos no quisieron entender lo que dijo Jesús, pero sin embargo, algunos le pidieron que les diera de esa clase de pan, a lo que  Jesús les respondió (Jn 6,35):

 
 
<Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no padecerá hambre y el que cree en mí no padecerá sed jamás>…Y poco después, Jesús, viendo que seguían dudando y murmurando entre sí, aseguraba (Jn 6,44-47): "Nadie puede venir a mí sino le trajera el Padre, que me envió; y yo le resucitaré en el último día / Está escrito en los profetas: < Y serán todos enseñados por Dios>. Todo el que oye al Padre y recibe sus enseñanzas, viene a mí / No es que al Padre le haya visto alguien; sólo el que viene de parte de Dios ese es el que ha visto al Padre / En verdad, en verdad os digo, el que cree tiene vida eterna"


Según el Papa Benedicto XVI (Ibid), los que escuchaban estos razonamientos estaban dispuestos quizás ya a realizar las obras necesarias para recibir el pan que Jesús les ofrecía, pero para recibir dicho pan no es suficiente solamente el trabajo humano, mediante el propio esfuerzo <únicamente puede llegar a nosotros como don de Dios, como obra de Dios>… <La realidad más alta y esencial no la podemos conseguir por nosotros mismos; tenemos que dejar que se nos conceda, y por así decirlo, entrar en la dinámica de los dones que se nos conceden>. Esto ocurre con la fe en Jesús, que es diálogo y relación viva con el Padre, y que en nosotros quiere convertirse de nuevo en palabra y amor.

En definitiva, el hombre, por su parte, para alcanzar la vida a de creer en el Hijo, en Cristo, y aceptar con total fe su Palabra. Esta es la conexión por otra parte que encontramos entre la fe en Cristo y el Sacramento por él instituido de la Eucaristía, al que llamamos <misterio de fe> porque como decía el Papa Juan Pablo II:

“Dios es fiel a su Alianza. Alianza que selló con la humanidad en Jesucristo. No puede ya volverse atrás, habiendo decidido de una vez por todas que el destino del hombre es la vida eterna del Reino de los Cielos.

¿Cederá el hombre al amor de Dios, reconocerá sus errores? ¿Cederá el príncipe de las tinieblas, que es el padre de las mentiras, que continuamente acusa a los hijos de los hombres como en otros tiempos acusó a Job? (Job 1,9). Probablemente no cederá pero quizás sus argumentos pierdan fuerza. Quizás la humanidad se vaya haciendo poco a poco más sencilla, vaya abriendo de nuevo los oídos para escuchar la Palabra, con la que Dios lo ha dicho todo al hombre.
Y en esto no habrá nada de humillante; el hombre puede aprender de sus propios errores. También la humanidad puede hacerlo, en cuanto Dios la conduzca a lo largo de los tortuosos caminos de la historia; y Dios no cesa de obrar de este modo. Su obra esencial seguirá siendo siempre la Cruz y la Resurrección de Cristo. Esta es la Palabra definitiva de la verdad y del amor. Esta es también la incesante fuente de la acción de Dios en los Sacramentos, como lo es en otras vías solo conocidas por Él. Es una acción que pasa a través del corazón del hombre y a través de la historia de la humanidad (Papa San Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza. Círculo de lectores).

 
 
 
 
Estas palabras de Juan Pablo II, deberían llenar nuestros corazones de una sana alegría que impidiera el efecto demoledor de este mundo consumista, encaminado hacia la búsqueda de placeres superficiales, que a nada conduce sino al individualismo y a la clausura de la vida interior tal como también ha denunciado recientemente nuestro actual Papa Francisco en la Exhortación Apostólica < Evangelii Gaudium> en la que ha invitado a todos los hombres a disfrutar de la presencia y amor a Jesucristo:

“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación nos es para él porque como decía Pablo VI <nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor>

 
 
 
 
Sobre la existencia cristiana, San Pablo asegura que Jesucristo es su fundamento: “Este es un fundamento que resiste si hemos permanecido firmes sobre este fundamento y hemos construido sobre él nuestra vida, sabemos que este fundamento no se nos puede quitar ni siquiera en la muerte. Encima de este cimiento edifican con oro, plata y piedras preciosas, o madera, heno o paja. Lo que ha hecho cada uno saldrá a la luz; el día de juicio lo manifestará, porque ese día despuntará con fuego y el fuego pondrá a prueba la calidad de cada construcción. Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa, mientras que aquel cuya obra quede abrasada sufrirá el daño. No obstante, Él quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego" (Cor I 3,12-15).


Algunos teólogos han asegurado que el fuego que arde, y que a la vez salva, es Cristo mismo, el juez y salvador. En palabras del Papa Benedicto XVI:

“El encuentro con Él es el acto decisivo del juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse. Pero en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y mal sano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, <como a través del fuego>. Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalmente de Dios. Así se entiende también con toda claridad la compenetración entre justicia y gracia: Nuestro modo de vivir no es irrelevante, pero nuestra inmundicia no nos ensucia eternamente, al menos si permanecemos orientados hacia Cristo, hacia la verdad y el amor. A fin de cuentas, esta suciedad ha sido ya quemada en la Pasión de Cristo.

 
 
 
 
En el momento del Juicio experimentamos y acogemos este predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en nosotros. El dolor del amor se convierte en nuestra salvación y en nuestra alegría. Está claro que no podemos calcular con las medidas cronométricas de este mundo la duración de este arder que transforma. El  <momento> transformador de este encuentro está fuera del alcance del cronometraje terrenal. Es tiempo del corazón, tiempo del <paso> a la comunión con Dios en el Cuerpo de Cristo (Benedicto XVI. Carta encíclica <Spe Salvi >. Dada en Roma el treinta de noviembre del año 2007)

 

 

 

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