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domingo, 2 de agosto de 2015

JESÚS Y EL DISCERNIMIENTO ENTRE EL BIEN Y EL MAL



 
 



Jesús nos advirtió sobre la necesidad de discernir sobre el bien y el mal. Tanto San Mateo (Mt 7,16-20), como San Lucas (6, 43-45), atestiguan esta enseñanza del Mesías.

Concretamente en el Evangelio del Apóstol San Mateo podemos leer:

-Por sus frutos lo conoceréis ¿Acaso se cosechan uvas de los espinos o higos de los cardos?

-Así también todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos.

-Un árbol bueno no puede dar frutos malos, y un árbol malo frutos buenos.

-Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego.

-Por sus frutos los conoceréis

 


Según San Mateo estas palabras iban dirigidas a los falsos profetas que con piel de cordero, pero corazón de lobo, trataban de engañar a las gentes llevándolos por el camino de la maldad. También en nuestros tiempos  existen <falsos profetas>, por eso el hombre debe tener mucho cuidado y  discernir entre el bien y el mal, tal como aconsejaba Cristo con su parábola del árbol que da buen fruto, porque es bueno y, del que da mal fruto, porque es malo.

El discernimiento entre el bien y el mal, por tanto, la liberación del hombre del pecado y de la muerte:



                       "Se realiza cuando Cristo, que es la Verdad, se hace camino para él"

(Papa Benedicto XVI, <El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón> Ed. Palabra. 2010).

En efecto fue el mismo Jesucristo, el que así lo manifestó a sus discípulos cuando les habló de la preparación de un lugar en el cielo  para ellos  (Jn 14, 1-6):

-No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios, creed también en mí.
-En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os los hubiera dicho; yo voy para prepararos un lugar.

-Y cuando haya ido y lo haya preparado, volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros.
-Y vosotros conocéis el camino del lugar, a donde voy.

-Tomás le dijo: Señor no sabemos dónde vas ¿Cómo vamos a conocer el camino?
-Jesús contestó: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.

 
Con todo, el Señor tuvo dificultades para hacer comprender a sus coetáneos el Mensaje salvador, lo vemos en  tantos ejemplos que aparecen en los Evangelios. Por eso, el Señor utiliza muchas veces técnicas de enseñanza que favorecen la comprensión de sus palabras y especialmente aquellas que se refieren precisamente a la necesidad que tiene el hombre de reconocer, de discernir, de distinguir claramente entre el bien y el mal, porque ello le conduce a la liberación del pecado y de la muerte y, le permite seguir el camino de la verdad y de la vida.

La revelación de Dios, a través de las palabras de su Hijo unigénito sobrepasa, sin duda, la capacidad de conocimiento del hombre, pero sin embargo no se opone a su razón, aunque eso sí, la penetra y reclama la responsabilidad del ser humano en la búsqueda de la verdad, porque como advertía el Apóstol San Pedro <más vale padecer por hacer el bien, que dejarse llevar por el mal, si así es la voluntad de Dios> (I Pedro 3,13-18):



-¿Quién podría haceros daño si os empeñaseis por hacer el bien?
-Si a pesar de todo, os veis obligados  a padecer por la justicia, ¡Dichosos vosotros! No temáis sus amenazas, ni os turbéis.

-Glorificad en vuestros corazones a Cristo, el Señor, dispuestos siempre a contestar a todo el que os pida razón de vuestra esperanza;
-pero hacedlo con dulzura y con respeto, con la conciencia tranquila, para que los que interpretan mal vuestra vida cristiana queden avergonzados de sus mismas palabras.

-Mejor es sufrir por hacer el bien que por hacer el mal, si Dios así lo quiere.
-Pues también Cristo murió por los pecados, el Justo por los injustos, con el fin de llevarnos a Dios

 
Obrar el bien sin temor, es el consejo que el Señor da a través de las palabras del Apóstol San Pedro; Jesús, a lo largo de su vida pública, dejó constancia de este anuncio, Él mediante su predicación de la Palabra manifestó además la necesidad perentoria de que el hombre discerniera claramente entre el bien y el mal, porque esto indefectiblemente debería llevarle a la verdad, y por tanto a la salvación.
Sin embargo: <Algunos escuchan superficialmente la Palabra pero no la acogen; hay quien la acoge en un primer momento pero no tiene constancia y lo pierde todo; hay quien queda abrumado por las preocupaciones y seducciones del mundo; y hay quien escucha de manera receptiva como tierra buena…> (Papa Benedicto XVI. Ángelus. Domingo 10 de julio de 2011).

Como sigue diciendo el Pontífice (Ibid), solamente en el último caso, la Palabra de Dios da buenos frutos en el hombre, es lo que sucedió en esta parábola del Señor, recordada por San Mateo en su Evangelio (Mt 13,1-23):

-Aquel día saliendo Jesús de casa, se sentó junto al mar,

-y acudió a Él mucha gente, tanta que se subió a sentarse en una barca, y toda la gente quedó en la playa.



-Y les habló de muchas cosas en parábolas, diciendo: Salió el sembrador a sembrar,

-y al sembrar él, parte cayó junto al camino; vinieron las aves y se lo comieron.

-Otra cayó en el pedregal, donde no había mucha tierra, y al punto brotó, por ser la tierra poco profunda.

-Saliendo el sol, la agostó, y, por no tener raíz, se secó.

-Otra cayó entre cardos, crecieron éstos y la ahogaron.

-Pero otra cayó en tierra buena, y dio fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta.

-Quién tenga oídos para oír, que oiga.

 


Asegura el Papa Benedicto XVI en su libro: <Jesús de Nazaret. 1ª Parte>, que las parábolas son indudablemente el corazón de la predicación de Jesús y, por otra parte, también afirma que el esfuerzo por entender correctamente las parábolas ha sido constante a lo largo de la historia de la humanidad, aunque no siempre con excelentes resultados. Así,  los exegetas han tenido que corregirse en repetidas ocasiones sin ofrecer razonamientos definitivos sobre el tema de la didáctica en las parábolas de Jesús...
No obstante, los tres Evangelistas sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas, cuentan que en una ocasión, Jesús explicó el sentido de sus parábolas. Fue concretamente, al responder a esta pregunta de Mateo: ¿Por qué les hablas en parábola a la multitud?

Mateo introduce este pasaje de la vida de Jesús justamente después de que pronunciara la parábola del sembrador que hemos recordado anteriormente (Mt 13, 10-16):

-Y acercándose los discípulos le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas?
-Y Él le respondió: A vosotros os ha sido dado conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no.

-Pues a quien tiene se le dará, y abundará; más al que no tiene aun lo que tiene le será quitado.
-Por eso les hablo en parábolas, porque, viendo, no ven, y oyendo, no oyen ni entienden;

-y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: <ciertamente oiréis, y no entenderéis-miraréis y no veréis-
-porque el corazón de este pueblo se ha embotado-se han hecho torpes de oído-y sus ojos se han cerrado-para no ver con sus ojos-y no oír con sus oídos-y para no entender su alma-y convertirse-y que yo los sane>

-dichosos, pues, vuestros ojos que ven;
-y vuestros oídos, que oyen.

-Porque os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

 


Comprobamos al releer esta parábola, que Jesús hace una distinción clara entre sus discípulos, esto es, los que escuchan su palabra y la pone en práctica y, el resto, los que operan de forma contraria (Benedicto XVI. Ángelus. 2011):

“A los discípulos, es decir, a los que ya se han decidido por Él les puede hablar del Reino de Dios abiertamente; en cambio, a los demás debe anunciarlo en parábolas, para estimular precisamente la decisión, la conversión del corazón, de hecho las parábolas, por su naturaleza, requieren un esfuerzo de interpretación, interpela a la inteligencia pero también la libertad”.

Pero el Señor, no se quedó del todo satisfecho con esta primera explicación de la parábola del sembrador, dada a sus discípulos y, por si acaso, les dio esta  segunda interpretación (Mt 13, 19-23):

-Todo el que oye la doctrina del Reino y no la entiende, viene el maligno y le arrebata lo sembrado en su corazón. Esto es lo sembrado junto al camino.

-Lo sembrado en el pedregal es el que oye la doctrina, y al punto lo recibe con gozo;

-pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante, y llegado a la tribulación o persecución, a causa de la doctrina, se escandaliza al instante.



-Lo sembrado entre cardos es el que oye la doctrina; pero los cuidados del siglo y la seducción de la riqueza ahogan la doctrina, y queda sin fruto.

-Más lo sembrado en tierra buena, es el que oye la doctrina y la entiende, y da fruto, uno ciento, otro sesenta, otro treinta.

Son explicaciones maravillosas de Jesús que no tienen parangón con cualquiera otra que pudieran dar los hombres por muy sabios que sean… con razón, al terminar la parábola dijo a la multitud: <Quién tenga oídos para oír, que oiga>.

Ante esta expresión del Señor podríamos preguntarnos, en un ambiente social tan contrario a la verdad de sus propuestas de vida ¿Cómo conseguir que todos los ojos y todos los oídos escuchen el Mensaje de Cristo con la ayuda de sus parábolas? El Papa Benedicto nos quiso aclarar esta incógnita (Jesús de Nazaret 1ª parte):



“En la Cruz se descifran las parábolas. En los sermones de despedida dice el Señor: <Os he hablado de esto en comparaciones: viene  la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente (Jn 16,25)>. Así, las parábolas hablan de manera escondida del misterio de la Cruz; no sólo hablan de Él: ellas mismas forman parte de Él. Pues porque precisamente dejan traslucir el misterio divino de Jesús suscitan contradicción. Precisamente cuando alcanzan máxima claridad, como en la parábola de los trabajadores homicidas de la viña (Mc 12, 1-12), se transforman en estaciones de la vía hacia la Cruz. En las parábolas, Jesús no es solamente el sembrador que siembra la semilla de la palabra de Dios, sino que es semilla que cae en tierra para morir y así poder dar fruto”

El Señor tenía mucha razón al decir que había personas que miraban y no veían y, oían pero no entendían sus palabras. Él desea guiar a la humanidad hacia el misterio de Dios, en definitiva hacia el discernimiento entre el bien y el mal, y lo hace a través de  los sucesos de la vida ordinaria, de las  cosas del día a día (Benedicto XVI Jesús de Nazaret 1ª parte):

“Nos muestra quienes somos y que tenemos que hacer en consecuencia, nos transmite un conocimiento que nos compromete que no sólo nos trae nuevos conocimientos, sino que nos trae un regalo: Dios está en camino hacia ti. Pero es también un conocimiento que plantea una exigencia:< Cree y déjate guiar por la fe>”

Con razón y buen juicio aseguraba el Beato que vivió a finales de la edad media, Tomás de Kempis (Imitación de Cristo. Capítulo III) que las palabras de Dios se deben oír con humildad, y que muchos no las estiman como deben:



“Oye, hijo mío, mis palabras, palabras suavísimas que exceden a toda la ciencia de los filósofos y letrados. Mis palabras son espíritu de vida, y no se pueden pensar por humanos sesos. No se deben traer al sabor del paladar; más debemos oír en silencio, recibirse con humildad y con gran deseo decir (Salmo 94 (93) 12-14).
Escribe tú mis palabras en tu corazón y trátalas con mucha diligencia, que en tiempo de la tentación las habrá bien de menester. Lo que no entiendas cuando lees, conocerlo has en el día de la visitación. En dos maneras suelo visitar a mis escogidos, que son tentación y consolación, y dos lecciones les leo cada día, una reprendiendo sus vicios otra amonestándolos al crecimiento de las virtudes. El que entiende mis palabras y las desprecia, tiene quién lo juzgue en el postrero día”.

Tomás de Kempis utiliza en este capítulo de su obra palabras del Antiguo Testamento, más concretamente del Salterio, que encajan y, son fructíferas para una sociedad tan paganizada como la nuestra (94) (93); (15-23):

-Volverá a haber justicia en el juicio y la apoyaran todos los hombres honestos

-¿Quién se pondrá de mi parte frente a los malvados? ¿Quién se colocará a mi lado frente a los malhechores?

-Si el Señor no me hubiera ayudado, yo estaría en el país del silencio

-Cuando pienso que voy a tropezar, tu amor me sostiene Señor

 


El gran protagonista de estos salmos es Dios, permiten un diálogo personal con Él, sirven además para alcanzar un consuelo gracias al amor infinito de Dios y para sobrellevar los males e injusticias del día a día, también en el momento actual, donde una sociedad marcada por la <conciencia errónea> camina por senderos alejados de la verdad. Y en un mundo como éste, en un mundo marcado por el pecado,  el Papa Benedicto XVI aseveraba (Ibid):

“El Baricentro (en el sentido físico; equivalente al centro de masa) con el que gravita nuestra vida se caracteriza por estar aferrado al <yo> y al <sé> impersonal. Se debe de romper este lazo, abrirse a un nuevo amor que nos lleve a otro campo de gravitación y nos haga vivir así de un modo nuevo.

En este sentido, el conocimiento de Dios no es posible sin el don de un amor hecho visible; pero también el don debe ser aceptado…

 En las parábolas se manifiesta la esencia misma del Mensaje de Jesús y en el interior de las parábolas está inscrito el misterio de la Cruz”

 
 
Tenía toda la razón Benedicto XVI al hacer este razonamiento sobre el estado de salud de la sociedad actual. El centro de gravedad sobre el que se asienta la vida de hoy en día es el pecado, el desconocimiento del mal y sus consecuencias, la falta de discernimiento entre el bien y el mal. Cuántas veces escuchamos hablar, incluso a personas que se pueden considerar eruditas, sobre la naturaleza instintiva del hombre hacia el mal, como algo irremediable, imposible de evitar, teniendo en cuenta, eso dicen, que el hombre es podredumbre y como tal está abocado a la muerte sin remedio…Una especie de abatimiento y desamor se ha apoderado de las gentes, en una gran medida; son personas inocentes que no han escuchado hasta ahora más que quejas hacia sus semejantes e incitaciones hacia el egoísmo del <yo>, por encima de todo. El relativismo ha hecho mella en las sociedades de los últimos siglos, en las que todo <sé> puede considerar adecuado con tal de que el <yo> lo considere oportuno…
El hombre ya no busca la verdad absoluta, no debe buscarla, no busca al Dios verdadero, no debe buscarlo, debe  conformase con otros pequeños dioses falsos; éstas son  ideas muy defendidas por los intelectuales y líderes en los últimos siglos de la historia de la humanidad.
Son más cómodos otros dioses, por ejemplo, aquellos individuos que destacan en el deporte, en la política, en las artes, en los medios de comunicación etc.

 


La <conciencia errónea>, ha acampado a sus anchas en este siglo XXI aunque éste es un mal que viene de lejos, casi se podría decir: desde que el hombre fue creado y se dejó tentar por el demonio.

El Papa Benedicto XVI apreció en su totalidad el daño que puede provocar en los hombres la situación de una <conciencia errónea> cuando analizaba el contenido de una parábola del Señor, concretamente la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18, 10-15):
“Dos hombres fueron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano/El fariseo, de pie, hacía en su interior esta oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano; /yo ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo/ El publicano, por el contrario, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador/ Os digo que éste volvió a su casa  justificado, y el otro no/ Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”   

 


Benedicto XVI, se expresa en los siguientes términos en su libro <El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón>:
“En el Salmo (19) se contiene este aserto, siempre merecedor de ponderación: ¿Quién advierte sus propios errores? ¡Líbrame de las culpas que no veo!... Dejar de ver las culpas, el enmudecimiento de la voz de la conciencia en tantos ámbitos de la vida, es una enfermedad espiritual mucho más peligrosa que la culpa, si uno está aún en condiciones de reconocerla como tal.
Quién ya es incapaz de percibir que matar es pecado, ha caído más bajo que quién todavía puede reconocer la malicia de su propio comportamiento, pues se haya mucho más alejado de la verdad y la conversión.

No en vano, en el encuentro con Jesús, el que se auto justifica aparece cómo quién se encuentra realmente perdido. Si el publicano (de la parábola de Jesús), con todos sus innegables pecados, se haya más justificado delante de Dios que el fariseo con todas sus obras realmente buenas, eso no se debe a que, en cierto sentido, los pecados del publicano no sean verdaderamente pecados, ni a que las buenas obras del fariseo no sean verdaderamente buenas obras…
Esto tampoco significa, de ningún modo, que el bien que el hombre realiza no sea bueno ante Dios ni que el mal no sea malo ante Él, o carezca en el fondo de importancia. La verdadera razón de este paradójico juicio de Dios se descubre exactamente desde nuestro problema: el fariseo ya no sabe que también él tiene culpa. Se haya completamente en paz con su conciencia. Pero este silencio de la conciencia le hace impenetrable para Dios, y para los hombres. En cambio, el grito de la conciencia, que no da tregua al publicano, lo hace capaz de la verdad y del amor…

Por eso, Jesús puede obrar con éxito en los pecadores, porque como no se han ocultado tras el parapeto de la <conciencia errónea>, tampoco se han vuelto impenetrables a los cambios que Dios espera de ellos, al igual que de cada uno de nosotros. Por el contrario, él no puede obtener éxito con los <justos>, precisamente porque a ellos les parece que no tienen necesidad de perdón ni de conversión; su conciencia ya no les acusa, sino más bien los justifica”

 



Sí, cuando la conciencia del hombre se hace superficial, éste, como muy bien denuncia Benedicto XVI, no se libera en absoluto, por el contrario se esclaviza, haciéndose totalmente dependiente de las opiniones dominantes y caprichosas de la sociedad, casi siempre alejadas de la verdad. La renuncia a la verdad  del hombre de hoy le conduce por tanto, a la larga, a esa <conciencia errónea> que nada se pregunta y que se auto justifica, aun estando instalada en la mayor mentira, muy alejada incluso de la ley natural que el Creador ha inscrito en el corazón de todo ser humano…

Ciertamente Jesucristo, la Verdad absoluta, ha venido para salvar a los hombres, ha quemado sus culpas con el amor inmenso que le llevó a someterse a su Pasión y Muerte en la Cruz, y de esta Cruz se ha derivado para la humanidad una gran fecundidad, como la expresada por Jesús en su parábola del sembrador que hemos recordado anteriormente. En efecto, como dice Benedicto XVI (Jesús de Nazaret 2ª parte):

“Llama la atención la importancia que adquiere la imagen de la semilla en el conjunto del mensaje de Jesús. El tiempo de Jesús, el tiempo de los discípulos, es el de la siembra y la semilla. <El Reino de Dios> está presente como semilla. Vista desde fuera la semilla es algo muy pequeño. A veces ni se ve. El grano de mostaza -imagen del reino de Dios- es el más pequeño de los granos y, sin embargo, contiene en sí un árbol entero. La semilla es presencia del futuro que en ella está escondido, lo que va a venir.
Es promesa y presente en el hoy. El domingo de Ramos, el Señor ha resumido las diversas parábolas sobre las semillas y desvelado su pleno significado: <Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto> (Jn 12,24). Él mismo es el grano. Su <fracaso> en la Cruz supone precisamente el camino que va de los pocos a los muchos, a todos:





<Y cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí> (Jn 12,32)”

Por desgracia, como han sugerido todos los Pontífices de los últimos siglos, al hombre de hoy le ha costado y aun le cuesta volver al camino de la verdad, volver a discernir entre el bien y el mal, prefiere conformarse con los razonamientos que otros les dan…Volver a la fe de Cristo exige un comportamiento moral que muchos ya son incapaces de entender y mucho menos de aceptar. Sí, el Mensaje de Cristo, las enseñanzas de la Iglesia Católica, son ciertamente muy exigentes, mayores que la de otras religiones, pero Cristo  no engañaba nunca al respecto, ni a sus discípulos, ni a los hombres que le han escuchado a lo largo de la historia, por el contrario, como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza) (Ibid):



“Los prepara con verdadera firmeza para todo género de dificultades internas y externas, advirtiendo siempre que ellos también pueden decidir abandonarle. Por lo tanto, si Él dice: ¡No tengáis miedo!, con toda seguridad no lo dice para paliar de algún modo sus exigencias.

Al contrario, con estas palabras confirma toda la verdad del Evangelio y todas las exigencias en él contenidas. Al mismo tiempo, sin embargo, manifiesta que lo que Él exige no supera las posibilidades del hombre, si el hombre lo acepta con disposición de fe, también encuentra la gracia, que Dios no permite que le falte, la fuerza necesaria para llevar adelante esas exigencias.

El mundo está lleno de pruebas de la fuerza salvífica y redentora, que los Evangelios anuncian con mayor énfasis que aquel con que recuerdan las obligaciones morales:

 
 



¡Cuántas son en el mundo las personas que atestiguan con su vida cotidiana que la moral evangélica es hacedera!  La experiencia demuestra que una vida humana lograda no puede ser  sino  como la de esas personas”



 

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