Jesús nos advirtió sobre la necesidad de discernir sobre el bien y el mal. Tanto San Mateo (Mt 7,16-20), como San Lucas (6, 43-45), atestiguan esta enseñanza del Mesías.
Concretamente en el Evangelio del Apóstol San Mateo podemos leer:
-Por sus frutos lo conoceréis
¿Acaso se cosechan uvas de los espinos o higos de los cardos?
-Así también todo árbol bueno da
frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos.
-Un árbol bueno no puede dar
frutos malos, y un árbol malo frutos buenos.
-Todo árbol que no da buen fruto
es cortado y echado al fuego.
-Por sus frutos los conoceréis
El discernimiento entre el bien y
el mal, por tanto, la liberación del hombre del pecado y de la
muerte:
"Se realiza cuando Cristo, que es la Verdad, se hace camino para él"
(Papa Benedicto XVI, <El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón> Ed. Palabra. 2010).
"Se realiza cuando Cristo, que es la Verdad, se hace camino para él"
(Papa Benedicto XVI, <El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón> Ed. Palabra. 2010).
En efecto fue el mismo Jesucristo, el que así
lo manifestó a sus discípulos cuando les habló de la preparación de un lugar en
el cielo para ellos (Jn 14,
1-6):
-No se turbe vuestro corazón.
Creed en Dios, creed también en mí.
-En la casa de mi Padre hay
muchas moradas; si no, os los hubiera dicho; yo voy para prepararos un lugar.
-Y cuando haya ido y lo haya
preparado, volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también
vosotros.
-Y vosotros conocéis el camino
del lugar, a donde voy.
-Tomás le dijo: Señor no sabemos
dónde vas ¿Cómo vamos a conocer el camino?
-Jesús contestó: Yo soy el
camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.
La revelación de Dios, a través
de las palabras de su Hijo unigénito sobrepasa, sin duda, la capacidad de conocimiento del hombre, pero sin embargo no se
opone a su razón, aunque eso sí, la penetra y reclama la responsabilidad del
ser humano en la búsqueda de la verdad, porque como advertía el Apóstol San
Pedro <más vale padecer por hacer el bien, que dejarse llevar por el mal, si
así es la voluntad de Dios> (I Pedro 3,13-18):
-Si a pesar de todo, os veis obligados a padecer por la justicia, ¡Dichosos vosotros! No temáis sus amenazas, ni os turbéis.
-Glorificad en vuestros corazones
a Cristo, el Señor, dispuestos siempre a contestar a todo el que os pida razón
de vuestra esperanza;
-pero hacedlo con dulzura y con
respeto, con la conciencia tranquila, para que los que interpretan mal vuestra
vida cristiana queden avergonzados de sus mismas palabras.
-Mejor es sufrir por hacer el
bien que por hacer el mal, si Dios así lo quiere.
-Pues también Cristo murió por
los pecados, el Justo por los injustos, con el fin de llevarnos a DiosSin embargo: <Algunos escuchan superficialmente la Palabra pero no la acogen; hay quien la acoge en un primer momento pero no tiene constancia y lo pierde todo; hay quien queda abrumado por las preocupaciones y seducciones del mundo; y hay quien escucha de manera receptiva como tierra buena…> (Papa Benedicto XVI. Ángelus. Domingo 10 de julio de 2011).
Como sigue diciendo el Pontífice
(Ibid), solamente en el último caso, la Palabra de Dios da buenos frutos en el
hombre, es lo que sucedió en esta parábola del Señor, recordada por San Mateo
en su Evangelio (Mt 13,1-23):
-Aquel día saliendo Jesús de
casa, se sentó junto al mar,
-y acudió a Él mucha gente, tanta
que se subió a sentarse en una barca, y toda la gente quedó en la playa.
-y al sembrar él, parte cayó
junto al camino; vinieron las aves y se lo comieron.
-Otra cayó en el pedregal, donde
no había mucha tierra, y al punto brotó, por ser la tierra poco profunda.
-Saliendo el sol, la agostó, y,
por no tener raíz, se secó.
-Otra cayó entre cardos,
crecieron éstos y la ahogaron.
-Pero otra cayó en tierra buena,
y dio fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta.
-Quién tenga oídos para oír, que
oiga.
Asegura el Papa Benedicto XVI en
su libro: <Jesús de Nazaret. 1ª Parte>, que las parábolas son
indudablemente el corazón de la predicación de Jesús y, por otra parte, también
afirma que el esfuerzo por entender correctamente las parábolas ha sido
constante a lo largo de la historia de la humanidad, aunque no siempre con
excelentes resultados. Así, los exegetas
han tenido que corregirse en repetidas ocasiones sin ofrecer razonamientos definitivos
sobre el tema de la didáctica en las parábolas de Jesús...
No obstante, los tres
Evangelistas sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas, cuentan que en una ocasión,
Jesús explicó el sentido de sus parábolas. Fue concretamente, al responder a esta
pregunta de Mateo: ¿Por qué les hablas en parábola a la multitud? Mateo introduce este pasaje de la vida de Jesús justamente después de que pronunciara la parábola del sembrador que hemos recordado anteriormente (Mt 13, 10-16):
-Y acercándose los discípulos le
dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas?
-Y Él le respondió: A vosotros os
ha sido dado conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no.
-Pues a quien tiene se le dará, y
abundará; más al que no tiene aun lo que tiene le será quitado.
-Por eso les hablo en parábolas,
porque, viendo, no ven, y oyendo, no oyen ni entienden;
-y se cumple en ellos la profecía
de Isaías, que dice: <ciertamente oiréis, y no entenderéis-miraréis y no
veréis-
-porque el corazón de este pueblo
se ha embotado-se han hecho torpes de oído-y sus ojos se han cerrado-para no
ver con sus ojos-y no oír con sus oídos-y para no entender su alma-y
convertirse-y que yo los sane>
-dichosos, pues, vuestros ojos
que ven;
-y vuestros oídos, que oyen.
-Porque os aseguro que muchos
profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron, y oír lo que oís y
no lo oyeron.
Comprobamos al releer esta
parábola, que Jesús hace una distinción clara entre sus discípulos, esto es,
los que escuchan su palabra y la pone en práctica y, el resto, los que operan
de forma contraria (Benedicto XVI. Ángelus. 2011):
“A los discípulos, es decir, a
los que ya se han decidido por Él les puede hablar del Reino de Dios
abiertamente; en cambio, a los demás debe anunciarlo en parábolas, para
estimular precisamente la decisión, la conversión del corazón, de hecho las
parábolas, por su naturaleza, requieren un esfuerzo de interpretación,
interpela a la inteligencia pero también la libertad”.
Pero el Señor, no se quedó del
todo satisfecho con esta primera explicación de la parábola del sembrador, dada
a sus discípulos y, por si acaso, les dio esta
segunda interpretación (Mt 13, 19-23):
-Todo el que oye la doctrina del
Reino y no la entiende, viene el maligno y le arrebata lo sembrado en su
corazón. Esto es lo sembrado junto al camino.
-Lo sembrado en el pedregal es el
que oye la doctrina, y al punto lo recibe con gozo;
-pero no tiene raíz en sí mismo,
sino que es inconstante, y llegado a la tribulación o persecución, a causa de
la doctrina, se escandaliza al instante.
-Lo sembrado entre cardos es el que oye la doctrina; pero los cuidados del siglo y la seducción de la riqueza ahogan la doctrina, y queda sin fruto.
-Más lo sembrado en tierra buena,
es el que oye la doctrina y la entiende, y da fruto, uno ciento, otro sesenta,
otro treinta.
Son explicaciones maravillosas de
Jesús que no tienen parangón con cualquiera otra que pudieran dar los hombres
por muy sabios que sean… con razón, al terminar la parábola dijo a la multitud:
<Quién tenga oídos para oír, que oiga>.
Ante esta expresión del Señor
podríamos preguntarnos, en un ambiente social tan contrario a la verdad de sus
propuestas de vida ¿Cómo conseguir que todos los ojos y todos los oídos
escuchen el Mensaje de Cristo con la ayuda de sus parábolas? El Papa Benedicto
nos quiso aclarar esta incógnita (Jesús de Nazaret 1ª parte):
“En la Cruz se descifran las parábolas. En los sermones de despedida dice el Señor: <Os he hablado de esto en comparaciones: viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente (Jn 16,25)>. Así, las parábolas hablan de manera escondida del misterio de la Cruz; no sólo hablan de Él: ellas mismas forman parte de Él. Pues porque precisamente dejan traslucir el misterio divino de Jesús suscitan contradicción. Precisamente cuando alcanzan máxima claridad, como en la parábola de los trabajadores homicidas de la viña (Mc 12, 1-12), se transforman en estaciones de la vía hacia la Cruz. En las parábolas, Jesús no es solamente el sembrador que siembra la semilla de la palabra de Dios, sino que es semilla que cae en tierra para morir y así poder dar fruto”
El Señor tenía mucha razón al
decir que había personas que miraban y no veían y, oían pero no entendían sus
palabras. Él desea guiar a la humanidad hacia el misterio de Dios, en
definitiva hacia el discernimiento entre el bien y el mal, y lo hace a través
de los sucesos de la vida ordinaria, de las cosas del día a día (Benedicto XVI Jesús de
Nazaret 1ª parte):
“Nos muestra quienes somos y que
tenemos que hacer en consecuencia, nos transmite un conocimiento que nos
compromete que no sólo nos trae nuevos conocimientos, sino que nos trae un
regalo: Dios está en camino hacia ti. Pero es también un conocimiento que
plantea una exigencia:< Cree y déjate guiar por la fe>”
Con razón y buen juicio aseguraba
el Beato que vivió a finales de la edad media, Tomás de Kempis (Imitación de
Cristo. Capítulo III) que las palabras de Dios se deben oír con humildad, y que
muchos no las estiman como deben:
“Oye, hijo mío, mis palabras, palabras suavísimas que exceden a toda la ciencia de los filósofos y letrados. Mis palabras son espíritu de vida, y no se pueden pensar por humanos sesos. No se deben traer al sabor del paladar; más debemos oír en silencio, recibirse con humildad y con gran deseo decir (Salmo 94 (93) 12-14).
Tomás de Kempis utiliza en este
capítulo de su obra palabras del Antiguo Testamento, más concretamente del
Salterio, que encajan y, son fructíferas para una sociedad tan paganizada como la
nuestra (94) (93); (15-23):
-Volverá a haber justicia en el
juicio y la apoyaran todos los hombres honestos
-¿Quién se pondrá de mi parte
frente a los malvados? ¿Quién se colocará a mi lado frente a los malhechores?
-Si el Señor no me hubiera
ayudado, yo estaría en el país del silencio
-Cuando pienso que voy a tropezar,
tu amor me sostiene Señor
El gran protagonista de estos
salmos es Dios, permiten un diálogo personal con Él, sirven además para
alcanzar un consuelo gracias al amor infinito de Dios y para sobrellevar los
males e injusticias del día a día, también en el momento actual, donde una
sociedad marcada por la <conciencia errónea> camina por senderos alejados
de la verdad. Y en un mundo como éste, en un mundo marcado por el pecado, el Papa Benedicto XVI aseveraba (Ibid):
“El Baricentro (en el sentido
físico; equivalente al centro de masa) con el que gravita nuestra vida se
caracteriza por estar aferrado al <yo> y al <sé> impersonal. Se
debe de romper este lazo, abrirse a un nuevo amor que nos lleve a otro campo de
gravitación y nos haga vivir así de un modo nuevo.
En este sentido, el conocimiento
de Dios no es posible sin el don de un amor hecho visible; pero también el don
debe ser aceptado…
En las parábolas se manifiesta la esencia
misma del Mensaje de Jesús y en el interior de las parábolas está inscrito el
misterio de la Cruz”
Tenía toda la razón Benedicto XVI al hacer este razonamiento sobre el estado de salud de la sociedad actual. El centro de gravedad sobre el que se asienta la vida de hoy en día es el pecado, el desconocimiento del mal y sus consecuencias, la falta de discernimiento entre el bien y el mal. Cuántas veces escuchamos hablar, incluso a personas que se pueden considerar eruditas, sobre la naturaleza instintiva del hombre hacia el mal, como algo irremediable, imposible de evitar, teniendo en cuenta, eso dicen, que el hombre es podredumbre y como tal está abocado a la muerte sin remedio…Una especie de abatimiento y desamor se ha apoderado de las gentes, en una gran medida; son personas inocentes que no han escuchado hasta ahora más que quejas hacia sus semejantes e incitaciones hacia el egoísmo del <yo>, por encima de todo. El relativismo ha hecho mella en las sociedades de los últimos siglos, en las que todo <sé> puede considerar adecuado con tal de que el <yo> lo considere oportuno…
Son más cómodos otros dioses, por ejemplo, aquellos individuos que destacan en el deporte, en la política, en las artes, en los medios de comunicación etc.
La <conciencia errónea>, ha acampado a sus anchas en este siglo XXI aunque éste es un mal que viene de lejos, casi se podría decir: desde que el hombre fue creado y se dejó tentar por el demonio.
El Papa Benedicto XVI apreció en
su totalidad el daño que puede provocar en los hombres la situación de una
<conciencia errónea> cuando analizaba el contenido de una parábola del
Señor, concretamente la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18, 10-15):
“Dos hombres fueron al templo a
orar; uno era fariseo y el otro publicano/El fariseo, de pie, hacía en su
interior esta oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de
los hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano; /yo ayuno
dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo/ El publicano, por
el contrario, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar sus ojos al
cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: Dios mío, ten compasión de mí, que
soy un pecador/ Os digo que éste volvió a su casa justificado, y el otro no/ Porque el que se
ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”
Benedicto XVI, se expresa en los
siguientes términos en su libro <El elogio de la conciencia. La verdad
interroga al corazón>:
“En el Salmo (19) se contiene
este aserto, siempre merecedor de ponderación: ¿Quién advierte sus propios
errores? ¡Líbrame de las culpas que no veo!... Dejar de ver las culpas, el
enmudecimiento de la voz de la conciencia en tantos ámbitos de la vida, es una
enfermedad espiritual mucho más peligrosa que la culpa, si uno está aún en
condiciones de reconocerla como tal.Quién ya es incapaz de percibir que matar es pecado, ha caído más bajo que quién todavía puede reconocer la malicia de su propio comportamiento, pues se haya mucho más alejado de la verdad y la conversión.
No en vano, en el encuentro con
Jesús, el que se auto justifica aparece cómo quién se encuentra realmente
perdido. Si el publicano (de la parábola de Jesús), con todos sus innegables
pecados, se haya más justificado delante de Dios que el fariseo con todas sus
obras realmente buenas, eso no se debe a que, en cierto sentido, los pecados
del publicano no sean verdaderamente pecados, ni a que las buenas obras del
fariseo no sean verdaderamente buenas obras…
Esto tampoco significa, de ningún modo, que el
bien que el hombre realiza no sea bueno ante Dios ni que el mal no sea malo
ante Él, o carezca en el fondo de importancia. La verdadera razón de este
paradójico juicio de Dios se descubre exactamente desde nuestro problema: el
fariseo ya no sabe que también él tiene culpa. Se haya completamente en paz con
su conciencia. Pero este silencio de la conciencia le hace impenetrable para
Dios, y para los hombres. En cambio, el grito de la conciencia, que no da
tregua al publicano, lo hace capaz de la verdad y del amor…
Por eso, Jesús puede obrar con éxito en los
pecadores, porque como no se han ocultado tras el parapeto de la <conciencia
errónea>, tampoco se han vuelto impenetrables a los cambios que Dios espera
de ellos, al igual que de cada uno de nosotros. Por el contrario, él no puede
obtener éxito con los <justos>, precisamente porque a ellos les parece
que no tienen necesidad de perdón ni de conversión; su conciencia ya no les
acusa, sino más bien los justifica”
Sí, cuando la conciencia del
hombre se hace superficial, éste, como muy bien denuncia Benedicto XVI, no se
libera en absoluto, por el contrario se esclaviza, haciéndose totalmente
dependiente de las opiniones dominantes y caprichosas de la sociedad, casi
siempre alejadas de la verdad. La renuncia a la verdad del hombre de hoy le conduce por tanto, a la
larga, a esa <conciencia errónea> que nada se pregunta y que se auto
justifica, aun estando instalada en la mayor mentira, muy alejada incluso de la
ley natural que el Creador ha inscrito en el corazón de todo ser humano…
Ciertamente Jesucristo, la Verdad
absoluta, ha venido para salvar a los hombres, ha quemado sus culpas con el
amor inmenso que le llevó a someterse a su Pasión y Muerte en la Cruz, y de
esta Cruz se ha derivado para la humanidad una gran fecundidad, como la expresada
por Jesús en su parábola del sembrador que hemos recordado anteriormente. En
efecto, como dice Benedicto XVI (Jesús de Nazaret 2ª parte):
“Llama la atención la importancia
que adquiere la imagen de la semilla en el conjunto del mensaje de Jesús. El
tiempo de Jesús, el tiempo de los discípulos, es el de la siembra y la semilla.
<El Reino de Dios> está presente como semilla. Vista desde fuera la
semilla es algo muy pequeño. A veces ni se ve. El grano de mostaza -imagen del
reino de Dios- es el más pequeño de los granos y, sin embargo, contiene en sí
un árbol entero. La semilla es presencia del futuro que en ella está escondido,
lo que va a venir.
Es promesa y presente en el hoy. El domingo de Ramos, el Señor ha resumido las diversas parábolas sobre las semillas y desvelado su pleno significado: <Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto> (Jn 12,24). Él mismo es el grano. Su <fracaso> en la Cruz supone precisamente el camino que va de los pocos a los muchos, a todos:
<Y cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí> (Jn 12,32)”
Es promesa y presente en el hoy. El domingo de Ramos, el Señor ha resumido las diversas parábolas sobre las semillas y desvelado su pleno significado: <Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto> (Jn 12,24). Él mismo es el grano. Su <fracaso> en la Cruz supone precisamente el camino que va de los pocos a los muchos, a todos:
<Y cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí> (Jn 12,32)”
Por desgracia, como han sugerido
todos los Pontífices de los últimos siglos, al hombre de hoy le ha costado y
aun le cuesta volver al camino de la verdad, volver a discernir entre el bien y
el mal, prefiere conformarse con los razonamientos que otros les dan…Volver a la fe de Cristo exige un
comportamiento moral que muchos ya son incapaces de entender y mucho menos de
aceptar. Sí, el Mensaje de Cristo, las enseñanzas de la Iglesia Católica, son
ciertamente muy exigentes, mayores que la de otras religiones, pero Cristo no engañaba nunca al respecto, ni a sus
discípulos, ni a los hombres que le han escuchado a lo largo de la historia,
por el contrario, como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral
de la esperanza) (Ibid):
“Los prepara con verdadera firmeza para todo género de dificultades internas y externas, advirtiendo siempre que ellos también pueden decidir abandonarle. Por lo tanto, si Él dice: ¡No tengáis miedo!, con toda seguridad no lo dice para paliar de algún modo sus exigencias.
Al contrario, con estas palabras confirma toda la verdad del Evangelio y todas las exigencias en él contenidas. Al mismo tiempo, sin embargo, manifiesta que lo que Él exige no supera las posibilidades del hombre, si el hombre lo acepta con disposición de fe, también encuentra la gracia, que Dios no permite que le falte, la fuerza necesaria para llevar adelante esas exigencias.
El mundo está lleno de pruebas de la fuerza salvífica y redentora, que los Evangelios anuncian con mayor énfasis que aquel con que recuerdan las obligaciones morales:
¡Cuántas son en el mundo las personas que atestiguan con su vida cotidiana que la moral evangélica es hacedera! La experiencia demuestra que una vida humana lograda no puede ser sino como la de esas personas”
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