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sábado, 12 de octubre de 2019

EL RETO DE LA EVANGELIZACIÓN: SIGLO XVIII-EL SIGLO DE LA LUZ (2ª Parte)


 
 
 

 
Joseph Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI, con ocasión de su participación en un congreso conjunto de la Academia Evangélica de Tutzing y la Academia Católica  de Baviera celebrada en Tutzing en el año 1966 sobre el tema de la <Misión de la Iglesia en el mundo no cristiano>, al hablar concretamente sobre la misión de la Iglesia católica, que hoy en día conocemos como <nueva evangelización>, se manifestaba en estos términos (Mi cristiandad. Discursos fundamentales; Editorial Planeta, S.A., 2012):

“El estimulante proceso que presentan los Hechos de los Apóstoles, es el mensaje del reino traído por Jesús, quién halló su primer rechazo con la crucifixión del propio mensajero, pero que fue nuevamente ofrecido tras la resurrección, y sufrió el rechazo de su pueblo, por lo cual a partir de entonces, la misión (evangelizadora) puede existir sólo en forma de peregrinación hacia los pueblos…
Si nos preguntáramos cuáles son las razones de la evangelización, tendríamos que admitir que ésta resulta imprescindible para el movimiento de la historia y obra a favor de la unión.



Remitiendo nuestros esfuerzos evangelizadores, a poner de relieve lo que sucedió, en este sentido, durante el siglo XVIII, recordemos en primer lugar, que en el mismo, la dinastía borbónica trajo consigo el absolutismo francés, por el cual el Estado quedaba subordinado a la monarquía y el reino era considerado como dominio o propiedad del monarca.

En la península Ibérica, al conjunto de reinos con individualidad propia que formaban parte de la monarquía, durante la dinastía austriaca, sucede la forma unificada. Para este hecho políticamente trascendental que trasformo España en un reino homogéneo, encontró pretexto Felipe V en el reconocimiento de estos reinos al archiduque Carlos, durante la guerra de sucesión. Las Cortes a partir de 1724, se celebraron en común. El rey borbónico aplicó así el sistema de unificación, que había sido la clave de la fortaleza conseguida por Francia.

El abate italiano Alberoni, fue quien recomendó a la princesa de los Ursinos el matrimonio con Felipe V, viudo de María Luisa de Saboya y  por entonces apartado de los asuntos públicos por problemas de salud.

Alberoni se dedico a reorganizar el Estado español, al tiempo que preparaba escuadras y tropas, pero tras una serie de fracasos militares, el Rey Felipe V lo desterró y  firmó la paz con Francia; por otra parte, su hijo, el príncipe Luis se casaba con Luisa de Orleans.

 

Poco después abdicaba Felipe V en su hijo Luis (1724) que solo reino unos meses. Muerto Luis I, se ciño de nuevo la corona Felipe V. El deseo de la reina de proporcionar a sus hijos cómodas situaciones en territorios italianos, será la clave de este segundo mandato de Felipe V, el cual apoyó sus acciones políticas  en los pactos de familia y las alianzas con Francia.

El Papa Clemente XI muere en 1721 siendo elegido nuevo Pontífice Inocencio XIII (1721-1724) poseedor de una brillante carrera eclesiástica, pero muy delicado de salud. Poco después de su elección corroboró el tratado de Utrecht que otorgaba al emperador Carlos VI el reino de Sicilia, feudatario de la San Sede. Dos años más tarde, no obstante, se opuso valientemente a la decisión del emperador de otorgar los ducados de Parma, Piacenza y Guastalla al príncipe Carlos de Borbón-Anjou, aunque no tuvo éxito en su empeño. Intervino también en la controversia de los jesuitas y dominicos en los países de Oriente, prohibiendo a la Compañía de Jesús la admisión de nuevos miembros.

No le dio tiempo a Inocencio XIII de hacer muchas más cosas porque murió dos años después de su elección en condiciones extrañas, según algunos hagiógrafos. Fue elegido entonces como nuevo Papa, Pietro Francesco Orsini, de familia noble, que había heredado los títulos de duque de Gravina y príncipe de Solofra y Vallata  pero que renunció a estos títulos, aun en contra de la opinión de su familia, para dedicarse por entero a la vida religiosa, ingresando en la Orden de Predicadores de los dominicos.

En el año 1671 fue ordenado sacerdote por el Papa Clemente X iniciando así su carrera eclesiástica con gran éxito ya que un año después fue nombrado Cardenal por este mismo Pontífice y tres años después fue consagrado Arzobispo de Manfredonia.
 
 
 
 
En 1724 fue elegido Papa con el nombre de Benedicto XIII a pesar de sus protestas, pues se consideraba indigno de tan alto cargo y sólo tras advertir el peligro que corría la Iglesia si hubiera sido necesario repetir el conclave.


Su primera actuación en la Silla de Pedro se dirigió a mejorar la disciplina eclesiástica en un momento de la historia de la humanidad en la que se hacía enormemente necesario, cuestión ésta por la que fue criticado. En este sentido y entre otras medidas, prohibió el lujo en la forma de vestir de los altos cargos eclesiásticos.

Al año de ser elegido estaba ya seriamente comprometido con el estado moral de su grey y se dice que incluso pensó en volver a implantar la confesión de los pecados de forma pública para los casos que implicaran graves ofensas.

Estableció la Congregación de Seminarios para regular y uniformar los estudios eclesiásticos y en 1728 se publicaron tres libros suyos basados en enseñanzas pastorales. Por otra parte, desde el principio se opuso tenazmente a la herejía del jansenismo que condenó con una nueva bula <Unigenitus> (1726), en total acuerdo con la emitida por Clemente XI en 1713.

Por entonces el humanismo y el racionalismo estaban de moda y el poder temporal del Papado, se encontraba ya muy mermado, por lo que  ante la ambición de las casas reinantes europeas se vio obligado a firmar algunos concordatos que limitaban aún más los derechos de la Iglesia.


Durante su pontificado fue canonizado san Juan de la Cruz y San Luis Gonzaga, el cual había sido modelo de su juventud; también fue canonizado  San Juan Nepomuceno, San Gregorio VII, San Estanislao de Kostka, San Francisco Solano y el mártir San Wenceslao. Tampoco se olvidó de las mujeres que habían demostrado su santidad en vida, canonizando a Margarita de Cortona.

Falleció en Roma el 21 de febrero de 1730 y fue sepultado en la basílica de San Pedro, aunque posteriormente sus restos se trasladaron  a otra basílica también en Roma.

A la muerte de Benedicto XIII fue elegido nuevo Papa Lorenzo Corsini, que tomó el nombre de Clemente XII (1730-1740); perteneciente a la familia Castigliano, marqueses  del Sacro Imperio Romano Germánico, tras una larga deliberación (cuatro meses) como consecuencia de diversos intereses políticos ajenos a él.

Sus primeras actuaciones en el pontificado fueron dirigidas a restaurar la situación de penuria por la que pasaban las arcas de la tesorería papal, debido posiblemente, a un exceso de generosidad del Pontífice anterior, como ya habíamos comentado.

Fueron muchísimos los miembros de su noble familia que llegaron a posiciones altas en el estado y en la Iglesia, pero su principal ejemplo sería San Andrés Corsini, obispo de Fiesole. Se doctoró en leyes brillantemente, ejerciendo su carrera bajo la dirección de su tío, el cardenal Neri Corsini y a la muerte de éste y de su padre; siendo aún muy joven renunció a sus derechos de primogenitura para seguir la carrera eclesiástica.

En el año 1690 fue consagrado arzobispo titular de Nicomedia y en 1696 fue designado tesorero general y gobernador del castillo de Sant’ Angelo, un puesto de gran responsabilidad.

En 1706 fue nombrado Cardenal Diácono del Título de Santa Susana y ya durante el pontificado de Benedicto XIII, fue asignado a la Congregación del Santo Oficio y nombrado prefecto del tribunal judicial conocido también como Signatura di Giustizia. Fue sucesivamente cardenal –sacerdote de S. Pietro in Vincoli y cardenal obispo en Frascati.

Con una carrera eclesiástica tan brillante e importante no es de extrañar que su nombramiento como nuevo Papa tuviera una excelente acogida entre los romanos a pesar de su avanzada edad y sus dificultades en la vista. De hecho en el segundo año de su pontificado se quedo completamente ciego y unos pocos años después ejerció su papado desde la cama debido a su mal estado de salud.

 
 
A pesar de todos estos lamentables hechos lo cierto es que el Papa Clemente XII, manifestó desde el principio una gran vocación por cumplir con su mandato como cabeza de la Iglesia de Cristo y llevar adelante la Barca de Pedro. Tomando las medidas pertinentes enseguida mejoró la economía de la tesorería papal, lo que le permitió a su vez emprender  la construcción de nuevos edificios; además pavimentó las calles de Roma y los caminos que llegaban a la ciudad. Comenzó la gran Fuente de Trevi  y la majestuosa fachada de San Juan de Letrán, entre otras muchas obras arquitectónicas.

Desde el punto de vista puramente espiritual sus acciones fueron también muy importantes para la Iglesia; así, se esforzó por elevar la disciplina y moralidad especialmente en los claustros, por entonces en un estado muy relajado. Por otra parte apadrinó la nueva Congregación  de los Pasionistas y otorgó a san Pablo de la Cruz, la Iglesia y el monasterio de los santos Juan y Pablo.

Por otra parte, se opuso con fuerza a los nuevos brotes de jansenismo aparecidos durante su pontificado y consiguió que al menos los mauristas se sometieran a la <Constitución Unigenitus>; además en 1738 promulgo la bula <In Eminenti> y asimismo gracias a los esfuerzos de sus misioneros en  Egipto un numeroso grupo de coptos, con su patriarca al frente, regresaron a la unidad de la Iglesia.

Se podrían seguir destacando muchas más obras, a favor de la Iglesia, realizadas por este gran Pontífice de tan mala salud pero de tanto carácter y amor al mensaje de Cristo; finalmente recordaremos su gran veneración por los santos que le llevó a beatificar  a muchos hombre y mujeres de vida ejemplar, como por ejemplo a Vicente de Paul, Juan Francisco Regis y Juliana Falconieri, entre otros.

Falleció en Roma el 6 de febrero de 1740 y dos años después sus restos fueron trasladados a la Iglesia de san Juan de Letrán y depositados en la capilla que él mismo había hecho construir en honor de san Andrés Corsini en 1737.

 
 
 
Ejemplos de gran santidad y capacidad evangelizadora, se dieron también por aquellos tiempos entre la población laica. Concretamente un año antes de la muerte del Papa Clemente XII (1736), moría una mujer francesa por cuya vida ejemplar seria beatificada durante el pontificado del Papa Pio XII en 1947 y canonizada durante el de san Juan Pablo II en 1982.

Nos referimos a Juana Delanoue (1666-1736) que había nacido en Saumur, parroquia de san Pedro durante el reinado de Luis XIV. Perteneciente a una familia de clase media, se hizo cargo, a la muerte de sus padres, del pequeño negocio de la familia.
Por entonces nada hacía sospechar el gran papel que jugaría entre los más pobres de los pobres pues se dice que era caprichosa, avara y poco amiga de dar limosna. Sucedió que en el año 1693, en Saumur la población de los pobres había crecido en demasía y existía hambruna entre una gran parte de la misma.
 
 
 
 
En la fiesta de Pentecostés de ese mismo año la vida de esta mujer va a sufrir un cambio radical, al regreso de su peregrinación a Notre-Dame-des-Ardilliers. A partir de entonces experimento la necesidad de ayudar a la gente necesitada y durante la fiesta del Corpus Christi del mismo año la Virgen María se le apareció revelándole lo que el Señor esperaba de ella precisamente para con los pobres.

Con gran decisión emprendió la tarea de dar ayuda y cobijo a la población más necesitada de su ciudad, recibiendo en su propia casa a todo aquel que pedía su auxilio: madres solteras, mujeres adulteras, rechazados por la sociedad en general, acudieron a ella y ella los acogía con gran amor.

Como consecuencia de todo ello, gasta sus recursos económicos en estas obras de caridad y  por otra parte, sufre la pérdida de su casa, a causa del derrumbamiento de una montaña.
Esta futura santa de la Iglesia, no se amilana por tantas circunstancias adversas y decide seguir practicando la caridad junto a una pequeña comunidad de mujeres, en unas grutas próximas a la ciudad. Funda así las <Hermanas de Santa Ana>, siervas de los pobres de la Casa de la Providencia, siendo aprobadas las Constituciones de la Congregación por el obispo de Angers el 28 de septiembre de 1709.
Unos años después, concretamente en 1715 funda el primer hospital de la ciudad de Saumur. Murió en 1736 dejando tras de sí una serie de comunidades religiosas  que con el tiempo progresarán expandiéndose por todo el mundo hasta llegar a países tan lejanos como Indonesia.

Otro ejemplo de santidad extrema y gran vocación evangelizadora, lo tenemos en Úrsula Giuliani, mística italiana que perteneció a la orden de las Clarisas Capuchinas y que fue canonizada con el nombre de Verónica Giuliani  durante el Papado de Gregorio XVI en 1839.

Había nacido en Mercatello, ducado de Urbino y su familia era de origen noble. Desde su infancia demostró espíritu caritativo y de oración. Muy pronto surge en ella el deseo de tomar los hábitos; sus padres tratan de disuadirla, pero no lo logran, y consigue finalmente ingresar en un monasterio.
En 1677 fue recibida en el convento de las clarisas capuchinas en Città di Castello en Umbría (Italia) tomando entonces el nombre de Verónica, en recuerdo de aquella mujer que auxilió a Cristo en su Pasión.
Ya en el noviciado tuvo pruebas espirituales muy intensas y grandes tentaciones de volver al mundo, pero el Espíritu Santo la ayudó a salir de ellas, eligiendo finalmente padecer con Cristo para conseguir la conversión de los pecadores.

 
 
 
En 1693 comenzó una nueva etapa en su vida espiritual a raíz de tener una visión en la que Cristo le presentaba un Cáliz, como símbolo de la Pasión que debería ser acogida en su propia alma. Desde ese momento empezó a sufrir un gran dolor espiritual que con el tiempo llegó a ser también corporal.

Su confesor le ordenó que pusiera por escrito aquellas experiencias místicas y de esta forma dio inicio a su Diario que llegó a constar de 42 volúmenes, al mismo tiempo que atendía a sus deberes en el convento, principalmente como maestra de novicias, guiando a las aspirantes con amor y gran prudencia.

 
 
Tuvo el honor de recibir la la Corona de Espinas de nuestro Señor Jesucristo, siendo las heridas dejada por ésta visibles en su cuerpo. También recibió los estigmas de Cristo en sus manos, pies y costado. Por todo ello, su abadesa la denunció a la Inquisición porque creía que todo era fingido por la santa y a consecuencia de ello tuvo que sufrir años de pruebas y humillaciones sin fin…

Con diversas técnicas médicas se  intentó curarla de sus padecimientos, con resultados totalmente negativos; se practicó con ella exorcismos y el Obispo llegó a considerarla una bruja, incapacitándola para llevar a cabo  cualquier tipo de encargo en su comunidad, incomunicándola con sus hermanas y prohibiéndola recibir visitas externas o escribir cartas.

Por fin comprendieron sus enemigos que no estaba embrujada y poco a poco se le retiró los castigos terribles a los que estaba siendo sometida y en junio de 1703 se le devolvió el cargo de maestra de novicias. Tuvo la suerte en esta nueva etapa de su vida, de que entre sus nuevas discípulas se encontrará la futura  beata Florida Cevoli. Por otra parte, en 1716 fue elegida Abadesa ejerciendo el cargo hasta su muerte; cargo que desempeñó con gran prudencia e interés por las necesidades espirituales y materiales de sus hermanas.

Tras un ataque de apoplejía murió en 1727, en el convento de Città di Castello y la autopsia realizada por el médico Gentili ante autoridades civiles y eclesiásticas, reveló que su corazón tenía grabada la Cruz y los instrumentos de la Pasión de Cristo, tal como la santa había dejado escrito en su Diario.

Dos mujeres son suficientes para mostrarnos como en tiempos tan apartados del mensaje de Cristo, surgieron vocaciones que son ejemplos extraordinarios de santidad y capacidad evangelizadora. La primera realizando grandes obras de caridad por sus semejantes y la segunda sufriendo en sus propias carnes la Pasión de Cristo.

 
 
 
Realmente los caminos del Señor son inescrutables, como se suele decir; de entre la oscuridad y el desamor surgieron la  luz y el amor a la verdad. El siglo XVIII por esto sí..., por esto sí merece ser recordado como el <Siglo de las luces>.  

  

 

 

 

       

 

 

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