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martes, 1 de octubre de 2019

LA IGLESIA DE CRISTO Y EL DIALOGO INTERRELIGIOSO



“El Sinaí nos recuerda, en primer lugar, que una verdadera alianza en la tierra no puede prescindir del Cielo, que la humanidad no puede pretender encontrar la paz excluyendo a Dios de su horizonte, ni tampoco puede tratar de subir la montaña para apoderarse de Dios (Ex 19,12).
Se trata de un mensaje muy actual, frente a esa peligrosa paradoja que persiste en nuestros días, según la cual por un lado se tiende a reducir la religión a la esfera privada, sin reconocerla como una dimensión constitutiva del ser humano y de la sociedad y, por otro, se confunde la esfera religiosa y la política sin distinguirlas adecuadamente.

Existe el riesgo de que la religión acabe siendo absorbida por la gestión de los asuntos temporales y se deje seducir por el atractivo de los poderes mundanos que en realidad sólo quiere instrumentalizarla. En un mundo en el que se han globalizado muchos instrumentos técnicos útiles, pero también la indiferencia y la negligencia, y que corre a una velocidad frenética difícil de sostener, se percibe la nostalgia de las grandes cuestiones sobre el sentido de la vida, que las religiones saben promover y que suscitan la evocación de los propios orígenes: La vocación del hombre, que no ha sido creada para consumirse en la precariedad de los asuntos terrenales sino para encaminarse hacia el Absoluto al que tiende.
Por estas razones, sobre todo hoy, la religión no es un problema sino parte de la solución: Contra la tentación de acomodarse en una vida sin relieve, donde todo comienza y termina en esta tierra, nos recuerda que es necesario elevar el ánimo hacia lo Alto para aprender a construir la ciudad de los hombres”  

 
 
Son las sentidas palabras del Papa Francisco en su viaje apostólico  a Egipto (28-29 de abril de 2017) durante su discurso a los participantes en la <Conferencia Internacional para la Paz> que tuvo lugar en el Cairo. El Papa refiriéndose concretamente  al diálogo interreligioso manifestaba también que: “Estamos llamados a caminar juntos con la convicción de que el futuro de todos depende del encuentro entre religiones y culturas…El diálogo puede ser favorecido si se conjugan bien tres indicaciones fundamentales: el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones.

El deber de la identidad, porque no se puede establecer un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque al que  es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como un enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien  de cada uno se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la verdad, que nos merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición en cooperación”

Son tres indicaciones preclaras de nuestro actual Papa que sin duda están sirviendo ya para conseguir buenos frutos en el diálogo interreligioso que se inició  hace  algunos años. Así, en el Concilio Vaticano II se analizó  en profundidad el problema de la relación entre la Iglesia católica y las demás religiones del mundo, en consideración del mandato de Nuestro Señor Jesucristo.
Realmente se podría decir que desde siempre la Iglesia de Cristo se ha interesado por el diálogo interreligioso;  concretamente, en el Concilio Ecuménico Vaticano II, se estudió con largueza este tema, contemplando cuidadosamente su problemática, con la intención de alcanzar una fraternidad universal, exenta de toda discriminación:

“En nuestra época, en la que el género humano se une cada vez más estrechamente y aumentan los vínculos entre los diversos pueblos, la Iglesia considera, con mayor atención, en que consiste su relación con respecto a las religiones no cristianas.

 
 
En cumplimiento de su misión de fundamentar la  unidad y la caridad entre los hombres y, aún más, entre los pueblos, considera aquí, todo aquello que es común a los hombres y que conduce a la mutua solidaridad…” (Proemio; Declaración Conciliar <Nostra Aetate>)

Ante una cuestión tan actual e importante, pueden surgir, tanto en el seno de la Iglesia católica, como  entre comunidades  pertenecientes a otras creencias, algunas dudas y por tanto algunas preguntas. Varias cuestiones que surgen a raíz de la lectura del documento <Dominus Iesus>, del Concilio Vaticano II, nos pueden servir de guía para analizar algunas de las problemáticas que incumben al tema del diálogo interreligioso.

Una de estas preguntas es obvia: ¿Realmente es posible el dialogo entre la fe cristiana y las doctrinas provenientes de otras tradiciones religiosas?
Pregunta no fácil de responder de forma inmediata, por eso antes de entrar en ella recordaremos, como introducción previa, algunas ideas desarrolladas por el Papa san Juan Pablo II en su discurso a la Asamblea Interreligiosa, durante la ceremonia final (jueves 28 de octubre de 1999):


Por eso, son numerosos los conflictos que estallan continuamente en el mundo: guerras entre naciones y luchas armadas en el seno de países. Se trata de conflictos que perduran  como heridas abiertas y exigen una solución  que tarda en llegar. Inevitablemente los débiles son quienes más sufren en esos conflictos, en especial cuando son desalojados de sus hogares y obligados a escapar”

Son palabras de un Papa santo pronunciadas hace ya algunos años que reflejan de forma espectacular lo que sucedía entonces y sigue sucediendo por desgracia en la actualidad;  ello demuestra una vez más la incapacidad del hombre para resolver la más de las veces, por sí mismo, los problemas que históricamente se le presentan en materia social y moral.

Recordemos de nuevo las palabras del Papa san Juan Pablo II, en este  sentido, (Ibid):
“Seguramente no es así como la humanidad debe vivir. Por tanto, ¿no es exacto decir que existe efectivamente una crisis de civilización que solo puede contrarrestarse con una nueva civilización del amor, fundada en los valores universales de la paz, la solidaridad, la justicia y la libertad?" (cf. Tertio millennio adveniente, 52).

 
 
 
 
Por eso el Papa Francisco en su viaje apostólico a Egipto, mencionado anteriormente aseguraba que: “Educar, para abrirse con respeto y dialogar sinceramente con el otro, reconociendo sus derechos y libertades fundamentales, especialmente la religiosa, es la mejor manera de construir juntos el futuro, de ser constructores de civilización. Porque la única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del encuentro, no hay otra manera.

Y con el fin de contrarrestar realmente la barbarie de quien instiga al odio e incita a la violencia, es necesario acompañar y ayudar a madurar a las nuevas generaciones para que, ante la lógica incendiaria del mal, respondan con el paciente crecimiento del bien: Jóvenes que, como árboles plantados, estén enraizados en el terreno de la historia y creciendo hacia lo Alto y junto a los demás, transformen cada día el aire contaminado de odio en oxígeno de fraternidad”

 
A pesar de esta hermosa y sincera reflexión del Papa Francisco, hay quienes afirman que la religión forma parte del problema de desunión de los hombres, pues bloquea el camino de la humanidad hacia la paz y la prosperidad verdadera. Los cristianos, como hombres de fe, tenemos el deber de demostrar que no es así. Cualquier uso de la religión para apoyar la violencia es un abuso de ella. La religión no es, y no debe llegar a ser, un pretexto para los conflictos, sobre todo cuando coinciden, la identidad religiosa, cultural  y étnica…

Además, los líderes religiosos deben mostrar claramente que están comprometidos en promover la paz, precisamente a causa de su creencia religiosa…De todo ello se deduce evidentemente que la primera pregunta que nos hacíamos sobre si es posible el dialogo interreligiosos debería ser contestada con un sí rotundo por parte de todas las partes implicadas.
 
 


Mi venerado Predecesor (Papa Pablo VI) observó que en nuestro tiempo la gente presta más atención, a los testigos que a los maestros, y que escucha a los maestros si son testigos (cf. Evangelii nuntiandi, 41). Basta pensar en el testimonio inolvidable de personas como Mahatma Gandhi o la madre Teresa de Calcuta, por mencionar solo a dos figuras que ejercieron gran influencia en el mundo”

Dos grandes figuras humanas de los últimos siglos, son sin duda las mencionadas, por este Pontífice como ejemplos a tener en cuenta a la hora de conseguir el diálogo interreligioso, pero no olvidemos que son sobre todo las enseñanzas y el ejemplo de Jesús los que deben mover a todos los cristianos en este sentido, porque el Hijo del hombre nos dio un mandamiento nuevo de amor y fraternidad entre los hombres (Jn 13, 34-35):
 
 
 
 

 
De cualquier forma, la verdad y el amor siempre vencen a la mentira y el desamor y por eso debemos ser optimistas respecto al tema que estamos considerando, como nos recordaba nuestro actual Papa Francisco:
“El corazón de todo hombre y de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forme parte indeleble la fraternidad, que nos invite a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer.

De hecho, la fraternidad es una dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. La viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ello, es imposible la construcción de una sociedad justa, de paz estable y duradera”  (XLVII Jornada Mundial de la paz, 2014)

Es una idea que ha promocionado siempre nuestro actual Pontífice, al igual que lo hicieron sus antecesores en la Silla de Pedro. Concretamente, en su viaje Apostólico a Egipto aseguraba también que (Ibid):

“En este desafío de civilizaciones tan urgente y emocionante, cristianos y musulmanes, y todos los creyentes, estamos llamados a ofrecer nuestra aportación: <Vivimos bajo el sol de un único Dios misericordioso.

 
 
 
Así, en el verdadero sentido podemos llamarnos, los unos a los otros, hermanos y hermanas (…), porque sin Dios la vida del hombre sería como el cielo sin sol> (Discurso a las autoridades musulmanas del Papa Juan Pablo II; Kaduna-Nigeria el 14 de febrero de 1982). Salga pues el sol de una renovada hermandad en el nombre de Dios; y de esta tierra, acariciada por el sol, despunte el alba de una civilización de la paz y del encuentro”    


Hermosas palabras del Papa Francisco sobre las que deberíamos reflexionar todos, al igual que deberíamos seguir recordando las del Papa san Juan Pablo II (Ibid):

“Nuestra esperanza no se funda sólo en las capacidades del corazón  y de la mente humana; tiene también una dimensión divina, que es preciso reconocer. Los cristianos creemos que esta esperanza es un don del Espíritu Santo, que nos llama a ensanchar nuestros horizontes, a buscar, por encima de nuestras necesidades personales y de las de nuestras comunidades particulares, la unidad de toda la familia humana. La enseñanza y el ejemplo de Jesucristo han dado a los cristianos un claro sentido de la fraternidad universal de los pueblos.

 

 
 La convicción de que el Espíritu de Dios actúa donde quiere (cf. Jn 3, 8) nos impide hacer juicios apresurados y peligrosos, porque suscita aprecio de lo que está escondido en el corazón de los demás. Esto lleva a la reconciliación, la armonía y a la paz. De esta convicción espiritual brotan la compasión y la generosidad, la humidad, la valentía y la perseverancia…


Al estar hoy aquí reunidas personas de numerosas nacionalidades, que representan a muchas religiones del mundo, no podemos por menos de recordar el encuentro de Asís, que se celebró hace trece años, con ocasión de la Jornada mundial de oración por la paz. Desde entonces el espíritu de Asís se ha mantenido vivo mediante múltiples iniciativas en diferentes partes del mundo…

 
 
 
Este encuentro en la plaza de san Pedro es un paso más en este camino. Con las múltiples lenguas de la oración, pidamos al Espíritu de Dios que nos ilumine, guie y fortalezca a fin de que, como hombres y mujeres que se inspiran en sus creencias religiosas, podamos trabajar juntos para construir el futuro de la humanidad en armonía, justicia, paz y amor”

 
Sí, el futuro del <Dialogo interreligioso> debe basarse en la armonía, la justicia, la paz y el amor entre los hombres, porque cuando Jesucristo envió en misión evangelizadora a setenta y dos discípulos les habló así (Lc 10, 2-6): “La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al Señor de la mies que envíe obreros a la mies / Id: mirad que yo os envío como corderos en medio de lobos / No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino / En la casa que entréis decid primero: <Paz a esta casa> / Y si allí hubiera algún hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; de lo contrario retornará a vosotros”

Recientemente el Papa Francisco llevado de este espíritu basado en la armonía, la justicia, la paz y el amor entre los hombres, en su viaje apostólico a los <Emiratos Árabes Unidos> (3-5 de febrero de 2019), durante el encuentro con el gran Imán de Al-Azhar , y los musulmanes de Oriente y Occidente ha tenido la alegría de colaborar con todos ellos en la publicación de un Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, llegando a la conclusión siguiente:
 
 



Sea un testimonio de la grandeza de la fe en Dios que une los corazones divididos y eleva el espíritu humano. Sea un símbolo del abrazo entre Oriente y Occidente, entre el Norte y el Sur y entre todos los que creen que Dios nos ha creado para conocernos, para cooperar entre nosotros y para vivir como hermanos que se aman. Esto es lo que esperamos e intentamos realizar para alcanzar una paz universal que disfruten todas las personas en esta vida”  (Abu Dabi, 4 de febrero de 2019).

 

 

 

 

 

 




 

 

 

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