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viernes, 15 de mayo de 2020

EL VERBO DE DIOS HECHO CARNE HABITÓ ENTRE NOSOTROS


 
 

 
 
El autor de la <Epístola a los Hebreos>  envió un mensaje de aliento a los hebreos de Palestina  que se encontraban ante una crisis muy grave y decisiva para la Iglesia de Cristo. Concretamente, para presentar en toda su dignidad y eficacia la santidad cristiana, realizó un parangón entre la antigua y la nueva Alianza pero antes, en una breve <Introducción>, destaco los Atributos divinos del Verbo de Dios hecho carne con estas palabras (Heb 1, 1-4):
“Dios, que en los tiempos pasados muy fragmentaria y variadamente había hablado a los padres  por medio de los profetas / al fin de estos días nos habló a nosotros en la persona del Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por quien hizo también los mundos / el cual, siendo irradiación esplendorosa de su gloria y sello de su sustancia, sustentando todas las cosas con la palabra de su poder, después de realizar por sí mismo la purificación de los pecados se sentó a la diestra de la Grandeza en las alturas / hecho tanto más excelente que los ángeles, cuanto con preferencia a ellos ha heredado un nombre más aventajado”

 
Por su parte, el apóstol san Juan al inicio de su evangelio, nos habla de forma muy personal del Verbo Encarnado (Jn 1, 1-13):

“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba cabe Dios, y el Verbo era Dios / Y todas las cosas fueron hechas por Él: y sin Él nada se hizo de cuanto ha sido hecho / En Él había vida, y la vida era la luz de los hombres / y la luz, en la tinieblas brilla, y las tinieblas no la acogieron / Apareció un hombre, enviado de parte de Dios: y su nombre era Juan / Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él / No era la luz, sino quien había de dar testimonio de la luz / Existía la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo / En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por Él, y el mundo no lo conoció / Vino a lo que era suyo, y los suyos no le recibieron / Mas a cuantos le recibieron, a los que creen en su nombre, le dio potestad de ser hijos de Dios / los cuales no de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios nacieron”

 



En estos versículos el evangelista desarrolla dos pensamientos; por una parte se presenta como el testigo de la Luz (Jn 1, 6-8) y por otra anuncia la venida de la Luz al mundo (Jn 1, 9-13). Al hablar de la Luz (Verbo de Dios), el apóstol querido del Señor, no lo hace de forma directa sino por círculos concéntricos, en cada uno de los cuales reaparece el pensamiento inicial, pero siempre acompañado de nuevas precisiones (Jn 1, 14-18):


“Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros; y contemplamos su gloria, gloria cual del Unigénito procedente del Padre: lleno de gracia y de verdad / Juan (el Bautista) da testimonio acerca de Él, y clama diciendo: <Este es el que dije: El que viene detrás de mí, porque era primero que yo> / Pues de su plenitud nosotros todos recibimos, y gracia por gracia / Porque la ley por mano de Moisés fue transmitida, y la gracia y la verdad por mano de Jesucristo fue hecha / A Dios nadie le ha visto jamás: el Unigénito Hijo, el que está en el regazo del Padre mirándole cara a cara, Él es quien le dio a conocer”

 
Tras más de setenta años de  la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, el evangelista san Juan, a una edad avanzada, escribió su libro, cuando las palabras del Señor, a fuerza de repetirlas a las gentes, así como  la profunda contemplación de las mismas, se habían convertido en el apóstol, en <sustancia propia>.

 
 
 
Juan recuerda aquellas vivencias al lado de Jesús, su Maestro, al que tanto amaba, al que acompañó hasta el último momento de su estancia entre los hombres, siendo el único apóstol que lo contempló a los pies de la cruz, al lado de María y las otras mujeres que le lloraban.

 
No es pues de extrañar que su Evangelio nos muestre con tal cantidad de detalles entrañables y a la vez misteriosos y trascendentales, la figura y la obra de Jesucristo. El cuarto Evangelio, se suele decir, que es un <choque entre la luz y las tinieblas>, y que su presentación es totalmente cronológica y de ahí que el Prologo se anticipe y describa la llegada del Hijo de Dios hecho hombre para habitar sobre la tierra.

Además, es la parte más personal del evangelista, en la cual desarrolla y presenta, de forma maravillosa,  la Encarnación y manifestación del Verbo.  No obstante, a pesar de las sinceras y verídicas palabras del apóstol, algunos hombres se han empeñado, a lo largo de la historia, en sacar  falsas conclusiones sobre el Verbo hecho carne y su primera venida a la tierra.

Así, ya en la antigüedad, los llamados monofisitas consideraron erróneamente que el Verbo se convirtió en carne o se mezcló, o se fundió, con la carne, mientras que los seguidores de Nestorio, aún más erróneamente, adujeron que el Verbo se habría unido al hombre con una unidad puramente moral o momentánea…

 


 
 
En este sentido, resulta siempre interesante, recordar las enseñanzas del Papa Benedicto XVI sobre el gran misterio de fe de la Encarnación y manifestación del Verbo (Audiencia General del miércoles 9 de enero de 2013): “El Hijo de Dios se hizo hombre, como recitamos en el Credo. Pero ¿Qué significa esta palabra central para la fe cristiana? Encarnación deriva del latín <incarnatio>. San Ignacio de Antioquía (finales del siglo I) y, sobre todo, san Ireneo usaron este término reflexionando sobre el Prologo del Evangelio de san Juan, en especial sobre la expresión: <El Verbo se hizo carne> (Jn 1, 14). Aquí la palabra carne, según el uso hebreo, indica el hombre en su integridad, todo el hombre, pero precisamente bajo su aspecto de caducidad y temporalidad, de su pobreza y contingencia.



Esta cuestión pretende decirnos que la salvación traída por Dios que se hizo carne en Jesús de Nazaret toca al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación que se encuentre.

 
 
Dios asumió la condición humana para sanarla de todo lo que le separa de Él, para permitirnos llamarle, en su Hijo unigénito, con el nombre de <Abba, Padre> y ser verdaderamente hijos de Dios. San Ireneo afirma: <Este es el motivo por el cual el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con el Verbo y recibiendo de este modo la filiación divina, llegara a ser hijo de Dios> (Adversus haereses 3, 19,1: PG 7, 939)”

 

El evangelista san Juan es el apóstol que evoca el origen de Jesús, con más frecuencia, en el Nuevo Testamento; así en el Prologo que estamos comentando y con el que da comienzo su Evangelio, presenta de forma verdaderamente luminosa la solución a unas preguntas que los seres humanos  solemos hacer sobre el origen del Mesías: ¿De dónde y ha dado?

 
 
 
Este evangelio, nos presenta asimismo la lucha constante entre la luz y las tinieblas, entre el bien y el mal, y nos recuerda que la oposición de las tinieblas nunca logrará extinguir la luz. En definitiva, que la luz triunfa siempre sobre las tinieblas, con la difusión de sus <claridades doctrinales> y con la resurrección a la vida eterna.

 
Por eso, el Papa Benedicto XVI, teniendo en cuenta el evangelio de san Juan nos recordaba que:  
“El hombre Jesús es el acampar del Verbo, el eterno Logos divino en este mundo. La <carne> de Jesús, su existencia humana, es la <tienda> del Verbo: la alusión a la <tienda sagrada> del Israel peregrino, es inequívoca. Jesús es, por cierto así, la <tienda del encuentro>: es de modo totalmente real aquello de lo que la <tienda>, como después del <templo>, sólo podía ser su prefiguración.

 
 
 
El origen de Jesús, su <de dónde>, es el <principio> mismo, la causa primera de la que todo proviene; la <luz> que hace del mundo un cosmos. Él viene de Dios. Él es Dios. Este <principio> que ha venido a nosotros inaugura  -precisamente en cuanto principio- un nuevo modo de ser hombre…”

 
Por otra parte, también el Papa san Juan Pablo II ha sido un gran promulgador  del Misterio de la Encarnación porque siempre que tenía ocasión lo ponía de manifiesto. Así fue muy especialmente, en su Audiencia general del 19 de diciembre de 1997:
“La Encarnación es fruto de un inmenso amor, que impulso a Dios a querer compartir plenamente nuestra condición humana.


 
 
 
El hecho de que el Verbo de Dios se hiciera hombre produjo un cambio fundamental en la condición misma del tiempo. Podemos decir, en Cristo, el tiempo humano se colmó de eternidad. Es una transformación que afecta al destino de toda la humanidad, ya que el <Hijo de Dios>, con su Encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre (G S, 22). Vino a ofrecer a todos la participación en su vida divina. El don de esta vida conlleva una participación en la eternidad. Jesús lo afirmó, especialmente a propósito de la Eucaristía: <El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna> (Jn 6, 54). El efecto del Banquete Eucarístico es la posesión, ya desde ahora, de esa vida.


 
 
En otra ocasión, Jesús señaló la misma perspectiva a través del símbolo del agua, capaz de apagar la sed, el agua viva de su Espíritu, dada con vista a la eternidad (Jn 4, 14). La vida de la gracia revela, así, en una línea de verdadera continuidad, el ingreso en la vida celestial”


Verdaderamente la Encarnación del Hijo de Dios supone una nueva Creación que puede dar respuesta a la pregunta que todo ser humano se realiza en algún momento concreto de su vida: ¿Quién es el hombre?

 
 
El Papa Benedicto XVI en su Audiencia General del 9 de enero de 2013, hacía esta maravillosa reflexión al tratar de responder a esta recurrente pregunta: “En aquel Niño, el Hijo de Dios que contemplamos en Navidad, podemos reconocer el rostro autentico no sólo de Dios, sino el auténtico rostro del ser humano. Solo abriéndonos a la acción de su gracia y buscando seguirle cada día, realizamos el proyecto de Dios sobre nosotros, sobre cada uno de nosotros”

 
En este sentido, es interesante recordar, de nuevo, la <Epístola a los Hebreos> y en particular su <Conclusión> parenética (perseverancia en la fe), la nueva economía sometida a Cristo y la Humanidad del Salvador (Heb 2, 1-13):

“Por esto es menester que prestemos mayor atención a las cosas oídas no sea que seamos arrastrados a la deriva / Porque si la palabra transmitida por ministerio de los ángeles obtuvo fuerza de ley, y toda prevaricación y desobediencia recibió su justa retribución / ¿cómo nosotros escaparemos del castigo si menospreciáremos tan grande salud? La cual, anunciada inicialmente por el Señor, llegó a nosotros refrendada por los que la habían oído / acreditándola a su vez Dios con señales y portentos, y variedad de milagros, y repartición de dones del Espíritu Santo, a medida de su voluntad.

 


 
Porque no a los ángeles sometió Dios el mundo que había de venir, del cual estamos hablando / Allá, uno testificó diciendo (Sal 8, 5-7): ¿Quién es el hombre que te acuerdas de Él, o el hijo del hombre, que miras por Él? / Le rebajaste un poquito respecto de los ángeles, de gloria y honor le coronaste / todas las cosas las sometiste debajo de sus pies. Pues al someter a Él todas las cosas, nada dejo no sometida a Él / Más al que fue rebajado un poquito respecto de los ángeles, Jesús, vemos, por causa de la muerte padecida, coronado de gloria y honor, a fin de que, por gracia de Dios, gustase la muerte en bien de todos.


 


 
 
Pues le estaba bien a aquel para quien es todo y por quien es todo que, al paso que llevaba muchos hijos a la gloria, consumase por medio de los padecimientos al autor de su salud / Pues tanto el que santifica como los que son santificados de uno vienen todos; por cuya causa no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo (Sal 21, 23): / Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea cantaré tus loores / Y además (Is 8, 17-18): Yo pondré mi confianza el Él / Y de nuevo (Is 8, 17-18): Heme aquí a mí y a los hijos que Dios me dió” 


 

 

 

 

    

 

 

 

 

 

 

 

 

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