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lunes, 15 de diciembre de 2014

JESÚS ENTRÓ EN LA HISTORIA DE LOS HOMBRES A TRAVÉS DE LA FAMILIA



 


Jesús,  Hijo Unigénito del Padre, Dios de Dios y Luz de Luz, entró en la historia de los hombres a través de  la familia  de Nazaret, pero también  a través de cada familia del mundo, tal como quedó expresado en el Concilio Vaticano II, en el sentido de que el Hijo de Dios, en la Encarnación: <se ha unido en cierto modo, con todo hombre>.
Por eso, siguiendo a Cristo <que vino al mundo para servir> (Mt 20, 28) la Iglesia considera, el servicio a la familia, una de sus tareas esenciales. Es por ello que, tanto el hombre, como la familia constituyen el camino de la Iglesia. Precisamente y de acuerdo con estas palabras el concepto de familia  se basa, como nos recuerda  el Catecismo de la Iglesia Católica, en que:
“Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Familia Sagrada de José y María. La Iglesia no es otra cosa que la <familia de Dios>. Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que <con toda su casa>, habían llegado a ser creyentes. Cuando se convertían deseaban también que se salvase <toda su casa>. Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente” ( nº 1655 y nº1656).

En nuestros días, en un mundo fuertemente extraño e incluso muchas veces, hostil a la Iglesia, las familias creyentes tienen una importancia primordial, como faros en la oscuridad,  alumbrando el camino  que Jesús nos marcó.
En este sentido, el Papa Juan Pablo II, gran propagador de las enseñanzas de este Concilio, y al que se debe la aprobación  y la orden de publicación del correspondiente Catecismo de la Iglesia Católica, destacó la importancia de la <herencia familiar>.

En efecto, a los siete años de su Pontificado, escribió una carta a todos los jóvenes del mundo, con ocasión del <Año Internacional de la Juventud>, donde destacaba la importancia de la <herencia familiar>:

 


“La historia de la humanidad pasa desde el comienzo - y pasará hasta el final- a través de la familia. El ser humano forma parte de ella mediante el nacimiento que debe a sus padres: al padre y a la madre, para dejar en el momento oportuno este primer ambiente de vida y amor y pasar a otro nuevo.
<Al dejar al padre y a la madre>  cada uno y cada una de vosotros contemporáneamente, en cierto sentido, los lleva dentro consigo, asume la herencia múltiple, que tiene su comienzo directo y su fuente en ellos y en su familia.
De este modo, aún marchando, en cada uno de vosotros permanece; la herencia que asume, lo vincula establemente con aquellos que se la han transmitido y a los que debe tanto. Y él mismo, -ella o él - seguirá transmitiendo la misma herencia.
De ahí que el cuarto mandamiento del Decálogo posea tan gran importancia: <Honra a tu padre y a tu madre> (Ex 20, 12; Dt 5, 16; Mt 15, 4)" 

(Carta apostólica <Dilecti amici>; Papa San Juan Pablo II; dada en Roma el 31 de marzo de 1985)


Sin duda la Iglesia Católica, iluminada por la fe, siente la necesidad perenne de anunciar el Evangelio, en particular, a aquellos hombres y mujeres que tienen vocación para formar una familia, porque en un mundo en el que el paganismo amenaza con ser cada vez más intenso y profundo, es necesario  proclamarlo, es preciso y vital una <Nueva Evangelización>, que reconduzca a la sociedad hacia la verdadera y única liberación, como siempre han asegurado  los representes de Cristo sobre la tierra.


Por otra parte,  la Iglesia debe recordar a los jóvenes cuya vocación es formar una familia cristiana que:

“Remontarse al principio del gesto creador de Dios es una necesidad para ella, si quiere conocerse y realizarse según la verdad interior no sólo de su ser, sino también de su actuación histórica”

(Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II <Familiaris Consortio> 1981).

Son palabras importantes de un Papa santo, que sin duda, hizo reflexionar a la humanidad sobre el papel fundamental de la familia, en aquellos momentos de la historia, que ya pertenecen al siglo pasado, pero que siguen teniendo total vigencia en el siglo actual, y si cabe en mayor medida.

Este Pontífice fue un gran animador y paladín de la familia; sin duda, había recibido un hermoso ejemplo, de la suya propia, y lo demostró constantemente a través de sus Cartas, Homilías, Catequesis y un largo etc.
Así, por ejemplo, en el año 1994, estando ya muy cercano un  nuevo siglo, pronunciaba palabras, llenas de sabiduría y afecto, dirigidas a las familias durante la celebración de la fiesta de la Presentación del Señor:   

“Entre los numerosos caminos para la Iglesia de Cristo, la familia es el primero y el más importante…Cuando falta la familia, se crea en la persona que viene al mundo una carencia preocupante y dolorosa que pesará posteriormente durante toda la vida.
La Iglesia, con afectuosa solicitud está junto a quienes viven semejante situaciones, porque conoce bien el papel fundamental que la familia está llamada a desempeñar. Sabe, además, que normalmente, el hombre sale de la familia para realizar, a su vez, la propia vocación de vida en un nuevo núcleo familiar”
 


Cuando falta la familia se crea, en efecto, en las personas un síndrome difícil de eliminar a lo largo de la vida, es lo que sucede en el caso de los niños huérfanos que en cantidad incalculable se están produciendo constantemente en este mundo del desarrollo, pero también de la injusticia…

Las estadísticas nos dan números, solo aproximados, sobre este tema crucial, así se ha calculado que más de 143 millones de niños se encontraban en condiciones de orfandad en el año 2003, repartidos en 93 países alrededor del mundo (Aldeas Infantiles SOS España), por diversas causas: víctimas del descuido o abandono de los padres, hijos de madres solteras o adolescentes, niños retirados por los estados, de los padres, incapaces de atenderlos, o cuando han vulnerado sus derechos…etc.

Al Papa Juan Pablo II le dolía sobremanera  hechos como estos y aseguraba (Carta a los niños. Vaticano 13 de diciembre de 1994):

“Si es cierto que un niño es la alegría no sólo de los padres, sino también de la Iglesia y de toda la sociedad, es cierto igualmente que en nuestros días muchos niños, por desgracia, sufren o son amenazados en varias partes del mundo: padecen hambre y miseria, mueren a causa de las enfermedades y de la desnutrición, perecen víctimas de las guerras, son abandonados por sus padres y condenados a vivir sin hogar, privados del calor de una familia propia, soportan muchas formas de violencia y de abuso por parte de los adultos.
¿Cómo es posible permanecer indiferentes ante el sufrimiento de tantos niños, sobre todo cuando es causado, de algún modo, por los adultos?" 
 


Por eso, vivir dentro de una familia propia, es tan importante para los niños y por eso, la familia es la roca sobre la que se forma y sostiene la sociedad humana y así, cuando la roca, no es  tal roca, sino que está constituida por una montaña de arena, finalmente ésta se desmoronará, se vendrá abajo, causando con ello un gran daño, no sólo a los hijos, sino a los padres y al resto del entorno familiar…Es lo que por desgracia en este siglo, y en siglos anteriores viene ocurriendo con demasiada frecuencia
Ciertamente este es un tema que preocupa enormemente a la Iglesia desde hace muchos siglos, durante los cuales se ha ido fraguando el derrumbamiento de las bases que sustentan la familia: amor, templanza, paciencia, comprensión y sobre todo sentido moral y cristiano de la vida.

Como antes hemos recordado, en los últimos siglos la evolución de la sociedad ha tendido hacia un comportamiento paganizado. Se puede observar en muchos aspectos de la vida diaria, tanto en el campo de las costumbres cotidianas, como en el mundo de la moda o de la recreación y con ello la sociedad se va alejando cada vez más de Dios.

Estos síntomas ya fueron observados  a comienzos del siglo pasado por hombres juiciosos e insignes como el premio Nobel de la literatura, D. Jacinto Benavente, el cual en su obra de teatro <Cuando los hijos de Eva no son de Adán> estrenada el año 1931, hacia hablar así, a un padre desconsolado por el rumbo que había tomado su familia:

“Hemos sido superiores a todos. Hemos vivido libremente. Ni religión, ni moral, ni preocupaciones sociales, ni matrimonio, ni familia, ni siquiera un hogar. Nuestros hijos entre extraños, y extraños entre ellos… Quizás nos hemos anticipado a lo que quiere ser la humanidad futura, y quizás hemos vuelto a lo que era la humanidad en la antigüedad… ¿Por qué no ha de serlo al fin del mundo, que se muere de viejo y de podrido…? Un mundo que se ha olvidado de Dios…como nosotros lo hemos olvidado ¿Pensamos en Él nunca? ¿Nos ha importado nunca ninguna ley divina ni humana? Hemos vivido libremente, libremente…”

Sin tener el don de la profecía, este gran literato adivinaba, como podemos apreciar en su obra, cuales, podrían ser en un futuro los derroteros de la sociedad, derroteros que nos están conduciendo hacia la situación decadente en que se encontraba  la humanidad en tiempos de Cristo y de sus Apóstoles.



Ya a principios del siglo pasado, el divorcio  era una cosa relativamente frecuente entre las parejas, y la infidelidad matrimonial, era considerada  como algo inevitable y en muchos casos hasta deseable, normalmente en los ambientes sociales más refinados y pudientes. El modernismo había calado hondo a todos los niveles sociales, tal como habían denunciado con anterioridad todos los Pontífices de la Iglesia católica.

A finales de siglo XX, el Papa Juan Pablo II entristecido por los problemas de las familias, como consecuencia de estos y otros hechos acecidos, aseguraba (Carta Apostólica, dada en Roma el 31 de marzo de 1985):

“Hoy en día los principios de la moral cristiana matrimonial son presentados de un modo desfigurado en muchos ambientes. Se intenta importar a ambientes y hasta sociedades enteras, un modelo que se autoproclama <progresista> y <moderno>.

No se advierte entonces que en este modelo el ser humano, y sobre todo, quizás la mujer, es transformado de sujeto en objeto (objeto de manipulación específica), y todo el gran contenido del amor es reducido a mero <placer>, el cual, aunque toque ambas partes, no deja de ser egoísta en su esencia.



Finalmente, el niño, que es fruto y encarnación nueva del amor de los dos, se convierte  cada vez más en <una añadidura fastidiosa>. La civilización materialista y consumista penetra en este maravilloso conjunto conyugal-paterno y materno, y lo despoja de aquel contenido profundamente humano que desde el principio llevó una señal y un reflejo divino”

Preocupación extrema era para este Papa en una sociedad tan materialista el tema de la defensa de cualquier vida, y particularmente la del niño no nacido (Cruzando el umbral de la Esperanza. Ed. Círculo de lectores):

“La cuestión del niño concebido y no nacido es un problema especialmente delicado, y sin embargo claro. La legalización de la interrupción del embarazo no es otra cosa que la autorización dada al hombre adulto -con el aval de una ley instituida- para privar de la vida al hombre no nacido y, por eso, incapaz de defenderse. Es difícil poder pensar en una situación más injusta, es de verdad difícil poder hablar aquí de obsesión, desde el momento en que entra en juego un fundamental imperativo de toda conciencia recta: la defensa del derecho de la vida de un ser inocente e inerme.

Con frecuencia se presenta la cuestión como derecho de la mujer a una libre elección frente a la vida que ya existe en ella, que ella ya lleva en su seno: la mujer tendría el derecho a elegir entre dar la vida y quitar la vida al niño concebido. Cualquiera puede ver que esta es una alternativa aparente. ¡No se puede hablar de derecho a elegir cuando lo que está en cuestión es un evidente mal moral, cuando se trata simplemente del mandamiento de No matar!”

Los hombres y mujeres, de buena voluntad saben que este mandamiento dado por Dios, impreso en lo más profundo de sus corazones, no prevé excepción alguna, sabe, que un niño concebido en el seno de la madre jamás es un agresor injusto, es por el contrario un ser indefenso que espera ser acogido con amor en el seno de una familia.



Familia, que Nuestro Señor Jesucristo ha elevado a niveles extraordinarios, viniendo a nacer y crecer en el seno de una de ellas, la familia de Nazaret. Sin embargo, algunos hombres y mujeres inducidos, por las dificultades económicas,  por un afán de <modernismo> mal entendido, o lo que es peor, por una escucha indebida del <padre de la mentira>, han sido avocados a utilizar leyes que justifican comportamientos malvados con los niños concebidos en el seno de su madre, y que son ya hombres ó mujeres en toda la extensión de la palabra, como prueban las técnicas más modernas de análisis que ya se utilizan por los médicos para hacer el seguimiento del embarazo de la mujer.

Quizás en tiempos pasados podrían habernos engañado diciendo que el feto no contiene en esencia a la persona humana en su totalidad, pero la ciencia ha avanzado mucho en este sentido y ya las mujeres y los hombres no pueden cerrar los ojos a lo que es una evidencia absoluta: el niño concebido en el seno de una madre es un ser humano y no una cosa que se puede extirpar del vientre de la misma como si de un bicho se tratara.

No se puede alegar que la mujer tiene derecho a elegir en esta situación a deshacerse de esta criatura de Dios, porque eso supone un crimen y los crímenes deben ser perseguidos por la justicia del hombre y sobre todo serán juzgados en su día por nuestro Creador.  Por eso, la sociedad debe proteger siempre a las mujeres que se encuentran con un embarazo no deseado, y ayudarlas para el alumbramiento de sus hijos, los cuales a su vez deben ser protegidos como nuevos componentes de la comunidad en la  que han nacido.
Todo lo relacionado con este tema supone un gran dolor para las familias cristianas y, para mayor desgracia de las mismas, se inventan nuevos núcleos sociales a los que bochornosamente denominan con el término santificado por Dios, de familia.

¿Qué clase de familia puede ser aquella constituida por hombres y mujeres que han roto el sagrado vínculo matrimonial  varias veces, y que aportan a dicho núcleo sociales, hijos provenientes de distintas situaciones irregulares, y adúlteras a los ojos de Dios? ¿Cómo se puede llamar familia aquel núcleo social en el que la  pareja está constituida por dos individuos del mismo sexo, donde la procreación  es sustituida por la adopción de criaturas inocentes que necesitan de un padre y de una madre y no de dos padres o dos madres? Es verdaderamente aberrante, es ir en contra de la naturaleza, es ir en contra de las leyes de Dios:

 


“La Revelación cristiana conoce dos modos específicos de realizar integralmente la vocación de la persona humana al amor: el matrimonio y la virginidad. Tanto el uno como el otro, en su forma propia, son una caracterización de la verdad más profunda del hombre, de su <ser imagen de Dios>.

En consecuencia, la sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno al otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte. La donación física total sería un engaño si no fuese signo y fruto de una donación en la que está presente toda la persona, incluso en su dimensión temporal; si La persona se reserva algo a la posibilidad de decidir de otra manera en el futuro, ya no se donaría totalmente.
Esta totalidad exigida por el amor conyugal, corresponde también con las exigencias de una fecundidad responsable, la cual, orientada a engendrar una persona humana, supera por su naturaleza el orden puramente biológico y toca una serie de valores personales, para cuyo crecimiento armonioso es necesaria la contribución perdurable y concorde de los padres…

La institución matrimonial no es una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, ni la imposición intrínseca de una forma, sino una exigencia interior del pacto conyugal (entre hombre y mujer) que se confirma públicamente como único y exclusivo, para que sea vivida así la plena fidelidad al designio de Dios Creador.
Esta fidelidad lejos de rebajar la libertad de la persona, la defiende contra el subjetivismo y el realismo, y la hace partícipe de la sabiduría creadora”  
(Exhortación Apostólica <Familiaris Consortio>. Papa Juan Pablo II. Dada en Roma el 22 de noviembre, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, del año 1981). Cuarto del Pontificado).
 
 


Verdaderamente San Juan Pablo II ha sido uno de los Papas que mejor han analizado la problemática del ataque sistemático por las fuerzas del mal al sagrado Sacramento del matrimonio y por tanto a la familia, tratando de desprestigiar, si pudieran, ambas instituciones de Cristo; utilizan para ello la unión cristiana entre hombre y mujer como arma arrojadiza, inventando, a tal efecto, leyes tan dañinas como la del divorcio, la del aborto libre, y  la del mal llamado, matrimonio, entre personas del mismo sexo…

No obstante, es lógico que los enemigos de la Iglesia de Cristo arremetan contra el sagrado Sacramento del matrimonio, porque se encuentra en el origen de la familia cristiana, la cual en los últimos siglos ha sufrido, en sus mismas entrañas, los cambios y transformaciones de la sociedad cuyos objetivos no son otros que anular el Mensaje de Cristo, y si ello fuera posible, hasta su Persona, mediante movimientos como el modernismo, corrientes del pensamiento como el laicismo, posiciones filosóficas como el relativismo, o doctrinas religiosas como el gnosticismo, que habiendo aparecido en la antigüedad, sigue vigente en el presente, como muchos Papas han denunciado.

La Iglesia católica consciente de que el matrimonio y la familia constituyen uno de los valores más importantes de la humanidad <quiere hacer sentir su voz y ofrecer su ayuda a todo aquel que conociendo ya el valor del matrimonio y de la familia trata de vivirlo  fielmente, busca la verdad, y a todo aquel que se ve injustamente impedido para vivir con libertad el proyecto familiar. Sosteniendo a los primeros, iluminando a los segundos y ayudando a los demás, la Iglesia ofrece su servicio a todo hombre preocupado por los destinos del matrimonio y de la familia> (Con. Ecuménico Vaticano II. Gaudium et Spes, 52).
 


El Papa Benedicto XVI comparte con su querido predecesor en la Silla de Pedro, Juan Pablo II, el amor y el interés por la familia, así como por el Sacramento del matrimonio, y lo ha demostrado en distintas ocasiones mediante sus escritos, homilías, catequesis, etc.

Así por ejemplo, en una ocasión, respondía a una pregunta en este sentido, recogida en el capítulo III del libro <El amor se aprende; Romana Editorial, S.L. 2012>:
“La mayoría de los jóvenes dudan hoy en día entre contraer matrimonio o convivir al margen  de rígidos vínculos jurídicos. A nivel estatal, se advierten tendencias a equiparar las uniones de hecho y la relación de pareja homosexual, al matrimonio...
Sin embargo, cuando dos personas se entregan mutuamente y, juntas, dan vida a los hijos, ahí se implica lo sagrado, el misterio del ser humano, que va mucho más allá del derecho a disponer de uno mismo.
En cada ser humano está presente el misterio divino. Por eso la unión entre hombre y mujer desemboca de forma natural en lo religioso,  en lo sagrado, en la responsabilidad asumida ante Dios…

Sin duda, cualquier otra forma de unión es una vía de escape con la que esquivar la propia responsabilidad frente al otro y frente al misterio de su persona, introduciendo una labilidad que acarreará sus propias consecuencias...



Pienso que  cuando en un matrimonio, en una familia, ya no cuenta que el fundamento sea un hombre y una mujer, sino que se equipara la homosexualidad a esa relación, se está hiriendo gravemente la tipología básica que configura la estructura de la naturaleza humana. Por esta vía cualquier sociedad está llamada a encontrarse con graves problemas”

Podríamos preguntarnos ¿Cuáles pueden ser las causas de estos graves problemas  que nos anunciaba el Papa? La respuesta no parece sencilla porque son muchas y numerosas las  constatables en este momento de la historia del hombre.
Quizás una de éstas, en el Viejo Continente, podría ser el envejecimiento prematuro de algunos pueblos, como consecuencia del bajo índice de natalidad. En otras ocasiones, civilizaciones completas han desaparecido por similares circunstancias. Muchos matrimonios, acosados por dificultades económicas o de otro tipo, han decidido conformarse con la clásica <parejita>, y poner tierra de por medio cuando se trata de aumentar el número de hijos.
Al fin y al cabo, aunque  ésta no es la solución ideal para países con bajo índice de natalidad, no puede decirse que al menos no exista buena voluntad en estos matrimonios por crear una familia en toda la extensión de la palabra.



En cambio, ya es otra cosa cuando ni siquiera está en la intención de los conyugues, sacrificarse un poco, en aras del nacimiento de unos hijos…Cuestión aparte, son las parejas homosexuales, por desgracia cada vez  más frecuentes en sociedades que se dicen desarrolladas…Por esta vía como decía el Papa Benedicto XVI dichas sociedades podrían verse envueltas en graves dificultades…

Por otra parte, la influencia ejercida por  ejemplos de vida, que constantemente se muestran,  con gran entusiasmo, en la prensa llamada del corazón, hacen aparecer el matrimonio como algo muy lábil y necesariamente agotado al cabo de un tiempo más o menos corto, ello, unido al ansia de liberación del hombre y de la mujer  en los tiempos de modernidad que corren, hacen preguntarse a muchos jóvenes y no tan jóvenes con frecuencia ¿Por qué el Sacramento del matrimonio tiene que implicar la permanente unión, hasta la muerte?...

A esta pregunta respondió en su momento magníficamente el Papa Benedicto XVI en el libro mencionado anteriormente (Ibid):


“La dignidad del ser humano tan solo viene plenamente respetada a condición de hacer de sí mismo un don total, sin reservarse el derecho a poner en discusión ese don ni a revocarlo. El Sacramento del matrimonio, no es un contrato temporal, sino un ceder incondicionalmente el propio <yo> a un <tú>. La entrega a la otra persona solo puede ser acorde a la naturaleza humana si el amor es total y sin reservas”

En efecto, así lo expresó Nuestro Señor Jesucristo en su <Sermón de la montaña>, (Mt  5, 31-32):

-Se ha dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, que le dé el libelo de repudio

-Pero yo os digo que todo el que repudia a su mujer, excepto en caso de fornicación, la expone a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
 

Para los seres humanos, desde el principio, la unión conyugal es la base  sobre la que se asienta la familia,  expresión primera y fundamental de toda sociedad, que no ha cambiado  a través de los siglos:

“En su núcleo esencial esta visión no ha cambiado ni siquiera en nuestros días. Sin embargo, actualmente se prefiere poner de relieve todo lo que en la familia, que es la más pequeña y primordial comunidad humana, representa la aportación personal del hombre y de la mujer.

En efecto, la familia es una comunidad de personas, para las cuales el propio modo de existir y de vivir juntos es la comunión: <communio personarum>. También aquí, salvando la absoluta transcendencia del Creador respecto a la criatura, emerge la referencia ejemplar al <Nosotros> divino. Solo las personas son capaces de existir <en comunión>.

La familia arranca de la comunión conyugal que el Concilio Vaticano II califica como <alianza> por la cual el hombre y la mujer <se entregan y aceptan mutuamente>”



(Papa Juan Pablo II. Carta a las familias dada en Roma el 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor 1994).

 No obstante, como el día a día nos demuestra, esta comunión puede verse afectada por diversos factores, entre los que caben destacar la infidelidad,  los <malos tratos>, e incluso la violencia doméstica, por parte casi siempre del hombre hacia la mujer, con algunas excepciones.
Situaciones así, si no se corrigen a tiempo, pueden llevar a desenlaces desastrosos como el divorcio, ó  luctuosos como el suicidio ó el asesinato, tema este último, que está siendo, por desgracia, muy frecuente en los últimos tiempos.
Todo esto, da lugar al sufrimiento no solo de los conyugues y de los hijos, sino también del resto de la familia, aunque siempre hay que tener presente la acción del Espíritu Santo,  como aseguraba Juan Pablo II (Ibid):


“La experiencia humana enseña que el amor humano, orientado por su naturaleza hacia la paternidad y la maternidad, se ve afectado a veces por una crisis profunda, y por tanto se encuentra amenazado seriamente. En tales casos, habrá que pensar en recurrir a los servicios ofrecidos por los consultorios matrimoniales y familiares, mediante los cuales es posible encontrar ayuda, entre otros, de psicólogos y psicoterapeutas específicamente preparados.

Sin embargo, no se puede olvidar que son siempre válidas las palabras del Apóstol: <Doblé mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre la familia en el cielo y en la tierra> (Ef 3, 14-15). El matrimonio, el matrimonio Sacramento, es una alianza de personas en el amor. Y el amor puede ser profundizado y cuestionado solamente por el amor, aquel que es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado> (Rm 5, 5)”

 


Sin embargo, es evidente que el vínculo conyugal se ve muy afectado en la actualidad, por ambientes sociales hostiles y perniciosos que estimulan la búsqueda del <yo> y no del <nosotros> que es la única fórmula verdaderamente adecuada para que la unión en la pareja prospere con <el pasar del tiempo>. De esta forma, el <individualismo>, juega una <mala pasada> al Sacramento del matrimonio y por tanto a la familia.
Entonces, cabría preguntarse: ¿Por qué el individualismo amenaza la civilización del amor?

Según el Papa san Juan Pablo II la clave de la respuesta está en la expresión conciliar  <es necesaria una entrega sincera>:
“El individualismo supone un uso de la libertad, por el cual, el sujeto hace lo quiere, <estableciendo> él mismo <la verdad> de lo que le gusta ó le resulta útil. No admite que otro <quiera> ó exija algo de él en nombre de una verdad objetiva.
No quiere <dar> a otro basándose en la <verdad>; no quiere convertirse  en una <entrega sincera>"

(Carta a la familia. Juan Pablo II. Dada en Roma el 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, del año 1994. Decimosexto de su Pontificado).

 


Por ello, ya en nuestros días, el Papa Francisco, recogiendo el testigo de sus amados predecesores en la Silla de Pedro, el 2 de febrero de este mismo año escribió una Carta a las familias, para anunciarles la próxima celebración  de la Asamblea general extraordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada para tratar <los retos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización>:

“Les escribo esta carta el día en que se celebra la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo. En el Evangelio de Lucas vemos que la Virgen y San José, según la ley de Moisés, llevaron al Niño al Templo para ofrecérselo al Señor, y dos ancianos, Simeón y Ana, impulsados por el Espíritu Santo, fueron a su encuentro y reconocieron en Jesús al Mesías (Lc 2, 22-28). Simeón lo tomó en brazos y dio gracias porque finalmente había <visto> la salvación; Ana, a pesar de su avanzada edad, cobró nuevas fuerzas y se puso a hablar a todos del Niño. Es una hermosa estampa: dos jóvenes padres y dos personas ancianas, reunidos por Jesús. ¡Realmente Jesús hace que generaciones diferentes se encuentren y se unan! Él es la fuente inagotable de ese amor que vence el egoísmo, toda soledad, toda tristeza”

 


 

 

 

 

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