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lunes, 15 de mayo de 2017

DIOS LOS CREO (2ª Parte)



 
 
 
 
“Dios dijo: <Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las fieras campestres y los reptiles de la tierra/Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó/Dios los bendijo y les dijo: <Sed fecundos y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y cuantos animales se mueven sobre la tierra>/Y añadió: <Yo os doy toda planta seminífera que hay sobre la superficie de la tierra y todo árbol que da fruto conteniendo simiente en sí. Ello será vuestra comida/A todos los animales del campo, a las aves del cielo y a todos los reptiles de la tierra, a todo ser viviente, yo doy para comida  todo herbaje verde>. Y así fue” (Génesis 1, 26-30).


El martes seis de mayo del año 1980 el Papa Juan Pablo II, durante su discurso al Cuerpo Diplomático de Nairobi,   refiriéndose a estos versículos del Antiguo Testamento aseguraba:

“la Iglesia católica cree que no puede existir libertad, que no es posible el amor fraterno sin la referencia a Dios, que creó: <al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, macho y hembra>, y, precisamente por eso, nunca dejará de defender la libertad de culto y la libertad de conciencia, que considera un derecho fundamental de toda persona…

 
 
Ya que la falta de fe, la carencia de religión  y el ateísmo solo puede entenderse en relación con la religión y la fe, es difícil aceptar una posición  según la cual  sólo el ateísmo tiene derecho de ciudadanía en la vida pública y social, mientras los creyentes, casi por principio, son apenas tolerados o tratados como ciudadanos de segunda o, incluso -algo que ya ha ocurrido-, se ven privados totalmente de sus derechos como ciudadanos”

Son palabras fuertes de un Papa santo que profetizaban lo que ha venido ocurriendo en los últimos años del siglo XX y principios del siglo XXI.

Por otra parte, el Papa San Juan Pablo II fue uno de los Pontífices, de los últimos siglos, que más se interesó, por el papel de la mujer en la Iglesia y en el mundo, siguiendo el ejemplo dado por Jesús. Escribió una Carta Apostólica: <Mulieris Dignitatem>  publicada en el año 1988, y con anterioridad a ésta publicó, así mismo, una Exhortación Apostólica en el año 1974.

En ambos casos, habló largo y tendido sobre  temas muy importantes para la mujer, y de gran actualidad, sobre todo, si tenemos en cuenta la situación de la sociedad de hoy en día, en general  muy decantada hacia la defensa de mensajes contrarios a la Iglesia, que nada tienen que ver con los propuestos por nuestro Salvador. En efecto, este Papa demostró constantemente a lo largo de su Pontificado, un gran celo por los derechos de las mujeres no sólo en los trabajos anteriormente mencionados, sino además, en todas o casi todas sus Audiencias, Catequesis y, en definitiva, en el trato directo.
 
 
Concretamente en la Carta  Apostólica <Mulieris Dignitatem> aseguró que la mujer es sujeto vivo e insustituible de las <maravillas de Dios>: El hecho de ser hombre o mujer no comporta ninguna limitación, así como no limita, absolutamente la acción salvífica y santificante del Espíritu en el hombre el hecho de ser judío o griego, esclavo o libre, según las conocidas palabras del apóstol San Pablo (Gal 3,28): <Porque todos sois uno en Cristo Jesús>.


Esta unidad no anula la diversidad. El Espíritu Santo, que realiza esta unidad en el orden sobrenatural de la gracia santificante, contribuye en igual medida al hecho de que <profeticen vuestros hijos> al igual que <vuestras hijas>.

Profetizar significa expresar con la palabra <las maravillas de Dios >, conservando la verdad y la originalidad de cada persona, sea mujer o hombre. La <Igualdad evangélica>, la igualdad de la mujer y del hombre en relación con <las maravillas de Dios>, tal como se manifiesta de modo tan límpido en las obras y en las palabras de Jesús de Nazaret, constituye la base más evidente de la <dignidad y vocación de la mujer> en la Iglesia y en el mundo.

Toda <vocación> tiene un sentido profundamente personal y profético. Entendida así la vocación, lo que es personalmente femenino adquiere una medida nueva: la medida de las <maravillas de Dios> de las que la mujer es sujeto vivo y testigo insustituible”

 
 
 
Hermoso razonamiento el del Papa San Juan Pablo II, sin embargo, a lo largo de los últimos siglos el tema de los <derechos de la mujer>, parece haber adquirido un nuevo significado, tal como también aseguraba este mismo Papa; un sentido que no siempre ha resultado ser ajustado y favorable para la mujer, porque:

“La justa oposición de la mujer a lo que expresan las palabras bíblicas: <Él te dominará> (Gen 3,16), no puede de ninguna manera conducir a la <masculinidad> de las mujeres. Las mujeres en nombre de la liberación del dominio del hombre, no pueden tender a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia originalidad femenina” (Papa San Juan Pablo II; Ibid).

Más aún, a veces se tiene la sensación de que, en la actualidad, algunas mujeres, han evolucionado hacia puntos de vista muy diferentes a los defendidos en  tiempos no tan lejanos.
Se engañan, pero no importa, hay que seguir insistiendo sobre ello, porque el bien y el mal existen, y eso lo sabe todo el mundo… por tanto, a la larga, la creencia en un Dios Creador Todopoderoso y, en un ser maligno, Satanás, que se le opuso desde siempre, es algo, que al final cala en el alma, de todo ser racional…
 
 
 
 
Lo que no se puede poner en tela de juicio es el hecho de que la Iglesia católica siempre ha obrado favorablemente con respecto a los derechos de las mujeres y, por supuesto, de los hombres, pero no se debería admitir que tuviera que aceptar postulados  tan opuestos a la misma, como son por ejemplo, el divorcio: contrario al Sacramento del matrimonio, instituido por Cristo, el aborto: contrario al quinto Mandamiento de la Ley de Dios (no matarás), y otras reivindicaciones, de menor calado, pero no por ello menos desajustadas a la buena marcha de las cosas en la Iglesia de Cristo.
 

En este sentido, San Pablo en el siglo I advertía, a los tesalonicenses por ejemplo, sobre la forma de agradar a Dios (1 Tes 4, 1-8):

-Por lo demás, hermanos, os rogamos y os exhortamos en el Señor Jesús a que , conforme aprendisteis de nosotros sobre el modo de comportaros y de agradar al Señor, y tal como ya estáis haciendo, progreséis cada vez más.

-Pues conocéis los preceptos que os dimos de parte del Señor Jesús.

-Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os abstengáis  de la fornicación:

-que cada uno sepa guardar su propio cuerpo santamente y con honor,

-sin dejarse dominar por la concupiscencia, como los gentiles, que no conocen a Dios

-En este asunto, que nadie abuse ni engañe a su hermano, pues el Señor toma venganza de todas estas cosas, como ya os advertimos y aseguramos,

-porque Dios no nos llamó  a la impureza, sino a la santidad.

-Por tanto, el que menosprecia esto no menosprecia  a un hombre, sino a Dios, que además os concede el don del Espíritu Santo    

 Lo cierto es, que si se toman en consideración todas las ideas que chocan de plano con los preceptos que nuestro Creador impuso al género humano, si se pretende seguir caminando en contra de la <Ley natural>, inscrita en el corazón del hombre…, la familia: célula principal de la sociedad, sufriría en sus carnes un <golpe de gracia> terrible.
 
 
 
 
La violencia de género, la violencia en el hogar, la violencia en las escuelas, la violencia en las calles… son síntomas que nos hablan de un futuro nada halagüeño para la familia y la sociedad en general. Hay tenemos instalada, de forma solapada, la que se ha dado en llamar <cultura de la muerte>. Los resultados de tal cultura están, por desgracia, ya haciendo estragos, especialmente entre la población más joven de todo el mundo: ¿Cómo es posible que el número de adolescentes e incluso de niños, que se suicidan, pueda estar aumentando de una forma tan terrible y descorazonadora?  


Las familias desestructuradas tendrían que pensar muy seriamente en esta nueva forma de, por así decir, protesta de los hijos, que acaba con sus vidas y con la de sus familiares más allegados, por el inmenso dolor que conlleva. Son tragedias, muchas veces, que parecen inexplicables, pero que si se profundiza un poco en el origen, acaba conduciéndonos, las más de las veces, a problemáticas familiares, unidas a otros aspectos promocionados por tantos y tantos foros sociales a los que los adolescentes y niños tienen hoy en día fácil acceso.

 
 
 
 
Para aquellas personas que se hayan dejado seducir por ciertas teorías desviadas de la <Ley natural>, lo único, verdaderamente importante, es lo que se  ha dado en llamar: <auto-designación de la identidad>. Pero ¡cuidado!, porque desgraciadamente estas teorías están conduciendo, mejor dicho, han conducido ya, al pretender aplicarlas en la práctica, a depresiones en algunas personas, que han llevado incluso a grandes desgracias. Un dato devastador, en este sentido, es la estadística que establece un mayor número de suicidios, entre los jóvenes, pertenecientes a edades comprendidas entre los dieciocho y veintiún años, casi siempre relacionados con problemáticas derivadas de la falta de identidad sexual, sumada al consumo de drogas de todo tipo...


Los problemas mayores, provocados por estas teorías erróneas, se producen, sin duda, en el seno de las familias, que es donde se acusa de lleno la llamada <guerra de los sexos>, y sus consecuencias… un grave problema, que no sería tal, si se tuviera en cuenta que el verdadero fin de todo hombre y toda mujer, siempre es el  mismo, la salvación de sus almas, que es lo que les iguala a los ojos de Dios…

 
 
 
Porque todos los seres humanos debemos cumplir las mismas leyes divinas para salvarnos…y deberíamos preocuparnos de ellas más de lo que en la actualidad hacemos…teniendo en cuenta los deseos de Dios que conducen siempre al amor fraterno y a la laboriosidad y no al abandono de las buenas costumbres, tal como recordaba San Pablo a los pobladores de Tesalónica (1 Tes 4, 9-12):

-En cuanto al amor fraterno, no tenéis necesidad de que os escriba, pues vosotros mismos habéis sido instruidos por Dios para que os améis los unos a los otros,

-y en efecto, así lo estáis poniendo por obra con todos los hermanos en toda Macedonia. Pero os encarecemos, hermanos, a que progreséis más,
-y a que os esmeréis en vivir con serenidad, ocupándoos de vuestros asuntos y trabajando con vuestras manos, como os ordenamos,

-de modo que os comportéis honradamente ante los de fuera y no necesitéis de nadie


Para aquellos que no creen en la existencia de un Dios Creador, estos comportamientos puede  que no les digan nada, además, por desgracia, hay otros muchos que siendo creyentes, sin embargo, se han sentido también atraídas por falsas teorías, especialmente en los últimos siglos, que  han conducido a la dada en llamar <cultura de la muerte>...

En este sentido San Pablo reflexionaba así al dirigirse a los tesalonicenses: (1Tes  4, 13-15)

-No queremos hermanos, que ignoréis lo que se refiere a los que han muerto, para que no os entristezcáis como esos otros que no tienen esperanza,
-porque si creemos que Jesús murió  y resucitó, de igual manera también Dios, por medio de Jesús, reunirá con Él a los que murieron.

-Así pues, como palabra del Señor, os transmitimos lo siguiente: nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la venida del Señor, no nos anticipemos a los que hayan muerto;
 
 
 
 
"porque cuando la voz del arcángel y la trompeta de Dios den la señal, el Señor mismo descenderá del cielo y resucitarán en primer lugar los que murieron en Cristo / después, nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados a la nubes con ellos al encuentro del Señor en los aires (1 Tes 4, 16-17)"


San Pablo con esta carta dirigida al pueblo de Tesalónica, y por extensión a toda la humanidad hasta el final de los siglos, no pretende fijar el día y la hora en la que tendrá lugar la Parusía, lo que de verdad intenta es hacernos comprender que tendrá lugar de forma inesperada, y sobre todo que lo que importa a toda mujer y a todo hombre es el estar preparado para tan magno acontecimiento. Cuando llegue ese momento, y es seguro que llegará, los que aún estén vivos no tendrán ventaja sobre los que ya hayan muerto, ya que lo que importa, es alcanzar en <Cristo>, el final del curso de nuestra vida sobre la Tierra (1Tes 4, 16).   

Por eso, en los últimos siglos, tan faltos de esperanza, ante tanta locura, desenfreno y especialmente tantos sufrimientos provocados en el seno familiar, la Iglesia de Cristo nunca ha permanecido impasible, siguiendo el mandato del Señor. La Iglesia ha hablado muy claro, a través de sus máximos responsables, especialmente a través de sus Pontífices, como por ejemplo:

León XIII (1878-1903), Pío X (1903-1914), Benedicto XV (1914-1922), Pío XI (1922-1939), Pío XII (1939-1958), Juan XXIII (1958-1963), Pablo VI (1963-1978), Juan Pablo II (1978-2005), Benedicto XVI (2005-2013)

 y por supuesto, nuestro actual Papa Francisco.

Recordemos, por ejemplo, que durante los Pontificados de Pío XII y de Juan XXIII, se promocionó a la mujer de forma clara y combativa.
 
 
 
 
 
Concretamente para Juan XXIII la paridad de derechos entre el hombre y la mujer, era un signo de los tiempos. Este Papa fue el que convocó el Concilio Vaticano II, en el que se analizó el problema de los derechos de la mujer y la situación de la familia. Más tarde, las conclusiones del mismo quedaron reflejadas en documentos muy importantes, en los que se denunciaba la necesidad de acabar con todo tipo de discriminación sexual en la sociedad civil, y se daba una gran prioridad al problema familiar.

 
 
 
 
 
Es un problema muy grave al cual se enfrenta en estos momentos la Iglesia de Cristo, y contra el que tiene que luchar sin denuedo, pues de lo contrario peligraría su esencia misma; de todas formas, no es éste el único grave problema, porque como hemos venido denunciando, está en riesgo la esencia y la unidad familiar, y ello conlleva la destrucción de la sociedad.


Nos referimos como es lógico, una vez más, al <derecho a la vida del engendrado y no nacido>.

El Papa San Juan Pablo II advertía ya en el siglo pasado que:

“El derecho a la vida, para el hombre, es un derecho fundamental. Y sin embargo, cierta cultura contemporánea ha querido negarlo, transformándolo en un derecho incómodo de defender.

¡No hay ningún otro derecho que afecte más de cerca a la existencia misma de la persona!

Derecho a la vida significa derecho a venir a la luz y, luego, a perseverar en la existencia hasta su natural extinción: <mientras vivo tengo derecho a vivir>.

La cuestión del niño concebido y no nacido es un problema especialmente delicado, y sin embargo claro. La legalización de la interrupción del embarazo no es otra cosa que la autorización dada al hombre adulto –con el aval de una ley instituida-, para privar de vida al hombre no nacido y, por eso, incapaz de defenderse…”
 
 
 
 
“<La concepción moderna de la familia>, entre otras cosas, por reacción al pasado, ha dado gran importancia al amor conyugal, subrayando sus aspectos subjetivos de libertad en las opciones y en los sentimientos. En cambio, existe una mayor dificultad para percibir y comprender el valor de la llamada a <colaborar con Dios> en la procreación de la vida humana>. Además las sociedades contemporáneas, a pesar de contar con muchos medios, no siempre logran facilitar la misión de los padres, tanto en el campo de las motivaciones espirituales y morales como en el de las condiciones prácticas de vida. Es sumamente necesario, tanto en el ambiente cultural como en el político y legislativo, sostener a la familia” (Insegnamenti di Benedetto XVI, I (2005) Lev, Roma 2006)


Sí,  el Papa Benedicto XVI defendiendo la dignidad de la persona aseguraba, así mismo, que:

“El reconocimiento de la dignidad humana, como derecho inalienable, haya su fundamento primero en esa Ley no escrita por mano de hombre, sino inscrita por Dios Creador en el corazón del hombre, que cada ordenamiento jurídico está llamado a reconocer como inviolable y cada persona debe de respetar y promover…

Sin el principio fundador de la dignidad humana sería muy difícil hallar una fuente para los derechos de las personas e imposible alcanzar un juicio ético respecto a las conquistas de la ciencia que intervienen directamente en la vida humana. Es necesario, por tanto, repetir con firmeza que no existe una comprensión de la dignidad humana ligada sólo a elementos externos como el progreso de la ciencia, la gradualidad en la formación de la vida humana o el pietismo fácil ante situaciones límites.

Cuando se invoca el respeto por la dignidad de la persona es fundamental que sea pleno, total y sin sujeciones, excepto las de reconocer que se está siempre ante una vida humana. Cierto: la vida humana conoce un desarrollo propio y el horizonte de investigación de la ciencia y de la bioética está abierto, pero es necesario subrayar que cuando se trata de ámbitos relativos al ser humano, los científicos jamás pueden pensar que tienen entre manos sólo materia inanimada y manipulable.
 
 
 
 
De hecho, desde el primer instante, la vida del hombre se caracteriza por ser <vida humana> y por esto siempre portadores de dignidad, en todo lugar y a pesar de todo. De otra forma, estaríamos siempre en presencia del peligro de un uso instrumental de la ciencia, con la inevitable consecuencia de caer fácilmente en lo arbitrario, en la discriminación y en el interés económico del más fuerte” (Discurso del santo padre Benedicto XVI a los participantes en la Asamblea de la Academia Pontificia para la vida del 13 de febrero del año 2010)


Es necesario que tanto el hombre como la mujer se paren a reflexionar en cual es el futuro, que quieren para sus descendientes, porque la familia tradicional, no es ninguna cosa del pasado, sino que debería ser una cosa del futuro para que la humanidad siguiera progresando...

 
 
 
El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Postsinodal: <Amoris Laetitia>, dada en Roma durante el jubileo extraordinario de la Misericordia, el 19 de marzo, de 2016, solemnidad de San José, nos ha hablado, como casi siempre, sobre la familia, los hijos, el matrimonio y otros muchos temas relacionados con estos, analizados en profundidad durante el reciente Sínodo de los Obispos de la que recogemos un pequeño párrafo que nos ha parecido extraordinariamente interesante:

“Los Padres sinodales han mencionado que <no es difícil constatar que se ha difundido una mentalidad que reduce la generación de la vida a una variable de los proyectos individuales o de los cónyuges>

La enseñanza de la Iglesia <ayuda a vivir de manera armoniosa y consciente la comunión entre los cónyuges, en todas sus dimensiones, junto a la responsabilidad generativa. Es preciso redescubrir el mensaje de la Encíclica <Humanae Vitae> del Papa Pablo VI, que insistía en la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la valoración moral de los métodos de regulación de la natalidad…

En este contexto, no puedo dejar de decir que, si la familia es el santuario, es el lugar donde la vida se engendra y cuida, constituye una contradicción lacerante que se convierta en el lugar donde la vida es negada y destrozada.

Es tan grande el valor de la vida humana, y es tan inalienable el derecho a la vida del niño inocente que crece en el seno de la madre, que de ningún modo se puede plantear como un derecho, sobre el propio cuerpo, la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser humano.

La familia protege la vida en todas sus etapas y también en su ocaso. Por eso <a quienes trabajan en las estructuras sanitarias>, se les recuerda la obligación moral de la objeción de conciencia. Del mismo modo, la Iglesia no sólo siente la urgencia de afirmar el derecho a la muerte natural, evitando el ensañamiento terapéutico y la eutanasia, sino también rechaza con firmeza la pena de muerte”

 











 

 

 

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