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sábado, 20 de mayo de 2017

EN ESTE NUEVO SIGLO SIGUE SIENDO NECESARIO HABLAR DE LA FAMILIA



 
 
 



En este nuevo siglo sigue siendo necesario hablar de la familia y así lo está haciendo el Papa Francisco desde el mismo comienzo de su Pontificado. Concretamente, este Vicario de Cristo, ha señalado que la vocación de la familia no es otra que Jesús, el Hijo unigénito de Dios. Ha analizado la problemática actual de la misma y lo ha hecho en distintas ocasiones y por diversos motivos, especialmente en su Exhortación Apostólica Postsinodal dada en Roma el 19 de marzo (Solemnidad de San José), del año 2016, recordándonos que  Jesús ha recupera y llevado a su plenitud el proyecto divino de la familia:
 



“El Nuevo Testamento enseña que <todo lo que Dios ha creado es bueno; no hay que desechar nada. El matrimonio es un don del Señor. Al mismo tiempo, por esa valoración positiva,  pone un fuerte énfasis, en cuidar este don divino: <Sea para todos el matrimonio cosa digna de honor, y el trato conyugal sea inmaculado> (Heb 13, 4).

Jesús que reconcilió cada cosa en sí misma, volvió a llevar el matrimonio y la familia a su forma original (Mc 10, 1-12). La familia y el matrimonio fueron redimidos por Cristo (Ef 5, 21-32), a imagen de la Santísima Trinidad, misterio del que brota todo amor verdadero. La alianza matrimonial, inaugurada en la creación y revelada en la historia de la salvación, recibe la plena revelación de su significado en Cristo y en su Iglesia…

<La alianza de amor y de fidelidad, de la cual vive la Sagrada Familia de Nazaret, ilumina el principio que da forma a la familia, y la hace capaz de afrontar mejor las vicisitudes de la vida y de la historia>”

 Esta última frase nos recuerda precisamente la situación tan grave que viven en este momento concreto las familias  en casi todos los países de nuestro planeta. Es una situación que se ha hecho, por así decir, crónica a lo largo de los últimos siglos. En efecto, recordamos como a finales de siglo XX, el Papa Juan Pablo II entristecido por los problemas de las familias, se expresaba en los siguientes términos (Carta Apostólica, dada en Roma el 31 de marzo de 1985):

“Hoy en día los principios de la moral cristiana matrimonial son presentados de un modo desfigurado en muchos ambientes. Se intenta importar a ambientes y hasta sociedades enteras, un modelo que se autoproclama <progresista> y <moderno>.

No se advierte entonces que en este modelo el ser humano, y sobre todo, quizás la mujer, es transformado de sujeto en objeto (objeto de manipulación específica), y todo el gran contenido del amor es reducido a mero <placer>, el cual, aunque toque ambas partes, no deja de ser egoísta en su esencia. Finalmente, el niño, que es fruto y encarnación nueva del amor de los dos, se convierte  cada vez más en <una añadidura fastidiosa>. La civilización materialista y consumista penetra en este maravilloso conjunto conyugal-paterno y materno, y lo despoja de aquel contenido profundamente humano que desde el principio llevó una señal y un reflejo divino”

Preocupación extrema, era para este Papa, en una sociedad tan materialista, el tema de la defensa de cualquier vida, y particularmente la del niño no nacido (Cruzando el umbral de la Esperanza. Ed. Círculo de lectores):


“La cuestión del niño concebido y no nacido es un problema especialmente delicado, y sin embargo claro. La legalización de la interrupción del embarazo no es otra cosa que la autorización dada al hombre adulto -con el aval de una ley instituida- para privar de la vida al hombre no nacido y, por eso, incapaz de defenderse. Es difícil poder pensar en una situación más injusta, es de verdad difícil poder hablar aquí de obsesión, desde el momento en que entra en juego un fundamental imperativo de toda conciencia recta: la defensa del derecho de la vida de un ser inocente e inerme.

Con frecuencia se presenta la cuestión como derecho de la mujer a una libre elección frente a la vida que ya existe en ella, que ella ya lleva en su seno: la mujer tendría el derecho a elegir entre dar la vida y quitar la vida al niño concebido. Cualquiera puede ver que esta es una alternativa aparente. ¡No se puede hablar de derecho a elegir cuando lo que está en cuestión es un evidente mal moral, cuando se trata simplemente del mandamiento de No matar!”

 

Los hombres de buena voluntad saben que este mandamiento dado por Dios, impreso en lo más profundo de sus corazones, no prevé excepción alguna, saben, que un niño concebido en el seno de la madre jamás es un agresor injusto, es por el contrario un ser indefenso que espera ser acogido con amor en el seno de una familia; familia, que Nuestro Señor Jesucristo ha elevado a niveles extraordinarios, viniendo a nacer y crecer en el seno de una de ellas, la familia de Nazaret.

Sin embargo, algunos hombres y mujeres inducidos, por las dificultades económicas,  por un afán de <modernismo> mal entendido, o lo que es peor, por la escucha indebida del <padre de la mentira>, se han decantado hacia leyes que justifican comportamientos inhumanos con los hijos concebidos en el seno de sus madres, y que son ya seres humanos en toda la extensión de la palabra, como prueban las técnicas más modernas de análisis,  ya  utilizadas por los médicos para hacer el seguimiento del embarazo de la mujer.

Quizás en tiempos pasados podrían habernos confundido diciendo que el feto no contiene en esencia a la persona humana en su totalidad, pero la ciencia ha avanzado mucho en este sentido y ya las mujeres y los hombres no pueden cerrar los ojos a lo que es una evidencia absoluta: el niño concebido en el seno de una madre es un ser humano y no una cosa que se puede extirpar del vientre de la misma como si se tratara de algo sin vida.



No se puede alegar que la mujer tiene derecho a elegir en esta situación a deshacerse de esta criatura de Dios, porque eso supone un crimen y los crímenes deben ser perseguidos por la justicia del hombre y sobre todo serán juzgados en su día por nuestro Creador.
Por otra parte, es evidente que  la sociedad debe proteger siempre a las mujeres que se encuentran con un embarazo no deseado, o problemático, y ayudarlas en el alumbramiento de sus hijos, los cuales a su vez deben ser protegidos como nuevos componentes de la comunidad en la  que han nacido.

Precisamente en la Exhortación Apostólica del Papa Francisco,  <Amoris laetitia>, se viene a revalidar estas idea, por otra parte lógicas y de sentido común, que se encuentran inscritas en el corazón de todo ser humano:


“El matrimonio es en primer lugar una <intima comunidad conyugal de vida y de amor> que constituye un bien para los esposos, y la sexualidad <está ordenada al amor conyugal del hombre y la mujer>. Por eso, también <los esposos a los que Dios no ha concedido hijos pueden llevar una vida plena de sentido, humana y cristianamente>. No obstante, esta unión está ordenada a la generación <por su propio carácter natural>. El niño que llega <no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento. No aparece como final de un proceso, sino que está presente desde el inicio del amor como una característica esencial que no puede ser negada sin mutilar al mismo amor. Desde el comienzo, el amor rechaza todo impulso de cerrarse en sí mismo, y se abre a una fecundidad que lo prolonga más allá de su propia existencia.
Entonces, ningún acto genial de los esposos puede negar este significado, aunque por diversas razones no siempre pueda de hecho engendrar una nueva vida.

El hijo reclama nacer de ese amor, y no de cualquier manera, ya que él <no es un derecho sino un don>, que es <el fruto del acto especifico del amor conyugal de sus padres>. Porque <según el orden de la creación, el amor conyugal entre un hombre y una mujer y la transmisión de la vida están ordenados recíprocamente. De esta manera, el Creador hizo al hombre y a la mujer participes de la obra de su creación y, al mismo tiempo, los hizo instrumentos de su amor, confiando su responsabilidad el futuro de la humanidad a través de la transmisión de la vida humana”

Es evidente, pues, que llevados de esta responsabilidad, dada por el Creador a los hombres, las familias deben acoger, educar y rodear de amor a los hijos. Ante estas premisas ineludibles, los Padre Sinodales han denunciado que no es difícil comprobar que se está difundiendo en los últimos siglos, una mentalidad que reduce la generación de la vida a una variable de los proyectos individuales de algún miembro de la pareja o bien de ambos cónyuges.




Las consecuencias, muchas veces, de todo esto es que cuando las cosas no salen a gusto de los interesados la posibilidad del aborto se cierne sobre la cabeza del ser que ya se encuentra en el seno de la madre y otras veces puede ocurrir, por desgracia, que si el niño viene a este mundo en tales circunstancias, es rechazado e incluso abandonado por sus progenitores.  

Todo lo relacionado con estos temas supone un gran dolor para la Iglesia católica que como decíamos al principio desde hace mucho tiempo se encuentra totalmente volcada en ayuda de la institución familiar.

Magnífico ejemplo ha sido el dado por San Juan Pablo II, uno de los  Papas verdaderamente más interesado en ayudar a los matrimonios y que además ha analizado mejor la problemática del ataque sistemático al sagrado Sacramento del matrimonio y por tanto a la familia, por parte de los enemigos de Cristo...



La Iglesia católica consciente de que el matrimonio y la familia constituyen uno de los valores más importantes de la humanidad <quiere hacer sentir su voz y ofrecer su ayuda a todo aquel que conociendo ya el valor del matrimonio y de la familia trata de vivirlo  fielmente, busca la verdad, y a todo aquel que se ve injustamente impedido para vivir con libertad el proyecto familiar. Sosteniendo a los primeros, iluminando a los segundos y ayudando a los demás, la Iglesia ofrece su servicio a todo hombre preocupado por los destinos del matrimonio y de la familia (Con. Ecuménico Vaticano II. Gaudium et Spes, 52).

El Papa Benedicto XVI compartía con su querido predecesor en la Silla de Pedro, Juan Pablo II, el amor y el interés por la familia, así como por el Sacramento del matrimonio, demostrándolo en distintas ocasiones en sus escritos, homilías, catequesis, etc. En una ocasión respondió a una pregunta en este sentido, recogida en su libro <El amor se aprende. Las etapas de la familia. Romana Editorial, S.L. 2012>:


“La mayoría de los jóvenes dudan hoy en día entre contraer matrimonio o convivir al margen  de rígidos vínculos jurídicos. A nivel estatal, se advierten tendencias a equiparar las uniones de hecho y la relación de pareja homosexual, al matrimonio. Es necesario, por tanto, preguntarse: ¿Por qué tiene que ser el matrimonio la única forma aceptable de unión entre dos personas?...Cuando dos personas se entregan mutuamente y, juntas, dan vida a los hijos, también ahí se implica lo sagrado, el misterio del ser humano, que va mucho más allá del derecho a disponer de uno mismo. En cada ser humano está presente el misterio divino. Por eso la unión entre hombre y mujer desemboca de forma natural en lo religioso,  en lo sagrado, en la responsabilidad asumida ante Dios…
Por eso, cualquier otra forma de unión es una vía de escape con la que esquivar la propia responsabilidad frente al otro y frente al misterio de su persona, introduciendo una labilidad que acarreará sus propias consecuencias.

Muy diversa es la cuestión de las relaciones por parte de parejas homosexuales. Pienso que  cuando en un matrimonio, en una familia, ya no cuenta que el fundamento sea un hombre y una mujer, sino que se equipara la homosexualidad a esa relación, se está hiriendo gravemente la tipología básica que configura la estructura de la naturaleza humana. Por esta vía cualquier sociedad está llamada a encontrarse con graves problemas”


Podríamos preguntarnos ¿Cuáles pueden ser las causas de estos graves problemas  que nos anunciaba el Papa? La respuesta no parece sencilla porque son muchas y numerosas las  constatables en este momento de la historia del hombre.

 


Quizás una de éstas, en el Viejo Continente, podría ser el envejecimiento prematuro de algunos pueblos, como consecuencia del bajo índice de natalidad. En otras ocasiones, civilizaciones completas han desaparecido por similares circunstancias.

Por otra parte, la influencia ejercida por  ejemplos de vida, que constantemente se muestran,  con gran entusiasmo, en la prensa llamada del corazón, hacen aparecer el matrimonio como algo muy lábil y necesariamente agotado al cabo de un tiempo más o menos corto, ello, unido al ansia de liberación del hombre y de la mujer  en los tiempos de modernidad que corren, hacen preguntarse a muchos jóvenes y no tan jóvenes con frecuencia ¿Por qué el Sacramento del matrimonio tiene que implicar la permanente unión, hasta la muerte?...
 


A esta pregunta respondió, en su momento, magníficamente el Papa Benedicto XVI en el libro mencionado anteriormente (Ibid):

“La dignidad del ser humano tan solo viene plenamente respetada a condición de hacer de sí mismo un don total, sin reservarse el derecho a poner en discusión ese don ni a revocarlo. El Sacramento del matrimonio, no es un contrato temporal, sino un ceder incondicionalmente el propio <yo> a un <tú>. La entrega a la otra persona solo puede ser acorde a la naturaleza humana si el amor es total y sin reservas”

En efecto, así lo expresó Nuestro Señor Jesucristo en su <Sermón de la montaña>, (Mt  5, 31-32):

-Se ha dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, que le dé el libelo de repudio

-Pero yo os digo que todo el que repudia a su mujer, excepto en caso de fornicación, la expone a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.

 


Sí, <la ley de Moisés (Dt 24, 1-4) toleraba el divorcio por la dureza del corazón de los hebreos...
Jesús restablece la originaria indisolubilidad del matrimonio (Mt 19, 4-6; Gn 1, 27; Ef 5, 31; I Co 7, 10). (El Sacramento del matrimonio crea entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo. Dios mismo ratifica el consentimiento entre los esposos.

Por tanto, el matrimonio rato y consumado entre bautizados no podrá ser nunca disuelto. C.I.C nº346). La frase  -excepto en caso de fornicación-, no relativiza la indisolubilidad, sino que se refiere a las uniones ilícitas que no constituyen un verdadero matrimonio (Lv 18, 6-29)> (Nota a pie de página en la <Biblia de Navarra> Ed. Eunsa S.A. Pamplona. España).

 
 

Para los seres humanos, desde el principio, la unión conyugal es la base  sobre la que se asienta la familia,  expresión primera y fundamental de toda sociedad, que no ha cambiado  a través de los siglos,  tal como nos recordaba el Papa Juan Pablo II en una carta dirigida a las familias:

“En su núcleo esencial esta visión no ha cambiado ni siquiera en nuestros días. Sin embargo, actualmente se prefiere poner de relieve todo lo que en la familia, que es la más pequeña y primordial comunidad humana, representa la aportación personal del hombre y de la mujer. En efecto, la familia es una comunidad de personas, para las cuales el propio modo de existir y de vivir juntos es la comunión: <communio personarum>.

También aquí, salvando la absoluta transcendencia del Creador respecto a la criatura, emerge la referencia ejemplar al <Nosotros> divino. Solo las personas son capaces de existir <en comunión>. La familia arranca de la comunión conyugal que el Concilio Vaticano II califica como <alianza> por la cual el hombre y la mujer <se entregan y aceptan mutuamente>” (Papa Juan Pablo II. Carta a las familias dada en Roma el 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor 1994).

 
 

No obstante, como el día a día nos demuestra, esta comunión puede verse afectada por diversos factores, entre los que caben destacar la infidelidad,  los <malos tratos>, e incluso la violencia doméstica...
Situaciones así, si no se corrigen a tiempo, pueden llevar a desenlaces desastrosos como el divorcio, o  luctuosos como el suicidio o el asesinato, tema este último, que está siendo, por desgracia, muy frecuente en los últimos tiempos. Todo esto, da lugar al sufrimiento no solo de los conyugues y de los hijos, sino también del resto de la familia... 



No obstante, siempre hay que tener presente la acción del Espíritu Santo, en favor de la familia,  como aseguraba Juan Pablo II (Ibid):

“La experiencia humana enseña que el amor humano, orientado por su naturaleza hacia la paternidad y la maternidad, se ve afectado a veces por una crisis profunda, y por tanto se encuentra amenazado seriamente.

En tales casos, habrá que pensar en recurrir a los servicios ofrecidos por los consultorios matrimoniales y familiares, mediante los cuales es posible encontrar ayuda, entre otros, de psicólogos y psicoterapeutas específicamente preparados.

Sin embargo, no se puede olvidar que son siempre válidas las palabras del Apóstol: <Doblé mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre la familia en el cielo y en la tierra> (Ef 3, 14-15).

El matrimonio, el matrimonio Sacramento, es una alianza de personas en el amor. Y el amor puede ser profundizado y cuestionado solamente por el amor, aquel que es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado> (Rm 5, 5)”

 

 

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