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lunes, 29 de octubre de 2018

LA IGLESIA DE CRISTO ES APÓSTOLICA: (2ª PARTE)


 
 
 



La Iglesia primitiva de Cristo, aquella que surgió tras la venida del Espíritu Santo en el Cenáculo de Jerusalén, era apostólica y así ha continuado siéndolo a lo largo de todos los siglos transcurridos desde su fundación por Nuestro Señor Jesucristo. Para Dios nada hay imposible…
Ciertamente, para Dios nada hay imposible y gracias a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad (Paráclito), la experiencia del Resucitado autor de la comunidad apostólica en los orígenes de la Iglesia, ha permitido a las generaciones sucesivas vivir de forma siempre actualizada, en la fe, la esperanza y la caridad, por Él proclamadas.

Recordemos en este sentido las palabras del Papa Benedicto XVI (La alegría de la fe; Librería Editrice Vaticana. Distribución San Pablo, 2012):

“La tradición apostólica de la Iglesia consiste en esta transmisión de los bienes de la salvación, que hace de la comunidad cristiana la actualización permanente, con la fuerza del Espíritu, de la comunión originaria.

La Tradición la llama así porque surgió del testimonio de los apóstoles y de la comunidad de los discípulos en el tiempo de los orígenes; fue recogida por inspiración del Espíritu Santo en los escritos del Nuevo Testamento y en la vida sacramental, en la vida de la fe, y a ella  -a esta Tradición, que es toda la realidad siempre actual del don de Jesús- la Iglesia hace referencia continuamente como a su fundamento y a su norma a través de la sucesión ininterrumpida del ministerio apostólico.

Jesús, en su vida histórica, limitó su misión a la casa de Israel, pero dio a entender que el don no sólo estaba destinado al pueblo de Israel, sino también a todo el mundo y a todos los tiempos. Luego, el Resucitado encomendó explícitamente a sus apóstoles (Lc 6, 13) la tarea de hacer discípulos a  todas las naciones, garantizando su presencia y su ayuda hasta el final de los tiempos (Mt 28, 19 s)”

 



Así narró san Lucas aquellos momentos de la vida del Señor (Lc  6, 12-16):

“Y aconteció por aquellos días salir Él al monte para orar, y pasaba la noche en oración con Dios / Y cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y escogió entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles: / Simón, a quién dio el nombre de Pedro, y Andrés, su hermano, y Santiago y Juan, y Felipe y Bartolomé / y Mateo y Tomás, y Santiago de Alfeo y Simón el apellidado Zelotes, / y Judas de Santiago y Judas Iscariote que fue traidor”

En el relato de San Lucas se empieza a apreciar lo que en un futuro seria la llamada <Jerarquía de la Iglesia>, y es un detalle interesante el hecho de que de entre todos sus discípulos, que ya eran muchos, el Señor eligió a Doce, poniendo en primer lugar a Simón-Pedro, a través  del cual,  Él gobernará a su Iglesia.  

Con respecto a la constitución jerárquica, en el Catecismo de la Iglesia católica (Vaticano II) podemos leer (nº 874-875):

*El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad: Cristo el Señor, para dirigir al pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios y está ordenado al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministerios que posean la segunda potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros del Pueblo de Dios…lleguen a la salvación (Lumen gentium; LG 18)
 
 



*¿Cómo creerán en aquél a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? (Rm 10, 14-15)

Nadie ningún individuo, ni ninguna comunidad, puede anunciase así mismo  el Evangelio. <La fe viene de la predicación> (Rm 10, 17). Nadie se puede dar así mismo el mandato ni la misión de anunciar el Evangelio. El enviado del Señor habla y obra no con autoridad propia, sino en virtud de la autoridad de Cristo; no como miembro de la comunidad, sino hablando a ella en nombre de Cristo.

Nadie puede conferirse a sí mismo la gracia, autorizados y habilitados por parte de Cristo. De Él reciben la misión y la facultad (el poder sagrado) de actuar <in persona Christi Capitis>. Este ministerio, en el cual los enviados de Cristo hacen y dan, por don de Dios, lo que ellos, por sí mismos, no puede hacer ni dar, la tradición de la Iglesia lo llama <Sacramento>. El ministerio de la Iglesia se confiere por medio de un Sacramento específico.

Recordemos también como el apóstol San Mateo al final de su Evangelio nos relata la <Transmisión de poderes a los apóstoles> por parte de Nuestro Señor Jesucristo (Mt 28, 16-20):

“Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado / Y en viéndole, le adoraron: ellos que antes habían dudado / y acercándose Jesús, les habló diciendo: <Me fue dada toda potestad en el cielo y sobre la tierra> / <Id, pues, y amaestrad a todas las gentes, bautizándolas en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, / enseñándoles a guardar todas cuantas cosas os ordené. Y sabed que estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos”

 


Con tan solo tres versículos del Evangelio de Mateo quedan perfectamente aclarados los mandatos y los dones de Cristo respecto de sus apóstoles en lo referente a la Iglesia por Él fundada.

En primer lugar el Señor asegura que: <le fue dada toda potestad>, y con ello reivindica la potestad soberana y universal, como base jurídica, de la misión que va a confiar a sus apóstoles, sustrayéndolos de esta forma, en el ejercicio de sus misión evangelizadora a la autoridad procedente de los hombres.

Por otra parte, Cristo utiliza el tiempo verbal del imperativo, cuando les manda cumplir con su deseo a los apóstoles, y este deseo no es otros que: <Amaestrar a todas las gentes>.

Está el Señor requiriendo a los apóstoles a realizar una labor de enseñanza oral, personal, recorriendo todo el mundo con el objeto de enseñar de palabra la Verdad revelada.

Ordenó también el Señor, que fueran bautizadas todas las gentes, por ellos evangelizadas, en agua y en Espíritu Santo, como aceptación de las enseñanzas apostólicas, quedando así adheridos a la Iglesia.

 




Así mismo, les ordenó que enseñasen a las gentes evangelizadas, la forma de guardar todas aquellas cosas que a ellos mismos les había ordenado que cumpliesen.

Quedaron, pues, los apóstoles constituidos maestros no sólo de la fe, sino también de la moral, por boca de Jesucristo, el cual les dijo  además, que siempre estaría presente, junto a ellos, hasta la consumación de los siglos, para ayudarlos en todo momento en la difícil y dura tarea que les había encomendado.

                                                                                                                               
En este sentido, podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica que (C.I.C. nº860):

“En el encargo dado a los apóstoles, hay un aspecto intransmisible: Ser testigos elegidos de la Resurrección y los fundamentos de la Iglesia.

Pero hay también un aspecto permanente. Cristo les ha prometido permanecer <con ellos> hasta el fin de los tiempos.

<Esta misión divina confiada por Cristo a los apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia.

Por eso, los apóstoles se preocuparon de instituir…sucesores> (LG 20)”

 


Los Obispos son los sucesores de los apóstoles y toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de Pedro y de los apóstoles <en comunión de fe y de vida con su origen (C.I.C. nº863):

“Toda la Iglesia es apostólica en cuanto ella es <enviada> al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío: <La vocación cristiana por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado>.

Se llama <apostolado> a <toda la actividad del Cuerpo Místico> que tiende a propagar el Reino de Cristo por la tierra”

Es evidente, que para comprender mejor  la misión de la Iglesia de Cristo, es necesario regresar a sus orígenes, al Cenáculo, donde estaban los apóstoles con la Virgen en espera de la llegada del Espíritu Santo:



“Toda comunidad cristiana tiene que inspirarse constantemente en este icono de la Iglesia naciente.

La fecundidad apostólica y misionera no es el resultado principalmente de programas y métodos pastorales sabiamente elaborados y eficientes, sino el fruto de la oración comunitaria incesante (Evangelii nuntiandi; C.Encíclica; Papa Pablo VI).

La eficacia de la misión presupone, además, que las comunidades estén unidas, que tengan <un solo corazón y una sola alma>, y que estén dispuestas a dar el testimonio de amor y de alegría que el Espíritu Santo infunde en los corazones de los creyentes.



El siervo de Dios Juan Pablo II escribió que antes de ser acción, la misión de la Iglesia es testimonio e irradiación (C. Encíclica; Redemptoris missio).

Así sucedió en al inicio del cristianismo, cuando, como escribe Tertuliano, los paganos se convertían viendo el amor que reinaba entre los cristianos:

<Ved dicen – cómo se aman entre ellos> (Apologético 39,7).

(La alegría de la fe; Papa Benedicto XVI; Ed. San Pablo 2012)

 


 

      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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