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domingo, 28 de octubre de 2018

EL ESCANDALO DE UNA FE QUE PONE TODA LA EXISTENCIA EN DIOS



 
 


Para ciertos  hombres suele ser un escándalo, una perturbación, la fe que pone toda la existencia en Dios, especialmente en un mundo donde el empirismo es imprescindible para creer en algo…

La religión católica, por la fe, pone toda su existencia en Dios, así lo han manifestado desde el principio todos los santos Padres de su Iglesia, porque la fe no está reñida con la razón y la razón nos dice que:
<La sed de infinito está presente en el hombre de tal manera que no se puede extirpar. El hombre ha sido creado para relacionarse con Dios y tiene necesidad de Él> (Papa Benedicto XVI; La alegría de la fe; Ed. San Pablo, 2012).

Así lo entendió en su día, por ejemplo, San Gregorio Nacianceno, Padre y doctor de la Iglesia que vivió en el siglo IV, el cual fue un gran maestro del Mensaje de Cristo y que con gran valor se esforzó, a pesar de su timidez, en proclamar la verdadera fe. Él sentía un deseo irrefrenable por estar cerca de Dios, de unirse a Él, esto se reflejaba en sus escritos poéticos, e  hizo resplandecer la luz  procedente del Misterio de la Santísima Trinidad, siguiendo en todo las enseñanzas de San Pablo (1 Co 8, 6).  En general, los santos doctores de La Iglesia católica sintieron  la urgente llamada a la conversión con el fin de corresponder mediante toda su vida a aquel de quien el Sacramento los constituyo ministros. Así, san Gregorio Nacianceno siendo un joven sacerdote, exclamo:

“Es preciso comenzar por purificarse; es preciso ser instruido para poder instruir; es preciso ser luz para iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser santificado para santificar, conducir de la mano, y aconsejar con inteligencia.

Sé de quién somos ministros, dónde nos encontramos y a dónde nos dirigimos. Conozco la altura de Dios y la flaqueza del hombre, pero también su fuerza. Por tanto ¿Quién es el sacerdote? Es el defensor de la verdad, se sitúa junto a los ángeles, se glorifica con los arcángeles, hace subir sobre el altar de lo alto las víctimas de los sacrificios, comparte el sacerdocio de Cristo, restaura la criatura, restablece (en ella), la imagen de Dios, la recrea para el mundo de lo alto y para decir lo más grande que hay en él, es divinizado y diviniza”.

 


Por eso: “El celibato sacerdotal es un signo de la fe, de la presencia de Dios en el mundo”

Con estas palabras terminaba su catequesis el Papa Benedicto XVI, en respuesta, a una pregunta sobre el sagrado celibato, propuesta por un sacerdote que asistió al encuentro internacional de presbíteros celebrado en Roma, en el año 2010. En la pregunta del sacerdote  se apreciaba, ya entonces, la preocupación por este tema tan importante y controvertido de la Iglesia de Cristo desde antiguo, pero quizás más analizado en los últimos tiempos.

El Papa Benedicto XVI reconocía en su respuesta las controversias inherentes al tema, sobre todo para una sociedad, que ya no quiere pensar en Dios como el Sumo Hacedor de todas las cosas, como proclamaba San Pablo en su primera carta a los Corintios (1 Co 8, 6):  <Para nosotros hay un solo Dios (se refería a los cristianos), el Padre, del que proceden todas las cosas y por el que hemos sido creados, y un solo Señor, Jesucristo, por quien existen todas las cosas, y por el que también nosotros existimos>

En este sentido el Papa Benedicto aseguraba que:

“Un gran problema de la cristiandad del mundo, en la actualidad, es que ya no piensa en el futuro de Dios: parece que basta el presente de este mundo. Así cerramos las puertas a la verdadera grandeza de nuestra existencia. El sentido del celibato como anticipación del futuro significa precisamente abrir estas puertas, hacer más grande el mundo, mostrar la realidad del futuro que debemos vivir ya como presente.



Por tanto, vivir testimoniando la fe: si creemos que Dios existe, si creemos que Dios tiene que ver con nuestra vida, que podemos fundar nuestra vida en Cristo, en la vida futura afrontaremos mejor las  criticas mundanas sobre este tema.

Es verdad que para el mundo agnóstico, el mundo en el que Dios no cuenta, el celibato es un escándalo, porque muestra precisamente que Dios es considerado y vivido como realidad. Con la vida escatológica del celibato, el mundo futuro de Dios entra en las realidades de nuestro tiempo. Y eso, según algunos, no debería ser así.

En cierto sentido, esta crítica permanente contra el celibato puede sorprender, en un tiempo en el que está cada vez más de moda no casarse. Pero el no casarse es algo fundamentalmente muy distinto del celibato, porque no casarse se basa en la voluntad de vivir solo para uno mismo, de no aceptar ningún vínculo definitivo, de mantener la vida en una plena autonomía en todo momento, decidir en cada momento que hacer, qué tomar de la vida; y por lo tanto, un <no> al vínculo, un <no> a lo definitivo, un guardarse la vida sólo  para sí mismos.

Mientras que el celibato es precisamente lo contrario: es un <sí> definitivo, es un dejar que Dios nos tome de la mano, abandonarse en las manos de Dios, en su <yo>, y, por tanto, es un acto de fidelidad y de confianza, un acto que supone también la fidelidad del matrimonio.

Es precisamente lo contrario del <no>, de la autonomía que no quiere crearse obligaciones, que no quiere aceptar un vínculo; es precisamente el <sí> definitivo que supone, confirma el <sí> definitivo del matrimonio. Y este matrimonio es la forma bíblica, la forma natural de ser hombre y mujer, fundamento de la gran cultura cristiana, de grandes culturas del mundo. Y, si desapareciera, quedaría destruida la raíz de nuestra cultura…

Precisamente por esto las criticas muestran que el celibato es un gran signo de la fe, de la presencia de Dios en el mundo”

 


 Por otra parte: “La Iglesia custodia desde hace siglos como perlas preciosas el sagrado celibato sacerdotal”.

Son palabras del Papa san Pablo VI en  su Carta Encíclica <Sacerdotalis Caelibatus>, dada en Roma el 24 del mes de junio del año 1967 (Quinto de su Pontificado). En este interesante trabajo el Papa plantea el tema del celibato sacerdotal de forma realista y amplia, teniendo en cuenta toda la gravedad de la cuestión considerada.
Según el Pontífice, éste era un tema crucial para los cristianos católicos en aquellos momentos y desde entonces hasta nuestros días sigue siéndolo, y todavía son muchas las voces que claman por un cambio sobre este tema en la doctrina de la Iglesia, sin sopesar las dificultades, ni las posibles graves consecuencias.

Son muchas las preguntas que aún se hacen y para las cuales no existe una respuesta sencilla si no se llega a comprender primero cual es la grandeza del Sacramento del Orden.

El Papa Pio XI si comprendió, al igual que otros muchos Padres de la Iglesia la necesidad de la ley del celibato eclesiástico, la cual no es dogma de fe pero que se viene aplicando desde los inicios de la Iglesia e imprime carácter al Sacramento del < Orden sacerdotal>.



Según el Papa Pio XI <aun con la simple luz de la razón se entrevé cierta conexión entre esta virtud, y el ministerio sacerdotal>. Ya en tiempos del imperio romano, donde imperaban religiones paganas, se consideraba aquello de que <a los dioses era necesario dirigirse con castidad>.
Por otra parte, para el pueblo judío esto era así desde tiempos remotos, como demuestra la lectura de Antiguo Testamento.

Pero como muy bien sigue diciendo,  este Pontífice, en su Carta Encíclica <Ad Catholici  Sacerdotii>, dada en Roma el 20 de diciembre de 1935:
“Al sacerdocio cristiano, tan superior al antiguo, convenía mucha más pureza. La ley del celibato eclesiástico, cuyo primer rastro consignado por escrito, lo cual supone evidentemente su práctica ya  más antigua, se encuentra en un Canon del concilio de Elvira a principios del siglo IV, viva aún la persecución, en realidad no hace sino dar fuerza de obligación a una cierta y casi diríamos moral exigencia, que brota de las fuentes del Evangelio y de la predicación apostólica.

El gran aprecio en que el divino Maestro mostró tener la castidad, exaltándola como algo superior a las fuerzas ordinarias (Mt 19, 11-12); el reconocerle a Él como <flor de Madre virgen>  y criado desde la niñez en la familia virginal de José y María; al ver su predilección por las almas puras, como los dos Juanes, el Bautista y el Evangelista; el oír, finalmente, como el gran Apóstol de la Gentes, tan fiel intérprete de la ley evangélica y  del pensamiento de Cristo, ensalza en su predicación el valor inestimable de la virginidad, especialmente para más de continuo entregarse al servicio de Dios (1 Cor 7, 32);



todo esto era casi imposible que no hiciera sentir a los sacerdotes de la Nueva Alianza la celestial gracia de esta virtud privilegiada, aspirar a ser del número de aquellos que son capaces de entender esta palabra (Mt 19, 11) y hacerles voluntariamente obligatoria su guarda, que muy pronto fue obligatoria, por severa ley eclesiástica, en toda la Iglesia latina. Pues a fines del siglo IV, el Concilio segundo de Cartago exhorta a que guardemos nosotros también aquello que enseñaron los Apóstoles, y que guardaron ya nuestros antecesores (Con. Cartago 11 c.2 <Mansi 3, 191)”

 


El Papa Pio XI, en varios momentos, apoya su razonamiento sobre la necesidad de cumplir con el  celibato sacerdotal, en  versículos del Nuevo Testamento; concretamente en aquellos que aparecen en el Evangelio de san Mateo en boca de Jesús, durante su Ministerio en Jerusalén, al hablar del <verdadero amor>, como respuesta a una pregunta de los fariseos sobre el tema de la separación en el matrimonio. Jesús defiende la indisolubilidad del Sacramento del matrimonio de tal forma que hasta sus discípulos al oírle le dijeron (Mt 19, 10):

<Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse>

Pero entonces Él les dijo (Mt 19, 11-12):

“No todos comprenden esta doctrina, sino aquellos a quienes les es concedido/Algunos no se casan porque nacieron incapacitos para hacerlo; otros porque los hombres los incapacitaron y otros eligen no casarse por causa del reino de Dios. Quien pueda poner esto en práctica, que lo haga”

 


En otro momento el Papa Pio XI, recuerda aquellos versículos que aparecen en la primera Carta de San Pablo a los Corintios, cuando ante una sociedad hedonista que confunde la libertad  con el libertinaje, el Apóstol les enseña que el cristiano es una nueva criatura, porque es templo de Dios; por eso, al hablarles  a los futuros sacerdotes sobre el matrimonio y la virginidad llega a decir (1 Cor 7, 32-33):

“Os quiero libres de preocupaciones. El soltero se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarle/ El casado se preocupa de las cosas del mundo y de cómo agradar a su mujer; está, pues, dividido”

Basándonos en estas últimas  palabras del Apóstol San Pablo recordadas por Pio XI y sobre todo recordando el ejemplo dado por Cristo, a la pregunta de algunos proclives a la desaparición del celibato: ¿Debe todavía subsistir la severa y sublime obligación del sagrado celibato para los que pretenden acercarse a las sagradas órdenes mayores? la respuesta tajante debería ser sí.




Así lo consideró en su día el Papa san Pablo VI en su Carta Encíclica (Ibid):
“Venerables y carísimos hermanos en el sacerdocio, a quienes amamos <en el corazón de Jesucristo>; precisamente el mundo en que hoy vivimos, atormentado por una crisis de crecimiento y transformación, justamente orgulloso de los valores humanos y de las humanas  conquista, tiene urgente necesidad del testimonio de vidas consagradas a los altos y sagrados valores del alma, a fin  de que a este tiempo nuestro no falte la rara  incomparable luz de las más sublimes conquistas del espíritu”

 
Sí, porque como también aseguraba el Papa Pio XI, a principio del pasado siglo, a la vista de una sociedad completamente paganizada que ha ido a más de <día en día>, debemos saber que (Ibid):

“El sacerdote es por vocación y mandato divino, el principal apóstol e infatigable promovedor de la educación cristiana de la juventud; el sacerdote bendice en nombre de Dios el matrimonio cristiano y defiende su santidad e indisolubilidad contra los atentados y extravíos que sugieren la codicia y la sensualidad; el sacerdote contribuye del modo más eficaz a la solución, o por lo menos, a la mitigación de los conflictos sociales, predicando la fraternidad cristiana, recordando a todos los mutuos deberes de justicia y caridad evangélica, pacificando los ánimos exasperados por el malestar moral y económico, señalando a los ricos y a los pobres los únicos bienes verdaderos a que todos pueden y deben aspirar; el sacerdote es, finalmente, el más eficaz pregonero de aquella cruzada de expiación y de penitencia a la cual invitamos a todos  para evitar las blasfemias, deshonestidades y crímenes que deshonran a la humanidad en la época presente, tan necesitada de la misericordia y perdón de Dios como pocas en la historia.



Aun los enemigos de la Iglesia conocen bien  la importancia vital del sacerdocio; y por esto contra él precisamente…asestan ante todo sus golpes para quitarle de el medio y llegar así, desembarazado  el camino, a la destrucción siempre anhelada y nunca conseguida de la Iglesia misma”

Son palabras proféticas de este Pontífice (1922-1939) que habiendo conocido los problemas de la sociedad que le tocó vivir nos ha dejado pistas de cómo evolucionaria ésta si el Sacramento del sacerdocio no se cuida, como Cristo exigió a su Iglesia. Por eso los creyentes debemos esforzarnos para que se multipliquen <los  vigorosos y diligentes obreros de la viña del Señor>, sobre todo cuando una sociedad alegada de Dios lo está necesitando con urgencia.

Entre los medios que los laicos tenemos para conseguir tan importante misión está desde luego y en primer lugar la oración, pero junto a ésta no deben faltar los medios humanos, como señalaba también el Papa Pio XI en su Encíclica:

 


“No se han de descuidar los medios humanos de cultivar la preciosa semilla de la vocación que Dios Nuestro Señor siembra abundantemente en los corazones generosos de tantos jóvenes; por eso alabamos y bendecimos y recomendamos con toda nuestra alma aquellas provechosas instituciones que de mil maneras y con mil santas industrias, sugeridas por el Espíritu Santo, atienden  a conservar, fomentar y favorecer las vocaciones sacerdotales”

Sí, para la Iglesia el Sacramento del Orden tiene un valor inestimable, porque entre otras muchas cosas, el ministerio sacerdotal es el dispensador de la misericordia divina para la salvación de las almas. El Papa Benedicto XVI lo reconocía con estas palabras dirigidas a los sacerdotes presentes y ausentes (Discurso Penitencial apostólico del 7 de marzo de 2008):
 
 



“Seguid e imitar el ejemplo de tantos santos confesores que, con su intuición espiritual, ayudaban a los penitentes a caer en la cuenta de que la celebración regular de la Penitencia y de la vida cristiana orientada a la santidad son componentes inestimables de un mismo itinerario espiritual para todo bautizado.

Y no olvidéis que también vosotros debéis ser ejemplo de auténtica vida cristiana.

La Virgen María, Madre de misericordia y de esperanza, os ayude a vosotros y a todos los confesores a prestar con celo y alegría este gran servicio, del que depende en tan gran medida la vida de la Iglesia”

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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