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domingo, 31 de marzo de 2019

LA IGLESIA DEBE CONTINUAR HASTA EL FINAL DE LOS SIGLOS LA OBRA EVANGELIZADORA DEL SALVADOR


 
 
 
 
 
Ciertamente, por importante que sea la labor social de la Iglesia, para paliar las necesidades materiales de la humanidad, y más en tiempos de crisis económica como la actual, el verdadero <núcleo>, la <verdadera razón de ser> de la Iglesia de Cristo,  es  ser <Misterio>, ser <Sacramento universal de salvación>. En este sentido, resulta interesante recordar  las enseñanzas del Papa Benedicto XVI  (Un canto para el Señor. Cardenal Joseph Ratzinger. Ed. Sígueme. Salamanca 2011):


“La situación de la fe y de la teología en Europa se caracteriza hoy, sobre todo, por una desmoralización eclesial. La antítesis <Jesús sí, Iglesia no> parece típica del pensamiento de una generación… Detrás de esta difundida contraposición entre Jesús y la Iglesia, late un problema cristológico. La verdadera antítesis que hemos de afrontar no se expresa con la fórmula <Jesús sí, Iglesia no>, habría que decir  <Jesús sí, Cristo no>, o <Jesús sí, el Hijo de Dios no>… La separación entre Jesús y Cristo, es a la vez, separación entre Jesús e Iglesia; se deja a Cristo a cargo de la Iglesia; parece ser obra suya… Al relegarlo, se espera rescatar a Jesús y, con él una nueva clase de libertad, de redención…”

 
 
 
La pregunta que surge ante esta denuncia del Cardenal que más tarde sería  Pontífice es: ¿Cuáles son las raíces de esta separación entre Jesús y Cristo? Ésta es una cuestión que viene de lejos, de los inicios de la Iglesia, tal como podemos leer en la  primera Carta del Apóstol San Juan, con ocasión de las desviaciones del Mensaje del Mesías, por parte de algunos que llamándose creyentes, se comportaban como verdaderos anticristos.


A la cabeza de todos ellos se encontraba un líder de una secta próxima al gnosticismo,  que para desprestigiar la figura de Cristo mantenía, entre otras herejías, que Éste había venido en agua, pero no en sangre…

San Juan rebatía sus herejías y  en una Carta preguntaba (I Jn 2, 22): ¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo, y más tarde en esta misma epístola llega a decir (Jn 4, 2-3): <En esto podréis conocer al Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del anticristo>.

Entre las causas, que han podido contribuir al empeño  de desprestigiar la figura de Jesús, Benedicto XVI menciona en primer lugar, la construcción del llamado <Jesús histórico> (Ibid):

“El principio constructivo sobre el que emerge este Jesús excluye lo divino de él, siguiendo el espíritu de la ilustración. Este <Jesús histórico> no puede ser Cristo ni Hijo…

La Iglesia queda así descartada; solo puede ser una organización humana que  intenta utilizar con más o menos habilidad la filantropía de Jesús. Desaparecen también los Sacramentos…

Detrás de este despojo de Jesús que es el <Jesús histórico>, hay una opción ideológica que se puede resumir en la expresión: imagen moderna del mundo”

 
 
 
Como segunda causa de la separación entre Jesús y Cristo, en la sociedad moderna, el Santo Padre menciona la tendencia de los hombres, de tratar de explicar todo bajo el ámbito del empirismo (Ibid): “El hombre de hoy no entiende ya la doctrina cristiana de la Redención. No encuentra nada parecido en su propia experiencia vital. No puede imaginar nada detrás de los términos como expiación, transcendencia y reparación…

La confesión de Jesús como Cristo cae por tierra. A partir de ahí, se explica también el enorme éxito de las interpretaciones psicológicas del Evangelio, que ahora pasa a ser el anticipo simbólico de la curación psíquica…

La teología de la liberación –hoy fracasada prácticamente- descansa en las mismas razones. La Redención es sustituida por la liberación en el sentido moderno de la palabra”

Por último, como tercera causa que resume y encaja las dos anteriores, el que sería Papa  Benedicto XVI, señala  la <perdida de la imagen real de Dios> (Ibid):

“Ya no resulta posible concebir a un Dios que se preocupa de los individuos y actúa en el mundo. Dios pudo haber originado el estallido original del Universo, si es que lo hubo, pero no le queda nada más que hacer en un mundo ilustrado. Parece ridículo imaginar que nuestra acciones buenas o malas le interesen; tan pequeños somos ante la grandeza del Universo. Parece mitológico atribuirle una acción en el mundo...”

 
 
 
Como consecuencia de todas estas cuestiones denunciadas por el futuro Papa  ha quedado como secuela entre algunos cristianos, cierta inseguridad e incluso increencia sobre la acción de Dios en la historia y sobre el papel primordial de su Iglesia.

Es conveniente por tanto recordar también a este respecto las palabras del Papa San Juan  Pablo II (Carta <Dominicae Cenae> Vaticano 24 de febrero, domingo I de Cuaresma, del año 1980):

“La Iglesia ha sido fundada, en cuanto comunidad nueva del Pueblo de Dios, sobre la comunidad apostólica de los Doce que, en la última Cena, han participado del Cuerpo y de la Sangre del Señor, bajo las especies del pan y del vino. Cristo les había dicho: <tomad y comed>…<tomad y bebed>. Y ellos, obedeciendo este mandato, han entrado por primera vez en comunión sacramental con el Hijo de Dios, comunión que es prenda de vida eterna. Desde ese momento y hasta el fin de los siglos, la Iglesia se construye mediante la misma comunión con el Hijo de Dios, que es prenda de la Pascua eterna…
 
 
La Iglesia se realiza cuando en aquella unión y comunión fraternal, celebramos el sacrificio de la cruz de Cristo, cuando anunciamos <la muerte del Señor hasta que Él venga> (I Cor 11, 26). Y luego cuando compenetrados profundamente en el misterio de nuestra salvación, nos acercamos comunitariamente a la mesa del Señor, para nutrirnos sacramentalmente con los frutos del Santo Sacrificio propiciatorio. En la Comunión eucarística recibimos pues a Cristo, a Cristo mismo; y nuestra unión con Él, que es don y gracia para cada uno, hace que nos asociemos en Él a la unidad de su Cuerpo, que es su Iglesia.


Solamente de esta manera, mediante la fe y disposición de ánimo, se realiza esa construcción de la Iglesia, que según la conocida expresión del Concilio Vaticano II, halla en la Eucaristía la <fuente cumbre de la vida cristiana> “

 
 
 
El ejemplo de tantos santos que ha dado la Iglesia de Cristo, han servido de aliento a todos los creyentes en su caminar hacia Dios. Sí, porque como también decía el Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza. El reto de la nueva evangelización. Círculo de lectores):

“La Iglesia renueva cada día, contra el espíritu de este mundo, una lucha que no es otra que  <la lucha por el alma de este mundo>. Si de hecho por un lado, en él están presentes el Evangelio y la evangelización, por otro hay una poderosa <anti-evangelización>, que dispone de medios y de programas, que se oponen con gran fuerza al Evangelio. La lucha por el alma del mundo contemporáneo es enorme allí, donde el espíritu de este mundo parece más poderoso.

En este sentido, en la Carta <Redemptoris missio>, se habla de los modernos areópagos, es decir, de los nuevos púlpitos. Estos areópagos, son hoy en día el mundo de la ciencia, de la cultura, de los medios de comunicación; son los ambientes en que se crean las élites intelectuales, los ambientes de los escritores y de los artistas.

La evangelización  renueva el encuentro de la Iglesia con el hombre, está unida al cambio generacional. Mientras pasan las generaciones que se han alejado de Cristo y de su Iglesia, que han aceptado el modelo laicista de pensar y de vivir, a los que ese modelo les ha sido impuesto, la Iglesia mira siempre hacia el futuro; sale sin detenerse nunca, al encuentro de las nuevas generaciones. Y se muestra con toda claridad que las nuevas generaciones acogen con entusiasmo lo que sus padres parecen rechazar”   

 
 
 
Bellas y consoladoras palabras del Papa que fue el impulsor y alentador de las Jornadas mundiales de la Juventud, las JMJ, que tantos frutos ha dado a la Iglesia de los últimos siglos.

Las Jornadas mundiales de la juventud, originadas sobre una idea del Papa Pablo VI, un Vicario de Cristo, también muy preocupado por la juventud, que en el Año Santo de 1975  reunió en Roma a varios miles de personas jóvenes en su mayoría, de todo el mundo, posteriormente fueron potenciadas de forma decisiva por el Papa San Juan Pablo II, siendo apodado por ello con el apelativo cariñoso del <Papa de los jóvenes>.
Estos grande encuentros en los que participan con gran interés la juventud de tantos Países, para escuchar las catequesis de los sucesores de Pedro y dar al mundo, con ello, muestras evidentes de que la Iglesia de Cristo está viva, y es aceptada y amada por las nuevas generaciones, se vienen realizando con regularidad cada dos o tres años.

Algunos se pueden aún preguntar qué significa todo esto; la respuesta del Papa San Juan Pablo II es esclarecedora y contundente (Ibid):
 
 
 
“Significa que el Espíritu Santo obra incesantemente ¡Que elocuentes son las palabras de Cristo!:  <Mi Padre obra siempre y yo también obro> (Jn 5, 17). El Padre y el Hijo obran en el Espíritu Santo, que es Espíritu de Verdad, y la verdad no cesa de ser fascinante para el hombre, especialmente para los corazones jóvenes. No nos podemos detener, pues, en las meras estadísticas. Para Cristo lo importante son las obras de caridad...


La Iglesia a pesar de todas las pérdidas que sufre <no cesa de mirar con esperanza hacia el futuro>. Tal esperanza es un signo de la fuerza de Cristo. Y la potencia del Espíritu siempre se mide con el metro de estas palabras apostólicas: ¡Ay de mí si no predicase el Evangelio!”

Esta bella frase se debe al Apóstol San Pablo y ha quedado recogida en su primera Carta a los Corintios. San Pablo se sintió, después de la llamada del Señor, impelido de inmediato a realizar la tarea evangelizadora que Éste le había destinado entre los pueblos paganos, sintiéndose atraído  por la idea de convertir a los habitantes de Corinto, porque le pareció desde el primer momento el lugar ideal para llevar el Mensaje de Jesucristo, dado el grado de corrupción que por entonces  allí existía.

Fueron casi dos años los necesarios para conseguir los deseos del Apóstol, siendo los gentiles y los más pobres de la ciudad, los que de manera preferente se dejaron arrastrar por sus enseñanzas, pero al fin consiguió fundar la Iglesia de Corinto, la cual en un principio dio muy buenos frutos para la cristiandad de la época; más tarde, y bajo la acción del maligno, surgieron graves problemas en el seno de esta Iglesia tan floreciente, porque la inmoralidad y costumbres licenciosas volvieron a tomar carta de naturaleza.
 
 
 
Enterado el Apóstol de lo que sucedía y muy apenado por ello escribió esta primera Carta a los Corintios, que en realidad según los estudiosos sería la segunda ya que de la primera no ha quedado constancia escrita, en la Pascua hacia el año 56 d. C. Es en la segunda parte de dicha Carta, donde San Pablo pronuncia esta famosa frase (I Co 9, 16-19):


-Porque si predico no es para mí gloria ninguna; obligación es la que pesa sobre mí; pues ¡ay de mí si no predicare el Evangelio!

-Pues si  por mi propia iniciativa hiciera esto, recibiría mi salario; mas si por imposición ajena, eso es puro desempeño de un cargo que me ha sido confiado.

-¿Cuál es pues mi salario? Que al predicar el Evangelio lo pongo de balde, para no hacer valer mi estricto derecho en la predicación del Evangelio.

-Porque siendo yo libre de todo a todos me esclavicé, para ganar a los más

Gran humildad y sabiduría la del Apóstol San Pablo. Él se nos muestra como sumiso totalmente a los deseos de Cristo, sin pedir nada a cambio por su labor de emisario divino, debido a una fuerza irresistible ejercida sobre su corazón por causa del amor a Jesucristo y a la humanidad (<Dios está cerca>.  

 
 
En efecto, como asegura Benedicto XVI Ed. Chronica 2011): “Frente a una Iglesia donde había, de forma preocupante, desórdenes y escándalos, donde la comunidad entera estaba amenazada por partidos y divisiones internas que ponían en peligro la unidad del Cuerpo de Cristo, San Pablo se presenta no con sublimidad de palabras o de sabiduría, sino con el anuncio de Cristo, de Cristo Crucificado. Su fuerza no es el lenguaje persuasivo sino, paradójicamente,  la debilidad y la humildad de quién confía sólo en el <poder de Dios> (I Co 2, 1-5)”

 
 
 
 
 
Éste es el gran ejemplo a seguir por todos los miembros de la Iglesia católica porque como muy bien advertía el Papa San Juan Pablo II (Ibid): “La Iglesia evangeliza, la Iglesia anuncia a Cristo, que es camino, verdad y vida; Cristo único mediador entre Dios y los hombres. Y a pesar de las debilidades humanas, la Iglesia es incansable en este anuncio. La gran oleada misionera, la que tuvo lugar en el siglo pasado, se dirigió a todos los continentes y en particular, hacia el continente africano.


Aún en ese continente tenemos muchas tareas que hacer con una Iglesia indígena ya formada. Son numerosas ya las generaciones de Obispos africanos. África se convierte así, en un continente de vocaciones misioneras. Y las vocaciones, gracias a Dios, no faltan. Todo lo que disminuye en Europa, otro tanto aumenta allí, en África o en Asia.
 
 
 
Quizás algún día se revelen verdaderas las palabras del Cardenal Hyacinthe Thiandoum (natural de Poponguine dentro de la Arquidiócesis de Dakar, Senegal. 1921-2004), que planteaba la posibilidad de evangelizar al <Viejo Mundo>, con misioneros negros y de color. Y por eso hay que preguntarse si no será ésta una prueba más de la <permanente vitalidad de la Iglesia”


Así ha sido y así será, con la ayuda del Espíritu Santo, desde el mismo momento de su institución por nuestro Señor Jesucristo, hasta el final de los siglos.
La Iglesia tiene como principal cometido conservar y propagar el Mensaje de Cristo, pero además como recordaba el Papa León XIII (Carta Encíclica <Satis Cognitum> 29 Junio 1896):

“Por la salud del género humano se sacrificó Jesucristo, y a este fin refirió todas sus enseñanzas y todos sus preceptos, y lo que ordenó a la Iglesia que buscase en la verdad de la doctrina, fue la santificación y la salvación de los hombres. Pero este designio tan grande y tan excelente, no puede realizarse por la sola fe; es preciso añadir a ella el culto dado a Dios en espíritu de justicia y de piedad, y que comprende sobre todo, el sacrificio divino y la participación en los Sacramentos, y por añadidura la santidad de las leyes morales y de la disciplina.
Todo esto debe encontrase en la Iglesia, pues está encargada de continuar hasta el final de los siglos las funciones del Salvador; la religión que por voluntad de Dios, en cierto modo tomó cuerpo en ella, es la Iglesia sola quien la ofrece en toda su plenitud y perfección; e igualmente todos los medios de salvación que, en el plan ordinario de la Providencia, son necesarios a los hombres, sólo ella es quien los procura”      

 
 
 
 
Palabras de un Papa de tiempos pasados pero que representan en la Iglesia de Cristo un ítem de referencia para todas las generaciones en el presente y en el futuro, porque como también aseguraba el Papa Benedicto XVI la Iglesia <vive de la Palabra de Dios> . (Los caminos de la vida interior. El itinerario espiritual del hombre. Benedicto XVI. Ed. Chronica S. L. 2011):

“La Iglesia sabe bien que Cristo vive en las Sagradas Escrituras. Precisamente por eso, como subraya la Constitución, ha atribuido siempre a las divinas Escrituras una veneración semejante a la que reserva al Cuerpo mismo del Señor (cf. Dei Verbum, 21). Por ello, San Jerónimo, citado por el documento conciliar, afirmaba con razón que desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo (cf. Ibid, 25).

La Iglesia y la Palabra de Dios están inseparablemente unidas. La Iglesia mira la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios resuena en la Iglesia, en sus enseñanzas, y en toda su vida. Por eso el Apóstol San Pedro nos recuerda que <ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana; sino que hombres movidos por el Espíritu Santo han hablado de parte de Dios> (I Pedro 1, 20).

La Iglesia siempre debe renovarse y rejuvenecerse, y la Palabra de Dios que no envejece, ni se agota jamás, es el medio privilegiado para este fin. En efecto, es la Palabra de Dios la que, por la acción del Espíritu Santo, nos guía siempre de nuevo a la verdad completa (cf. Jn 16, 13)”

 

 

 

 

   

 

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