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sábado, 6 de abril de 2019

EL RETO DE LA EVANGELIZACION: SIGLO XVII (2ª Parte)


 
 


La labor evangelizadora de la Iglesia se ha visto siempre condicionada por los hechos acaecidos a lo largo de la historia de la humanidad, desde el inicio de su fundación por Nuestro Señor Jesucristo, hasta nuestros días, después de más de veinte siglos…

Esto hace necesario recordar, una vez más, aunque solo sea de forma sumaria, algunos acontecimientos que llevaron a hacer del siglo XVII, uno de los más adversos para los seres humanos, tanto desde un punto de vista material, como espiritual.

Los cuarenta primeros años de este siglo estuvieron marcados por el desarrollo de una gran guerra que dejo <hambre, sudor y lágrimas> como se suele decir, en numerosos países de Europa, aunque tampoco faltaron crueles confrontaciones en otros continentes; en los años cuarenta del siglo XVII, se  produjo  una gran escases de alimentos y  terribles enfermedades, como consecuencia, entre otros factores, quizás no menos importantes, de fenómenos climáticos extremos, que por entonces tuvieron lugar en todo el globo terráqueo.

Durante estos aciagos años el índice de mortalidad creció considerablemente en muchos países, y en especial en aquellos pertenecientes al viejo continente, debido a las pérdidas de cosechas por el mal tiempo y  la aparición de enfermedades infecciosas, como la peste, por  las pésimas condiciones higiénicas por entonces existentes en el continente europeo.
 


El problema fue especialmente importante en las zonas rurales, lo que dio lugar a una disminución demográfica considerable en las mismas, independientemente de otros estragos causados por procesos bélicos  que pudieran estar ocurriendo en aquellos años.

El Papa Pablo V (Camilo Borghese) murió  en el año 1621 y su sucesor en la Silla de Pedro fue Gregorio XV (Alessandro Ludovisi) (1621-1623), también jurista y de carácter recio, el cual luchó por los intereses de la Iglesia de Cristo, siguiendo el ejemplo de su antecesor.

La guerra de los <Treinta años> estalló el mismo año de su muerte (Periodo danés), pero su labor como Vicario de Cristo había sido incansable en el corto periodo de tiempo que duró su Pontificado. Estableció una nueva normativa para la elección del Papa que constaba de tres etapas: escrutinio, compromiso y aclamación. Fundó la Sagrada Congregación  para la Propagación de la Fe y canonizó a muchos hombres y mujeres de vidas ejemplares para la Iglesia, entre ellos estaban santa Teresa de Ávila, fundadora del Carmelo, san Francisco Javier y san Ignacio de Loyola,



fundadores de los jesuitas, y san Felipe Neri fundador del Oratorio.

A la muerte de Gregorio XV, el Papa Urbano VIII (Maffeo Barberini) (1623-1644) ocupaba la Silla de Pedro; este futuro Pontífice, habiendo perdido a su padre a muy corta edad fue educado por su tío, Francesco Barberini que tenía el importante cargo de protonotario apostólico.

Durante su Pontificado canonizó a santa Isabel de Portugal el 25 de mayo de 1625 y a san Andrés Corsini el 22 de abril de 1629; también beatificó entre otros a san Francisco de Borja (1624), san Juan de Dios (1630) y san Josaphst Kunceoya (1643).

Sin duda para este Pontífice  las canonizaciones y beatificaciones eran, como en el caso de sus antecesores, temas prioritario, por el deseo de demostrar a su grey, lo importante que eran los santos;  y no sé equivocaba, pues sin duda ellos nos muestran las características que todo buen evangelizador debe tener, para cumplir con los deseos del Señor, y de esta forma ser perfectos colaboradores de la verdadera alegría  (Papa Benedicto XVI; Cuando Dios Llama; Ediciones Rialp, S.A. Madrid 2010):


“Según la concepción de san Pablo, aparecen en sus Cartas tres características principales que le convierten a él y a los demás en apóstoles:

La primera es <haber visto al Señor>, es decir, haber tenido con Él un encuentro decisivo para la propia vida…

La segunda característica es <haber sido enviado>… se ha recibido una misión que cumplir en su nombre, poniendo absolutamente en segundo plano cualquier interés personal…

El tercer requisito es <el ejercicio del anuncio del Evangelio>…
La misión de todos los evangelizadores, en todos los tiempos, consiste en ser colaboradores de Cristo, colaboradores de la verdadera alegría…”



Todas estas características las poseía sin duda  el Papa Urbano VIII, tal como prueba el gran esfuerzo que realizó al promover la evangelización en países lejanos, no pertenecientes al continente europeo. Para ello se apoyo en los padres jesuitas, de los que había recibido sus primeras enseñanzas, a los que les encargó la cristianización de América y el Oriente.

Así mismo se apoyo en los padres dominicos para que la evangelización llegara a más pueblos, alejados por entonces del Dios verdadero; todos ellos lograron grandes éxitos, pues se llegaron a abrir un gran número de misiones, por allí donde pasaban, consiguiendo que se convirtieran muchos nativos.

Concretamente en Japón los jesuitas llegaron a abrir más de treinta colegios y en Etiopia el éxito alcanzado por estos esforzados misioneros fueron extraordinarios si se tiene en cuenta la gran oposición que encontraron por parte de los partidarios de otras religiones paganas allí establecidas.
 


Así mismo, a él, se debe también, el empeño de restablecer el catolicismo en Inglaterra ya que por entonces, literalmente estaba separada de Roma desde que Enrique VIII (1509-1547), resolviera, sobre la base establecida con anterioridad por su padre Enrique VII, la disolución de los monasterios católicos ingleses, declarando así el país prácticamente independiente del Pontificado romano.

Recordemos que en 1603 Inglaterra era ya un país claramente protestante, y que además había un número considerable de fieles esperando una segunda reforma para situar a su iglesia, más próxima al calvinismo. Otros en cambio se resistían a éste nuevo ataque al cristianismo católico.

Jacobo Estuardo, como rey  estaba obligado a mediar en estos conflictos y se puede decir que lo hizo relativamente bien en algunos aspectos…

Así por ejemplo, en Escocia consiguió que la Iglesia reformada conservara a sus obispos, mientras que en Inglaterra fomentó más bien la doctrina calvinista. Este delicado equilibrio religioso mantenido por Jacobo I se rompió sin embargo en 1625 por el acceso al trono de su único hijo, Carlos I, el cual contrajo matrimonio con  Enriqueta María, la hija católica del rey Luis XIII de Francia, con el beneplácito del por entonces Papa, Urbano VIII.

Sin embargo los escoceses se revelaron  y en 1640 su ejército marchó hacia  el sur hasta Inglaterra para exigir la retirada de las reformas religiosas a favor de la Iglesia católica.



En el año 1644 moría el Papa Urbano VIII, y en este mismo año el ejército parlamentario se reorganizó; sin embargo las fuerzas realistas sufrieron un duro golpe y en 1646 el rey se vio obligado a rendirse y poco después  fue abolido el episcopado y se estableció en toda Inglaterra una Iglesia con doctrina  absolutamente calvinista.

El Conclave para la elección de un nuevo Papa se puede decir que fue tormentoso, debido en parte, a la enemistad existente en aquellos tiempos entre España y Francia (en 1635 Francia declaró la guerra  a España, guerra que duró hasta 1659).

Durante el Conclave para elegir al nuevo Papa, la fracción francesa había acordado no dar el voto a nadie que fuera amigo de España, pero luego temiendo que fuera elegido finalmente como Pontífice un enemigo de Francia, los cardenales franceses se pusieron de acuerdo con los españoles para elegir a Giambattista Pamphili  que fue nombrado nuevo sucesor de la Silla de Pedro con el nombre de Inocencio X (1644-1655); natural de Roma, miembro de las Comisiones del Concilio de Trento y con una carrera eclesiástica muy importante que le había conducido finalmente a ser nombrado cardenal-presbítero de san Eusebio (1629).
 
 


El nuevo Pontífice quiso corregir la situación económica de la Iglesia a consecuencia de la mala gestión del Pontífice anterior que favoreció quizás en exceso los gustos y caprichos de sus pariente más cercanos, si bien hay que tener en cuenta que muchos de los gastos producidos correspondían a construcciones de edificios importantes pertenecientes a la Iglesia, como por ejemplo <Castel Gandolfo>.

En este sentido, una de las primeras acciones de Inocencio X fue aclarar la situación del cardenal Francesco Barberini (pariente cercano de Urbano VIII), por posible apropiación de dinero público. Para escapar del castigo del nuevo Papa,  Barberini huyó a Paris, junto con sus simpatizantes, donde fueron bien acogidos por el cardenal Mazarino (1641-1661).

El Papa Inocencio X confiscó entonces sus posesiones y emitió una bula ordenando que todos los cardenales que habían abandonado o abandonasen en un futuro los Estados Pontificios sin permiso del Papa y no volviesen  en un periodo de tiempo de seis meses, fueran privados de sus beneficios eclesiásticos y hasta del cardenalato.



El Parlamento francés no estando de acuerdo con las disposiciones del nuevo Papa, declaró nulas e invalidadas las ordenanzas del mismo. El Papa no se amilanó ante esta difícil situación, sin embargo finalmente tuvo que ceder ante el peligro de que el cardenal Mazarino enviara tropas a Italia para invadir los Estados Pontificios…

No obstante, algún tiempo después, cuando el cardenal Mazarino arrestó al cardenal Retz (1652), el Papa Inocencio X protestó valientemente ante este claro acto de violencia  y protegió al cardenal cuando huyó de Francia. Todo esto demuestra que en aquellos momentos, las relaciones del Pontificado con el país galo  eran muy tirantes.

En cambio, la relación con Venecia, que había sido mala durante el Pontificado de Urbano VIII mejoró notablemente,  gracias a que el nuevo Papa, ayudó a los venecianos económicamente para la lucha contra sus enemigos.
 
 


Una de las medidas tomadas por el nuevo Pontífice más favorable a la Iglesia católica fue la emisión de una bula (Zero domus Dei) en la que se declaraba invalidados los artículos de la paz de Westfalia (Guerra de los Treinta años) contrarios a la fe de Cristo.

Mediante otra bula el Papa Inocencio X (Cum ocasione, 1653), condenó el jansenismo de nuevo (Urbano VIII ya lo había hecho con anterioridad), iniciándose así grandes controversias entre los que estaban de acuerdo con las ideas defendidas por este movimiento religioso y los que estaban en contra, esto es, la mayor parte de la Iglesia católica, que lo había condenado como herético.

El autor de este movimiento herético dentro del seno de la Iglesia fue el teólogo y obispo Cornelio Jansenius (1505-1638) el cual interpretando mal las enseñanzas de san Agustín escribió un libro, el <Agustinus>, que provocó que algunos religiosos se apartaran del mensaje de Cristo.



Así por ejemplo los religiosos del convento cisterciense de Port Royal lo acogieron como norma, siendo así que la iglesia católica lo había condenado con sus Pontífices a la cabeza, por contener tesis muy peligrosas especialmente contra el tema de la salvación, puesto que llegaban a negar la libertad que Dios ha dado al hombre para conseguirla.

El Papa Inocencio X  que había estudiado jurisprudencia, como es natural amaba sobre todas las cosas la justicia, y era un hombre de una moral muy elevada, todo ello le llevó a tener que imponer orden y concierto, como se suele decir, entre los componentes de su grey, lo que le llevó a tener muchos enemigos. Estos enemigos le acusaron de haber sido excesivamente condescendiente con algunos de sus parientes más cercanos y en especial con su cuñada (Olimpia Maidalchini), la cual en algún sentido, ejerció por desgracia cierta influencia sobre él.

Esta mujer de conducta despreciable, a la muerte del Papa (1655), se cuenta que sustrajo de las dependencias del Papa todo lo que de valor pudo encontrar, estando aún presente su cadáver. Gracias a los amigos del Pontífice este pudo ser por fin enterrado en la basílica patriarcal del Vaticano, aunque más tarde fue trasladado a otro lugar por su sobrino.


Fabio Chigi, natural de Siena (Italia), fue elegido nuevo Papa a la muerte de Inocencio X, tomando el nombre de Alejandro VII (1655-1667) y pertenecía, como en el caso de su antecesor, a una familia poderosa e ilustre italiana.

De constitución frágil, su niñez se caracterizó por un sufrimiento grande, que se prolongó en el tiempo ya  avanzada su juventud, provocándole graves problemas de salud, e impidiéndole su asistencia a la escuela como cualquier otro niño o joven.

La primera educación la recibió de su madre, una mujer devota y preocupada por el futuro de su hijo y posteriormente de los sucesivos tutores que ella buscó para su mejor desarrollo, los cuales enseguida pudieron comprobar que aquel niño de apariencia débil y enfermiza poseía una gran inteligencia y capacidad de estudio. Con solo 27 años se doctoró en filosofía, derecho y teología. En 1626 inició su carrera eclesiástica en Roma y un año después el Papa Urbano VIII le asignó un cargo importante en Ferrara, a partir del cual progresó rápidamente en su carrera eclesiástica.

Durante el Pontificado de Inocencio X  fue nombrado enviado extraordinario del Papa a la Conferencia de Münster donde defendió enérgicamente los intereses de la Iglesia católica, en las negociaciones entre naciones que dio lugar a la paz de Westfalia tras la guerra de los <Treinta años>,  y 1652 fue llamado a Roma con el nombramiento de Secretario de Estado, alcanzado el Cardenalato un poco después.

Con una carrera eclesiástica tan excelente no es de extrañar que a la muerte de Inocencio X los Padres del Conclave lo eligieran a él como nuevo representante de Cristo sobre la tierra, aunque tras largas deliberaciones, poniendo en él todas sus esperanzas a favor de la Iglesia.
 


Al Papa Alejandro VI (1655-1667), le toco defender y guiar a la Iglesia de Cristo durante un periodo de tiempo muy difícil para la misma, a causa de las denigrantes imposiciones sobre los clérigos, por parte de algunos nobles y grandes estadistas,  consecuencia del nepotismo social que entonces imperaba.

El nuevo Papa se impuso una vida austera, lejos de festejos o vida social depravada; se alejó de sus parientes inmersos en aquel mundo, pero la situación jurídica del Pontificado era débil y se encontraba en grave riesgo en medio de las llamadas <guerras de religiones>. Esto hizo que el Consistorio romano decidiera atraer a la familia del Papa, noble, rica y con gran influencia política a Roma, por miedo a los enemigos de la Iglesia; sin embargo esta fue quizás una mala decisión porque aumentó el nepotismo y el pueblo romano lo sufrió.

El Papa incapaz de oponerse a sus familiares más cercanos, se vio inmerso en graves problemas con Francia, especialmente debido a la mala influencia que el consejero de Luis XIV, el cardenal Mazarino, ejerció sobre el soberano, el cual durante toda su vida se negó a enviar la normal embajada de obediencia al nuevo Pontífice y obstaculizó el nombramiento de un embajador francés en Roma.

Animados los jansenistas franceses con este comportamiento de su rey, presentaron de nuevo cara al Papa, declarando que las proposiciones condenadas por la Iglesia en 1653 no se encontraban en el libro <Augustinus> escrito por Cornelius Janse. El Papa en respuesta a este comportamiento herético, en 1665 confirmó con energía la postura de la Iglesia, condenando mediante una Bula, <Ad Sacram>, nuevamente el jansenismo con la idea de erradicarlo cuanto antes.

Los enemigos de la Iglesia han tratado de ensombrecer la excelente gestión realizada por el Papa Alejandro VI durante el tiempo que ocupó la Silla de Pedro; quizás fue débil con sus familiares en algún momento, pero él dio ejemplo de vida austera y favoreció en todo momento la situación de su grey, dejando además muy mejorado el aspecto de la capital del cristianismo, promocionando la labor de  grandes arquitectos, como el genial Bernini.

Su sucesor en la Silla de Pedro Clemente IX (Giulio Rospigliosi) solo permaneció en la misma escasamente dos años (1667-1669). Todo un intelectual, a los 23 años obtuvo el doctorado en la Universidad de Pisa. Nombrado profesor de filosofía en esta Universidad, llevaba una vida ascética dedicada al estudio y la oración. Por todo esto llamó pronto la atención de la corte romana, en unos años en los que los Pontífices tenían una gran influencia social.

Disfrutó de la simpatía del Papa Urbano VIII y a la muerte de éste, durante el Pontificado de Inocencio X se retiró de nuevo del mundo cortesano para seguir una vida de recogimiento.

Durante el Papado de Alejandro VII, éste le llamó a Roma, nombrándole secretario de estado y cardenal sacerdote. Por su vida virtuosa y su extremada caridad para con los mas desahuciados, el pueblo llano le tenía gran afecto por lo que a la muerte de Alejandro VII fue elegido Papa por votación unánime del Sacro Colegio.


Era gran defensor y practicante de los Sacramento, especialmente se interesaba por el de la confesión o reconciliación, que el impartía en la Iglesia de San Pedro, escuchando la confesión de cualquier persona que quisiera acercarse a su confesonario, al menos una vez por semana.

Visitaba con frecuencia los hospitales y socorría a los pobres de Roma. Además en tiempos en los que el nepotismo entre las clases altas estaba de moda, él se negó a favorecer a sus familiares y su humildad era tan extrema que incluso nunca quiso que su nombre apareciera en los edificios de la iglesia construidos bajo su mandato.

Era aficionado a la música y escribió varios libretos para operas con argumentos religiosos, especialmente sobre temas relacionados con la vida de los santos. De esta forma colaboró sin duda con el tema de la evangelización haciendo del teatro una excelente herramienta.

Por supuesto que también se interesó por la beatificación y la canonización de  hombres y mujeres de vidas intachables, como por ejemplo santa María Magdalena de Pisa, san Pedro Alcántara o santa Rosa de Lima, todo ello en el corto plazo de tiempo de dos años; sus hagiógrafos aseguran que murió de forma repentina a causa de gran disgusto, como consecuencia de algún hecho histórico de relevancia, del momento…
 

Santa Rosa de Lima, es la primera santa americana y un ejemplo extraordinario para todas las personas que aman a Cristo. Natural de Lima (Perú) (1586-1617), fue bautizada con el nombre de Isabel, pero su gran belleza hizo que la llamaran Rosa desde muy niña.

Su familia era humilde pero vivían bien, hasta que  el fracaso de su padre en el negocio de la minería, quedó en la pobreza más absoluta. Para ayudar a su familia cultivaba el huerto de unos amigos y por las noches hacia trabajos de costura, sin olvidarse nunca de ayudar a los que eran más pobres que ella, pues consideraba que sirviéndoles a ellos, servía a Jesús.

Desde que era niña demostró poseer el maravilloso don de la paciencia en el sufrimiento, así como su deseo de mortificación por amor a Cristo. Sus hagiógrafos cuentan las cosas que hacía en este sentido, como el ayuno extremo u otras prácticas de ascetismo. No deseando casarse a pesar de que eran muchos los pretendientes a su mano, quiso entrar en la Tercera orden de las dominicas. Así lo hizo, ocupando una pequeña celda en la que practicaba con asiduidad la oración contemplativa.

Por su comportamiento ascético y santo, sufrió el <acoso y derribo> de muchas personas que en otro tiempo fueron sus amigos y sobre todo el diablo celoso de su amor a Cristo la asaltaba con violencia sometiéndola a constantes tentaciones.

Pero ella fue fiel a Cristo y su Mensaje, y por ello el Señor la recompensó con creces. Hasta el último momento de su vida, sometida a una gravísima enfermedad le fue fiel a Cristo y se cuenta que en oración ésta era su plegaria:



<Señor incrementa mis sufrimientos y con ello tu amor en mi corazón> 

 

 

  

    

 

  

 

 

 

 

 

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