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martes, 8 de septiembre de 2020

¿COMO LLEGAR A DIOS EN EL SILENCIO DEL MUNDO?



 
Algunos años antes de que Benedicto XVI lanzara esta pregunta al aire, un periodista haciéndose eco de la opinión de una parte de la sociedad del momento, llegaba a hacerle esta otra pregunta a su antecesor en la Silla de Pedro (Cruzando el umbral de la esperanza; Juan Pablo II): ¿Cómo puede el  hombre llegar a  la convicción de que Dios verdaderamente existe?
La respuesta a esta pregunta realizada al Papa san Juan Pablo II por parte de alguien verdaderamente inquieto por obtener una respuesta de él, en cierta medida, estaba ya presente, según el Papa,  en el deseo del Patriarca Moisés de ver a Dios <cara a cara>, deseo al que el Creador respondió presentándole <su espalda>, tal como podemos leer en el libro del Éxodo (Antiguo Testamento) (33, 18-23):

 
 
 
 
“Entonces dijo Moisés: Déjame ver  tu gloria / El Señor le respondió: <Yo mismo haré pasar delante de ti, todo mi esplendor y delante de ti, pronunciaré el nombre del Señor. Yo protejo a quien quiero y tengo compasión de quien me place / sin embargo, no podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo / El Señor añadió: Ahí tienes un sitio junto a mí, puedes ponerte sobre la roca / cuando pase mi gloria,  te meteré en una hendidura de la roca y te cubriré con la palma de mi mano hasta que yo haya pasado / y cuando retire mi mano, me veras de espaldas porque de frente no se me puede ver>”


¿No está aquí indicado el conocimiento de Dios a través de la creación? Preguntaba Juan Pablo II al periodista que le había interrogado sobre llegar a la convicción de que Dios existe; luego seguía con su disertación sobre el tema diciendo (Ibid): “Cuando usted me ha hablado del juego de Dios al esconderse así del hombre, me recuerda las palabras de los Proverbios (Antiguo Testamento), que presenta la sabiduría ocupada en <recrearse con los hijos de los hombres por el orbe de la tierra> (Prov 8,31) ¿No significa esto que la Sabiduría de Dios se da a las criaturas, pero, al mismo tiempo, no desvela del todo su misterio?

 
 
Sí, como también aseguraba el Papa  en esta ocasión, la auto-revelación de Dios se actualiza solamente y en concreto, en su <humanizarse>. Y en este sentido,  la siempre clásica tentación de los seres humanos,  es hacer  <reducción de lo que es divino a lo que es humano>.  Por eso, san Pablo hablaba a los corintios, con cierta acritud en su segunda carta, ante la ingratitud de aquellos, al manipular el mensaje evangelizador de Cristo en contra de sus enseñanzas, recordando les sus trabajos y esfuerzos como apóstol del Señor, para conseguir la conversión de aquel pueblo tan querido por él (2 Co 11, 16-23):

“Lo que hago lo seguiré haciendo, para cortar de raíz todo pretexto a los que buscan pretextos, con el objeto de aparecer iguales a nosotros en aquello de que blasonan / Porque esos tales son pseudo-apóstoles, obreros tramposos, que se transfiguran en apóstoles de Cristo / Y no es maravilla, ya que el mismo Satanás se transfigura en ángel de luz / No es mucho, pues, que también sus ministros se transfiguren cual ministros de la justicia, cuyo remate será conforme a sus obras /

 
 
 
 
Otra vez lo diré: que nadie me tome por hombre sin juicio; pero si no, aunque sea como hombre sin juicio, atendedme, para que también  yo pueda jactarme un poquillo / Lo que yo hable, lo  hablo según el Señor, sino como perdido el juicio en este punto de la jactancia / Pues que muchos se glorían según la carne, también yo me gloriaré / Porque con gusto soportáis a los necios por lo mismo que sois cuerdos / Porque soportáis si uno os esclaviza, si uno os devora la hacienda, si uno os defrauda, si uno os engríe, si uno os hiere en el rostro / Para sonrojo lo digo: como que nosotros hemos sido apocados. En lo que alguien se atreva, desatinando lo digo, me atrevo también yo / ¿Hebreos son? También yo. ¿Israelitas son? También yo. ¿Linaje de Abrahán son? También yo / ¿Ministros de Cristo son? (Delirando hablo) Más yo: en trabajos, más; en golpes, mucho más; en peligros de muerte, muchas veces…”


Sigue en su carta san Pablo desgranando todos los trabajos y dificultades por él sufridas para hacerles ver, a aquella grey obtusa y desagradecida, lo que significaba <reducir lo que es divino a lo que es humano>, que en definitiva era lo que hacían los falsos apóstoles a los que habían escuchado en su ausencia…  

 
 
 



Si nos paramos a pensar, todo esto, parece hasta demasiado para la mentalidad del hombre, que solo por el don de la fe puede llegar a aceptarlo. Y es que, Cristo Hijo único de Dios y verdadero Dios, es único, no puede compararse con nadie… Sin embargo el hombre en su debilidad muchas veces es incapaz de asumir la grandeza, la inmensidad divina, por eso los mismos apóstoles y más concretamente Felipe le hizo esta petición al Señor, próxima ya su Pasión y Muerte (Jn 14, 8): Señor muéstranos al Padre eso nos basta. A lo que Jesús respondió (Jn 14, 9-11):

 
 
 
“Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve a mi Padre. ¿Cómo me pides que os muestre al Padre? / ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra / Debéis creerme cuando afirmo que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no creéis en mis palabras, creed al menos en las obras que hago” 

 
Dice el Papa san Juan Pablo II a este respecto (Ibid): “Las palabras de Cristo van muy lejos. Tenemos casi que habérnoslas con <aquella experiencia directa> a la que aspira el hombre contemporáneo. Pero esta inmediatez no es el conocimiento de Dios  <cara a cara>, no es el conocimiento de Dios como Dios. Intentemos ser imparciales en nuestros razonamiento ¿Podría Dios ir más allá en su condescendencia, en su acercamiento al hombre, conforme a sus posibilidades reales cognoscitivas? Verdaderamente, parece que haya ido todo lo lejos posible. Más allá no podía ir”

Un excelente razonamiento de este Papa santo que nos lleva a la conclusión de que lo primero y principal para <llegar a Dios en el silencio del mundo>, es conseguir que los seres humanos acepten finalmente de buen grado que Cristo es el Hijo único de Dios y Dios verdadero… En definitiva, es necesario  que los seres humanos crean, que el Dios que  se ha hecho visible en la figura de su Hijo, ha venido a este mundo para traer la <Buena nueva> al hombre, la <Buena nueva de la salvación> y la esperanza de alcanzar una <Vida eterna>; ello será posibles  cuando pase esta breve estancia por el mundo, siempre que cumpla las <Leyes divinas>.


A nosotros queridos hermanos, nos toca hoy seguir el ejemplo de los apóstoles, conociendo al Señor cada día más y dando un testimonio claro y valiente de los Evangelios. No hay mayor tesoro que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos, Así, imitaremos también a san Pablo que, en medio de tantas tribulaciones, naufragios y soledades proclamaba exultante (2 Co 4, 7): <Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro para que se vea que esa fuerza tan extraordinaria es Dios y no proviene de nosotros>”


Se refiere el Papa Benedicto XVI en su libro, a aquellas palabras de san Pablo pronunciadas con objeto de explicar su proceder, a los feligreses de la Iglesia de Corinto que en aquellos momentos se encontraban bajo la acción de los enemigos del apóstol y negaban el Mensaje de Jesús (2 Co 4, 2-7):

“Desechamos los tapujos de la ruindad, no procediendo con astucia ni falsificando la palabra de Dios, sino con la manifestación de la verdad, recomendándonos a nosotros mismos ante toda conciencia de hombres en el acatamiento de Dios / Que si todavía queda velado nuestro Evangelio, para los que perecen esta velado / para los incrédulos, cuyas inteligencias cegó el dios de este siglo, para que no columbrasen la esplendorosa irradiación del Evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios /

 
 
 
Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo; que a nosotros mismos nos consideramos como esclavos vuestros por causa de Jesús / Porque Dios, que dijo: <Del seno de las tinieblas fulgurará la luz>, es quien la hizo fulgurar en nuestros corazones, para que irradiásemos el conocimiento de la gloria de Dios, que reverbera en la faz de Cristo Jesús / MÁS TENEMOS ESTE TESORO EN VASOS TERRIZOS PARA QUE LA SOBREPUJANZA DE LA FUERZA SE MUESTRE SER DE DIOS, QUE NO DE NOSOSTROS”

 
Realmente, se puede decir que la religión cristiana está basada en hechos históricos, narrados por los testimonios de los elegidos de Dios que aparecen en las Sagradas Escrituras, personas que han vivido como nosotros en este mundo, en siglos pasados. Así, son muchísimos los testimonios dados pos los apóstoles del Señor, a través de los Evangelios y en el libro de los Hechos, sin olvidar las cartas de algunos de ellos dirigidas a las primitivas Iglesias de Cristo. Por otra parte, no deberíamos olvidar tampoco que muchos cristianos  fueron mártires por defender la palabra de Dios, en el pasado, y aún en el  presente sigo sucediendo este hecho portentoso, lo que viene a demostrar que si en posible <llegar a Dios en el silencio del mundo>, ahora y siempre.

 
 
Y es que Cristo además de dejarnos su Palabra, realizó numerosos milagros, como el de las bodas de Caná, avalando con ello, aún más, su origen Divino. Sin embargo en un mundo tan paganizado como el actual en el que los milagros dejan indiferentes a tanta gente, existe una dificultad creciente en hacer comprender que los milagros existen realmente y son signos del amor de Dios y de su poder infinito sobre todas las cosas.

 
En efecto, la palabra <milagro> deriva del latín <miraculum>, que traducido al castellano significa <maravilla>; se trata de algo perceptible para el hombre, pero que sobrepasa los poderes de la naturaleza y de todo ser creado. Pues bien, Jesús hizo muchísimos milagros para recordarnos a los hombres su naturaleza divina. Hemos recordado antes, la conversión de agua en vino en las bodas de Caná, por ser su primer milagro y porque tuvo lugar casi al iniciarse su vida pública, pero a éste le siguieron otros muchos que fueron relatados por los evangelistas en el Nuevo Testamento. De cualquier forma, el milagro mayor por Jesús realizado fue sin duda el de su propia Resurrección de entre los muertos. Este milagro fue presenciado por muchísimas personas, no solo por sus seguidores, lo que demuestra que no fue una historia contada por estos, sino un acontecimiento real y porque como aseguraba en este sentido el Papa Benedicto XVI en su libro (Ibid):

 
 
“Jesús no es alguien que haya regresado a la vida biológica nuevamente y que después, según las leyes biológicas, deba morir nuevamente cualquier otro día (así sucedió en el caso del milagro de la resurrección de sus amigo Lázaro). Por otra parte, Jesús no es un fantasma, un <espíritu>. Esto significa que no es uno que en realidad, pertenece al mundo de los muertos, aunque estos puedan de algún modo manifestarse en el mundo de la vida.

 
Los encuentros con el Resucitado son, por otra parte, algo muy diferente de las experiencias místicas, en las que el espíritu humano viene por un momento elevado por encima de sí mismo y percibe al mundo de lo divino y lo eterno para volver después al horizonte normal de su existencia… Por una parte hay que decir que la esencia de la resurrección consiste precisamente en que ella contraviene la historia e inaugura una dimensión que llamamos comúnmente dimensión escatológica. La resurrección da entrada al espacio nuevo que abre la historia más allá de sí misma y crea lo definitivo… Esto significa, que la resurrección no es un acontecimiento histórico del mismo tipo que el nacimiento o la crucifixión de Jesús. Es algo nuevo, un género nuevo de acontecimiento. Pero es necesario advertir al mismo tiempo que no está simplemente fuera o por encima de la historia… Se podría expresar quizás todo esto tal vez así: La Resurrección de Jesús va más allá de la historia, pero ha dejado su huella en la historia. Por eso puede ser refrendado por testigos como un acontecimiento  poseedor de una cualidad totalmente nueva”


El Papa Benedicto XVI nos lleva con este razonamiento a considerar la posibilidad de que el hombre sea capaz de llegar a Dios en el silencio del mundo. Así sucedió en el caso de los apóstoles los cuales tuvieron ocasión de experimentar en sus propias personas lo que significaba estar en presencia de un fenómeno nuevo y totalmente inesperado como fue la Resurrección de Jesús. Sí, porque como sigue razonando el Papa Benedicto XVI (Ibid):


  

 

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